William Miller

EL EXTRAÑO ERROR

DE WILLIAM MILLER

Capítulo 2

EL DESPERTAR

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site 



"My thoughts on awful subjects roll:
Damnation and the dead".
Dr. Watts

Hubo dos incidentes que ocurrieron durante la carrera militar de William Miller, justo cuando estaba a punto de retornar a la vida civil, que arrastraron sus pensamientos hacia nuevos canales. El primero ocurrió una noche en el campamento, y a una hora en que hacía la ronda para ver que todo estaba tranquilo y que sus hombres estaban en sus tiendas. Mientras cumplía con su deber, observó que había luz en una de ellas y oyó que alguien hablaba en voz baja pero con gran intensidad. Se detuvo y escuchó. Ahora oyó otras voces, también bajas, y se puso alerta enseguida. Había sido muy difícil evitar que los hombres jugaran juegos de azar en el campamento, y se habían dado órdenes estrictas al respecto. Por un momento, pensó que había sorprendido a algunos transgresores con las manos en la masa. Acercándose a la carpa, se detuvo y escuchó otra vez. Hubo una pausa, y entonces la voz que había oído al principio comenzó a hablar nuevamente - esta vez en tono de aparente súplica. Miller se dio cuenta ahora de que el hombre estaba orando. Encogiéndose de hombros con impaciencia, se alejó. La vida en el ejército no había disminuído su miserable hábito de ridiculizar toda observancia religiosa, y meditando en lo que había oído, decidió jugarle una mala pasada a este joven soldado al día siguiente, y darle un buen susto en relación con el sonido de las voces que habían salido de su tienda durante la noche. Así pues, cuando llegó la mañana, lo hizo venir y lo esperó de pie con el ceño desagradablemente fruncido.

"Sargento Willey", le dijo, dirigiéndose al joven cuando se aproximó, "Ud. sabe que es contrario al reglamento militar tener juegos de azar en las tiendas durante la noche. Sentí mucho ver que en su tienda había luz con este propósito anoche. No podemos tener nada de juego a tales horas. Debe Ud. para eso enseguida. Espero no tener que hablarle nuevamente acerca de esto".

El joven soldado, tomado completamente por sorpresa. se ruborizó hasta la raíz de sus cabellos. "No estábamos jugando, señor", tartamudeó, bajando los ojos.

Había algo en el rostro juvenil y cándido delante de él y en el tono de su voz que conmovió al Capt. Miller a pesar de sí mismo. Desechó la impresión de su mente, y continuó con su chiste. Creía que podría disfrutar obligando al Sargento Willey a confesar lo que había estado haciendo, para luego ridiculizarlo.

"¡Sí, estábais jugando!", exclamó, contradiciéndolo con mayor severidad, "y no puede ser! ¿Para qué otra cosa podrían Uds. haber mantenido su tienda iluminada toda la noche si no era para jugar?"

El joven soldado se enderezó en toda su estatura, y cuadrando los hombros, miró al Capt. Miller directamente. "Estábamos orando, señor", contestó, tranquila y sencillamente.

Había tanta dignidad y verdad en la respuesta y en la manera en que fue dada, que el Capt. Miller repentinamente se sintió azorado y humillado. Sin una palabra más, giró sobre sus talones, y se alejó. Los valientes y sinceros ojos que tan sin temor se habían encontrado con los suyos lo hicieron sentir incómodo. Él mismo había jugado algunas veces, y recordaba esto, y ese hecho ahora lo avergonzaba al pensar en la broma que había tratado de jugarle y que había fallado tan lamentablemente. Estaba más inquieto de lo que estaba dispuesto a admitir. La noche siguiente, permaneció sentado para tratar de sacudir la impresión que el incidente le había causado, pero no lo consiguió. Pensó en el valor que había mostrado el grupo de jóvenes soldados, cuyas voces había oído en la tienda, y su valerosa independencia al unirse para orar por la seguridad de sus almas en el medio mismo de la atmósfera dura y embrutecedora del campamento. Se sintió sacudido por ello, y pensó en su propia alma. ¿Cuál era su condición? ¿La había adormecido hasta el punto de no poderse despertar? Recordaba que a veces - de hecho, a menudo - él, como los que lo rodeaban, habían usado libremente el nombre del Todopoderoso. Esto también lo preocupaba ahora.

"Un día", dice en sus Memorias, "me sorprendí a mí mismo en el acto de tomar el nombre de Dios en vano - un hábito que había adquirido en el servicio militar; y enseguida fui convencido de su pecaminosidad".

Ahora, a pesar de todo el deísmo de William Miller, y del que mucho se jactaba, no se requería sino un poquito de investigación para descubrir una naturaleza ingenua, sencilla, y amable, oculta bajo la capa exterior de su corazón. La siguiente afirmación de su biógrafo, que era también su amigo personal, muestra esto:

"Todos los que conocen algo de la cuestión, confirmarán que su integridad personal y honor oficial fueron tales durante su relación con el ejército que imponían, casi a un grado incomparable, el respeto y el afecto de todos los que estaban bajo sus órdenes como oficial, y la sincera confianza y la estimación de sus colegas oficiales.

"Por años después de que terminó la guerra, era común que sus compañeros de armas se desviaran cinco o seis millas de la ruta principal de su viaje para disfrutar de una corta entrevista con alguien a quien se sentían fuertemente ligados; y algunos menos previsores, sintiéndose seguros de que los recibiría con una especie de paternal simpatía, que un pobre e infortunado soldado rara vez encuentra en el mundo, acostumbraban quedarse con él algunos días o semanas seguidos". [Sylvester Bliss, Life of William Miller].

El segundo incidente que causó una profunda impresión en él fue cuando un amigo suyo llamado Spencer murió de fiebre en el campamento. Durante la enfermedad de éste último, el capitán Miller tuvo una larga conversación con él, de la cual hizo un relato a su esposa. Es evidente que esta conversación, seguida por la muerte de su amigo, tocó nuevamente en su interior la cuerda que por largo tiempo había permanecido adormecida. El observar las fuerzas vitales menguar y finalmente desaparecer del cuerpo del que había sido compañero de confianza parece haberlo conmovido hasta lo más profundo de su ser, e iniciado preguntas en su mente en relación con la existencia del alma después de la muerte, que lo ponían perplejo y le causaban punzante angustia y aprensión.

"Un poco más de tiempo", le escribió a sus esposa, "y, como Spencer, ya no seré más. Es un pensamiento solemne. Sin embargo, si yo pudiera estar seguro de otra vida, no habría nada terrífico; pero apagarse como una vela que se extingue es insoportable. El pensamiento es triste. ¡No! Antes déjenme aferrarme a esa esperanza que asegura una existencia interminable; una futura primavera donde cesen las preocupaciones y las lágrimas no encuentren salida; donde florezca una interminable primavera, y el amor, puro como la nieve, repose en cada pecho. Querida Lucy, escríbeme, y déjame saber cómo pasas el tiempo. Buenas noches. Estoy preocupado. William Miller".

Puede verse que su mente estaba siendo agitada por estas preguntas cuando fue dado de baja en el ejército ese mismo año y regresó a sus humildes ocupaciones de granjero. Durante su ausencia de siete años o más, su padre, cuyo hogar había estado por algún tiempo en Low Hampton, había muerto, y para estar cerca de su madre, Miller abandonó Poultney y trasladó a su familia, que ahora consistía de su esposa y un joven hijo, a una granja cercana a la de ella, que consistía de doscientos acres. Aquí él construyó una de esas típicas casagranjas de la Nueva Inglaterra, pintadas de blanco con persianas verdes, que son tan familiares a los que conocen el país, y comenzó a cultivar en serio. Pero el trabajo manual no fue suficiente para aquietar su turbado espíritu. Ahora se enfrentaba a una batalla peor que cualquiera en la cual hubiera participado durante su carrera militar, pero esta vez no era un conflicto corporal. Era una experiencia mental, cargada de angustia mental. Dudas y temores lo asaltaban por un lado, y un anhelo de fe y el gozo de la paz y la seguridad de una tranquila conciencia, por el otro. Ni siquiera su dedicada esposa podía hacer nada para ayudarlo. Estaba obligada a hacerse a un lado, observar en silencio la miseria de él, y orar pidiendo que llegara el alivio.

Refiriéndose a este infeliz período, dice en sus Memorias: "Pensé en buscar en el círculo doméstico aquella felicidad que siempre me había eludido en mis anteriores ocupaciones. Por un corto espacio de tiempo, se quitaron de mi mente los cuidados y las cargas; pero, después de otro poco, sentí la necesidad de alguna ocupación activa. Mi vida se había vuelto demasiado monótona. Había perdido todas las esperanzas de las cuales, en mi juventud, había esperado disfrutar en mis años maduros. Me parecía que no había nada bueno sobre la tierra. Las cosas en las cuales había esperado encontrar algún bien sólido me habían engañado. Comencé a pensar que el hombre no era más que un bruto, y que la idea del más allá no era sino un sueño; la aniquilación era un pensamiento escalofriante; y el tener que dar cuenta era la segura destrucción de todos. Los cielos eran como bronce sobre mi cabeza, y la tierra como hierro bajo mis pies".

Ya sea que estuviera trabajando en los campos de heno o con la azada en su jardín, no podía escapar de los pensamientos que lo atormentaban.

"¡La eternidad!", exclamaba, "¿qué era? Y la muerte, ¿qué era? Mientras más razonaba, más lejos estaba de una evidencia concluyente. Mientras más pensaba, más dispersas eran mis conclusiones. Traté de dejar de pensar, pero mis pernsamientos no quisieron dejarse controlar. Me sentía verdaderamente miserable, pero no entendía la causa. Murmuraba y me quejaba, pero no sabía de quién. Sentía que había un error, pero no sabía ni cómo ni dónde encontrar lo correcto. Me lamentaba, pero sin esperanza". [J. V. Himes, Memoirs. Publicado en 1841].

A veces ocurre que una afirmación drástica despierta en el oyente un sentido de oposición que es saludable, y esto ocurrió durante una conversación que tuvo con un conocido suyo - el juez Stanley, que evidentemente era un confirmado deísta.

"Le pregunté su opinión con respecto a nuestra condición en otro estado", dice Miller en sus Memoirs. "Me contestó comparándola con la de un árbol, que florece por un tiempo y regresa a la tierra; y con la de la vela, que arde hasta que se extingue en la nada. Estuve entonces satisfecho de que el deísmo estaba conectado inseparablemente con una futura existencia, y tendía a la negación de ella. Y pensé para mis adentros que antes que abrazar un tal punto de vista, prefería el cielo y el infierno de las Escrituras, y correr el riesgo con respecto a ellos".

Este estado mental duró por algún tiempo, y le causó agudo sufrimiento. Justo cuando todo le parecía más oscuro, una luz se hizo en su miseria. Sucedió en la pequeña Iglesia Bautista de Low Hampton, y él hace el siguiente relato de ello:

"De repente", dice, "mi mente se impresionó vívidamente con el carácter de un Salvador. Me pareció que podía existir un Ser tan bueno y compasivo como para expiar nuestras transgresiones, y por lo tanto salvarnos del sufrimiento y el castigo del pecado. Inmediatamente sentí cuán adorable debería ser un Ser así, e imaginé que yo podría arrojarme en los brazos de él y confiar en su misericordia. Vi que la Biblia presentaba un Salvador como el que yo necesitaba. Me vi constreñido a admitir que las Escrituras debían ser una revelación de Dios. Se convirtieron en delicia - continúa diciendo - y en Jesús encontré a un amigo. El Salvador se convirtió para mí en el principal de entre diez mil, y las Escrituras, que antes eran oscuras y contradictorias, ahora se convirtieron en lámpara a mis pies, y lumbrera a mi camino. Mi mente se calmó, y quedé satisfecho. Encontré que el Señor Dios era una roca en el océano de la vida".

¡Con qué oraciones de gracias observó Lucy Miller a su esposo salir del valle de las sombras, donde había experimentado el punzante sufrimiento del conflicto espiritual y mental!

"Ahora la Biblia se convirtió en mi principal objeto de estudio", continúa explicando, "y puedo decir verdaderamente que la escudriñé con gran deleite. Encontré que nunca se me había dicho ni la mitad. Me preguntaba por qué no había visto antes su belleza y su gloria, y me maravillaba de que alguna vez hubiera podido rechazarla. Encontré revelado todo lo que mi corazón pudiera desear, y un remedio para cada enfermedad del alma. Perdí todo el gusto por otras lecturas, y apliqué mi corazón a obtener la sabiduría que da Dios".

Todo otro pensamiento estaba ahora subordinado a esta grande y absorbente cuestión de la inmortalidad, y las seguridades que encontró expresadas en la Biblia en relación con ella. Pero, al estudiar este libro de revelación, rehusó ser guiado por el gran peso de la opinión acumulado a través de los siglos, y tampoco quiso aceptar las interpretaciones de una larga línea de mentes iluminadas en relación con algunos de los pasajes más oscuros. Decidió ser su propio intérprete.

De acuerdo con su biógrafo (Sylvester Bliss el mayor era miembro de las Sociedades Históricas y Genealógicas de Boston, Mass.), resolvió hacer a un lado todas las opiniones preconcebidas, y recibió con sencillez infantil el significado obvio y natural de las Escrituras. "Prosiguió el estudio de la Biblia", se nos dice, "con el más intenso interés, dedicando a este propósito noches y días enteros. A veces deleitado con la verdad que brillaba del sagrado volumen, haciendo claro a su comprensión el gran plan de Dios para la redención de la raza caída; a veces perplejo y casi confundido por pasajes aparentemente inexplicables o contradictorios, perseveraba hasta que la aplicación de su gran principio de interpretación salía triunfante. Se sentía perplejo sólo para sentirse deleitado, y deleitado sólo para perseverar más en la comprensión de sus bellezas y misterios".

Causó un gran revuelo entre sus amigos y antiguos asociados en Poultney el anuncio de su cambio de creencias. "Sus incrédulos amigos", dice su biógrafo, "consideraron su salida de en medio de ellos como la pérdida de un portaestandarte", pero el regocijo entre su propia gente fue profundo y sincero. Sin embargo, pronto comenzó él a especializarse en sus investigaciones y a enfocar su atención sobre las misteriosas profecías de Daniel, y trató de penetrar el simbolismo del sueño del rey Nabucodonosor y a conectar estas profecías con otras que se encontraban mayormente en el Antiguo Testamento. Las aceptaba literalmente, rehusando reconocer la costumbre hebrea de usar metáforas, y no pasó mucho tiempo antes de que se sumergiera en un intrincado sistema de hipotéticos períodos de fechas, todas las cuales apuntaban a la destrucción del mundo por medio del fuego, precedida por la Segunda Venida de nuestro Señor.

Por más de catorce años, todo el tiempo de William Miller fue utilizado así - trabajando en su granja, y en sus horas libres trazando gráficas cubiertas por una maraña de cálculos matemáticos, todos tendientes a probar la exactitud de su sistema de interpretar las profecías de acuerdo con sus propios métodos personales. Y todos estos cállculos mostraban que el año de 1843 introduciría el Milenio. Mientras más desarrollaba su teoría, más se convencía de la verdad de ella.

"De tiempo en tiempo surgían en mi mente varias dificultades y objeciones", dice; "se me ocurrían ciertos textos que parecían pesar contra mis conclusiones; y yo no quería presentar un punto de vista a otros mientras cualquier dificultad pareciera militar contra él. Por lo tanto, continué estudiando la Biblia para ver si yo podía sustentar alguna de estas objeciones. Mi propósito no era sólo quitarlas, sino que deseaba ver si eran válidas.

"De esta manera me ocupé por cinco años - desde 1818 hasta 1823 - sopesando las varias objeciones que se presentaban a mi mente.

"Con la solemne convicción de que estaba predicho en las Escrituras que estos trascendentales sucesos se cumplirían en un corto espacio, se me presentó con fuerza la pregunta en relación con mi deber hacia el mundo, en vista de la evidencia que había impresionado mi propia mente. Si el fin estaba tan cerca, era importante que el mundo lo supiera".

Más tarde dice: "El deber de presentar a otros la evidencia de la cercanía del Advenimiento - un deber que yo había logrado evadddir mientras encontré que quedaba una sombra de objeción contra su verdad - nuevamente se me presentó con gran fuerza. Hasta ahora, yo sólo había hecho sugerencias ocasionales acerca de mis puntos de vista. Ahora comencé a hablar más claramente a mis vecinos, a ministros, y otros. Para mi asombro, encontré que muy pocos escuchaban con algún interés. De vez en cuando, alguno veía la fuerza de la evidencia, pero la gran mayoría la pasaba por alto como un cuento.

"Supuse que despertaría la oposición de los impíos, pero nunca me pasó por la cabeza que un cristiano se le opusiera. Supuse que éstos últimos se regocijarían, en vista del glorioso futuro, y que sólo sería necesario presentársela para que la recibieran". [Sylvester Bliss, Life of William Miller].

Este inconveniente temporal lo deprimió no poco, pero no por mucho tiempo. Al pasar el tiempo, este deseo de hacer sonar la alarma se apoderó de él nuevamente. Le parecía oír con claridad voces diciéndole que saliera e hiciera saber este descubrimiento al mundo.

"Mientras estaba en mis ocupaciones", escribe, "constantemente oía sonar en mis oídos: 'Ve y avísale al mundo acerca del peligro'. ... Sentí que si los impíos podían ser advertidos efectivamente, multitud de ellos se arrepentirían". Pero, a pesar de una peculiar certeza en relación con sus convicciones, William Miller era un hombre tímido en muchos respectos. Aunque anteriormente había ridiculizado a otros libremente, él mismo sentía aprensión al pensar en sus dardos, y temía a las críticas y el ser mal comprendido.

"Hice todo lo que pude", dice, "para evitar la convicción de que de mí se requería cualquier cosa; y pensé que hablando de ello a todos libremente yo cumplía con mi deber; pero todavía seguía escuchando la voz: 'Ve y cuéntaselo al mundo'.

"Mientras más presentaba la cuestión en conversación, menos satisfecho me sentía conmigo mismo por retenerla y no hacerla pública. Traté de excusarme con el Señor por no salir y proclamarla al mundo. Le dije al Señor que yo no estaba acostumbrado a hablar en público; que yo no tenía la debida preparación para atraer la atención de un auditorio; que yo era muy tímido, y temía presentarme delante del mundo; que yo era lento en el hablar y torpe de lengua. Pero no pude obtener alivio".

De acuerdo con su propio relato, él resistió estos impulsos interiores por nueve años más. Tenía cincuenta años de edad entonces, y su vida de constante lucha mental y trabajo físico, junto con los efectos duraderos de la enfermedad contraída en el ejército, lo había envejecido más allá de sus años, y aparentaba ser mucho mayor de lo que era. Tendía a ser corpulento, y sentía el esfuerzo de hacer ejercicios desusados.

Fue en el otoño de 1831, sin embargo, cuando finalmente comenzó a dictar conferencias, y resultó de esta manera:

Después del desayuno un domingo por la mañana, estaba sentado trabajando en sus cálculos del tiempo judío y revisando su interpretación de las profecías, cuando una voz pareció decirle más fuertemente de lo que nunca antes lo había oído: "¡Vé y cuéntaselo al mundo!"

"La impresión fue tan súbita", escribe, "y vino con tanta fuerza, que me dejé caer en mi silla, diciendo: 'No puedo ir, Señor'. '¿Por qué no?', parecía ser la respuesta. Y entonces se me aparecieron todas mis excusas - mi falta de capacidad, etc. Pero mi angustia se volvió tan grande que entré en un pacto solemne con Dios de que, si Él allanaba el camino, yo iría y cumpliría con mi deber con el mundo. '¿Qué quieres decir con abrir el camino'?, me pareció oír. 'Bueno', dije, 'si me invitan a hablar en público en algún lugar, iré y les diré lo que encontré en la Biblia acerca de la venida del Señor'. Instantáneamente, toda mi carga desapareció, y me regocijé de que no probablemente no sería llamado, porque nunca había recibido una invitación así".

Como media hora después de esto, cuenta él, un joven llamó a la puerta. Era el hijo de un tal Sr. Gifford, de Dresden. Me explicó que no había predicador que ocupara el púlpito de la iglesia del lugar al día sguiente, y que su padre había pensado que sería una magnífica oportunidad para que la congregación escuchara los puntos de vista del Sr. Miller acerca de la cercanía de la Segunda Venida y la consiguiente destrucción del mundo, y que lo había enviado a él a preguntarme si yo quería ir y disertar sobre el tema.

Esto le causó un gran impacto a William Miller. Se encontró lamentando el pacto que había hecho con Dios, pero se sentía obligado por él, y mandó a decir que iría. Era su primera experiencia de esta clase, y estaba demasiado agitado para hacer cualquier preparación real. Al subir los escalones hacia el púlpito a la mañana siguiente, casi se sintió incapaz de cumplir su parte del pacto. De pie delante de la pequeña congregación Bautista de Dresden, titubeó por un breve momento, y luego comenzó a hablar. Inmediatamente, le pareció que un nuevo talento había nacido en él, un talento del cual nunca antes había sido consciente. Al explicar sus razones para creer en la cercanía del Día de Juicio - como él se representaba la súbita aparición en los cielos del Salvador en nubes de gloria, que ellos deberían estar preparados para presenciar en cualquier momento entre 1843 y 1844 - encontró una repentina fluidez de palabras para describir la consternación y la confusión de los impíos, sus inútiles gritos pidiendo misericordia, la tierra encogiéndose a causa del fuego, los gritos de victoria de los redimidos mientras eran arrebatados en el aire, libres de la ardiente destrucción por debajo de ellos - sus oyentes se enderezaron en sus bancas como fascinados.

Así como una chispa de una máquina que pasa es suficiente para iniciar un incendio forestal, así también la primera conferencia de William Miller en la pequeña Iglesia Bautista de Dresden inició una conflagración que el clero opositor de las iglesias ortodoxas, los periódicos, los conferenciantes, y el público más normal y equilibrado no pudieron reprimir.

Después de esto, los habitantes del campo llegaron en tropel de los pueblos vecinos. Al principio, la curiosidad los traía, pero, al difundirse la noticia de su profecía, comenzó un reavivamiento, acompañado de gran entusiasmo, y "en trece familias todos menos dos personas fueron felizmente convertidos", de acuerdo con relatos de la época.

Inmediatamente, le llovieron invitaciones para disertar en varios lugares. En seguida le tocó el turno al pueblo de Paulet, y después de eso fue un viajar continuamente de un lugar a otro. Al escribir de esto, él dice:

"Las iglesias de los Congregacionalistas, los Bautistas, y los Metodistas se abrieron de par en par. En casi cada lugar que visitaba, mi labor resultaba en ganar a los reincidentes y la conversión de los pecadores. Por lo general, era invitado a campos de labor por los ministros de las varias congregaciones que visitaba, que me daban su aprobación. Nunca he trabajado en ningún campo al cual no hubiera sido previamente invitado. Las apremiantes invitaciones del ministerio y los principales dirigentes de las iglesias llegaban continuamente desde ese tiempo y durante el período entero de mi labor pública. Me fue imposible cumplir con más de la mitad de ellas. Les hablaba a casas atestadas, por todo el occidente de Vermont, por todo el norte de New York, y en el oriente de Canadá".

Para entonces, había adquirido una infalible capacidad para captar la atención de sus oyentes, y le daba el siguiente consejo al Pastor Hendryx, un amigo Bautista suyo que evidentemente le había escrito preguntándole el secreto de su arte:

"Un gran medio de hacer el bien", explica Miller al contestar, "es hacer a  los feligreses conscientes de que Ud. habla en serio, de que Ud., plena y solemnemente, cree lo que predica. Si Ud. desea que la gente sienta, siéntalo Ud. Si Ud. desea que crean lo que Ud. cree, muéstreles, por su constante asiduidad en la enseñanza, que Ud. sinceramente lo desea".

Al año siguiente, comenzaron a llegarle solicitudes para que publicara sus puntos de vista. Como de costumbre, le escribió al pastor Hendryx sobre el tema. Su carta está fechada el 23 de enero de 1832: "He escrito algunos artículos sobre la venida de Cristo y la destrucción final de la bestia, cuando su cuerpo sea entregado a las llamas ardientes. Pueden aparecer en el Vermont Telegraph. Si no, lo harán en forma de folleto. Están dirigidos al pastor Smith de Poultney, y él está en libertad de publicarlos".

Para este tiempo, William Miller había adquirido un estilo y manera de predicar que le daba rienda suelta a su sentido de los valores dramáticos. Esto puede verse en una carta que le escribió al pastor Hendryx, fechada el 30 de mayo de 1832:

"Estoy persuadido de que el fin del mundo ha llegado. La evidencia fluye de todos lados. 'La tierra se tambalea como un borracho.' ... ¿Está la cosecha terminada y ya ha pasado? Si es así, pronto, muy pronto, Dios se levantará en su ira, y la viña de la tierra será cosechada. ¡Ved! ¡Ved!  ¡El ángel con su afilada guadaña está a punto de apoderarse del campo! ¡Ved más allá a una víctima temblorosa caer delante de su pestilente aliento! Altos y bajo, ricos y pobres, temblando y cayendo delante de la tumba aterradora, la terrible cólera.

"¡Oíd!  ¡Oíd los terribles aullidos de las naciones furiosas! Es el presagio de la horrenda y terrífica guerra. ¡Mirad, mirad otra vez! ¡Ved coronas, y reyes, y reinos temblando en el polvo! ¡Ved a los lores y nobles, a los capitanes y a los poderosos, todos armándose para la sangrienta y demoníaca lucha! ¡Ved a las aves carnívoras volar chillando por el aire! ¡Ved, ved estas señales! ¡He aquí, los cielos se ponen negros con las nubes; el sol se ha velado; la luna, pálida y abandonada, cuelga en la mitad del aire; desciende el granizo; los siete truenos dejan oír sus poderosas voces; los relámpagos envían sus vívidos rayos de llamas sulfurosas; y la gran ciudad de las naciones cae para siempre, para no levantarse más! En este temido momento, ¡mirad! ¡Las nubes han estallado; los cielos aparecen, el gran trono blanco se alcanza a ver! ¡El asombro llena el universo! ¡Él viene! ¡Él viene! ¡He aquí que el Salvador viene! ¡Levantad vuestras cabezas, vosotros los santos! ¡Él viene! ¡Él viene! WILLIAM MILLER".

¡Uno puede ver claramente por qué la pequeña congregación Bautista de Dresden quedó fascinada!

El hermano Hendryx se deleitaba en una carta de esta clase, con un buen sabor de reavivamiento, y esta era una de las razones por las cuales William Miller encontraba un especial disfrute en esta sociedad. En el siguiente mes de marzo, le escribió nuevamente, y se expresó así: "Más que nunca, deseo verlo, y cuando tengamos menos compañía, de manera que podamos sentarnos y comernos un buen plato de Biblia juntos. La luz constantemente está entrando, y me siento más y más confirmado en las cosas que le dicho".

Luego continúa, en tono como de charla, dándole las noticias locales, siendo una de las cuales que se necesitaba un pastor en la iglesia de Low Hampton y que todo el mundo expresaba su opinión libremente en cuanto a la clase de hombre más apto para el lugar. "Alguna de nuestra gente quieren una charla rápida", escribe. "¡Pero yo preferiría una rápida comprensión!"

Fue más o menos por este tiempo cuando aparecieron extrañas señales en los cielos, y con tal frecuencia, que causaron gran inquietud. Eran las precursoras del famoso fenómeno de la caída de las estrellas en 1833, que produjo terror y consternación entre los que habían oído la profecía de William Miller. Ocurrió que estas señales precursoras de ese fenómeno estaban dando lugar a muchos comentarios, no sólo del público en general, sino de científicos, que los observaban con desusado interés.

Esta autora fue lo bastante afortunada para encontrar un raro relato de una de estas apariciones en un antiguo diario cuáquero escrito en ese tiempo. Dice así:

"Notables luces se ven en la Segunda Familia - Watervliet, diciembre 2, 1831.

"El sábado por la noche, 2 de diciembre, justo después de haberme retirado, estando todavía despierto y mirando hacia la lavandería, me pareció verla incendiada. Le pedí a Asaneth Harwood que viniera a ver lo que pasaba. Ella vino, y al ver lo que yo veía, dijo: '¡Oh, esa es una luz espiritual!' Entonces, dos Hermanas se levantaron y vinieron a la ventana y vieron lo mismo. Una de ellas me dijo que mejor llamara a las hermanas en el cuarto del frente 'porque puede ser fuego', dijo.

"Fui y llamé a las Hermanas Polly Bacon y Ellen Brandet. Miraron hacia afuera y pensaron que los graneros de South House se habían incendiado.

"Entonces, Polly fue y llamó a Joel Smith para que viera si los graneros realmente se habían incendiado. Mientras Joel se vestía, nos arrodillamos y oramos para que, si era un incendio, pudiera ser apagado.

"Entonces fui al salón de estar y, encontrándome con William Seeley, le pedí que fuera y mirara. Fue, pero ni él ni Joel pudieron ver nada de luz o de fuego.

"Vi dos luces grandes - entonces parecían haber dos docenas de grandes sábanas de luz; entonces todas parecían convertirse en estrellitas muy dispersas; y entonces parecían desaparecer, excepto las dos grandes luces que quedaron cuando el resto había desaparecido. Las estrellas entonces aparecían otra vez.

"Me fui a la cama, y me quedé allí como una hora, y las vi todo el tiempo. Me dormí, desperté otra vez, y las vi como antes.

"Después de permanecer despierta por un tiempo considerable, me quedé dormida, y cuando desperté, habían desaparecido. [Firmado] "PERMILIA EARLS".

Nota: Permilia también dijo que parecía como si la luz se reunía en sábanas que subían una después de la otra. Cuando se hubieron reunido de esta manera, una gran estrella se disparó hacia el occidente, y luego muchas se dispararon hacia arriba como chispas desde la chimenea de un herrero.

"Entonces se reunieron nuevamente como antes, y se dispararon de manera semejante, repitiéndose lo mismo muchísimas veces.

"La luz era de color plateado. Las otras hermanas dicen que lo mismo les pareció a ellas.

"Permilia también dice que, al cerrar sus ojos, le pareció que alguien vino y se los abrió dos o tres veces, y entonces la habitación se llenó de luces".

Fueron dos años después de esto, justo cuando la creencia en la profecía de William Miller ganaba terreno rápidamente, cuando, según todas las apariencias, los cielos nocturnos comenzaron a caer a tierra. Nada podría haber ocurrido para promover mejor la aceptación de sus cálculos proféticos que la inspiradora contemplación de estos extraños fenómenos. Los periódicos estaban llenos de ello, y especulaban con largueza acerca de las causas.

"¡Seguramente", exclamaba la gente, "las profecías bíblicas se están cumpliendo! ¡Éstas son las señales en los cielos de las cuales se ha hablado!" Muchos temblaron de temor. Algunos de los relatos que aparecieron en los periódicos son tan extraordinarios y revelan tan claramente el estado de la mente del público de ese tiempo que algunos de ellos deben ser incluídos en el capítulo siguiente.


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