EL PARAÍSO RESTAURADO

Una teología bíblica de señorío

David Chilton

Dominion Press

Tyler, Texas

© 1ero. 1985; 6to. 1999

Capítulo 7

LA NUBE DE FUEGO

Fue él quien ganó la victoria sobre sus enemigos los demonios y los trofeos de los idólatras aun antes de su aparición corporal - a saber, todos los paganos que desde todas las regiones han abjurado de la tradición de sus padres y el falso culto a los ídolos y ahora ponen su esperanza en Cristo transfieren su lealtad a Él. La cosa está ocurriendo delante de nuestros propios ojos, aquí en Egipto; y por consiguiente, se cumple otra profecía, porque en ningún otro tiempo han cesado los egipcios en su falso culto salvo cuando el Señor de todos, viajando como en una nube, bajó en cuerpo y dejó en la nada el error de los ídolos y ganó a todos para sí mismo y por medio de sí mismo para el Padre. Fue él quien fue crucificado con el sol y la luna como testigos; y por su muerte, ha venido la salvación a todos los hombres, y toda la creación ha sido redimida.
Atanasio, On the Incarnation [37]

Lo que era más importante sobre el huerto - en realidad, lo que lo hacía un huuerto en verdad - era la presencia de Dios con su pueblo. Para entender esto correctamente, comenzaremos nuestro estudio de este capítulo con la revelación de la presencia de Dios con Israel, el pueblo del pacto, y luego nos moveremos tanto hacia atrás, al Edén, como hacia adelante, la iglesia.

Dios reveló su presencia a su pueblo en la nube de gloria. La nube hacía las veces de un "hogar móvil" para Dios - su carruaje de fuego por medio del cual manifestaba su presencia a su pueblo. La nube servía como guía para Israel, dándoles luz durante la osacuridad y sombra para protegerlos del calor (Éx. 13:21-22; Sal. 105:39), pero trayendo juicio para los impíos (Éx. 14:19-25). En Sinaí, la nube estuvo acompañada por truenos, relámpagos, fuego, humo y un terremoto (Éx. 19:16-20), y estaba llena de innumerables ángeles (Deut. 33:2; Sal. 68:17). La nube no es nada menos que una revelación del cielo invisible, donde Dios está sentado en su trono de gloria, rodeado de su corte y su concilio celestial (Éx. 24:9-15; Isa. 6:1-4), y desde donde habló con Moisés (Éx. 33:9; Sal. 99:7).

Cuando el tabernáculo fue terminado, la nube entró en él y lo llenó de la gloria de Dios (Éx. 40:34-38; consultar 2 Crón. 5:13-14), y de la nube salió fuego para consumir los sacrificios (Lev. 9:23-24). El profeta Ezequiel miró a través de la nube (Eze. 1) y vio fuego, relámpagos, y criaturas aladas que volaban debajo del "firmamento" - el "pavimento" o "mar de vidrio" que está alrededor de la base (Eze. 1:28; consultar Gén. 9:12-17; Apoc. 4:3; 10:1).
La voz del Señor

Aunque hay muchos fenómenos asociados con la nube (la mayoría está descrita en Sal. 18:6-15), quizás la característica más notable es el ruido o la voz peculiares, inconfundibles: casi todos los relatos los mencionan. Dependiendo de la situación, pueden sonar como el viento, truenos, agua que corre, un grito, una trompeta (o muchas trompetas), un ejército en marcha, el rugir de las ruedas de un carruaje por el cielo, o la vibración o el batir de alas (véanse los pasajes ya citados: Eze. 3:12-13; 10:1-5; 2 Sam. 5:24; 2 Reyes 7:5-7); y Ezequiel nos dice que, en realidad, el sonido tiene su origen en el batir de las alas de las miríadas de ángeles (Eze. 1:24; 3:12-13). Considérese la siguiente descripción de la séptuple voz desde la nube:

Voz de Jehová sobre las aguas; truena el Dios de gloria, Jehová sobre las muchas aguas. Voz de Jehová con potencia; voz de Jehová con gloria. Voz de Jehová que quebranta los cedros; quebrantó Jehová los cedros del Líbano. Los hizo saltar como becerros; al Líbano y al Sirión como hijos de búfalos. Voz de Jehová que derrama llamas de fuego; voz de Jehová que hace temblar el desierto; hace temblar Jehová el desierto de Cades [consultar Núm. 16:19:33]. Voz de Jehová que desgaja las encinas, y desnuda los bosques; en su templo todo proclama su gloria (Sal. 29:3-9).

Fue esta voz - un rugido ensordecedor - lo que Adán y Eva oyeron en su último día en el huerto: "Y oyeron la voz de Jehová que se paseaba en el huerto ... y se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto" (Gén. 3:8; este es un texto importante, y tendremos que considerarlo con más detalle en un capítulo posterior).

La sombra del Omnipotente

Es importante reconocer que la nube era una teofanía, una manifestación visible de la presencia de Dios en su trono para su pueblo del pacto. En realidad, el Nuevo Testamento usa a menudo el término Espíritu como sinónimo de la nube, atribuyéndoles a ambos las funciones (Neh. 9:19-20; Isa. 4:4-5; Joel 2:28-31; Hag. 2:5). La ocasión más reveladora de esta ecuación de Dios y la nube ocurre cuando Moisés describe la salvación de Israel por Dios en el desierto en términos de un águila que se cierne o revolotea sobre sus polluelos (Deut. 32:11). ¿Cómo es que Dios "revoloteaba" sobre Israel? ¿Por qué busca refugio el salmista continuamente bajo el abrigo de las "alas" de Dios (por ej., Sal. 36:7; 57:1; 61:4; 91:4)? Ciertamente, Dios mismo no tiene alas. Pero sus ángeles sí las tienen - y la revelación especial de la presencia salvadora, juzgadora, y protectora de Dios ocurrió por medio de la nube-gloria, que contiene "muchos millares de ángeles" (Sal. 68:17; consultar 2 Reyes 6:17): "Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro ... pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos" (Sal. 91:4, 11).

Ahora, lo fascinante de la afirmación de Moisés en Deuteronomio 32:11 - en el sentido de que Dios "revolotea" sobre su pueblo por medio de la nube - es que Moisés usa esa palabra hebrea sólo en otra ocasión en todo el Pentateuco, cuando nos cuenta que "la tierra estaba sin forma y vacía ... y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas" (Gén. 1:2).

Ni es éste el único paralelo entre estos dos pasajes; porque, en Deuteronomio 32:10, Moisés describe el desierto por el cual el pueblo viajaba como un "yermo" - la misma palabra traducida como sin forma en Génesis 1:2 (y, nuevamente, estas son las dos únicas ocurrencias de la palabra en el Pentateuco). Lo que Moisés está diciendo, entonces - y este hecho seguramente lo entendían sus lectores hebreos - es que la salvación del pueblo de Dios por Él por medio del Éxodo era una representación de la historia de la creación: Al salvar a Israel, Dios estaba constituyéndole en una nueva creación. Como en el principio, la nube-espíritu se cernía sobre la creación, trayendo luz a la oscuridad (Gén. 1:3; Éx. 14:20; Juan 1:3-5), y conduciendo al reposo sabático en la Tierra Prometida, el nuevo Edén (Gén. 2:2-3; consultar Deut. 12:9-10 y Sal. 95:11, donde la tierra es llamada un reposo).

Así, pues, la re-creación de su pueblo por parte de Dios para ponerlo en comunión con Él en el Monte Santo fue presenciada por la misma manifestación de su propia presencia creadora que esruvo allí en la creación original, cuando el Espíritu gloriosamente arqueó su dosel sobre la tierra. El brillante resplandor de la nube-dosel fue también la base para la señal del arcoiris que Noé vio sobre el monte Ararat, garantizándole la fidelidad del pacto de Dios (Gén. 9:13-17). La gloria de la nube-dosel de Dios, formando un arco sobre un monte, es una señal repetida en la Escritura de que Dios está con su pueblo, creándole nuevamente, restaurando su obra a su estado edénico original y llevando la creación adelante, hacia la meta señalada.

Una promesa básica de la salvación se da en Isa. 4:4-5: "Cuando el Señor lave las inmundicias de las hijas de Sión, y limpie la sangre de Jerusalén de en medio de ella, con espíritu de juicio y con espíritu de devastación, creará Jehová sobre toda la morada del monte de Sión, y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y oscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas; porque sobre toda gloria habrá un dosel". Esta nube-dosel de la presencia de Dios, llena de alas de ángeles, es llamada un escondedero, una cubierta (2 Sam. 22:12; Sal. 18:11; Lam. 3:44; Sal. 9:14). Y es por eso por lo que la palabra cubriendo se usa para describir la posición de los querubines esculpidos que fueron colocados mirando el propiciatorio del pacto (Éx. 25:20). Por consiguiente, es significativo que esta palabra hebrea es el término traducido como cabañas y tabernáculos cuando Dios ordena que su pueblo erija cabañas de ramas frondosas para que habitasen en ellas durante la fiesta de los tabernáculos (Lev. 23:34, 42-43); como hemos visto, esta fiesta era un recordatorio de Edén, una represedntación simbólica del hecho de que la salvación nos restaura a las bendiciones edénicas.

El huerto de Edén servía, pues, como tabernáculo-templo, una pequeña copia del templo y el palacio de mayor tamaño de Dios en el cual los "cielos" son su trono y la "tierra" es estrado de sus pies (Gén. 1:1; Isa. 66:1) - formando los cielos invisibles junto con el universo visible su gran templo cósmico. Un examen de cerca de la arquitectura del tabernáculo y el templo revelará que fueron diseñados como copias, no sólo del huerto de Edén, sino del templo celestial original: la nube-dosel (consultar Heb. 8:5; 9:11, 23-24).

Bajo la protección de la nube-dosel alada, la responsabilidad del hombre era cumplir el "mandato cultural", "llenar la tierra y sojuzgarla" (Gén. 1:28). En obediente imitación a su Padre celestial, el hombre debía reformar, entender, interpretar, y gobernar el mundo para gloria de Dios - en fin, construir la ciudad de Dios.

La simple restauración de Edén no es nunca todo lo que está envuelto en la salvación, del mismo modo que no era el plan de Dios para Adán y su posteridad que simplemente permanecieran en el huerto. Debían ir a todo el mundo, llevar el potencial creado de la tierra a su plena fructificación. El huerto de Edén era una oficina principal, un lugar donde comenzar. Pero el gobierno divino del rey Adán debía abarcar el mundo entero. Por eso, la obra del segundo Adán no sólo es restauradora (trae de vuelta el Edén) sino consumadora: lleva al mundo a la Nueva Jerusalén.

El paraíso: restaurado y consumado

Durante toda la historia de la redención, al llamar Dios a su pueblo al paraíso restaurado, lo llevó a Su ciudad. Podemos ver esto en el contraste entre los rebeldes y autónomos constructores de ciudades de Génesis 11 y Abraham, que viajó a la Tierra Prometida "buscando la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y hacedor es Dios" (Heb. 11:10); y la Escritura asegura a la comunidad del nuevo pacto que "hemos venido al monte de Sión y a la ciudad del Dios vivo, la nueva Jerusalén" (Heb. 12:22).

En la vsión final de Apocalipsis, se le muestra a Juan el cumplimiento del mandato cultural, la plena restauración y consumación de Edén. "Y me llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, teniendo la gloria de Dios" (Apoc. 21:10-11). Como el Lugar Santísimo, la longitud, la anchura, y la altura de la ciudad son iguales (Apoc. 21:16; 1 Reyes 6:20): en la ciudad no hay templo, porque la ciudad misma es el santuario interior (consultar Efe. 2:19-22); y, al mismo tiempo, "el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero" (Apoc. 21:22). La ciudad está en llamas con la brillante gloria de Dios, iluminando las naciones (Apoc. 21:11-27), y por su calle principal fluye el río de la vida, como fluía originalmente desde el huerto de Edén (Apoc. 22:1-2); "y no habrá más maldición" (Apoc. 22:3). Además, no debemos considerar esta visión como enteramente futura, pues nuestro Señor ha dicho casi lo mismo sobre nosotros en esta era: "Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder ... Así alumbre vuestra luz delante de los hombres ...". (Mat. 5:14-16).

De muchas otras maneras, las imágenes edénicas son utilizadas y expandidas en el Nuevo Testamento, que registra el cumplimiento de las promesas de la nueva creación en Cristo. Por supuesto, un pasaje obvio es el prólogo de Juan (Juan 1:1-18), que comienza donde comienza Génesis: "En el principio". Vemos los mismos conceptos - el Verbo, la creación, la vida, la luz que brilla en la oscuridad y la vence; y Juan dice de Cristo que habitó (literalmente, en tabernáculos) entre nosotros, y contemplamos su gloria" (Juan 1:14; consultar Éx. 40:34). Lo que Juan quiere subrayar aquí es que Jesucristo es la plena revelación de la presencia de Dios con su pueblo (consultar Mat. 1:23).

Pero la totalidad del evangelio de Juan se basa en imágenes del Antiguo Testamento. Por ejemplo, el pasaje que sigue a su prólogo (Juan 1:2-11) contiene una sutil estructura de siete días cuyo propósito es recordarnos los siete días de la creación originales (así como otros numerosos paralelos del Antiguo Testamento). El primer día, Juan Bautista aparece como "una voz que clama en el desierto" (1:23; ver Gén. 1:2-3). Al día siguiente, cuando Jesús es bautizado (el bautismo es una recapitulación de dos sucesos de re-creación en el Antiguo Testamento: el diluvio [1 Ped. 3:20-21] y el cruce del Mar Rojo [1 Cor. 10:1-21], el Espíritu desciende con alas, flotando y aleteando sobre las aguas de la Nueva Creación - y el Espíritu viene como paloma, eel mensajero alado que anunció a Noé la re-creación del mundo (1:32-33); ver Gén. 8:11). El pasaje continúa con otras imágenes de la creación, y termina el séptimo día, cuando Jesús asiste a una boda y convierte el agua (ver Gén. 1:2ss.) en vino - y vino del mejor (Juan 2:1-11). La bendición es superabundante, más de lo necesario (como 150 galones), como precursora de las prometidas bendiciones edénicas que vendrían por medio de Él (Gén. 49:10-12; Isa. 25:6; Amós 9:13-14; Jer. 33:10-11). Justo antes de hacer esto, menciona la hora de su muerte - porque es su sangre derramada, el vino de la comunión, la que proporciona las bendiciones: el Edén es inaccesible separado de la expiación. Y por esto, a causa de este milagro del séptimo día, Jesús manifestó su gloria (Juan 2:11) - de la misma manera que Dios lo había hecho al entronarse en la nube el primer sábado.

Pero, cuando Dios está sentado reposando en su trono, se sienta como juez, examinando su templo-creación; y cuando por primera vez encuentra maldad en él, lo purifica, expulsando a los ofensores (Gén. 3:24). De manera similar, el siguiente evento en el evangelio de Juan muestra al Señor evaluando el templo y pronunciando juicio contra los que lo profanaron (Juan 2:12-22). (Es el sábado cuando aparecemos delante del trono del juicio de Dios para ser examinados; y si somos aprobados, entramos en su reposo [Heb. 3-41]. Las personas en el templo en este sábado eran culpables, y las expulsó en una terrible y ruidosa manifestación de juicio: una imagen de los primeros y los últimos días del Señor (véase más adelante, Cap.15). Luego, declaró que su cuerpo - Él personalmente y su cuerpo, la iglesia - es personalmente el templo verdadero (Juan 2:18-22), pues la resurrección física del cuerpo de Cristo es el fundamento para que su pueblo sea constituido como el templo (Efe. 1:20; 2:5-6, 19-22; 1 Cor. 3:10-11, 16-17).

Como templo de Dios, la iglesia es readmitida al Edén y llena del Espíritu y la gloria de Dios (Éx. 40:34; Núm. 9:15; Joel 2:28-31; Hech. 2:1-4, 16-21). La iglesia es el nuevo templo-huerto de Dios, restaurado al mandato original de Dios para el hombre: señorear sobre la tierra, expandiendo el huerto hasta que abarque el mundo entero. Al rehacernos a su imagen, Dios nos ha dado su presencia. Ha establecido residencia en su templo, y ha prometido estar con nosotros mientras cumplimos su mandato hasta los confines de la tierra (Mat. 28:18-20).

Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo. Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana. (Sal. 46:4-5).

Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río. ... Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina. (Eze. 47:9-12).