William Miller

EL EXTRAÑO ERROR

DE WILLIAM MILLER

Capítulo 3

SEÑALES EN LOS CIELOS

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site 



"Nature in wild amaze,
Hr dissolution mourns;
Blushes of blood the moon deface,
The sun to darkness turns."
Antiguo himno de campamentos evangelísticos.

El hombre está acostumbrado a mirar al firmamento estrellado con confianza y un sentido de ilimitada seguridad. Observa los planetas salir y ponerse. Sabe hacia dónde mirar para buscar el titilante grupo de las Pléyades, y los puntiagudos ángulos de la Silla de Casiopea. Puede confiar en encontrar la posición exacta de la Estrella del Norte, y conoce la hora en que puede observar la Constelación de Orión. Por lo tanto, cuando, poco antes del amanecer del 13 de noviembre de 1833, se vieron miles y miles de estrellas caer hacia la tierra, y luces extrañas y rielantes se dispararon hacia arriba contra el fondo de un cielo sin nubes, y  resplandecieron bolas de fuego en el cenit, explotando en el aire, difícilmente puede causar asombro la intensa alarma que se sintió en muchos lugares. Con aguda preocupación, algunos recordaron otra agitada demostración del poder de la Naturaleza, que había ocurrido cincuenta años antes y había sido registrado por los científicos como el "Día Oscuro", cuando el sol, según todas las apariencias, ni salió ni se puso, y la oscuridad cubrió la tierra, como en los días nebulosos antes de que existiese la luz. Relacionando aquel terrorífico suceso con el presente, muchos apresuradamente escudriñaron las Escrituras, comparando lo que encontraban allí con lo que sucedía en los cielos por encima de ellos, y temblando creyeron que había llegado la hora en que una de las profecías bíblicas se estaba cumpliendo delante de sus mismos ojos. Por los distritos donde se había visto a William Miller había estado haciendo sonar la alarma de la condenación que se aproximaba, la excitación era intensa, y dondequiera que su palabra había alcanzado, este asombroso espectáculo producía una profunda sensación, e hizo que de aquí en adelante muchos burladores se unieran a los que creían en esta profecía.

La siguiente carta dirigida al editor apareció en el Baltimore Patriot del 13 de noviembre de 1833, y da un vívido relato de este famoso fenómeno:

"Señor Munro:

"Al despertarme esta mañana, presencié uno de los más grandiosos y alarmantes espectáculos que jamás contempló el ojo del hombre. La luz en mi habitación era tan intensa, que podía ver qué hora de la mañana era en el reloj que colgaba sobre el mantel, y suponiendo que había un incendio cercano, probablemente en  mis propios predios, salté de la cama y fui a la ventana y he aquí que las estrellas, o algunos otros cuerpos celestes que presentaban una apariencia encendida, descendían en torrentes, tan rápidos y numerosos como nunca vi copos de nieve o gotas de lluvia en medio de una tormenta.

"Ocasionalmente, un gran cuerpo, aparentemente de fuego, era lanzado a través de la atmósfera y explotaba sin ruido, y millones de encendidas partículas eran disparadas por el aire circundante. A la vista, presentaban lo que podría llamarse una lluvia de fuego, pues no la puedo comparar con  ninguna otra cosa. Su duración, de acuerdo con el tiempo transcurrido desde el momento en que lo descubrí, fue de veinte minutos, pero un amigo, cuya esposa estaba levantada, dice que comenzó a las cuatro y media, que ella estaba velando el sueño de un pariente, y que por lo tanto puede decir positivamente la hora en que comenzó. Si nuestros cálculos son correctos, llovió fuego por cincuenta minutos. El galpón en el patio adyacente al nuestro estuvo cubierto de estrellas, como supongo, todo el tiempo.

"Un amigo a mi lado, que también lo presenció y en cuya veracidad tengo la más absoluta confianza, confirma mi propia observación del fenómeno, y añade que las partículas encendidas que caían hacia el sur descendían hacia el sur, y las que caían hacia el norte descendían hacia el norte. Él cree que comenzó antes del período en el cual yo lo presencié primero, y que duró más tiempo, que cuando el reloj dio las seis todavía había algunas estrellas cayendo.

"He expresado los hechos como se presentan a mi mente. Dejo a los filósofos el explicar el fenómeno.

"Sinceramente suyo, 'B'".

Alarmante como es esta descripción, muchas otras se escribieron en ese tiempo, que la igualan. El relato de Henry Dana Ward, que fue enviado a la Cámara de Comercio de New York, es una de ellas. Ward escribe lo siguiente:

"El fenómeno de ayer se menciona un poco en la edición de esta mañana de su periódico. El informe se queda tan corto en relación con lo que yo mismo vi, y lo que vieron cierto número de amigos que lo contemplaron conmigo, que le estoy enviando al relato de la portentosa escena, tal como la presencié.

"Un miembro de la familia se levantó a las cinco de la mañana para salir de la ciudad en el barco de las siete. Levantó la ventana para ver si ya había amanecido, y he aquí que todo el oriente estaba iluminado y los cielos parecían estar cayendo. Dudando, se frotó los ojos, pero, viendo por todos lados el firmamento estrellado como si estuviese roto y cayendo como copos de nieve blanqueando los cielos, despertó a toda la familia. Al grito de : "¡Miren por la ventana!", me desperté de un profundo sueño, y maravillado vi el oriente iluminado con la aurora de los meteoros.

"El cenit, el norte, y el poniente también mostraban las estrellas cayendo en la misma imagen de algo y de una sola cosa que yo jamás oí. Llamé a mi esposa para que viera, y mientras se ponía la bata, exclamó: '¡Mira cómo caen las estrellas!', y en nuestros corazones sentimos que era una señal de los últimos días. Pues ciertamente 'las estrellas del cielo caerán a la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento'".

 

Esta misma idea fue expresada en un artículo en el Connecticut Observer de noviembre 25, 1833, que fue copiado de un periódico llamado Old Countryman". Dice así:
"Declaramos la lluvia de fuego que vimos el pasado miércoles por la mañana, algo terrible, un seguro presagio, una señal misericordiosa del grande y terrible día que los habitantes de la tierra presenciarán cuando se abra el sexto sello. El momento que ha llegado está descrito, no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en el Antiguo. No es posible contemplar una imagen más apropiada de una higuera dejando caer sus hojas cuando es sacudida por un fuerte viento".
Un corresponsal del New York American en Acquackanonk parece haber tenido una experiencia particularmente difícil. Dice que los meteoros parecían variar en tamaño de entre el de un guisante al de una nuez, y eran de varios colores - rojos, azules, amarillos, y blancos. Sigue diciendo: "Varios cayeron a distancia de un pie de mí, y uno explotó cerca de mi cara, e instantáneamente desapareció sin dejar ningún olor en particular".

En una publicación llamada Last Day Tokens [Señales de los últimos días] (1843) se reimprimieron varios informes de periódicos de este fenómeno de las estrellas fugaces. Uno de ellos dice así:

"Los periódicos de Sussex describieron el espectáculo en su vecindario como algo singular. La gente parece haberse alarmado mucho. Pensaron que la estrellas realmente se habían escapado con fuerza de sus órbitas, y que la economía entera de la naturaleza estaba retornando a su caos original. Una persona dijo que mantuvo sus ojos sobre la estrella de la mañana, decidido a que, si ésta caía, abandonaría toda esperanza".

El Rockingham Register de Virginia lo llamó "una lluvia de fuego - miles de estrellas viéndose caer al mismo tiempo; algunos dijeron que comenzó con ruido considerable".

El Lancaster Examiner declaró que "el aire estaba lleno de innumerables meteoros o estrellas - cientos de miles de cuerpos brillantes podían verse cayendo en todo momento".

El Salem Register afirmó que "algunos lo atribuyen a piedras expulsadas de volcanes en la luna".

Después de estos gráficos relatos, es interesante notar la opinión de un científico. Comentando el extraordinario espectáculo, el profesor Olmstead, de Yale College, hizo la siguiente afirmación, de acuerdo con el periódico mencionado antes, Last Day Tokens (1843):

"Los que fueron lo bastante afortunados como para presenciar el espectáculo de las estrellas fugaces en la mañana del 13 de noviembre de 1833, probablemente vieron la mayor exhibición de pirotecnia celeste que haya sido vista jamás desde la creación del mundo, o por lo menos dentro de los anales cubiertos por las páginas de la historia".
Después de esto, como el número de sus seguidores aumentara, el entusiasmo y la fe de William Miller en su propia profecía aumentaron en consecuencia. En una carta al buen hermano Hendryx ese mismo año, Miller explotó en un lenguaje, al estilo de Walt Whitman, que lo deja a uno perplejo. Sin embargo, este lenguaje era particularmente suyo. Lo siguiente es un interesante ejemplo de ello:
"¡Ojalá tuviera la lengua de un Apolo, y los poderes mentales de un Pablo!", escribe en su exhuberante carta. "¡Que la Biblia sea para nosotros una roca, una columna, una brújula, una carta de navegación, un estatuto, un directorio, una estrella polar, una guía de viajeros, un compañero del peregrino, un escudo de la fe, una base de la esperanza, una historia, una cronología, una coraza, un granero, un espejo, un servicio sanitario, un libro de oraciones, una epístola, una carta de amor, un amigo, un enemigo, un ingreso, un tesoro, un banco, una fuente, una cisterna, un jardín, una posada, un campo, un puerto, un sol, una luna, una estrella, una puerta, una ventana, una luz, una luminaria, una mañana, un mediodía, una noche, un reloj de arena, un vigilante, un sirviente, una sirvienta!

"Es carne, alimento, bebida, prendas de vestir, refugio, calidez, calor, una fiesta, fruta, manzanas, fotografías, vino, leche, miel, pan, mantequilla, aceite, refrescos, descanso, fortaleza, estabilidad, sabiduría, vida, ojos, manos, pies, aliento; es una ayuda para oír, ver, sentir, probar, oler, comprender, perdonar, amar, esperar, disfrutar, adorar, y salvar; enseña salvación, justificación, redención, y glorificación; declara la condenación, destrucción, y desolación; nos dice lo que fuimos, lo que somos, y lo que seremos; comienza con el comienzo, nos lleva a través de los intermedios, y termina sólo con el fin; es el pasado, el presente, y el porvenir; discurre sobre la primera gran causa de todos los efectos, y los efectos de todas las causas; habla de la vida, la muerte, el juicio, el cuerpo, el alma, el espíritu, el cielo, la tierra, y el infierno; usa todas las figuras de la naturaleza, para resumir el valor del evangelio; y se declara como la palabra de Dios. Y vuestro amigo y hermano lo cree. "William Miller".

Pero tuvo que sufrir por este cambio de fe. Sus anteriores asociados estaban indignados. Dijeron que era una audacia que les predicara a otros lo que había negado como falacia en el pasado. Otros amigos, recordando el acerbo ridículo que Miller había hecho de ellos y su fe en días pasados, no pudieron resistir la tentación de devolverle sus propias pullas en su propia cara.

Sufría intensamente a causa de esto, y a veces sentía que su valor era severamente sometido a prueba. Como muchos que ridiculizan la fe religiosa de otros, sentía el aguijón de ello, casi más allá de lo que podía soportar, cuando se volvió contra él. Pero estaba demasiado adentro para ser apartado del camino que ahora estaba siguiendo, y continuó yendo de un lugar a otro, llevando su mensaje y haciendo sonar la advertencia.

Para este tiempo, la Iglesia Bautista le había concedido licencia para predicar, y él se refiere a esto en una carta dirigida al Hermano Hendryx, fechada el 23 de febrero de 1834:

 
"Ud. sin duda ha oído decir que he estado tratando de predicar (como algunos lo llaman) en este vecindario (Low Hampton). Es verdad que he estado trabajando, a mi débil manera, en Dresden por dos o tres meses. ... Ud. se ríe, Hermano Hendryx, al pensar que el viejo Hno. Miller está predicando. Pero siga riéndose. Ud. no es el único que ríe; pero está bien. Lo merezco. Si pudiera predicar la verdad, es todo lo que pido".
En respuesta a una carta dirigida a él como Reverendo, nuevamente le escribe al Hermano Hendryx:
"Querido Hno. Hendryx:

"Ojalá Ud. pudiera mirar en su Biblia a ver si encuentra la palabra Reverendo aplicada a un mortal pecador como yo, y actuar en consecuencia. ... Decidamos vivir y morir por la Biblia. Dios está a punto de levantarse y castigar a los habitantes del mundo. El orgulloso, el altivo, el arrogante debe ser humillado; y el humilde, el manso, y el contrito, exaltado. Entonces, ¿qué me importa aquello que el mundo llame grande y honorable? Dadme a Jesús, y un conocimiento de su Palabra, fe en su nombre, esperanza en su gracia, interés en su amor, y dejadme vestirme de su justicia, y el mundo bien puede disfrutar de todos los títulos rimbombantes, las riquezas de que puede ufanarse, las vanidades que herede, y todos los placeres del pecado; y no serán más que una gota de agua en el océano".

Nuevamente escribe:
"Después de que la siega y la cosecha hayan terminado, saldré nuevamente. Si estoy en lo cierto, ¡cuán importante es el tiempo! Nueve años pasan pronto, y entonces, querido hermano, Ud. y yo debemos rendir cuentas delante del solemne tribunal de nuestro omnipotente Juez".
Evidentemente, el hermano Hendryx, aunque concordaba en muchos puntos con la posición de su amigo, no aceptaba del todo la creencia en la venidera destrucción del mundo, y esto era fuente de gran preocupación para William Miller; en realidad, esta actitud de neutralidad de parte de su amigo, y de muchos otros miembros del clero en relación con este tema, ponía a prueba su paciencia excesivamente.

"La evidencia es tan clara", le escribió el 28 de octubre de 1834, "el testimonio de que vivimos en el crepúsculo de la presente dispensación es tan fuerte, y que nos acercamos al día glorioso, que me maravillo de que los ministros y la gente no despierten y preparen sus lámparas. Sí, mi hermano, casi dos años han pasado desde que Ud. oyó la nueva: "¡He aquí viene el esposo!", y sin embargo, Ud. exclama: 'Un poco más de sueño, un poco más de dormitar'. No culpe a su pueblo si ellos se duermen bajo su prédica. Ud. ha hecho lo mismo. Sea paciente conmigo, mi hermano. En cada una de las cartas que Ud. me ha escrito, me ha prometido estudiar este importantísimo tema, y en cada una de ellas Ud. ha confesado su negligencia. El día se acerca. ¡Más de un sexto del tiempo ha pasado desde que mi hermano Hendryx prometió, y todavía está dormido! ¡Oh, Dios, perdónalo! ¿Está Ud. esperando que el mundo entero despierte, antes de levantarse? '¿A dónde fue a dar su valor?' ¡Despierte! ¡Despierte! 'Oh, haragán! Defienda su propio castillo, o póngase del lado de la palabra de Dios; destruya o construya. Ud. no debe, no puede, ser neutral, y no lo será. ¡Despierte! ¡Despierte! Dígale al diácono Smith que lo ayude a despertarse. Dígale que lo sacuda, y que no deje de sacudir hasta que el Hermano H. se ponga toda la armadura de luz.... En cada iglesia donde he disertado sobre este importante tema, muchos, muchísimos, parecen despertar, se frotan los ojos, y luego se duermen otra vez. Pero el enemigo está despertando. En un pueblo, (North Beekmantown), el día después de mi primera conferencia, recibí una carta de matones y guardaespaldas, diciendo que 'si no salía del estado, ¡me pondrían donde los perros jamás me encontrarían! La carta estaba firmada por diez de ellos. Me quedé, y, ¡bendito sea Dios!, Él derramó su espíritu, y comenzó una obra que los que contradicen no pudieron resistir.

"Algunos ministros tratan de persuadir a su pueblo de que no me escuchen, pero la gente va, y cada conferencia adicional trae una multitud adicional, hasta que ya no caben en sus Casas de Reunión. ¡Confíe en ello, mi hermano, Dios está en esto!".

Como dijo William Miller, algunos de los del clero tomaron una posición definida y trataron de evitar que sus congregaciones lo escucharan , pero hubo otros que tomaron una actitud diferente hacia él, aunque ellos, como el Hermano Hendryx, permanecieron indiferentes a su profecía de que el mundo pronto llegaría a su fin.

Antes de este tiempo, una especie de letargo espiritual había prevalecido en algunas iglesias, y el predicador, de pie en el púlpito, desfallecía bajo el descorazonador despliegue de cabezas que subían y bajaban, dormitando, a plena vista, cada sábado por la mañana mientras él disertaba acerca de algún punto teológicamente dudoso. No añadía a su inspiración ver al sacristán caminar para arriba y para abajo por los pasillos, como era la costumbre en aquellos días, rozando las narices de viejos caballeros que roncaban, y de robustas y viejas damas que respiraban con fuerza, con un arma parecida a un plumero, como medio de despertarlos. ¡Las perplejas expresiones de ellos al ser despertados no ayudaban a encender el fervor de la oratoria de parte del predicador!

Muchos de los miembros del clero, especialmente entre los Bautistas, Metodistas, y Congregacionalistas, argumentaban que cualquier perjuicio que resultara de la alarma despertada por esa profecía estaba grandemente contrapesada por su poder para despertar, desde el más viejo hasta el más joven, en sus congregaciones, hacia el remolino del entusiasmo religioso. Cuando veían a aquellos habituales dormilones sabatinos ponerse de pie de un salto, gritando; "¡Gloria, gloria!", o derretirse en lágrimas bajo la influencia de las exhortaciones del Profeta Miller, se sentían justificados al apoyarlo.

Uno de los factores irresistibles en este poder de atracción que William Miller incuestionablemente poseía era esta variedad de disposiciones. Algunas veces, daba la impresión de ser un típico granjero que usaba una fraseología rebuscada, y revelaba cierta verdadera y antigua astucia Yankee; otras veces, aparecía como un hombre sombrío y obscuro, demostrando un indiscutible conocimiento de la letra de la Escritura, citando con exactitud hasta los pasajes más oscuros; en otras ocasiones, estallaba en una torrente de prosa dramática y a menudo poética, como poseído por una fiebre de entusiasmo y éxtasis religioso; y entonces, nuevamente, sus oyentes se sentaban por horas, escuchando atentamente su explicación de aquellos intrincados cálculos que resultaban en la alarmante deducción de que, en algún momento entre 1843 y 1844, el mundo sería destruído por el fuego.

Esta natural y espontánea manera de expresar sus pensamientos como le iban saliendo, sin titubear y de acuerdo con su humor, impartía una vida pulsante a las largas conferencias explicativas que ahora se le llamaba a presentar día tras día, casi sin cesar.

El siguiente febrero (1835), le escribió nuevamente al hermano Hendryx:

"El Señor abre puertas más rápido de lo que yo puedo llenarlas. Mañana tengo una cita en Whiting, que me ocupará una semana. La semana siguiente estaré en Shoreham; la última semana de este mes, en Bridgeport; la primera semana de marzo, en Middletown, la segunda en Hoosac. Tengo llamados de Schroon, Ticonderoga, Moriah, Essex, Chazy, Champlain, Plattsburg, Peru, Mooretown, Canton, Pottsdam, Hopkinton, Stockholm, Parishville, y otros lugares, demasiado numerosos para ser mencionados".

El resultado de estas conferencias fue un anuncio formal, hecho por un gran número de dirigentes Bautistas, a este efecto:

"Por la presente certificamos, a quien concierna, que nosotros, los suscritos, ministros en la denominación de los Bautistas regulares, conocemos personalmente al hermano William Miller, portador de esta certificación; que él es miembro, y con licencia válida, de la Iglesia Bautista regular, en Hampton, New York; que lo hemos oído disertar sobre el tema de la Segunda Venida y el Reino de nuestro Señor Jesucristo; y que creemos que sus puntos de vista sobre ese tema en particular, así como otros que pertenecen al evangelio, son dignos de ser conocidos y leídos por todos los hombres....

[Firmado] "J. SAWYER, Jr., South Reading
"E. HALPING, Hampton
"AMOS STEARNS, Fort Ann
"EMERSON ANDREWS, Lansingburgh".

Debajo aparece escrito: "Habiendo oído las conferencias mencionadas más arriba, no veo manera de evitar llegar a la conclusión de que la venida de Cristo ocurrirá tan temprano como 1843". Y a esto sigue una lista de treinta y ocho nombres de hombres de New York, Vermont, y Massachusetts.

Sus conferencias públicas durante el invierno de 1835 fueron interrumpidas por su preparación de dieciséis conferencias que fueron publicadas la primavera siguiente en Troy, New York, por el Pastor Wescott, con el acuerdo de que la copias que tuviera William Miller serían compradas por él a precio del mercado. El deseo de abarcar campos más amplios y de difundir su doctrina entre todas las clases era tan grande, que cuando se le hizo la propuesta, la aceptó de buena gana. El público, ignorante de la condiciones en relación con ella, lo acusó de tratar de hacer fortuna con la publicación.

El verano siguiente, su amigo el hermano Hendryx recibió otra carta de él, fechada el 21 de julio.

"He sido confinado a mi casa por tres semanas a consecuencia de un ataque de bilis", escribe. "Me enfermé mientras dictaba unas conferencias en Lansingburg, New York, pero terminé mi serie de conferencias y regresé a casa, y no he estado bien desde entonces. Mis conferencias fueron bien recibidas en ese lugar, y llamaron la atención. La casa estuvo llena a reventar por ocho días consecutivos. Siento que Dios estuvo allí, y creo que en su reino glorificado veré los frutos.... Infieles, deístas, Universalistas, y sectarios estuvieron todos como encadenados a sus asientos, y en perfecto silencio, por horas - sí, por días - para escuchar al viejo tartamudo hablar acerca de la Segunda Venida de Cristo, y mostrar el modo, el objeto, el tiempo, y las señales de la venida".

Que una clara incomodidad y aprensión inquietaba la mente del público en relación con la predicción de la cercanía de la Segunda Venida era impresionantemente evidente a partir del hecho de que, mientras el profeta Miller hablaba a grandes muchedumbres en los pueblos más pequeños y los distritos rurales sobre su interpretación de las profecías, Harriet Livermore, que veía la manera y el propósito de la venida de nuestro Salvador desde un punto de vista totalmente diferente, predicaba en el Salón del Congreso en Washington en presencia del Presidente Madison y muchos miembros de su gabinete, así como un vasto número de personas. Además, un nuevo profeta había surgido en Inglaterra, un capitán Saunders, de Liverpool, quien predicaba que la Segunda Venida ocurriría en 1847, concordando en esto con Joseph Wolff, que esperaba que ocurriera en Jerusalén. De esta época en adelante, el profeta Miller trabajó incesantemente, presentando hasta ochenta y dos conferencias en el otoño de 1836. Ahora la gente comenzaba a reconocerse públicamente sus seguidores, y  un incidente de esta clase ocurrió cuando visitó Shaftsbury, Vermont, en enero de 1837, donde presentó su serie entera de dieciséis conferencias.

"Al final de una de ellas, un clérigo Bautista se levantó y dijo que había ido allí con el propósito de revelar la estupidez del señor M., pero que había tenido que confesar que había quedado confundido, convencido, y convertido. Reconoció que había aplicado varios epítetos poco amables al señor Miller, llamándolo 'el hombre del fin del mundo', 'el viejo visionario', 'soñador', 'fanático', por lo cual se sentía cubierto por la vergüenza y la confusión. Esa confesión, evidentemente muy honesta, fue como un rayo para el auditorio". [Sylvester Bliss, Life of William Miller].

Ahora, no bien había disertado en un pueblo o aldea, cuando todos los pueblos o aldeas cercanos deseaban escucharlo. El espacio no nos permite enumerar todos los lugares, en un amplio territorio, donde  presentaba su solemne advertencia a los perplejos habitantes.

Para estos días, tenía poco tiempo para ocuparse de su granja. Todas sus energías estaban enderezadas a lo que él consideraba su misión.

Su familia ahora consistía de una esposa y diez hijos - siete varones y tres mujeres. Algunos de ellos estaban ya crecidos para esta época, y podían ocuparse de la granja. En su biografía se hace poca referencia a ellos, pero Miller con frecuencia le escribía al mayor de ellos. Una de estas cartas, escrita en Montpelier, Vermont, y fechada el 17 de noviembre de 1838, muestra cómo la agitación producida por la naturaleza de su profecía se estaba apoderando de la imaginación del público.

"En este lugar ha habido gran excitación en relación con el tema," escribe. "Anoche tuvimos un areunión solemne e interesante. Hubo gran quebrantamiento y muchos sollozos. Algunas almas han nacido de nuevo. Difícilmente puedo alejarme de esta gente. Quieren que me quede otra semana.... Montpelier es un pueblo de tamaño bastante considerable, y tiene algunas personas muy interesantes, que parecen escuchar con mucho interés. Esta tarde me reúno con los ciudadanos, y he de darles una oportunidad para hacerme preguntas y manifestarme sus objeciones. ... ¡Que Dios me ayude a presentarles la verdad! Conozco mi propia debilidad, y sé que no tengo ni el cuerpo ni la mente para hacer lo que el Señor está haciendo por medio de mí. Son las obras y y las maravillas del Señor que están ocurriendo delante de nuestros ojos. El mundo no sabe cuán débil soy. Ellos tienen al viejo en mucho más que yo lo tengo a él".

Nuevamente, le escribe en enero de 1839:

"Ha habido una reforma en cada lugar en que he disertado desde que salí de mi hogar. La obra está progresando ràpidamente en cada lugar. Las casas de reunión están atestadas a rebosar. Prevalece mucha excitación entre la gente. Muchos dicen que creen; algunos se burlan; otros están sobrios, y pensando".

Hay una rara descripción del aspecto de William Miller en este período, que vale la pena mencionar. El pastor T. Cole, pastor de la Iglesia Bautista de Lowell, había estado oyendo hablar de los grandes reavivamientos resultantes de las conferencias del Profeta Miller mientras viajaba por el estado de Vermont. Cole, como la gente de Lowell, sentía extrema curiosidad por verlo, y averiguar lo que tenía que decir sobre el tema de su profecía. En consecuencia, le escribió una carta invitándolo a venir a Massachusetts, detenerse en Lowell, y explicar su doctrina desde el púlpito de la Iglesia Bautista. Evidentemente, el pastor Cole se había formado en su mente una imagen bien definida de Miller, y esperaba una figura dominante, que pudiera despertar las emociones de la multitud a través de la fuerza de su personalidad. En realidad, William Miller un tipo de hombre perfectamente sencillo y sin pretensiones, en muchos respectos muy ingenuo, y probablemente nunca prestó la menor atención a su apariencia personal. Era muy sencillo y ordinario en el vestir, y se ataviaba más como granjero que como predicador. El pastor Cole parece haber esperado que se pareciera a "algún distinguido doctor en divinidad", de acuerdo con el biógrafo de Miller, y aunque había oído decir que siempre llevaba una capa de pelo de camello y un áspero sombrero blanco de pelo de castor, aparentemente supuso que estarían de acuerdo con la moda de los tiempos.

Cuando llegó el día de su arribo a Lowell, el pastor fue a encontrarlo a la estación. Inspeccionó cuidadosamente cada una de las personas que se bajaban del tren, pero no vio a nadie que cuadrara con su imagen mental del profeta Miller. Pronto vio a un hombre de edad, tembloroso por la perlesía, que tenía un sombrero blanco y una capa de pelo de camello, bajarse de uno de los vagones. Temiendo que éste fuera en verdad el hombre, y si ése era el caso, lamentando haberlo invitado a hablar en su iglesia, se acercó y le susurró al oído: "¿Es Miller su nombre?". El señor M. asintió con la cabeza. "Bueno", dijo el pastor Cole muy alterado, "sígame".

"Comenzó a caminar, andando delante, y el señor M. manteniéndose lo más cerca que podía, hasta que llegaron a la casa del pastor Cole. Se sentía muy disgustado por haber escrito pidiendo que viniera un hombre de la apariencia del señor M. y que, concluyó, no era posible que supiese nada con respecto a la Biblia y limitaría su conferencia a sus propias visiones y fantasías. Después del té, le dijo al señor M. que suponía que era tiempo de ir a la iglesia, y nuevamente caminó delante, y el señor M. detrás. Cuando entraron a la iglesia, lo guió al escritorio, y él mismo se sentó con la congregación.

"Quince minutos después de anunciarse el texto, el pastor Cole había quedado completamante desarmado. En esa ocasión, William Miller habló calmada e impresionantemente, y los argumentos que presentó parecían tan convincentes, que se le invitó a quedarse y hablarle a la gente por un período más largo. Esto terminó en un 'glorioso reavivamiento,' y el Pastor Cole abrazó por completo sus puntos de vista, y por seis años continuó siendo un devoto defensor de ellos". [Sylvester Bliss, Life of William Miller].

De Lowell, fue a Groton, y de allí a Lynn. Un memorándum en su diario dice que, desde octubre 1, 1834 a junio 9, 1839, presentó ochocientas conferencias.

El editor del Lynn Record escribió un artículo que apareció en ese periódico inmediatamente después de que William Miller había disertado en ese lugar. El artículo se titulaba "Miller y sus profecías", y también da una descripción de él que es interesante. Dice así:

"Estábamos prejuiciados contra el buen hombre al principio, cuando vino a nosotros, a causa de lo que suponíamos era un craso error en la interpretación de las profecías bíblicas de que el fin del mundo llegaría en 1843. Todavía nos sentimos inclinados a creer que esto era un error o un cálculo errado. Al mismo tiempo, hemos superado nuestro prejuicio contra él asistiendo a sus conferencias, y aprendiendo más del excelente carácter de este hombre, y del gran bien que ha hecho y está haciendo. El señor Miller es un sencillo granjero, y no pretende nada excepto que ha estudiado las profecías bíblicas intensamente por muchos años, entiende algunas de estas profecías de manera diferente que la mayoría de la gente, y desea, por el bien de otros, difundir al público sus puntos de vista. Nadie puede oírlo hablar por cinco minutos sin quedar convencido de su sinceridad, e instruído por su razonamiento e información. Todos reconocen que sus conferencias están repletas de asuntos útiles e interesantes. Su conocimiento de las Escrituras es muy extenso y minucioso, especialmente el de las profecías, que resultan sorprendentemente familiares. Tenemos razón para creer que la prédica o conferencias del señor Miller han producido un bien grande y extenso. Su trabajo ha sido seguido por reavivamientos. Dondequiera que ha estado, ha sido escuchado con atención.

"No hay nada muy peculiar en las maneras y en la apariencia del señor Miller. Sus gestos son fáciles y expresivos, y su apariencia personal es decorosa en todas maneras. Sus explicaciones e interpretaciones de las Escrituras son notablemente sencillas, naturales, y convincentes, y la gran ansiedad de la gente para escucharlo se ha hecho manifiesta dondequiera que ha predicado".

¡Evidentemente, el editor del Lynn Record opinaba de diferente manera que el pastor Cole en relación con la capa de pelo de camello y el sombrero blanco de pelo de castor! Pero la apariencia personal de William Miller, áspera y anticuada o lo que fuera, parece no haber hecho ninguna diferencia, porque dondequiera que iba, la multitud se reunía para escucharlo. Le escribió a su hijo de esta manera después de disertar en Stoughton y de ir a Canton: "Dicté tres conferencias en el último día a una casa llena a reventar", y así era en un lugar tras otro.

Luego vino un cambio. El profeta Miller ya no era un predicador campesino trashumante. El destino tenía algo más guardado para él. De repente, se encontró dando frente a mundanas multitudes de grandes ciudades, siendo retado en el púlpito y por la prensa en relación con su creencia, y siendo rodeado por seguidores y detractores, creyentes y burladores.

Este gran cambio comenzó el 12 de noviembre de 1840, cuando por casualidad conoció al Reverendo Joshua V. Himes, un hombre de indomable energía, que llevó al Profeta Miller de los sencillos y apacibles distritos rurales, y lo colocó en el reflector de las calles de las ciudades, para que hiciera sonar su nota de advertencia por encima del estruendo de incontables ruidos y el clamor de innumerables voces.

Se verá cómo este cambio fue como sembrar vientos y cosechar tempestades para el viejo y candoroso profeta, que envejecía rápidamente bajo la tensión de la situación que él había creado, y que ahora amenazaba con aplastarlo.


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