LA GRAN
TRIBULACIÓN
David Chilton
Dominion Press
Fort Worth, Texas
Copyright © 1987 Dominion Press
ISBN 0-930462 55-6
CAPÍTULO 4
LOS ÚLTIMOS DÍAS
Como comenzamos a ver en el capítulo anterior, el período
que en la Biblia se llama "los últimos días" ("los
últimos tiempos" o "el último tiempo") es el período
entre el nacimiento de Cristo y la destrucción de
Jerusalén.
La iglesia primitiva estaba viviendo en el fin de la era antigua y el
comienzo de la nueva. Este período entero debe ser considerado
como el tiempo del primer advenimiento de Cristo. Tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo, la prometida destrucción de
Jerusalén se considera un aspecto de la obra de Cristo,
conectado íntimamente con su obra de redención. Su vida,
muerte, resurrección, y ascensión, el derramamiento del
Espíritu, y el juicio de Jerusalén son todos parte de su
obra de introducir su reino y crear su nuevo templo (véase, por
ejemplo, cómo conecta Daniel 9:24-27 la expiación con la
destrucción del templo).
Consideremos cómo usa la misma Biblia estas expresiones acerca
del fin de la era. En 1 Timoteo 4:1-3, Pablo advertía:
Pero el Espíritu dice
claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de
la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas
de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo
cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán
abstenerse de alimentos que Dios creó para que, con
acción de gracias, participasen de ellos los creyentes y los que
han conocido la verdad.
¿Estaba Pablo hablando de unos
"últimos tiempos" que ocurrirían miles de años
más tarde? ¿Por qué advertiría a Timoteo de
sucesos que Timoteo, y sus tataranietos, y cincuenta o más
generaciones de descendientes, nunca vivirían para ver? En
realidad, Pablo le dice a Timoteo: "Si enseñas esto a los
hermanos, serás buen ministro de Jesucristo" (1 Timoteo 4:6).
Los miembros de la generación de Timoteo necesitaban saber
qué ocurriría en "los últimos días", pues
ellos serían afectados personalmente por esos sucesos. En
particular, necesitaban tener la certeza de que la apostasía
venidera era parte del patrón general de eventos que
conducirían al fin del antiguo orden y el pleno establecimiento
del reino de Cristo. Como podemos ver en pasajes como Colosenses
2:18-23, las "doctrinas de demonios" sobre las cuales Pablo
advertía eran comunes durante el siglo primero. Los
"últimos tiempos" ya estaban ocurriendo. Esto es bastante claro
en la afirmación posterior de Pablo a Timoteo:
También debes saber
esto: que en los postreros tiempos vendrán tiempos peligrosos.
Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros,
vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,
ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables,
calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,
traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más
que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero
negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de
éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las
mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas
concupiscencias. Éstas siempre están aprendiendo, y nunca
pueden llegar al conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y
y Jambres resistieron a Moisés, así también
éstos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento,
réprobos en cuanto a la fe (2 Timoteo 3:1-8).
Las mismas cosas que Pablo dijo que
ocurrirían en "los últimos días" estaban
ocurriendo en el momento en que él escribía, y
él simplemente estaba advirtiendo a Timoteo lo que podía
esperar a medida que la era se aproximara a su clímax. El
anticristo estaba comenzando a levantar su cabeza.
Otros escritores del Nuevo Testamento compartían este punto de
vista con Pablo. La carta a los Hebreos cominza diciendo que Dios "en
estos últimos días nos ha hablado por el Hijo" (Hebreos
1:2); luego, el escritor muestra que "ahora, en la consumación
de los siglos, se presentó una vez para siempre por el
sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado"
(Hebreos 9:26). Pedro escribió que Cristo "ya estaba destinado
desde antes de la fundación del mundo, pero fue manifestado en
los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual
creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha
dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios" (1 Pedro
1:20-21). El testimonio apostólico es inconfundiblemente claro:
cuando Cristo vino, los "últimos días" llegaron con
él. Cristo vino a introducir la nueva era del reino de Dios. La
era antigua estaba desapareciendo, y sería abolida completamente
cuando Dios destruyera el templo.
DESDE
PENTECOSTÉS HASTA EL HOLOCAUSTO
El día de
Pentecostés, cuando el Espíritu había sido
derramado y la comunidad cristiana había hablado en lenguas
extrañas, Pedro declaró la interpretación
bíblica de los sucesos:
Mas esto es lo dicho por el
profeta Joel: Y en los postreros días,
dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y
vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros
jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos
soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y
sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi
Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba
en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y
vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en
sangre, anyes que venga el día del Señor, grande y
manifiesto; y todo aquél que invocare el nombre del Señor
será salvo (Hechos 2:16-21).
Ya hemos visto cómo la frase "la
luna, el fuego y el vapor de humo" y las señales en el sol y la
luna se cumplieron en la destrucción de Jerusalén. Lo que
es crucial notar en este punto es la precisa afirmación de Pedro
de que los últimos días habían llegado.
Contrariamente a algunas exposiciones modernas de este texto, Pedro no
dijo que los milagros de Pentecostés eran como
los había profetizado Joel, ni que eran una especie de "proto-cumplimiento"
de la profecía de Joel; Pedro dijo que éste era el
cumplimiento: "Esto es lo dicho
por el profeta Joel". Los últimos días estaban
aquí: el Espíritu había sido derramado, el pueblo
de Dios estaba profetizando y hablando en lenguas, y Jerusalén
sería destruida con fuego. Las antiguas profecías se
estaban desarrollando, y no pasaría esta generación antes
de que todas "estas cosas" se cumplieran. Por consiguiente, Pedro
instó a sus oyentes: "Sed salvos de esta perversa
generación" (Hechos 2:40).
En relación con esto, debemos notar la importancia
escatológica del don de lenguas. En 1 Corintios
14:21-22, Pablo mostró que el milagro de las lenguas era el
cumplimiento de la profecía de Isaías contra el Israel
rebelde.
Puesto que el pueblo del pacto estaba rechazando su clara
revelación, Dios advirtió que sus profetas le
hablaría en lenguas extrañas con el expreso
propósito de que esto fuese testigo dfinitivo para el Israel
incrédulo durante los últimos días que
precederían a su juicio:
Porque en lengua de
tartamudos, y en extraña lengua hablará a este pueblo ...
hasta que vayan y caigan de espaldas, y sean quebrantados, enlazados y
presos. Por tanto, varones burladores que gobernáis a este
pueblo que está en Jerusalén, oíd la palabra de
Jehová: Por cuanto habéis dicho: Pacto tenemos hecho con
la muerte, e hicimos convenio con el Seol; cuando pase el
turbión del azote, no llegará a nosotros, porque hemos
puesto nuestro refugio en la mentira; y en la falsedad nos
esconderemos; por tanto, Jehová el Señor dice así:
He aquí que yo he puesto en Sión por fundamento una
piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que
creyere, no se apresure. Y ajustaré el juicio a cordel, y a
nivel la justicia; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y
aguas arrollarán el escondrijo. Y será anulado vuestro
pacto con la muerte, y vuestro convenio con el Seol no será
firme; cuando pase el turbión del azote, seréis de
él pisoteados. Luego que comience a pasar, él os
arrebatará; porque de mañana en mañana
pasará, de día y de noche; y será ciertamente
espanto el entender lo oído (Isaías 28:11-19).
El milagro de Pentecostés fue una
mensaje contundente para Israel. Los judíos sabían lo que
significaba. Era la señal de Dios de que la Piedra Angular
había venido, y que Israel le había rechazado para su
propia condenación (Mateo 21:42-44; 1 Pedro 2:6-8). Era la
señal de juicio y reprobación, la señal
de que los apóstatas de Jerusalén estaban a punto
de "caer de espaldas, ser quebrantados, enlazados y presos". Los
últimos días de Israel habían llegado: la era
antigua había llegado a su fin, y Jerusalén sería
barrida en una nueva inundación, para hacer lugar para la nueva
creación de Dios. Como dijo Pablo, el don de lenguas era "una
señal, no para los creyentes, sino para los incrédulos"
(1 Corintios 14:22) - una señal para los judíos
incrédulos de la condenación que se acercaba a ellos.
La iglesia primitiva esperaba la venida de la nueva era. Sabía
que, con el fin visible del sistema del pacto antiguo, la iglesia
sería revelada como el templo nuevo y verdadero; y la obra que
Cristo había venido a llevar a cabo sería ejecutada. Este
era un aspecto importante de la redención, y la primera
generación de cristianos esperaba este evento durante su vida.
Durante este período de espera y severas pruebas, el
apóstol Pedro les aseguró que estaban "protegidos por el
poder de Dios por medio de la fe para una salvación lista para
ser revelada en el último tiempo" (1 Pedro 1:5). Estaban en al
umbral mismo del nuevo mundo.
Los
apóstoles y los cristianos de la primera generación
sabían que estaban viviendo en los últimos días de
la era del pacto antiguo. Esperaban ansiosamente su consumación
y la plena introducción de su nueva era. Al progresar la nueva
era y aumentar e intensificarse las "señales del fin", la
iglesia podía ver que el día del juicio se aproximaba
velozmente, se veía una crisis en el futuro cercano, cuando
Cristo les libraría "de este presente siglo malo"
(Gálatas 1:4). Las declaraciones de los apóstoles
están llenas de esta actitud expectante, la certeza de que este
trascendental acontecimiento estaba a las puertas. La espada de la ira
de Dios estaba suspendida sobre Jerusalén, lista para caer en
cualquier momento. Pero los cristianos no debían temer, porque
la ira venidera no estaba dirigida a ellos, sino a los enemigos del
evangelio. Pablo instaba a los tesalonicenses a "esperar de los cielos
a su Hijo, el cual resucitó de los muertos, a Jesús,
quien nos libra de la ira venidera" (1 Tesalonicenses 1:10).
Haciéndose eco de las palabras de Jesús en Mateo 23-24,
Pablo subrayó que el juicio inminente sería derramado
sobre "los judíos, que mataron al Señor Jesús
y sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan
a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a
los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos
siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el
extremo" (1 Tesalonicenses 2:14-16). Los cristianos habían sido
advertidos y, por lo tanto, estaban preparados, pero el Israel
incrédulo sería sorprendido:
Pero acerca de los tiempos y
de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os
escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día
del Señor vendrá como ladrón en la noche; que
cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos
destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no
escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en
tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón.
Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no
somos de la noche ni de las tinieblas. ... Porque no nos ha puesto Dios
para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro
Señor Jesucristo (1 Tesalonicenses 5:1-5, 9).
Pablo amplió esto en su segunda
carta a la misma iglesia:
Porque es justo delante de
Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros
que sois atribulados, daros reposo on nosotros, cuando se manifieste el
Señor Jesucristo desde el cielo con los ángeles de su
poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no
conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor
Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición,
excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder,
cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y
ser admirado en todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio
ha sido creído entre vosotros) (2 Tesalonicenses 1:6-10).
Claramente, Pablo no está
hablando de la venida final de Cristo al fin del mundo, porque las
venideras "tribulación" y "retribución" estaban dirigidas
específicamente a los que perseguían a los cristianos
tesalonicenses de la primera generación. El venidero día
del juicio no era algo que ocurriría miles de años
más tarde. Estaba cerca - tan cerca, que podían verlo
venir. La mayor parte de las "señales del fin" ya
existían, y los inspirados apóstoles instaban a la
iglesia a esperar el fin en cualquier momento. Pablo urgió a los
cristianos de Roma a perseverar en el buen vivir, "conociendo el
tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora
está más cerca de nosotros nuestra salvación que
cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el
día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y
vistámonos las armas de la luz" (Romanos 13:11-12). Obviamente,
todavía hay mucha impiedad en el mundo hoy día. Pero el
cristianismo ha estado ganando batallas gradual y persistentemente
desde los días de la iglesia cristiana; y mientras los
cristianos continúan combatiendo al enemigo, llegará el
momento en que los santos posean el reino (Daniel 7:22, 27).
Por eso Pablo podía consolar a los creyentes
asegurándoles que "el Señor está a las puertas"
(Filipenses 4:5). En realidad, la contraseña de la iglesia
primitiva (1 Corintios 15:22) era "¡Maranata! ¡El
Señor viene!".
Esperando la venidera destrucción de Jerusalén, el
escritor de Hebreos advirtió a los que sentían tentados a
"replegarse" al judaísmo apóstata que la apostasía
sólo les traería "una horrenda expectación de
juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios"
(Hebreos 10:27).
Pues conocemos al que dijo:
Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el
Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a su pueblo.
¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! ... Porque os
necesaria la paciencia, para que, habiendo hehco la voluntad de Dios,
obtengáis la promesa: Porque aún un poquito, y el que ha
de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá
por la fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma. Pero
nosotros nos somos de los que retroceden para perdición, sino de
los que tienen fe para preservación del alma (Hebreos 10:30-31;
36-39).
Los otros autores del Nuevo Testamento
escribieron en términos similares. Después de que
Santiago advirtió a los incrédulos ricos que
oprimían a los cristianos acerca de las miserias que estaban a
punto de descender sobre ellos, acusándoles de haber "acumulado
tesoros para los días postreros" (Santiago 5:1-6), animó
a los cristianos sufrientes:
Por tanto, hermanos, tened
paciencia hasta la venida del Señor.
Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra,
aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la
tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad
vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.
Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no
seáis condenados; he aquí, el juez está
delante de la puerta (Santiago 5:7-9).
También el apóstol Pedro
advirtió a la iglesia que "el fin de todas las cosas se acerca"
(1 Pedro 4:7), y les animó a vivir en la diaria
expectación del juicio que habría de venir en su
generación:
Amados, no os
sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, si alguna
cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois
participantes de los padecimientos de Cristo, para que también
en la revelación de su gloria os gocéis con gran
alegría. ... Porque es tiempo de que el juicio comience por la
casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál
será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? (1
Pedro 4:12-13; 17).
Los primeros cristianos tuvieron que
soportar tanto severas persecuciones a manos del Israel apóstata
como traiciones de los anticristos en su propio medio, que trataban de
llevar a la iglesia hacia la secta judaica. Pero este tiempo de fuerte
tribulación y sufrimiento trabajaba a favor de la
bendición y la santificación de los propios cristianos
(Romanos 8:28-39); y mientras tanto, la ira de Dios contra los
perseguidores estaba aumentando. Finalmente, vino el fin, y se
desató la ira de Dios. Los que habían acarreado
tribulación sobre la iglesia fueron lanzados a la mayor
tribulación de todos los tiempos. El mayor enemigo de la iglesia
fue destruido, y nunca más representaría una amenaza para
su victoria final.
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