EL PARAÍSO RESTAURADO
Una
teología bíblica de señorío
David
Chilton
Dominion
Press
Tyler,
Texas
©
1ero.
1985; 6to. 1999
Capítulo
18
EL
TIEMPO
ESTÁ CERCA
¿Cuándo cesaron las
profecías y las visiones en Israel? ¿No fue cuando Cristo
vino, el Santo de los santos? En realidad, es una señal y una
prueba notable de la llegada del Verbo el hecho de que Jerusalén
ya no está, ni ha aparecido ningún profeta ni se ha
revelado ninguna visión entre ellos. Y es natural que deba ser
así, porque cuando vino el que tenía que venir,
¿qué más necesidad había de que viniera
otro? Y cuando la verdad hubo llegado, ¿qué más
necesidad había de las sombras? Sólo acerca de Él
profetizaban continuamente, hasta cuando hubo llegado la Justicia
Esencial, el que fue hecho rescate por los pecados de todos. Por la
misma razón permaneció Jerusalén hasta el mismo
tiempo, para que los hombres pudiesen pensar en los tipos antes de que
se conociese la verdad. Así que, por supuesto, una vez que el
Santo de los santos hubo llegado, tanto las visiones como las
profecías fueron selladas. Y el reino de Jerusalén
cesó al mismo tiempo, porque los reyes debieron ser ungidos
entre ellos sólo hasta que el Santo de los santos fue ungido.
Moisés también profetiza que el reino de los
judíos permanecerá hasta el tiempo de Jesucristo,
diciendo: "No será quitado el cetro de Judá, ni el
legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se
congregarán los pueblos" [Gén. 49:10]. Y por eso el
Salvador mismo siempre estaba proclamando: "Todos los profetas y la ley
profetizaron hasta Juan" [Mat. 11:13]. Así que, si
todavía hay rey o profeta o visiones entre los judíos,
hacen bien en negar que Cristo ha venido; pero si no hay ni rey ni
visiones, y desde ese tiempo todas las profecías han sido
selladas y la ciudad y el templo han sido tomados, ¿cómo
pueden ellos ser tan irreligiosos, cómo pueden burlarse
así de los hechos, hasta el punto de negar al Cristo que ha
traído todas estas cosas?
Atanasio,
On the Incarnation
[40]
La
cuestión de la fecha del libro de Apocalipsis es importante para
su correcta interpretación. A menudo, los eruditos han aceptado
la declaración de Ireneo (120-122 D. C.) de que la
profecía apareció "hacia el fin del reinado de Domiciano"
(es decir, alrededor de 96 D.C.). Sin embargo, hay considerables dudas
sobre lo que Ireneo quiso decir con esto (puede haber querido decir que
el apóstol Juan en
persona
"fue visto" por otros). El lenguaje de Ireneo es ambiguo y, a pesar de
lo que estaba diciendo, podría estar equivocado. (Dicho sea de
paso, Ireneo es la única
fuente para esta tardía fecha de Apocalipsis; todas las otras
"fuentes" están basadas en Ireneo). Ciertamente, hay otros
escritores tempranos cuyas declaraciones indican que Juan
escribió el Apocalipsis mucho antes, bajo la persecución
de Nerón. Por consiguiente, nuestro curso de acción
más seguro es estudiar el Apocalipsis mismo para ver la
evidencia interna
que el
libro presenta en relación con su fecha - evidencia que indica
que fue escrito en algún momento antes o alrededor del 68 D. C.
Brevemente, esta prueba depende de dos puntos: (1) Se habla de que
Jerusalén todavía estaba en pie, pero gran parte del
libro profetiza la destrucción de Jerusalén en el
año 70 D. C.; (2) se dice que el emperador Nerón
todavía estaba vivo - pero Nerón murió en junio
del año 68. (Estos puntos y otros se demostrarán en los
capítulos siguientes).
Sin embargo, mucho más
significativo es el hecho de que tenemos
una enseñanza a priori
en la misma Escritura en el sentido de que toda la revelación especial
terminó por el año
70 D. C. El ángel Gabriel le dijo a Daniel que las "setenta
semanas" terminarían con la destrucción de
Jerusalén (Dan. 9:24-27); y ese período también
serviría para "sellar la visión y la profecía"
(Dan. 9:24). En otras palabras, la revelación especial se
detendría - sería "sellada" - para cuando
Jerusalén fuese destruida. El
canon de las Sagradas Escrituras se completó enteramente antes
de la caída de Jerusalén.
La muerte, resurrección, y
ascensión de Cristo marcaron
el fin del pacto antiguo y el principio del nuevo; los apóstoles
fueron comisionados para entregar el mensaje de Cristo en la forma del
Nuevo Testamento; y cuando hubieron concluido, Dios envió a los
edomitas y a los ejércitos romanos para destruir completamente
los últimos símbolos que quedaban del pacto antiguo: el
templo y la Santa Ciudad. Este solo hecho es suficiente para establecer
que Apocalipsis fue escrito antes del año 70 D. C. Como veremos,
el libro mismo proporciona abundante testimonio en relación con
su fecha; pero, hay aún más; la naturaleza del Nuevo
Testamento como la palabra final de Dios nos los dice. La muerte de
Cristo a manos del Israel apóstata selló su suerte: el
reino le sería quitado (Mat. 21:33-43). Mientras la ira
aumentaba "al extremo" (1 Tes. 2:16), Dios detenía su mano del
juicio hasta que la escritura del documento del nuevo pacto se llevara
a cabo. Hecho esto, Dios puso fin dramáticamente al reino de
Israel, barriendo con la generación perseguidora (Mat. 23:34-36;
24:34; Luc. 11:49-51). La destrucción de Jerusalén (Apoc.
11) fue el último trompetazo, que indicaba que el "misterio de
Dios" estaba consumado
(Apoc. 10:7). No habría más revelaciones especiales una
vez que Israel hubiera desaparecido. Para regresar al punto, el libro
de Apocalipsis definidamente se escribió antes de 70 D. C., y
probablemente antes de 68 D. C.
Destino
Juan
dirigió el Apocalipsis a las siete importantes iglesias de Asia
Menor, y fue ampliamente distribuido desde ellas. Asia Menor era
importante porque la secta del culto a César se trata
extensamente en la profecía - y Asia Menor era un centro
principal del culto a César. "Inscripción tras
inscripción atestigua la lealtad de las ciudades al imperio. En
Éfeso, Esmirna, Pérgamo, y de hecho por toda la
región, la iglesia era confrontada por un imperialismo popular y
patriótico, y que tenía el carácter de
religión. En ninguna parte era el culto a César
más popular que en Asia" (H. B. Swete, Commentary on Revelation
[Kregel, 1977], p. lxxxix).
Después de que Julio César
murió, se
construyó en Éfeso un templo honrándole como divo
(dios). Los césares que le siguieron no esperaron que la muerte
les proporcionara tales honores y, comenzando por Octaviano, afirmaron
su propia divinidad exhibiendo sus títulos de deidad en templos
y monedas, particularmente en las ciudades de Asia. Octaviano
reemplazó su nombre con el de Augusto,
un título de suprema majestad, dignidad, y reverencia. Fue
llamado el Hijo de Dios,
y como mediador divino-humano entre el cielo y la tierra,
ofrecía sacrificios a los dioses. Fue proclamado ampliamente
como Salvador del mundo, y las inscripciones de sus monedas eran
francamente mesiánicas - su mensaje declaraba, como había
escrito Ethelbert Stauffer, que "la salvación no se encuentra en
ningún otro, salvo en Augusto, y no hay otro nombre dado a los
hombres en el cual pueden ser salvos" (Cristo
y los Césares [Westminster, 1955], p. 88).
Esta actitud era común a todos
los Césares. César
era Dios; César era Salvador; César era el único
Señor. Y reclamaban para sí no sólo los
títulos sino también los derechos de la deidad. Fijaban
impuestos y confiscaban propiedades a voluntad; tomaban las esposas de
ciudadanos (y a sus esposos) para su propio placer, causaban escasez de
alimentos, ejercían el poder de vida y muerte sobre sus
súbditos, y en general intentaban controlar cada uno de los
aspectos de la realidad a través del imperio. La
filosofía de los Césares puede resumirse en una frase que
se usó más y más a medida que pasaba el tiempo: ¡César es Señor!
Éste era el principal punto de
controversia entre Roma y los
cristianos. ¿Quién es Señor? Francis Schaeffer
señaló: "No olvidemos por qué eran asesinados los
cristianos. No
porque
adoraban a Jesús ... a nadie le importaba quién adoraba a
quién mientras el que adoraba no trastornara la unidad del
estado, que se centraba en el culto formal a César. La
razón de que los cristianos fueron asesinados es que eran
rebeldes ... adoraban a Jesús como Dios y adoraban solamente al
Dios infinito, personal. Los Césares no tolerarían que se
adorase al único Dios solamente.
Esto se consideraba traición" (How
Shall We Then Live? [Revell, 1976], p. 24).
Para Roma, la meta de cualquier
moralidad y piedad era subordinar todas
las cosas al estado; el hombre religioso y piadoso era el que, en todo
momento de su vida, reconocía la centralidad de Roma. R. J.
Rushdoony observa que "la estructura de los actos de piedad religiosos
y de familia era Roma misma, la comunidad central y más sagrada.
Roma controlaba estrictamente todos los derechos de asociación,
asamblea, reuniones religiosas, clubes, y reuniones callejeras, y no
toleraba ningún posible rival de su centralidad... Sólo
el estado podía organizar; los ciudadanos no podían, a
menos que conspirasen. Sólo sobre esta base, la altamente
organizada Iglesia Cristiana era un delito y una afrenta contra el
estado, y una organización ilegal que en seguida aparecía
como sospechosa de conspiración" (The
One and the Many [Thoburn
Press, 1978], pp. 92s).
El testimonio de los apóstoles
y la iglesia cristiana primitiva
era nada menos que una declaración de guerra contra las
pretensiones del estado romano. Juan dice que Jesús es el unigénito
Hijo de Dios (Juan 3:16); que Él es, en efecto, "el Dios
verdadero y la vida eterna" (1 Juan5:20-21). El apóstol Pedro
declaró, poco después de Pentecostés: "En
ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre
debajo del cielo dado a los hombres en el cual podamos ser salvos"
(Hech. 4:12). "El conflicto del cristianismo con Roma era, pues,
político desde la perspectiva de Roma, aunque religioso desde la
perspectiva cristiana. A los cristianos nunca se les pidió que
adoraran a los dioses paganos de Roma; sólo se les pedía
que reconocieran la primacía religiosa del estado. ... El punto
de discrepancia era, pues, éste: ¿debían las leyes
del emperador, las leyes del estado, gobernar tanto al estado como a la
iglesia, o debían tanto el estado como la iglesia, tanto el
emperador como el obispo por igual, estar bajo las leyes divinas?
¿Quién representaba el verdadero y último orden,
Dios o Roma, la eternidad o el tiempo? La respuesta romana era Roma y
el tiempo, y de aquí que el cristianismo constituyese una fe
traicionera y una amenaza para el orden político" (Rushdoony, The One and the Many,
p. 93).
El cargo presentado por los
fiscales en un juicio contra cristianos en
el siglo primero era que "todos ellos desafían los decretos de
César, diciendo que hay otro rey, uno llamado Jesús"
(Hechos 17:7). Ésta era la acusación fundamental contra
todos los cristianos del imperio. El capitán de policía
rogó al anciano obispo Policarpo que renunciase a esta
posición extrema: "¿Qué mal hay en decir César es Señor?"
Policarpo rehusó, y fue quemado en la hoguera. Miles sufrieron
el martirio sólo a causa de este punto. Para ellos, Jesús
no era "Dios" en algún sentido irrelevante de razón e
inteligencia; Jesús era el único Dios, completo soberano
en todas las áreas. Ningún aspecto de la realidad
podría estar exento de sus demandas. Nada era neutral. La
iglesia confrontó a Roma con la inflexible afirmación de
la autoridad imperial de Cristo: Jesús es el unigénito
Hijo; Jesús es Dios; Jesús es Rey, Jesús es
Salvador; Jesús es Señor. Aquí había dos
imperios, ambos intentando tener absoluto dominio mundial; y eran
implacables en la guerra.
Era necesario que las iglesias
de Asia reconocieran esto plenamente,
con todas sus implicaciones. La fe en Jesucristo requiere absoluta
sumisión a su señorío, en todos los puntos, sin
ningún término medio. Confesar a Cristo significaba
entrar en conflicto con el estadismo, particularmente en las provincias
donde se requería el culto oficial a César para la
transacción de los asuntos diarios. No reconocer las
afirmaciones del estado resultaría en dificultades
económicas y la ruina, y a menudo prisión, tortura y
muerte.
Algunos cristianos transaron:
"Claro, Jesús es Dios. Yo le adoro
en la iglesia y en el culto privado. Pero todavía puedo
conservar mi empleo y mi posición en el sindicato, aunque
requieren que yo rinda homenaje técnico a las deidades paganas.
Es un mero detalle: después de todo, yo todavía creo en
Jesús de corazón
...". Pero el señorío de Cristo es universal,
y la Biblia no distingue entre el corazón y la conducta.
Jesús es Señor de todo. Para reconocerle verdaderamente
como Señor, debemos servirle en todas partes. Este es el
principal mensaje de Apocalipsis, y el que los cristianos de Asia
necesitaban desesperadamente escuchar. Vivían en el
corazón mismo del trono de Satanás, el asiento del culto
al emperador; Juan escribía para recordarles a su verdadero Rey,
la posición de ellos con Él como reyes y sacerdotes, y la
necesidad de perseverar en términos de su palabra soberana.
El
tema
El
propósito de Apocalipsis era revelar a Cristo como Señor
a una iglesia sufriente. Puesto que estaban siendo perseguidos, los
primeros cristianos podían sentirse tentados a temer que el
mundo estuviera quedándose sin control - que Jesús, que
había reclamado "toda autoridad ... en el cielo y en la tierra"
(Mat. 28:18), en realidad no estuviese en control en absoluto. A
menudo, los apóstoles advertían contra este error
centrado en el hombre, recordándole a la gente que la
soberanía de Dios es sobre toda la historia (incluyendo nuestras
tribulaciones particulares). Esta era la base de algunos de los
más hermosos pasajes de consuelo en el Nuevo Testamento (por
ejemplo, Rom. 8:28-39; 2 Cor. 1:3-7; 4:7-15).
La principal preocupación de
Juan al escribir el libro de
Apocalipsis era justamente esto: fortalecer la comunidad cristiana en
la fe del señorío de Jesucristo, para que se dieran
cuenta de que las persecuciones que sufrían estaban
íntegramente involucradas en la gran guerra de la historia. El
Señor de la gloria había ascendido a su trono, y los
impíos gobernantes ahora resistían su autoridad
persiguiendo a sus hermanos. El sufrimiento de los cristianos no
era una señal de que Jesús había abandonado este
mundo al diablo; más bien, el sufrimiento revelaba que
Jesús era Rey. Si el señorío de Jesús
hubiese sido históricamente carente de significado, los
impíos no habrían tenido ninguna razón en absoluto
para molestar a los cristianos. Pero, en lugar de eso, los
impíos perseguían a los seguidores de Jesús,
mostrando su involuntario reconocimiento de la supremacía de
Jesús sobre el gobierno de ellos. El libro de Apocalipsis
presenta a Jesús montado sobre un caballo blanco como "Rey de
reyes y Señor de señores" (19:16, combatiendo contra las
naciones, juzgando y haciendo guerra en justicia. Los cristianos
perseguidos no estaban en absoluto abandonados por Dios. En realidad,
estaban en la línea del frente en el conflicto de los siglos, un
conflicto en que Jesucristo ya había ganado la batalla decisiva.
Desde su resurrección, toda la historia ha sido una
operación de "limpieza", en la cual las implicaciones de su obra
están siendo implementadas gradualmente en todo el mundo. Juan
es realista: las batallas no serán fáciles, ni los
cristianos saldrán indemnes. A menudo serán sangrientas,
y gran parte de la sangre será nuestra. Pero Jesús es
Rey, Jesús es Señor, y (como dice Lutero) "Él
tiene que ganar la batalla". El Hijo de Dios sale a la guerra,
conquistando y a conquistar, hasta que haya puesto a todos sus enemigos
debajo de sus pies.
Así, pues, el tema del
Apocalipsis era contemporáneo, es
decir, fue escrito a y para los cristianos que vivían en la
época en que se entregó por primera vez. Estábamos
equivocados al interpretarlo futurísticamente, como si su
mensaje estuviese dirigido principalmente a un tiempo 2000 años
después de cuando Juan lo escribió. (Es interesante -
pero no sorprendente - que los que interpretan el libro
"futurísticamente" siempre parecen enfocarse en su propia
época como el tema de la profecía). Convencidos de su
propia importancia, son incapaces de pensar en sí mismos como
viviendo en cualquier otra época diferente del clímax de
la historia). Por supuesto, los sucesos que Juan predijo estaban
"en el futuro" para Juan y sus lectores; pero ocurrieron poco tiempo
después de que él escribió acerca de ellos.
Interpretar el libro de otra manera es contradecir tanto el alcance de
la obra como un todo como los pasajes particulares que indica su tema.
Para nosotros, la mayor parte del Apocalipsis (es decir, todo, excepto
unos pocos versículos que mencionan el fin del mundo) es historia:
ya sucedió. Esto puede ser un verdadero desengaño para
los que esperaban experimentar algunas de las emocionantes escenas del
libro; así que, para ellos, tengo una pequeña palabra de
consuelo: Alégrense - ¡las abejas asesinas todavía
están en camino al norte! Además, la bestia tiene un
ejército de modernos imitadores, así que ustedes
todavía tienen una oportunidad de ser decapitados.
Desafortunadamente, los que habían abrigado la esperanza de
escapar a los fuegos artificiales en el rapto no tienen tanta suerte.
Tendrán que avanzar con dificultad hacia la victoria junto con
el resto de nosotros.
La iglesia primitiva tenía dos
grandes enemigos: el Israel
apóstata y la Roma pagana. Muchos cristianos murieron a manos de
ellos (en realidad, estos dos enemigos de la iglesia a menudo
cooperaban el uno con el otro ejecutando cristianos, como lo
habían hecho en la crucifixión del mismo Señor). Y
el mensaje de Apocalipsis era que estos dos perseguidores, inspirados
por Satanás, pronto serían juzgados y destruidos. Su
mensaje era contemporáneo, no futurista.
Algunos se quejarán de que esta
interpretación convierte
a Apocalipsis en "irrelevante" para nuestro tiempo. Una idea más
errónea es inimaginable. ¿Son irrelevantes los libros de
Romanos y Efesios sólo porque fueron escritos para los creyentes
del siglo primero? ¿Deben ser hechos a un lado los libros de 1
Corintios y Gálatas porque tratan de problemas del siglo
primero? ¿No es toda la Escritura útil para los creyentes
en todas las épocas (2 Tim. 3:16-17)? En realidad, son los futuristas
los que han convertido a Apocalipsis en irrelevante - porque, en la
hipótesis futurista, ¡el libro ha sido inaplicable desde
el momento en que fue escrito hasta el siglo veinte! Sólo si
vemos a Apocalipsis en términos de su relevancia
contemporánea es el libro cualquier cosa menos letra muerta.
Desde el comienzo, Juan dijo que el libro estaba dirigido a "las siete
iglesias que están en Asia" (1:4), y tenemos que suponer que
quería decir lo que estaba diciendo. Claramente, esperaba que
hasta los más oscuros símbolos de la profecía
fuesen comprendidos por sus lectores del siglo primero (13:18). Ni una
sola vez dio a entender que su libro fue escrito teniendo en mente el
siglo veinte, y que los cristianos estarían desperdiciando el
tiempo intentando descifrarlo hasta que se inventasen las estaciones
espaciales. La principal relevancia del libro de Apocalipsis era para
sus lectores del siglo primero. Todavía es relevante para
nosotros hoy día al entender nosotros su mensaje y aplicar sus
principios a nuestras vidas y nuestra cultura. Jesucristo
todavía demanda de nosotros lo que demandaba de la iglesia
primitiva: absoluta fidelidad hacia él.
Pueden señalarse aquí varias
líneas de evidencia
en favor de la naturaleza contemporánea de Apocalipsis. Primera,
está el tono general del libro, que trata de los mártires
(véase, por ejemplo, 6:9; 7:14; 12:11). El tema es claramente la
actual situación de las iglesias: el Apocalipsis se
escribió a una iglesia sufriente para consolar a los creyentes
durante su tiempo de prueba.
Segunda,
Juan escribe que el
libro concierne a "las cosas que deben suceder pronto" (1:1), y
advierte que "el tiempo está cerca" (1:3). En caso de que se nos
escape, Juan dice nuevamente, al final del libro, que "el Señor,
el Dios de los espíritus de los profetas, envió a su
ángel para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder
pronto" (22:6). Dado que una prueba importante de un verdadero profeta
reside en el hecho de que sus predicciones se cumplan (Deut. 18:21-22),
los lectores de Juan del siglo primero tenían toda la
razón de esperar que su libro tuviese importancia inmediata. Simplemente, no se puede hacer
que las palabras pronto y cerca
signifiquen nada
diferente de lo que dicen. Si yo le digo a usted: "Estaré
allí pronto",
y no me aparezco en 2000 años, ¿no diría usted que
yo estoy siendo un poquito tardío? Algunos objetarán a
esto basándose en 2 Pedro 3:8, que dice que "para el
Señor un día es como mil años, y mil años
como un día". Pero el contexto allí es enteramente
diferente: Pedro nos está exhortando a tener paciencia con
respecto a las promesas de Dios, asegurándonos que la fidelidad
de Dios a su santa Palabra no se gastará ni disminuirá.
El libro de Apocalipsis no
es
sobre la Segunda Venida. Es sobre la destrucción de Israel y la
victoria de Cristo sobre Roma. En realidad, la palabra venida, como se usa
en el libro de
Apocalipsis, jamás se
refiere
a la Segunda Venida.
Apocalipsis profetiza el juicio de Dios sobre los dos antiguos enemigos
de la iglesia; y aunque pasa a describir brevemente ciertos sucesos del
fin del tiempo, esa descripción es meramente un "resumen" para
mostrar que los impíos jamás
prevalecerán contra el reino de Cristo. Pero el foco principal
de Apocalipsis es sobre sucesos que habrían de tener lugar
pronto.
Tercera,
Juan identifica
ciertas situaciones como contemporáneas: en 13:18, Juan anima
claramente a sus lectores contemporáneos a calcular el
"número de la bestia" y a descifrar su significado; en 17:10, uno
de los siete reyes está actualmente en el trono; y Juan nos dice
que la gran ramera "es [tiempo verbal presente] la gran
ciudad,
que reina
[tiempo verbal
presente] sobre los reyes de la tierra" (17:18). Repetimos, el
propósito era que Apocalipsis se entendiese en términos
de su importancia contemporánea. Una interpretación
futurista es completamente opuesta a la manera en que el mismo Juan
interpreta su propia profecía.
Cuarta,
debemos notar
cuidadosamente las palabras del ángel en 22:10: "No selles las
palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo
está cerca". Por supuesto, nuevamente se nos dice
explícitamente que la profecía es de naturaleza
contemporánea; pero hay más. La declaración del
ángel contrasta con el mandamiento que recibió Daniel el
final de su libro: "Cierra las palabras y sella el libro
hasta el tiempo del fin" (Dan. 12:4). A Daniel se le ordenó
específicamente que sellara su profecía, porque se
refería al "tiempo del fin", al futuro distante. Pero a Juan se
le dijo que no
sellara su
profecía, ¡porque el tiempo del cual hablaba estaba cerca!
Así, pues, la atención del
libro de Apocalipsis se centra
en la situación contemporánea de Juan y sus lectores del
siglo primero. Se escribió para mostrar a aquellos cristianos
primitivos que Jesús es Señor, "que gobierna sobre los
reyes de la tierra" (Apoc. 1:5). Muestra que Jesús es la clave
de la historia mundial - que nada puede ocurrir aparte de su soberana
voluntad, que él será glorificado en todas las cosas, y
que sus enemigos morderán el polvo. Los cristianos de esa
época se sentían tentados a transar con el estadismo y
las falsas religiones de su tiempo, y necsitaban este mensaje del
absoluto dominio de Cristo sobre todos, para que se sintieran
fortalecidos en la lucha a la cual habían sido llamados.
Y nosotros también necesitamos
este mensaje. Nosotros
también estamos sujetos diariamente a las amenazas y las
seducciones de los enemigos de Cristo. A nosotros también se nos
pide - aun de parte de otros cristianos - a transar con las modernas
bestias y rameras para salvarnos (o salvar nuestros empleos, nuestras
propiedades, o nuestra exención de impuestos). Nosotros
también nos enfrentamos a una elección: rendirnos a
Jesucristo o rendirnos a Satanás. Apocalipsis habla
poderosamente de los temas en discusión a los que nos
enfrentamos hoy día, y su mensaje para nosotros es el mismo que
para la iglesia primitiva: que no hay una sola pulgada de terreno
neutral entre Cristo y Satanás, que nuestro Señor demanda
sumisión universal a su gobierno, y que Jesús ha
predestinado a su pueblo a una victoriosa conquista y un victorioso
dominio sobre todas las cosas en su nombre. No debe haber ninguna
transacción y no se debe dar cuartel en la gran batalla de la
historia. Se nos ordena ganar.
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