LA MENTIRA WHITE
Título del libro en inglés:
The
White Lie
Walter T. Rea
Capítulo 1
Cómo cambiar la historia
Al comenzar el siglo diecinueve, el mundo tenía
mucho que emparchar. Estados Unidos de Norteamérica había
tenido su contienda con Gran Bretaña y estaba a punto de convertirse
en una nación. El continente europeo se ponía de pie, tambaleante,
después de otra dañina y agotadora lucha consigo mismo, no
diferente de la que había estado teniendo lugar por siglos. Las
naciones del Este (siendo Rusia el gran símbolo) todavía
preocupaban al Oeste, como había ocurrido desde que los territorios
de las religiones rusas habían librado la Batalla de Tours en el
año 732 y las hordas mongólicas habían bajado del
norte para tratar de tomar la Tierra Santa de manos de los cristianos.
Aunque los años entre 1800 y 1900 serían
un tiempo de estabilización, también serían de cambio
e incertidumbre, una dicotomía que no es rara en la historia. Todos
los valores políticos, religiosos, y sociales serían re-examinados,
y en muchos niveles, descartados. En la política norteamericana,
surgiría el sistema bipartidista, y los territorios que habrían
de convertirse en estados comenzarían a copiar alguna forma de nacionalismo.
Las personalidades dejarían sus huellas en las leyes nacionales
y locales, así como en el marco político. La Guerra Civil
debilitaría y, sin embargo, uniría, a una nación.
Las naciones europeas continuarían luchando por su identidad y por
el poder.
La expansión del Oeste norteamericano trajo grandes
cambios en los valores. La tierra y el individualismo se convirtieron en
consideraciones importantes en la vida de la gente. Por primera vez, la
propiedad estuvo disponible para muchos. Las cosas, muchas cosas, se hicieron
deseables. La vida y el progreso que para muchos (por casi un milenio)
apenas habían parecido deseables, y para la mayoría (en el
resto del mundo) difícilmente obtenibles, ahora estaban en las doradas
playas de la nueva tierra y parecían estar al alcance de los que
trabajaran y se esforzaran por obtenerlas. La oportunidad, una palabra
apenas reconocida en la mayor parte del mundo, parecía haber llegado.
En religión, el comienzo del siglo, desde la década
de 1820 hasta la de 1850, habría de presenciar una de las últimas
boqueadas del antiguo drama de temor y fuego del infierno en nombre de
Dios y del cielo. El tema, que había sido representado en los escenarios
de Europa tanto por católicos como por protestantes, saltó
al otro lado de los mares y se convirtió en un fenómeno americano
en el movimiento millerista. La antigua canción de que "todos quieren
ir al cielo, pero nadie quiere morir", nueva sólo en algunos de
sus detalles, volvió a ser tocada para beneficio de los temerosos
y los que se sentían culpables Pero hay que morirse, decían
William Miller y sus seguidores, y hasta fijaron el momento del suceso.
Después de mucho trabajar con las calculadoras celestiales, fijaron
la fecha del 22 de octubre de 1844 para el suceso (salvo cualesquiera complicaciones
serias, por supuesto).
Fue un gran drama, aquel movimiento millerista, en que
cada uno de los grupos de actores gravitaba fuertemente ya hacia un lado
del escenario, ya hacia el otro, afirmando cada uno de ellos que tenía
a Dios de su lado. Uno habría tenido que pagar buen dinero para
ver un espectáculo así en cualquier otra parte y en cualquier
otro momento. Pero en los Estados Unidos era gratis. Incluía personalidades,
personas, ocupaciones, sermones, diatribas, invectivas, recriminaciones,
ataques, y contraataques - de hecho, una verdadera guerra santa, todo en
el nombre de Dios. Leyendo acerca de aquellos días, uno se pregunta
si el verdadero tema en discusión no era el mismo que siempre parece
existir en religión: ¿Quién va a controlar las concesiones
aquí y en el más allá?
No se necesitó mucho tiempo para que un grupo comprara
la franquicia. Aquello por lo que católicos y protestantes habían
estado luchando en Europa por siglos, un grupo de sobrantes del movimiento
millerista decidió mercadearlo en los Estados Unidos. Al principio,
no pensaron en un movimiento mundial. Pero, si el producto se vendía,
el mundo sería su ostra y el cielo su ghetto. Ellos habrían
de ser los Adventistas; el séptimo día sería su estandarte,
y el Segundo Advenimiento su canción, ambas ideas el producto usado
del movimiento millerista.
No había realmente nada nuevo ni en el estandarte
ni en la canción. Los hebreos de la antigüedad habían
sostenido el séptimo día a través del Antiguo Testamento.
Los cristianos del Nuevo Testamento le habían prestado alguna atención
y adhesión verbal a la Segunda Venida desde los días de Cristo.
Pero los nombres y las fechas y los lugares serían cambiados para
proteger a los culpables. En las mentes de Ellen White (la dirigente psíquica
del movimiento Adventista) y de sus seguidores, surgió la práctica
de interpretar las Escrituras (pasadas, presentes, y futuras) en términos
de conceptos y creencias Adventistas. Esta no era una idea nueva, pero
encajaba en los tiempos del siglo diecinueve. Los antiguos hebreos habían
promovido la idea de que ellos eran los depositarios de los oráculos
de Dios (y hay quienes todavía creen que lo son). Los católicos,
en los tiempos del Nuevo Testamento y después, trabajaron para perfeccionar
esa idea judía y hacer del catolicismo el custodio de toda verdad,
aunque tuvieron que encadenar parte de ella a una pared. Ahora, en la mitad
del siglo diecinueve, les tocó el turno a los Adventistas.
Para que cualquier grupo u organización convenza
a otros de la idea de que a ellos se les ha dado la concesión hacia
el más allá, que ellos son en verdad aquéllos a quienes
Dios ha escogido para vender las indulgencias para esta vida y la utopía
venidera, deben siempre abordar el trabajo de reordenar y reasignar los
hechos de la historia, y reescribir el canon (la Biblia del "verdadero
creyente") de manera que ambos estén en armonía con sus ideas
preconcebidas, conceptos errados, y prejuicios, declarando al mismo tiempo
que el Libro Santo es la palabra final de autoridad. Menuda tarea para
cualquiera en cualquier tiempo. No hay que sorprenderse de que la idea
nunca ha prendido realmente en el mundo religioso por demasiado tiempo,
aunque los que lo han intentado merecen una "A" por su esfuerzo.
Sin que la idea del fracaso les pasara por la mente, los
Adventistas asignaron esta impresionante tarea a la persona a quien gustaban
llamar "la más débil entre los débiles", Ellen Gould
Harmon. Ellen nació como hermana gemela en Gorham, Maine, el 26
de noviembre de 1827, de Robert y Eunice Harmon, miembros activos de la
Iglesia Espiscopal Metodista, y se casaría con James White el 30
de agosto de 1846, tres meses antes de su decimonoveno cumpleaños.
No había señales anticipadas de que ella
habría de ser la muchacha de pueblo que se sobrepondría a
su deficiencia. No comenzó con fama ni con fortuna. Sus oportunidades
de atrapar el anillo de bronce parecían tenues, hasta que el infortunio
le sonrió. Cuando tenía nueve años, le ocurrió
un accidente que, de acuerdo con ella misma, "habría de afectar
mi vida entera". Como el apóstol Pablo con su problema de los ojos,
Ellen, a través del resto de su vida, como a menudo se nos recuerda,
fue el producto de su infortunio físico. Sufría ataques de
desmayos y mareos; su sistema nervioso la postró; a veces se rendía
a la desesperación o al desaliento.
Después de un golpe en la cabeza con una piedra
que le lanzó una compañera de colegio, abandonó la
escuela y, como a los Adventistas les gusta contar, nunca tuvo educación
más allá del tercer grado. (2) Lo que debería
observarse es que no tuvo una educación formal más
allá de ese grado. Todos aprendemos o somos educados mientras deseemos
serlo y seamos conscientes, y hay pocas pruebas de que Ellen no fuera consciente.
Aquí había una oportunidad hecha a la medida.
La historia religiosa proporciona amplia evidencia de que es mucho más
probable que un "verdadero creyente" acepte los dictados de los simples
si a estos dictados de alguna manera se les puede dar un marco celestial.
Especialmente en la Cristiandad Occidental, las creencias religiosas generalmente
se centran en unos pocos temas: Todos los hombres son creados (no necesariamente
iguales, que es una idea política bastante nueva); todos los hombres
son pecadores (y las mujeres también, que es otra idea política
bastante nueva), o lo que sea que eso signifique. Dependiendo de la definición
que el sistema le dé al pecado, la vida es un viaje en bote a través
de un mar sembrado de explosivos llamados tentaciones - generalmente definidos
como mujeres (u hombres, según sea el caso), vino, y canciones.
Y al caer la cortina, el hombre tiene que morir.
Bueno, eso es todo, excepto que la emoción y la
acción llegan cuando los diferentes (ya sean grupos o individuos,
organizaciones, o bandas ambulantes) comienzan a trazar el plan de juego
y a preocuparse por los detalles. Por ejemplo, ¿quién es
el autor de la creación, cuánto tiempo le tomó, quién
estuvo allí tomando notas, y cuán verdadero es el registro
del suceso? ¿Quién nos salpicó a todos nosotros con
el pecado? ¿Fue Dios, o esa serpiente en la hierba, que llegó
cuando Adán estaba en el sur veraneando? ¿O lo obtuvimos
de nuestros antepasados en pasados eones? ¿O es el diablo, como
Santa Claus, nuestro padre?
La cuestión del pecado ha fascinado siempre a teólogos
y no teólogos por igual. Para efectos de esta lectura, teólogos
son los que practican el definir a Dios o juegan a ser Dios. Naturalmente,
el que prepara la lista para otros tiene ventaja en el juego. A través
de la historia, la mayoría de los místicos, adivinos, o teólogos
han tenido oportunidad de confeccionar la lista de los pecados. Una de
las maneras más seguras de hacer esto es dejar fuera de la lista
las cosas de las cuales uno personalmente disfruta. Esto lo ha hecho la
mayoría de los que confeccionan listas.
Y por último, el grupo u organización debe
abordar la cuestión final: Al morir, ¿a dónde vamos,
y cuándo (antes, durante, o después)? Nadie ha encontrado
todavía una respuesta satisfactoria para estas preguntas. Puesto
que es mucho más difícil regresar acá una vez que
uno se ha ido que ir allí en primer lugar, no muchos han regresado
para dar un informe anual del otro lado. Este hecho por sí sólo
le da amplia libertad de acción a alguien de mente fértil,
imaginación, y capacidad para describir el horror o la gloria del
más allá (por un precio). Se puede decir sin temor a equivocarse
que el temor del viaje que todavía no hemos emprendido es un arma
poderosa en las manos de los que, por algún medio, han hecho el
viaje y han regresado para vendernos el camino.
Ellen estaría a la altura de la tarea. Eventualmente,
dejaría para el creyente (por medio de los conceptos Adventistas)
información, instrucciones, amonestaciones, y consejos sobre todos
los asuntos precedentes. Desde un comienzo tembloroso con la "amalgama
entre seres humanos y animales" en uno de sus primeros libros 3, enderezó
las cosas más tarde con su lectura de Paradise Lost. (4) Sus
visiones extra-canónicas del diálogo, la batalla, y la expulsión
de Satanás y sus ángeles, dio vividez y forma al gran poema
de Milton, de los cuales carecían hasta los escritores bíblicos.
Algunos de sus amigos del comienzo notaron la similitud y llamaron su atención
sobre el asunto, pero ella desestimó la cuestión con la misma
facilidad con que hacía la mayoría de sus críticas.
Su nieto, que habría de heredar los deberes de custodio de las llaves,
dio casi la misma explicación por más de cuarenta años
- con una interesante excepción en suu suplemento de 1945 al tomo
cuatro del libro The Spirit of Prophecy:
La Sra. White siempre trató de evitar
ser influída por otros. Poco después de la visión
de The Great Controversy de marzo 14, 1858, en reuniones en Battle
Creek durante un fin de semana, ella contó los puntos sobresalientes
de lo que se le había mostrado en esa visión. El pastor
T. N. Andrews, que en ese tiempo estaba en Battle Creek, estuvo muy interesado.
Después de una de las reuniones, le dijo a ella que algunas cosas
que había dicho se parecían mucho a un libro que él
había leído. Luego, le preguntó si había leído
Paradise
Lost. Ella contestó que no. Él le dijo que él
creía que a ella le interesaría leerlo.
Ellen White olvidó la conversación, pero
algunos días más tarde el Anciano Andrews llegó a
casa con una copia de
Paradise Lost y se la ofreció a ella.
Ella estaba muy ocupada escribiendo la visión de The Great Controversy
como se le había mostrado. Tomó el libro, sin saber apenas
qué hacer con él. No lo abrió, sino que lo llevó
a la cocina y lo puso sobre un estante alto, decidida a que, si había
algo en ese libro que se pareciera a lo que Dios le había mostrado
en visión, no lo leería sino hasta después de haber
escrito
lo que el Señor le había revelado. Es evidente que más
tarde sí leyó por lo menos algunas porciones de
Paradise
Lost, porque HAY una frase citada en Education.
(5)
La desviación a la que nos referimos es la última
oración en la cita de su nieto - la aceptación de que ella
sí había leído la obra de John Milton. La cuestión
que parece quedar por resolver es si ella lo leyó antes o después
de su "visión" de la misma controversia. El por qué puso
el libro sobre un "estante alto" continúa siendo motivo de perplejidad
para muchos. Quizás pensó que mientras más alto, mejor
- a causa de la tentación. ¿Quuién sabe? Un escritor
que ha estudiado el problema de la Sra. White y el Paradise Lost
de Milton puede que nos dé algunas respuestas:
De excepcional importancia es la correlación,
que se encuentra en cierto número de ocasiones, en que ambos autores
describen con algún detalle una experiencia que no se encuentra
en la Biblia. Entre tales eventos están los siguientes:
- La escena en el cielo antes de y durante la
rebelión, en que los ángeles leales tratan de ganar a los
desafectos de vuelta a la lealtad hacia Dios.
- Las advertencias a Eva para que permaneciera
al lado de su esposo; el subsiguiente alejamiento.
- El complicado escenario de la tentación
misma, con los argumentos de Satanás analizados punto por punto.
- La detallada descripción de los inmediatos
resultados del pecado para Adán y Eva y para el mundo animal y vegetal
alrededor de ellos.
- La explicación de la razón básica
de la caída de Adán: Estaba enamorado de su mujer.
- La narración a Adán, por parte
del ángel, de eventos futuros.
- Los sentimientos tanto de Adán como
de Eva al abandonar el jardín.
Estas similitudes en la narración acerca de
puntos sobre los cuales las Escrituras guardan silencio intensifican la
pregunta: ¿Por qué concuerdan tanto sobre hechos principales
estos dos autores, que vivieron separados por doscientos años?
(6)
Otros estudiosos del mismo tema han preguntado, sin encontrar
respuesta, por qué ambos autores, separados como por doscientos
años, escribieron estos mismos relatos no bíblicos, aunque
el escritor posterior afirma que no sabía nada de la obra del anterior.
Uno por uno, Ellen White comenzó a acentuar en
sus escritos (que ella afirmaba venían de "visiones") todos y cada
uno de los puntos de la controversia teológica entre protestantes
y católicos. Comenzando con el principio de todos los principios,
y procediendo a través del fin de todos los fines, ella dio una
nueva y a menudo alarmantemente inexacta descripción de la gran
controversia como se presenta en la Biblia.
Aunque los creyentes de todas las fes han estado un poco
confusos acerca de la gran controversia, ella la describió con tanta
seguridad que algunos se tragaron su versión de ella. Su descripción
de los sucesos, sus expresiones Yo vi, habrían de quedar
tan indeleblemente impresas en las mentes de unos pocos que el futuro modelo
del Adventismo fue establecido por generaciones. Al mismo tiempo, su relato
también cerraba la puerta que había sido abierta para que
el Adventismo hiciera una contribución marcadamente diferente al
concepto mundial de la religión. 7 Y la puerta continúa
cerrada, porque la iglesia del advenimiento no puede pasar más allá
de las interpretaciones del Canon que hace la Hermana White. Oficialmente,
no se permite ningún patrón de pensamiento, ningún
surgimiento de valores, ninguna interpretación de las Escrituras
hasta o a menos que sea primero examinado, sometido a prueba, y ensayado,
y luego teñido según el color de Ellen White.
Lo mismo podría decirse de los Mormones con su
Joseph Smith, de los Cristianos Cientistas con su Mary Baker Eddy, de los
Testigos de Jehová con su John F. Rutherford, de los Luteranos con
su Martín Lutero, y de otros con sus santos patronos. Cada iglesia
ve el mundo a su alrededor, y el futuro más allá, a través
de los ojos de su respectivo santo. Si hay un mundo alrededor de ellos
en el cual vivir, o un mundo que evitar, debe conformarse a la manera en
que sus santos lo experimentan. Si hay un cielo que ganar, o un infierno
que evitar, su definición y su dirección, y hasta sus ocupantes,
deben ser determinados por el santo del sistema y por la interpretación
del Canon por parte de ese santo, como lo demuestren los escritos de ese
santo, los cuales a su vez se mantienen al día por medio de la reinterpretación
por parte de santos posteriores del mismo tipo o un similar tipo o sistema.
Es difícil, si no imposible, para los Adventistas
actuales mirarse a sí mismos y a su santa, Ellen White, en una perspectiva
histórica. Un artículo de 1979 que comentaba este punto de
vista estremeció a la iglesia cuando apareció en Spectrum,
el diario independiente publicado por la Asociación de Foros Adventistas.
Su escritor, Jonathan Butler, profesor asociado de historia de la iglesia
en la Universidad de Loma Linda, presentó una brillante pieza
de oratoria describiendo a Ellen White como el producto de su tiempo. "Las
predicciones del futuro por parte de la Sra. White aparecieron como proyecciones
sobre una pantalla que sólo agrandó, dramatizó,e intensificó
las escenas de su mundo contemporáneo". (8) Su conclusión fue
que ella fue un producto de su tiempo, tal como lo somos todos nosotros,
que fue su mundo el que llegó a su fin con los cambiantes sucesos
de la historia, que no siempre se cumplieron como ella los había
visto.
Esta medicina era difícil de tragar para los Adventistas,
por cuanto se les había enseñado a creer en Ellen y en sus
escritos aisladamente, como si ella hubiese bajado directamente del cielo
y permanecido aislada de todos los sucesos mientras estuvo en la tierra.
Era sólo natural que pensaran así, pues por años habían
estado oyendo decir que "la Sra. White siempre trató de evitar que
otros influyeran en ella". (9) Este tema, que nunca antes se había
aplicado a ningún ser humano, se convirtió en el camino Adventista
hacia lo irreal.
En religión, uno no trata muy a menudo con la verdad
pura, pequeña o grande, si es que que alguna vez lo hace. Uno trata
con la verdad filtrada, expandida, disminuída, limitada o definida
por los Yo vi de todas las Ellen de la cristiandad - con mucha ayuda
de los teólogos. Lo que sí surge de todo el caldo es que
el mapa para esta vida y la venidera, si es que en realidad viene, es trazado
por el clan, y se convierte así en el Plan del Clan. El cielo se
convierte en la entrada principal al aislamiento, donde todo lo malo, como
lo concebimos (que en el caso de la humanidad significa las otras personas)
se apaga, y sólo la gente buena marcha hacia adentro. Así
fabricamos nuestro propio ghetto.
Los capítulos subsiguientes se proponen mostrar
el ghetto Adventista y cómo creció, de manera no muy diferente
a la de los ghettos de otras fes, pero con algunas deformaciones interesantes
y diferentes.
Referencias y Notas
1. Ellen G. White, Life Sketches of Ellen G. White (Mountain
View: Pacific Press Publishing Association, 1915), p. 17.
2. EGW, Christian Experience and Teachings (Mountain View:
PPPA, 1922), pp. 13-15.
3. EGW, Spiritual Gifts, 4 tomos (Battle Creek: SDA Publishing
Association, 1858-1860-1864)? tomo 3, p. 64.
4. Paradise Lost, de Milton. Algunos creen que refleja
la obsesión de muchos poetas ingleses y europeos, en la primera
mitad del siglo diecisiete, con el tema del origen del mal como lo presenta
Génesis. Milton mismo estudió sistemáticamente la
Biblia, las historias, y las crónicas por más de veinticinco
años antes de que su poema épico se publicara en 1667.
5. EGW, The Spirit of Prophecy. The Great Controversy Between Christ
and Satan, 4 tomos. (Battle Creek: SDA Publishing Association, 1870-1877-1878-1884),
tomo 4, p. 535.
6. Elizabeth Burgeson, "A Comparative Study of the Fall of Man
as Treated by John Milton and Ellen G. White" (Tesis de maestría,
Pacific Union College).
7. Ingemar Linden, The Last Trump (Frankfurt am Main: Peter
Lang, 1978).
8. Jonathan M. Butler, "The World of E. G. White and the End of
the World", Spectrum 10, no. 2 (Agosto 1979): 2-13.
9. EGW, The Spirit of Prophecy, tomo 4, p. 535.