Muza ben Noseir (Abu Abd el-Rhaman)

Caudillo árabe, conquistador de España, nacido en la Meca en 640 y muerto en la misma ciudad en 718. De su juventud no se sabe nada absolutamente y empieza a figurar en la historia a fines del siglo VII o principios del siglo VIII. Encargado por el califa Gualid de la conquista de Almagreb, que llevó a cabo con tanta habilidad como rapidez, fue el primero en emplear la persuasión y la blandura con las indomables poblaciones de las tierras altas, y formando los primeros lazos que las unieron después al islamismo. Por sus méritos y por el profundo conocimiento que demostró tener de aquel país, el califa le confió el gobierno supremo del África septentrional, con amplísimas atribuciones y el título de gualí. La campaña continuó con igual energía y pronto fueron dominadas las taifas de bereberes y las principales cabilas, a las que exigió rehenes. Al mismo tiempo, y como antes decimos Muza no se limitaba a emplear la fuerza de las armas, sino que deseaba asegurar el predominio moral, más duradero, sobre los países conquistados, y así, instruía en la ley alcoránica a las tribus bereberes y convirtió a gran número de ellas a la religión de Mahoma. Las plazas de Tánger y Tetuán y otras muchas habían caído en su poder, hallando únicamente una seria resistencia ante Ceuta, defendida por Julián el Cristiano, pariente próximo del rey godo Witiza, que hubo de prolongarse tanto, que Muza decidió dejarla para mejor ocasión. Puede decirse, pues, que todo el Almagreb le estaba sometido, y las más importantes cabilas pagaban tributo a los sarracenos o bien habían celebrado alianza con ellos. Hacia el año 711, Muza, que estaba al corriente de las cosas de España y de la poca cohesión que presentaban sus habitantes a causa de las continuas discordias entre ellos, decidió la conquista de la Península y solicitó del califa el permiso para llevarla a cabo, que le fue concedido sin dificultad. Muza, después de haber enviado a un pequeño ejército de exploración, confió el mando de la expedición a Tarik ben Réyad, bereber que se había sometido desde hace muchos años antes. Los moriscos desembarcaron en Algeciras y les fue fácil derrotar a las débiles fuerzas que les oponía Teodomiro, y aunque tierra adentro encontró alguna mayor resistencia, pudo también vencerla, hasta que la sangrienta batalla del Guadalete decidió el predominio musulmán en España. En ella cayó sin vida el rey godo Rodrigo, y Tarik cortó la cabeza del desventurado monarca, según los cronistas árabes, y la envió a Muza, y éste al califa, con un relato de la batalla. Muza, que temía ver menguado su prestigio, recibió con despecho las noticias de la victoria de su lugarteniente, y en la comunicación que envió a su soberano empleó tan ambiguos términos que era difícil averiguar a quien correspondía el triunfo. Y para que en lo sucesivo fuese él y no Tarik el vencedor, se trasladó a la Península para dirigir personalmente la conquista, y al mismo tiempo ordenó a Tarik que suspendiese toda operación hasta que llegase él. Desembarcó, pues, Muza con un ejército de 18,000 hombres y se encontró con la desagradable noticia de que Tarik había desobedecido sus órdenes y de que sus tropas vencedoras llevaban tan adelantada la empresa, que se encontraban ya en Toledo. El valí, al que acompañaban sus hijos Abdelola y Meruan y muchos de los principales caballeros árabes, entre ellos Hanas ben Abdalah Asenani, que fundó más tarde la gran aljama de Zaragoza, se mostró indignado ante la desobediencia de su lugarteniente y decidió ir en su busca para castigarle.

Por el camino, deseoso de emular las glorias de Tarik, se apoderó por asalto de Sidonia, de Carmona, gracias a la traición de los partidarios de Julián que se habían introducido en la plaza como amigos, y de Sevilla que resistió un mes. Dejando en ella a Isa ben Abdila el Jowail de Medina, y continuando su triunfal viaje, se dirigió a Lusitania. Sin apenas encontrar resistencia se apoderó de Hípula, Osonoba, Pax Julia y Mirtilis y, acostumbrado a estas fáciles conquistas, no pudo ocultar su contrariedad cuando al llegar ante la entonces populosa ciudad de Mérida, se encontró con las puertas cerradas. Decidido, no obstante, a apoderarse de ella, llamó a Abdelaziz, su hijo, que había dejado al frente del gobierno de África, para que acudiese con refuerzos. Diariamente había combates y escaramuzas en los que los musulmanes llevaban la peor parte, pero como en esto llegó Abdelaziz con 7,000 hombres, juzgaron los sitiados que era inútil resistir por más tiempo y decidieron capitular. Dueño de Mérida, a la que impuso, contra su costumbre, condiciones muy duras, hizo su entrada triunfal en la ciudad el 11 de Julio de 712 y después de enviar a Sevilla, donde había estallado una sublevación contra los invasores, a su hijo Abdelaziz que hizo pasar a cuchillo a muchos de sus habitantes, marchó a Toledo para entrevistarse con Tarik que continuaba sus victoriosas correrías por las tierras del norte de la Península. En el camino se apoderó de varias plazas, y sabedor Tarik de las disposiciones nada benignas de su jefe hacia él, resolvió salir a su encuentro y se reunieron en Talavera de la Reina. Al verle Tarik echó pie atrás sin humildad ni altivez, le ofreció algunas joyas preciosas y juntos entraron en Toledo. El mismo día reunió a los principales capitanes de ambos ejércitos, y en presencia de ellos le pidió cuenta de su desobediencia, contestándole Tarik que al obrar así lo había hecho por el Consejo de guerra y por creer que de ese modo servía mejor a los intereses del Islam. Muza, entonces, le exigió que entregase el botín, como así lo hizo Tarik, y al presentarle la famosa mesa de Salomón, extrañó el valí que faltase una pata, pero al asegurarle su lugarteniente que así la había hallado, pareció quedar satisfecho. Esto no obstante, Tarik fue destituido de su mando y azotado en presencia de sus compañeros de armas, sin consideración ninguna a los eminentes servicios que había prestado, pero poco después, por orden del califa, fue restituido en su cargo y Muza, fingiendo una sincera reconciliación, le puso al frente de una de sus principales divisiones y le envió con sus tropas hacia la España oriental, mientras que él partía para las regiones del norte de la Península, sin que el resentimiento que entre ambos generales existía influyera para nada en la disciplina ni en el feliz éxito de las operaciones. Al mismo tiempo, antes de emprender la marcha, instruyeron a sus respectivas tropas acerca de su conducta para con los vencidos, prohibiéndoles, bajo pena de muerte, que robasen ni saqueasen. Muza se dirigió, pues, hacia Sentica y Salamanca, de las que se apoderó fácilmente y, al llegar a Astorga, retrocedió para ir a unirse con Tarik que desde tiempo atrás estaba ocupado en el sitio de Zaragoza. Ante el solo anuncio de la llegada del valí, la ciudad ofreció capitular y Muza impuso una contribución extraordinaria, tomando, además, en rehenes a los jóvenes más notables. Dejando allí una parte de sus tropas, al mando de Hanas ben Abdalah Asenani, continuó el vencedor su expedición y entró sin resistencia en Aragón y Cataluña como Huesca, Calatayud, Tarazona, Lérida, Barcelona, Gerona, Ampurias, Rosas, etc. Según parece, Tarragona, Ampurias, Urgel y Ausona fueron destruídas, pero únicamente hay indicios de que lo fuese la última. Triunfante en Cataluña, como en todas partes, pasó después a Francia, apoderándose de Medina Narbona, pero lo más probable es que no llegase hasta allí. Sea como fuere, volvió pronto a España y continuó sus correrías hasta Portugal, mientras Tarik, por su parte, atravesó el reino de Valencia conquistando también extensos territorios y grandes riquezas. Según parece, comunicaba directamente el resultado de sus operaciones al califa y acusaba a Muza de codicia insaciable, mientras que Muza acusaba a su compañero de prodigalidad y desacuerdo. Como viese Walid que semejantes discordias podían comprometer el éxito de la empresa, decidió llamar a los dos generales; Tarik se apresuró a obedecer, pero Muza se dispuso a reanudar la campaña con mayor vigor, hasta que una segunda y más imperiosa orden del califa, le decidió, no sin repugnancia, a abandonar España, dejando allí, encargado del Gobierno supremo, a su hijo Abdelaziz. Esta decisión le era tanto más sensible, cuanto que por su edad, ya avanzada, no podía perder tiempo, y según parece la conquista de España no era más que el principio de una empresa verdaderamente gigantesca cual era establecer el dominio musulmán sobre toda Europa. Pero como no tenía más remedio que obedecer, se hizo entregar todas las inmensas riquezas que en su afortunada campaña había reunido, atravesó nuevamente el estrecho y, seguido de un brillante cortejo, en el que figuraban 400 prisioneros de sangre real, se dirigió a Damasco (715). Cuando ya estaba próximo a llegar, el califa Walid cayó gravemente enfermo y Solimán, su hermano y sucesor, que deseaba que la entrada triunfal del caudillo coincidiese con los primeros días de su reinado, escribió a Muza que interrumpiese su marcha y esperase sus órdenes, pero el valí, lejos de obedecer, apresuró aun su viaje, creyendo tal vez que encontraría vivo al califa; mas éste, moribundo ya, no pudo oír sus explicaciones y Solimán le hizo sentir todo el peso de su rencor. El nuevo califa hizo comparecer ante él a los dos generales rivales, y Tarik renovó todas sus acusaciones contra su antiguo jefe, y al ofrecerle Muza al soberano todos los tesoros, entre los que se destacaba la famosa mesa, aseguró que él la había hallado, negándolo Tarik, y como prueba presentó la pata que había tenido la precaución de guardar. Muza fue, pues, condenado a la pena de azotes y a una fuerte multa, sin consideración alguna a su edad, ni a su gloriosa historia militar que hacen de él uno de los caudillos más salientes del mundo musulmán. No se limitó a esto la crueldad de Solimán, sino que hizo decapitar a Abdelaziz, el hijo del anciano guerrero, y aun mostró la cabeza al desgraciado padre que vivió aún lo bastante para ver morir, también por orden del califa, a sus otros dos hijos. Muza murió poco después de tristeza. Todo lo relatado hasta aquí de este caudillo pertenece mejor al dominio de la leyenda que al de la verdadera historia, puesto que en muchos cronicones e historiadores veraces de muchas de las ciudades españolas que se suponen conquistadas por él o por su lugarteniente Tarik, no se hace mención alguna de tales conquistas. La existencia del mismo conde don Julián está hoy calificada por la moderna crítica como un mito legendario.

 

Créditos

- Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo - Americana, Tomo XXXVII, Páginas 802, 803 y 804. Edición 1925, 1926.

- Transcripción por Ricardo L. Muza Galarce (Lunes 8 y Martes 9 de Mayo de 2000)