EL MENSAJE DE JUSTIFICACIÓN
DEL APÓSTOL PABLO
"Artículo 32, tomado de la revista Present Truth,
publicada por laicos en la década de 1970".
El nacimiento de Jesús es lo más asombroso
que jamás ocurrió a este planeta. Nada semejante había
ocurrido jamás. Nada semejante volvería a suceder jamás
nuevamente. El Santo y Sublime, que habita en luz inaccesible y majestad
incomprensible, vino a ser miembro de la familia humana. El Creador del
cielo, la tierra, y las galaxias del espacio sin límite, nació
de una mujer, creció en un humilde hogar campesino, viajó
como predicador itinerante, murió en ignominia y vergüenza,
se levantó de la tumba y ascendió al cielo. Los doce apóstoles
fueron testigos escogidos de estas cosas.
Luego, el Cristo ascendido escogió otro hombre
por medio del cual el Espíritu Santo mostraría el verdadero
significado de aquellos sucesos históricos que los doce apóstoles
habían presenciado. Es en Pablo en quien el evangelio, dado a los
hebreos en tipos, sombras, y promesas, se revela plenamente (Col. 1:26;
Efe. 3:5; Rom. 16:25, 26; 1 Pedro 1:10-12; Heb. 1:2). La revelación
plena del evangelio se le confió a Pablo (Col. 1:25-27; Efe. 3:1-8;
Ga´l. 1:12; 1 Tim. 1:11; 2 Tim. 2:8; Tito 1:3; 1 Cor. 3:10; 2 Cor.
12:1-5, 12; Rom. 16:25, 26).
El tema del evangelio de Pablo era Cristo, y éste
crucificado, para justificación de los pecadores (1 Cor. 2:2; Gál.
1:4). Por supuesto, los otros apóstoles también dieron testimonio
de la salvación de los pecadores por medio de Jesús, pero
Pablo muestra cómo el evangelio es una revelación de la justicia
de Dios (Rom. 1:16,17). ¿Cómo puede un Dios justo justificar
a los pecadores? ¿Cómo podría la santa ley de Dios
ser vindicada y su integridad mantenida si Dios remite el castigo del rebelde?
¿Cómo es que extender la misericordia a los violadores de
la ley es consistente con las demandas de la justicia divina? Estas no
son sólo preguntas interesantes. Tienen que ser contestadas si es
que el hombre alejado de Dios ha de reconciliarse con el carácter
de Él.
Justificación
La palabra clave en Pablo es justificación. Tanto
en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, las palabras justificar y justificación
tienen un claro significado legal y judicial. Son palabras estrechamente
relacionadas con la idea de proceso y juicio (Deut. 25:1; 1 Cor. 4:3, 4;
Mat. 12:37). La justificación puede definirse como declarar justo
a alguien por orden de un tribunal. Cuando se dice que Dios justifica a
un hombre, significa que Dios ha traído el caso a juicio ante su
divino tribunal y, después de examinar el caso, ha declarado al
acusado libre de todo defecto y toda culpa, completamente justo y agradable
a los ojos de su santa ley. En inglés moderno, la palabra aceptación
también transmitiría el significado de justificación.
Si justificación significa ser declarado justo
ante el tribunal de la más infinita justicia, entonces, ¿quién
puede ser justificado? ¡Ay! "¿Cómo, pues, se justificará
para con Dios? ¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio,
y para que se justifique el nacido de mujer? He aquí, en sus santos
no confía, y ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos.
¿Cuánto menos el hombre abominable y vil, que bebe la iniquidad
como agua?" Job 25:4; 15:14-16.
En su gran epístola a los Romanos, el apóstol
responde al clamor universal del corazón humano: "¿Cómo
... puede el hombre ser justificado con Dios?" Job 25:4. Si esa pregunta
significa: "¿Qué puedo hacer para que Dios me acepte?" La
respuesta de Pablo es enfática: ¡Absolutamente nada!
Antes de presentar el método de Dios para alcanzar
al hombre, Pablo expone la futilidad del método del hombre para
alcanzar a Dios. Nadie es justo, nadie entiende, nadie busca a Dios, nadie
hace lo bueno (Rom. 3:10-12). Nadie tiene una vida de acuerdo con el modelo
de la ley de Dios (Rom. 3:19). "Por las obras de la ley ningún ser
humano será justificado delante de él" (Rom. 3:20).
Pablo no dice simplemente que nadie puede llegar a ser
justo delante de Dios por sus obras. Pablo usa el tiempo futuro del verbo.
Quiere decir que ningún mortal será jamás considerado
justo sobre la base de su propia vida. Nadie puede enfrentar el juicio
de Dios con una conciencia tranquila si su posición descansa en
la calidad de su propia vida. La razón se expresa muy claramente:
"Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios".
(Rom. 3:23). O como lo declara Salomón: "Ciertamente no hay hombre
justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque" (Ecle. 7:20).
La actividad salvadora de la Trinidad
Habiendo abatido todo orgullo humano, y expuesto la futilidad
de todo logro humano, el apóstol muestra que la justificación
del hombre procede enteramente de Dios:
"Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante
la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como
propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su
justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados
pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de
que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús"
(Rom. 3:24-26).
Estos tres breves versículos contienen la esencia
del evangelio de Pablo. Son maravillosos en su brevedad y su asombroso
alcance. El resto del libro puede considerarse una ampliación de
estos tres versículos.
Nótese cómo estos versículos abarcan
la justificación desde tres aspectos: por gracia, por medio de Cristo,
y por medio de la fe. Aquí contemplamos la actividad salvadora de
las tres Personas de la Deidad: Dios el Padre nos justifica por su gracia,
Dios el Hijo nos justifica dándonos su vida, y Dios el Espíritu
Santo nos capacita para aceptar la justificación dándonos
la fe.
Sólo por gracia - La fuente de la justificación
"Justificados gratuitamente por su gracia [la del Padre]
...". Gracia significa misericordia y favor mostrado hacia alguien que
está perdido y no merece esta misericordia y este favor. Para proteger
la naturaleza absolutamente gratuita de la justificación, Pablo
dice que los pecadores son justificados gratuitamente por la gracia de
Dios. La palabra "gratuitamente" significa "sin causa" (véase Juan
15:25). Por mucho que el hombre crea, obedezca, se arrepienta, o forme
un carácter, nada de esto hace jamás que Dios considere al
hombre justo a sus ojos. Alguien ha dicho apropiadamente que la justificación
por gracia significa la divina aceptación de gente inaceptable.
Es de la mayor importancia notar también que Pablo
no está hablando de ser justificados al comienzo de la vida cristiana.
Usa el tiempo presente continuo del verbo. "Siendo justificados ...". Esto
incluye el estado de permanecer justificado tanto como el acto de ser justificado.
Esto significa que nunca podemos ir más allá de la justificación
por gracia. Jamás podremos permanecer en el favor de Dios excepto
por pura misericordia. La gracia nos encuentra pecadores, y permaneceremos
justificados mientras continuemos siendo pecadores a nuestros propios ojos.
Si en algún momento pudiésemos ser aceptables delante de
Dios a causa de nuestra fe, nuestra obediencia, o nuestra excelencia moral,
ya no sería justificación por gracia.
Sólo por Cristo - La manera de la justificación
También debemos entender la manera en que la gracia
funciona para hacer al hombre pecador aceptable a los ojos de Dios. Se
dice que la manera de nuestra justificación es "mediante la redención
que es en Cristo Jesús [por medio de su acto de liberación
en la persona de Cristo Jesús]" (Rom. 3:24). También se se
dice que somos justificados "por su sangre" (Rom. 5:9).
La vida y la muerte del Señor Jesús constituyen
la sola base de nuestra aceptación con Dios. Jesús se convirtió
en Substituto y Garante de los pobres pecadores perdidos. Por amor a ellos,
rindió a la ley una obediencia de acuerdo con las demandas infinitas
de la ley. Por amor a ellos, por medio de su propia agonía, pagó
a la ley la deuda debida por las transgresiones de ellos.
La obediencia activa y pasiva de Cristo (su vida y su
muerte) es completamente suficiente para asegurar la salvación de
cada pecador. Dice el apóstol: "Si uno murió por todos, luego
todos murieron" (2 Cor. 5:14). Por lo que concierne a la justicia, ésta
puede mirar a Cristo y considerar a todo hombre como muerto, como habiendo
satisfecho todas las demandas de la ley. Esto es así porque Cristo
es el Substituto de todo hombre. En vista de esto, el apóstol Pablo,
en su epístola a los Romanos, hace esta asombrosa declaración:
"...el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para
nuestra justificación" (Rom. 4:25). La justificación no
es algo que hay que asegurar. Ya ha sido asegurada. La resurrección
de Cristo es la prueba de que Dios ya ha aceptado a la humanidad en la
persona de su Hijo.
Pregunta Uno: "¿Quiere Ud. decir que Dios ya ha
efectuado mi justificación a través de la muerte de su Hijo?"
A lo cual contestamos: "Ese es el evangelio. Esas son las buenas nuevas
de lo que Dios ha hecho. La tumba vacía es la prueba de que Dios
ya ha perdonado nuestros pecados y nos ha recibido de vuelta en su real
favor". Escuche: "En su gran amor, Dios nos ha liberado por la sangre que
su Hijo derramó" (Efe. 1:7).
Las personas se sienten muy inclinadas a pensar que, si
se arrepienten, creen, o se rinden, entonces Dios llevará a cabo
su justificación. Y creen que este es el evangelio. ¡No! ¡No!
Cristo se levantó de entre los muertos para probar que Dios ya ha
efectuado nuestra justificación (Rom. 4:25). Esta poderosa reconciliación
tuvo lugar mientras todavía éramos impíos (Rom. 5:6),
mientras todavía éramos pecadores (Rom. 5:8), y mientras
todavía éramos enemigos de Dios (Rom. 5:10).
Esto hace surgir la pregunta: "¿Efectuó
Dios nuestra justificación haciendo algo que estaba completamente
fuera de nosotros?" La respuesta de Pablo es enfática: ¡Sí!
Y procede a demostrarlo contrastando a Adán y a Cristo (Rom. 5:15-19).
Su punto es éste: Cuando Adán desobedeció, la condenación
y el pecado se transmitieron a toda la raza humana. Esto fue así
porque él era nuestro padre. Cuando él cayó, todo
el mundo cayó. La condenación vino sobre nosotros, no por
lo que hicimos, sino por lo que Adán hizo (v. 18). "Por la desobediencia
de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores" (v. 19). Así,
nos convertimos en pecadores, no por algo que sucedió en nosotros,
sino por algo que sucedió completamente fuera de nosotros. Dios
salvó a la raza humana dándonos otro Padre, a saber, Cristo
Jesús (Isa. 9:6). De la misma manera que todos fueron condenados
por lo que Adán hizo, todos fueron justificados por lo que Cristo
hizo. "Por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación
de vida" (Rom. 5:18). "Porque así como por la desobediencia de un
hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también
por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos"
(Rom. 5:19).
Así que es para siempre verdad que la única
base de la aceptación de Dios es lo que Cristo ya ha hecho por nosotros.
Cristo, y solamente Cristo, fue encontrado agradable a la vista de Dios.
Hay una razón para nuestra aceptación con Dios: Cristo ha
sido aceptado. Su obediencia de hace dos mil años es la única
base para nuestra aceptación con Dios en la actualidad.
Sólo por fe - La condición para recibir
la justificación
Por lo que concierne a Dios, Él ha restaurado el
mundo pecador a su favor tan seguramente como restauró a su propio
Hijo al cielo. En la cruz tuvo lugar el objetivo de la justificación
de cada pecador. Dios redimió a la raza (Heb. 9:12).
A la luz del evangelio, el hombre no puede hacer preguntas
como "¿Me aceptará Dios?" Dios ya ha contestado esa pregunta
mediante la resurrección de Cristo de entre los muertos. Pero Dios
confronta al pecador con la pregunta: ¿Quieres aceptar la aceptación?
Fe es que le digamos "Sí" a Dios. Es aceptar el hecho de que hemos
sido aceptados. Es que seamos conscientes de algo que ya existe. Por medio
de la fe se recibe y se disfruta la bendición de la justificación.
Este es el aspecto subjetivo de la justificación.
Así, el apóstol declara: "El hombre es justificado
por fe sin las obras de la ley" (Rom. 3:28). No somos justificados a causa
de o a cuenta de nuestra fe. Eso sería contrario a la justificación
solamente por gracia y solamente por Cristo. No hay mérito en la
fe. La fe es meramente la mano que acepta la bendición. Tampoco
puede el alma justificada reclamar ningún crédito por su
fe. Aparte de la gracia, el pecador no tiene ninguna libre voluntad, ningún
deseo de buscar a Dios, ningún modo de ver la verdad. Aquí
es donde actúa la tercera Persona de la Deidad en la cuestión
de la justificación. Por medio del evangelio, el Espíritu
ilumina el alma del pecador, le muestra la cruz, y le atrae hacia Cristo.
Al contemplar el pecador a Aquél que le amó y se dio a sí
mismo por él, el Espíritu le persuade de que el evangelio
es verdadero. En una palabra, el Espíritu le da fe. Así,
Pablo declara: "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto
[la fe] no de vosotros, pues es don de Dios" (Efe. 2:8). "Pues nosotros
por el Espíritu aguardamos por fe la esperanza de la justicia" (Gál.
5:5).
Por otro lado, no creer es el pecado de resistir al Espíritu
Santo. Aunque el santo no puede reclamar ningún crédito por
su fe, el perdido tiene que asumir plena responsabilidad por su incredulidad.
Nadie es condenado por nacer pecador ni por tener una naturaleza pecaminosa.
Los hombres son condenados sólo porque no creen (Juan 3:16). Así,
rehusan ser incluidos en la expiación de Cristo y, al cerrar sus
oídos al evangelio, llaman a Dios mentiroso (1 Juan 5:9, 10).
En el capítulo cuatro de Romanos, el apóstol
Pablo muestra cómo la fe es contada por justicia (Rom. 4:5). Dios
imputa (acredita) la justicia de Cristo al pecador creyente. De esta manera,
el pecador es declarado justo para con Dios. Esa justificación,
que fue plenamente provista en la cruz, se convierte en posesión
personal del creyente por medio de la fe, por su parte, y la imputación,
por parte de Dios. La fe es contada por la justicia infinita de Cristo,
no porque haya mérito en la fe, sino porque la fe une al creyente
vacío con Aquél en quien habita toda la plenitud de la Deidad
(Col. 2:9). El pecador no aporta nada a la unión, excepto la desgracia
de su necesidad; Cristo aporta a la unión todos los tesoros de la
eternidad. Así como la novia pobre posee el nombre de su novio rico
y se goza en su reputación, así también el creyente
en Jesús se viste con el nombre y la virtud de Jesucristo.
La justificación solamente por fe no es un substituto
de la obediencia, pero se convierte en un poderoso estimulante para toda
verdadera obediencia. El alma que se apropia su aceptación en el
Amado queda tan abrumada por la divina misericordia y el divino amor que
dedica la vida entera a servir a Aquél que le amó y se dio
a sí mismo por él. Sirve, no para ser aceptada, sino porque
ha sido aceptada. Ofrece sus obras, no como ofrenda por el pecado, sino
como ofrenda de agradecimiento por los pecados perdonados. La fe es el
poderoso progenitor de toda buena obra porque trae el Espíritu Santo.
La fe en la obra de Cristo por nosotros trae el Espíritu Santo a
morar en nosotros (Gál. 3:14; Juan 7:37, 38). Escribe la ley de
Dios en el corazón (Heb. 10:16), y el creyente obedece por impulso
interior, más bien que por restricciones externas.
Salvado por la esperanza
La justificación por fe produce cambios radicales
en la vida del creyente (paz, gozo, amor, regeneración, santificación,
obediencia, etc.). Sin embargo, en esta vida el creyente continúa
siendo justo sólo por fe, nunca como realidad visible. Es su fe
la que le es contada por justicia, no su regeneración, santificación,
obediencia, o carácter cristiano.
La justificación por fe significa que la justicia
del creyente no está en la tierra, sino en el cielo; no en sí
mismo, sino en Cristo Jesús. El hombre nunca puede encontrar perfección
ni cumplimiento en sí mismo dentro del proceso histórico.
Esto sólo se realiza en Cristo Jesús (Col. 2:9, 10). El hombre
no está en la tierra, sino en el cielo; y el creyente posee perfección
y cumplimiento sólo por fe.
Es verdad que se le da al hombre el Espíritu Santo
como garantía de su herencia en Cristo (Efe. 1:13, 14), pero esto
es sólo las "primicias del Espíritu", el abono inicial y
la garantía que se da hasta el día de la redención
final (Rom. 8:23-25); Efe. 4:30). La posesión del Espíritu
no lleva al creyente a sentir que ha llegado o a pensar que puede encontrar
satisfacción en su propia experiencia. Más bien, el Espíritu
le estimula con fervientes deseos del día de Cristo, cuando recibirá
una plenitud del Espíritu que no es posible en esta vida.
La doctrina de la segunda venida de Cristo es parte vital
del mensaje del evangelio de Pablo (2 Tim. 1:10; Fil. 1:6, 1 Cor. 1:7,
8). Podríamos decir que hay dos grandes puntos en la teología
paulina - la justificación y la Parusía (la aparición
de Jesús). La primera requiere fe; la segunda requiere esperanza.
La primera la tenemos ahora; la segunda todavía no. Poseyendo justicia
por fe, el creyente espera, gime, y se esfuerza hacia la realización
de la justicia por medio de la realidad visible en el día de la
salvación final (Rom. 8:23; Gál. 5:5; Fil. 3:9-12).
Cada vez que se ha enseñado y se ha recibido la
verdad de la justificación por fe, la esperanza y la expectación
de la pronta venida de Cristo han poseído a la iglesia. La iglesia
apostólica estaba encendida con la esperanza de la Parusía.
Por otra parte, la pérdida de la verdad de la justificación
ha conducido a la correspondiente pérdida de la esperanza escatológica
(de los últimos días). Durante la Edad Media, los hombres
consideraban la iglesia en la tierra como expresión del cumplimiento
humano. No había esperanza en la venida de Jesús. Con la
Reforma y un reavivamiento de la verdad de la justificación, los
hombres comenzaron nuevamente a mirar hacia y esperar ardientemente la
venida de Cristo. Y finalmente, en estos últimos días, ha
llegado plenamente el tiempo de que la verdad sea restaurada a su lugar
correcto. El mensaje de la justicia de Cristo debe resonar desde un extremo
de la tierra hasta el otro, haciendo lugar, pues, para la venida de Cristo.
"Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová;
enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado,
y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero
se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne
juntamente la verá; porque la boca de Jehová lo ha hablado".
"Voz que decía: Da voces. Y yo respondí:
¿Qué tengo que decir a voces? Que toda carne es hierba, y
toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita,
porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como
hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor;
mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre".
"Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion:
levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala,
no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Vedd aquí al
Dios vuestro! He aquí que Jehová el Señor vendrá
con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa
viene con él, y su paga delante desu rostro". Isa. 40:3-10.
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