"Cuerpo más aliento es igual a alma viviente" salmodiaba mi
maestro de Biblia en la escuela preparatoria, mientras escribía
la ecuación sobre el pizarrón. Yo estaba en
séptimo grado, y me sentía segura al contemplar la
concisa fórmula que se hacía eco de Génesis 2:7:
"Y
formó Dios al hombre del polvo de la tierra, y alentó en
su nariz aliento de vida, y fue el hombre alma viviente". La frase
sencilla de mi maestro contenía una fórmula poderosa - el
espíritu humano es simplemente aliento - que me ayudaba a
separarme de los "protestantes apóstatas" y me protegía
del engaño. Más que cualquier otra, esta doctrina
había conformado mi visión del mundo. A causa de esta
"verdad"
definitoria, estaba segura de varias cosas. Por ejemplo,
entendía que la palabra "alma" era una referencia poética
a "una persona" o quizás a su personalidad. Un "alma viviente"
era simplemente alguien que no había muerto todavía.
Además, cuando la gente moría, sus almas dormían;
en otras palabras, nada quedaba de ellos, excepto un recuerdo en la
mente de Dios. Sus cuerpos iban a la tierra,y su espíritu
(aliento) regresaba al Creador. A causa de esta creencia, yo
podía estar segura de que ningún pariente muerto
regresaría para engañarme con el espiritismo. Cualquier
espectro potencial que yo viera sería ciertamente un demonio, no
el abuelo. También, se me decía repetidamente que esta
creencia era un gran consuelo; como no quedaba nada de mis seres amados
muertos, no se enterarían de mi persistente desobediencia y
sufrimiento. (Siempre dudé del consuelo de esta doctrina. A
veces deseaba que los que morían pudiesen estar con
Jesús, aunque se enterasen de todos mis secretos, pero en
seguida suprimía este anhelo por considerarlo una peligrosa
tentación).
Estas eran las cosas que yo sabía como persona de doce
años de edad. Sin embargo, a medida que crecía, me daba
cuenta de que esta creencia de que "espíritu es igual a aliento"
tenía implicaciones para la naturaleza de Jesús y
también del pecado. Se me decía que Jesús era
exactamente como nosotros los seres humanos. No tenía ninguna
ventaja sobre nosotros, a pesar de haber sido concebido por obra del
Espíritu Santo. Aunque era definidamente Dios, mientras estuvo
en la tierra tomó sobre sí la humanidad e hizo a un lado
su ventaja divina por amor a mí. Como yo lo entendía, por
su concepción milagrosa, Jesús recibió la mitad de
sus cromosomas por parte de Dios y la otra mitad por parte de
María. Y sin embargo, esta extraña disposición
resultó en que fuese 100% Dios y 100% humano. Esta
anomalía genética generó discusiones en la
iglesia, que todavía no se han resuelto: ¿Heredó
Jesús o no la naturaleza pecaminosa de María? La misma
Ellen White hizo afirmaciones que daban autoridad a los partidarios de
ambos lados del argumento.
Si Jesús heredó la naturaleza pecaminosa de María,
¿entonces se puede decir que es sin pecado? Pero, si no
heredó la naturaleza pecaminosa de María, tenía
una ventaja sobre nosotros, lo cual significaba que no teníamos
esperanza de ser justos. Se nos decía que Jesús era
nuestro ejemplo. Debido a que guardó la ley perfectamente,
nosotros podríamos hacerlo también potencialmente. Sin
embargo, si no heredó la carne pecaminosa de María, no
podría propiamente ser nuestro ejemplo. Este dilema no pudo ser
resuelto. Cada vez que trataba de llegar a una conclusión,
quedaba confundido y tenía que dejar de pensar.
Con el tiempo, me di cuenta de que esta perplejidad sí
tenía una solución, pero no pude encontrarla sino hasta
que reexaminé mi interpretación de "espíritu".
Entendí que las palabras tanto hebrea como griega para "espíritu", a saber, ruach y pneuma, respectivamente, tienen que ver con viento, aliento, o poder divino. En el Antiguo Testamento, la palabra ruach
se refiere con frecuencia al poder divino de Dios, aunque a veces
significa también el espíritu humano. Sin embargo, en el
Nuevo Testamento, la palabra pneuma
ocurre 379 veces. De estas ocurrencias, 250 se refieren al
Espíritu Santo. Cuarenta veces, la palabra denota la parte de la
personalidad humana que puede tener una relación con Dios. El
resto de las apariciones de la palabra se refiere a espíritus
demoníacos, inmundos, malvados, o celestiales. Sin embargo, a
pesar de los significados literales de la raíz de las palabras
en el sentido de aliento, aire, o viento, su uso, particularmente en el
caso de pneuma en el Nuevo Testamento, denota claramente una identidad consciente, no física, pero real. *
¿El Espíritu Santo en mi nariz?
Hace como siete años, Richard y yo estábamos en esa
enrarecida situación de saber que estábamos en una trayectoria fuera
del adventismo, pero todavía sin saber cómo ni
cuándo saldríamos. Habíamos devorado la Biblia de
estudio de Dale Ratzlaff sobre el nuevo pacto en su libro Sabbath in Crisis (ahora se llama Sabbath in Christ)
y, por primera vez en nuestras vidas, estábamos experimentando
la seguridad y la presencia tangible, diaria, de Jesús. Mientras
continuaba estudiando, yo oraba para que Dios me dirigiera hacia los
libros que Él quería que yo leyese. Un día,
caminé hacia nuestros anaqueles y tomé un libro que yo
había estado llevando conmigo desde - bueno, ¿desde
cuándo? No recuerdo cómo ni cuándo obtuve ese
libro. Sólo sabía que lo había tenido por
años y nunca lo había leído. Se titulaba Like A Mighty Wind
[Como un viento poderoso], y había sido escrito por Mel Tari, un
evangelista indonesio. Publicado en 1971, el libro detallaba incidentes
y milagros que ocurrieron durante el reavivamiento indonesio de la
década de 1960.
Recuerdo pocos detalles del libro. Sin embargo, mi inolvidable
experiencia con él ocurrió mientras leía un
capítulo en el que Tari explicaba su interpretación de lo
que le ocurre a un pagano cuando acepta a Jesús y da la espalda
a los demonios de su anterior religión. Mientras leía y
cavilaba, de pronto puse el libro a un lado y me quedé mirando
por la ventana. Con el repentino efecto de un faro que ilumina una
caverna subterránea, la certeza llenó mi mente: mi
espíritu debe ser algo real y consciente para que el
Espíritu Santo se comunique conmigo por medio de él. Mi
espíritu no puede ser mi aliento; si fuese así, el
Espíritu Santo estaría hablándome en mi nariz. Lo
absurdo de mi creencia de toda la vida me sorprendió.
Yo conocía el argumento adventista para oponerse a esta idea.
Dicen que el Espíritu Santo se comunica con nosotros por medio
de nuestras mentes. De hecho, una de las razones por las que
debíamos observar las leyes adventistas sobre la
alimentación y la salud era para que tuviésemos mentes
claras y pudiéramos estar seguros de poder "escuchar" al
Espíritu Santo. De manera similar, debíamos sumergirnos y
sumergir a nuestros hijos en escuelas adventistas para desarrollar
nuestros intelectos y poder percibir el Espíritu Santo.
Sin embargo, Pablo, citando a Isaías en 1 Corintios 1:19,
escribió: "Destruiré la sabiduría de los sabios, y
desecharé el entendimiento de los entendidos". Más
adelante en la carta, Pablo continúa: "Lo cual también
hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana,
sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo
espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas
que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura y
no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1
Corintios 2:13-14).
Pablo estaba describiendo claramente alguna clase de "sabiduría"
aparte del análisis intelectual. Dice que el Espíritu
Santo "se discierne espiritualmente", y que no es reconocido por la
mente. Además, Pablo dice que una persona sin el Espíritu
Santo no puede discernir a Dios, y sin embargo, las personas sin el
Espíritu Santo tienen intelecto.
Lo que dice la Biblia
Después de mi alarmante revelación de que yo tenía
un espíritu que conoce a Dios y puede comunicarse con Él,
todo comenzó a verse diferente. Los textos que yo había
pasado por alto como metáforas, súbitamente adquirieron
un nuevo significado. Cuando, en Getsemaní, Jesús
pidió a sus discípulos que velaran y oraran para que
pudieran resistir la tentación y dijo: "el espíritu
está presto, pero la carne es débil", estaba hablando de
dos componentes distintos de ellos. Sus espíritus, que eran
sensibles a la verdad de Dios, estaban dispuestos a velar y orar y
resistir la tentación, pero sus cuerpos eran carne, y eran
vulnerables. Jesús sabía que ellos necesitaban estar
sometidos activamente a Dios o su carne sucumbiría.
Cuando Lucas escribió sobre el nacimiento de Juan el Bautista y
concluyó: "El niño crecía, y se fortalecía
en espíritu" (Lucas 1:80), no estaba hablando
metafóricamente. Estaba hablando de la parte de Juan que estaba
supeditada a Dios y respondía a Él. No hablaba de su
cuerpo ni de su mente física.
Uno de los textos que me habían causado perplejidad por
años ahora estaba claro: Juan 4:23-24. Cuando Jesús se
encontró con la mujer samaritana junto al pozo, ella le
preguntó dónde debía adorar la gente. Los
judíos afirmaban que Jerusalén era el único lugar
donde podía tener lugar el culto verdadero, pero a los
samaritanos no se les permitía asociarse con los judíos, y
adoraban en el monte Gerizim. Jesús echó por tierra la
idea de espacio santo con una sola frase corta: "Llegará el
momento, y ya está aquí, en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque ellos
son la clase de adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu,
y sus adoradores deben adorarle en espíritu y en verdad".
Es claro que Jesús no podía estarse refiriendo a la
mente, al intelecto, o al aliento en su referencia al espíritu.
"Dios es espíritu", dijo, y sus seguidores debían
adorarle en espíritu - en la parte de ellos que conoce al
Espíritu de Dios - y en verdad. La verdad requiere las funciones
mentales de saber y decidir, y la verdad encuentra su cumplimiento en
Jesús. Sin embargo, al espíritu se lo compara con la
esencia de Dios. El espíritu debe tener voluntad y alguna
especie de conocimiento y conciencia para adorar a Dios.
Más tarde, Pablo escribió nuevamente a los corintios,
instándoles a que se mantuviesen alejados de "todo lo que
contamina el cuerpo y el espíritu, perfeccionando la santidad
por reverencia a Dios" (2 Corintios 7:1). Si el espíritu fuese
el aliento - o siquiera una metáfora de la esencia de una
persona - no estaría sujeto a contaminación o santidad.
Estos y otros textos indican claramente que el espíritu no es el
aliento de nuestro sistema respiratorio. De manera similar, no es una
metáfora de la personalidad del individuo. Antes bien, es algo
vital en nosotros, que puede conocer a Dios - o puede rehusar conocerle.
Finalmente, es lo que va a Dios cuando uno de sus hijos muere. Cuando
Jesús exclamó desde la cruz: "Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu", no estaba enviando su aliento literal
de vuelta a Dios. Estaba entregando a Dios la parte de Él mismo
que conocía al Padre y le amaba y confiaba en Él.
La identidad de Cristo
El descubrimiento de que el espíritu de un ser humano es algo
volitivo y consciente en vez de meramente aliento ha resuelto
finalmente mi confusión sobre la naturaleza de Cristo al
resolver la naturaleza del pecado heredado. He aquí de lo que me
di cuenta: Cuando
Adán y Eva pecaron, murieron efectivamente ese mismo
día, tal como Dios les había advertido. Murieron
espiritualmente. Oh, sí - yo había oído decir que
habían muerto espiritualmente, pero, en el adventismo, la
"muerte espiritual" era una metáfora para indicar que
súbitamente se sintieron culpables, temerosos de Dios, e
incapaces de relacionarse con Él porque uno de ellos
había violado la ley. En realidad, la vergüenza y el temor
de Adán y Eva eran el resultado de algo mucho más serio
que una simple desobediencia. Sus espíritus - las partes
esenciales de ellos que conocían a Dios - quedaron
súbitamente fuera de la comunión con Él y
habían muerto.
En realidad, su muerte espiritual era tan seria que la brecha entre
ellos y Dios no podría ser reparada nunca sino hasta que viniera
un Redentor, derramara su sangre, y llevara sobre sí los pecados
de toda la humanidad. Sólo cuando el Hijo de Dios mismo abriese
finalmente un camino nuevo y vivo hasta el Padre al morir por toda la
raza podría nuevamente un espíritu humano conectarse otra
vez directamente con el Espíritu de Dios. Antes de que este
sacrificio ocurriera, la gente podía salvarse por fe en su
promesa, pero no podían ser restaurados a la intimidad con Dios.
No fue sino hasta el Pentecostés cuando algunos seres humanos
fueron restaurados a una comunión tan íntima que el
Espíritu de Dios vivió en ellos y trajo sus
espíritus muertos a una nueva vida.
Por fin caí en la cuenta de que la muerte espiritual de
Adán y Eva era el pecado que yo - y toda la humanidad -
heredamos. Puesto que el espíritu es una cosa real, no meramente
aliento, esta idea ya no tenía que ser explicada en
términos físicos. Aparentemente, por medio del ADN de mis
padres, mi "carne de pecado" había heredado, no sólo los
defectos físicos inducidos por el pecado, sino también
todas mis propensiones al mal. Se me había enseñado que
el pecado era inevitable porque yo había heredado el pecado en
mis genes.
Sin embargo, esta explicación del pecado heredado había
creado el dilema de si Cristo había heredado o no el pecado de
María. Ahora por fin entendí. Jesús era humano;
por supuesto, heredó los genes de María. Pero no eran los
genes lo que habían determinado su "naturaleza". Desde el
momento de la concepción de Jesús por el Espíritu
Santo, Jesús estaba espiritualmente vivo. A diferencia de todos
los otros humanos que hayan nacido jamás, Jesús
tenía un espíritu viviente conectado íntimamente
con el Padre desde el momento de su concepción por medio del
Espíritu Santo. No tuvo que experimentar un nuevo nacimiento de
la manera en que tendrían que experimentarlo sus seguidores.
Nació espiritualmente vivo. Los detalles de la herencia
genética de Jesús son un misterio que Dios no nos ha
revelado. Para nosotros, es suficiente saber que, aunque María
era su madre humana y pecadora, que también necesitaba un
Salvador, la herencia humana de María por parte de Jesús
no le hacía pecador. Su condición sin pecado no era
principalmente un asunto genético; era una cuestión
espiritual.
Esta intrínseca vida espiritual es lo que hacía de
Jesús el "segundo Adán". Así como Adán fue
creado con un espíritu viviente en íntima conexión
con Dios, también Jesús fue concebido como ser humano sin
pecado, vivo espiritualmente. Sin embargo, Jesús no era
solamente humano. También era Dios. Finalmente, me di cuenta de
la herejía que era pensar que Jesús no podía haber
tenido ventaja sobre mí. Sólo una persona espiritualmente
viva podría traer a la vida a los espiritualmente muertos.
Sólo mi Creador podría tener la autoridad para
restaurarme a sí mismo. Si Jesús no hubiese venido como
ser humano sin ser tocado por la muerte espiritual del pecado original,
jamás podríamos haber sido salvados. De manera
concurrente, si Cristo hubiese sido una mera criatura en vez del
Creador, no podría haber asumido responsabilidad por todos
nosotros. No fue la perfecta observancia de la ley por parte de
Jesús lo que nos salvó y puso el ejemplo para nuestras
vidas. Fue su sangre inocente derramada lo que nos salvó. Su
vida perfecta redimió nuestras vidas, pero su espíritu
sin pecado salvó nuestras almas.
Fue su espíritu viviente sin pecado lo que Jesús
entregó a su Padre al morir. Su cuerpo, marcado por los genes de
María, murió y yació en la tumba. Cuando
resucitó, recibió un cuerpo glorificado diferente del
cuerpo mortal que había heredado de María. Su cuerpo
resucitado es prueba de que nosotros también perderemos nuestra
carne mortal cuando muramos, y en la resurrección, recibiremos
cuerpos espirituales que no han sido tocados por los defecos heredados,
tal como lo hizo Jesús (1 Corintios 15:35-49).
El nuevo nacimiento
Comprender que mi espíritu es una parte real, sapiente,
volitiva, de mí mismo me ayudó a entender finalmente el
nuevo nacimiento. Jesús le dijo a Nicodemo: "Te digo una verdad,
que nadie puede entrar al reino de Dios a menos que haya nacido del
agua y del Espíritu. Lo que nace de la carne, es carne, pero lo
que nace del Espíritu, es espíritu" (Juan 3:5-6). Cuando
una persona acepta la muerte y la resurrección de Jesús
como expiación por sus pecados, el resultado inmediato es que
Dios pone su Espíritu en esa persona como sello de su
posición en Cristo y como garantía de su futura
resurrección y su herencia gloriosa con Cristo (Efesios 1:13-14;
2 Corintios 1:21-22). Esta morada interior del Espíritu Santo
produce el nuevo nacimiento que Jesús le describió a
Nicodemo: "Lo que nace del Espíritu, espíritu es".
En otras palabras, cuando yo acepté a Jesús y su
Espíritu vino y habitó en mí, mi propio
espíritu, que estaba separado de Dios y muerto en mis pecados
heredados, revivió. En ese momento, fui una nueva criatura, un
verdadero hijo de Dios nacido de su Espíritu (2 Corintios 5:17;
Juan 1:12.13). Sólo los que han nacido del Espíritu son
verdaderamente hijos de Dios, y el Espíritu Santo confirma esta
nueva identidad (Romanos 8:16).
Pentecostés marcó el comienzo de esta nueva obra de Dios.
Debido a que el cuerpo quebrantado de Jesús había abierto
un camino nuevo y vivo hasta el Padre (Hebreos 10:19-20), ahora era
posible que la humanidad tuviese una nueva relación con Dios,
que había sido imposible antes de la muerte de Jesús. A
causa de que Jesús derramó su sangre inocente y
conquistó la muerte, está presente en la tierra en
nosotros, sus nuevas creaciones. Fungimos como sus embajadores, y
porque somos nacidos del Padre por su Espíritu, llevamos a cabo
su obra de reconciliación "como si Dios estuviese apelando por
medio de nosotros" (2 Corintios 5:20). Ya no somos "en Adán" (1
Corintios 15:22); somos "en Cristo". Somos seres completamente nuevos,
con nuevas identidades, nuevo poder, nuevo potencial, y una nueva
posición en Dios.
El pecado, la salvación, y el Salvador
Se ha dicho que todas las falsas religiones tienen un falso concepto
del pecado, la salvación, y el Salvador. A menos que entendamos
estos tres hechos básicos de la vida, tendremos una
errónea comprensión de nuestra verdadera condición
y nuestra necesidad de Jesús.
He llegado a ver que mi antigua creencia - de que mi espíritu es
meramente mi aliento - deformó mi percepción de todos los
tres conceptos, pecado, salvación, y Jesús. Mientras yo
creía que mi espíritu es mi aliento, entonces mi pecado
heredado sería físico y centrado en mi mente y mi
personalidad. Si fuera físico, entonces yo podría hacer
algo para modificarlo. Así como podría trabajar para
aumentar mi fuerza muscular, también podría llevar una
vida limpia, guardar la ley, y ejercer mi fuerza de voluntad,
ayudándome así a perfeccionarme y alcanzar la justicia
que la ley demanda.
Además, si mi pecado estuviese basado en mis genes, el aceptar a
Jesús no podría realmente cambiar ese pecado hasta la
resurrección. Mi justicia sólo sería en realidad
esperanza o una promesa para el futuro, y yo sólo podría
tener la esperanza de que eventualmente "llegaría al cielo" y
encontrar la perfección que procuraba en la tierra. Tal creencia
hace de la salvación una realidad futura, no una realidad
presente. También, si el pecado es meramente físico,
entonces el Espíritu Santo no tiene más trabajo que
ayudarnos a cambiar nuestra mentalidad sibarítica y hacernos
buenos. Sin embargo, Romanos 6:22 afirma claramente que los seguidores
de Cristo "han sido liberados del pecado y han sido hechos
esclavos para Dios". "El Espíritu Santo funciona en nuestros
espíritus. Nuestras mentes y emociones descarriadas no definen
nuestro pecado; sólo reflejan nuestra herencia pecaminosa.
Obviamente, mi carne todavía peca; pero, si en fin de cuentas,
el pecado es espiritual, cuando el Espíritu Santo lleva vida a
mi espíritu, el poder del pecado en mí queda quebrantado.
Mi salvación no depende de mi conducta o mi mente. El Dios del
universo vive en mí, y yo soy nacido del Espíritu. Soy
una nueva creación. Mi salvación está asegurada y
es efectiva ahora. Debido a mi nueva identidad, ahora tengo el poder
del Espíritu Santo actuando en mí, no sólo
trayendo vida a mi espíritu, sino también trayendo
sanidad a mis emociones y mi mente dañadas por el pecado y dando
testimonio a mi espíritu de que soy hijo de Dios. Su presencia
en mí ahora hace posible que yo escoja rendirme a Él en
lugar de ser vencido por el pecado cuando soy tentado. Él ha
quebrantado el poder del pecado en mí.
Finalmente, si el pecado es genético en vez de espiritual,
entonces Jesús no podría realmente haber sido nuestro
Salvador. Biológicamente, habría tenido que heredar los
genes de María marcados por el pecado, y debió haber
tenido una naturaleza intermedia. Si su espíritu hubiese sido su
aliento, entonces su condición espiritual habría sido
definida por su rendimiento físico. Su perfecta observancia de
la ley habría tenido que ser la base de nuestra
salvación. Si el pecado fuese meramente genético,
entonces la perfección humana de Jesús debería ser
posible también para nosotros, porque él heredó la
carne humana lo mismo que nosotros. Sin embargo, si su espíritu
es más que aliento, entonces el espíritu de Jesús
define su condición espiritual. Su Espíritu estaba vivo
desde su concepción; no necesitaba un nuevo nacimiento. Debido a
que tuvo un espíritu viviente desde la concepción, no
heredó el pecado de la humanidad. Su espíritu inmaculado
y su intimidad con el Padre le daban el poder para no sucumbir nunca a
las tentaciones que soportó como ser humano.
Mi maestro de Biblia del séptimo grado casi estaba en lo cierto.
"Cuerpo más aliento es igual a alma viviente". Sin embargo, su
interpretación adventista de ruach
meramente como "aliento" o "aire" negaba el poder eterno del
Espíritu Santo para dar vida implícito en el texto de
Génesis. Según la explicación de mi maestro sobre
la vida humana, nosotros no somos diferentes de los animales; somos
cuerpos que respiran. Cuando morimos, cesa nuestra respiración,
y también nosotros. En vez de eso, el maestro debió haber
dicho: "Cuerpo más Espíritu de Dios es igual a alma
viviente". La diferencia entre la ecuación de él y la
mía es pequeñita - una variante interpretativa de una
palabra hebrea. Sin embargo, es una diferencia que lo conduce a uno
bien a las arenas movedizas de la herejía o a la sólida
roca de la seguridad en Jesús.
Es la diferencia entre la vida y la muerte.
*New Bible Dictionary, third edition, reprinted 1997; Inter-Varsity Press; p. 1125.
De vuelta arriba