EL
PARAÍSO
RESTAURADO
Una
teología bíblica de señorío
David
Chilton
Dominion
Press
Tyler,
Texas
©
1ero.
1985; 6to. 1999
Capítulo
6
EL
HUERTO Y EL DESIERTO RUGIENTE
Entonces, ¿qué
podía hacer Dios? ¿Qué más podía
hacer, siendo Dios, excepto renovar su imagen en la humanidad, de
manera que, por medio de ella, el hombre pudiera llegar a conocerle una
vez más? ¿Y cómo podría hacerse esto como
no fuese por medio de la venida de la Imagen misma, nuestro Salvador
Jesucristo? Los hombres no podrían haberlo hecho, pues
sólo han sido hechos a su imagen; tampoco podían haberlo
hecho los ángeles, pues no son las imágenes de Dios. La
palabra de Dios vino en su propia persona, pues era sólo
Él, la imagen del Padre, el que podía re-crear al hombre
hecho a su imagen.
Sin embargo,
para recrear esta
imagen, primero tenía que destruir la muerte y la
corrupción. Por consiguiente, asumió un cuerpo humano,
para que, en él, la muerte pudiese ser destruida una vez por
todas, y los hombres pudiesen ser renovados según su imagen.
Atanasio, On the Incarnation [13]
Cuando Dios creó a Adán,
le puso en la tierra,
y le dio señorío sobre ella. La tierra es básica
para el señorío; por consiguiente, la salvación
involucra una restauración de la tierra y la propiedad. Al
anunciar su pacto a Abraham, la primera frase que Dios pronunció
fue una promesa de tierra (Gén. 12:1) y cumplió esa
promesa completamente al salvar a Israel (Josué 21:43-45). Por
eso, las leyes bíblicas están llenas de referencias a la
propiedad, las leyes, y la economía; y es por eso por lo que la
Reforma hizo tanto énfasis en este
mundo, así como en el venidero. El hombre no es salvado
librándolo de su entorno. La salvación no nos rescata del
mundo material, sino del pecado,
y de los efectos de la maldición. El ideal bíblico es que
cada hombre tenga propiedad - un lugar donde puede tener
señorío y gobierno bajo Dios.
Las bendiciones del mundo
occidental han ocurrido a causa del
cristianismo y la libertad resultante que los hombres han tenido en el
uso y el desarrollo de la propiedad y el cumplimiento de sus llamados
bajo el mandato de señorío de Dios. El capitalismo - el
mercado libre - es producto de las leyes bíblicas, en las cuales
se le asigna una alta prioridad a la propiedad privada, y condenan toda
clase de robos (incluyendo el robo por parte del estado).
Para los incrédulos
economistas, profesores, y funcionarios, es
un misterio por qué el capitalismo no puede ser exportado.
Considerando la obvia y probada superioridad del mercado libre en lo
relativo a elevar el nivel de vida de todas las clases sociales,
¿por qué las naciones paganas no implementan el
capitalismo en sus estructuras sociales? La razón es
ésta: La libertad no
puede
ser exportada a una nación que no tiene mercado para el evangelio.
Las bendiciones del huerto no pueden obtenerse aparte de Jesucristo. La
regla de oro, que resume la ley y los profetas (Mat. 7:12) es el
inescapable fundamento ético del mercado libre; y esta
ética es imposible aparte de la obra del Espíritu Santo,
que nos posibilita cumplir los justos requisitos de la ley de Dios
(Rom. 8:4).
Todas las culturas paganas
han sido estatistas y tiránicas,
porque un pueblo que rechaza a Dios se someterá y
someterá sus propiedades a un dictador (1 Sam. 8:7-20). Los
hombres impíos quieren las bendiciones del huerto, pero tratan
de poseerlas por medios ilícitos, como hizo Acab con la viña
de Nabot (1 Reyes 21:1-16), y el resultado es, como siempre,
destrucción (1 Reyes 21:17-24). La posesión
legítima y libre de la tierra es el resultado de la
salvación: Dios llevó a su pueblo a una tierra, y la
dividió entre ellos como herencia (Núm. 26:52-56); y,
como había hecho en Edén, Dios reguló la tierra
(Lev. 25:4) y los árboles (Lev. 19:23-25); Deut. 20:19-20).
Como hemos visto, cuando
Dios expulsó a Adán y a Eva de
su tierra, el mundo comenzó a convertirse en un desierto
(Gén. 3:17-19). Desde este punto, la Biblia comienza a
desarrollar un tema de la tierra
vs.
el desierto, en el cual el pueblo de Dios, obediente y
redimido,
se ve heredando una tierra
que es segura y abundante, mientras que los desobedientes son
maldecidos al ser expulsados hacia un desierto.
Cuando Caín fue juzgado por Dios, se lamentó: "He
aquí me echas hoy de la tierra, y de tu presencia me
esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra"
(Gén. 4:14). Y tenía razón, como lo registra la
Escritura: "Salió, pues, Caín de delante de
Jehová, y habitó en tierra de Nod, al oriente de
Edén" (Gén. 4:16). Nod
significa errante:
Caín fue el primer nómada, que vagaba sin hogar ni
destino.
De manera similar, cuando
el mundo entero se volvió
impío, Dios dijo: "Raeré de sobre la faz de la tierra a
los hombres que he creado" (Gén. 6:7), y así lo hizo, por
medio del diluvio - dejando vivos solamente a Noé y a su familia
en el arca (que Dios hizo reposar, dicho sea de paso, sobre una montaña; Gén. 8:4).
Los impíos fueron echados de la tierra, y el pueblo del pacto la
repobló.
Nuevamente, los impíos
trataron de construir su propio "huerto",
la torre de Babel. Trataban de hacerse un nombre - definirse en
términos de sus
propios modelos de rebeldía - y evitar ser esparcidos
de la tierra (Gén. 11:4). Pero el hombre no puede construir el
huerto bajo sus propias condiciones. Dios es el Definidor, y Él
es el único que nos puede dar seguridad. El intento mismo del
pueblo de Babel para evitar su destrucción en realidad la
precipitó. Dios confundió sus lenguas - ¡no les
sirvieron para "nombrar" nada! - y los
esparció de la tierra (Gén. 11:8-9).
En marcado contraste, el
siguiente capítulo registra el pacto de
Dios con Abram, en el cual Dios promete llevar a Abram a una tierra, y
engrandecer su nombre
(Gén. 12:1-2). Como
garantía adicional y recordatorio de su pacto, Dios hasta cambió el nombre de
Abram
por el de Abraham, en términos de llamamiento predestinado. Dios es nuestro Definidor;
sólo Él nos da nuestro nombre, y "llama las cosas que no
son, como si lo fuesen" (Rom. 4:17). Por esto, al ser bautizados en el
nombre de Dios (Mat. 28:19), somos redefinidos
como el pueblo viviente de Dios, libres en Cristo desde nuestra muerte
en Adán (Rom. 5:12-6:23). La circuncisión
desempeñaba la misma función en el Antiguo Testamento,
que es la razón de que los niños recibían
oficialmente su nombre cuando eran circuncidados (consultar Lucas
2:21). En
la salvación, Dios nos trae de vuelta al Edén y nos da un
nuevo nombre
(Apoc. 2:17;
consultar Isa. 65:13-25).
Cuando el pueblo de Dios
se volvió desobediente cuando estaba a
punto de entrar en la Tierra Prometida, Dios le castigó haciendo
que vagase
por el desierto
hasta que la generación entera de los desobedientes
desapareciera (Núm. 14:26-35). Luego, Dios se volvió y
salvó a su pueblo de la "rugiente soledad del yermo" (Deut.
32:10), y les llevó a una tierra de la cual fluía leche y
miel (otro sutil recordatorio del Edén, dicho sea de paso: la
leche es una forma más nutritiva del agua, y la miel
procede de los árboles).
El pueblo obediente de Dios nunca ha sido nómada. Al contrario,
es notable por su estabilidad, y tiene señorío. Es verdad
que la Biblia nos llama peregrinos
(Heb. 11:13; 1 Ped. 2:11), pero de eso se trata precisamente: somos peregrinos, no vagabundos.
Un peregrino tiene un hogar, un destino. En la redención, Dios
nos salva de ser errabundos, y nos recoge en una tierra (Sal. 107:1-9).
Un pueblo disperso y sin hogar no puede tener señorío.
Cuando los puritanos abandonaron Inglaterra, no vagaron por la tierra;
Dios les llevó a una tierra y les convirtió en
gobernantes y, aunque el fundamento que construyeron se ha erosionado
en gran manera, todavía está con nosotros en gran medida
después de 300 años. (¿Qué dirá la
gente 300 años después de ahora de los logros del
evangelismo actual, superficial y en retirada?).
La gente se vuelve nómada
a causa de la desobediencia (Deut.
28:65). Al funcionar la maldición en la historia, al apostatar
la civilización, el nomadismo se extiende, y el desierto
aumenta. Y, al extenderse la maldición, el agua se seca.
Desde la caída, la tierra ya no es regada principalmente por
manantiales. En vez de esto, Dios nos envía lluvia (la lluvia es
mucho más fácil de abrir y cerrar en un instante que los
manantiales y los ríos). La retención de agua - lo que
convierte la tierra en un desierto reseco - está relacionada muy
estrechamente con la maldición (Deut. 29:22-28). La
maldición se describe también en términos de que
el pueblo desobediente es desarraigado
de la tierra (Deut. 29:28), en contraste con el hecho de que Dios establece
a su pueblo en la tierra (Éx. 15:17). Dios destruye las
raíces de una tierra y un pueblo cortando el suministro de agua:
la sequía es considerada en la Escritura como un instrumento
principal (y efectivo) para el castigo nacional. Cuando Dios cierra el
suministro de agua, convierte la tierra en algo completamente opuesto
al Edén.
La historia de Sodoma y
Gomorra es una especie de historia encapsulada
del mundo en este sentido. Descrita una vez como el huerto de
Edén en su belleza y abundancia (Gén. 13.10), se
convirtió, por medio del juicio de Dios, en "un yermo abrasado,
de azufre y sal, donde nada se plantaba, nada brotaba, y no
crecía ninguna vegetación" (Deut. 29:23). Sodoma y
Gomorra estaban situadas en el área que ahora se conoce como el
Mar Muerto - y se le llama muerto por una muy buena razón: nada
puede vivir allí. Los depósitos químicos (sal,
potasa, magnesio, y otros) constituyen el 25 por ciento del agua como
resultado del juicio de Dios sobre la tierra. Excepto donde el agua
fluye hacia
ella (y unos
pocos manantiales aislados en el área), la tierra es
completamente árida. Es ahora lo más lejano posible del
Edén, y sirve como representación del mundo
después de la maldición: el Edén se ha convertido
en desierto.
Pero eso no es todo lo que
se nos dice sobre esta área. En la
visión de Ezequiel del templo restaurado (también sobre
un monte, Eze. 40:2), él ve el agua de la vida fluyendo hacia el
oriente desde el umbral hacia el Mar Muerto y sanando sus aguas,
resultando en "una gran multitud de peces" y exhuberante
vegetación (Eze. 47:8-12). No debemos mirar el mundo con ojos
que sólo ven la maldición; debemos ver con los ojos de la
fe, iluminados por la palabra de Dios para ver el mundo como la arena
de su triunfo. La historia no termina con el desierto. A gran escala,
la historia mundial será la de Sodoma: primero un huerto,
hermoso y fructífero; luego corrompido hasta convertirse en un
yermo de muerte por medio del pecado; finalmente, restaurado a su
primitiva abundancia edénica. "Se alegrarán el desierto y
la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa"
(Isa. 35:1).
Los afligidos y
menesterosos
buscan las aguas, y nos las hay; seca está de sed su lengua; yo
Jehová los oiré, yo el Dios de Israel no los
desampararé. En las alturas abriré ríos, y fuentes
en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de
aguas, y manantiales de aguas en la tierra seca. Daré en el
desierto cedros, acacias, arrayanes y olivos; pondré en la
soledad cipreses, pinos y bojes juntamente, para que van y conozcan, y
adviertan y entiendan todos, que la mano de Jehová hace esto, y
que el santo de Israel lo creó (Isa. 41:17-20).
Esta, pues, es la
dirección de la historia, en lo que puede
llamarse el "primer
rapto" - Dios desarraiga gradualmente de la tierra a los
incrédulos y a las culturas incrédulas, y lleva a su
pueblo a la plena herencia de la tierra.
Por supuesto, no estoy
negando la enseñanza bíblica de
que el pueblo de Dios algún día se encontrará con
el Señor en el aire a su regreso (1 Tes. 4:17); pero la moderna
doctrina del rapto es demasiado a menudo una doctrina de huida del mundo,
en la que a los cristianos se les enseña a anhelar escapar del
mundo y sus problemas, más bien que a anhelar lo que la palabra
de Dios nos promete: Señorío.
Cuán común es oir decir a los cristianos cuando se
enfrentan a un problema: "¡Espero que el rapto venga pronto!" en
vez de "¡Pongámonos a trabajar en la solución ahora
mismo!". Aun peor es la respuesta que es también demasiado
común: "¿A quién le importa? No tenemos que hacer
nada, porque, de todos modos, el rapto viene pronto!" La peor de todas
es la actitud de algunos de que todo trabajo para hacer de éste
un mundo mejor es absolutamente erróneo porque "mejorar la
situación demorará la Segunda Venida!". Gran parte de la
moderna doctrina del rapto debería ser reconocida por lo que es
en realidad: un peligroso error que está enseñando al
pueblo de Dios a esperar la derrota en vez de la victoria.
Y ciertamente, un punto de
vista evangélico mundial es que "la
tierra es y su plenitud son del
diablo"
- que el mundo pertenece a Satanás, y que los cristianos
sólo pueden esperar la derrota hasta que regrese el
Señor. Y esa es exactamente la mentira que Satanás quiere
que los cristianos crean. Si el pueblo de Dios cree que el diablo
está ganando, su trabajo es mucho más fácil.
¿Qué haría si los cristianos dejaran de retroceder
y comenzaran a avanzar contra él? Santiago 4:7 nos dice lo que
el diablo haría: ¡huiría de nosotros! Así
que, ¿por qué no está el diablo huyendo de
nosotros en esta época? ¿Por qué están los
cristianos a merced de Satanás y sus siervos? ¿Por
qué no están los cristianos conquistando reinos con el
evangelio, como lo hicieron en tiempos pasados? ¡Porque los cristianos no
están resistiendo al diablo! ¡Peor aún, sus
pastores y sus líderes les están diciendo
que no
resistan, sino que retrocedan! Los líderes cristianos han puesto
a Santiago 4:17 al revés, y en realidad están ayudando y confortando al enemigo
porque, de hecho, le están diciendo al diablo: "¡Resiste a
la iglesia, y huiremos de tí!". Y Satanás les está
tomando la palabra. Así que, cuando los cristianos ven que
están perdiendo terreno en todos los frentes, lo consideran una
"prueba" de que Dios no ha prometido dar señorío a su
pueblo. Pero lo único que esto prueba es que Santiago 4:7 es
verdad, después de todo, incluyendo el "reverso de la moneda",
es decir, que si usted no
resiste al diablo, no
huirá de usted.
Lo que tenemos que
recordar es que Dios no "rapta" a los cristianos
para escapen al conflicto - ¡sino que "rapta" a los no
cristianos! De hecho, el Señor Jesús oró para que
no fuésemos "raptados": "No ruego que los quites del mundo, sino
que los guardes del mal" (Juan 17:15). Y este es el constante mensaje
de la Escritura. El pueblo de Dios heredará todas las cosas, y
los impíos serán desheredados y expulsados de la tierra.
"Porque los rectos habitarán la tierra, y los perfectos
habitarán en ella; pero los impíos serán cortados
de la tierra y los prevaricados serán de ella desarraigados"
(Prov. 2:21-22). "El justo no será removido jamás; pero
los impíos no habitarán la tierra" (Prov. 10:30). Dios
describía la tierra de Canaán diciendo que había
sido "contaminada" por los abominables pecados de su población
pagana,y que la tierra misma "vomitó a sus habitantes"; y
advirtió a su pueblo que no imitara aquellas abominaciones
paganas, "para que la tierra no les vomite a ustedes también"
(Lev. 18:24-28; 20:22). Usando el mismo lenguaje edénico, el
Señor advierte a la iglesia de Laodicea contra el pecado, y la
amenaza: "Te vomitaré de mi boca" (Apoc. 3:16). En la
parábola del trigo (los piadosos) y la cizaña (los
impíos) - y observe las imágenes edénicas hasta en
la manera en que selecciona las ilustraciones - Cristo declara que
recogerá primero
la cizaña
para ser destruida;
el trigo es "raptado" más tarde (Mat. 13:30).
"La riqueza del pecador
está
guardada para el justo"
(Prov. 13:22). Este es el modelo básico de la historia al salvar
Dios a su pueblo y darle señorío. Esto es lo que Dios
hizo con Israel: Al salvarle, les llevó a tierras ya colonizadas,
y heredaron ciudades que ya habían sido construidas (Sal.
105:43-45). En cierto sentido, Dios sí bendice a los paganos -
sólo para que puedan trabajar por su propia condenación,
mientras construye una herencia para los piadosos (consultar
Gén.
15:16; Éx. 4:21: Josué 11:19-20). Entonces Dios los hace
trizas y da a su pueblo el
fruto del trabajo de
ellos. Por eso no es necesario que nos preocupemos por lo que hacen lo
malo, porque nosotros heredaremos la tierra (Sal. 37). La palabra
hebrea para salvación es yasha,
que significa traer a un espacio
grande, amplio y abierto - y en la salvación, Dios hace
justamente eso: Nos da el mundo, y lo convierte en el huerto de
Edén.
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