LA GRAN TRIBULACIÓN

David Chilton

Dominion Press

Fort Worth, Texas

Copyright © 1987 Dominion Press


ISBN 0-930462 55-6

CAPÍTULO 8

SE ABRE EL LIBRO

Fnalmente, el Señor Jesucristo abre el séptimo sello del nuevo pacto (Apocalipsis 8:1-2), revelando las siete trompetas que anuncian la suerte de Jerusalén, la una vez santa ciudad que se ha paganizado y que, como su precursora Jericó, caerá como resultado del sonido de siete trompetas (véase Josué 6:4-5). Pero primero, en esta grandiosa liturgia espiritual que es el libro de Apocalipsis, hay "silencio en el cielo como por media hora". Con toda probabilidad, la base de esto es  la liturgia del Antiguo Testamento, cuando los cantores y las trompetas cesaban y todos se inclinaban en adoración reverente (véase 2 Crónicas 29:28-29); y el período específico de media hora probablemente se relaciona con la duración del tiempo que el sacerdote requería para entrar en el templo, ofrecer el incienso, y regresar (véase Apocalipsis 8:3-4; Levítico 16:13-14; Lucas 1:10, 21). (Los detalles técnicos mencionados aquí son sólo algunas de las muchas indicaciones de que Juan había sido sacerdote de Israel, y hasta puede que haya provenido de la familia del sumo sacerdote; su capacidad para manejar detalles minuciosos del culto es asombrosa).

La descripción que Alfred Edersheim hace de esta ceremonia en el templo nos ayuda a entender el escenario reflejado allí: "Lentamente, el sacerdote que ofrecía el incienso y sus ayudantes ascendían los escalones del Lugar Santo, precedidos por los dos sacerdotes que previamente habían cubierto el altar y el candelabro, y que ahora quitaban los vasos que habían dejado atrás, y adorando, se retiraban. Después, uno de los ayudantes extendía reverentemente los carbones sobre el altar de oro; el otro disponía el incienso. y luego el principal sacerdote oficiante quedaba solo dentro del Lugar Santo, para esperar la señal del director antes de quemar el incienso. Fue probablemente mientras estaban así expectantes cuando el ángel Gabriel se le apareció a Zacarías [Lucas 1:8-11]. Al dar el director la orden que indicaba que 'el momento del incienso había llegado', 'la multitud entera de los que estaban fuera' se retiraba del atrio interior y se postraban delante del Señor, extendiendo sus manos en silenciosa oración.

"Este era un período solemnísimo, cuando en todos los vastos edificios del templo la multitud de adoradores estaba en profundo silencio, mientras dentro del santuario mismo el sacerdote ponía el incienso sobre el altar de oro y la nube de incienso [Apocalipsis 5:8] subía delante del Señor, lo cual sirve como imagen de las cosas celestiales en esta descripción" (The Temple, Its Ministry and Services as They Were at the Time of Christ, p. 167).

Después de este silencio lleno de reverencia, se les dan siete trompetas a los siete ángeles que están delante de Dios (la liturgia del templo usaba siete trompetas también: 1 Crónicas 15:24; Nehemías 12:41). Juan parece suponer que sus lectores reconocerán a estos siete ángeles. ¿Por qué? Porque ya había introducido a los siete "ángeles" o pastores, en Apocalipsis 2-3. Son ellos los representados aquí, aunque concedamos que los dos grupos de "siete ángeles" no son necesariamente idénticos. Claramente, se desea relacionarlos entre sí, como podemos ver cuando nos apartamos del texto (y nuestras ideas preconcebidas) y dejamos que el cuadro entero se nos presente. Cuando hacemos esto, vemos el Apocalipsis estructurado en sietes, y en patrones recurrentes de sietes. Uno de esos patrones recurrentes es el de siete ángeles (capítulos 1-3, 8-11, 14, 15-16). Así como la adoración terrenal toma como modelo la adoración en el cielo (Hebreos 8:5; 9:23-24, también lo es el gobierno de la iglesia (Mateo 16:19; 18:18; Juan 20:23); además, de acuerdo con la Escritura hay numerosas correspondencias entre las actividades humanas y las angélicas (véase Apocalipsis 21:17). Los ángeles están presentes en los servicios de adoración de la iglesia (1 Corintios 11:10; Efesios 3:10) - o, más precisamente, en el día del Señor nos congregamos en adoración alrededor del trono de Dios en la corte celestial.

Así, pues, en el libro de Apocalipsis se nos muestra que el gobierno de la iglesia terrenal corresponde al gobiermo celestial, angélico, de la misma manera que nuestro culto oficial corresponde al que es conducido alrededor del trono celestial por los ángeles. Además, los juicios que caen sobre la tierra ocurren por las acciones de los siete ángeles (nuevamente, no podemos divorciar a los ángeles humanos de sus contrapartes celestiales). Los oficiales de la iglesia están comisionados y tienen autoridad para hacer fructificar las bendiciones y las maldiciones de Dios en la tierra. Los oficiales de la iglesia son administradores de la historia mundial, divinamente designados. Como veremos, las implicaciones de este hecho son bastante literalmente de tremenda importancia.

En Apocalipsis 8:3-5, Juan ve a otro ángel de pie en el altar celestial del incienso, sosteniendo un incensario de oro. Se le da al ángel una gran cantidad de incienso, que simboliza las oraciones de todos los santos (véase Apocalipsis 5:8), para que lo añada a las oraciones del pueblo de Dios, asegurando que las oraciones sean recibidas como ofrenda de olor agradable a Dios: Luego, el humo del incienso, junto con las oraciones de los santos, asciende delante de Dios de la mano del ángel, mientras el ministro ofrece las peticiones de su congregación.

Lo que sucede después es asombroso: el ángel llena el incensario con carbones encendidos del altar de incienso y arroja el fuego a la tierra en juicio; y esto es seguido por "truenos, voces, relámpagos y un terremoto". Por supuesto, estos fenómenos deberían ser familiares a todos los lectores de la Biblia como los acompañamientos normales de la nube de gloria. "Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte. ... Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte sed estremecía en gran manera" (Éxodo 19:16, 18).

La ironía de este pasaje se hace obvio cuando tenemos presente que es una profecía contra el Israel apóstata. En la adoración del Antiguo Testamento, el fuego del altar de ofrenda encendida se originaba en el cielo, descendiendo sobre el altar cuando el tabernáculo y el templo eran preparados (Levítico 9:24; 2 Crónicas 7:1). Este fuego, iniciado por Dios, era mantenido encendido por los sacerdotes y llevado de un lugar a otro para que pudiera ser usado para iniciar otros fuegos sagrados (Levítico 16:12-13; véase Números 16:46-50; Génesis 22:6). Ahora, cuando al pueblo de Dios se le ordenó destruir una ciudad apóstata, Moisés ordenó además: "Y juntarás todo su botín en medio de la plaza, y consumirás con fuego la ciudad, y todo su botín, todo ello, como holocausto a Jehová tu Dios" (Deuteronomio 13:16; Jueces 20:40; véase Génesis 19:28). La única manera aceptable de quemar una ciudad como holocausto era con fuego de Dios - fuego del altar. Así,pues, cuando una ciudad iba a ser destruida, el sacerdote tomaba fuego del altar de Dios y lo usaba para encender el montón del botín que servía para encender el resto, ofreciendo así la ciudad entera como holocausto. Es esta práctica de poner a una ciudad "bajo interdicción", de modo que nada sobreviva a la conflagración (Deuteronomio 13:12-18), que el libro de Apocalipsis usa para describir el juicio de Dios contra Jerusalén.

Dios hace llover sus juicios sobre la tierra como respuesta específica a la adoración litúrgica de su pueblo. Como parte del servicio formal de adoración y oficial en el cielo, el ángel del altar ofrece las oraciones del pueblo de Dios como grupo; y Dios responde a sus peticiones,  actuando en la historia en nombre de los santos. La íntima conexión entre la liturgia y la historia es un hecho ineludible, que no podemos darnos el lujo de ignorar. Esto no es para sugerir que el mundo está en peligro de caer en el "no ser" cuando la adoración de la iglesia es defectuosa. En realidad, Dios usará las fuerzas históricas (aun las paganas) para castigar a la iglesia cuando ella deja de estar a la altura de su sublime llamado como reino de sacerdotes. El punto aquí es que la adoración oficial de la comunidad del pacto es cósmicamente significativa. La historia de la iglesia es la clave de la historia del mundo: Cuando la asamblea de adoradores  invoca al Señor del pacto, el mundo experimenta sus juicios. La historia es administrada y dirigida desde el altar del incienso, que ha recibido las oraciones de la iglesia.
En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos. La tierra fue conmovida y tembló; se conmovieron los cimientos de los montes, y se estremecieron, porque se indignó él. Humo subió de su nariz, y de su boca fuego consumidor; carbones fueron por él encendidos. Inclinó los cielos, y dscendió; y había densas tinieblas debajo de sus pies. Cabalgó sobre un querubín, y voló; voló sobre las alas del viento. Puso tinieblas por su escondedero, por cortina suya alrededor de sí; oscuridad de aguas, nubes de los cielos. Por el resplandor de su presencia, sus nubes pasaron; granizo y carbones ardientes. Tronó en los cielos Jehová, y el Altísimo dio su voz; granizo y carbones de fuego. Envió sus saetas, y los dispersó; lanzó relámpagos, y los destruyó. Entonces aparecieron los abismos de las aguas, y quedaron al descubierto los cimientos del mundo, a tu reprensión, oh Jehová, por el soplo del aliento de tu nariz. (Salmos 18:6-15).
EL TRASFONDO DE LOS JUICIOS DE LAS TROMPETAS

Varias áreas del significado simbólico de las trompetas están a la vista en este pasaje. Primera, se usaban trompetas en la liturgia del Antiguo Testamento para procesiones ceremoniales, particularmente como escoltas para el arca del pacto (véase Apocalipsis 11:19); el ejemplo obvio y principal de esto es la marcha alrededor de Jericó antes de que cayese (Josué 6; véase 1 Crónicas 15:24; Nehemías 12:41; Apocalipsis 11:13).

Segunda, se hacían sonar las trompetas para proclamar el gobierno de un nuevo rey (1 Reyes 1:34, 39; véase Salmos 47:5; Apocalipsis 11:15).

Tercera, la trompeta hacía sonar una alarma, advirtiendo a Israel del juicio que se aproximaba e instando al arrepentimiento nacional (Isaías 58:1; Jeremías 4:5-8; 6:1, 17; Ezequiel 33:1-6; Joel 2:1, 15).

Cuarta, Moisés recibió instrucciones de usar dos trompetas de plata tanto "para convocar a la congregación" para la adoración como "para mover los campamentos" para el combate con el enemigo (Números 10:1-9). Es significativo que estos dos propósitos, la guerra santa y la adoración, se mencionan juntos. Por supuesto, la ironía en Apocalipsis es que Dios ahora ordena que las trompetas de la guerra santa se hagan sonar contra el mismo Israel.

Quinta, las trompetas también se hacían sonar en las fiestas y en el primer día de cada mes (Números 10:10), con énfasis especial en Tishri 1, el día de Año Nuevo civil (en el año eclesiástico, el primer día del séptimo mes); este Día de las Trompetas era el reconocimiento litúrgico especial del Día del Señor (Levítico 23:24-25; Números 29:1-6). Por supuesto, al trasfondo más básico de todo esto es la nube de gloria, que está acompañada por trompetazos angélicos anunciando la soberanía y el juicio del Señor (Éxodo 19:16); la liturgia terrenal del pueblo de Dios era una recapitulación de la liturgia celestial, otra indicación de que el pueblo redimido de Dios había sido restaurado a su imagen. (Esta era la razón del método que el ejército de Gedeón usó para poner en fuga a los madianitas en Jueces 7:15-22: rodeando al enemigo con luces, griterío, y el sonido de trompetas, los israelitas eran un reflejo divino del ejército celestial de Dios en la Nube, viniendo en venganza contra los enemigos de Dios).

No sólo recordándonos la caída de Jericó, los juicios acarreados por el sonido de las trompetas en Apocalipsis también recuerdan las plagas que cayeron sobre Egipto antes del éxodo. Juntas, están representadas como destruyendo la tercera parte de la tierra. Obviamente, puesto que el juicio no es ni total ni final, no puede ser el fin el mundo físico. Sin embargo, la devastación es tremenda, y trabaja para producir el fin de la nación judía, el sujeto de estas terribles profecías. Israel se ha convertido en una nación de egipcios y cananeos, y peor: una tierra de apóstatas del pacto. Todas las maldiciones de la ley están a punto de ser derramadas sobre los que una vez fueron el pueblo de Dios (Mateo 23:35-36). Los cuatro primeras trompetas se refieren aparentemente a la serie de desastres que devastaron a Israel en los últimos días, y principalmente a los eventos que condujeron al comienzo de la guerra.

LA PRIMERA TROMPETA

 Mientras que los juicios de los sellos eran medidos en cuartos, los juicios de las trompetas eran medidos en tercios. Suena la primera trompeta (Apocalipsis 8:6-7), y cae una triple maldición (granizo, fuego, sangre), que afecta un tercio de la tierra; tres objetos en particular son seleccionados. Juan ve "granizo y fuego, mezclados con sangre, y fueron lanzados a la tierra". La sangre de los testigos muertos se mezcla con el fuego del altar, trayendo ira sobre los perseguidores. El resultado de esta maldición, que tiene algunas similitudes con la séptima plaga de Egipto (Éxodo 9:22-26), es el incendio de una tercera parte de la tierra y la tercera parte de los árboles, y toda la hierba verde (es decir, toda la hierba verde de un tercio de la tierra; véase Apocalipsisa 9:4). Si los árboles y la hierba representan al remanente elegido (como parecen hacerlo en 7:3 y 9:4), esto indica que no están exentos del sufrimiento físico y la muerte al caer la ira de Dios sobre los impíos. Sin embargo, (1) la iglesia no puede ser destruida completamente en ningún juicio (Mateo 16:18), y (2) a diferencia de los impíos, el destino final de los impíos no es la ira sino la vida y la salvación (Romanos 2:7-9; 1 Tesalonicenses 5:9).

Por otra parte, los impíos sólo tienen delante de ellos ira y angustia, tribulación y aflicción (Romanos 2:8-9). Literalmente, la vegetación de Judea, y especialmente de Jerusalén, fue destruida en los métodos militares romanos de tierra arrasada, como informa Josefo: "Como la ciudad, el campo era un espectáculo lastimoso, porque donde una vez había habido una multitud de árboles y parques, ahora había un completo desierto desnudo de árboles; y ningún extranjero que hubiese visto la antigua Judea y los gloriosos suburbios de su capital y que ahora contemplase la total desolación, podría contener las lágrimas ni suprimir un gemido al ver un cambio tan terrible. La guerra había borrado todo rastro de belleza, y nadie que hubiese conocido la ciudad en el pasado y hubiese regresado a ella repentinamente habría reconocido el lugar porque, aunque él ya estaba allí, todavía estaría buscando la ciudad" (The Jewish War, vi.1.1). Y sin embargo, éste era sólo el comienzo: muchas más tristezas, y mucho peores, esperaban delante (véase 16:21).

LA SEGUNDA TROMPETA

Con el trompetazo del segundo ángel (Apocalipsis 8:8-9), vemos un paralelo con la primera plaga de Egipto, en la cualel Nilo se convirtió en sangre y los peces murieron (Éxodo 7:17-21). La causa de esta calamidad fue que una gran montaña ardiendo fue lanzada al mar. El significado de esto se hace claro cuando recordamos que la nación de Israel era el "Santo Monte" de Dios, "el monte de la herencia de Dios" (Éxodo 15:17). Como el pueblo redimnido de Dios, los hebreos habían sido traídos de vuelta al Edén, y el uso repetido de la imagen de la montaña a lo largo de su historia incluyendo el hecho de que el monte de Sión era el símbolo aceptado de la nación) demuestra esto vívidamente. Pero ahora, como apóstata, Israel se había convertido en un "monte destructor", contra el cual se había vuelto la ira de Dios. Ahora Dios habla de Jerusalén en el mismo lenguaje que Él una vez usó para hablar de Babilonia, un hecho que será central en las imágenes de este libro:
He aquí yo estoy contra ti, monte destruidor, dice Jehová, que destruiste toda la tierra; y extenderé mi mano contra ti, y te haré rodar de las peñas, y reduciré a monte quemado. ... Subió el mar sobre Babilonia; de la multitud de sus olas fue cubierta (Jeremías 51:25, 42).
Conéctese esto con el hecho de que Jesús, en la mitad de una larga serie de discursos y parábolas sobre la destrucción de Jerusalén (Mateo 20-25), maldijo a una higuera estéril como símbolo de juicio sobre Israel. Luego les dice a sus discípulos: "De cierto os digo, que si tuviéseis fe, y no dudaseis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que, si a este monte dijéreis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiéreis en oración, creyendo, lo recibiréis" (Mateo 21:21-22). ¿Estaba Jesús siendo frívolo? ¿En realidad esperaba que los discípulos fueran por allí orando para que los montes literales se movieran? Por supuesto que no. Lo que es más importante, Jesús no había cambiado el tema. Todavía les estaba dando una lección sobre la caída de Israel. ¿Cuál era la lección? Jesús estaba dando instrucciones a sus discípulos para que elevasen oraciones imprecatorias, suplicando que Dios destruyese a Israel, secase la higuera, y echase al mar al monte apóstata.

Y eso fue exactamente lo que sucedió. La perseguida iglesia, bajo la opresión de los judíos apóstatas, comenzó a orar pidiendo la venganza de Dios sobre Israel (Apocalipsis 6:9-11), pidiendo que el monte de Israel fuese "tomado  y echado en el mar". Sus ofrendas fueron recibidas en el altar celestial de Dios, y en respuesta, Dios dio instrucciones a los ángeles para que arrojaran sus juicios sobre la tierra (Apocalipsis 8:3-5). Israel fue destruido. Debemos notar que Juan está escribiendo esto antes de la destrucción, para la instrucción y el estímulo de los santos, para que continuasen orando con fe. Como les había dicho al principio: "Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca" (Apocalipsis 1:3).

LA TERCERA TROMPETA

Como el símbolo anterior, la visión de la tercera trompeta (Apocalipsis 8:10-11) combina imágenes bíblicas de las caídas tanto de Egipto como de Babilonia. El efecto de esta plaga - las aguas volviéndose amargas - es similar a la primera plaga de Egipto, en la cual el agua se volvió amarga a causa de la multitud de peces muertos y en descomposición (Éxodo 7:21). Lo amargo de las aguas es causado por una gran estrella que cayó del cielo, ardiendocomo una antorcha. Esto es paralelo con la profecía de Isaías sobre la caída de Babilonia, descrita en términos de la caída original en el paraíso:
¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo (Isaías 14:12-15).
El nombre de esta estrella caída es Ajenjo, un término usado en la Ley y los Profetas para advertir a Israel de su destrucción como castigo por su apostasía (Deuteronomio 29:18; Jeremías 9:15; 23:15; Lamentaciones 3:15, 19; Amós 5:7). Nuevamente, combinando estas alusiones en el Antiguo Testamento, Juan subraya lo que quiere decir: Israel es apóstata, y se ha convertido en un Egipto; Jerusalén se ha convertido en Babilonia; y los quebrantadores del pacto serán destruidos, tan seguramente como lo fueron Egipto y Babilonia.

LA CUARTA TROMPETA

Como la novena plaga de Egipto de una "espesa oscuridad" (Éxodo 10:21-23), la maldición causada por la cuarta trompeta (Apocalipsis 8:12-13) cae sobre los portadores de luz, el sol, la luna, y las estrellas, de modo que la tercera parte de ellos se oscureciesen. Estas imágenes fueron usadas por lo profetas durante mucho tiempo para representar la caída de las naciones y los gobernantes nacionales (véase Isaías 13:9-11, 19; 24:19-23; 34:4-5; Ezequiel 32:7-8, 11-12; Joel 2:10, 28-32; Hechos 2:16-21). En cumplimiento de esto, F. W. Farrar observa: "Un gobernante tras otro, jefe tras jefe del Imperio Romano y la nación judía fue asesinado y arruinado. Gayo, Claudio, Nerón, Galba, Otón, Vitelio, todos murieron asesinados o se suicidaron; Herodes el Grande, Herodes Antipas, Herodes Agripa, y la mayoría de los príncipes herodianos, junto con no pocos de los principales sumos sacerdotes de Jerusalén, perecieron después de haber caído en desgracia, o en el exilio, o pr manos violentas. Todos ellos fueron soles apagados  y estrellas oscurecidas" (The Early Days of Christianity, p. 519).

Ahora Juan ve un águila (véase Apocalipsis 4:7) volando en medio del cielo, una advertencia de la ira venidera. Como muchos otros símbolos de pacto, el águila tiene una doble naturaleza. Por un lado, significa la salvación que Dios proporcionó a Israel:
Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó. Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo. Como el águila que excita su nidada, revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, los lleva sobre sus plumas (Deuteronomio 32:9-11; Éxodo 19:4).
Pero el águila es también una terrible ave de presa, asociada con sangre y muerte y carne putrefacta:
Sus polluelos chupan la sangre; y donde hubiere cadáveres, allí está ella (Job 39:30).
Las advertencias proféticas de la destrucción de Israel están a menudo redactadas en términos de águilas que descienden sobre la carroña (Deuteronomio 28:49; Jeremías 4:13; Lamentaciones 4:19; Oseas 8:1; Habacuc 1:8; Mateo 24:28). En realidad, un aspecto básico de la maldición del pacto es el de ser devorado por las aves del cielo (Génesis 15:9-12; Deuteronomio 28:26, 49; Proverbios 30:17; Jeremías 7:33-34; 16:3-4; 19:7; 34:18-20; Ezequiel 39:17-20; Apocalipsis 19:17-18). El querubín-águila reaparecerá en Apocalipsis como imagen de la salvación (12:14), para ser reemplazado finalmente por (o visto nuevamente como) un ángel volando por en medio del cielo proclamando el evangelio a los que moran en la tierra (14:6), pues su misión es en fin de cuentas redentora en su alcance. Pero la salvación del mundo vendrá por medio de la caída de Israel (Romanos 11:11-15), 25). Así, pues, el águila comienza su mensaje con ira, proclamando tres ayes que han de venir sobre los que moran en la tierra.

Como las plagas originales en Egipto, las maldiciones se están intensificando, y se están volviendo más precisas en su aplicación. Lo que Juan dice está aumentando hasta un crescendo, usando los tres ayes del águila (que corresponden al quinto, sexto, y séptimo trompetazo (vease Apocalipsis 9:12; 11:14-15) para dramatizar los crecientes desastres que está sufriendo la tierra de Israel. Después de muchas demoras y mucha resignación por parte del celoso y santo Señor de los ejércitos, las terribles sanciones de la ley son finalmente desatadas contra los violadores del pacto, de manera que Jesús pueda heredar los reinos del mundo y traerlos a su templo (Apocalipsis 11:15-19; 21:22-27).

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