Ruge la marabunta tras la línea de los focos, se abre el telón, salen al escenario, y súbitamente, con sumo azoro, descubren que allá abajo, en la enorme explanada que acoger debiera a los innumerables fieles de otro tiempo, no hay nadie. Nadie, miento, pues la tétrica silueta de un hombre se dibuja entre la hierba, no se duda ante su imagen, es el Golem, creado ex-nihilo para el caso. El único capaz de soportar tal desatino. Ya se ven las canas entre la en otro tiempo oscura cabellera del tenor que muge en lo alto de la escena, sus alaridos suenan a otras lides, a batallas angustiosas y perdidas. Ya le tiembla la otrora firme mano al diestro vihuelista un tanto calvo, ya la junta homocigótica palpita bajo el peso imposible de la gaita, ya rueda lenta la artrósica zanfoña y enmudece el cajón mohíno, solitario, ya quebrado. Es el fin, poco más queda, los años en vano no han pasado, y el aforo de fieles habita mayormente en el geriátrico, nadie se libró del tiempo y sus estragos, nunca se atisbó cuadro tan lúgubre. ¡Qué queda del oro dichoso y de las drogas, de aquellas risas que a Plutón estremecían, viajes trepidantes hacia lo estulto, cromático festín de futuribles no gastados! ¡Qué queda del espectáculo pasado de los tiempos gloriosos y los viajes, del recuerdo tan vívido de lugares de magia pentasilábica, Guadalajara, el paraíso de la nada!
Del viaje quedan sólo notas sueltas, un arte de diario inacabado, confuso y fragmentario del que se infieren apenas aspectos fatigosos, remedos de ficción, quizás señales para gentes no llegadas. ¿Debemos creer en esta historia? ¿No es posible pensar que se trata apenas de la historia demente de un holocausto imaginario?. Todo es dudoso en el umbral de una época, fatigoso es razonar sobre lo oculto, de nada sirve separar la paja del centeno cuando el pajar no existe, o quizás exista en el espectral viaje de la hiperrealidad literaria, quizás sus fórmulas sean decodificables, quizás sus claves estén ahí, junto a la noche, envueltas en ese amasijo de periódicos que de tanto oler a bocadillo de chorizo ha logrado por siempre camuflarse. Busquemos pues, en un penúltimo intento de inteligencia, entre los restos de la vida, en los cubos hediondos, en los famosos vertederos que poblaron nuestra tierra, de la que apenas sabemos que fue amplia, de la que sólo intuimos que humeaba constantemente entre las brumas.
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Última actualización 23/09/99. Cortesía de GEOCITIES