ELLEN G. WHITE Y LA INTERPRETACIÓN
DE LAS PROFECÍAS BÍBLICAS
Donald
Casebolt
Cuando escribió
este artículo, Donald Casebolt era alumno de post-grado de la Universidad
de Andrews. También realizó trabajos de investigación
al mismo nivel en la Universidad de Chicago. |
Sin duda, una causa importante de la agitación
actual en las filas del Adventismo del Séptimo Día es la
decepción causada por el hecho de que los acontecimientos
considerados como cumplimiento de las profecías del tiempo del fin
no condujeron a la Segunda Venida. A fin de cuentas, la iglesia fue fundada
por pioneros convencidos de que las profecías se estaban cumpliendo
muy rápidamente.
Ahora, mientras los Adventistas se empeñan en comprender
más plenamente la Segunda Venida de Cristo, están regresando
a las Escrituras para ver si las han entendido correctamente. Estamos convencidos
de que las Escrituras, y no nuestros pioneros, por reverenciados que sean,
son las que determinan nuestras creencias en cuanto al regreso de Cristo.
Este artículo examinará la metodología básica
de los expositores Adventistas de los primeros tiempos, las limitaciones
de sus comentarios sobre las profecías versículo por versículo,
y la adopción por parte de Ellen G. White de conclusiones erróneas.
Los dirigentes Adventistas de los inicios de la iglesia
estaban convencidos de que las profecías del tiempo del fin en gran
medida se cumplían rápidamente. El terremoto de Lisboa de
1755, el día oscuro de 1780, el cautiverio del Papa Pío VI
en 1798, y la caída de las estrellas en 1833 habían ocurrido
en un pasado reciente. Lo que se destacaba aún más, sin embargo,
era el hecho de que Turquía quedara reducida a la impotencía
en 1840, aparentemente en el día exacto que Josiah Litch había
predicho, según su interpretación de Apocalipsis 9. Esto
dio un tremendo impulso y una tremenda credibilidad a las predicciones
ligadas a 1843-1844. Hasta que esas predicciones fallaron, los acontecimientos
de los últimos días ligados a las profecías habían
parecido que innegablemente se enfocaban sobre el mundo - como sucesivos
disparos de cañón, debiendo sonar el próximo disparo
en ocasión del clímax de la historia terrenal.
Los expositores Adventistas pioneros interpretaban el
Apocalipsis utilizando un principio de interpretación conocido como
método histórico continuo. Empleando esta metodología,
centralizaron sus esfuerzos en "seleccionar eventos históricos que
pudiesen ser cumplimiento probable de las profecías [de Apocalipsis]".1
El peligro inherente al aplicar este método es que los expositores
pueden ser llevados a forzar acontecimientos históricos en un texto
sin adecuado soporte. Además de forzar el texto bíblico,
esto todavía envuelve una injustificable aplicación selectiva
de documentos históricos. Se examinarán dos ejemplos de que
eso fue lo que sucedió : (1) Las siete trompetas de Apocalipsis
8:6-9, 21; y (2) La conmoción de los cielos y de la tierra de Apocalipsis
6:12-17.
Antes de examinar Apoc. 8:6-9, 21, es vital que tengamos
una clara concepción del contexto. El sexto capítulo de Apocalipsis
trata de la apertura de los siete sellos, de los cuales el sexto nos conduce
al tiempo en que los habitantes de la tierra exclaman: "Ha llegado el gran
día de su ira [de Dios y del Cordero]". 2
"Después de esto, vi a cuatro ángeles en
pie sobre los cuatro ángulos de la tierra, que detenían los
cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la
tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol. Vi también
a otro ángel que subía de donde sale el sol, y tenía
el sello del Dios vivo; y clamó a gran voz a los cuatro ángeles,
a quienes se había dado el poder de hacer daño a la tierra
y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar,
ni a los árboles hasta que hayamos sellado en sus frentes a los
sievos de nuestro Dios. Y oí el número de los sellados: ciento
cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel"
(Apoc. 7:1-4).
Nótese que la tierra, los árboles, y el
mar no deben ser dañados hasta que el sellamiento haya terminado.
El tiempo del verbo "sellar" en el versículo 4 indica que el sellamiento
se había completado. 3
Después de enumerar el grupo sellado, Apoc. 8:1 describe la apertura
del séptimo sello. En seguida, en Apoc. 8:7, hay la descripción
de las primeras dos trompetas. Aquí,
inmediatamente después
de haber ocurrido el sellamiento, notamos que la tierra, los árboles,
y el mar son afectados. "Y la tercera parte de los árboles se quemó
. . . y algo como una gran montaña ardiendo en fuego fue precipitado
en el mar; y la tercera parte del mar se convirtió en sangre".
Además, cuando escuchamos la quinta trompeta, vemos
que las langostas tienen orden de herir "solamente a los hombres que no
tuviesen el sello de Dios en sus frentes" (Apoc. 9:4). Queda claro que
los acontecimientos de las siete trompetas siguen al sellamiento. Si se
habló del sellamiento luego del anuncio de que había "llegado"
el día de la ira de Dios, se vuelve virtualmente imposible situar
los acontecimientos de las primeras seis trompetas dentro de un segmento
de la historia limitado al intervalo entre los años 400 y 1840 A.D.
Establecida la posición cronológica de las
siete trompetas, se debe determinar su extensión topológica.
Para eso, es necesario comprender la cosmología bíblica (el
estudio de cómo está estructurado el universo). La base para
esta cosmología se encuentra en el relato de la Creación.
Allí, los primeros seis días están ordenados en dos
grupos correspondientes de tres.
Día/Evento/Lugar
1 Luz/tinieblas I cielos
2 Agua/atmósfera II mares
3 Tierra/vegetación III tierra
4 Cuerpos celestes I cielos
5 Mar y criaturas marinas II mares
6 Criaturas terrestres III tierra
7 Descanso sabático
Este esquema de tres divisiones se encuentra por todo
el libro de Apocalipsis y en el resto de la Biblia. Pueden mencionarse
en diferentes pasajes con ligeras variantes. El texto familiar de Apoc.
14:7 nos ordena "adorar a Aquel que hizo (1) los cielos y (2) la Tierra
y (3) el mar y las fuentes de las aguas". Otros textos incluyen Apoc. 15:13;
10:6; y 11:6. Este principio ya está bien establecido en pasajes
del Antiguo Testamento que hablan del gran día del juicio de Dios.
Por ejemplo, en Sofonías 1:2-3 leemos:
"Destruiré por completo todas las cosas de sobre
la faz de la tierra, dice Jehová. Destruiré a los hombres
y a las bestias; destruiré las aves del cielo y los peces del mar.
. .".
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, cuando
esos tres ámbitos se mencionan, el propósito involucrado
es universal y no puede limitarse a una area geográfica.
Regresando a las siete trompetas de Apocalipsis 8, vemos
que la acción allí envuelve todos esos tres ámbitos:
1a trompeta: tierra (árboles y hierba
verde) 8:7
2a trompeta: mar (navíos y vida marítima)
8:8,9
3a trompeta: (ríos y fuentes de agua)
8:10, 11
4a trompeta: (sol, luna y estrellas) 8:12
Así, no puede haber duda de que el propósito
de las siete trompetas es universal, como lo es el propósito de
las siete copas - popularmente conocidas como las siete últimas
plagas - que han sido estructuradas de manera semejante.
Sin embargo, cuando se examina la exposición adventista
típica 4, se
descubre que esos principios de estructuración espacial y cronológica
fueron pasados por alto enteramente. En vez de eso, por ejemplo, Uriah
Smith - en Daniel and Revelation
[Daniel y Apocalipsis] - expresa
el presupuesto gratuito de que el "sonido de las trompetas . . . viene
como complemento de las profecías de Daniel 2 y 7. . . . En las
cuatro primeras trompetas, tenemos una descripción de los eventos
especiales que señalaron la caída de Roma" (p. 475). No existe
base textual ni lógica para esa afirmación, pero una vez
hecha, todo lo que resta es que el intérprete encuentre alguna semejanza
de unión entre una palabra en el texto y un acontecimiento histórico
ocurrido con ocasión de la caída de Roma. El resto del comentario
de Smith versículo por versículo, con referencia a las siete
trompetas, revela apenas un esfuerzo así, y un análisis exhaustivo
de su interpretación se vuelve innecesario. Un ejemplo o dos son
suficientes para ilustrar la superficialidad de las conexiones que él
proyecta. Concierniente a la primera trompeta, afirma:
"Los terribles resultados de esa invasión gótica
están representados por el 'granizo', derivado del origen septentrional
de los invasores; el 'fuego', originado en la destrucción por incendio
tanto de la ciudad como del país; y la 'sangre', de la terrible
matanza de ciudadanos del imperio por los osados e intrépidos guerreros"
(p. 476).
El enlace que él establece entre el granizo y el
origen septentrional de los godos es puramente arbitrario, pues todas las
invasiones bárbaras descendieron hasta Roma procedentes del norte.
Además, es comprensible que virtualmente cualquier invasión
a través de los milenios hayan incluído destrucción
por el fuego y derramamiento de sangre. Nada existe en el texto que se
pueda relacionar específicamente con los godos.
De acuerdo con Smith, es bien claro que la quinta y la
sexta trompetas describen el asalto de los sarracenos y los turcos sobre
la parte oriental del Imperio Romano. "Es tan obvio, que difícilmente
podría dejar de entenderse", declara (p. 493). No obstante, esa
declaración es infundada tanto exegética como históricamente.
Vamos a comenzar con una consideración del vocablo
griego
abussos (abismo) traducido como "pozo del abismo" en Apoc.
9:1. Esta palabra se encuentra en el Nuevo Testamento nueve veces en total.
Sólo en dos de esas ocasiones está fuera de Apocalipsis:
En Romanos 10:7, donde Pablo cita Deuteronomio 30:12-14 muy inexactamente5;
y en Lucas 8:31, donde una legión de demonios en un endemoniado
ruega que Jesús no los mande de vuelta al "abismo". De las ocurrencias
restantes, sólo cuatro están fuera de Apocalipsis 9. Son:
Apoc. 11:7; 17:8 y 20:1, 3.
Después de estudiar todos estos ejemplos, queda
claro que en el Nuevo Testamento abussos siempre se refiere a la
habitación de los muertos o de Satanás y sus demonios, nunca
a una localización geográfica sobre la superfície
de la Tierra. 6 De
manera semejante, en sus 35 ocurrencias en la Septuaginta, una antigua
traducción griega del Antiguo Testamento, siempre se refiere a una
depresión llena de agua debajo de la Tierra o a la morada de los
muertos 7. Por lo
tanto, el argumento de Smith de que abussos "puede referirse a cualquier
lugar desolado e inculto" y, en ese caso, "las tierras desconocidas desocupadas
del desierto árabe" (p. 498) es enteramente incorrecto. La
palabra griega utilizada para desierto, yermo, o tierra semiárida,
tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento no es abussos, sino
eremos.
Se encuentra, por ejemplo, en Apoc. 12:6 y Exo. 19:1 s.
Como se menciona más arriba, otra ocurrencia de
abussos
se encuentra en Apoc. 9:11, donde se emplea la frase "el ángel del
abismo". De acuerdo con Smith, ese ángel es el sultán que
actuaba como primer ministro del Islam (p. 502). Una vez que se establece
que abussos no puede referirse a los desiertos de Arabia, el ángel
del abussos difícilmente podría ser el sultán
turco. La verdadera identidad de ese ángel es en verdad bien evidente.
El mismo ser angélico se encuentra en Apoc. 20:1-3, o sea, Satanás,
el destructor que es lanzado al abismo. Él es el rey de los demonios,
y como tal, reina sobre ellos en su reino. Mientras en Apoc. 9:1 tiene
permiso para tener la llave que abre el abismo - y entonces abre el abismo
y permite que salgan el humo y las langostas destructoras - en Apoc. 20:1-3
la autoridad y la libertad de acción simbolizadas por esa misma
llave le son quitadas. Él es la estrella de Apoc. 9:1 que fue lanzada
a la tierra, como claramente lo demuestran los paralelos bíblicos.
Por ejemplo, en Apocalipsis se encuentra una guerra en que participan el
dragón y sus ángeles (Apoc. 12:7-9, 12, 13). Aquí
el dragón es lanzado hacia bajo, a la tierra, tal como la estrella
de Apoc. 9:1 cae a la tierra. En Lucas 10:18, Jesús ve a Satanás
caer como relámpago del cielo. Isaías 14:12 dice: "¡Cómo
caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana!".8
Una vez que se ha demostrado que abussos no puede
ser equiparado con las "desconocidas tierras desoladas de Arabia", y que
la llave no fue la "caída de Chosroes" (p. 495), que el ángel
del abussos no era el sultán, y que la estrella del cielo
que cayó sobre la tierra no puede ser Mahoma o la religión
del Islam - como da a entender Smith - no queda base textual para una identificación
de la quinta trompeta con el mundo musulmán.
Ni puede justificarse la interpretación de Smith
con una perspectiva histórica. Eso se vuelve evidente con el examen
de cómo él, siguiendo a Josiah Litch, llega a un punto de
partida para el período de cinco meses de Apoc. 9:10. Según
él, ese período debe comenzar cuando el "rey" de Apoc. 9:11
inicia su regencia. Él afirma que "desde la muerte de Mahoma hasta
cerca del fin del siglo diecisiete, los musulmanes estaban divididos en
varias facciones bajo varios líderes, sin ningún gobierno
civil
general que incorporase a todos ellos". Smith da a entender que esa
situación cambió con la llegada de Otmán.
Eso es incorrecto por varias razones. Primeramente, en
el año 1299, Otmán estaba lejos de reinar sobre "todas las
principales tribus musulmanas" (p. 502). Su dominio entonces apenas alcanzaba
una décimoquinta parte de lo que es ahora la moderna Turquía,
y no fue sino hasta entre 200 a 250 años más tarde que se
podría decir que la dinastía que él fundó dominaba
a "todas las principales tribus musulmanas". No fue sino después
de 1566 cuando el imperio otomano pasó a controlar una parte de
Arabia, por ejemplo. En segundo lugar, había un "gobierno civil
general" sobre el mundo islámico entre el tiempo de la muerte del
profeta Mahoma y el año 1300. La dinastía omíada,
que duró de 715-750 A.D., reinó sobre un imperio más
extenso de lo que el gobierno otomano jamás lo hiciera 9.
"Los omíadas
pueden con justicia reclamar un capítulo de gloria, no superada
por ningún otro imperio en la historia humana. Cuando el poder de
los omíadas alcanzó su auge en 1715, el imperio árabe
se extendía desde la frontera china hasta el Océano Atlántico,
desde Francia hasta los límites de la India moderna, y desde el
Mar Caspio hasta Nubia". 10.
Así, tanto exegética como históricamente,
la base integral para el inicio de los cinco meses en el año de
1299 con Otmán, carece de fundamento. Siendo éste el caso,
las fechas derivadas de 1449 y 1840 quedan automáticamente desvirtuadas
y no merecen ninguna discusión adicional. Aún así,
se destacarán algunas dificultades relevantes dentro de ellas.
El soporte histórico de Smith para la fecha de
1449 es el hecho de que, en ese tiempo, un sultán turco apoyaba
a Constantino, uno de los hijos del emperador fallecido, para sucederlo
(p. 506-507). Smith interpreta esto como una sumisión voluntaria
de la independencia del imperio de Bizancio. Con todo, por algún
tiempo antes de eso, los turcos habian mantenido una fuerte influencia
en la política interna de Bizancio. A partir de 1373, Bizancio fue
"un estado vasallo de los turcos, obligado a pagar tributo y a proporcionar
asistencia militar al sultán otomano". Por definición, los
vasallos no son independientes. De la misma manera, Juan Catacuzenos fue
hecho emperador en 1346, durante una guerra civil, solamente con el auxilio
de las tropas turcas. 11
La fecha de 1840 representa problemas de naturaleza tanto
exegética cuanto histórica. Exegéticamente, la hora,
el día, el mes, y el año de Apoc. 9:15 se refieren a un punto
en el tiempo, antes que un período de tiempo. En otras palabras,
el momento en particular en que los cuatro ángeles en el Éufrates
deben ser liberados. La traducción de la Biblia de Jerusalén
ilustra esto más claramente: "Esos cuatro ángeles habían
sido puestos allí, listos para esta hora de este día de este
mes y de este año, y ahora eran liberados para destruir la tercera
parte de la raza humana".12
Históricamente, la elección de 1840 para
señalar el fin de la independencia turca es dudosa. Ya en 1808,
el imperio otomano se encontraba en una condición deplorable, pero
aún después de 1840, todavía tenía más
territorio del que tenía en 1449. Además, Turquía
todavía existe como un estado moderno, no habiendo perdido nunca
su independencia.13
Siendo que cualquiera en los idos de 1830 podía ver que el imperio
otomano estaba en seria decadencia, y dada la licencia que Litch se permitió
para ajustar fechas y acontecimientos dentro de ese esquema histórico-profético,
no es de admirarse que él "predijese" con éxito el final
de la "independencia" turca.
Smith interpretó incorrectamente Apoc. 6:12-17
en el sentido de que predecía el terremoto de Lisboa de 1755, el
Día Oscuro de 1780, y la lluvia de meteoritos de 1833. Para entender
correctamente este pasaje, hay que entender los conceptos del Antiguo Testamento
que el Revelador empleó. El concepto clave del que se valió
se expresa mejor en la frase del Antiguo Testamento "el día del
Señor".
Amós, escribiendo a mediados del siglo VIII A.C.,
es el primero a utilizar esa expresión. El caracteriza "el día
del Señor" como un día de tinieblas, cuando Dios hará
"que el sol se ponga al mediodía" y la Tierra se estremezca (Amós
5:18-20; 8:8,9). Muchos otros escritores del Antiguo Testamento desarrollan
ese concepto vívida y extensamente (Sof. 1:14-16; Eze. 32:7, 8;
Jer. 4:19-25; y Joel 1:15-20; 2:2, 10, 30, 31; 3:15). Todos esos textos
deben ser leídos, toda vez que solamente Isaías 13:9a, 10-11a,
13a pueden ser citados íntegramente aquí.
"He aquí el
día de Jehová viene, terrible, y de indignación y
ardor de ira. . .
Por lo cual las estrellas
de los cielos y sus luceros no darán su luz; el sol se oscurecerá
al nacer y la luna no dará su resplandor.
Castigaré al
mundo por su maldad. . .
Porque haré
estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar....".
A lo largo de todos esos textos hay acontecimientos y
cambios detallados. Por ejemplo, en Amós 8:8,9, se dice que el sol
se pondría "al mediodía", y en Isaías 13 se dice que
el sol se oscurecerá al nacer, al paso que otros textos todavía
presentan al sol como oscurecido por las nubes. Claramente, es imposible
una interpretación correcta de tales detalles. No obstante, el punto
básico de todas esas descripciones es comprensible. Primeramente,
el evento descrito es un hecho cósmico, no local. Describe un colapso
fundamental de todos los poderes terrenales y cósmicos. En segundo
lugar, como queda implícito en la expresión "día
del Señor", el evento es breve, no extensivo. Ocurre en un punto
a lo largo de un período de tiempo. En tercer lugar, es un día
de ira y de juicio.
Apoc. 6:12-17 concuerda con precisión. En los versículos
15-17 el día es caracterizado como de ira. Los versículos
12-14 revelan la naturaleza cósmica del evento. Todos los (1) cuerpos
celestes
son estremecidos en los versículos 12b-14a, y los montes de la (2)
tierra
y las islas del (3)
mar son estremecidos en los versículos
12a y 14b. Por fin, no hay interrupción en la acción a lo
largo de todo el pasaje. Se trata de un evento único (no extensivo)
y singular (no repetitivo) de principio a fin. En este punto, sería
bueno releer Isaías 13:6-13 por entero. Allí no encontramos
un terremoto ocurriendo en cierta ocasión en cierto lugar, y después
en otro lugar, y más tarde todavía, el sol y la luna siendo
afectados en otro lugar, y, por fin, todavía posteriormente las
estrellas siendo estremecidas. En vez de eso, tal como en Apoc. 6:12-17,
Isaías hace una descripción polifacética de un acontecimiento.
La noción popular entre los Adventistas del Séptimo Día
de un intervalo de tiempo entre todos esos eventos, y un intervalo particularmente
grande entre los versículos 13 y 14, es meramente una suposición
añadida al texto.
Así, desde un punto de vista puramente exegético,
el terremoto de Lisboa de 1755, el Día Oscuro de 1780, y la lluvia
de meteoritos de 1833 no corresponden al evento mencionado en Apoc. 6:13-17.
De manera similar, esos eventos no se ajustan a la profecía desde
el punto de vista histórico y científico.
En una serie de tres artículos (22 de mayo, 29
de mayo y 5 de junio de 1980) que se publicó en la Adventist
Review, Merton E. Sprengel demostró concluyentemente que el
Día Oscuro del 19 de mayo de 1780 tuvo por causa el humo originado
en grandes incendios forestales en Nueva Inglaterra en combinación
con un frente frío oscuro que cruzaba el área. Además,
si alguien examinara la extensión de la oscuridad en un globo terráqueo,
es claro que el área cubierta fue virtualmente una porción
mínima de la superficie terrestre, y ciertamente no el evento cósmico
descrito en Apocalipsis 6. En el Collegiate Quarterly de abril-junio
de 1980, pp. 71, 72, el mismo autor señala que la lluvia de meteoritos
de noviembre de 1833 de manera alguna constituyó "un evento singular".
De hecho, es una ocurrencia regular que se da cada 33 años y 1/4,
con archivos que se remontan a al año 902 A.D.
En el pasado, se habló mucho de la lluvia de meteoritos
de 1833 como la mayor de la historia. LeRoy Froom, por ejemplo, tiene un
gráfico en que compara algunas lluvias de meteorito recientes. Allí
él enumera las leónidas de 1833 en una proporción
de 60,000 meteoritos por hora, mientras que la próxima lista de
mayor intensidad es la de las jacobíniadas de 1933, con apenas 15,000
meteoritos por hora. 14 Por cuanto las técnicas precisas
para contar meteoritos apenas se han desarrollado recientemente, habiendo
alcanzado un considerable progreso desde 1833, las descripciones de registros
antiguos recuerdan fuertemente los relatos populares de la "lluvia de estrellas"
que se encuentran en la literatura Adventista.
Por ejemplo, en relación con la lluvia de meteoritos
de 902 A.D., los archivos árabes dicen que "un número infinito
de estrellas fue visto durante la noche, esparciéndose como lluvia
a la derecha y a la izquierda". Después, cuando se observó
el mismo sistema en en año 1202 A.D., se dice que los meteoritos
"volaban los unos contra los otros, esparciéndose como una nube
de langostas".15
Así, no hay razón inherente para suponer que la "lluvia de
estrellas" de 1833 haya sido mayor que cualquier otra cosa de su género
vista hasta entonces. Hay evidencia aún más exacta y positiva
de que la "lluvia de estrellas" de 1833 fue superada. Los relatos científicos
de la precipitación de las leónidas de 1966 indicaban niveles
de hasta 150,000 por hora, o 2 1/2 veces el nivel de la precipitación
meteorítica de 1833, según los datos calculados por Froom.
16
En resumen, tanto la lluvia de meteoritos de 1833 como el Día Oscuro
de 1780 tienen causas naturales, y no sobrenaturales, como se cree comúnmente.
Pero, como insisten algunos pensadores Adventistas del
Séptimo Día, "el hecho de la oscuridad, no su causa, es lo
que viene a ser significativo". Ellos admiten, un poce de mala gana, que
el "Día Oscuro puede tener su origen en causas naturales"
(énfasis mío). 17
Sin embargo, como revela una carta al editor, a la persona promedio en
la congregación probablemente le es todavía más difícil
admitir la idea de una causa natural.
Es muy difícil para mí creer que Ellen White
y sus asociados, como S. N. Haskell y otros a quienes oí predicar,
estuviesen equivocados al pensar que el evento fue sobrenatural en provecho
de su causa. 18
Sea como fuere, parece bien claro que la gran mayoría
de los pioneros Adventistas del Séptimo Día creían
que el día oscuro y la caída de las estrellas tuvieron causas
sobrenaturales. ¿Por qué? Ambos acontecimientos, aunque no
eran sobrenaturales, ciertamente inspiraban atención reverente,
y las personas profundamente impresionadas con el libro de Apocalipsis
naturalmente pensaban en Apoc. 6:12-17. También, la falta de conocimiento
de parte de esas personas en cuanto a la naturaleza de las lluvias de meteoritos
e inversiones térmicas las llevaba a atribuir esos "extraños"
fenómenos a una causa sobrenatural, de modo semejante al que pueblos
primitivos pensaban de los eclipses solares. Finalmente, y tal vez lo más
importante, es que originalmente se pensaba que Apoc. 6:12-17 requería
un evento sobrenatural para su cumplimiento, lo que de hecho es verdad.
Difícilmente podrá haber una forma más impresionante
de expresar la idea de que cuando el Día del Señor llegue,
la naturaleza como un todo, en un momento único, experimentará
tal alboroto como nunca ocurrió en la historia, incluyendo el diluvio
de Noé. Así, los argumentos apologéticos - basados
en una concientización posterior de que los acontecimientos de 1780
y 1833 no eran sobrenaturales y que, no obstante, buscan interpretar esos
acontecimientos como cumplimiento de las profecías - son tan incoherentes
como irónicos.
Otro argumento presentado en apoyo al significado del
Día Oscuro de 1780 se refiere al tiempo. Se argumenta que Cristo
predijo que "el sol se oscurecerá" antes del fin del período
de 1260 años en 1798, pero después de que la persecución
hubiera terminado, lo que probablemente ocurrió alrededor
de 1755 (énfasis mío). 19
Este argumento carece de solidez porque interpreta el texto inconsistentemente.
La lluvia de meteoritos de 1833 ocurrió fuera del período
de 1755-1798. Con todo, la frase "en aquellos días, después
de aquella tribulación", interpretada coherentemente, se aplicaría
tanto al oscurecimiento del sol y de la luna como a la caída de
las estrellas.
No queda duda de que el libro de Uriah Smith, Daniel
and Revelation, tenía -- y continúa teniendo -- un gran
impacto sobre los conceptos de los Adventistas con respecto al Día
Oscuro de 1780, la lluvia de meteoritos de 1833, y la "interpretación
musulmana" de Apocalipsis 9. Sus comentarios, en gran medida compuestos
de citas, están llenos de declaraciones subrayando el caracter sobrenatural
del día oscuro de 1780. Smith lo clasifica como "el asombroso oscurecimiento
del sol". Una de las autoridades que él emplea declara: "No se conoce
la verdadera causa de ese impresionante fenómeno" (p. 443). En un
artículo de la Review and Herald de 1862, Smith afirma que
la lluvia de meteoritos de 1833 "no puede explicarse según principios
naturales o científicos" sino que tuvo lugar por "la acción
independiente y directa del poder omnipotente". 20
La Sra. White se hace eco y también enfatiza las
interpretaciones de Smith y de Litch. En su discusión del día
oscuro, también compuesta en gran parte de citas, se encuentran
estas afirmaciones: "El día oscuro del 19 de mayo de 1780 permanece
casi solo, si no enteramente, como el más misterioso y todavía
inexplicable fenómeno de su especie. . . . . . . . La oscuridad
fue sobrenatural". La cita siguiente fue utilizada tanto por Smith como
por la Sra. White. 21
En ese tiempo, no pude dejar de pensar que, si todos los
cuerpos luminosos en el universo hubiesen sido envueltos en sombras impenetrables,
o dejado de existir, la oscuridad no podría haber sido más
completa.
Inmediatamente después de esta cita, la Sra. White
utilizó la siguiente cita empleada por Smith y la hizo más
enfática. 22
Como la citó Smith:
En la noche. . . tal vez nunca hubo más
oscuridad desde que los hijos de Israel dejaron la casa de esclavitud
(énfasis mío).
La Sra. White amplifica: "Desde los tiempos de Moisés,
jamás se registró ningún período de oscuridad
de igual intensidad, extensión, y duración".
En su único párrafo sobre el día
oscuro que no es paráfrasis o cita, la Sra. White observa que un
cuarto de siglo antes de 1798 la persecución papal había
"terminado casi por completo" y que el día oscuro del 19 de mayo
de 1780 representó un "impresionante" cumplimiento de la predicción
de Cristo. Al tejer comentarios sobre Mat. 24:29 relativos a la caída
de las estrellas, afirma: "Esta profecía tuvo impresionante y declarado
cumplimiento en la gran lluvia de meteoritos del 13 de Noviembre de 1833".
En referencia la "exposición musulmana" de Apoc. 9, ella declara
que "en el año de 1840 despertó vasto interés otro
impresionante cumplimiento de la profecía", y dice más: "El
acontecimiento [Turquía poniéndose bajo el control de las
naciones cristianas] cumplió con exactitud la predicción".
23
La conclusión siguiente, pues, se establece por
la evidencia presentada. La detallada exégesis de Apoc. 8:6-9:21
y 6:12-17, tanto de Litch como de Smith, es textualmente errónea,
y de modo más obvio, en sus traducciones griegas, tanto histórica
como científicamente. Además, es evidente que la Sra. White
se hizo eco y subrayó sus conclusiones fundamentales. La extensión
e intensidad de su dependencia en ese caso no es tan obvia como cuando
parafrasea un solo historiador para un capítulo entero, o discurre
sobre un tópico especializado como los valdenses; pero ella de hecho
se equivocó al tomar prestadas exposiciones proféticas erróneas.
De ese hecho resultan implicaciones importantes para el papel que los escritos
de Ellen White jugaron en el establecimiento de posiciones doctrinarias.
Al tratar de entender la perspectiva bíblica de
la Segunda Venida, los Adventistas no tienen otra alternativa que la de
examinar las Escrituras por sí mismos. Lo mismo que la Sra. White,
los Adventistas tendrán que evitar adoptar la posición de
los mormones en cuanto a Joseph Smith y la de los cristianos cientistas
con respecto a Mary Baker - de que la Biblia
como la interpreta nuestro
profeta no es nuestro patrón de fe y práctica.
Los adventistas no pueden evitar emitir juicios en cuanto
a si las conclusiones de sus pioneros están en armonía con
una exégesis precisa de la Bíblia, pues la Escritura no puede
ser superada por una apelación a la autoridad intranscendente de
Ellen White.
NOTAS Y REFERENCIAS
1. Kenneth A. Strand, The Open Gates of Heaven, 2a. ed. (Ann
Arbor: Ann Arbor Publishers, 1972), p. 34.
2. Las citas bíblicas [en el artículo original en inglés]
son de la New American Standard Version, cuando no se indica lo contrario.
3. H. E. Dana y Julius R. Mantey, A Manual Grammar of the Greek New
Testament (Toronto: The MacMillan Company, 1957), p. 200 declaran que
"el perfecto es el tiempo verbal de acción completa. . . . O sea,
considera la acción como un producto acabado". El verbo "sellar"
en el v. 4 está en el tiempo perfecto.
4. Uriah Smith, Daniel and the Revelation, ed. rev. (Nashville:
Southern Publishing Asociation, 1944) será usado durante toda esta
discusión como el ejemplo más típico de exposición
Adventista del Séptimo Dia. Las referencias adicionales a su libro
se añadirán al texto entre paréntesis, por ejemplo
(p. 20).
5. Richard Longenecker, Biblical Exegesis in the Apostolic Period
(Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Co., 1975), pp. 114, 121-122.
6. W. Bauer, Griechisch-deutches Wortebuch zu den Schriften des Neuen
Testaments [Un Léxico Alemán-Griego del Nuevo Testamento],
4a. ed., traducción de W. F. Arndt y F. W. Gingrich (Chicago: The
University of Chicago Pres, 1957), p. 2.
7. Everett F. Harrison, ed. Baker's Dictionary of Theology (Grand
Rapids: Baker Book House, 1960), p. 21.
8. La palabra Lucifer se deriva de un término en latín
que significa estrella de la mañana, pues lucifer quiere
decir, "portador de luz". La palabra original hebrea procede de un verbo
con el sentido de "brillar", y recibe el sentido de "el que brilla", por
E. Kautzsch y A. E. Cowley, Gesenius' Hebrew Grammar, 2a. ed. en
inglés (London: Oxford University Pres, 1976), p. 237.
9. Philip K. Hitti, History of the Arabs (London: Macmillan,
1960), p. 216; Encyclopaedia Britannica, 15a. ed., s.v. "History
of the Ottoman Empire and Turkey", por Malcom [sic] Edward Yapp.
10. Anthony Nutting, The Arabs (New York: Clark N. Potter, Inc.,
1964, ed. reimpresa, New York: Mentor Books, 1965), p. 80.
11. Encyclopaedia Britannica, 15a. ed., s.v. "Byzantine Empire",
por Donald MacGillivray Nicol.
12. Para una justificación de la traducción del artículo
definido como pronombre demostrativo, ver H. E. Dana y Julius R. Mantey,
AManual
Grammar, pp. 136, 147.
13. Encyclopaedía Britannica, 15a. ed., s.v. "History
of the Ottoman Empire and Turkey", por Malcolm Edward Yapp.
14. LeRoy E. Froom, The Prophetic Faith of Our Fathers, 4 vols.
(Washington D.C.: Review and Herald Publishing Asn., 1950-1954), IV:1217.
15. E. Walter Maunder, The Astronomy of the Bible, 3a. ed. (London:
Hodder and Stoughton, 1909), p. 114.
16. "Great Leonid Meteor Shower of 1966".,
Sky and Telescope,
enero de 1967, pp. 4-10.
17. Kenneth H. Wood, "The Dark Day", Adventist Review, 20 de
mayo de 1980, p. 13.
18. David I. Shaw, "Letters: The Dark Day",
Adventist Review,
17 de julio de 1980, pp. 2, 21.
19. Wood, "The Dark Day", p. 13.
20. Uriah Smith, "Falling of the Stars in 1833",
Review and Herald,
20 de mayo de 1862, p. 196.
21. Uriah Smith, Daniel and the Revelation, p. 445; Ellen G.
White, The Great Controversy (Mountain View: Pacific Press Publishing
Assn., 1911), pp. 206, 207.
22. Ibid., p. 308.
23. Ibid., pp. 306, 333-335.
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