A cualquiera le puede suceder jubilarse un día,llegar a la
edad en que se es inútil,en
que se cobra una pensión cada fin
de mes y viernes,la edad de
los suéteres de lana gastados
y el té de las tardes,con
mi gato entre las piernas,en una
cocina olvidada que nadie
limpia ya.
He dedicado estos ratos de ocio y esparcimiento,un poco
a jugar al truco,un poco a
la televisión,y un poco a la creación de
universos,según un
manual que compré el otro día en una librería de
viejo.Al principio,siempre
es lo mismo,así como con desgano,con
cierto desapego de hobby recién
adquirido y que no se sabe aún
si arraigará,luego
con más fuerza,y finalmente como ahora,sin
pasión,con placer pero
no necesidad imperiosa.Conocemos,por
cierto,a personas que no pueden
abandonar sus distracciones y
se ven devoradas por ellas,como
la abuela que no para de tejer
o el ajedrecista que sueña
con peones y caballos,pero no
es así con esto;la
creación de mundos exige a la par concentración
y relajación,cualidades
contradicctorias que no van conmigo.En
un principio,quise -alentado
por las palabras de la contratapa,
que todo lo muestran fácil-
crear mundos más bien aristotélicos,
no newtonianos,ya se sabe,mundos
en los que la profesión de
filósofo fuese de fácil
ejercicio y la porfiada materia no anduviese
metiéndose con la pureza
de los pensamientos y la validez de los
más bellos postulados,pero
tuve que desistir,muy a mi pesar,pues
los universos que logré
crear eran frágiles como burbujas,estallaban
en el aire con luces realmente
bellas,pero demasiado pronto como
para que la vida se desarrollara
en ellos.El error del principiante
es siempre el mismo,comenzar
por lo más difícil,volar antes de
aprender a caminar.A punto
estuve entonces de abandonar el arte
y dedicarme a la filatelia
o al dominó,aficiones comunes,aficiones
que ofrecen al principiante
una disciplina establecida y un sinfín
de compañeros de oficio,pero
me parecieron gustos de viejo,y no
estoy viejo aún,así
que retomé el manual y comencé con ejercicios
más sencillos.Al principio
creé un mundo muy pequeño y simple,
sin vida,que me tomó
más de un mes trabajando un par de horas
cada día,en el taller
del piso de abajo que el maestro Fernando
ha dejado de usar,atacado
del reumatismo que pronto se lanzará
también sobre mis huesos.Era
un mundo con apenas unos cuantos
colores,hecho a la rápida,que
no iba a progresar mucho y donde los
materiales más complejos
nunca se formarían,pero,como no me
gusta seguir al pie de la
letra las instrucciones,que al cabo así no
se aprende nada y si está
uno en eso es para aprender aunque esté
cansado y viejo,le hice algunos
añadidos de leyes sobre la entropía
que le dieron una cierta emoción
cíclica,un renacer periódico que el
libro no contemplaba.
Me han dicho que mi libro está anticuado,que las últimas
publicaciones de Ulbritch
están revolucionando el arte y que,si
quiero seguir en esto un poco
más en serio,he de ponerme al día;
pero no me importa.Miro cada
tarde mi pequeña colección de mundos,
algunos en progreso,otros
en franco deterioro,los más sumergidos
en un estado de estabilidad
impropia de los seres que los habitan,
que se han lanzado a la conquista
de los planetas y las estrellas.
Tengo universos con planetas
poblados con dragones de fuego,que
gustan especialmente a los
niños,y universos enteros que no
contienen nada parecido a
un árbol o a un asteroide;y descansan
en su anaquel,donde los admiran
las visitas.Y me siento satisfecho
con mi afición,una
afición como cualquier otra y mejor que muchas
que adquieren,andando el tiempo,los
viejos.