Por esta
causa, Juan
repelía fácilmente los ataques procedentes desde abajo,
que se hacían sólo con armas arrojadas con las manos,
pero se veía obligado a repeler con sus máquinas de guerra
a los que arrojaban flechas desde el templo por encima de él.
Tenía máquinas que arrojaban dardos, jabalinas y piedras
en no pocas cantidades, con las cuales no sólo se
defendía de los que combatían contra él sino que
mataba a muchos de los sacerdotes mientras llevaban a cabo su sagrado
ministerio. A pesar de que estos hombres eran culpables de toda suerte
de impiedades, todavía dejaban entrar a los que deseaban ofrecer
sacrificios, si bien tenían cuidado de revisar de antemano a los
de su propio país y al mismo tiempo sospechaban de ellos y les
vigilaban, aunque no temían mucho a los extranjeros. Si bien les
permitían entrar a su atrio, por crueles que fuesen, a menudo
eran destruidos por la rebelión, pues, los dardos que eran
lanzados por las máquinas traían tal fuerza que
alcanzaban los edificios y llegaban hasta el altar y el templo mismo, y
caían sobre los sacerdotes y sobre los que que estaban ocupados
en los sagrados oficios. La situación era tal que llegaban con
gran celo desde los confines de la tierra para ofrecer sacrificios en
este célebre lugar, apreciado por toda la humanidad (21)
caían delante de sus propios sacrificios y salpicaban con su
propia sangre aquel altar venerado entre todos los hombres, tanto
griegos como bárbaros. Finalmente, los cadáveres de los
extranjeros se mezclaban con los de su propio país, y los de las
personas profanas se mezclaban con los de los sacerdotes, y la sangre
de toda suerte de cuerpos muertos formaba lagos en los atrios sagrados
(22).
Y
ahora,"¡Oh, ciudad miserable, qué miseria tan grande
sufriste a manos de los romanos, que ellos vinieron a purificarte de tu
propio odio intestino! Porque ya no pudiste ser un lugar apropiado para
Dios, ni pudiste continuar existiendo después de que te
convertiste en sepulcro de los cadáveres de tu propio pueblo, y
convertiste el santuario misma en un cementerio en esta guerra civil
tuya. Pero ojalá que mejores, para que de aquí en
adelante aplaques la ira de ese Dios que es el autor de la
destrucción". Pero debo contenerme y no expresar estas ideas a
causa de las reglas de la historia, porque este no es el momento
adecuado para lamentos domésticos, sino para narraciones
históricas. Por lo tanto, regreso a las operaciones que siguen
en esta revuelta.
4. Había tres facciones traicioneras en la ciudad, cada una
separada de la otra (23). Eleazar y su partido, que guardaban las
primicias sagradas, se oponía a Juan y sus vasos. Los que
estaban de parte de Juan saqueaban el populacho y salieron con celo
contra Simón. Este Simón tenía su suministro de
provisiones de la ciudad, al contrario de los rebeldes. Por lo tanto,
cuando Juan fue atacado desde ambos lados, hizo que sus hombres dieran
media vuelta y lanzaran flechas contra los ciudadanos que les atacaban,
desde los claustros que tenía en su posesión, mientras se
oponía con sus máquinas de guerra a los que le atacaban
desde el templo. Y si en cualquier momento quedaba libre de los que
estaban por encima de él, lo cual sucedía con frecuencia
por estar éstos borrachos y cansados, Juan salía con un
gran número de hombres contra Simón y su grupo. Y Juan
hacía esto siempre en las partes de la ciudad a las que
podía llegar, hasta incendiar las casas que estaban llenas de
maíz y todas las otras provisiones. Lo mismo hacía
Simón cuando, a la retirada del otro, atacaba la ciudad
también, como si lo hubiesen hecho a propósito para
servir a los romanos destruyendo lo que la ciudad había
levantado contra el sitio, cortando así los nervios de su propio
poderío.
En
consecuencia, sucedió que todos los lugares alrededor del
templo fueron
incendiados y se convirtieron en un espacio desierto intermedio, listo
para que se combatiera a ambos lados de él. Y todo aquel maíz, que
habría sido suficiente para un sitio de muchos años, fue quemado. Así
que fueron tomados por hambre, lo cual habría sido imposible a menos
que se hubiera preparado el camino mediante este procedimiento.
Y ahora, como la ciudad estaba enzarzada
en una guerra por todos
lados entre estas traicioneras pandillas de malvados, la gente
de la ciudad, que estaba entre ellos, era como un gran cuerpo que se
hacía
pedazos. Los ancianos y las mujeres estaban tan desesperados por sus
calamidades internas que deseaban la presencia de los romanos y con
ansias de que hubiese una guerra externa para librarse de sus miserias
domésticas. Los ciudadanos mismos estaban bajo una terrible
consternación y un terrible terror. Además, no
tenían ninguna oportunidad de tomar consejo y cambiar su
conducta. Tampoco tenían ninguna esperanza de llegar a
ningún acuerdo con sus enemigos, ni podían huir los que
pensaran hacerlo, pues había guardias en todas partes,
así como las cabezas de los ladrones. Aunque se oponían
el uno al otro en otros respectos, estaban de acuerdo en matar, a
los que estaban a favor de la paz con los romanos o eran sospechosos de
inclinarse por desertar. Aunque no estaban de acuerdo en otros
respectos, sí estaban de acuerdo en matar, como a sus enemigos, a los
que estaban por la paz con los romanos o eran sospechosos de inclinarse
a abandonarles. No estaban de acuerdo sino en esto, matar a
los que eran inocentes.
Además, el ruido de los que luchaban era incesante, tanto de de día
como de noche. Pero los lamentos de los que lloraban sus pérdidas eran
más fuertes. Tampoco había ninguna oportunidad de que abandonasen sus
lamentos porque sus calamidades se acumulaban perpetuamente unas sobre
otras, aunque la profunda consternación en que estaban impedía los
gemidos externos. Viéndose obligados a ocultar sus pasiones internas
por temor, eran atormentados íntimamente, sin atreverse a abrir sus
labios para gemir. Los parientes no prestaban atención a los
que todavía estaban vivos, y nadie se ocupaba de enterrar a los
muertos. Lo que ocurría era esto, que cada uno se desesperaba solo,
pues los que no estaban entre los rebeldes no tenían deseos de nada,
esperando de cierto que pronto serían asesinados. En cuanto a los
rebeldes mismos, luchaban los unos contra los otros, mientras andaban
sobre los cadáveres amontonados unos sobre otros, y tomando una furia
loca de los cadáveres que estaban bajo sus pies, se volvían aun más
furiosos. Además, todavía inventaban algo que fuera perjudicial para
ellos mismos. Y cuando habían decidido algo, lo ejecutaban sin
misericordia y no omitían ningún método de tormento y barbaridad...
"¡Viene el
HIJO!" (24)
(v:vi:3)
3. ... Las máquinas,
que
todas las legiones ya habían preparado para ellas, estaban
admirablemente diseñadas. Pero máquinas aun más
extraordinarias pertenecían a la décima legión:
las que lanzaban dardos y las que lanzaban
piedras eran más poderosas y más grandes que el resto.
Por medio de ellas, los romanos no sólo repelían las
incursiones de los judíos, sino que también hacían
huir a los que estaban sobre los muros. Las piedras que eran lanzadas
eran de un peso de 25 talentos y alcanzaban a llegar a dos estadios y
más lejos. El
golpe
que infligían era imposible de ser soportado, no
sólo por los que se encontraban directamente en su camino, sino
por los que estaban una buena distancia más allá. En
cuanto a los judíos, al principio veían llegar las rocas,
pues eran de color blanco, y no sólo podían ser
percibidas por el gran ruido que hacían, sino que podían
ser vistas antes de que llegaran, a causa de su brillantez. En
consecuencia, los centinelas sentados sobre las torres avisaban cuando
las máquinas disparaban y salían las piedras de ellas.
Los centinelas exclamaban en alta voz en el lenguaje de su propio
país: "¡VIENE EL HIJO!" (27). De modo que los que estaban
en la trayectoria de la piedra se apartaban y se arrojaban al suelo. De
esta manera, y como además se protegían a sí
mismos, la piedra caía sin hacerles ningún daño.
Pero los romanos encontraron la manera de evitar esto pintando las
piedras de negro, y así lograban apuntar y disparar con
más éxito, pues la piedra no podía ser vista de
antemano, como hasta ese momento. Mataron a muchos judíos con un
solo golpe ...
JOSEFO
REPRENDE A LOS JUDÍOS (28)
(v:ix:4)
4.
Mientras Josefo exhortaba a los judíos, muchos de ellos
hacían chistes con él desde el muro y muchos lo
reprendían. No sólo eso, sino que algunos le lanzaban
dardos. Pero, cuando no pudo persuadirlos abiertamente mediante
buenos consejos, se remitió a las historias que
pertenecían a la propia nación de ellos, y exclamó
en alta voz: "¡Oh criaturas miserables! ¿Tienen tan en
poco a los que solían ayudarles que desean luchar con sus armas
y con sus manos contra los romanos? ¿Cuándo conquistamos
nosotros jamás a nación alguna con medios tales?
¿Y cuándo fue que Dios, que es el Creador del pueblo
judío, no les vengó cuando fueron agraviados?
¿Están dispuestos a volverse y mirar atrás, y
considerar desde cuándo combaten con tal violencia, y de
cuán grande Sustentador han abusado? ¿Quieren recordar
las cosas prodigiosas hechas para sus antepasados y su lugar santo, y
cuán grandes eran los enemigos de ustedes que fueron sometidos y
puestos bajo los pies de ustedes? Yo mismo hasta tiemblo al declarar
las obras de Dios delante de vuestros oídos, que son indignos de
escucharlas. Sin embargo, presten atención, para que se enteren
de que combaten no sólo contra los romanos, sino contra Dios
mismo.
En tiempos antiguos, hubo un
tal Necao, rey de Egipto, que
también era llamado Faraón. Vino con un poderoso
ejército de soldados y se apoderó de la reina Sara, madre
de nuestra nación. ¿Qué hizo entonces Abraham,
nuestro progenitor? ¿Se defendió de esta persona
perjudicial por medio de la guerra, aunque tenía trescientos
dieciocho capitanes con él, y cada uno de ellos comandaba un
inmenso ejército? La verdad es que Abraham creía que ese
número era muy pequeño sin la ayuda de Dios, y
sólo extendió sus manos hacia este santo lugar, que
ustedes han profanado, e invocó a Dios como su invencible
sustentador, en vez de su propio ejército. ¿No fue la
reina de ustedes enviada de vuelta a su esposo, sin haber recibido
ningún daño, esa misma noche? Mientras tanto, el rey de
Egipto huyó, adorando este lugar que ustedes han profanado
derramando sobre él la sangre de nuestros propios compatriotas.
Además, Faraón tembló por las visiones que tuvo
durante la noche, y regaló plata y oro a los hebreos, como a
pueblo bienamado de Dios.
No diré nada, o mencionaré
la emigración de
nuestros padres a Egipto, los cuales, cuando fueron usados
tiránicamente, y cayeron bajo el poder de reyes extranjeros
durante cuatrocientos años consecutivos, y podrían
haberse defendido por medio de la guerra y combatiendo, no hicieron
nada sino que se entregaron a Dios! ¿Hay alguien que no sepa que
Egipto fue invadido por toda suerte de bestias salvajes y consumido por
toda clase de malestares? ¿Por qué su fruto no produjo su
fruto? ¿Cómo fue que el Nilo se quedó sin agua?
¿Cómo es que las diez plagas de Egipto se siguieron la
una a la otra? ¿Y cómo es que por esos medios fueron
nuestros padres enviados lejos con una guardia, sin ningún
derramamiento de sangre, y sin correr ningún peligro, porque
Dios les condujo como sus peculiares siervos?
Además, ¿no gimió Palestina
bajo los estragos
perpetrados por los asirios, cuando se llevaron nuestra arca sagrada?
También hizo lo mismo Dagón, el ídolo de ellos, y
también la nación entera de los que se la llevaron,
cómo fueron atacados por una enfermedad repugnante en las partes
secretas de sus cuerpos, cuando sus mismas entrañas se cayeron
juntas con lo que habían comido, hasta que aquellas manos que se
la habían llevado fueron obligadas a traerla de vuelta, al son
de címbalos y timbales y otros instrumentos, para aplacar la ira
de Dios por haber violado el arca sagrada. Fue Dios quien entonces se
convirtió en nuestro General, y llevó a cabo estas
grandes cosas para nuestros padres, y esto porque no participaron en la
guerra y el combate, sino que confiaron en él para que juzgase
acerca de sus asuntos.
Cuando Senaquerib, rey de
Asiria, trajo consigo a toda Asia, y puso
sitio a esta ciudad con su ejército, ¿cayó por
mano de hombres? ¿No fueron esas manos elevadas a Dios en
oración, sin usar sus armas, cuando un ángel de Dios
destruyó a aquel poderoso ejército en una noche; cuando
el rey asirio, al levantarse al día siguiente, encontró
ciento ochenta y cinco mil cadáveres, y cuando él, con el
resto de su ejército, huyó de los hebreos, aunque
éstos estaban desarmados y no les persiguieron? Ustedes
también están familiarizados con la esclavitud bajo la
cual estuvimos en Babilonia, donde el pueblo estuvo cautivo durante
setenta años; pero no fueron libertados nuevamente antes de que
Dios hiciese a Ciro instrumento de su gracia para que esto sucediese;
en consecuencia, fueron puestos en libertad por él, y él
restableció el culto del Libertador en su templo.
Y, hablando en general, no
podemos mencionar ningún ejemplo en
que nuestros padres tuvieron algún éxito por medio de la
guerra, o no tuvieran éxito cuando, sin ir a la guerra, se
entregaron a Dios. Cuando permanecían en sus casas,
vencían, como complacía a su Juez. Pero, cuando
salían a combatir, siempre quedaban chasqueados. Por ejemplo,
cuando el rey de Babilonia sitió esta misma ciudad y nuestro rey
Sedequías combatió contra él, contrariamente a lo
que le había profetizado el profeta Jeremías, en seguida
fue tomado prisionero y presenció la demolición de la
ciudad y el templo. Pero, ¡cuánto mayor fue la
moderación de ese rey que la de vuestros actuales gobernantes,
la del pueblo bajo su autoridad, y la de ustedes en este momento!
Porque, cuando Jeremías exclamó en alta voz acerca de
cuánto estaba Dios airado contra ellos a causa de sus
transgresiones y les dijo que debían haber sido tomados
prisioneros a menos que entregaran la ciudad, ni el rey ni el pueblo le
ejecutaron. Pero, por lo que se refiere a ustedes (para no mencionar lo
que han hecho dentro de la ciudad, que no puedo describir como lo
merece vuestra maldad), me insultan, y me lanzan dardos, a mí
que sólo les exhorto a salvarse, y no pueden soportar ni
siquiera que se les mencionen los crímenes que perpetran todos
los días. Para usar otro ejemplo, cuando Antíoco,el
llamado Epífanes, se presentó delante de esta ciudad, y
había sido culpable de muchas indignidades contra Dios, y
nuestros antepasados se enfrentaron a él con las armas, fueron
muertos en combate, esta ciudad fue saqueada por nuestros enemigos y
nuestro santuario fue asolado y permaneció así durante
tres años y seis meses (29).
¿Y qué necesidad tengo de
mencionar más ejemplos?
En verdad, ¿qué puede haber hecho que hubiese un
ejército de romanos contra nuestra nación? ¿No es
la impiedad de sus habitantes? ¿Dónde comenzó
nuestra servidumbre? ¿No se derivó de las revueltas entre
nuestros antepasados, cuando la locura de Aristóbulo e Hircano,
y nuestras mutuas querellas, trajeron a Pompeyo sobre esta ciudad, y
cuando nuestro Dios redujo el número de los que estaban sujetos
a los romanos y eran indignos de la libertad de que habían
gozado? En consecuencia, después del sitio de tres meses, se
vieron obligados a rendirse, aunque no habían sido culpables de
tales crímenes con respecto a nuestro santuario y nuestras
leyes, como lo han sido ustedes. Y esto aunque ellos tenían
ventajas mucho mayores para ir a la guerra de las que tienen ustedes.
¿Acaso no sabemos el fin que tuvo Antígono, el hijo de
Aristóbulo, bajo cuyo reinado Dios dispuso que esta ciudad fuese
tomada nuevamente a causa de las ofensas del pueblo? Cuando Herodes, el
hijo de Antípater, nos echó encima a Sosio, y Sosio nos
echó encima al ejército romano, fueron entonces rodeados
y sitiados durante seis meses hasta que, como castigo por sus pecados,
fueron tomados prisioneros, y la ciudad fue saqueada por el enemigo.
Así, pues, parece que las
armas nunca le fueron dadas a nuestra
nación, sino que siempre estamos destinados a que se combata
contra nosotros y a que seamos tomados. Porque supongo que los que
habitan este santo lugar deberían entregar a Dios la
disposición de todas las cosas, y entonces sólo para
pasar por alto la ayuda de los hombres cuando se resignen a su
Árbitro que está en lo alto. En cuanto a ustedes,
¿qué han hecho con las cosas que fueron recomendadas por
nuestro legislador? ¿Y qué no han hecho de las cosas que
él condenó? ¡Cuánto más impíos
son ustedes que los que fueron tomados tan rápidamente! No han
evitado ni siquiera los pecados que generalmente se cometen en secreto.
Quiero decir robos, y complots traicioneros contra los hombres, y
adulterios. Se pelean acerca de rapiñas y asesinatos, e inventan
extrañas maneras de cometer iniquidad. No sólo eso, sino
que el templo mismo se ha convertido en el receptáculo de todo,
y este divino lugar ha sido profanado por las manos de los de nuestro
propio país, un lugar que ha sido reverenciado por los romanos
cuando estaba a distancia de ellos, cuando toleraron que muchas de sus
propias costumbres cedieran su lugar a nuestras leyes (30).
Y, después de todo esto,
¿esperan que Aquél de
quien han abusado tan impíamente sea su sustentador? ¡De
seguro tienen derecho a ser peticionarios y a pedir que les ayude,
así de puras son sus manos! ¿Levantó vuestro rey
[Ezequías] tales manos en oración a Dios contra el rey de
Asiria, cuando destruyó aquel gran ejército en una noche?
¿Y cometen los romanos una impiedad como la del rey de Asiria,
para que ustedes tengan razón al esperar una venganza semejante
contra ellos? ¿No aceptó aquel rey dinero de parte de
nuestro rey con la condición de que no destruyese la ciudad y,
contrariamente al juramento que había hecho, vino para destruir
el templo? Mientras que los romanos no exigen más que el
acostumbrado tributo que nuestros padres pagaron a los padres de ellos.
Y si ellos obtienen eso siquiera una vez, no destruirán la
ciudad ni tocarán este santuario. No sólo eso, sino que
permitirán que vuestra posteridad sea libre y vuestras
posesiones estén seguras y preservarán sin
violación vuestras santas leyes.
Y es claramente una locura
esperar que Dios aparezca tan bien dispuesto
a favor del impío como a favor del justo, puesto que él
sabe cuándo es correcto castigar a los hombres por sus pecados
inmediatamente; en consecuencia, quebrantó el poder de los
asirios la misma noche en que instalaron sus tiendas en el campamento.
De donde que, si hubiese juzgado que nuestra nación era digna de
la libertad o que los romanos merecían ser castigados,
inmediatamente habría infligido castigo sobre aquellos romanos,
como hizo con los asirios, cuando Pompeyo comenzó a interferir
con nuestra nación, o cuando después de él, Sosio
vino contra nosotros, o cuando Vespasiano devastó a Galilea o,
finalmente, cuando Tito se acercó primero a nuestra ciudad;
aunque Magno y Sosio no sólo no sufrieron nada, sino que tomaron
la ciudad por la fuerza; como Vespasiano, después de la guerra
que libró contra ustedes, fue a recibir el imperio. Y en cuanto
a Tito, aquellas fuentes que antes casi se habían secado cuando
estaban bajo el poder de ustedes desde que él llegó,
corrieron con mayor abundancia que antes. Por consiguiente, ustedes
saben que Siloé, así como todas las otras fuentes que
estaban fuera de la ciudad, se secaron porque el agua se vendía
en distintas medidas, mientras que ahora tienen tal gran cantidad de
agua para los enemigos de ustedes, y es suficiente, no sólo para
que beban ustedes y su ganado, sino también para regar los
jardines. La misma señal maravillosa tuvieron ustedes antes,
cuando el rey de Babilonia antes mencionado hizo guerra contra
nosotros, y cuando tomó la ciudad y quemó el templo. Pero
yo creo que los judíos de aquella época no eran tan
impíos como vosotros.
Por
lo cual no puedo sino suponer que Dios ha huido de este santuario
y se ha puesto de parte de aquellos contra los cuales ustedes
combaten. A hora bien, hasta un hombre, si es bueno, huirá
de una casa impura y odiará a los que están en ella.
¿Y ustedes creen que Dios va a morar con ustedes en sus
iniquidades; él, que ve todas las cosas secretas y oye lo que se
mantiene completamente en privado? Yo les pregunto:
¿Qué crimen hay que pueda mantenerse en secreto entre
ustedes o que pueda ser ocultado por ustedes? No sólo eso, sino
que, ¿qué hay que no sea del conocimiento de sus mismos
enemigos? Porque ustedes muestran sus transgresiones de una manera
pomposa, y compiten los unos con los otros para ver cuáles de
ustedes son más perversos que los demás. Y hacen
demostración pública de sus injusticias, como si fueran
virtudes.
Sin embargo, queda un lugar para su conservación, si
están dispuestos a aceptarlo. Y Dios se reconcilia
fácilmente con los que confiesan sus pecados y se arrepienten de
ellos. ¡Oh miserables y duros de corazón que son ustedes!
Abandonen todas sus armas y compadézcanse de su país, que
ya va camino a la ruina. Vuélvanse de sus perversos caminos y
consideren la excelencia de esa ciudad que van a traicionar, y ese
magnífico templo que contiene las donaciones de tantos
países. ¿Quién se atreverá a ser el primero
en prenderle fuego a ese templo? ¿Quién estará
dispuesto a permitir que estas cosas no existan más? ¿Y
qué otra cosa puede merecer más ser preservada? ¡Oh
criaturas insensibles, más estúpidas que las mismas
piedras!
Y si no pueden mirar estas cosas con ojos de discernimiento, tengan
piedad de sus familias y pongan delante de sus ojos a sus
hijos,
esposas, y padres, que se consumirán gradualmente por hambre o
por la guerra. Pienso que este peligro se extenderá a mi madre,
mi esposa, y a los miembros de mi familia, que de ninguna manera han
sido innobles, y de hecho, a una persona que ha sido muy eminente en su
ancianidad. Quizás se imaginen que es sólo a causa de
ellos que les doy este consejo. Si eso es todo, mátenlos. Es
más, tomen mi propia sangre como recompensa, si eso les ayuda a
conservar la vida. Porque yo estoy listo a morir, y ojalá que
ustedes regresaran a una actitud sensata después de mi muerte".
LOS HORRORES DEL HAMBRE
(v:x:3)
3. Esta era ahora una
situación miserable, un espectáculo
que apropiadamente llenaría de lágrimas nuestros ojos, la
actitud que los hombres asumían con relación a su
alimento. Mientras los más fuertes tenían más que
lo suficiente, los más débiles se lamentaban [por falta
de alimento]. Pero el hambre era demasiado fuerte para todos los otros
deseos y destruye hasta la modestia. Porque lo que de otro modo era
digno de reverencia, en este caso era despreciado, por cuanto los
niños les quitaban a sus padres de la boca el mismo bocado que
estaban comiendo. Y lo que era más triste, las madres
hacían lo mismo con sus recién nacidos. Cuando los que
eran más queridos morían en sus manos, no les daba
vergüenza quitarles las últimas gotas del alimento que les
podrían haber preservado la vida. Y mientras comían de
esta manera, no se ocultaban para hacerlo. Los rebeldes caían
sobre ellos inmdiatamente y les quitaban lo que ellos les habían
quitado a otros. Porque cuando veían alguna casa cerrada, esto
era para ellos señal de que la gente que estaba dentro
había conseguido algún alimento. En consecuencia,
violentaban las puertas, entraban corriendo y les sacaban a la gente
por la fuerza, casi de sus mismas gargantas, lo que estaban comiendo.
Los ancianos, que sostenían su alimento con fuerza, eran
golpeados. Y si las mujeres ocultaban lo que tenían en las
manos, les tiraban de los cabellos por hacerlo. Tampoco había
piedad ni para los viejos ni para los niños, sino que alzaban
del suelo a los niños mientras éstos sostenían el
bocado que habían conseguido, y los sacudían hasta que
caían al suelo. Pero todavía eran más
bárbaramente crueles con los que les habían impedido
entrar y habían tragado lo que los asaltantes se querían
llevar, como si los primeros les hubiesen privado injustamente de su
derecho.
Además, inventaron terribles
métodos de tormento para
descubrir dónde había alimento. Taponaban los pasajes de
las partes privadas de los pobres miserables, y les metían
estacas afiladas por las entrañas. Un hombre fue obligado a
soportar lo que es terrible aun de oir, para obligarle a confesar que
no tenía sino una hogaza de pan, o que podía revelar
dónde tenía un puñado de cebada que había
ocultado. Y esto se hacía cuando estos torturadores ni siquiera
tenían hambre. La cosa habría sido menos bárbara
si la necesidad les hubiera obligado a hacerlo, pero se hacía
para ejercitar su locura y para acumular provisiones para ellos mismos
en los días siguientes.
Estos hombres también se
reunían con los que se
habían arrastrado fuera de la ciudad durante la noche, hasta
donde estaban los guardias romanos, para recoger algunas plantas y
hierbas silvestres. Y cuando esta gente creía que habían
escapado del enemigo, los malvados les arrebataban lo que traían
con ellos, aunque con frecuencia les solicitaban, invocando el tremendo
nombre de Dios, que les diesen alguna parte de lo que traían.
Los recogedores no querían darles ni lo más
mínimo, y debían contentarse con que sólo les
robasen lo que traían y que no les matasen también.
LA PEOR GENERACIÓN
(v:x:5)
5. Por consiguiente, es
imposible detallar cada una de las iniquidades
de estos hombres. Por eso, diré aquí lo que pienso en
seguida y brevemente: Que, desde el principio del mundo, ninguna otra
ciudad sufrió jamás tantas miserias, ni ninguna
época produjo jamás una generación más
fructífera en impiedad que ésta.
LA TASA DE
CRUCIFIXIÓN: 500 POR DÍA
(v:xi:1-2)
1. Las plataformas de
Tito habían progresado mucho, a pesar de que sus soldados
encontraban fuerte resistencia en los muros. Tito despachó un
destacamento de jinetes y les ordenó emboscar a los que
salían a los valles para recoger alimentos. Algunos de
éstos eran realmente combatientes, que no se contentaban con lo
que obtenían por medio de la rapiña. Pero la
mayoría de ellos era gente pobre, que habían sido
disuadidos de desertar a causa de la preocupación por sus
propias relaciones. No tenían esperanza de escapar, junto con
sus esposas e hijos, sin que se enterasen los rebeldes, ni
podían pensar en abandonar estas relaciones porque serían
asesinados por los ladrones a causa de ello. No sólo eso, sino
que la gravedad de la hambruna les hacía volverse osados y
salir. Así que no quedaba nada sino eso, que cuando se ocultaban
de los ladrones, eran tomados prisioneros por el enemigo, y cuando iban
a ser tomados, eran obligados a defenderse, por temor a ser castigados.
Después de haber combatido, pensaban que era demasiado tarde
para suplicar misericordia. Así que primero eran azotados, luego
atormentados con toda suerte de torturas antes de morir, y finalmente
eran crucificados delante de la muralla de la ciudad.
Este
procedimiento
miserable hacía que Tito se compadeciese mucho de ellos, aunque
capturaban quinientos judíos todos los días. No
sólo eso, sino que algunos días capturaban un
número mayor. Sin embargo, no le parecía seguro dejar
escapar a los que eran tomados por la fuerza, y pensó que poner
una guardia para vigilar a tantos era dar demasiada importancia a algo
que no era útil para él. La razón principal de que
no prohibiera esa crueldad era que esperaba que los judíos
cedieran ante lo que veían por temor a que ellos mismos
estuviesen sujetos más tarde a ese mismo tratamiento cruel.
Así que los soldados, por la ira y el odio que sentían
hacia los judíos, como chiste,
crucificaban unos sobre otros a los que capturaban, cuando el
número de los prisioneros era tan grande que faltaba espacio
para las cruces y faltaban cruces para los cadáveres.
2. Pero los rebeldes
estaban muy lejos de arrepentirse a la vista de este triste
espectáculo. Por el contrario, hacían creer lo opuesto al
resto de la multitud, pues ponían sobre el muro a los parientes
de los que habían desertado, con aquellos del populacho que
estaban muy ansiosos de pasarse a los romanos por la seguridad que se
les ofrecía, y les mostraban las miserias que habían
experimentado los que se habían pasado a los romanos. Y les
decían que los que eran capturados era porque les habían
suplicado, no porque habían sido tomados prisioneros. Este
espectáculo impedía que muchos dentro de la ciudad
desertaran, hasta que se supo la verdad. Pero algunos de ellos
huían inmediatamente, a pesar de la certeza del castigo,
considerando que la muerte a manos de sus enemigos era una
pacífica despedida si se la comparaba con la del hambre...
"CON LOS OJOS FIJOS EN EL TEMPLO"
(v:xii:3-4)
3. Así, pues,
ahora los judíos habían perdido toda esperanza de
escapar, junto con la libertad de salir de la ciudad. La hambruna
aumentó y devoró al pueblo por casas enteras con sus
familias. Las habitaciones superiores estaban llenas de mujeres y
niños que morían de hambre, y los senderos de la ciudad
estaban llenos de cadáveres de ancianos. También los
niños y los jóvenes vagaban como sombras por los
mercados, todos hinchados por el hambre, y caían muertos
dondequiera que su miseria les sobrecogía. En cuanto a
enterrarles, los que estaban enfermos no podían hacerlo, y los
que estaban fuertes y bien eran disuadidos de hacerlo a causa del gran
número de cadáveres y la incertidumbre de cuánto
faltaba para que ellos mismos muriesen. Muchos morían mientras
enterraban a otros, y muchos caían en sus ataúdes antes
de que les llegase esta hora fatal. Nadie se lamentaba de estas
calamidades, ni se oía ningún gemido lastimero pues el
hambre confudía todas las pasiones naturales. Los que estaban a
punto de morir contemplaban a los habían pasado al descanso con
ojos secos y las bocas abiertas.
Además, un
profundo silencio y una oscuridad mortal se habían apoderado de
la ciudad. Pero los ladrones eran aun más terribles que estas
mismas miserias, pues rompían las puertas de las casas que no
eran sino tumbas de cadáveres, y las saqueaban de lo que
tenían; llevándose las ropas de los cadáveres, se
iban riendo y pinchaban los cadáveres con las puntas de sus
espadas. Para demostrar de qué clase de metal estaban hechos,
traspasaban a los que todavía yacían vivos en el suelo.
Pero a los que les rogaban que les extendieran la mano derecha y su
espada para poner fin a su vida, aquellos eran demasiado orgullosos
para concederles esta petición, y les dejaban para que fuesen
consumidos por el hambre. Cada uno de éstos moría con los
fijos en el templo, y dejaban a los rebeldes vivos tras ellos. Al
principio, los rebeldes dieron orden de que los muertos fuesen
enterrados a costa del tesoro público, pues no podían
soportar el hedor de los cadáveres. Pero después, cuando
ya no podían hacerlo, ordenaban que los muertos fuesen lanzados
desde los muros hacia los valles que había debajo.
4. Sin embargo,
cuando Tito, al recorrer esos valles, los vio llenos de
cadáveres en estado de putrefacción, lanzó una
exclamación y, extendiendo sus manos al cielo, puso a Dios como
testigo de que esto no había sido culpa suya, y que esto
había sido causado por la ciudad misma. Pero los romanos estaban
muy gozosos, porque ninguno de los rebeldes podría ahora salir
de la ciudad, estando ellos mismos dsconsolados y sintiendo ellos
mismos el hambre también. Además, estos soldados
tenían abundancia de maíz y otras provisiones procedentes
de Siria y de las provincias vecinas. Muchos de ellos solían
ponerse cerca de los muros de la ciudad y mostrar al pueblo cuán
grandes cantidades de provisiones tenían y de esta manera
hacían que sus enemigos sintieran aun más hambre a causa
de la abundancia que aquéllos tenían hasta la saciedad.
Pero, cuando los
sediciosos todavía no mostraban ninguna inclinación a
rendirse, Tito, por compasión hacia el pueblo que quedaba, y a
causa de su ferviente deseo de rescatar lo que quedaba de estas
miserias, comenzó a levantar sus plataformas otra vez, aunque
era difícil conseguir los materiales para ellas, pues todos los
árboles alrededor de la ciudad ya habían sido talados
para construir las plataformas anteriores. Pero los soldados trajeron
otros materiales desde una distancia de noventa estadios y erigieron
las plataformas en cuatro partes, mucho más grandes que los
anteriores, aunque esto se hizo sólo en la torre Antonia. ...
EL ASESINATO DEL SUMO SACERDOTE
(v:xiii:1)
1.
Por consiguiente,
Simón no quería que Matías, por cuyo medio
había tomado posesión de la ciudad, quedara sin ser
torturado. Este Matías era hijo de Beto, y era uno de los sumos
sacerdotes. Matías había sido muy fiel al pueblo y era
tenido en gran estima por el pueblo. Cuando la multitud fue agitada por
los zelotes, entre los cuales se encontraba Juan, Matías
persuadió al pueblo para que permitieran que este Simón
viniera a ayudarles, aunque él no le había puesto
condiciones, ni esperaba nada malo de él. Pero, cuando
Simón había entrado y se había apoderado de la
ciudad, consideró como su enemigo también al que
había aconsejado al pueblo que recibieran a su enemigo y que ese
consejo era parte de su ingenuidad solamente. Así que le hizo
comparecer delante de él y le dondenó a muerte por estar
de parte de los romanos, y sin darle oportunidad para que se
defendiera. Condenó también a sus tres hijos a morir
junto con él; en cuanto al cuarto, había huido a Tito
anteriormente. Y cuando Matías rogó ser muerto delante de
ellos, y esto como un favor por haberle abierto él mismo las
puertas a Simón, éste ordenó que el sumo sacerdote
fuese ejecutado de último. Así que no fue muerto sino
hasta que hubo visto a sus hijos muertos delante de sus ojos por
haberse pasado a los romanos. Para esta ejecución, Simón
había escogido a Artano, hijo de Bámado, que era el
más bárbaro d todos sus guardias. También hizo un
chiste, diciéndole que ahora podría ver si
aquéllos a quienes Matías se proponía pasarse le
enviarían alguna ayuda o no. Pero prohibió que los
cadáveres fuesen enterrados.
Después
de la
ejecución, fueron pasados por las armas cierto sacerdote,
Ananías, hijo de Masámbulo, persona prominente;
también Arístenes, el escriba del Sanedrín, que
había nacido en Emaús, y con ellos quince hombres de
figura sobresaliente entre el pueblo. Además, mantuvieron
prisionero al padre de Josefo y anunciaron públicamente que
ningún ciudadano debía hablarle ni juntarse con él
entre otros por temor de que les traicionase. También mataron a
los que se reunieron para lamentar la muerte de estos hombres, sin
ninguna otra investigación.
"FUE DIOS QUIEN CONDENÓ A MUERTE
A LA NACIÓN ENTERA"
(v:xiii:4-6)
4. Algunos de los desertores, no teniendo ninguna otra vía, saltaban
del muro inmediatamente, mientras que otros de ellos
salían de la ciudad con piedras, como si fueran a atacar a los
romanos, pero después huían de ellos. Pero aquí
una peor suerte acompañaba a estos hombres que la que
habrían encontrado dentro de la ciudad. Y morían
más rápidamente al estar entre los romanos que si
hubiesen muerto de hambre al estar entre los judíos, pues,
cuando primero llegaban hasta donde estaban los romanos, estaban
hinchados por el hambre, como hombres que estuviesen sufriendo de
hidropesía. Cuando de repente llenaban en exceso aquellos
cuerpos que habían estado vacíos, todos estallaban,
excepto los que eran lo bastante hábiles como para restringir
sus apetitos y ponían alimento en sus cuerpos poco a poco, hasta
que éstos se acostumbraban.
Pero
otra plaga se apoderó de los que eran así preservados.
Entre los desertores sirios había una cierta persona que fue
atrapada recogiendo pedazos de oro de los excrementos de las
entrañas de los judíos. Porque los desertores
acostumbraban tragarse estos trozos de oro, como hemos dicho antes,
cuando salían, y por esto los sediciosos los examinaban a todos.
Había una gran cantidad de oro en la ciudad, que se
vendía [en el campamento romano] por doce áticos
[dracmas] lo que antes se vendía en veinticinco. Pero, cuando se
descubrió este truco en una ocasión, la fama de ello
llegó a sus varios campamentos, diciendo que los desertores
venían llenos de oro. Así que la multitud de
árabes y sirios mataban a los que llegaban como suplicantes, y
les rebuscaban los vientres. A mí no me parece que ninguna
miseria que cayera sobre los judíos era más terrible que
ésta pues en una sola noche como dos mil de estos desertores
fueron disectados de este modo.
5.
Cuando Tito se enteró de esta perversa práctica, le
habría gustado acorralar con su caballo a los que habían
sido culpables de ello y matarlos a todos. Y lo habría hecho, si
su número no hubiera sido tan grande y si el número de
los que hubieran sido castigados de este modo no hubiera sido mucho
mayor que el de aquellos que habían matado. Sin embargo,
llamó a los comandantes de las tropas auxiliares que
tenía con él, así como a los comandantes de las
legiones romanas (porque algunos de sus propios soldados también
habían sido culpables, como se le había informado) y les
dijo con gran indignación a ambas clases de ellos:
"¡Cómo! ¿Han hecho algunas de estas cosas algunos
de mis soldados por la incierta esperanza de obtener ganancia sin tener
en cuenta sus propias armas, que están hechas de plata y oro?
Además, primero que todo, ahora los árabes y los sirios
han comenzado a gobernarse a sí mismos como les place, a
satisfacer sus apetitos en una guerra extranjera y luego, por su
barbarie al asesinar a hombres, y por su odio hacia los judíos,
pretenden hacer responsables a los romanos?" Porque se decía que
esta infame práctica se había extendido entre algunos de
sus propios soldados también. Tito entonces amenazó con
ejecutar a tales hombres, si se descubría que alguno de ellos
era tan insolente como para volver a hacerlo. Además,
ordenó a las legiones que revisaran a los hombres de los cuales
sospechasen y que los trajesen delante de él. Pero
parecía que el amor al dinero era mucho más fuerte que su
temor al castigo; un vehemente deseo de obtener ganancia es natural en
el hombre y ninguna pasión es más aventurera que la
codicia. De lo contrario, tales pasiones tendrían ciertos
límites y estarían sujetas al temor. Pero, en realidad,
fue Dios quien condenó a la nación entera, y
convirtió en destrucción cada una de las decisiones
tomadas para protegerla.
Por
consiguiente, esto, que fue prohibido por César con tales
amenazas, fue aplicado en privado contra los desertores, y
todavía estos bárbaros querían salir a buscar a
los que huían antes de que alguien los viese. Mirando a su
alrededor para asegurarse de que ningún romano los veía,
los disectaban y extraían este dinero contaminado de las
entrañas, dinero que todavía se encontraba en algunos de
ellos, mientras que otros eran asesinados por la poca esperanza que
tenían de que pudiesen escapar pasando al lado de los
saqueadores. Este miserable tratamiento hacía que muchos de los
que desertaban regresasen nuevamente a la ciudad.
6.
Por lo que concierne a Juan, cuando ya no pudo saquear a la gente, se
volvió sacrílego, y fundió muchos de los
utensilios sagrados que habían sido regalados al templo.
Fundió también muchos de los vasos que eran necesarios
para los que ministraban las cosas sagradas, como calderos, platos, y
mesas. No sólo eso, sino que no se detuvo, y también
fundió los vasos de libaciones que habían sido enviados
por Augusto y su esposa, pues los emperadores romanos siempre honraban
y adornaban este templo, mientras que este hombre, que era
judío, se apoderaba de lo que extranjeros habían donado y
les decía a los que estaban con él que era correcto usar
las cosas divinas con tal de que ellos luchasen sin temor a favor de la
Divinidad, que los que combatían por el templo debían
vivir del templo. En consecuencia, vació los vasos de aquel vino
sagrado y de aquel aceite sagrado, que los sacerdotes guardaban para
ser vertidos sobre los holocaustos y que estaban en el atrio interior
del templo, y los distribuyó entre la multitud. Al ungirse a
sí mismos y beber, [cada uno de ellos] usó más de
un hin. Y aquí no puedo sino decir lo que pienso y lo que me
dicta la preocupación bajo la cual me encuentro, y es esto:
Creo
que si los romanos hubiesen tardado más en oponerse a estos
villanos, a la ciudad se la habría tragado la tierra al abrirse
delante de ellos, o se habría inundado, o habría sido
destruida por los truenos, como pereció el país de
Sodoma, por haber la ciudad producido una generación de hombres
mucho más ateos que los que sufrieron tales castigos, porque fue
por su locura por lo que toda aquella gente fue destruida.
JERUSALÉN
SE CONVIERTE EN UN
DESIERTO
(vi:i:1)
1. Así, pues, las miserias de Jerusalén empeoraban
más y más todos los días, y los sediciosos estaban
todavía
más irritados por las calamidades que experimentaban, aunque el
hambre hacía presa de ellos también después de
haber hecho presa en el pueblo. La multitud de cadáveres que
yacían en montones unos sobre otros era un espectáculo
horrible, y los cuerpos despedían un hedor pestilente, que era
una molestia para los que hacían incursiones fuera de la ciudad
para combatir el enemigo. Pero como los que debían salir lo
hacían en arreos de combate, que ya habían participado en
diez mil asesinatos y debían caminar sobre esos cadáveres
mientras marchaban, no estaban aterrorizados ni sentían
lástima por nadie mientras marchaban sobre ellos. No
creían que esta afrenta hecha a los muertos fuera un mal anuncio
para ellos mismos. Pero, como tenían su mano derecha ya
contaminada con los asesinatos de sus propios compatriotas, y en esa
condición corrían a combatir contra extranjeros, me
parece que habían lanzado un reproche contra Dios mismo, como si
Dios hubiera sido demasiado lento en castigar a los extranjeros. La
guerra había continuado como si no tuvieran ninguna esperanza de
obtener la victoria, pues se gloriaban de una manera brutal en la
desesperación por la liberación en que ya se encontraban.
Aunque estaban sumamente
preocupados por reunir sus materiales, los
romanos erigieron sus catapultas en
veintiún días, después de que hubieron talado
todos los árboles que había en el área contigua a
la ciudad y por noventa estadios en los alrededores, como ya he
relatado. Y el espectáculo en el país era ciertamente muy
triste. Los lugares que antes estaban adornados de árboles y
agradables jardines ahora se habían convertido en un paisaje
desolado en todas direcciones, con todos sus árboles cortados.
Cualquier extranjero que hubiera visto antes a Judea y los más
hermosos suburbios de la ciudad y ahora la viera como un desierto no
podría sino lamentar y llorar tristemente por un cambio tan
grande. La guerra había destruido todas las señales de
belleza. Nadie que hubiese conocido el lugar antes y hubiese llegado de
repente ahora no lo habría reconocido, pues, aunque estuviese en
la ciudad misma, habría preguntado dónde estaba.
"ES DIOS MISMO QUIEN ESTÁ
CAUSANDO
ESTE INCENDIO"
(vi:ii:1)
1. Ahora Tito ordenó a los soldados que estaban con él
que cavasen los fundamentos de la torre Antonia, y que preparasen un
pasaje para su ejército. Mientras tanto, él mismo
ordenó que hicieran venir a Josefo, (porque le habían
informado que ese mismo día, que era el día
decimoséptimo de Panemus [Tamuz], había fallado "el
sacrificio diario" y no había sido ofrecido a Dios por falta de
hombres que lo llevasen a cabo, y que el pueblo estaba sumamente
ofendido por esto) y le ordenó que dijera a Juan las mismas
cosas que le había dicho antes, en el sentido de que si
tenía alguna inclinación maliciosa hacia el combate,
podía salir a combatir con tantos de sus hombres como quisiese,
sin peligro de que destruyese ni la ciudad ni el templo. Le dijo que
deseaba que no profanase el templo ni ofendiera tampoco a Dios. Que, si
quería, podía ofrecer los sacrificios que ahora
habían sido descontinuados por todos los días. Al oir
esto, Josefo se puso de pie en cierto lugar para poder ser oido, no
sólo por Juan, sino por muchos más, y luego les
declaró en idioma hebreo lo que César le había
encargado. Así que Josefo les rogó que no hicieran
daño a su propia ciudad, que impidieran ese incendio que estaba
listo para apoderarse del templo, y que ofrecieran sus acostumbrados
sacrificios a Dios en él. Al oir estas palabras suyas, se
observó una gran tristeza y un gran silencio entre el pueblo.
Pero el tirano mismo lanzó muchos reproches contra Josefo, y
también con imprecaciones, y por fin añadió esto,
que no temía la toma de la ciudad, porque era la ciudad del
propio Dios.
En
respuesta a lo cual, Josefo dijo así en voz alta: "¡Es
verdad que han mantenido esta ciudad maravillosamente pura por amor a
Dios; también el templo permanece enteramente sin ser profanado!
¡Tampoco han sido culpables de ninguna alianza impía
contra aquél cuya asistencia esperan! ¡Él
todavía recibe sus acostumbrados sacrificios! ¡Viles y
miserables que son ustedes! Si alguien les privase de su alimento
diario, lo considerarían su enemigo, pero esperan que ese Dios
sea su sustentador en esta guerra por la cual le han privado de su
culto eterno. ¡Imputan esos pecados a los romanos, que en este
mismo momento tienen cuidado de que se observen nuestras leyes, y casi
obligan a que todavía se ofrezcan estos sacrificios a Dios,
sacrificios que ustedes mismos han interrumpido! ¿Quién
hay que pueda evitar gemir y lamentarse del cambio asombroso que ha
ocurrido en esta ciudad? Tanto extranjeros como enemigos ahora corrigen
la impiedad que ustedes han cometido mientras que tú, que eres
judío, y fuiste educado en nuestras leyes, te has convertido en
un enemigo mayor que los otros. Sin embargo, Juan, nunca es deshonroso
arrepentirse y corregir lo malo que se ha hecho, aun en el
último momento. Tienes delante de tí el caso de
Jeconías, rey de los judíos, si piensas salvar la ciudad.
Cuando el rey de Babilonia hizo guerra contra Jeconías,
salió voluntariamente de esta ciudad antes de que fuese tomada,
y sufrió un cautiverio voluntario con su familia, para que el
santuario no fuese entregado al enemigo y para no ver la casa de Dios
en llamas. Por esto, Jeconías es célebre entre todos los
judíos en sus sagradas memorias, y su memoria se ha vuelto
inmortal y será transmitida a nuestra posteridad a través
de las edades. Este, Juan, es un excelente ejemplo en tiempo de
peligro, y me atrevo a prometer que los romanos todavía
están dispuestos a perdonarte.
Y
observa que yo, que te hago esta exhortación, soy uno de tu
misma nación. Yo, que soy judío, te hago esta promesa. Y
es bueno que consideres quién soy yo que te doy este consejo y
de dónde vengo, pues, aunque estoy vivo, nunca estaré en
una esclavitud tal que abandone mi propia parentela ni olvide las leyes
de mis antepasados. Te has indignado conmigo otra vez, y has levantado
la voz, y me has lanzado reproches. Es verdad que soy digno de un
tratamiento peor que todo esto porque, en oposición al destino,
te hago esta amable invitación a ti y trato de obtener la
liberación de aquellos a los que Dios había condenado.
Y
quién hay que no sepa lo que los escritos de los antiguos
profetas contienen - en particular aquel oráculo que ahora
está a punto de cumplirse sobre esta miserable ciudad -, porque
predijeron que esta ciudad sería tomada cuando alguien comenzara
a matar a sus compatriotas. ¿Y no están ahora tanto la
ciudad como el templo llenos de cadáveres de tus compatriotas?
Por lo tanto, es Dios mismo quien está causando este incendio,
para purgar la ciudad y el templo por medio de los romanos, y va a
desplumar a esta ciudad, que está llena de las profanaciones de
ustedes".
UNA
MADRE SE CONVIERTE EN CANÍBAL (31)
(vi:iii.3-4)
3. El
número de los que perecieron por hambre en la ciudad era
prodigioso, y las miserias que experimentaron, indescriptibles. Si
aparecía siquiera la sombra de cualquier clase de alimento,
comenzaba una guerra en ese momento, y los amigos más queridos
combatían el uno contra el otro por ese poco de almento,
quitándole el uno al otro el má miserable sostenimiento
de la vida. Ni creían los hombres que los moribundos no
tenían ningún alimento, pues los ladrones les esculcaban
cuando morían, no fuera a ser que alguien hubiese ocultado
alimento en su seno, y fingiese estarse muriendo. No sólo eso,
sino que estos ladrones abrían la boca de necesidad, y
corrían de aquí para allá tropezando y
trastabillando como perros enloquecidos, y recostándose de las
puertas de las casas como borrachos. En la gran necesidad en que se
encontraban, se entraban por la fuerza en las mismas casas dos o tres
veces en uno y el mismo día. Además, su hambre era tan
intolerable que les obligaba a masticar todo, mientras reunían
cosas tales como los más sórdidos animales que uno no
tocaría, y se atrevían a comérselos. Tampoco se
detenían en fajas y calzado, y el mismo cuero de los escudos lo
desprendían y lo masticaban. Para algunos, las mismas briznas de
heno viejo se convertían en alimento. Y algunos recogían
fibras, y vendían una cantidad muy pequeña de ellas por
cuatro áticos [dracmas].
Pero,
¿por qué describo la desvergonzada impudicia que el
hambre produce en los hombres para que coman cosas inanimadas? Porque
voy a relatar un hecho que ninguna historia cuenta, ni entre los
griegos ni entre los bárbaros. Es horrible hablar de ello, e
increíble cuando uno lo escucha. Yo de buena gana habría
omitido esta calamidad nuestra, para no parecer que estoy presentando
algo asombroso para la posteridad, pero tengo innumerables testigos de
esto en mi propia época y además, mi país
habría tenido poca razón para agradecerme el suprimir las
miserias que ella sufrió en esa ocasión.
4.
Había una mujer que vivía allende el Jordán. Su
nombre era María. Su padre era Eleazar, de la aldea de Bethezob,
que significa la casa del hisopo. Era prominente por su familia y por
su riqueza, había huido a Jerusalén con el resto de la
multitud, y estaba allí cuando la ciudad fue sitiada en esa
ocasión. Las otras pertenencias de esta mujer, que había
traído de Perea, ya le habían sido arrebatadas cuando
llegó a la ciudad. Además, lo que había guardado,
así como el alimento que se las había ingeniado para
conseguir, también le habían sido arrebatados por los
rapaces guardias, que entraban corriendo a su casa todos los
días con este propósito. Esto enojó mucho a la
pobre mujer, y los frecuentes reproches e imprecaciones que ella
dirigía a estos rapaces villanos, había provocado la ira
de ellos. Pero ninguno de ellos, ni por la indignación que ella
había manifestado ni por lástima de su caso,
quería quitarle la vida. Y si ella encontraba algún
alimento, pensaba que su esfuerzos eran para otros, no para ella misma.
Y ahora se había vuelto imposible para ella hallar ningún
otro alimento, mientras el hambre le torturaba las entrañas y la
misma médula de los huesos, cuando su indignación se
despertó hasta más allá de la misma hambre. No
consultó con nada aparte de su indignación y la necesidad
en que se encontraba.
Entonces
intentó una cosa de lo más antinatural. Levantando a su
hijo, que era un bebé que mamaba de su seno, dijo: "¡Oh
miserable infante! ¿Para quién te preservaré en
esta guerra, esta hambre, y esta sedición? En cuanto a la guerra
con los romanos, si nos perdonan la vidas, tendremos que ser esclavos.
Además, esta hambre nos matará, aun antes de que llegue
la esclavitud. Pero estos malandrines sedicioses son más
terribles qu el hambre y que la esclavitud. Ven, sé tú mi
alimento, y sé una furia para para estos bribones sediciosos, y
un refrán para el mundo, que ahora es todo lo que hace falta
para completar las calamidades de nosotros los judíos". Tan
pronto como hubo dicho esto, mató a su hijo, lo asó,
comió la mitad de él, y guardó la otra mitad
ocultándola.
Después
de esto, los sediciosos entraron, y olfateando el horrendo hedor de
este alimento, amenazaron con cortarle la garganta inmediatamente si no
les mostraba qué alimento había preparado. Ella
contestó que había guardado para ellos una excelente
porción, y luego les mostró lo que quedaba de su hijo.
Con lo cual se apoderó de ellos el horror y el asombro, y
quedaron petrificados ante el espectáculo, cuando ella les dijo:
"¡Este es mi propio hijo, y lo que ha sido hecho lo hice yo
misma! ¡Vengan, coman de este alimento; yo misma he comido de
él! No traten de ser ni más delicados que una mujer ni
más compasivos que una madre; pero, si tienen tantos
escrúpulos, y abominan de este mi sacrificio, como ya yo he
comido la mitad, déjenme guardar el resto para mí
también". Después de lo cual, aquellos hombres, que nunca
se habían sentido tan atemorizados como lo estaban de esto,
salieron de la casa temblando, y con dificultad le dejaron a la madre
el resto de aquella carne.
Después
de esto, la ciudad entera se llenó inmediatamente del informe de
esta horrenda acción; y todos los que presenciaban este
miserable espectáculo con sus propios ojos temblaban, como si
esta acción nunca antes vista hubiese sido cometida por ellos
mismos. Así que los que estaban atormentados por el hambre
deseaban mucho morir, y los que ya estaban muertos eran considerados
felices, porque no habían vivido lo suficiente ni para oir ni
para ver tales miserias.
EL
TEMPLO ES INCENDIADO
(vi:iv:5-7)
5. Tito se retiró a la torre Antonia, y decidió tomar el
templo por asalto al día siguiente, temprano por la
mañana, con todo su ejército, y acampar alrededor de el
santuario. Pero Dios ciertamente hacía tiempo que había
condenado aquella casa a ser incendiada. Y ahora había llegado
el día fatal, de acuerdo con el devenir de los tiempos. Era el
día décimo del mes de Lous [Ab], en que antiguamente
había sido incendiada por el rey de Babilonia, (32) aunque estas
llamas fueron causadas por los propios judíos. Después de
que Tito se retiró, los sediciosos permanecieron quietos por un
poco de tiempo, y luego atacaron a los romanos otra vez, cuando los que
guardaban el santuario combatieron contra los que apagaban el fuego
que ardía en el [atrio] interior del templo. Pero estos romanos
hicieron huir a los judíos, y llegaron hasta la misma casa
santa.
En
ese momento, uno de los soldados, sin esperar ninguna orden y sin
ninguna preocupación ni ningún temor por la importancia
de lo que iba a hacer, y sintiendo la urgencia de una cierta furia
divina, tomó algo de los materiales que ardían y,
después de haber sido alzado por otro soldado, prendió
fuego a una ventana de oro, a través de la cual había un
pasaje que conducía a las habitaciones que estaban alrededor de
el santuario, en el lado norte. Al ver subir las llamas, los
judíos prorrumpieron en un gran clamor, como lo requería
tan tremenda aflicción, y corrieron juntos a apagarlas. Y ahora
no perdonaron más la vida de nadie ni toleraron que nada
restringiera su fuerza, pues aquella santa casa estaba pereciendo, por
cuya causa era que mantenían aquella guardia.
6. Y
ahora alguien fue corriendo hasta donde estaba Tito y le
avisó del incendio, mientras él descansaba en su tienda
después del combate más reciente. Tito se levantó
muy de prisa y, tal como estaba, corrió hacia el santuario para
detener el incendio. Tras él siguieron todos sus comandantes, y
después las varias legiones, con gran asombro. Hubo un gran
clamor y un gran tumulto, como era natural en el movimiento desordenado
de un ejército tan grande. Entonces César llamó en
voz alta a los soldados que estaban combatiendo, y levantando la mano
derecha, les ordenó que apagaran el fuego. Pero ellos no
escucharon lo que les dijo, aunque les habló en voz alta, pues
el ruido más fuerte que había les impedía
oírle. Tampoco atendieron la señal que les hizo con la
mano, pues algunos todavía estaban ocupados luchando, y otros
estaban haciendo preocupados por otras cosas. Pero, en cuanto a las
legiones que llegaron corriendo, ni persuasiones ni amenazas pudieron
restringir su violencia, sino que la preocupación de cada uno
era su comandante en este momento. Como muchos se agolpaban juntos en
el templo, muchos de ellos fueron pisoteados por los otros, mientras
que un gran número cayó entre las ruinas de los
claustros, que todavía estaban calientes y humeantes, y fueron
muertos de la misma miserable manera que aquellos a los que
habían derrotado. Y cuando se hubieron acercado a el santuario,
hicieron como si no hubiesen oído las órdenes de
César en sentido contrario. Más bien, estimularon a los
que estaban delante de ellos a incendiarlo.
En
cuanto a los sediciosos, ya estaban en una gran conmoción para
proporcionar ayuda [para apagar el fuego]. Eran muertos y derrotados
por todas partes. Y en cuanto a una gran parte del pueblo, eran
débiles y no tenían armas, y les cortaban las gargantas
dondequiera que eran atrapados. Alrededor del altar yacían
cadáveres amontonados unos sobre otros, y por los escalones que
conducían a él corría gran cantidad de sangre de
ellos, y también caía sangre de los cadáveres de
los que habían sido muertos arriba [en el altar].
7. Y
ahora, puesto que César no podía restringir la furia
entusiasta de los soldados, y el incendio continuaba más y
más, fue al lugar santo del templo con sus comandantes, y vio lo
que había en él, que le pareció muy superior a lo
que decían los relatos de los extranjeros, y no inferior a
aquello de lo cual nosotros mismos nos enorgullecíamos y acerca
de lo cual creíamos. Pero, como las llamas todavía no
habían alcanzado el interior, sino que estaban consumiendo las
habitaciones alrededor de el santuario, y Tito supuso lo que era un
hecho, que la casa misma todavía se podía salvar,
llegó de prisa y trató de persuadir a los soldados de que
apagaran el fuego. Ordenó al centurión
Liberalius y a uno de los lanceros que estaban con él que
castigasen a los soldados que estaban renuentes con sus varas y que los
restringieran. Pero su entusiasmo era demasiado fuerte para el respeto
que sentían por César, y el temor que sentían por
el que les prohibía así como el odio que sentían
por los judíos, y una cierta inclinación vehemente a
combatirlos, eran demasiado fuertes para ellos también.
Además,
la esperanza de saqueo inducía a muchos a continuar, pensando
que todos los lugares interiores estaban llenos de dinero, al ver que
todo alrededor estaba hecho de oro. También, uno de los que
entraron advirtió a César, cuándo éste
salió rápidamente a restringir a los soldados, y
arrojó fuego sobre los goznes de la puerta, en la oscuridad. Las
llamas brotaron inmediatamente desde dentro de la casa, cuando los
comandantes se retiraban, y César se retiraba con ellos, y
cuando ya nadie les prohibía a los que estaban fuera que le
prendieran fuego al lugar. Y fue así como el santuario fue
consumido por las llamas, sin la aprobación de César.
(33).
JERUSALÉN BAJO INTERDICCIÓN (34)
(vi:v:1-2)
1.
Mientras
el santuario era
consumido por las llamas, todo lo que estaba
a la mano era objeto de pillaje, y diez mil de los que fueron
capturados fueron ejecutados. No había compasión para las
personas de ninguna edad, ni respeto por las mujeres embarazadas, sino
que los niños, los ancianos, las personas profanas, y los
sacerdotes eran todos ejecutados de la misma manera. Así que
esta guerra involucraba a hombres de toda clase, y causaba su muerte,
así como la de los que suplicaban por su vida y la de los que se
defendían combatiendo. Las llamas también viajaban un
largo trecho y producían eco junto con los gemidos de los que
eran muertos. Puesto que esta colina era alta y las obras del templo
eran muy grandes, uno habría pensado que la ciudad entera estaba
en llamas. No se puede imaginar nada más grande ni más
terrible que este ruido, pues en seguida hubo una exclamación de
las legiones romanas, que marchaban todas juntas, y un clamor de
tristeza por parte de los sediciosos, que ahora estaban rodeados por el
fuego y las espadas.
Además,
la gente que quedaba arriba fue
rechazada por el enemigo
con gran consternación, y gemía con gran tristeza por la
calamidad que estaban experimentando. La multitud que estaba en la
ciudad se unió en este clamor con los que estaban sobre la
colina. Muchos de los que estaban debilitados por el hambre y que
tenían las bocas casi cerradas, cuando vieron el incendio en el
santuario, hicieron su mayor esfuerzo y prorrumpieron nuevamente en
gemidos y lamentos. Pera también devolvió el eco,
así como los montes que había alrededor [de la ciudad], y
aumentaron la fuerza de todo el ruido.
Pero
la miseria misma era más terrible que este desorden, pues
uno habría pensado que la colina misma, sobre la cual estaba el
templo, hervía en fuego, tan llena de fuego por todas partes que
la sangre era mayor en cantidad que él, y el número de
los que eran muertos era mayor que los que les mataban, porque ya no se
veía el suelo a causa de los cadáveres que yacían
sobre él. Los soldados pasaban por encima de los montones de
aquellos cadáveres, mientras corrían tras los que
huían de ellos.
Fue
en este momento cuando la multitud de
ladrones fue expulsada [del
atrio interior del templo por los romanos], y trataron de pasar al
atrio exterior, para desde allí ir a la ciudad, mientras
el resto del populacho huía hacia el claustro de aquel atrio
exterior. En cuanto a los sacerdotes, algunos de ellos recogieron de el
santuario las alcayatas que había sobre ella, con sus bases,
que estaban hechas de plomo, y las lanzaron contra los romanos en lugar
de dardos. Pero, como no obtenían ningún resultado con
hacerlo, y como el fuego explotó sobre ellos, se retiraron a la
muralla que tenía ocho codos de anchura, y allí
permanecieron. Pero dos de los principales de entre ellos, que
podrían haberse salvado pasándose a los romanos o haberse
armado de valor y aceptado su destino junto con los otros, se lanzaron
al fuego, y se quemaron junto con el santuario. Los nombres de estos
dos hombres eran Meiro, hijo de Belgas, y José, hijo de Daleo.
2.
Y ahora los romanos, juzgando que era inútil respetar lo que
estaba alrededor de el santuario, prendieron fuego a todos los
lugares, como también a los restos de los claustros y las
puertas, con la excepción de dos, una en el lado este y la otra
en el lado sur. Sin embargo, más tarde quemaron las dos puertas.
También incendiaron las cámaras del tesoro, en las cuales
había una inmensa cantidad de dinero y un inmenso número
de vestiduras y otros artículos preciosos que se habían
depositado allí. Para decirlo en pocas palabras, era allí
donde toda la riqueza de los judíos estaba guardada, mientras
que los ricos se habían construido cámaras [para guardar
tales muebles].
Los
soldados también llegaron al resto de los claustros que
había en el atrio exterior del templo, a donde habían
huido las mujeres y los niños, así como una gran
muchedumbre de como seis mil personas. Pero, antes de que César
decidiera lo que iba a hacer con estas personas o les hubiese dado
órdenes a los comandantes en relación con ellos, los
soldados, que estaban muy furiosos, incendiaron al claustro. Fue
así como sucedió que algunas de estas personas murieron
al lanzarse de cabeza, y otros se quemaron en los mismos claustros. Ni
uno solo de ellos escapó con vida.
Un falso profeta fue la
causa de la muerte de esta gente, pues ese
mismo día había anunciado públicamente que Dios
les había ordenado subir al templo, porque allí
recibirían señales milagrosas de su liberación.
Había entonces gran número de falsos profetas, que
habían sido sobornados por los tiranos para hacer creer al
pueblo, que denunciaba esto a los tiranos, que debían esperar la
liberación de parte de Dios. Y esto era para impedir que
desertaran y para que tal esperanza fortaleciera su ánimo por
encima de su temor y sus preocupaciones. Ahora bien, un hombre en una
situación adversa cree fácilmente tales promesas, pues,
cuando un engañador le hace creer que será librado de las
miserias que lo oprimen, entonces es cuando se llena de esperanza de
tal liberación.
CARRUAJES EN LAS NUBES
(vi:v:3)
3.
Así fue el miserable pueblo persuadido por estos
engañadores que hicieron parecer mentiroso a Dios
también. No atendieron ni dieron crédito a las
señales que eran tan evidentes y que predecían tan
claramente la desolación futura sino que, como hombres
chiflados, sin ojos para ver ni cerebros para pensar, no tuvieron en
cuenta las advertencias que Dios les había hecho. Sobre la
ciudad se vio una estrella que parecía una espada, así
como un cometa, durante un año entero. También antes de
la rebelión de los judíos y de las conmociones que
precedieron a la guerra, cuando el pueblo había llegado en gran
número para la fiesta de los panes sin levadura, en el octavo
día del mes de Xántico [Nisán], en la hora novena
de la noche, apareció una gran luz alrededor del altar y el
santuario, tan brillante que parecía la luz del día, y
duró media hora. Para los no informados, esta luz parecía
a una buena señal, pero los escribas sagrados la interpretaron
en el sentido de que anunciaba los sucesos que siguieron
inmediatamente. También, en la misma fiesta, una novilla,
mientras era llevada por el sumo sacerdote para ser sacrificada, dio a
luz un cordero en la mitad del templo.
Además, la puerta oriental del atrio interior del templo, que
era de bronce y sumamente pesada, y con dificultad había sido
cerrada por veinte hombres, y descansaba sobre una base reforzada con
hierro y tenía pernos anclados a gran profundidad en el piso
firme que consistía de una sola roca, se abrió sola como
a la hora sexta de la noche. Los que estaban de guardia en el templo
fueron corriendo donde estaba el capitán del templo y le
contaron lo que había sucedido. Entonces el capitán fue
allá, y no sin gran dificultad, pudo cerrar la puerta
nuevamente. Esto también pareció a los no informados un
prodigio muy feliz, como si Dios hubiera abierto la puerta de la
felicidad. Pero los entendidos y eruditos sí entendieron que la
seguridad de su santa casa había desaparecido sola, y que la
puerta se había abierto a favor de los enemigos. Así que
los entendidos declararon públicamente que la señal
presagiaba la desolación que iba a sobrevenirles.
Además de estos incidentes, algunos días después
de la fiesta, en el día veintiuno del mes de Artemisio [Jyar],
ocurrió cierto fenómeno prodigioso e increíble.
Supongo que el relato de él podría parecer una
fábula, si no hubiese sido relatado por los que lo vieron y si
los sucesos que siguieron no hubiesen sido de tal naturaleza que
concordase con tales señales. Ocurrió que, antes de que
se pusiera el sol, se vieron carruajes y soldados con sus armaduras
corriendo entre las nubes y rodeando las ciudades. Además, en la
fiesta que llamamos Pentecostés, al entrar los sacerdotes de
noche al atrio interior del templo, como era su costumbre, a
desempeñar sus sagrados oficios, dijeron que, en primer
lugar, sintieron un temblor y oyeron un gran ruido, y después de
eso, oyeron unas voces como de una gran multitud, que decían:
"Vayámonos de aquí" (35).
Pero, lo que es todavía más terrible, hubo un tal
Jesús, hijo de Ananías, plebeyo y agricultor, que, cuatro
años antes de que comenzara la guerra, y cuando la ciudad
disfrutaba de la mayor paz y prosperidad, llegó a la fiesta en
que es nuestra costumbre que cada uno haga tabernáculos para
Dios en el templo, y de repente comenzó a exclamar: "¡Voz
del oriente, voz del occidente, voz de los cuatro vientos, voz contra
Jerusalén y el santuario, voz contra los esposos y las esposas,
y voz contra todo este pueblo!". Éste era su clamor, día y
noche, mientras iba y venía por todos los senderos de la
ciudad.
Sin embargo, algunos de los más sobresalientes de entre el
populacho se indignaron por este espantoso clamor de él,
así que se apoderaron del hombre y le dieron muchos azotes.
Él no dijo nada para defenderse ni contra los que le azotaban,
pero continuó con el mismo clamor de antes. En este punto,
nuestros gobernantes, suponiendo, como de hecho resultó
verdadero, que había una especie de ira divina en aquel hombre,
le llevaron al procurador romano, donde fue azotado hasta que sus
huesos quedaron al descubierto. Pero no hizo ninguna súplica, ni
derramó ninguna lágrima, sino que, con el tono de voz
más lamentable posible, a cada latigazo su respuesta era:
"¡Ay, ay de Jerusalén!". Y cuando Albino (que era entonces
nuestro procurador) le preguntó quién era, de
dónde había venido, y por qué pronunciaba aquellas
palabras, no contestó nada, pero no abandonó su
melancólica cantinela, hasta que Albino le consideró loco
y lo despachó.
Durante todo el tiempo que transcurrió antes de que comenzara la
guerra, este hombre no se acercó a ningún ciudadano, ni
lo vio ninguno mientras decía aquéllo. Pero todos los
días pronunciaba estas lamentables palabras, como si fuese su
voto premeditado: "¡Ay, ay de Jerusalén!". Tampoco
decía palabras descomedidas a ninguno de los que lo azotaban
todos los días, ni buenas palabras a los que le daban comida,
sino que ésta era su respuesta a todos los hombres, y
ciertamente no era sino un melancólico presagio de lo que
vendría.
Este clamor de él se hacía más fuerte en las
fiestas, y continuó esta cantinela durante siete años y
cinco meses, sin ponerse ronco ni cansarse, hasta el momento mismo en
que vio su presagio cumplido en serio en nuestro sitio, momento en que
cesó, pues, al dar la vuelta alrededor del muro, exclamó
con toda la fuerza de sus pulmones: "¡Ay, ay de la ciudad
nuevamente, y del pueblo, y del santuario!". Y justo cuando
añadía por último: "¡Ay, ay de mí
también!", salió una piedra de una de las
máquinas, y le golpeó, y le mató
instantáneamente, y mientras pronunciaba los últimos
presagios, entregó el espíritu.
EL INCENDIO DE JERUSALÉN
(vi:vi:3)
3.
... Así que ordenó a los soldados que quemaran y
saquearan la ciudad. Ese día no hicieron nada, pero, al
día siguiente, prendieron fuego al depósito de los
archivos, al Acra, a la casa del consejo, y al lugar llamado Oplas. En
ese momento, el fuego progresó hasta el palacio de la reina
Helena, que estaba en la mitad del Acra. También los senderos
fueron quemados, así como las casas que estaban llenas de los
cadáveres de las personas que habían muerto de hambre.
ESCONDERSE
EN LAS CAVERNAS
Y ENTRE LAS ROCAS (36)
(vi:vii:1-3)
1. Y ahora los
sediciosos entraron rápidamente al palacio real, en el cual
muchos habían puesto sus pertenencias, porque era muy fuerte y
mantenía a los romanos alejados de él. Además, los
sediciosos mataron a todas las personas que se habían aglomerado
en él, que eran como ocho mil cuatrocientos, y les despojaron de
lo que tenían. También tomaron prisioneros a dos romanos.
Uno era un jinete y el otro un soldado de a pie. Le cortaron la
garganta al de a pie, e inmediatamente hicieron que los arrastraran por
toda la ciudad, para vengarse del ejército romano entero
mediante este solo incidente. Pero el jinete dijo que tenía algo
que sugerirles para que salvaran sus vidas. Después de lo cual
fue llevado ante Simón, pero no, teniendo nada que decir cuando
llegó allí, fue entregado a Ardalas, uno de sus
comandantes, para que le castigase. Ardalas le ató las manos a
la espalda, le puso una venda sobre los ojos, y le sacó fuera en
frente de los romanos, como para cortarle la cabeza. Pero el hombre
impidió esa ejecución, y huyó en dirección
de los romanos mientras el verdugo judío sacaba su espada.
Cuando hubo escapado del enemigo, Tito no pudo decidirse a ejecutarlo,
pero, considerando que ya no era digno de ser un soldado romano, por
haberse dejado tomar vivo por el enemigo, le quitó las armas, le
expulsó de la legión, y le envió al lugar de donde
procedía, lo cual, para el que tenía sentido de
vergüenza, era una pena más severa que la muerte misma.
2. Al día siguiente, los
romanos expulsaron a los ladrones de la
parte baja de la ciudad, e incendiaron todo hasta Siloam. Estos
soldados ciertamente se alegraron de ver la ciudad destruida. Pero
echaron de menos el saqueo, porque los sediciosos se habían
llevado todas sus pertenencias y se habían retirado a la parte
alta de la ciudad. Todavía no se habían arrepentido de
las diabluras que habían hecho, sino que eran insolentes, como
si hubiesen hecho lo bueno. Al ver la ciudad en llamas, parecieron
gozosos, y su semblante se alegró, esperando, como
decían, que la muerte pusiera fin a todas sus miserias. En
consecuencia, mientras la gente era asesinada, el santuario
ardía y la ciudad era incendiada, al enemigo no le quedaba nada
más por hacer.
Pero
Josefo no se cansaba, aun en este gran extremo, de rogarles que no
dañaran lo que quedaba de la ciudad. Les habló largamente
de su barbarie e impiedad, y les daba consejos para que escaparan,
aunque él no ganaba nada, excepto que se rieran de él. Y
como ellos no pensaban en rendirse a causa del juramento que
habían hecho, ni eran ya lo bastante fuertes para combatir
contra los romanos en la plaza, estaban rodeados por todas partes, y ya
eran una especie de prisioneros, estaban tan acostumbrados a matar
gente que no podían impedir que sus manos derechas actuaran en
consecuencia. Así que se dispersaron delante de la ciudad y se
emboscaron entre las ruinas para atrapar a los que intentasen desertar
y pasarse a los romanos. Por consiguiente, atraparon a muchos de estos
desertores y los mataron a todos, pues éstos estaban demasiado
débiles, a causa de la falta de alimento, para huir de ellos.
Sus cadáveres eran lanzados a los perros.
Cualquier clase de muerte se consideraba más tolerable que el
hambre, puesto que, aunque los judíos no esperaban recibir
misericordia, estaban dispuestos a huir hacia los romanos y caer
voluntariamente entre los rebeldes asesinos también. Tampoco
había ningún lugar en la ciudad que no contuviese
cadáveres, y estaban enteramente cubiertos por los que
habían muerto bien por hambre o la rebelión. Y todo
estaba lleno de los cadáveres de los que habían perecido,
bien por la sedición o por el hambre.
3. Ahora la última esperanza que sostenía a los tiranos y
al grupo de ladrones que estaba con él, eran las cuevas y las
cavernas bajo tierra. Allí, si podían huir una vez, no
esperaban ser buscados, sino que se proponían,
después de que la ciudad entera fuese destruida y los romanos se
hubiesen ido, salir nuevamente y escapar de ellos. Esto no era mejor
que un sueño de ellos, porque no podrían permanecer
ocultos ni ante Dios ni ante los romanos. Sin embargo, dependían
de estos subterfugios subterráneos, e incendiaron más
lugares que los mismos romanos. Los que huían de sus casas
así incendiadas y caían en las zanjas eran muertos sin
misericordia y también les quitaban sus pertenencias. Y si
descubrían alimento que pertenecía a alguno, se
apoderaban de él y se lo tragaban, junto con la sangre
también. No sólo eso, sino que ahora luchaban el uno
contra el otro por el botín. Y no puedo sino pensar que, si no
lo hubiese impedido su muerte, su barbarie les habría hecho
probar hasta los mismos cadáveres.
UN SOBRANTE DE ESCLAVOS
JUDÍOS (37)
(vi:viii:2)
2.
... Pero aquella guarnición no pudo resistir a los que estaban
desertando porque, aunque un gran número de ellos era muerto,
los desertores eran más numerosos. Todos eran recibidos por los
romanos, porque el mismo Tito se volvió negligente en cuanto a
sus anteriores órdenes de matarlos, y porque los soldados mismos
se habían cansado de matarles, pues esperaban obtener
algún dinero al perdonarles la vida. Dejaban sólo
al populacho y vendían el resto de la muchedumbre, con sus
esposas e hijos, y cada uno de ellos a un precio muy bajo porque los
que eran vendidos eran muchos y los compradores eran pocos ...
EL PODER DE DIOS EJERCIDO
CONTRA
ESTOS MISERABLES MALVADOS"
(vi:viii:4-5)
4. Tan pronto era
derribada
una parte del muro, y algunas de la torres cedían a la
presión de los arietes, los que resistían huían y
el terror se apoderaba de los tiranos, mucho más grande que lo
que requería la ocasión. Antes de que el enemigo
aprovechara la brecha que había abierto, ya estaban atontados, y
huían inmediatamente. Y ahora se podía ver a estos
hombres, que hasta ahora habían sido tan insolentes y arrogantes
en sus malvadas prácticas, abatidos y temblando, tanto que daba
lástima ver el cambio efectuado en aquellas viles personas.
Por
consiguiente, corrían con gran violencia sobre el muro
romano que los circundaba, para alejar a los que lo protegían y
para irrumpir a través de la brecha y escapar. Pero, cuando
veían que los que antes les habían sido fieles se
habían ido (pues ciertamente habían escapado hacia
dondequiera les indicaba la gran agitación que sentían),
y cuando los que venían corriendo delante del resto les
decían que el muro occidental había sido derribado
enteramente, mientras otros decían que los romanos habían
entrado, y otros, que estaban cerca y buscándolos, y esto era
sólo los dictados de su temor, que se imponía cuando los
veían, caían sobre sus rostros y lamentaban en gran
manera su propia conducta insana. Sus nervios estaban tan alterados que
no podían huir. Y aquí uno puede reflexionar
principalmente sobre el poder de Dios ejercido sobre estos malvados
miserables y sobre la buena fortuna de los romanos. Porque estos
tiranos se privaban ahora de la seguridad que tenían en su
propio poder y bajaban voluntariamente de aquellas mismas torres, donde
nunca podrían haber sido tomados por la fuerza ni, de hecho, de
ninguna otra manera, excepto por el hambre.
Y así, los
romanos, que habían tomado muros más
débiles con mucho trabajo, por la buena suerte consiguieron
ahora lo que nunca podrían haber conseguido con sus
máquinas, pues tres de esta torres eran demasiado fuertes en
absoluto para todas las máquinas mecánicas, como las
hemos descrito más arriba.
5. Ahora abandonaron estas torres voluntariamente, o más bien
fueron expulsados de ellas por Dios mismo, y huyeron inmediatamente al
valle que estaba más abajo de Siloam, donde nuevamente se
recuperaron del terror que sintieron por un tiempo, y corrieron
violentamente contra aquella parte del muro romano que estaba del lado
de ellos. Pero, como su valor estaba demasiado disminuído para
llevar a cabo sus ataques con suficiente fuerza, y su poder estaba
ahora quebrantado por el temor y la aflicción, fueron repelidos
por los guardias y, dispersándose a cierta distancia los unos de
los otros, bajaron a las cavernas subterráneas.
Los romanos,
teniendo ahora el control de los muros, pusieron sus
estandartes sobre las torres y prorrumpieron en gozosas aclamaciones
por la victoria que habían obtenido, pues habían hallado
el fin de esta guerra mucho más ligero que el comienzo. Cuando
hubieron superado el último muro, sin ningún
derramamiento de sangre, apenas podían creer lo que
descubrieron. No viendo a nadie que les opusiera resistencia, dudaban
de lo que podría significar tan desusada soledad. Pero, cuando
un buen número de ellos entró por las calles de la ciudad
con sus espadas desenvainadas, mataron a todos los que
encontraron fuera e incendiaron las casas a donde los judíos
habían huido, quemaron a toda persona que estaba en ellas, y
asolaron a muchas de las restantes. Cuando llegaron a las casas para
saquearlas, hallaron el ellas familias enteras de cadáveres, y
los aposentos altos llenos de cadáveres, es decir, de los que
habían muerto de hambre. Quedaron horrorizados por este
espectáculo, y se fueron sin tocar nada. Pero, aunque tuvieron
esta conmiseración por los que habían muerto de esta
manera, no hicieron lo mismo con los que todavía estaban vivos,
sino que atravesaron con sus espadas a cada uno de lo que encontraban y
bloqueaban las mismas calles con cadáveres; hicieron correr la
sangre por toda la ciudad, hasta el punto de que el incendio de muchas
casas fue apagado con la sangre de estos hombres.
Y ciertamente,
sucedió que, aunque los homicidas se fueron al
final del día, el incendio continuó durante la noche. Y
como todo estaba ardiendo, llegó el octavo día del mes de
Gorpio [Elul] en Jerusalén, una ciudad que había
experimentado tantas miserias durante este sitio que, si hubiese
disfrutado de tanta felicidad desde su primera fundación,
ciertamente habría sido la envidia del mundo. No merecía
tantas y tan terribles desgracias, como por producir una tal
generación de hombres que fueron la causa de su
destrucción.
EL ÚLTIMO "SACRIFICIO" PASCUAL (38)
(vi:ix:3-4)
3.
El número de los que fueron llevados cautivos durante toda esta
guerra fue de noventa y siete mil. El número de los que
perecieron durante todo el sitio fue de un millón cien mil, la
mayor parte de los cuales era ciertamente de la misma nación
[con los ciudadanos de Jerusalén], pero no pertenecían a
la ciudad propiamente dicha, sino que habían venido de todo el
país para la fiesta de los panes sin levadura y fueron
acorralados de repente por un ejército que, al principio,
ocasionó tantas estrecheces entre ellos que sobrevino una
destrucción pestilente y poco después una hambruna tal
que les mató con mayor rapidez.
Y
que esta ciudad podía albergar tanta gente es manifiesto por
el número de ellos, que fue tomado por Cestio, que deseaba
informar a Nerón del poderío de la ciudad. De otro modo,
Nerón estaba dispuesto a menospreciar a aquella nación.
Cestio rogó a los sumos sacerdotes que, si era posible, tomaran
el número de toda la multitud. Así, pues, cuando
llegó la fiesta llamada Pascua, en que ofrecen sus holocaustos
desde la hora novena hasta la undécima, pero de manera que un
grupo no menor de diez personas acompaña cada sacrificio (no es
legal que las personas estén solas en la fiesta) y muchos de
nosotros somos veinte en un grupo, estos
sumos sacerdotes encontraron
que el número de sacrificios era de doscientos cincuenta y seis
mil quinientos. Después de hacer provisión para no
más de diez personas que participan juntas en la fiesta, esto
equivale a dos millones setecientos mil doscientas personas puras y
santas. En cuanto a personas que tienen lepra, gonorrea, mujeres que
están menstruando, o personas que que son impuras por alguna
otra razón, no es legal que participen en este sacrificio, como
tampoco es legal que participen los extranjeros que vienen acá a
adorar.
4. Esta vasta multitud se reúne aquí desde lugares
remotos, pero la nación entera está ahora encerrada por
el destino como en una prisión, y el ejército romano
rodeó la ciudad cuando ésta estaba llena de gente. Por
consiguiente, el número de los que perecieron allí fue
mayor que todas las muertes que los hombres o Dios produjeron
jamás en el mundo. Para mencionar sólo lo que se
conoció públicamente, los romanos mataron a algunos de
ellos, se llevaron cautivos a algunos otros, y a otros los buscaron
bajo tierra, y cuando los encontraron donde estaban, cavaron la tierra
y mataron a todos los que encontraron.
También encontraron muertas allí más de dos mil
personas, en parte por su propia mano y en parte por mano ajena, pero
principalmente muertas de hambre. El hedor de los cadáveres era
sumamente ofensivo para los que pasaban cerca, tanto, que algunos se
veían obligados a alejarse inmediatamente, mientras que otros
eran tan codiciosos de ganancias que andaban entre los cadáveres
que yacían en montones, y caminaban sobre ellos. Muchos tesoros
se encontraban en estas cavernas, y la esperanza de ganancia
hacía parecer legal cualquier método para obtenerla.
Muchos de los que habían sido encarcelados por los tiranos ahora
eran sacados, pero no abandonaron su crueldad bárbara ni en el
último momento. Así se vengó Dios de ambos, de una
manera acorde con la justicia.
En cuanto a Juan, quería alimento, junto con sus hermanos, en
estas cavernas, y rogaba que los romanos le dieran su mano derecha para
su seguridad, manos que antes había rechazado orgullosamente.
Pero en cuanto a Simón, luchó duro con la
situación en que se encontraba, hasta que se vio obligado a
rendirse, como relataremos más adelante. Fue reservado para el
triunfo y para ser ejecutado posteriormente. Juan fue condenado a
prisión perpetua. Y ahora los romanos prendieron fuego a los
suburbios de la ciudad y los quemaron, y demolieron los muros
completamente.
LA FIESTA DE CUMPLEAÑOS DE
CÉSAR