William Miller

EL EXTRAÑO ERROR

DE WILLIAM MILLER

Capítulo 8

EL EQUINOCCIO DE PRIMAVERA

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site 



"Now despisers look and wonder,
Hope and Sinners here must part,
Louder than a peal of thunder
Hear the dreadful sound 'Depart!'
Lost forever!
How it quails the Sinner´s heart!"

El verano se acercaba a su fin, y todavía no había ninguna señal del fin. Habían ocurrido ciertas cosas que parecían ser de importancia sobrenatural para los expectantes creyentes en la profecía. Hubo el gran cometa que relampagueaba en los cielos nocturnos. Hubo la enjoyada corona que alguien había afirmado haber visto en los cielos, y la sangrienta luna, y la sangrienta guadaña. Y había habido una catástrofe en Rochester, que había causado gran conmoción cuando un terrible ventarrón había levantado el enorme Tabernáculo por los aires y lo había dejado caer sobre quinientas personas que se habían reunido allí para tener una reunión, y ni una sola de ellas había sido lesionada seriamente. Esto había sido considerado una manifestación de la especial protección divina y la seguridad de que el fin se aproximaba. Pero pasaban los días uno tras otro, y los rostros anhelantes y ansiosos se volvían macilentos a fuerza de esperar. Entonces, un revolotear de duda y vacilación se hizo evidente en ciertas comunidades, pero pronto se disiparon cuando se recordó que ya por 1839 el profeta Miller había dicho en alguna ocasión, pero había sido olvidado en medio de la general excitación, que él no estaba seguro de que el suceso tendría lugar durante el año cristiano desde 1843 hasta 1844, y que él afirmaría que ocurriría en el año judío entero, lo cual llevaría la profecía al 21 de marzo de 1844. Un anuncio a propósito de esto se difundió, y para esta época el engaño se había afirmado tanto en la imaginación de sus seguidores que cualquier explicación simple, por cruda que fuera, parecía suficiente para tranquilizar todas las dudas y preguntas. El hechizo de la profecía estaba aletargando la natural percepción de sus víctimas.

Habiendo aceptado esta prolongación del tiempo calculado, los hermanos que habían asumido la responsablidad de hacer sonar la alarma comenzaron su trabajo con renovada energía y se superaron en sus esfuerzos para aterrorizar al ejército de incrédulos, para que se dieran cuenta de los horrores que los aguardaban, y para fortalecer la fe de los que ya estaban en sus filas. Pero los meses transcurrieron, uno por uno, y llegó el invierno con sus remolinos de nieve, enceguecedoras ventiscas, y feroces vientos del norte, y todavía "la visión se tardaba".

Se podían oír las voces de los milleristas cantando y clamando, exhortándose los unos a los otros a permanecer firmes y a asegurarse de que sus lámparas estuviesen preparadas y ardiendo, listas para el terrible momento, cuando ocurriera. ¡Y todavía nada sucedía!

Poco a poco, los días se prolongaron, al girar el antiguo planeta hacia el equinoccio de primavera, indiferente a la profecía de los hombres de una inminente destrucción; la luz del sol se volvió más tibia y los capullos comenzaron a hincharse; entonces la exaltación se volvió febril y agitada, y los gritos más estridentes.

El profeta Miller había estado esperando el fin por semanas en su casa de Low Hampton, y allí estaba cuando el último día llegó - el 21 de marzo, que cerraba el año judío. Desgastado por la mala salud y los prematuros achaques de la edad, esperaba en suspenso, sin aliento; leyendo y releyendo el libro de Daniel, y consultando su diagrama; alerta, y prestando atención al terrible sonido de la trompeta que despertaría a los muertos que dormían. Su confianza en la profecía permanecía imperturbable; esperaba una victoria final sobre los burladores y detractores que lo habían acosado en su camino y escarnecido su doctrina; y creía que su galardón estaba cerca. ¡Pero la incertidumbre era abrumadora!

Con el pastor Joshua V. Himes el asunto era diferente. Trabajó con energía infatigable hasta el fin. En la misma mañana del 21 de marzo, se distribuyó una gran edición de The Midnight Cry [El clamor de medianoche]. En ella, anunciaba con alarmante inconsistencia la llegada del primer número de un nuevo periódico llamado The World´s Crisis [La crisis mundial], en el cual aparecían las siguientes palabras de exhortación:

"Estando en vísperas de la crisis mundial, en los mismísimos últimos momentos del período que ha de presenciar la terminación de todas las cosas terrenales, urgentemente les rogamos que, con oración, revisen estas páginas, que contienen algunas de las razones de nuestra fe de que el presente Año Judío cerrará el drama de esta tierra e introducirá la eternidad".

Después de citar algunas de estas razones, el pastor Himes hace el siguiente cauto anuncio:

"A los lectores de The Midnight Cry.

"No tenemos ninguna nueva luz en relación con los períodos proféticos. Nuestro tiempo termina en este año judío. Si el tiempo continúa más allá de él, no tenemos ningún otro período para fijar, sino que de aquí en adelante esperaremos el suceso cada hora hasta que el Señor venga. Otros, bajo su propia responsabilidad, pueden ofrecer sus puntos de vista sobre la terminación de los períodos. Si fuera necesario, nosotros ofreceremos los nuestros sobre este punto.

"Estemos preparados, habiendo ceñido nuestros lomos y preparado nuestras lámparas, para que cuando venga el Maestro podamos abrirle inmediatamente.

"J. V. Himes, New York City".

Hora tras hora, durante el día y la noche, grupos de engañados hombres, mujeres, y niños permanecían mirando al cielo, observando las nubes y el sol, y más tarde las estrellas, esperando la señal del fin. Algunos estaban aterrorizados; otros se autoinducían a un estado que bordeaba el frenesí, gritando ¡Aleluya1 ¡Aleluya!, y otros estaban como aturdidos y no podían hablar.

Pero la alborada del 22 de marzo se hizo visible en el cielo, iluminando los pálidos rostros de los vigilantes. Nuevamente, el tiempo había pasado, y la profecía no se había cumplido, y el fin no había llegado.

¡Sin duda, muchos de los fieles se regocijaron para sus adentros, pero había entre ellos almas sinceras, para las cuales el darse cuenta de la fría realidad resultaba aplastante!

¿Cómo enfgrentarse al mundo ahora? ¿Cómo enfrentarse a los burladores?

El Profeta Miller, debilitado por el esfuerzo y la tensión, y vencido por el choque del fracaso, permaneció recluído en su casa de Low Hampton. Después de cuatro días de semi-postración, se levantó como de un estupor y le escribió al Pastor Himes:

"Low Hampton, marzo 25, 1844.

"Mi querido Hermano Himes:

"Estoy sentado a mi antiguo escritorio en la habitación del este, habiendo obtenido ayuda de Dios hasta ahora. Todavía estoy esperando que nuestro querido Salvador, el Hijo de Dios, venga desde el cielo... El tiempo que yo calculé se ha agotado, y yo espero ver al Salvador descender del cielo. Ahora no tengo nada más que esperar. Sólo tengo esta gloriosa esperanza. Estoy lleno de fe en que toda la cronología profética, exceptuando los mil años de Apocalipsis 20, no se ha cumplido. Si Dios desea que yo les siga advirtiendo a los habitantes de esta tierra o no, no lo sé. Me siento casi confiado en que mi obra está terminada, y, con profundo interés en mi alma, espero a mi bendito y glorioso Redentor... Puedo decir que éste es mi deseo principal... Es mi meditación todo el día. Es mi canción en la noche. Es mi fe y mi esperanza. ¡Todavía creo que el tiempo no está lejos!".

El mundo se burlaba de los apuros del Profeta. Las pullas y las mofas de los "burladores" eran verdaderamente insoportables. Si cualquiera de los seguidores de Miller salía de su casa, tenía que soportar el ridículo más despiadado.

"¿Qué? ¿Todavía no se ha ido Ud. al cielo? ¡Pensé que ya se había ido! Su esposa no se fue para no dejarlo atrás para que se quemara. ¿O sí?" El elemento camorrista de la comunidad no los dejaba en paz.

Finalmente, el 2 de mayo, el profeta Miller se había recuperado lo suficiente para hacer una declaración que apareció en The Midnight Cry. Decía así:

"A los creyentes en el segundo advenimiento.

"Si viviera mi vida otra vez, con la misma evidencia que entonces tenía, para ser honesto con Dios y los hombres, habría hecho lo mismo que he hecho. Aunque los opositores decían que no vendría, no ofrecieron ningún argumento de peso. Evidentemente, estaban adivinando. Entonces pensé, como pienso ahora, que su negación se basaba más en que no deseaban que viniera el Señor que en cualquier argumento que condujera a tal conclusión.

"Confieso mi error, y reconozco mi desengaño; sin embargo, todavía creo que el día del Señor está cercano, a las puertas. Y los exhorto a Uds. mis hermanos, a estar vigilantes, y no dejar que el día los tome por sorpresa. Los impíos, los arrogantes, y los intolerantes se ufanarán de nosotros. Trataré de ser paciente... Quiero, mis hermanos, que no os apartéis de la verdad".

La actitud del profeta Miller al enfrentarse a esta humillante situación fue notablemente diferente de la del pastor Joshua V. Himes. El primero no hizo ningún intento de evadir la responsabilidad por los errores en los cálculos; admitió francamente su error, y este mismo hecho sirvió para fortalecer la confianza que sus seguidores le tenían. El público tampoco dejó de apreciar esto cuando la conferencia anual se reunió durante la última semana de mayo en el Tabernáculo de Boston. El edificio se llenó hasta la puerta con un auditorio que le mostró alguna simpatía, especialmente cuando, al final de la conferencia, Miller se levantó y, dando frente a esta gran concurrencia de amigos y enemigos, habló con sentimiento de su gran desengaño. El Boston Post de junio 1 informó de esta ocasión bajo el titular "La confesión de padre Miller". Decía así:

"Mucha gente deseaba escuchar lo que se llamó 'La confesión de padre Miller', la cual, de acuerdo con los rumores, habría de ser presentada en el Tabernáculo el martes último por la noche, cuando y donde una gran concurrencia, yo mismo incluído, se había congregado para escuchar la conclusión de todo el asunto; y confieso que mi tiempo y mi molestias bien valieron la pena. Debería decir también, por el aspecto del auditorio, y las observaciones que les escuché a uno o dos caballeros que no eran de la fe de Miller, que se sentía una gran satisfacción. Nunca lo oí más elocuente y animado, o más feliz al comunicar sus sentimientos a otros... Confesó que se había sentido frustrado, pero en modo alguno desanimado o sacudido en su fe en la bondad de Dios o en el completo cumplimiento de su palabra, o en la pronta venida de nuestro Salvador y la destrucción del mundo. 'Si la visión se tarda, espérela', dijo. Permaneció firme en la creencia de que el fin de todas las cosas está a las puertas. Habló con mucho sentimiento y efecto, y no dejó ninguna duda de su sinceridad". (Firmado "D").

Hubo muchos, aún entre los burladores, que sintieron una especie de lástima por el pobre y viejo profeta a consecuencia de la franqueza con que admitió el error en sus cálculos, y la evidente legitimidad de su desengaño. El pastor Joseph Litch fue a verlo el 8 de junio.

"Que él se siente grandemente chasqueado al no ver al Señor dentro del tiempo calculado", le escribió, "debe ser evidente para todos los que lo oigan hablar; mientras que los ojos llorosos y la voz apagada muestran de dónde salen las palabras que pronuncia. Aunque frustrado en cuanto al tiempo, nunca lo vi más fuerte que ahora en la corrección general de su exposición de las Escrituras y en la fe en la pronta venida de nuestro Señor". [Sylvester Bliss, Life of William Miller.]

Pero, a pesar del fracaso de la profecía, el fuego del fanatismo aumentó. Las llamas de estas emociones no pueden apagarse a voluntad. Como todas las grandes conflagraciones, deben consumirse solas. Y así fue en 1844. En vez de disminuir, el fracaso pareció excitar aún mayores muestras de lealtad a la expectación del inminente Día del Juicio. Aún antes de que estos engañados seguidores hubiesen despertado por completo a la situación, los hermanos Storrs, Southard, Snow, y cierto número de otros predicadores de la doctrina, habían consultado el gran diagrama y el calendario judío, los libros de Daniel y de Juan, y el Apocalipsis, y habían descubierto que el día décimo del mes séptimo del año corriente judío, que era el tiempo de la cosecha de la cebada en Jerusalén, era el tiempo real y más probable para que llegara el fin. En el momento en que se hizo este descubrimiento, se le comunicó a los fieles, y aunque el profeta Miller rehusó respaldarlo, lo recibieron gozosamente y lo saludaron con aclamación. Todos a una, y con entusiasmo febril, renovaron sus preparativos para el fin. ¡Pobres almas! El pastor Luther Boutelle describe este período, que condujo a la trágica desilusión final.

"Para el mes de julio", escribe, "había una tal concentración de pensamiento entre los fuertes en cálculos de tiempo que se le llamó 'El Clamor de Medianoche'. Así se creó un nuevo ímpetu, y aumentó la obra de tener reuniones y predicar. Al caer cada uno de nosotros, uno tras otro, en la creencia general de que el otoño vería la venida de nuestro Señor, se convirtió en certeza por fe. Creíamos con la totalidad de nuestras almas... El argumento tiempo marcaba el fin en el otoño de 1844, del calendario judío, en el día décimo del mes séptimo, que se suponía debía ser octubre 20, 21, o 22. Esto nos trajo a un tiempo definido, y al hacer esto, las obras de los Adventistas demostraban su fe y honestidad, que no habían de ser puestas en duda. Al moverse hacia adelante con este punto en el tiempo delante de sus ojos, todos se entusiasmaron más. Las cosechas se dejaban sin recoger, esperando sus dueños nunca tener necesidad de lo que habían cultivado. Los hombres pagaban sus deudas. Muchos vendían sus propiedades para ayudar a otros a pagar sus deudas, pues no habrían podido hacerlo ellos solos. El ganado de engorde era sacrificado y distribuído entre los pobres. Nunca había se había visto nada igual desde el tiempo de Pentecostés. Nunca se había visto Pentecostés tan completamente duplicado como en 1844.

"Había una gran agitación y se hablaba mucho en muchos lugares acerca de poner a los Milleristas bajo custodia, pero esto no hizo a ninguno de ellos renunciar a su fe. Estaban firmes, y se mantuvieron firmes, creyendo que deberían hablar y actuar. Al acercarse el momento que todos esperaban, se estudiaba la Biblia aún más, y se hacía una consagración más completa".

Esto difiere ampliamente del cáustico comentario de Lydia Maria Child acerca de los milleristas, en el sentido de que ella había oído de muy pocos casos de "propiedad robada que había sido devuelta, o de falsedades admitidas, como preparación para el temido suceso". [Daniel M. Treadwell, Reminiscences].

A pesar de la opinión de ella, sin embargo, hubo muchos más de lo que parecía posible en este día, los cuales, como el pastor Boutelle, eran hombres formales, sobrios, y temerosos de Dios, a pesar de su engaño. Este buen hombre pertenecía a un grupo de los seguidores del profeta cuyas mentes estaban llenas del aspecto devocional de la experiencia; y el hecho de que había una (a pesar de los burladores) ofrece una nota de patetismo y tragedia a lo que desde el punto de vista de un extraño parecía sólo estupidez. Éstos eran los verdaderos milleristas, pero además de éstos había dos otros grupos, uno de ellos compuesto de hombres y mujeres histéricos, aterrorizados, y aturdidos, y el otro de los que meramente anhelaban la excitación y el mórbido regocijo.

En este momento, el público, deplorando seriamente el aumento de la locura y el fanatismo, gravemente censuraba las acciones y la influencia del Pastor Joshua V. Himes. La mayoría de los que se oponían a la doctrina desconfiaban de él, y hubo algunos entre los seguidores de Miller que a veces pusieron en duda su sinceridad. En julio, un artículo firmado por "Delta" apareció en un periódico llamado New Sun protestando contra la venta de las publicaciones de Miller. "Me he enterado por una nota en el Christian Reflector, decía el artículo, "de que este editor Unitario, Joshua V. Himes, en vez de reparar el daño casi incalculable causado por él a las iglesias de Cristo en los últimos dos o tres años abogando por un esquema de interpretaciones proféticas que el tiempo ha probado ser falsas, recientemente salío con una nueva especulación sobre la credulidad de sus seguidores en forma de un folleto quincenal de 144 páginas, que se vende a 37 ½ centavos el número. El siguiente extracto de la nota a la que nos referimos dará una idea del objeto, espíritu, y contenido de este folleto: 'El tenor y objeto de la obra entera,' afirma, 'es mantener vivas, soplando fuertemente sobre ellas, las llamas que ardieron tan vivamente hace uno o dos años'".

Esto fue copiado en The Midnight Cry de julio 4, 1844, y despectivamente revisado por el editor, pero era evidente que él ahora estaba comenzando a ser mirado como el principal fomentador de problemas debido al tono de sus publicaciones. Las caricaturas populares suelen revelar la dirección de la opinión pública. Una de ellas, publicada en ese tiempo y que ahora está en poder de la Sociedad para la Conservación de las Antigüedades de Nueva Inglaterra, en Boston, demuestra en qué estima se tenía a los dos hombres, William Miller y Joshua V. Himes. La caricatura en cuestión presenta al edificio del Tabernáculo en Boston en el acto de ser arrebatado en el aire. Desde el techo y las ventanas, miserables pecadores, tanto hombres como mujeres, pueden verse cayendo por el espacio al lugar de tormento, mientras, sereno y seguro, sentado sobre la parte más alta del techo, está sentado el profeta Miller, su famoso diagrama extendido debajo de él. Abajo en la tierra está el Pastor Joshua V. Himes, sus brazos extendidos hacia arriba en un frenético esfuerzo por agarrarse del edificio para ascender con él, pero Satanás lo retiene firmemente, pronunciando las crípticas palabras: "¡Joshua V., tienes que quedarte conmigo!".

El hecho de que el pastor Himes y el profeta Miller permanecieron en el Medio Oeste durante el verano de 1844 dejó el campo libre a los Estados del Este para que fueran líderes por parte de algunas de las luces menores entre los hermanos. El hecho de que éstos aprovecharan la ocasión para promulgar teorías propias es quizás una explicación para algunos del abundante simbolismo durante este período, una manifestación segura de la cual estará siempre asociada con la excitación millerista de 1843 y 1844. Debido al ridículo lanzado sobre ellos a consecuencia de estos actos de simbolismo por un público despiadado que lo mantuvo activo por largo tiempo después de que la oleada de fanatismo se había aplacado, los exasperados y humillados seguidores del profeta se volvieron contra sus perseguidores después de algunos años, y declararon que las cosas que excitaban el ridículo nunca habían ocurrido y eran fabricaciones de sus propios cerebros. Seguramente, muchas historias imposibles, que eran enteramente falsas, circularon en ese tiempo, pero quedaron demasiadas pruebas de la verdad acerca de este período de indebida agitación, cartas, y recuerdos de los que todavía viven, y de auténticos relatos que pasaron de la generación que entonces vivía a la siguiente en línea, y de los escritos de los mismos Milleristas en las columnas de sus varias publicaciones, para admitir cualquier incertidumbre acerca de lo que realmente sucedió. Además, la clase de fanatismo que se apoderó de los seguidores de Miller se parecía en casi cada caso a explosiones similares cuando el fin del mundo había sido esperado a intervalos en los siglos precedentes. Casi en cada caso, la expresión de este fanatismo había sido simbólica, excepto cuando la influencia mesmérica se había desviado hacia canales mórbidos. El buscar las cimas de las colinas, las copas de los árboles, y los techos de las casas; el ponerse túnicas blancas al aproximarse el tiempo del esperado fin; el lavarse los pies los unos a los otros, saludándose con un beso - todos estos actos tenían significados esotéricos que habían pasado a través de las edades revestidos de solemne belleza, pero cuando eran ejecutados por los no instruídos y los ignorantes parecen actos absurdos y sin significado. Ahora, el subirse a las copas de los árboles, a lo cual los Milleristas recurrían mucho, sin duda tuvo su origen en el acto natural y espontáneo de Zaqueo en el Nuevo Testamento, quien, según el Evangelio  de Lucas, se subió a un sicómoro para ver al Maestro cuando pasaba por Jericó en su viaje de la muerte a Jerusalén. Se puede decir, sin embargo, que la mayoría de los engañados seguidores de Miller ejecutaron el acto sin saber su origen, pensando sólo en la elevación ventajosa desde la cual podían ascender cuando viniera el fin. Pero, para ilustrar cómo estas oleadas de histeria religiosa, dondequiera que vibren, generarán los mismos impulsos, el Reverendo C. V. A. Van Dyke, un clérigo episcopal, que conoció a la hermosa Harriet Livermore durante el peregrinaje de ella a Jerusalén, escribió al Reverendo St. Low Livermore en relación con el fanatismo de ella: "Recuerdo haber oído decir a la Srta. Livermore que ella había pasado el sábado anterior encaramada en un olivo en el Monte de los Olivos".

En el Oriente, las laderas y las cimas siempre han sido considerados como refugios para la meditación y la oración. Durante todo el memorable verano de 1843 y 1844, podían verse largas procesiones de milleristas subiendo por las verdes laderas de algún cerro en su pueblos o aldeas, para esperar la venida del Señor. El hábito de subirse a los techos de las casas para esperar el fin estaba de acuerdo con el hábito de los pueblos orientales, que se suben a los techos para recitar sus oraciones a la salida y a la puesta del sol. Como sus techos son planos, se consideran un lugar adecuado para la contemplación.

"El que esté en los tejados que no baje... y el que esté en el campo, que no regrese". Estas palabras de admonición en el capítulo veinticuatro del evangelio de Mateo fueron seguidas literalmente en muchos casos, y los pobres y engañados hombres y mujeres se acurrucaban lo mejor que podían en las goteras de los techos inclinados cuando pensaron que el fin estaba cerca. Pero aquí nuevamente y en la mayoría de los casos, se había perdido de vista la aplicación bíblica por el deseo de ponerse donde pudieran ser arrebatados en el aire sin estorbos ni obstrucciones; por lo menos era así seguramente entre la gente del campo. El simbolismo de las túnicas blancas es, por supuesto, muy evidente, como emblemas de pureza.

"Y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos". [Apoc. 7: 9-13].

"Entonces uno de los ancianos habló, diciéndome: Éstos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?"

Estas ropas blancas también se consideran el vestido de bodas de que se habla en la parábola de la fiesta de bodas.

"Y entró el rey entró para ver a los convidados, vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda, y le dijo: Amigo, ¿cómo es que entraste aquí sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Entonces el rey dijo a los que servían: Atadle de pies y manos, y echadle en las tinieblas de afuera". [Mateo 22:11-13.]

Una explicación de esto, escrita por J. Hamilton, de Londres, que apareció en una publicación millerista llamada The Morning Watch, es como sigue:

"Usted observará que la bienvenida del Rey depende enteramente de lo que la parábola del evangelio llama 'un vestido de boda'. Este vestido, de acuerdo con las antiguas costumbres orientales, lo proporciona el dueño de casa, y se le pone a cada invitado al entrar, por supuesto, sólo si éste está dispuesto a aceptarlo. Pero nadie que esté dispuesto a aceptarlo necesita desearlo, porque se le proporciona a todos gratuitamente. El vestido es la justicia - no la del hombre, sino la de Jehová".

Y así los milleristas, temiendo ofender al Todopoderoso, y anhelando pertenecer a esa gran compañía alrededor del trono, se hicieron vestidos blancos - "túnicas para la ascensión", se les llamaba a menudo - y se envolvieron en ellas cuando el fin parecía cercano, tal como otros fanáticos lo hicieron antes de ellos en los siglos anteriores. Aquí y allá en los distritos rurales se usaron túnicas negras, pero esto era muy raro. Éstas simbolizaban humildad.

Esta explicación es importante en este punto, pues de ahora en adelante varios relatos de fuentes auténticas están llenos de referencias a estas observaciones.

Durante todo el verano, mientras el profeta Miller y el pastor Himes estaban fuera en Ohio, sonó el clamor: "¡El día décimo del mes séptimo, año del Jubileo!". Se convirtió en una especie de slogan entre los creyentes, así como entre los no creyentes, de la doctrina. Hasta los "burladores" lo adoptaron. Sin embargo, entre los fieles despertó emociones como nunca antes las habían experimentado. Poco les importaba ahora si el profeta Miller o el pastor Himes respaldaban o no la nueva fecha que habían fijado. Más o menos la mitad de los auto-denominados predicadores milleristas lo proclamaba de manera que todos pudieran oírlo, y los seguidores lo coreaban en sonoros tonos, en desafío a la razón, en desafío a las pullas de las multitudes indiferentes; en desafío a los que intentaban tranquilizarlos, rogándoles que conservaran el equilibrio; en desafío a todo y a todos. Cuando el profeta Miller y su compañero de labores el pastor Himes volvieron sus rostros hacia el hogar y llegaron a Filadelfia el 14 de septiembre de 1844, encontraron a sus seguidores en un torbellino de emociones preparándose para el fin, repitiendo cada uno de ellos con ardiente convicción: "¡El día décimo del mes séptimo, año del Jubileo!".

Lo mismo sucedió a su llegada a New York el 19 de septiembre. El grito de "El día décimo del mes séptimo" resonaba en sus oídos dondequiera que iban. Agotado por las conferencias que había presentado por todo el estado de Ohio, así como por la enfermedad y lo avanzado de su edad, el pobre y viejo profeta estaba agitado y preocupado. El pastor Himes estaba preocupado. Era fácil ver que durante su ausencia las riendas habían pasado a las manos de los que ahora conducían el carruaje millerista pendiente abajo a velocidad vertiginosa. Con virtualmente sólo un mes que esperar antes de la llegada del esperado día final de la tierra, muchos estaban regalando sus propiedades, o vendiendo sus granjas y posesiones, empujados por algunos de los predicadores, que se habían estimulado a sí mismos hasta un condición tal de caos mental que cualquier intento de razonar con ellos era inútil. Cuando el profeta Miller llegó a su casa en Low Hampton, se encontró con que su valor casi le había fallado. Le escribió al pastor Himes el 30 de septiembre:

"Querido hermano:

"Estoy una vez más en casa. Estoy tan desgastado con la fatiga de mi viaje, mi fortaleza está tan agotada, y mis achaques físicos son tan grandes, que estoy a punto de llegar a la conclusión de que nunca podré volver a trabajar en mi viñedo como hasta ahora. Ahora deseo recordar con gratitud a todos los que me han ayudado en mis esfuerzos por despertar a la Iglesia y hacer que el mundo tenga una idea del terrible peligro en que se encuentra... Muchos de ustedes han sacrificado mucho - su prestigio, antiguos asociados, halagadoras esperanzas en la vida, la ocupación y los bienes. Conmigo han recibido desprecio, reproches, y escándalo de parte de aquéllos a quienes nuestra alma deseaba beneficiar. Y sin embargo, ni uno sólo de ustedes a quienes he dado mi confianza alguna vez, que yo sepa, ha murmurado o se ha quejado... Ha habido engañadores entre ustedes, pero Dios me ha guardado de darles mi confianza para engañar o traicionar".

El Pastor Boutelle describe este período de esta manera: "El Advent Herald, The Midnight Cry, y otros periódicos, folletos, tratados, y volantes Adventistas que voceaban la gloria venidera, fueron difundidos en todas direcciones y en todas partes como hojas de otoño en el bosque. Cada casa era visitada por los ...  [Como aparece en el original en Internet - Nota del T.]. Eran ángeles de misericordia enviados en amor para la salvación del hombre. Ahora todo comenzaba a convergir hacia un punto. Octubre marcaba el fin de la oportunidad; el juicio y las recompensas. Se hizo un poderoso esfuerzo por medio del Espíritu para traer pecadores al arrepentimiento y hacer que los descarriados regresaran. Todos eran conscientes de este gran fin - la salvación. El día décimo del mes séptimo se acercaba. Con gozo, todos los que estaban listos anticipaban el día. Solemnes, sin embargo, fueron las últimas reuniones. Aquéllos de una familia que estaban listos para encontrarse con el Señor, esperando la eterna separación de los que no lo estaban. Esposos y esposas, padres e hijos, hermanos y hermanas, separados, y para siempre!".

Las reuniones en carpas al aire libre estaban ahora tan concurridas que ya no eran ordenadas como antes. Si hubo un tiempo en que los elementos indeseables podían ser mantenidos fuera, ahora era imposible. De hecho, el fin del mundo estaba tan cerca, como afirmaban, que cualesquiera precauciones que se tomasen difícilmente parecían valer la pena ya. El hermano Stoddard, que ahora predicaba en una carpa en Litchfield, Connecticut, escribió acerca de sus experiencias allí, que eran típicas de lo que estaba ocurriendo en reuniones así en mayor o menor grado.

"El sábado por la noche", dice, "el gran enemigo de nuestra doctrina mandó como a trescientas personas que creían que el Señor retarda su venida. Comenzaron defendiendo su doctrina  lanzando manzanas y tabaco a los predicadores en la plataforma, y después se pusieron a burlarse y a blasfemar, y cuando les pareció conveniente rompieron a pedradas los candeleros y apagaron las luces, y después rompieron la plataforma en pedazos, y comenzaron a quemar las tablas; el comisario jefe y uno de sus asistentes, que estaban presentes, comenzaron a aconsejarles que desistieran, con algo de vehemencia, pero teniendo cuidado de no amenazarlos. Nos hemos enterado de que la autoridad civil fue estorbada, y no pudo contener a los malandrines, ni siquiera en Connecticut. Asistimos a nuestro trabajo, continuamos reuniéndonos por todo el tiempo que planeamos, y ni un solo cabello de nuestra cabeza fue dañado". [The Midnight Cry, octubre 3, 1844].

En el mismo periódico, el hermano E. L. H. Chamberlain escribe acerca de esta reunión: "Fue un tiempo de gran poder; se hizo mucho bien. No creo que hubiera un solo predicador que no creyera por completo en el mes séptimo. Terribles momentos éstos - y es así, sí, la palabra y el Espíritu concuerdan, gloria a Dios... Creo que tendré que cerrar mi tienda, y arrendarla, y predicar la venida del Señor. Ésta será una pesada cruz, ciertamente. Mi hijo está ahora en la tienda y quiere que yo advierta a la gente".

Había muchos cuyas inconsistencias eran tan flagrantes como las del hermano Chamberlain. Como él, eran lo bastante cautos para arrendar sus tiendas, aunque creyeran que el fin estaba cerca. Después de todo, es difícil para algunos ahorrativos yankees ser completamente indiferentes a la ventaja de hacer un buen negocio por si acaso se vuelve necesario.

El Sr. John Whitcomb, de Amesbury, Massachusetts, ahora en su octogésimo séptimo año, escribió a la autora el 28 de noviembre de 1921 acerca de haber sido llevado a Fitchburg, Massachusetts, cuando era pequeño.

"Fuimos a Fitchburg a ver a algunos de los parientes de mi padre, y la familia del Sr. Miller tenía una gran carpa fuera del pueblo, donde tuvieron reuniones por una semana. Algunos vivían allí, y los muchachos los molestaban por la noche. Una noche, fueron y consiguieron un muchachito, le dieron un cuchillo afilado y le dijeron que lo lanzarían a la parte superior externa de la carpa, y que cuando llegara allí, metiera el cuchillo, que lo sostuviera, y que oiría todo lo que se dijera. Así que lo lanzaron, y él metió el cuchillo en la tela de la carpa, y cayó, con cuchillo y todo, y rasgó la carpa de arriba abajo. Sopló el viento y apagó las velas, y cuando las luces se apagaron, arrojaron un chancho adentro. Algunas personas tuvieron carne de puerco debajo de ellos, y algunos sobre ellos, por un buen rato. Aquéllo desbarató la reunión de esa noche".


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