EL CRISTIANO Y LA LEY
Domingo Fernández Suárez
Capítulo
1
LA LEY Y
LA GRACIA
Hay en el hombre la
tendencia a confundir los principios de la ley con los de la gracia, de
tal suerte, que ni la ley ni la gracia puedan ser bien comprendidas. La
ley es despojada de su austera e inflexible majestad, y la gracia de sus
divinos atractivos. Las santas exigencias de Dios permanecen sin respuesta,
y el sistema anormal creado por los que así mezclan la ley y la
gracia, ni llena ni satisface las profundas necesidades del pecador.
La
ley es la expresión de lo que el hombre debiera de ser, y la gracia
demuestra lo que Dios es. ¿Cómo, pues, pueden formar
unidas un solo sistema? ¿Cómo podría salvarse el pecador
en parte por la ley y en parte por la gracia? Imposible. Es necesario que
sea salvado por la una ó por la otra.
"La
ley por Moisés fue dada: más la gracia... por Jesucristo
fue hecha". En la ley no había gracia ni misericordia. "El
que menospreciare la ley de Moisés... muere sin ninguna misericordia".
Hebreos 10:28. "Maldito el que no confirmase las
palabras de esta ley para cumplirlas". Deut. 27:26.
El lenguaje de la gracia
no es en el monte Sinaí donde se debe buscar. Jehová se manifiesta
allí rodeado de una majestad terrible, en medio de tempestad, truenos,
relámpagos y fuego, advierte al pueblo que no se acerque, que se
mantenga lejos, porque "cualquiera que tocare el
monte de seguro morirá". Aquellas circunstancias no son las
que acompañan una dispensación de gracia y de misericordia.
En cambio, encajaban perfectamente en una dispensación de verdad
y de justicia. La ley no era otra cosa. En la ley Dios declara lo que el
hombre debe hacer y lo maldice si no lo hace. ¿Cómo podría
obtener la vida por la ley? La verdad es, como Pablo nos enseña,
que "la ley entró para que el pecado creciese".
(1) (Romanos 5:20).
La ley era, en cierto
sentido, como un espejo perfecto, enviado del cielo a la tierra para revelar
al hombre cuanto se había desfigurado moralmente. Pero
si tiro una plomada perfectamente justa a lo largo de un tronco tortuoso,
el plomo me mostrará las desviaciones del árbol, pero no
lo enderezará.
Cuando Dios proclamó
la ley, el pacto de las obras desde lo alto de aquel Sinaí, envuelto
en fuego, lo hizo en un idioma y dirigiéndose
exclusivamente a un pueblo. Pero cuando Cristo resucitó de
entre los muertos, envió sus mensajeros de salvación y les
dijo: "Id por todo el mundo; predicad el evangelio
a toda criatura". El caudaloso río de la gracia de Dios,
cuyo lecho había sido descubierto por la Sangre del Cordero, debía
desbordarse por la energía del Espíritu Santo, mucho
más allá del estrecho recinto del pueblo de Israel y derramarse
en abundancia sobre un mundo manchado por el pecado. Cuando Dios
le dio la ley a Moisés, y éste bajó del monte con
las tablas, aquel día tres mil israelitas
fueron muertos. ¡Que cuadro tan fiel de lo que era el ministerio
de la ley tenemos en Exodo 32, cuando Moisés desciende y arroja
las tablas al suelo, ante la realidad del pecado del hombre, y las tablas
se hacen pedazos, simbolizando la fragilidad de aquel pacto que el hombre
no podría cumplir, y seguidamente la muere de los tres mil como
bautismo de sangre de aquel ministerio de muerte y de condenación!
En
cambio, cuando descendió el Espíritu Santo en los días
de Pentecostés, tres mil muertos en delitos y pecados fueron salvados.
La ley es como un acreedor
que nos asfixia cada día con las cuentas, exigiéndonos que
le paguemos hasta el último céntimo de una deuda que aumenta
por momentos, mientras que nosotros estamos cada vez en peores condiciones
económicas.
Ahora bien, la ley
no tiene contemplaciones, ni rebaja la deuda, ni perdona un solo céntimo
al deudor. Mientras el pecador no contemple así la ley, como a un
cobrador de entraña de "piedra" y sin misericordia, está
teniendo un concepto errado de la ley. Cristo, como autor de la gracia,
es como un mediador entre dos, digamos deudor y acreedor, que
dándose perfecta cuenta de lo implacable del acreedor y de la insolvencia
del deudor, se presenta a pagar él la deuda, toda la deuda.
¿Por qué lo hace? Porque es misericordioso. Cuando la ley
y la gracia no se ven así, es que no se ven como son.
Muchos, entre los que
están los católicos romanos, los adventistas y otros, hacen
una mezcla de gracia y ley, de Cristo y obras, que talmente parece que
la ley perdona la mitad y el Señor paga la otra mitad. Como si el
Señor me salvara un poco y yo tuviera que salvarme otro poco. Tal
es la posición del adventismo. Cristo les salva si ellos cumplen
la ley, o a lo menos, desde determinado momento.
Esto
es despojar a Cristo de su hermosura y a la ley de su ira. La
ley y la gracia nunca jamás estarán de acuerdo. Esta diferencia
está bien marcada en Hechos 15:10-11: "Ahora
pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz
de los discípulos yugo (esto es la ley) que
ni nosotros ni nuestros padres hemos podido llevar?"
Así que la ley
era un yugo imposible de llevar, antes, ahora y siempre. ¿Cuál
era, entonces, la esperanza de salvación de los apóstoles?
"Antes
por
la gracia del Señor Jesús creemos que seremos salvos".
El diccionario define
la "ley" como: "Regla obligatoria", y la "gracia" como: "Favor que hace
uno sin estar obligado a ello". Una corta definición de gracia pudiera
ser: "el amor y favor de Dios para con los que no lo merecen".
Hace días le
dije a un profesor adventista: Dígame, ¿ustedes pueden saber
antes de morirse si son salvos ó no? Me contestó que como
quiera que la salvación era resultado del deber cumplido, él
creía que si a la hora de la muerte uno podía mirar atrás
y encontrarse satisfecho por haber cumplido con su obligación, ese
sería un buen síntoma de que uno moriría siendo salvo.
El que me dijo esto
es considerado, por ellos, como una lumbrera. Sin embargo, la respuesta
que me dio es oscura, tétrica y altamente desconsoladora, porque
si
mi salvación depende, como él me quiso insinuar, de cumplir
los mandamientos del decálogo, entonces a la hora de la muerte,
lo único que veré es que no los he cumplido y que la ley
me condena.
Parece increíble
que elementos que se jactan de conocer la Biblia al derecho y al revés,
no comprendan que la salvación no depende
de que uno cumpla ó deje de cumplir, sino que la salvación
depende única y exclusivamente de lo que Cristo cumplió e
hizo por cada ser humano. De otra forma, Cristo salvó a los
pecadores por su muerte de cruz y ahora ofrece la salvación al hombre
gratuitamente; no le cuesta nada, nada tiene que hacer, sino reconocerse
perdido, arrepentirse y creer, confiando de todo corazón en él
como Salvador.
Cristo
ofrece la salvación, la vida eterna y el hombre no tarda más
en tenerla que lo que tarda en aceptarla por fe. En todo esto
las obras del hombre no entran para nada. El hombre es salvo desde que
cree ó si no, ¿qué dicen estos versículos de
la Palabra de Dios?: "De cierto, de cierto os digo:
El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna;
y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte
a vida". (Juan 5:24) "El que oye y cree",
nada de obras. El que oye y cree, "tiene vida
eterna". ¿Cuándo tiene vida eterna? Desde
el momento en que oye y cree.
El adventista afirma
que la salvación depende de dos cosas: De que el hombre crea en
Cristo y cumpla la ley. De esta manera, mientras viva no puedo estar salvado,
porque a lo mejor lo está hoy y mañana no. Pero la enseñanza
de Cristo es como sigue: "El que oye y cree tiene
vida eterna", la salvación de su alma para siempre. Dijo
más Jesús: "Mis ovejas oyen mi voz...
y yo les doy vida eterna; y no perecerán para siempre". (Juan
10:28). El apóstol Juan hablando de esta seguridad dijo: "El
que tiene al Hijo tiene la vida". (1ª Juan 5:12). Pablo
también discute ampliamente el problema de la salvación por
gracia, sin obras. Dice:
"Siendo justificados gratuitamente
por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús".
(Romanos 3:24). La salvación del hombre descansa por entero en la
redención que Cristo obró a nuestro favor y el hombre la
recibe "gratuitamente", porque la salvación es un don de Dios.
Pablo ilustra esto
por medio de Abraham y David en Romanos, capítulo 4. "¿Qué
dice la Escritura? Y creyó Abraham a Dios, y le fue atribuido a
Justicia. Empero, al que obra no se le cuenta el salario por merced, sino
por deuda. Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío,
la fe le es contada por justicia". (Romanos 4:2-5).
En
otras palabras, si para salvarme tengo que cumplir la ley, entonces Dios
no me regala nada, puesto que si no la cumplo me condena. Si
yo le hago un trabajo a un hombre, cuando voy a cobrar y él me paga,
no le debo ninguna obligación. Yo trabajé y cobro mi trabajo;
él me paga lo que yo merezco y no hizo otra cosa que cumplir con
un deber. Si una persona cumple la ley, tiene
derecho a ir al cielo sin agradecerle nada a nadie, porque al infierno
van los que no la cumplen. De aquí la gran verdad de
que la salvación se alcanza por gracia pura, humilla al hombre y
ensalza a Dios. Por eso la salvación es para el que no hace obras,
"pero
cree en aquel que justifica al impío". ¡¡Gloriosa
doctrina!!
¿Qué
es lo que hace la ley? Dice Pablo: "La ley obra
ira". (Romanos 4:15). Precisamente la
gracia viene en auxilio del que es perseguido por la ira de la ley.
Por eso es que la salvación
"es por fe,
para que sea por gracia". (Romanos 4:16). ¿Para qué
fue puesta la ley? ¿Para que el hombre fuese salvo por ella? No.
"La
ley empero entró para que el pecado creciese". Y esto es
lo
único que hace la ley, aumentar el pecado; pero gracias
a Dios que cuando el pecado creció, por el ministerio de la ley,
"entonces,
sobrepujó la gracia". (Romanos 5:20). No quiere esto decir
que la ley sea pecado ó que sea mala, nada de eso,
el pecado donde está es en el hombre, siendo nosotros los malos,
ya que la ley en sí es buena.
Pero
como nosotros no somos buenos, la ley nos condena y la ley no tiene misericordia
ni se compadece de nadie. De aquí precisamente la suprema
necesidad del antídoto de la ley, la gracia. El que se quiera salvar
por cumplir la ley es porque
"ignorando la justicia
de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sujeta a la ley de
Dios".
(Romanos 10:3).
Y voy a citar un versículo
que dice algo, tanto como que establece la incompatibilidad y lo irreconciliable
de que el pecador pueda ser salvo por gracia y por guardar la ley al mismo
tiempo. Me refiero a Romanos 11:6: "Y si por gracia,
luego no por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por
obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra". Esto
demuestra que la salvación no puede ser por gracia y por obras;
tiene que ser gracia sola ó por obras solas. Y ¿a qué
obras se refiere aquí? ¿Se refiere a la ley? Puede verse
comparando el texto citado con Romanos 3:20, donde dice:
"Porque por las obras de la ley ninguna carne se justificará delante
de él". Y escribiendo Pablo a los gálatas (2:16)
les decía: "Sabiendo que el hombre no es
justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo".
En Efesios 2:8-10, dice: "Porque por gracia sois
salvos por la fe". Léelo bien lector y grítalo
para que suene lejos: "Por gracia sois salvos
por la fe; y esto no es de vosotros, pues es don de Dios". Aun
de la fe no se puede gloriar el hombre, porque también es don de
Dios. "Por gracia sois salvos por la fe...",
y añade Pablo para que no haya lugar a dudas:
"no por obras, para que nadie se gloríe".
Y aunque ya he citado
a Efesios 2:8-10, vuelvo a ese pasaje para hacer referencia a
la pretendida contradicción entre Pablo y Santiago en cuanto a la
justificación. Dice Pablo: "Creyó
Abraham a Dios, y le fue atribuido a justicia... Porque decimos que a Abraham
fue contada la fe por justicia". Y "si Abraham
fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse", lo
cual es contrario a la palabra de Dios, porque ella dice: "Para
que nadie se gloríe". El lector puede leer Romanos, capítulo
4 y Gálatas 3:6-9. Ahora bien, ¿qué dice Santiago?:
"Más
¿quieres saber, hombre vano que la fe sin obras es muerta? ¿No
fue justificado por las obras Abraham, nuestro padre, cuando ofreció
a su hijo Isaac sobre el altar?" Fijémonos que Santiago escribió
su epístola para los judíos convertidos, y una de las cosas
que parece tuvo presente al escribirla fue combatir los "errores de los
antinomianos", quienes creían que el creyente en Cristo estaba libre
para cometer a sabiendas toda clase de pecados.
Pablo
en sus cartas afirma que el pecador es justificado y salvo por la fe, y
añade, sin obras; y cita en apoyo de su tesis un pasaje
de Génesis 15:1-6, donde dice que Dios le hizo ciertas promesas
a Abraham y termina así el pasaje de Génesis: "Y
creyó (Abraham) a Jehová,y contóselo
por justicia". Pablo afirma enfáticamente que la justificación
es por fe, solamente por fe. Pero la fe que alcanza
la justificación delante de Dios, es una fe viva, una fe que cree
y obra en consecuencia; por eso dice Pablo: "Por
gracia sois salvos por la fe... no por obras".
Pero cuando el creyente
ha sido salvo por gracia, mediante la fe y regenerado por el Espíritu
Santo, Pablo afirma que el fruto de la justificación por la fe,
la salvación por gracia, será una vida de obras
abundantes que justifiquen. ¿A quién? ¿Al hombre?
No, que justifiquen la fe, que salvó al hombre de fe. Por
eso dice: "Porque somos hechura suya, criados en
Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó para
que anduviésemos en ellas".
Esto fue lo que hizo
Abraham. Creyó a Dios y fue justificado desde que creyó,
según lo encontramos en Génesis 15. Pero 25 años,
aproximadamente, después, Dios le dijo: "Ofréceme
a tu hijo en holocausto, a tu Isaac, a quien
amas". Abraham, como que creía en Dios y le reconocía
como Soberano, fue y le obedeció. De esta manera quedó demostrado
que la fe de Abraham era una fe viva y no mera fe intelectual (Génesis
22). Pero en realidad, Abraham había sido
salvo 25 años antes de ofrecer a Isaac. (2)
Santiago
enseña que la fe que salva es una fe que después obra en
consecuencia, y lo demuestra con un pasaje de la vida de Abraham,
pero posterior al pasaje citado por Pablo. En una palabra, Pablo
habla de la fe que justifica al impío y Santiago habla de las obras
que justifican la fe y no al pecador, y dice que si alguno tiene
fe en Dios, debe mostrarlo con hechos, porque si dice que tiene fe y vive
en vicios y pecados, los hechos demuestran que tal fe es muerta. Esto mismo,
desde otro punto de vista, es lo que dice Pablo en Efesios 2:8-10.
Dice Pablo escribiéndole
a Tito: "La gracia de Dios que trae salvación
a todos los hombres se manifestó". ¿Qué es
lo que trajo la ley a los hombres? La palabra de Dios responde:
"La ley entró para que el pecado creciese". Luego,
la ley a pesar de ser "santa, justa y buena", vino a ser para el hombre,
un "ministerio" de pecado, de "ira", de "condenación" y de "muerte",
y estoy citando palabras textuales de Pablo en Romanos y segunda Corintios.
¡Pero la gracia de Dios trae a los hombres salvación! ¡¡Aleluya!!
Salvación, "no
por obras de justicia que nosotros habíamos hecho, mas por su misericordia
nos salvó... para que justificados por su gracia, seamos hechos
herederos según la esperanza de la vida eterna" (Tito 3:4-7)."Así
que concluimos ser el hombre justificado por la fe sin las obras de la
ley". (Romanos 3:28). Y el hombre justificado, por el único
medio que puede serlo, por la gracia de Dios, ya "no
está bajo la ley sino bajo la gracia" (Romanos 6:14). Esto
está claro ó pocas cosas pueden estar claras en el mundo.
Pablo dice: Bajo la
ley, no; bajo la gracia, sí. Los adventistas y aun otros más
pretenden estar bajo la ley y bajo la gracia al mismo tiempo. ¿Sabes
cual es su manera de explicar las cosas? Pues dicen que la gracia nos es
concedida para poder cumplir los preceptos de la ley. Quizás esto
suene bien a algunos, pero esto es contrario, diametralmente opuesto, a
que "la gracia de Dios trae salvación a todos
los hombres". Una cosa es que Dios, por su gracia me salve, me libre
de las duras exigencias de la ley, y otra cosa es que Dios me dé
una especie de fusil y me deje bajo el dominio de un monstruo terrible,
esto es, el pecado. Armado con un arma mortífera, la ley, y Dios
me dice: ahí te dejo, defiéndete hasta la hora de tu muerte
contra tus enemigos: Pecado y ley, pero nada más puedo hacer por
ti.
Pero Dios no hizo las
cosas así.
Él salva al pecador por
su gracia, y le salva del pecado y del dominio del pecado y lo libra de
la tutela de la ley. Con razón escribió Juan Bunyan,
autor famoso de "El Peregrino", lo que sigue:
"Actualmente el creyente se halla mediante la fe en el Señor Jesucristo,
bajo cubierta de tan perfecta y bendita justicia que la ley fulminante
del monte Sinaí no puede hallar la menor falta o cortedad en ella.
Esta se llama la justicia de Dios sin la ley".
El creyente, salvado
por la gracia, no está ya bajo la ley de Moisés, sino que
al ser "hecho participante de la naturaleza divina"
(2ª Pedro 1:4) tiene "la mente de Cristo"
(1ª Corintios 2:16) y es "guardado por la virtud
de Dios, por fe" (1ª Pedro 1:5). De esta manera, viviendo Dios
en nosotros, y haciéndonos partícipes de sus principios morales
opuestos al mal, es como la ley no tiene nada que ver con nosotros, porque
Dios ha derramado en nuestros corazones unos principios, no negativos,
como los del Sinaí, sino positivos, que nos apartan del mal y nos
impulsan al bien, no por preceptos eternos, sino por potencia interna.
Pero entiéndase bien: No es que Dios anula
la ley del Sinaí para el cristiano, borrándola de las piedras
y grabándola en el corazón, esto sería la misma cosa,
solamente cambiándola de lugar.
La ley que Dios graba
en nuestros corazones es distinta, es más gloriosa, sublime y elevada
que la ley de Moisés. Aquélla fue para antes que viniese
la gracia, pero la ley de la gracia, es la ley de Cristo resumida en el
amor; es la esencia moral de la Divinidad, como un principio activo, enérgico
y poderoso actuando dentro del creyente y no afuera.
Vamos a tratar de ilustrar
esto. Ciertos países tienen una ley que tiende a proteger la infancia
contra el descuido y el abandono de los padres. Pero todos los países
están llenos de madres dichosas que cuidan tiernamente de sus hijos,
aunque ignoran la existencia de tal ley. Pero tienen la ley escrita en
el corazón. ¿Cuál ley? ¿La que obliga a las
madres a cuidar a sus hijos? No, la ley del amor que impulsa a la madre
a dar hasta su propia vida en defensa de su hijo.
De esta manera la madre obrando por amor hace inútil la ley, que
la quiere obligar, y al mismo tiempo establece la ley no como elemento
externo que la obliga, sino interno que la impulsa. Esto deja
explicado y aclarado el versículo de Romanos 3:31.
El gran teólogo
bautista Mullins, tiene en uno de sus libros unos pensamientos contrastando
la gracia con la misericordia que voy a copiar aquí: "En el Nuevo
Testamento el amor de Dios se llama gracia. La misericordia consiste en
apartar el castigo, en perdonar al transgresor. La gracia llega más
lejos y confiere todo el bien posible. La misericordia y la gracia son
los aspectos negativos y positivos hacia el pecador. La misericordia quita
la copa amarga del castigo y pena de la mano del culpable y la vacía
fuera de él. En cambio, la gracia llena de bendiciones hasta el
borde. La misericordia perdona al objeto; la gracia le reclama para sí
misma. La misericordia rescata el peligro, la gracia imparte una nueva
naturaleza y confiere un nuevo estado. La misericordia es amor de Dios
que idea un modo de escapar. La gracia es el mismo amor ideando modos de
transformar a su objeto a la semejanza divina y habilitándolo para
participar de la bienaventuranza celestial". De esta manera,
la gracia como principio activo, que obra en el creyente, transformándolo
a la semejanza de Dios, hace inútil la ley de Moisés.
Por eso es que no estamos bajo la ley sino bajo
la gracia. (Romanos 6:14).
Los adventistas toman
unos textos de los Salmos, que a veces son Salmos proféticos, que
se refieren a Cristo y otras veces, que David habla de la ley como el conjunto
de la revelación de Dios, que en sus días era posiblemente
"El Pentateuco" y dice: "Cuanto amo yo tu ley"
y "tu ley es la verdad". Pero no olvidemos
que David no era más que Cristo, ni supo en sus días tanto
como Pablo. Aunque David fue un hombre privilegiado en su tiempo, pero
¿cómo vamos a subordinar lo que dijo Cristo y Pablo, por
ejemplo, a lo que escribió David? Imposible. Además, yo acuso
a los adventistas de que tratando de volcar la Escritura a su favor, hacen
decir a la Palabra de Dios lo que ella no dice, y voy a probarlo.
En Hebreos 10:26 dice:
"Porque
si pecaremos voluntariamente después de haber recibido el
conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por el pecado".
En un tratado (adventista) que se titula
"La norma del juicio" y
que está garantizado por la "Asociación Occidental de
los Adventistas del Séptimo día en Cuba", citan el mismo
versículo, pero falseado en la forma siguiente: "Si
persistimos en el pecado voluntario, después de haber tenido
conocimiento
de la ley, ya no queda sacrificio por el pecado". Según
esto, nadie podría salvarse, porque a mí, por ejemplo, me
enseñaron la ley desde que tenía uso de razón. No
me enseñaron la gracia porque mis padres no sabían lo que
era, ya que los sacerdotes católicos, en parte, como los adventistas,
enseñan la ley. Pues bien, yo después de conocer la ley he
pecado y estoy convencido de que los adventistas también han pecado,
y según su tratadito, si uno peca voluntariamente
después de conocer la ley, ya no hay salvación. Verdaderamente
son dignos de lástima, por su ofuscación con la ley y en
la ley.
Es de suma importancia
entender bien los dos principios opuestos: La ley y la gracia. "La ley
nos presenta a Dios como quien prohibe y manda". "La gracia le presenta
como quien encarece y ofrece". "La ley maldice, la gracia redime de maldición".
"La ley mata, la gracia da vida". La ley establece una distancia entre
Dios y el pecador. La gracia abre el camino hacia Dios. La ley dice: "ojo
por ojo", la gracia dice: "No resistáis
al mal". La ley dice: Aborrecerás a
tu enemigo, y la gracia: "Amad a vuestros
enemigos".
Voy a dar fin a este
capítulo, citando un cuadro vivo, conde la Palabra de Dios nos hace
ver de una manera magistral, lo que es la ley de Moisés y la gracia
de Cristo, y después decidme debajo de cual queréis estar.
Un día estaba Cristo en el Templo de Jerusalén. Era por la
mañana. Los escribas y fariseos vinieron a él trayéndole
una mujer que había quebrantado la ley de Moisés. ¿Qué
dice la ley en aquel caso? ¿Qué se la perdone? No. La ley
dice que la mujer debe morir apedreada. ¿Qué dijo la gracia
antes aquel hecho consumado? Yo no te condeno
mujer: Vete y no peques más. ¿Quisieran ustedes
que la gracia hubiese procedido de otro modo? Entonces dejaría de
ser gracia.
Y ahora díganme:
¿Cómo puede ser posible hacer una mezcla de ley y de gracia?
¿Cómo puede el pecador ser salvo por los dos principios al
mismo tiempo? Si es cuestión de tener que cumplir la ley, ella nos
condena siempre. En tal caso, si hemos de ser salvos, ha de serlo por gracia,
una gracia abundante que nos quite el yugo de la ley, que nos perdone los
pecados cometidos bajo la ley aunque no sea la ley de Moisés, sino
la ley natural o de la conciencia, y que transforme nuestros pensamientos
y sentimientos, haciéndonos amar a Dios, no por obligación,
sino por amor.
Los
enemigos de la gracia son la ley, las obras y la suficiencia propia.
Por tanto, la salvación "es por fe para que
sea por gracia" (Romanos 4:16). Y para cerrar con broche de oro,
copio aquí un párrafo que Bunyan pone labios de "Fiel" y
"Cristiano".
Fiel.-
Ya había subido hasta la mitad del collado, cuando mirando atrás
vi a uno que me seguía más ligero que el viento, y me alcanzó...
y me dio tan fuerte golpe, que me arrojó al suelo dejándome
por muerto.
Preguntéle
la causa de este mal tratamiento y... me dio otro golpe mortal en el pecho
que me hizo caer de espaldas, dejándome medio muerto a sus pies.
Cuando volví
en mí pedíle misericordia; mas su contestación fue:
YO NO SÉ MOSTRAR MISERICORDIA; y de nuevo me arrojó al suelo.
Cristiano.-
El hombre que te alcanzó era Moisés; no perdona a nadie,
ni sabe compadecerse de los que quebrantan la ley.
Fiel.-
Lo sé, y seguramente hubiera acabado conmigo a no haber pasado por
allí uno que tenía heridas sus manos y su costado, que le
mandó detenerse. (El Peregrino, capítulo once).
(1) La idea es de tamaño, por lo tanto la palabra "abultase",
o "se hiciese más visible", son más descriptivas hoy en nuestro
vocabulario que la empleada en la traducción utilizada.
(2) Sólo unas breves líneas a propósito de esta
mención respecto a la fe de Abram. La fe de Abram como la de todos
nosotros tuvo un crecimiento progresivo, basado en su relación personal
con Dios.
Abram se marchó de su tierra y familia cuando recibió
el llamamiento de Dios, a los 75 años, y en su primer caminar tuvo
tiempo para cultivar su fe en Dios a través de las relaciones que
siguieron a tal decisión, cuando hubo hambre sobre la tierra, cuando
fue defendido por Dios ante el faraón, cuando se separó de
Lot y se fue a las tierras menos "productivas" a primera vista. Luego recibió
una importante promesa de Dios para él y su descendencia, pero su
fe todavía no había progresado y él pensó ne
"arreglárselas por sí mismo" para tener descendencia de Agar.
Todavía necesitó conocer más al Dios Todopoderoso
antes de descansar en sus promesas de darle descendencia a través
de su anciana esposa que ya carecía de menstruación.
Esto es una simplificación de muchos años de comunión
y conocimiento de Dios, y de ver su tremendo poder destruyendo a Sodoma
y Gomorra, pero regalándole la liberación de Lot y sus hijas.
Cuando la fe de Abrahám llegó a su madurez, él no
creyó nunca que ina a sacrificar a Isaac, sino a presenciar un prodigio
de parte de Dios. Nunca demanda Dios una fe ciega, fanática e irracional,
sino que nos va proporcionando evidencias para creer.
Abrahám creyó plenamente en la promesa de que Dios le
daría descendencia en Isaac, y por lo tanto él estaba seguro
del poder de Dios para resucitarlo aun cuando lo hubiese ofrecido en el
sacrificio. Esta es la revelación que sobre este asunto nos da Hebreos
11:18. Ni por un momento Abrahám pensó en resultar defraudado
ahora, después de tantas pruebas de parte de Dios, para perder y
regresar sin su hijo, porque ya había adquirido el conocimiento
de la fidelidad, del poder, y del cumplimiento absoluto de las promesas
de Dios, y sólo descansó en ellas.
No era, pues, un acto sublime, sino un acto natural de quien adquirió
una fe firme, no quimérica, ni fantástica, en un Dios que
es real. Una fe no puesta en hombres, ni en organizaciones humanas falibles
y por cuya experiencia jamás confiaría. Pero en Aquel que
es siempre FIEL, ni por un momento pensó en que después de
tantas demostraciones de poder y certeza, le pudiera ahora fallar (Rom.
4:21). Tampoco tenía conciencia de cometer asesinato alguno, pues
sabía que Isaac recobraría la vida para darle la descendencia
comprometida por Dios.
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