William Miller

EL EXTRAÑO ERROR

DE WILLIAM MILLER

Capítulo 9

RECUERDOS PERSONALES DEL FIN

Clara Endicott Sears, 1924

Tomado de The Ellen White Web Site 



"T'is time we all awake;
The dreadful day draws near;
Sinners, your proud presumption check,
And stop your wild career!"
-- Himno Millerista

Ninguna palabra puede expresar adecuadamente la jadeante agitación, la aterradora solemnidad que llenaba los corazones de los seguidores del profeta Miller cuando llegó el mes de octubre. Esta vez, a pesar de que él no lo había respaldado, ellos avanzaron en sólidas filas de convicción hacia la nueva fecha que estaba a las puertas. Parecía como si la adversa actitud del público incrédulo estuviese estimulando una especie de desafío entre los pobres y engañados fanáticos. Ellos QUERÍAN creer; SABÍAN que esta vez no habría error - el Señor seguramente vendría - ellos serían justificados - ellos serían salvados - y todos sus atormentadores serían lanzados al lago ardiente, sufrirían eternamente.

El 3 de octubre, el hermano George Storrs escribió lo que sigue en The Midnight Cry:

"Tomo la pluma con sentimientos como nunca antes experimenté. SIN DUDA ALGUNA en mi mente, EL DÍA DÉCIMO DEL MES SÉPTIMO presenciará la revelación de nuestro Señor Jesucristo en las nubes del cielo. Estamos entonces a unos pocos días de ese gran suceso. Terrible momento para los que no están preparados, pero glorioso para los que están listos. Siento que estoy haciendo la última apelación que haré por medio de la prensa. Mi corazón está pleno. Veo a los impíos y a los pecadores desaparecer de mi vista, y están delante de mi mente los PROFESOS CREYENTES en la cercanía de la venida del Señor".

Al describir estos trascendentales momentos, el pastor Luther Boutelle escribió:

"Nunca antes se había visto un concentración de pensamiento y una unidad de fe como ésta. Ciertamente, no en los tiempos modernos. Todos los que hablaban lo hacían de lo mismo. El pensamiento era solemne, pero gozoso. ¡Jesús viene! ¡Nos encontraremos con Él! Se hacían reuniones en todas partes. Se hacían confesiones, los que habían hecho agravios pedían perdón, los pecadores preguntaban qué tenían que hacer para ser salvos. Los que no estaban con nosotros eran afectados profundamente. Algunos se sentían extremadamente asustados, con terribles presentimientos" (Life of Elder Boutelle).

The Midnight Cry de octubre 3 publicó unas pocas palabras del hermano N. Southard bajo el encabezamiento "Confesión":

"Uno de mis constantes pecados ha sido un deseo de complacer a los que están a mi alrededor, en vez de preguntar simplemente qué querría el Señor que hiciese, que fuese, y que dijese. Confieso esto delante del mundo, pero no puedo confesar que no he pensado que estaba haciendo lo correcto al publicar la evidencia de que la venida de Cristo está cercana. No he estado medio dormido ante la grandeza del tema. Que Dios me perdone en esto, y me conceda gracia para estar COMPLETAMENTE DESPIERTO hasta que Él venga. Estimado lector, ¿está Ud. despierto? Si no, ¡es tiempo de despertar de su sueño!".

Pobre hermano Southard, habría de enderezar todo en lo que a él concernía antes de que llegara el gran día, porque en otra página de este mismo número de The Midnight Cry, bajo el encabezamiento de "Nota", aparece lo siguiente: "Si alguna persona tiene algún asunto pecuniario que reclamarme, le solicito que me lo haga saber inmediatamente".

Otro hermano exhorta a cada uno de los de la fe a mantener sus "vestidos inmaculados", y morar en amor, y morir al mundo.

Otro escribe: "Asegúrese de tener puesta una VERDADERA TÚNICA PARA LA ASCENSIÓN - sin cuya santidad nadie verá al Señor".

Y otro más dice: "Ahora estamos viviendo en un terrible momento en el tiempo. Digan, hermanos: ¿Han cumplido con sus deberes para con sus parientes, sus amigos, y el mundo? ¿Han puesto su todo sobre el altar? ¿Están allí Uds., sus talentos, y sus propiedades? ¡EL TIEMPO CASI SE HA ACABADO!"

Un colaborador, lleno de temor reverente y de asombro, llama la atención a la manera en que se estaban cumpliendo las antiguas profecías una por una, y escribía así bajo el encabezamiento "La cosecha de papas":

"Cuán doloroso es enterarse de que cosechas enteras de este valioso tubérculo se han podrido. La única área de la cual se oyen pocas quejas es Maine, pero aún allí la cosecha no ha escapado a la enfermedad." De esto es de lo que habla el Profeta Hageo: "Buscáis mucho y halláis poco". (Tomado del Claremont Eagle de New Hampshire).

Un periódico de intercambio dice también: "Se dice que las papas enfermas son venenosas, y que han causado la muerte de cerdos alimentados con ellas". El profeta Joel dice: "¡Cómo gimieron las bestias!".

Quienquiera que haya enviado esta colaboración añade: "No tenemos ni tiempo ni espacio para revisar más la profecía. Este pequeño item se añade a la permanente evidencia que teníamos antes".

El pastor Himes había tratado en vano de enderezar las cosas publicando los siguientes hechos en las columnas de The Midnight Cry de octubre 3:

"Ha prevalecido extensamente la impresión de que este año es observado como Jubileo por los judíos. Acabamos de llamar al Rabino M. Isaacs, de la ciudad, que se refirió al calendario judío, y dijo que el aniversario del Jubileo no se celebrará en los SIGUIENTES VEINTICINCO AÑOS. Ellos inician su año en el otoño, y calculan este año, comenzando con la luna nueva de Septiembre 14, como el año 5605 desde la Creación, y su siguiente Jubileo no tendría lugar sino hasta el año 5628".

Pero era demasiado tarde. Era como si hubiese hablado al viento. "Será el JUBILEO DEL SEÑOR, no el jubileo judío", clamaron  los seguidores.

Y ahora escribió nuevamente en un fútil intento de salvar su responsabilidad por la oleada de esperanza que barría con todo a su paso: "Puede que nuestros lectores hayan notado", afirma, "que hemos hablado con cierto titubeo en relación con el mes séptimo, aunque hemos insertado las comunicaciones de los hermanos plenamente convencidos de que el Señor vendría entonces".

Evidentemente, el pastor Himes no se acordaba de otra afirmación que él había hecho una vez en el sentido de que un editor es responsable de lo que aparezca en las columnas de su periódico. Pero, por una vez en su vida, se sentía perplejo. No sabía qué hacer, o cómo manejar la situación. El público lo denunciaba; por otro lado, los mismos hombres a quienes él había ayudado a plantar las semillas de la histeria religiosa ahora lo miraban interrogadoramente, sin entender su actitud de reserva. Es difícil saber lo que el Pastor Himes esperaba en un momento en que él hacía lo mejor que podía para despertar a los hermanos que dormían, pero es evidente que no había anticipado una situación como la actual.

Los hermanos Storrs y Snow, y algunos de los otros hermanos alucinados, no le daban tiempo para pensar las cosas. Se apresuraban ansiosamente a hablar con el pobre, enfermo, afligido, y agotado Profeta Miller, anunciando su convicción de que esta vez su profecía seguramente se cumpliría, y le explicaban primero un punto y después otro para respaldar sus afirmaciones, y antes de que se diera cuenta, Miller se encontró bajo la influencia del extático entusiasmo de ellos, la latente esperanza en él se convirtió en llama, y fue arrebatado otra vez por la corriente de engaño como una hoja seca en los remolinos de una corriente. En tres días, sucumbió por completo bajo sus argumentos y firmó su respaldo a ellos.

Entonces, temblando de gozo, el engañado anciano escribió la siguiente histérica efusión al editor de The Midnight Cry de octubre 12:

"Querido hermano Himes: Veo una gloria en el mes séptimo que nunca antes vi. Aunque el Señor me mostró el significado típico del mes séptimo hace año y medio, todavía no me había dado cuenta de la fuerza de los tipos... ¡Gracias al Señor, oh mi alma! ¡Sean benditos los Hermanos Snow, Storrs, y otros por haber sido instrumentos para abrir mis ojos! Ya casi estoy en mi hogar. ¡Gloria! ¡Gloria! ¡Gloria! Veo que el tiempo es correcto. Sí, mi hermano. Nuestros cálculos acerca del año 1843 eran correctos. ¿Cómo así, dice Ud.? ¿No dijo el Señor: 'Hasta dos mil y trescientos días, luego el santuario será purificado'? Pero, ¿cuándo? Cuando venga el mes séptimo... Ése es el tiempo típico; entonces el pueblo y el lugar serán santificados. ¿Cuándo terminaron los dos mil y trescientos días? En la primavera pasada. Luego la visión se tardó. ¿Por cuánto tiempo? Hasta el mes séptimo, y no se tardará otro año, porque si lo hace, serían dos mil y trescientos un años.

"Pero, ¡bendito sea el Señor! Él no nos ha engañado. ¡Oh, mi alma, cuán claro es que tiene que tardar hasta el mes séptimo - y no más allá. Lo creo, sí, lo amo.

"¡Oh, la gloria que he visto hoy. Mi hermano, doy gracias a Dios por esta luz. Mi alma está tan plena que no puedo escribir. Mis dudas, temores, y oscuridad han desaparecido. Veo que todavía estamos en lo cierto... y mi alma está llena de gozo; mi corazón está lleno de gratitud hacia Dios. ¡Oh, cuánto deseo poder gritar; pero gritaré cuando venga el Rey de Reyes.

"Me parece oírle decir a Ud.: '¡El hermano Miller es ahora un fanático!' Muy bien - llámeme como quiera. No me importa - Cristo vendrá en el mes séptimo y nos bendecirá a todos. ¡Oh, gloriosa esperanza! ¡Entonces le veré - y seré como Él - y estar&eaacute; con Él para siempre - sí, para siempre y siempre!>

"William Miller".

El pobre anciano estaba quebrantado de salud y a veces abatido, pero esta renovación de sus esperanzas lo estimuló y transportó su alma. Estudió su diagrama otra vez con todo el fervor de un entusiasmo ciego. "¡Si Cristo no viene en veinte o veinticinco días, me sentiré dos veces más frustrado que en la primavera!" Así escribía, de acuerdo con su biógrafo, el pastor Bliss.

Todos se estaban alineando ahora. The Voice of Truth del octubre 2 anunció que los pastores Marsh, Galusha, y Peavy, que se consideraban más conservadores que algunos de los otros, habían dado su pleno respaldo a la creencia de que el día décimo del mes séptimo vendría el fin. Ahora todo estaba lleno de significado. Hasta los sucesos ordinarios, triviales, asumían una nueva expresión. Pero había informes de sucesos desusados de los cuales se susurraba de boca en boca, y éstos aumentaban la agitación diez veces. Entre éstos estaba el caso de la hermana Mathewson. El 10 de octubre, aparecieron informes acerca de ella en The Midnight Cry, que llevaron a los seguidores a creer que agentes sobrenaturales estaban activos.

Un escritor que firmaba como C. Morley hace el siguiente relato:

"Lectores, ¿se dan Uds.cuenta de que el Señor está obrando maravillas en estos días, maravillas que no tienen paralelo en la historia del mundo?

"En un oscuro pueblo de Connecticut, vive ahora una mujer que había estado enferma por diez años y había sido desahuciada por hábiles médicos y sólo esperaba la muerte. ELLA DICE QUE MURIÓ, y desde entonces ha vivido más de tres veces cuarenta días con sus noches SIN COMER. Éste es un milagro que de suyo debería alarmar al mundo. Es un milagro efectuado en estos últimos días para confirmar un mensaje - un mensaje de misericordiosa advertencia de que EL TIEMPO ES CORTO. Ud. puede pensar que es superstición, pero hay que ser enloquecedoramente incrédulo para no ver y sentir que el dedo de Dios está en esto. Si Ud. mira este asunto con indiferencia, Ud. tiene razón para temblar por Ud. mismo".

George A. Stirling, un pastor, da un informe más detallado:

"La semana pasada fui a South Coventry, donde en un lugar muy retirado de este mundo solitario contemplé esta maravilla. Por largo tiempo, ella había estado tan débil que no podía soportar el mínimo ruido, hasta el punto de que ERA NECESARIO ANDAR SIN ZAPATOS EN LA COCINA ADYACENTE.

"Su sensación de muerte y sus dolores comenzaron por los pies. Cuando el dolor alcanzó la región de su corazón, rompió a cantar en MUY ALTA VOZ y cantó POR CINCO HORAS. Desde ese momento, el ruido no le ha afectado más que a cualquier persona que esté en el mejor estado de salud posible. Esto es un hecho. Esto es sobrenatural. Esto es milagroso. Es el poder de Dios DESPERTANDO UN CUERPO MORIBUNDO. ¿Dónde se ha visto a una persona en excelente salud que pueda cantar con toda facilidad por cinco horas, y lo bastante alto para que pueda ser oída en toda la casa, que es grande y de dos pisos? Ella lo hizo, y sin embargo, no era ella, sino Dios en ella. Este es el primer hecho.

"El segundo es que ella continúa en el mismo estado hasta este día, SIN NINGÚN ALIMENTO, dando testimonio a todos de que 'el tiempo es corto'. No es simplemente el hecho de los cuarenta días y cuarenta noches, sino que es un hecho, aún ahora, de más de ciento veinte días y noches. Ella toma media taza de té diluído (una taza de tamaño común) dos veces al día, con la normal cantidad de azúcar y leche. Al principio se intentó hacerla comer alimento nutritivo, sin sospechar sus amigos el poderoso cambio que le había sobrevenido.

"¿Dónde hay una persona que esté dispuesta a intentar, ni por todo el oro del mundo, vivir la mitad de este número de días tomando sólo la cantidad acostumbrada de té, que ella afirma que toma sólo por la humedad que contiene, pero que no le apetece comer?...

"El tercer hecho es que, durante este largo período de abstinencia no ha habido ningún cambio perceptible en el aspecto ni la cantidad de carne en su esqueleto. Al principio se puso muy delgada, y continúa así hasta el presente, siendo la expresión de sus ojos dulce, plácida, y celestial.

El cuarto hecho es éste, que cuando su familia se convenció de su estado milagroso, y esto se divulgó fuera de la familia, se reunió una gran multitud, que se aglomeraba en la casa de la mañana a la noche, algunas veces hasta doscientos por día. Con esta gente ella conversaba acerca de su cambio y advertirles, a menudo desde temprano por la mañana hasta tarde en la noche. Pasaba gran parte, si no todo el resto, de la noche cantando con los ángeles, como ella decía, que rodeaban su cama, y cuyos resplandecientes cuerpos a ella le era dado contemplar y admirar.

"Estos cuatro hechos son perfectamente suficientes para demostrar su estado sobrenatural....

"Para satisfacción de los demás, un clérigo Bautista hizo una declaración pública de lo que antecede, pero NO SACÓ NINGUNA CONCLUSIÓN DE ELLO. ¡Oh, mi Dios, los ministros profesos, que dicen que vigilan sobre las murallas, no sacan ninguna conclusión de las más maravillosas providencias! ¡Eso le viene bien al Diablo! ¡Oh guarda, ¿qué de la noche? Esta hermana dice, primero, QUE MURIÓ; segundo, que antes de su muerte su espíritu fue arrebatado y llevado por ángeles hasta la puerta del cielo... La duración de esta ausencia fue un momento, al final del cual ella murió, y en cuyo estado ella continuó por espacio de media hora, al final de la cual ella volvió en sí, habiendo perdido la memoria de todas las cosas, excepto sus amigos. Habiendo sido restaurada su mente, rompió en llanto, porque, dijo: 'He regresado a este mundo impío'. Ella es perfecta mansedumbre, no hace acepción de personas, sino que habla igualmente a los poderosos y a los humildes, a los ricos y a los pobres, en el espíritu de un niño pequeño. La humildad y la sabiduría parecen marcar su vida, hasta el punto de que todo parece estar en perfecta armonía con la idea de que su mensaje viene de una fuente divina. ¡Gloria a Dios, lo creo! ¡LO SÉ! Lo acataré por la avivadora gracia de Dios, que me vuelve humilde, y estaré listo el día décimo del mes séptimo del presente año (judío) cuando la gran trompeta del jubileo suene con TODA SEGURIDAD...".

No puede decirse si fue porque el profeta Miller de repente respaldó la teoría del mes séptimo, o porque él era incapaz de mantener ningún tipo de equilibrio en medio de tanta alucinación histérica, pero el siguiente artículo, que apareció en The Midnight Cry de octubre 10, registra el Reverendo Joshua V. Himes como apoyando ahora la esperanza del día décimo del mes séptimo.

"El hermano Himes predicó el viernes por la tarde y por la noche en la calle Chrystic, mostrando la evidencia de la venida del Señor el día décimo del mes séptimo, relatando los benditos efectos de la doctrina".

En un número de del 12 de octubre, encontramos esta carta:

"A nuestros lectores - "Queridos hermanos y queridas hermanas:

"Encontramos que hemos llegado a una crisis de lo más solemne y trascendental, y por la luz que tenemos, estamos convencidos de que en el día décimo del mes séptimo debe ocurrir la gloriosa aparición de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Por lo tanto, encontramos que nuestra obra está terminada y que todo lo que tenemos que hacer es salir a encontrar al Esposo y preparar nuestras lámparas en consecuencia....

"Sentimos que estamos haciendo nuestra última apelación, que nos estamos dirigiendo a Uds. a través de estas columnas por última vez. En esta crisis, tenemos que permanecer solos. Si Uds. están colgados de nuestras faldas, nosotros las sacudimos. Vuestra sangre sea sobre vuestras propias cabezas. Pedimos perdón a Dios y a todos los hombres por todo lo que pueda haber sido inconsistente con su poder y su gloria, y deseamos ponernos sobre el altar. Aquí ponemos nuestros amigos y nuestros intereses.

"J. V. Himes".

Es interesante notar que, en esta misma fecha, el Boston Post hace esta advertencia: "La indignación pública contra Himes es tan grande que creemos que sería prudente que él publicara un aviso general de sus movimientos".

Sin duda esto se debía al temor por la salud mental de los que ahora tomaban parte en las reuniones del Tabernáculo en la calle Howard, donde eran demasiado evidentes las señales de la tensión mental bajo la cual muchos estaban trabajando. Al aproximarse la fecha, atemorizados hombres y mujeres de los distritos vecinos se aglomeraron en Boston con el deseo de estar bajo el techo de aquel extrañamente construído edificio y "subir" con la multitud reunida allí. Y aquí, como en cada uno de los otros lugares de reunión de los fieles, se leyeron estas terribles palabras del profeta Miller, mientras hombres y mujeres se encogían de miedo, y se cubrían los rostros con las manos:

"Pero ustedes, impenitentes hombres y mujeres, ¿dónde estarán entonces? Cuando el cielo resuene con el poderoso cántico, y el eco del sonido se oiga en las distantes regiones, díganme, ¿dónde estarán entonces? ¡EN EL INFIERNO! ¡Piensen! ¡EN EL INFIERNO! ¡Terrible palabra! Otra vez, ¡piensen! ¡EN EL INFIERNO! Alzando los ojos, estando en tormento. ¡Detente, pecador, y piensa! ¡EN EL INFIERNO!, donde están la bestia y el falso profeta, que serán atormentados día y noche, por siempre jamás. Les ruego que piensen: ¡EN EL INFIERNO! Sé que odian la palabra. Suena demasiado áspera. No hay música en ella. Uds. dicen que rechina al oído. Pero piensen que rechina al alma, la conciencia, y el oído, y no por el sonido solamente, sino por una temible realidad de la cual no hay respiro, ni descanso, ni liberación, ni esperanza. Hubo un tiempo cuando habló la conciencia, pero Uds. cerraron sus oídos y no quisieron escuchar. Hubo un tiempo cuando la razón y el buen juicio susurraron. Pero Uds. pronto ahogaron las voces que pedían ayuda contra sus propias almas. Al buen juicio y a la razón Uds. opusieron LA VOLUNTAD y EL INTELECTO, y dijeron que 'EN EL INFIERNO' sólo significaba EN LA TUMBA. Ustedes construyen en esta vana ciudadela, en esta frágil casa de arena, hasta que se rompa el último sello, suene la última trompeta, se pronuncie el último ay, y la última copa sea derramada sobre la tierra. ¡Entonces, impenitentes hombres y mujeres, despertarán Uds. en agonía eterna!" (Novena conferencia).

¡Horribles palabras, que llenaron de terror los corazones de sus seguidores!

"Pecadores por montones suplican misericordia", decía The Midnight Cry de octubre 12, y hasta el menos imaginativo debe haber sentido las vibraciones de temor que emanaban, a través de los años subsiguientes, de los engañados seguidores que creyeron en la profecía.

"History of Philadelphia" (Sharp & Westcott) da una de las más gráficas descripciones de los días finales, y por eso la insertamos aquí:

"El fuego habría de destruir la tierra en octubre de 1844. En Filadelfia, la excitación había estado aumentando por dos o más años, y para el verano de 1844 había llegado a ser indescriptible. La Iglesia Millerista estaba situada en la calle Julianna, entre Wood y Callowhill, y allí se reunían los seguidores de Miller día y noche, y observaban las estrellas y el sol, y rezaban y advertían a los que no se habían arrepentido que 'el día del juicio estaba a las puertas'.

"Muchos de ellos co.menzaron a vender sus casas a precios que eran meramente nominales. Otros regalaban sus efectos personales, cerraban sus negocios, o desocupaban sus casas. En una tienda en la calle Quinta, arriba de Chestnut, había una placa que decía:

<>"ESTA TIENDA ESTÁ CERRADA EN HONOR DEL REY DE REYES, QUE APARECERÁ COMO EN EL 20 DE OCTUBRE. PREPÁRENSE, AMIGOS, PARA CORONARLO COMO SEÑOR DE TODOS".

<>La gente que laboraba bajo la excitación se volvió loca.
<>
"En una ocasión, todas las ventanas de la casa de reunión fue rodeada por la noche por una pandilla de jóvenes, y a una señal, la oscuridad y las tinieblas se iluminaron con el resplandor de llameantes antorchas y el aire resonó con el rugido de triquitraques. Los santos que estaban dentro enloquecieron de terror, porque pensaron que el furioso remolino había llegado.

"El domingo antes del día final fue memorable. La capilla de la Calle Julianna estaba llena. Una pandilla de incrédulos en el pavimento afuera apedreó las ventanas y abucheó a los adoradores. La policía de Northern Liberties y de Spring Garden, y una comisión del alguacil, encabezados por Morton McMichael, estaban a la mano para sofocar los disturbios que amenazaban. Los miembros de la congregación se fueron a sus casas, y después, en muchos casos, dejando abiertas las puertas y las ventanas, y regalando sus muebles, se dirigieron a los distritos suburbanos. Un gran número se fue a New Jersey, pero el grupo principal se reunió en el campo de Isaac Yocomb sobre Darby Road, tres millas y media del puente de Marker Street. Mientras aquí un furioso huracán reforzaba la fe de los milleristas y sembraba el terror y el espanto en las almas de los tímidos, ese mismo huracán barría la ciudad, destruyendo embarcaciones y demoliendo casas...

"En Darby, la gente se reunió en dos carpas, pero el gentío era tan grande, que por dos días los niños se vieron obligados a correr por los campos, expuestos a la tormenta inmisiericorde, y llorando la ausencia de sus padres. Los padres, vestidos con sus blancas túnicas para la ascensión, estaban casi exhaustas por falta de alimento, dormían sobre el suelo frío y mojado, y oraban y cantaban himnos y gemían sin cesar.

"A medianoche el 22 de octubre, el Esposo habría de venir, una lluvia de fuego habría de descender del cielo, y los santos habrían de ser arrebatados juntos en un torbellino. Allí estaban, de pie, en aquella noche negra y tempestuosa de octubre, temblando de frío y de miedo, sus rostros vueltos hacia el cielo, y sus ojos tratando de captar un rayo de la terrible luz que penetraría las nubes. Llegó la mañana, y con ella llegó el fin del engaño. La gente se dispersó desalentada, y se escurrió, en silencio y abatida, cada uno hacia su hogar".

Por todos los estados el este, así como por los del sur y el oeste, tenían lugar escenas más o menos similares. Por todas partes, grupos de engañados hombres y mujeres se congregaban y esperaban el temido sonido de la trompeta.

Esta escritora recibió la siguiente carta, que traza un cuadro de ellos en el antiguo pueblo de Lunemburg, en la parte occidental de Massachusetts:

"Pasé el Día de Acción de Gracias en Hollis, New Hampshire, y sólo por casualidad mis ojos se posaron sobre una nota en el semanario 'Hollis Homstead' pidiendo información sobre los milleristas.

"¡Qué recuerdos despertó esta nota! Me sentí transportada a los días de mi niñez, cuando escuché a mi padre contar lo que había visto y sabido de esta secta.

"Más de una vez, estuvieron preparados para la Segunda Venida. Se levantaban en la noche, se vestían de blanco, y oraban en alta voz y fervorosamente, pidiendo ser encontrados listos para la venida de su Señor, al cual esperaban ver venir en nubes de gloria.

"Recuerdo que una vez, su dirigente los reunió y juntos fueron a la cima de una colina, esperando estar más cerca del Señor cuando viniera desde el cielo acompañado por los santos, y los ángeles haciendo sonar sus trompetas para llevarlos a la gloria celestial. ¡QUÉ CUADRO! Estos pobres mortales ataviados de blanco, orando y cantando y esperando la Venida, de acuerdo con el relato bíblico. ¡Qué traducción tan literal de la maravillosa historia, en la cual hoy día creemos - la venida diaria de nuestro Señor por medio del silbo suave y delicado, y las otras maneras por las cuales él entra en nuestros corazones y nuestras mentes!".

En sus "Reminiscencias", Daniel M. Treadwell describe en pocas palabras el resultado final de la profecía en Hempstead, Long Island:

"El 22 de marzo de 1844", dice, "los milleristas, vestidos con sus túnicas para la ascensión, se reunieron en las cimas de las colinas, esperando en vano la venida de Cristo desde el este. Era una patética compañía, y el engaño estaba acompañado de mucho patetismo, en el curso del cual se desquiciaron las mentes más débiles, y no pocos se suicidaron".

En una entrada en el diario del abuelo de la autora, el Sr. George Peabody, de Salem, Massachusetts, fechada el 22 de octubre de 1844, se lee lo siguiente:

"Este es un día importante para los milleristas, que creen que el fin de todas las cosas va a tener lugar hoy. Muchos están tan convencidos de esto, que han descuidado sus propiedades, y otros las han distribuído entre sus vecinos. El engaño ha producido gran tensión en las familias de los engañados - y mucho más resultará de ello".

Vale la pena insertar aquí un incidente que a él le gustaba contar una y otra vez: Su casa era lo que es ahora el Salem Club House en Washington Square, y el día antes del predicho fin del mundo estaba sentado conversando con su esposa y una de sus hijas cuando la criada vino a la puerta y anunció con voz más bien alarmada que el Sr. ---- estaba abajo y deseaba ver al Sr. Peabody especialmente, "y", añadió con tono misterioso la mucama, "tiene puesto su vestido dominguero y parece nervioso".

El Sr. Peabody bajó, y los que quedaron arriba oyeron el sonido de una muy animada conversación abajo. Cuando el Sr. Peabody regresó, su rostro revelaba tanto diversión como tensión, porque su corazón era bondadoso y sentía verdadera pena por las víctimas de un engaño tan lastimoso. Contó lo que había sucedido.

Parece que cuando saludó a su visitante, éste exclamó: "¡Sr. Peabody! ¡Sr. Peabody! ¡Querido señor! Escuche. El fin del mundo ocurrirá mañana. He venido a avisarle. Mi esposa y yo creemos en la profecía, pero mi hijo no, es terco. Le he regalado mi propiedad, pues no la necesitaremos más. Sr. Peabody, Ud. y la Sra. Peabody han sido amables conmigo. Uds. son buenas personas. ¡Odio pensar que Ud., la Sra. Peabody, y sus hijos ardan en el fuego del infierno. De verdad, de verdad!".

El Sr. Peabody trató de calmarlo, y le dijo claramente que no creía que necesariamente llegarían a un final tan espantoso, pero le fue imposible tranquilizarlo. Sintiendo mucha curiosidad por saber qué planes había hecho el pobre hombre para enfrentarse al fatal cataclismo, éste último le aseguró que, por lo que concernía a él y a su esposa, todo estaba preparado - sus túnicas blancas esperaban que se las pusieran, y ellos se proponían subirse al techo de la casa y desde allí esperar el fin. Y, para justificar su decisión, dijo: "El que esté en la azotea, no descienda," palabras que él consideraba como una afirmación de que el techo es donde ellos estarían mejor.

Viendo que su interlocutor no estaba convencido, abandonó la casa con tristeza, deplorando la inminente condenación de este buen caballero y su familia.

Al contar esto, el Sr. Peabody acostumbraba decir: "¡Pobre alma! ¡Pobre alma! ¡Daba lástima!". Cuando la profecía falló, y averiguó que el Sr. --- y su esposa estaban en la indigencia, habiendo rehusado el hijo  devolver la propiedad, el Sr. Peabody estuvo pendiente de ellos por muchos años y se aseguró de que no murieran de necesidad. Siempre mantuvo que, aparte de este engaño, el Sr. --- era un hombre normal y perfectamente sensible, y merecía una mejor suerte.

Un grupo grande de milleristas, vestidos de blanco, marchó a Gallows Hill, donde las brujas eran colgadas, y desde esta elevación esperaron las señales del inminente fin.

El Sr. Henry Clair, de New Bedford, cuyos padres eran seguidores del Profeta Miller, envió a la autora (en 1921) una descripción gráfica de su experiencia de niño aquella noche fatal:

"La hora fijada era la medianoche", dice. "Por fin llegó el día memorable. Pasó la mañana y llegó la hora de  la cena, pero ninguno de los mayores comió mucho. Poco después de la cena, los mayores se pusieron muy callados y solemnes. No se oía nada más fuerte que un murmullo. Los niños notaron que los mayores iban a las puertas y a las ventanas y escrutaban el cielo ansiosamente, y pensaron que algo terrible estaba a punto de ocurrir, y se mantuvieron agarrados de los vestidos y las manos de su madre.

"Llegó la hora de la cena, pero ninguno de los mayores quiso comer (la hora final se acercaba). Después de que los niños hubieron comido lo que sus asustadas naturalezas aceptaron, los miembros de la casa se reunieron para una serie de oraciones, y de cuando en cuando alguien se levantaba, iba a la puerta o a las ventanas y trataba de ver alguna señal del suceso.

"Como a las nueve, el papá de mi mamá se puso su túnica de la ascensión y se sentó al lado de la ventana para estar listo para subir al cielo. Todo estaba tranquilo, y sólo se oían los latidos de nuestros corazones.

"De tanto en tanto, alguien iba hasta la ventana y miraba hacia el cielo, y echaba un vistazo al reloj para calcular cuánto faltaba para el último momento. El momento final por fin llegó, pero no había señales del fin.

"Entonces algunos de los mayores se aventuraron a ir hasta la puerta, la abrieron muy cuidadosamente y se asomaron, y como no vieron nada inusual, se armaron de valor y salieron, caminaron alrededor de la casa, y volvieron a entrar, y consultaron entre ellos acerca del asunto, y llegaron a la conclusión de que William Miller había cometido un ligero error en el cálculo del tiempo. El papá de mi mamá se sentó cerca de la ventana con su túnica de ascensión puesta, hasta las tres de la mañana (tres horas después de que el tiempo había expirado), luego se levantó y se ocupó de sus asuntos diarios".

Otro relato de la expectación sufrida durante la espera del fin lo proporciona la Sra. Ellen G. T. Wood, de Springfield, Massachusetts.

"A menudo he oído a mis padres relatar lo siguiente: Mi madre, cuyo hogar estaba en New Haven, Connecticut, era una de cinco hermanas (todas bastante jóvenes). Además de la familia, había una joven norteamericana que ayudaba a mi abuela (en aquellos tiempos no había empleadas extranjeras), y la criada era considerada como una más de la familia. Mi abuelo estaba bastante interesado, pero no era uno de los seguidores...

"Como a las ocho de la noche del día señalado por los milleristas para ascender al cielo, las campanas de la iglesia comenzaron a tañer; el cielo se veía completamente cubierto de un rojo brillante, el suelo estaba cubierto de nieve, la escena era fantástica y misteriosa, y sin duda muchos estaban inclinados a tener alguna fe en el Sr. Miller.

"Mi abuelo, sin hablar mucho para no alarmar a los niños, propuso que salieran a investigar. Los niños estaban asustados, y rogaron a sus padres que los llevaran. Pensando que era mejor estar juntos a todos, la familia salió, los niños asidos de sus padres.

"Poco antes, la criada se había mandado a hacer una dentadura postiza, y como le molestaba un poco, ella aliviaba las encías quitándosela, lo cual había hecho en ese momento, y la dentadura estaba sobre la mesa de la cocina.

"Por una hora, después de mucha sorpresa, lo rojizo del firmamento aminoró, y los miembros de la familia regresaron a sus hogares, mientras mi abuelo se aventuraba a alejarse una corta distancia de la casa, donde se encontró con los que habían encontrado que la causa del cielo rojizo era un gran incendio como a cinco millas de New Haven, en un lugar suburbano llamado Westfield.

"Durante este tiempo, la criada estuvo histérica. Después de que la excitación pasó, le dijo a mi abuela: 'Sra. G.---, ¿sabe Ud. que yo dejé mi dentadura postiza en la mesa de la cocina? ¿Y qué cree Ud. que habría dicho el Señor si yo me hubiese presentado delante de él sin dientes?"

El Sr. John Whitcomb, de Lunenburg, Massachusetts, que contó cómo había ido a la carpa de Fitchburg, también le escribió a la autora un corto relato del último día:

"Yo vivía en Wells, Maine, y recuerdo cuando los Milleristas iban a ascender al cielo. Algunos de ellos tenían granjas, y las regalaban a cualquiera que las quisiera. Algunos dejaban todo, y se despedían de sus amigos diciendo: '¡Ya no nos veremos más!'.

"Venían a nuestro pueblo de cerca de y de lejos para estar cerca el uno del otro cuando el Señor los llamara. Y llegó el día, y todos estaban sentados esperando, algunos con sus túnicas puestas.

"Una anciana estuvo sentada casi toda una semana con su túnica puesta, y dijo que ella adivinaba que el Señor se había olvidado de ellos.

"Uno de nuestros vecinos le dijo a mi madre: '¡Oh, Sra. Whitcomb!, ¿No tiene Ud. miedo de que llegue el día?' Y mi madre contestó: 'No. No se preocupe, Sra. Cain, el mundo no se termina todavía'.

El Sr. Frank Stevens, de Stow, Massachusetts, dio a la autora el beneficio de sus recuerdos de lo que le sucedió en aquel pintoresco pueblito de Nueva Inglaterra al acercarse el tiempo del fin. Tenía un tío y una tía que eran ardientes seguidores del Profeta Miller. El Sr. Miller, que era un muchachito en aquel tiempo, recuerda el día antes del fin esperado, cuando estos mismos tíos llegaron en una calesa en un estado de excitación histérica. Llamaron a su padre y a su madre en voz alta: "¡Moisés! ¡María! ¡Viene el fin del mundo!" Y entraron corriendo a la casa, y a todas las habitaciones, como si estuviesen aturdidos.

El padre del Sr. Stevens era un yankee testarudo que no se dejaba influir tan fácilmente, y les dijo claramente lo que pensaba de ellos - en lenguaje nada suave además - así que lo dejaron en paz, considerándolo como irremediablemente perdido, y volvieron su atención a la madre de él. Sin embargo, ella  rehusó cambiar de posición en cuanto a sus afirmaciones y exhortaciones, y les dijo que se estaban comportando como locos.

El Sr. Stevens dijo que claramente recordaba la calesa entrando al corral, y a su tía, que era muy corpulenta, saliendo y corriendo por el sendero hacia la casa, gritando y gesticulando como loca; pisaba sobre el suelo tan fuertemente mientras corría, que pisó un pollo medio crecido y lo mató.

Mientras gran número de milleristas buscaban las cimas de las colinas como el lugar más adecuado para esperar el fin, muchos buscaban las tumbas donde sus amigos estaban enterrados, de manera que pudieran reunirse con ellos al levantarse de sus lugares de descanso terrenales y ascender con ellos. La emoción causada por la expectación de ver a los muertos resucitar resultó en demostraciones de excitación anormal. La Srta. Julia M. Warner, de Filadelfia, escribió a la autora algunos de los recuerdos de su padre de este período, de los cuales es el siguiente extracto:

"Papá estaba visitando a su tía, que vivía en New London, Connecticut, cuando el gran día final debía llegar. Temprano por la noche, justo antes de que se hiciera oscuro, se dirigieron al camposanto más antiguo a ver qué sucedería. Encontraron allí un gran gentío, que evidentemente habían llegado con el mismo propósito. Sin embargo, sólo había unos pocos Milleristas. Papá dijo que era muy divertido para muchachitos como él ver a adultos, hombres y mujeres, envueltos en yardas y más yardas de tela blanca, gritando, cantando, orando, o dando vueltas en la hierba, 'como hacen los perros cuando sufren un ataque'.

"Cuando llegó la hora señalada para el fin del mundo, se hizo sobre todos un gran silencio. La gente esperaba y esperaba...".

La Sra. Ellen M. Davenport, de Worcester, también contribuye con algunos de los recuerdos de su padre, uno de los cuales éste es uno:

"Mi padre nació y se crió en Portland, Maine. En 1843 tenía veinticuatro años de edad, y recordaba la gran excitación. Estuvo presente en la siguiente reunión del camposanto, aunque no era simpatizante. Una gran compañía de hombres y mujeres se habían confeccionado sus túnicas para la ascensión y marcharon cantando por las calles hasta el cementerio del Este, donde creían que los muertos resucitarían. Un hombre se arrodilló sobre la tumba de su primera esposa, diciendo: 'Aquí me quedaré hasta que me reúna con mi amada, y ascienda con ella.' Esto enfureció de tal manera a su segunda esposa que rehusó volver a vivir con él jamás, y así lo hizo. ¡No podía perdonarlo!

"Un fuerte aguacero con truenos contribuyó a la escena, y el gentío arrodillado exclamó: 'Ven, Señor Jesús, ven pronto!', y rehusaron levantarse a pesar de estar empapados. Una mujer exclamó: ¡Veo su rostro! ...

"Al acercarse la noche, algunos se vieron forzados a irse a sus casas, pero muchos permanecieron allí toda la noche, reacios a creer la verdad...".

Otro relato de los que se reunieron en los cementerios para la ascensión lo proporciona la Sra. de George B. Ladd, de Worcester.

"Mi madre, que ahora tiene ochenta y seis años de edad, recuerda vívidamente a los Milleristas de Wardsboro, Vermont. Ella tenía ocho años de edad en ese tiempo. La madre de ella reunió alrededor de ella a sus cinco o seis hijos y les explicó la excitación. Ella dice que el día mostraba características peculiares - una luz roja, y algo ocurrió en los cielos, parecido a las luces del Norte. Abuela se los llevó a todos al cementerio para ver a los creyentes reunirse allí envueltos en túnicas, gritando y llorando. ¡Una mujer que había muerto varios días antes fue mantenida envuelta en su túnica y sin enterrarla, para que se encontrara con el Señor! Abuelo, como uno de los Seleccionados, fue allí a protestar.

"Mi madre es inusualmente observadora. Hemos descubierto que sus recuerdos de sus primeros años son invariablemente correctos y sagaces".


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