EL PARAÍSO RESTAURADO
Una
teología bíblica de señorío
David
Chilton
Dominion
Press
Tyler,
Texas
©
1ero.
1985; 6to. 1999
Capítulo 13
LOS
ÚLTIMOS DÍAS
¿Cuándo
comenzó la gente a abandonar el culto a los ídolos, sino
desde que la misma Palabra de Dios vino a morar entre los
hombres? ¿Cuándo cesaron los oráculos y quedaron
vacíos de significado, entre los griegos y en todas partes, sino
desde que el Salvador se reveló a sí mismo en la
tierra? ¿Cuándo comenzaron a ser considerados meros
mortales aquéllos a los que los poetas llaman dioses y
héroes, sino cuando el Señor tomó los
despojos de la muerte y preservó incorruptible el cuerpo que
había tomado, levantándolo de entre los muertos?
¿O cuándo cayó en desgracia la falsedad y la
locura de los demonios, sino cuando la Palabra, el poder de Dios,
el Maestro de todos éstos también, condescendió a
cuenta de la debilidad de la humanidad y apareció en la tierra?
¿Cuándo comenzó a ser desdeñada la
práctica y la teoría de la magia sino cuando se
manifestó a los hombres el Verbo divino? En una palabra,
¿cuándo se convirtió en etupidez la
sabiduría de los griegos, sino cuando la verdadera
sabiduría de Dios se reveló en la tierra? En tiempos
antiguos, el mundo entero y todo lugar en él se descarrió
por el culto a los ídolos, y los hombres pensaron que los
ídolos eran los únicos dioses que existían. Pero
ahora en todo el mundo los hombres están abandonando el temor a
los ídolos y refugiándose en Cristo, y al adorarle como
Dios, por medio de Él, llegan
también a conocer al Padre, al cual antes no habían
conocido.
Atanasio, On the
Incarnation
[46]
Como comenzamos a ver
en el
capítulo anterior, el período que se describe en la
Biblia como "los últimos días" (o "el último
tiempo" o "la última hora") es
el período entre el nacimiento de Cristo y la destrucción
de Jerusalén.
La iglesia primitiva estaba viviendo en el fin de la era antigua y el
comienzo de la nueva. Este período entero debe ser considerado
como el tiempo del primer advenimiento de Cristo. Tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo, la prometida destrucción de
Jerusalén es considerada un aspecto de la obra de Cristo,
conectada íntimamente con su obra de redención. Su vida,
muerte, resurrección, ascensión, el derramamiento del
Espíritu, y el juicio de Jerusalén son todas partes de su
única obra de anunciar su reino y crear su nuevo templo
(véase, por ejemplo, cómo conecta Daniel 9:24-27 la
expiación con la destrucción del templo).
Observemos cómo usa la Biblia
misma estas expresiones sobre el
fin de la época. En 1 Timoteo 4:1-3, Pablo advierte:
Pero
el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos
apostatarán de la fe, escuchando a espíritus
engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía
de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia,
prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos
que Dios creó para que con acción de gracias participasen
de ellos los creyentes y los que han conocido la verdad.
¿Estaba Pablo hablando de los
"postreros tiempos" que
ocurrirían miles de años más tarde? ¿Por
qué advertiría Pablo a Timoteo de sucesos que Timoteo y
sus tataranietos, y cincuenta o más generaciones
de descendientes, jamás vivirían para ver? En realidad,
Pablo le dice a Timoteo: "Si instruyes a los hermanos en estas cosas,
serás un buen ministro de Jesucristo" (1 Timoteo 4:6). Los
miembros de la congregación de Timoteo necesitaban saber lo que
tendría lugar en los "últimos días", porque ellos
serían afectados personalmente por esos sucesos. En particular,
necesitaban la certeza de que la venidera apostasía era parte
del patrón general de sucesos que conducirían al fin del
antiguo orden y el pleno establecimiento del reino de Cristo. Como
podemos ver en pasajes como Colosenses 2:18-23, las "doctrinas de
demonios" sobre las cuales Pablo advertía eran corrientes
durante el siglo primero. Los "últimos tiempos" ya estaban
teniendo lugar. Esto queda claro en la última declaración
de Pablo a Timoteo:
También
debes saber esto: que en los postreros días vendrán
tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí
mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a
los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables,
calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,
traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más
que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero
negarán la eficacia de ella; a
éstos evita. Porque
de
éstos son
los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas
cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias.
Éstas siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al
conocimiento de la verdad. Y de la manera que Janes y Jambres
resistieron a Moisés, así
también éstos resisten a la verdad; hombres
corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe (2 Tim.
3:1-8).
La mismísimas cosas que Pablo
dijo que sucederían en los
"últimos días" estaban sucediendo mientras él
escribía, y Pablo simplemente estaba advirtiendo a Timoteo sobre
lo que debía esperar al acercarse la época a su
clímax. El anticristo estaba comenzando a levantar la cabeza.
Otros escritores del Nuevo
Testamento compartían esta
perspectiva con Pablo. La carta a los Hebreos comienza diciendo que
Dios "en estos últimos
días nos ha hablado por su Hijo" (Heb. 1:2); el escritor
sigue adelante, y demuestra que "ahora, en la consumación de los siglos,
se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí
mismo para quitar de en medio el pecado" (Heb. 9:26). Pedro
escribió que Cristo "ya destinado desde antes de la
fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos
por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien
le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra
fe y esperanza sean en Dios" ( Ped. 1:20-21). El testimonio
apostólico es inconfundiblemente claro: cuando Cristo vino, los
"últimos días" llegaron con Él. Vino para anunciar
la nueva era del reino de Dios. La época antigua estaba
terminando, y sería completamente abolida cuando Dios destruyera
el templo.
Desde Pentecostés hasta el
Holocausto
El día de Pentecostés,
cuando el Espíritu había sido derramado y la comunidad
habló en otras lenguas, Pedro declaró la
interpretación bíblica del suceso:
Mas
esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros días,
dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y
vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros
jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos
soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y
sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi
Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba
en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y
vapor de humo; el sol se convertirá en tinieblas, y a luna en
sangre, antes que venga el día del Señor, grande y
manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor
será salvo (Hech. 2:16-21).
Ya hemos visto cómo la "sangre
y el fuego y el vapor de humo" y
las señales en el sol y la luna se cumplieron en la
destrucción de Jerusalén (véanse pp. 100ss.). Lo
que es crucial observar en este punto es la afirmación precisa
de Pedro de que los
últimos
días habían llegado. Contrariamente a algunas
exposiciones modernas de este texto, Pedro no dijo que los milagros de
Pentecostés eran como
lo que Dios había profetizado, o que eran una especie de "proto-cumplimiento"
de la
profecía de Joel; Pedro dijo que éste
era el cumplimiento: "Esto
es
lo dicho por el profeta Joel". Los últimos días estaban
aquí: El Espíritu había sido derramado, el pueblo
de Dios estaba profetizando y hablando en lenguas, y Jerusalén
sería destruida con fuego. Las antiguas profecías se
estaban revelando, y aquella generación no pasaría antes
de que "todas estas cosas" se hubiesen cumplido. Por consiguiente,
Pedro instó a sus oyentes: "Sed salvos de esta perversa
generación" (Hech. 2:40).
En relación con esto, debemos
tomar nota de la importancia
escatológica del don de lenguas. En 1 Cor. 14:21-22, Pablo
muestra que el milagro de las lenguas era el cumplimiento de la
profecía de Isaías contra el rebelde Israel. Debido a que
el pueblo del pacto estaba rechazando su clara revelación, Dios
advirtió que sus profetas les hablarían en lenguas
extrañas, con el expreso propósito de presentar un
testimonio final al incrédulo Israel durante los últimos
días que precederían a su juicio:
Porque
en lengua de tartamudos y en extraña lengua hablará a
este pueblo ... hasta que vayan y caigan de espaldas, y sean
quebrantados, enlazados y presos. Por tanto, varones burladores que
gobernáis a este pueblo que está en Jerusalén,
oíd la palabra de Jehová: Por cuanto habéis dicho:
Pacto tenemos hecho con la muerte, e hicimos convenio con el
Seol; cuando pase el turbión del azote, no llegará a
nosotros, porque hemos puesto nuestro refugio en la mentira, y en la
falsedad nos esconderemos; por tanto, Jehová el Señor
dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento
una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el
que creyere, no se apresure. Y ajustaré el juicio a cordel, y a
nivel la justicia; y granizo barrerá el refugio de la mentira, y
aguas arrollarán el escondrijo. Y será anulado vuestro
pacto con la muerte, y vuestro convenio con el Seol no será
firme; cuando pase el turbión del azote, seréis de
él pisoteados. Luego que comience a pasar, él os
arrebatará; porque de mañana en mañana
pasará, de día y de noche; y será ciertamente
espanto el entender lo oído (Isa. 28:11-19).
El milagro de Pentecostés era
un impactante mensaje para Israel.
Los israelitas sabían lo que esto significaba. Era la
señal de Dios de que la Piedra Angular había llegado, y
de que Israel le había rechazado para su propia
condenación (Mat. 21:42-44; 1 Ped. 2:6-8). Era la señal
de juicio y reprobación, la señal de que los
apóstatas de Jerusalén estaban a punto de "caer de
espaldas, y ser quebrantados, enlazados y presos". Los últimos
días de Israel habían llegado: la antigua era
había terminado, y Jerusalén sería barrida en un
nuevo diluvio, para hacer lugar para la nueva creación de Dios.
Como dijo Pablo, las lenguas eran "por señal, no a los
creyentes, sino para los incrédulos" (1 Cor. 14:22) - una
señal para los incrédulos judíos del destino fatal
que se les aproximaba.
La iglesia primitiva esperaba
la llegada de la nueva era. Sabía
que, con el fin visible del sistema del pacto antiguo, la iglesia
sería revelada como el templo nuevo y verdadero; y la obra que
Cristo vino a ejecutar sería llevada a cabo. Este era un aspecto
importante de la redención, y la primera generación de
cristianos esperaba que este suceso ocurriera durante su vida.
Durante este período de espera y severas pruebas, el
apóstol Pedro les aseguró que estarían "protegidos
por el poder de Dios por medio de la fe para alcanzar la
salvación que está preparada para ser manifestada en el
tiempo postrero" (1 Ped. 1:5). Estaban en el umbral mismo del nuevo
mundo.
Esperando el fin
Los
apóstoles y la primera generación de cristianos
sabían que estaban viviendo en los últimos días de
la era del pacto antiguo. Esperaban ansiosamente su consumación
y la plena entrada de la nueva era. Al avanzar la era y aumentar e
intensificarse las "señales del fin", la iglesia podía
ver que el día del juicio se aproximaba rápidamente; se
asomaba una crisis en el futuro cercano, cuando Cristo les
liberaría "del presente siglo malo" (Gál. 1:4). Las
declaraciones de los apóstoles están llenas de esta
actitud expectante, del seguro conocimiento de que este suceso
trascendental estaba sobre ellos. La espada de la ira de Dios estaba
puesta sobre Jerusalén, lista para caer en cualquier momento.
Pero los cristianos no debían temer, porque la ira venidera no
estaba dirigida a ellos, sino a los enemigos del evangelio. Pablo
instó a los tesalonicenses a "esperar de los cielos a su Hijo,
al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra
de la ira venidera" (1 Tes. 1:10). Haciéndose eco de las
palabras de Jesús en Mateo 23-24, Pablo subrayó que el
juicio inminente sería derramado sobre los judíos, "los
cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y
a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los
hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que
éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de
sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo" (1 Tes.
2:14-16). Los cristianos habían sido advertidos y por lo tanto
estaban preparados, pero el incrédulo Israel sería tomado
por sorpresa:
Pero
acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad,
hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis
perfectamente que el día del Señor vendrá como
ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad,entonces
vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los
dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Mas vosotros,
hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os
sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e
hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas. ...
Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar
salvación por medio de nuestro Señor Jesucrito (1 Tes.
5:1-5, 9).
Pablo amplió esto en su segunda
carta a la misma iglesia:
Porque
es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os
atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con
nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el
cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar
retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al
evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales
sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la
presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga en
aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en
todos los que creyeron (por cuanto nuestro testimonio ha sido
creído entre vosotros) (2 Tes. 1:6-10).
Claramente,
Pablo no está hablando de la venida final de Cristo al fin del
mundo, porque las venideras "tribulación" y retribución"
estaban dirigidas específicamente a los que perseguían a
los cristianos de primera generación de Tesalónica. El
venidero día del juicio no era algo que estaba a miles de
años de distancia. Estaba cerca - tan cerca que lo podían
ver venir. La mayoría de las "señales del fin" ya
existían, y los inspirados apóstoles estimulaban a la
iglesia a esperar el fin en cualquier momento. Pablo instaba a los
cristianos de Roma a que perseveraran en la vida piadosa, "conociendo
el tiempo, que ya es hora de levantarnos del sueño; porque ahora
está más cerca de nosotros nuestra salvación que
cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el
día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y
vistámonos las armas de la luz" (Rom. 3:11-12). Así como
la antigua era se había caracterizado por el pecado, la
desesperación, y la esclavitud a Satanás, la nueva era se
caracterizaría más y más por la justicia y el
gobierno universal del reino. Porque el período de los
"últimos días" fue también el tiempo en que el
reino celestial fue inaugurado en la tierra, cuando el "monte santo"
inició su crecimiento dinámico y todas las naciones
comenzaron a acudir a la fe cristiana, como los profetas habían
predicho (ver Isa. 2:2-4; Miq. 4:1-4). Obviamente, todavía hay
mucha impiedad en el mundo en la actualidad. Pero el cristianismo ha
estado ganando batallas gradual y constantemente desde los días
de la iglesia primitiva; y como los cristianos continúan
haciendo guerra contra el enemigo, vendrá el tiempo en que los
santos posean el reino (Dan. 7:22, 27).
Por esto Pablo pudo consolar a
los creyentes asegurándoles que
"el Señor está cerca" (Fil. 4:5). De hecho, la consigna
de la iglesia primitiva (1 Cor. 16:22) era ¡Maranatha! ¡El Señor
viene!
Esperando la venidera destrucción de Jerusalén, el
escritor de Hebreos advirtió a los que se sentían
tentados a "retroceder" al judaísmo apóstata en el
sentido de que la apostasía sólo atraería "una
horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de
devorar a los adversarios" (Heb. 10:27).
Pues
conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el
pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará
a su pueblo. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! ...
Porque os es necesaria la paciencia, para que, habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un
poquito, y el que ha de venir, vendrá, y no tardará. Mas
el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a
mi alma. Pero nosotros no somos de los que retroceden para
perdición, sino de los que tienen fe para preservacióndel
alma (Heb. 10:30-31, 36-39).
Los otros autores del Nuevo
Testamento escribieron en términos
similares. Después de que Santiago advirtió a los
creyentes ricos que oprimían a los cristianos de las miserias
que caerían sobre ellos, acusándoles de haber "acumulado
tesoros para los días postreros" (Sant. 5:1-6), alentó a
los cristianos que sufrían:
Por tanto, hermanos, tened
paciencia hasta la
venida del Señor.
Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra,
aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la
tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad
vuestros corazones; porque
la venida
del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos
contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de vosotros
(Sant. 5:7-9).
El apóstol Pedro también
advirtió a la iglesia de
que "el fin de todas las cosas se acerca" (1 Ped. 4:7), e instó
a los miembros a vivir en la diaria expectativa del juicio que
vendría en su generación:
Amados,
no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido,
como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por
cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que
también en la revelación de su gloria os gocéis
con gran alegría ... Porque es tiempo de que el juicio comience
por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros,
¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al
evangelio? (1 Ped. 4:12-13, 17).
Los primeros cristianos
tuvieron que soportar tanto una severa
persecución a manos del Israel apóstata como la
traición de los anticristos en su propio seno, que trataban de
desviar a la iglesia hacia la secta judaica. Pero esta época de
intensa persecución y sufrimiento actuaba a favor de la
bendición y la santificación de los propios cristianos
(Rom. 8:28-39); y mientras tanto, la ira de Dios contra los
perseguidores estaba aumentando. Finalmente, llegó el fin, y la
ira de Dios se desató. Los que habían causado
tribulación a la iglesia fueron lanzados a la más grande
tribulación de todos los tiempos. El mayor enemigo de la iglesia
fue destruido, y jamás volvería a representar una amenaza
para la victoria final de la iglesia.
De vuelta arriba