LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro
Señor Jesucristo
James Stuart Russell
(1816-1895)
Tomado de The
Preterist Archive
LA PARUSÍA EN LAS EPÍSTOLAS
A LOS TESALONICENSES
LA SEGUNDA EPÍSTOLA A
LOS TESALONICENSES
La segunda epístola a los tesalonicenses parece
haber sido escrita poco después de la Primera, para corregir el
malentendido en que algunos habían incurrido con respecto al tiempo
de la parusía, ya fuera por una errónea interpretación
de la carta anterior del apóstol, o a consecuencia de alguna pretendida
comunicación que circulaba entre ellos haciendo ver que era de él.
De esta epístola aprendemos la naturaleza precisa del error que
habían cometido algunos de los tesalonicenses en relación
con que el tiempo de la parusía había llegado en realidad.
A consecuencia de esta opinión, algunos habían comenzado
a descuidar sus ocupaciones seculares y a subsistir de la caridad ajena.
Para detener los males que pudieran surgir, o que habían surgido,
de tales impresiones erróneas, Pablo escribió esta segunda
epístola, recordándoles que ciertos sucesos, que todavía
no habían tenido lugar, tenían que preceder al "día
del Señor". Sin embargo, no hay nada en la epístola que indique
que la parusía era un suceso distante, sino todo lo contrario.
LA PARUSÍA, UN TIEMPO
DE JUICIO PARA LOS ENEMIGOS
DE CRISTO, Y DE LIBERACIÓN
PARA SU PUEBLO
2 Tes. 1:7-10.
"Y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se
manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles
de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no
conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo,
los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de
la presencia del Señor y de la gloria de su poder, cuando venga
en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en
todos los que creyeron".
Por las alusiones al
comienzo de esta epístola, es
obvio que los tesalonicenses sufrieron severamente en este tiempo a
causa
de la maldad de sus perseguidores judíos, y de aquellos "ociosos
hombres malos" que se les habían unido (Hechos 17:5). El
apóstol
les consuela con la esperanza de liberación cuando aparezca el
Señor
Jesús, lo cual traería reposo para ellos y
retribución
para sus enemigos. Esto concuerda perfectamente con las
representaciones
que se hacen constantemente con respecto a la parusía - de que
sería
un tiempo de juicio para los impíos y de recompensa para los
justos.
El apóstol parece no anticipar el "reposo" del cual habla hasta
la parusía, "cuando el Señor Jesús se revele desde
el cielo", etc. De ello se sigue que Pablo concebía el reposo
como
muy cercano; pues, si la revelación del Señor
Jesús
fuera un acontecimiento todavía en el futuro, entonces
deberíamos
concluir que ni el apóstol ni los sufrientes cristianos han
entrado
todavía en ese reposo. Se observará que no se dice que la
muerte
ha de traerles reposo, sino "el apocalipsis" del Señor Jesús
desde el cielo; una clara prueba de que el apóstol no consideraba
ese apocalipsis como un suceso distante.
Que este "apocalipsis", o revelación del Señor
Jesús desde el cielo, es idéntico a la parusía predicha
por nuestro Salvador es tan evidente que no necesita ninguna prueba. Es
"el día del Señor" (Lucas 17:24). "el día en
que el Hijo del hombre es revelado" (Lucas 17:30), "el día que será
revelado en fuego" (1 Cor. 3:13); "el día que arderá como
un horno" (Mal. 4:1); "el día del Señor, grande y terrible"
(Mal. 4:5). Es el día cuando "el Hijo del hombre venga en la gloria
de su Padre con sus ángeles, para recompensar a cada uno según
sus obras" (Mat. 16:27). Y una vez más, es el día concerniente
al cual declaró nuestro Señor: "De cierto os digo, que hay
algunos de los que están aquí, que no gustarán la
muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino"
(Mat. 16:28).
Somos, pues, traídos de vuelta a la misma verdad
que encontramos por todas partes en el Nuevo Testamento, que la parusía,
el día del juicio de Israel, y la terminación de la dispensación
judía, no era un suceso distante, sino que estaba dentro de los
límites de la generación que rechazó al Mesías.
Se objetará: ¿Qué tenía eso
que ver con Tesalónica y los cristianos allí? ¿Cómo
podían la destrucción de Jerusalén, o la extinción
de la nacionalidad judía, o el fin de la economía judía,
afectar a personas a una distancia tan grande de Judea como Tesalónica?
Aunque fuese imposible dar una respuesta satisfactoria a esta objeción,
ello no alteraría el significado sencillo y natural de las palabras,
ni nos incumbiría forzar una interpretación de ellas que
no les correspondiese. Debe permitírseles a las Escrituras hablar
por sí mismas - una libertad que muchos no desean concederles. Pero,
con relación a la relación entre la parusía y los
cristianos en Tesalónica, o fuera de Judea en general, no puede
negarse que el lenguaje de este pasaje, como el de muchos otros, indica
que fue un suceso en el cual todos tenían un interés profundo
y personal. Ni es suficiente decir que los más encarnizados antagonistas
del evangelio en Tesalónica eran judíos, y que la revuelta
judía fue la señal para la matanza de los habitantes judíos
en casi todas las ciudades del imperio. Puede que esto sea verdad, pero
no es toda la verdad, según la enseñanza apostólica.
Debemos admitir, por lo tanto, que, como se desarrolla el esquema escatológico
del Nuevo Testamento, se hace evidente que la parusía y los sucesos
que la acompañan no se relacionaban con Judea exclusivamente, sino
que tenían un aspecto ecuménico o mundial, de modo que los
cristianos de todas partes podían buscarla y anhelarla, y saludar
su llegada como el día de triunfo y de gloria. Al seguir adelante,
encontraremos amplia evidencia de este apecto más amplio del "día
de Cristo", como una gran época en la divina administración
del mundo.
SUCESOS QUE DEBEN PRECEDER A LA PARUSÍA
1. La apostasía
2. La revelación del
hombre de pecado
2 Tes. 2:1-12.
"Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo, y nuestra
reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis
mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis,
ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra,
en el sentido de que el día del Señor está cerca.
Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que
antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el
hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo
que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo
de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. ¿No os acordáis
que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto?
Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene, a fin de que a su debido
tiempo se manifieste. Porque ya está en acción el misterio
de iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que
él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará
aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu
de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo
advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales
y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para lo que
se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.
Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean
la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la
verdad, sino que se complacieron en la injusticia".
Pocos pasajes han preocupado y desconcertado más a
los comentaristas, o han sido considerados hasta la fecha como sumergidos
en mayor oscuridad, que el que tenemos delante de nosotros. No hay razón,
sin embargo, para suponer que era ininteligible para los tesalonicenses,
pues se refiere a cuestiones que habían sido tema de frecuentes
conversaciones entre ellos y el apóstol, y posiblemente no poco
de la obscuridad de la que se quejan los expositores surge del hecho de
que, para los tesalonicenses, sólo era necesario dar indicios, más
bien que explicaciones completas.
El apóstol comienza declarando los temas sobre
los cuales desea corregir a los tesalonicenses. Son: (1) "la venida de
Cristo", y (2) "nuestra reunión con él". Es evidente que
el apóstol las considera simultáneas o, en todo caso, estrechamente
relacionadas. ¿Qué debemos entender por "reunirnos con Cristo"
en la parusía? No hay duda de que hay aquí una referencia
a las propias palabras de nuestro Señor, Mat. 26:31: "Y
enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán
a sus escogidos de los cuatro vientos", etc. El [juntarán]
en el evangelio es evidentemente la [reunión] de la epístola;
y tenemos otra referencia al mismo suceso y al mismo período en
1 Tes. 4:16,17: "Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz
de arcángel, y con trompeta de Dios descenderá del cielo",
etc. Luego, esto no puede ser otra cosa que el llamado a los muertos y
a los vivos a comparecer ante el tribunal de Cristo.
A los tesalonicenses se les había enseñado
a esperar aquella "reunión" grande y solemne; pero parece que pesaba
sobre ellos algún malentendido concerniente al tiempo de su llegada.
Algunos de ellos se habían formado la opinión de que el "día
de Cristo" ya había llegado en realidad. Es importante observar
que nuestra versión inglesa no traduce esta palabra correctamente.
El apóstol no dice: "pues el día de Cristo está
muy cerca", sino "pues el día de Cristo está presente,
o ha venido en realidad". La constante enseñanza de Pablo
era que el día de Cristo estaba muy cerca, y se habría contradicho
a sí mismo si les hubiese dicho a los cristianos de Tesalónica
que aquel día no
estaba cerca. Pedro nada es más común
que encontrar a algunos de nuestros más respetados eruditos y
críticos
negando que los apóstoles y los primeros cristianos esperaban la
parusía en sus propios días, basándose en la
fuerza
de una errónea traducción de esta palabra. Hasta una
autoridad
tan eminente como Moses Stuart dice, en respuesta a Tholuck:
"Esta interpretación (o sea, el pronto
advenimiento de Cristo) fue corregida, formal y vigorosamente, en 2 Tes.
2. ¿No es suficiente que Pablo haya explicado sus propias palabras?
¿Quién puede aventurarse sin peligro a darles un significado
diferente del que él les da?".
Así lo expresa también Albert Barnes:
"Si Pablo se refiere aquí a su epístola
anterior - que podría entenderse fácilmente como que enseñaba
que el fin del mundo estaba cerca - tenemos la autoridad del apóstol
mismo de que él no se proponía enseñar tal cosa".
La más singular de todas es la explicación
del Dr. Lange:
"La primera epístola [a los tesalonicenses]
está impregnada del pensamiento fundamental: "el Señor vendrá
pronto"; la segunda, por el pensamiento: "el Señor no vendrá
pronto todavía". Ambas están de acuerdo con la verdad; porque,
en la primera parte, la pregunta concierne a la venida del Señor
en su gobierno dinámico en un sentido religioso; y, en la segunda
parte, concierne a la venida del Señor en un sentido definidamente
histórico y cronológico".
¿Qué puede ser más arbitrario y caprichoso
que una distinción como ésta? ¿Qué puede ser
más empírico que un tratamiento tal de la Escritura, por
medio del cual se le hace decir sí y no; afirmar y negar; declarar
que un suceso está cercano y distante, al mismo tiempo? ¿Quién
pretendería interpretar la Escritura si ella hablara un lenguaje
tan ambiguo como éste?
Nos atenemos al "sentido histórico y cronológico
definido" de la parusía, y a ningún otro. Es el único
sentido que respeta la Palabra de Dios y satisface a la crítica
sobria. El apóstol no se corrige a sí mismo, ni se refiere
a dos diferentes "venidas", sino que corrige el error de los tesalonicenses,
que afirmaban que el día de Cristo ya había llegado en
realidad. En cada caso en que ocurre la palabra en el Nuevo Testamento,
se refiere a lo que es presente, y no a lo que es futuro. A los
eruditos griegos es innecesario señalarles esto, pero a los lectores
de habla inglesa puede ser satisfactorio referirlos a las autoridades competentes.
El Dr. Manston, al comparar la fuerza de las palabras
y [se acerca] (Sant. 5:8; 1 Ped. 4:17), observa:
"Hay alguna diferencia en las palabras, porque
significa se acerca, ya ha comenzado".
Bengel dice:
"La palabra significa extrema proximidad; porque
es presente".
Whiston, el traductor de Josefo, hace la siguiente observación:
"es aquí, y en muchos otros lugares de
Josefo, inmediatamente cerca; y ha de ser expuesta así en
2 Tes. 2:2, donde algunos pretendían falsamente que Pablo había
dicho, verbalmente o por medio de una epístola, o por ambos medios,
"que el día de Cristo estaba inmediatamente cerca"; porque Pablo
todavía creía claramente que aquel día no estaba muchos
años en el futuro".
El Dr. Paley observa:
"Parecía que los tesalonicenses, o algunos
de entre ellos, habían concebido de este pasaje (1 Tes. 4:15-17)
una opinión (y eso no muy fuera de lo natural) que la venida de
Cristo habría de tener lugar instantáneamente, y ese convencimiento
había producido, como bien podría haberlo hecho, mucha
agitación en la iglesia".
Conybeare y Howson traducen:
"Que el día del Señor venga"; añadiendo
la siguiente nota: "Literalmente, 'está presente'. Así se
usa siempre el verbo en el Nuevo Testamento".
El Dr. Alford comenta así:
"El día del Señor está presente
(no 'está cerca') ocurre seis veces en el Nuevo Testamento, y siempre
en el sentido de estar presente. Pablo no podría haber escrito
lo contrario, ni podría el Espíritu haber hablado otra cosa
por medio de él. La enseñanza de los apóstoles era,
y la del Espíritu Santo ha sido en todas las épocas, que
el día del Señor está cerca. Pero estos tesalonicenses
se imaginaban que ya había llegado, y en consecuencia, estaban abandonando
todas la ocupaciones de la vida y cayendo en otras irregularidades, como
si el día de gracia hubiese terminado".
El mismo malentendido general que prevalece hoy día
con respecto al significado de este versículo hace que entenderlo
correctamente sea de la mayor importancia.
Es fácil entender cómo la érrónea
opinión de los tesalonicenses había "movido y conturbado"
sus mentes. Estaba calculada para producir pánico y desorden. La
historia nos cuenta que en Europa prevalecía una creencia general
hacia finales del siglo décimo de que el año 1000 vería
la venida de Cristo, el día del juicio, y el fin del mundo. Al acercarse
el tiempo, un pánico general se apoderó de las mentes de
los hombres. Muchos abandonaron sus hogares y sus familias, y acudieron
a la Tierra Santa; otros entregaron sus tierras a la iglesia, o dejaron
de cultivarlas, y el curso entero de la vida ordinaria se alteró
y se trastornó violentamente. Un engaño similar, aunque en
menor escala, prevaleció en algunas partes de los Estados Unidos
en el año 1843, causando gran consternación entre las multitudes
y haciendo enloquecer a muchas personas. Hechos como éstos muestran
la sabiduría que "ocultó el día y la hora" de la venida
del Hijo del hombre de modo que, mientras todos pueden estar vigilantes,
ninguno debe caer en la agitación.
En el tercer versículo, el apóstol indica
que "el día de Cristo" debe ser precedido por dos sucesos: (1) La
llegada de la apostasía, y (2) la manifestación del
hombre
de pecado".
Si pudiéramos ponernos en la situación y
las circunstancias de los cristianos de Tesalónica cuando esta epístola
se escribió; si pudiéramos revivir las esperanzas y los temores,
las expectativas y las aprensiones, y las agitaciones sociales y políticas
de aquel período, podríamos entrar mejor en las explicaciones
de Pablo. Sin duda, los tesalonicenses le entendían perfectamente.
Como observa correctamente Paley: "Nadie escribe ininteligiblemente a propósito",
y no podemos suponer que Pablo les atormentaría con enigmas que
sólo les causarían perplejidad y les desconcertarían
más que nunca.
La primera pregunta que se presenta es: ¿Son idénticos
la "apostasía" y el "hombre de pecado"? ¿Apuntan ambos a
la misma cosa? En opinión de muchos expositores, quizás de
la mayoría, son virtualmente una y la misma cosa. Pero, evidentemente,
son cosas distintas y separadas. La apostasía representa una multitud,
el hombre de pecado, una persona; de modo que, aunque puedan estar
conectados
en algunos respectos, no deben confundirse la una con el otro; pueden existir
contemporáneamente, pero no son idénticos.
LA APOSTASÍA
En este momento, Pablo no se espacia en "la apostasía",
sino que, habiéndola mencionado simplemente como venidera, pasa
a describir al "hombre de pecado". Sin embargo, podemos referirnos aquí
al hecho de que la "apostasía" no era ninguna idea nueva para los
discípulos de Cristo. El Salvador la había predicho expresamente
en su discurso profético, Mat. 24:10,12, y en alguna otra parte
Pablo da una descripción de la apostasía tan completa como
la da aquí del hombre de pecado. (Véase 1 Tim. 4:1-3; 2 Tim.
3:1-9). Sólo puede referirse a aquella deserción de la
fe tan claramente predicha por nuestro Señor, y descrita por
los apóstoles, como indicación de los "últimos días".
Pero este tema será considerado en su lugar adecuado.
EL HOMBRE DE PECADO
Al entrar en este campo de la investigación, es
de la mayor importancia encontrar algún principio que pueda guiarnos
y dirigirnos en la investigación. Hallamos tal principio en la consideración
muy simple y obvia de que el apóstol se refiere aquí a circunstancias
que estaban al alcance de los mismos tesalonicenses. Si la palabra del
Señor declaró que la parusía misma, que fue precedida
por el desarrollo de la apostasía y la aparición del hombre
de pecado, caía dentro del período de la generación
actual, se deduce que "la apostasía" y "el hombre de pecado" estaban
más
cerca de ellos que la parusía. Por otro lado, si suponemos que
"la apostasía" y "el hombre de pecado" ocurren mucho más
allá de la época de los tesalonicenses, ¿de qué
serviría darles explicaciones e información sobre cuestiones
que no eran para nada urgentes y que, de hecho, no les concernían
en absoluto? ¿No es obvio que, quienquiera pueda ser el hombre de
pecado, debe ser alguien con el cual tenían que ver el apóstol
y sus lectores? ¿No está escribiendo para hombres vivos acerca
de asuntos en los cuales ellos están intensamente interesados? ¿Por
qué delinearía las características de este misterioso
personaje para los tesalonicenses si era alguien con el cual los tesalonicenses
no tenían nada que ver, del cual no tenían nada que temer,
y que no sería revelado sino después de siglos? Es claro
que él habla de alguien cuya influencia ya estaba comenzando a sentirse,
y cuya furia inicua y anárquica estallaría antes de que pasase
mucho tiempo. Todo esto está en la superficie misma, y es obvio
e incuestionable. Pero esto no es todo. Parece seguro que los tesalonicenses
no ignoraban a qué persona se llamaba hombre de pecado. No era la
primera vez que el apóstol les hablaba del tema. Dice: "¿No
os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os
decía esto? Y ahora vosotros sabéis lo que lo detiene,
a fin de que a su debido tiempo se manifieste". Este lenguaje indica claramente
que el apóstol y sus lectores estaban bien familiarizados con el
nombre "hombre de pecado" y sabían a quién se le designaba
así. Siendo esto así, y parece incuestionable, el área
de investigación se contrae grandemente, y las probabilidades de
descubrimiento aumentan proporcionalmente. Aquello de lo que los tesalonicenses
habían "hablado", lo que habían "recordado"
y "sabían", debe haber sido algo de interés vivo y
presente; resumiendo, debe haber pertenecido a la historia contemporánea.
Pero, ¿por qué no habla el apóstol
francamente? ¿Por qué esta reserva y esta reticencia al sugerir
oscuramente lo que no menciona por nombre? No era por ignorancia; no podría
ser por afectar misterio. Debe haber habido alguna poderosa razón
para esta extrema cautela. No hay duda; pero, ¿de qué naturaleza?
¿Por qué acostumbraba, como él dice, hablar
tan francamente sobre el tema en privado, y luego escribir tan oscuramente
en su epístola? Obviamente, porque era peligroso ser más
explícito. Por una parte, una indicación era suficiente,
pues todos podían entender su significado; por la otra, hacer más
que una indicación era peligroso, porque nombrar a una persona podría
haberles comprometido, a él y a ellos.
Entonces, ¿de qué dirección podría
venir el peligro de usar una libertad de expresión demasiado grande?
Sólo había dos direcciones de las cuales los cristianos de
la era apostólica tenían justa causa para sentir aprensión
-- el fanatismo de los judíos y los ccelos de los romanos. Hasta
ahora, el evangelio había sufrido mayormente de los primeros; por
todas partes, los judíos eran los instigadores de "agitar a los
gentiles contra los hermanos". Pero el poder de Roma era celoso, y los
judíos sabían bien cómo despertar esos celos; en la
misma Tesalónica, habían levantado el clamor: "Todos éstos
se oponen a los decretos de César". ¿Cuál de estas
causas, pues, puede haber sellado los labios del apóstol? Temor
de los judíos, no, pues nada que él pudiera decir probablemente
volvería más encarnizada su hostilidad; ni tenían
los judíos ninguna autoridad civil directa con la cual perjudicar
la causa cristiana. Llegamos a la conclusión, pues, de que era del
poder
romano del que el apóstol percibía peligro, y que su
reticencia era ocasionada por el deseo de no involucrar a los tesalonicenses
en la sospecha de descontento y sedición.
Volvamos ahora a la descripción del "hombre de
pecado" que da el apóstol, y tratemos de descubrir, si es posible,
si había algún individuo vivo entonces en el Imperio Romano
al cual se le pudiese aplicar.
1. La descripción requiere que busquemos,
no un sistema o una abstracción, sino un individuo, un "hombre".
2. Evidentemente, no es una persona privada, sino una
persona
pública. Los poderes con los que está investido implican
esto.
3. Es un personaje que ostenta el más alto rango
y la más alta autoridad en el estado.
4. Es pagano, no judío.
5. Reclama para sí nombres, prerrogativas, y culto
divinos.
6. Pretende ejercer un poder milagroso.
7. Está caracterizado por una enorme impiedad.
Es el "hombre de pecado", es decir, la encarnación y la personificación
del mal.
8. Se distingue por su iniquidad como gobernante.
9. Cuando el apóstol escribió, todavía
no había llegado a la plenitud de su poder; había algún
impedimento o estorbo al pleno desarrollo de su influencia.
10. El estorbo era una persona; era conocida para los
tesalonicenses; y pronto sería quitada de en medio.
11. El "inicuo", el "hombre de pecado", estaba condenado
a la destrucción. Es el "hijo de perdición", "a quien
el Señor matará".
12. Su pleno desarrollo, o "manifestación", y su
destrucción han de preceder inmediatamente a la parusía.
"El Señor le destruirá con el resplandor de su venida".
Con estas marcas distintivas en nuestras manos, ¿puede
haber alguna dificultad al identificar a la persona en la cual se encuentran
todas estas marcas? ¿Había tres hombres en el Imperio Romano
que respondían a esta descripción? ¿Había dos?
Seguramente no. Pero había uno, y sólo uno. Cuando
el apóstol escribió, estaba en los escalones del trono imperial
-- poco más, y se sentaba sobre el trrono del mundo. Es NERÓN,
el primero de los emperadores perseguidores; el violador de todas las leyes,
humanas y divinas; el monstruo cuya crueldad y cuyos crímenes le
dan derecho a ser llamado "el hombre de pecado".
En seguida será evidente para todos los lectores
que todas las características de este espantoso retrato pertenecen
a Nerón; pero es notable cuán exacta es la correspondencia,
especialmente en los detalles que son más recónditos y oscuros.
Es un individuo -- una persona pública -- que ostenta el rango más
alto en el estado; es pagano, no judío; es un monstruo de maldad,
que pisotea todas las leyes. Pero, cuán notables son las indicaciones
que apuntan hacia Nerón en el año en que esta epístola
se escribió, digamos el año 52 o el año 53 D. C. En
ese tiempo Nerón no se había "manifestado" todavía;
su verdadero carácter no había sido revelado; todavía
no había accedido al Imperio. Claudio, su padrastro, vivía,
y le estorbaba al hijo de Agripina. Pero ese obstáculo fue pronto
eliminado. En menos de un año, probablemente, después de
que la epístola de Pablo fue recibida por los tesalonicenses, Claudio
fue "quitado de en medio", víctima de la letal costumbre de la infame
Agripina, y siendo su hijo también cómplice del asesinato,
según Suetonio. Pero el "misterio de iniquidad ya estaba en operación";
la influencia de Nerón debe haber sido poderosa en los últimos
días del desdichado Claudio; probablemente ya se estaban fraguando
los mismos complots que prepararon el camino para el ascenso al trono por
parte de los asesinos. Algunos meses más tarde verían el
advenimiento al trono del mundo por parte de un bellaco cuyo nombre ha
quedado en la picota de la eterna infamia como el más brutal de
los tiranos y el más vil de los hombres.
Las restantes notas de la descripción no son menos
fieles al original. El reclamar honores divinos; el oponerse y exaltarse
por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; el sentarse
en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios; todos son distintivos
de Nerón.
En realidad, el asumir prerrogativas divinas era común
a todos los emperadores romanos. "Divus", dios, se inscribía
en sus monedas y estatuas. Podría decirse que el Emperador "se exaltaba
por encima de todo lo que se llama Dios, o es objeto de culto", monopolizando
para sí todo culto. Este hecho es puesto en resaltado en las siguientes
observaciones de Dean Howson:
"En aquel tiempo, la imagen del Emperador era
objeto de reverencia religiosa; era una deidad en la tierra; y el culto
que se le rendía era un culto verdadero. Es un pensamiento notable
que, en aquellos tiempos, (haciendo a un lado formas decadentes de religión),
los únicos dos cultos legítimos en el mundo civilizado eran
el culto a Tiberio o a Nerón por una parte, y el culto a Cristo,
por la otra".
El intento de Calígula de erigir su estatua en el
templo de Dios en Jerusalén había llevado a los judíos
al borde de la rebelión, y es posible que este hecho pueda haber
dado su forma peculiar a la descripción del apóstol. Ciertamente
le sugirió a Grocio que Calígula debía ser la persona
que se tenía la intención de representar; pero la fecha de
la epístola hace insostenible esta opinión. Nerón,
sin embargo, no era menos que ninguno de sus predecesores en su impía
asunción de prerrogativas divinas. Dio Casio nos informa que, cuando
regresó victorioso de los juegos griegos, entró a Roma en
triunfo, y fue aclamado con expresiones como éstas: "¡Nerón,
el Hércules! ¡Nerón, el Apolo! ¡Augusto! ¡Augusto!
¡Voz sagrada! ¡Eterno!" En todo esto, vemos suficiente
evidencia de la asunción de la asunción de honores divinos
por parte de Nerón.
Lo mismo ocurre con respecto a otra nota en este bosquejo
-- la simulación de milagros. "Cuyo aadvenimiento es por obra de
Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos"
(ver. 9). Esta simulación sigue casi como cosa natural a la asunción
de las prerrogativas de la deidad.
Debe suponerse que al Divus imperial se le acreditaba
la posesión de poderes sobrenaturales; y encontramos una interesante
aclaración de este tema en Apoc. 12:13-15. En esta etapa de la investigación,
sin embargo, no sería deseable entrar en esa región de simbolismo,
aunque echaremos mano plenamente de esta ayuda en el momento oportuno.
Además, "el hombre de pecado" está condenado
a perecer. Es el "hijo de perdición", un nombre que lleva
en común con Judas, e indica la certeza y lo completo de su destrucción.
"El Señor le matará con el espíritu de su boca, y
destruirá con el resplandor de su venida". En esta significativa
expresión, tenemos una nota del tiempo en que el hombre de
pecado está destinado a perecer, marcado con singular exactitud.
Es la venida del Señor, la parusía, la que ha de ser la señal
de su destrucción; no todo el esplendor de ese suceso, tanto como
la primera apariencia o alborada de él. Alford (siguiendo a Bengel)
señala muy correctamente que la traducción "resplandor de
su venida" debe ser la "apariencia de su venida", y cita la sublime expresión
de Milton: "Su venida resplandeció desde lejos". Bengel, con fina
discriminación, observa: "Aquí la apariencia de su venida,
o, en todo caso, los primeros destellos de su venida, ocurren antes
de la venida misma".
Evidentemente, esto implica que el hombre de pecado
estaba destinado a perecer, no en la llamarada de la parusía,
sino
en el primer esbozo o comienzo. Ahora, ¿qué encontramos
en
realidad? Recordando cómo está conectada la
parusía
con la destrucción de Jerusalén, encontramos que la
muerte
de Nerón precedió al suceso. Tuvo lugar en el mes de
junio
del año 68 D.C., en medio de la guerra judía que
terminó
en la captura y la destrucción de la ciudad y el templo.
Podría,
por lo tanto, decirse justamente que "la apariencia, o alborada, de la
parusía" [] fue la señal de la destrucción del
tirano.
No se sigue que la muerte de Nerón sería
causada por un agente sobrenatural inmediato porque se dice que "el Señor
le matará con el espíritu de su boca", etc. Herodes Agripa
fue herido por el ángel del Señor, pero esto no excluye la
operación de causas naturales: "fue comido de gusanos, y expiró"
(Hech. 12:23). De la misma manera, Nerón fue alcanzado por el juicio
divino, aunque recibió su golpe de muerte de la espada del asesino,
o por su propia mano.
Finalmente, es apenas necesario probar el título
de Nerón con la denominación de "hombre de pecado". Se observará
que es el libertinaje de su carácter personal lo que lo sella con
este epíteto distintivo, como si fuera la personificación
y la representación mismas del vicio. Tal, de hecho, es Nerón,
cuyo nombre se ha convertido en sinónimo de todo lo que es bajo,
cruel, y vil; el mayor en rango y el más bajo en carácter
en el mundo romano: un monstruo de maldad aun entre los paganos, que no
se andaban con remilgos morales y estaban familiarizados con la más
corrupta sociedad sobre la faz de la tierra. La siguiente descripción
gráfica del carácter de Nerón ha sido tomada de Conybeare
y Howson:
"Desde este distinguido estrado preside el representante
de la más poderosa monarquía que jamás existió
-- el gobernante absoluto de todo el mundo ccivilizado. Pero la reverente
admiración que su posición sugería naturalmente se
transformó en desprecio y aborrecimiento hacia el carácter
del soberano que ahora presidía aquel supremo tribunal. Porque Nerón
era un hombre a quien ni siquiera el terrible atributo de "poder igual
a los dioses" podía hacer augusto, excepto en el título.
El temor y el horror que despertaban su omnipotencia y su crueldad se mezclaban
con el desprecio por su innoble sed de alabanza y su desvergonzado libertinaje.
Todavía no se había hundido en aquella extravagancia de la
tiranía que, en un período posterior, agotó la paciencia
de sus súbditos y causó su destrucción. Hasta ahora
sus medidas públicas habían estado guiadas por sabios consejeros,
y su crueldad había perjudicado a su propia familia más bien
que al estado. Pero ya, a la edad de veinticinco años, había
asesinado a su inocente esposa y a su hermano adoptivo, y se había
teñido las manos con la sangre de su madre. Sin embargo, aun estas
enormidades parecen haber asqueado a los romanos menos que el haber prostituído
la púrpura imperial tocando públicamente como músico
en escena y como auriga en el circo. Su degradante falta de dignidad y
su insaciable apetito por el aplauso vulgar arrancaba lágrimas de
sus consejeros y los siervos de su casa, que le veían asesinar sin
remordimiento a sus parientes más cercanos".
Pero hay probablemente otra razón para que Nerón
haya sido marcado con este epíteto. El nombre "hombre de pecado"
no era desconocido en la historia hebrea. Ya se le había aplicado
a alguien que, no sólo era un monstruo de crueldad e impiedad, sino
también un encarnizado enemigo y perseguidor del pueblo judío.
No habría sido posible pronunciar un nombre más odioso a
oídos judíos que el de Antíoco Epífanes.
Fue el Nerón de su época, el inveterado enemigo de Israel,
el profanador del templo, el sanguinario perseguidor del pueblo de Dios.
En el libro primero de los Macabeos, encontramos el nombre "el hombre
pecador" [] dado a Antíoco (1 Mac. 2:48,62), y parece muy probable
que el personaje que nos ocupa estaba destinado a sufrir una suerte similar
a la de Antíoco, el implacable tirano y perseguidor que se convirtió
en monumento a la ira de Dios.
El paralelo entre "el hombre de pecado" y Antíoco
Epífanes es observada particularmente por Bengel, quien señala
que la descripción del primero en el ver. 4 ha sido tomada prestada
de la descripción del último en Daniel 11:36. Vale bien la
pena citar el comentario de Bengel:
"Esto, pues, es lo que Pablo dice: La ciudad
de Cristo no viene, a menos que se cumpla (en el hombre de pecado) lo que
Daniel predijo de Antíoco; la predicción es más apropiada
del hombre de pecado, que corresponde a Antíoco, y es peor que él".
Encontraremos en la secuela que éste no es el único
pasaje en el cual se hace referencia a Antíoco Epífanes como
el prototipo de Nerón.
Pero puede que se haga la pregunta: ¿Por qué
preocuparía tanto al apóstol y a los cristianos de Tesalónica
la revelación de Nerón en su verdadero carácter? No
hay que ir lejos para encontrar la respuesta. Era la ferocidad de este
monstruo inicuo que primero desató todo el poder de Roma para aplastar
y destruir el nombre de cristiano. Fue por medio de él que se derramarían
torrentes de sangre inocente y se infligirían las más intensas
torturas a inofensivos cristianos. Fue ante este sanguinario tribunal que
Pablo habría de comparecer y suplicar por su vida, y fueron los
labios de este tribunal que habrían de proferir la sentencia que
le condenaba a una muerte violenta. Pero, más que esto, fue bajo
Nerón, y por órdenes suyas, que se inició la guerra
final de los judíos, y que se abrió el capítulo más
oscuro en los anales de Israel, un capítulo que terminó con
el sitio y la captura de Jerusalén, la destrucción del templo,
y la extinción del sistema nacional. Esta era la consumación
predicha por nuestro Señor como "el fin del tiempo" [] y la "venida
de su reino". La revelación del hombre de pecado, pues, como antecedente
de la parusía, era una cuestión que concernía profundamente
a
todos y cada uno de los discípulos cristianos.
Ahora podemos entender por qué el apóstol
usó tanta cautela al escribir sobre un tema como éste. No
fue porque prefería la oscuridad de un oráculo, sino por
motivos prudenciales de la naturaleza más inteligible. Había
en Tesalónica muchos ojos fisgones y muchas lenguas calumniadoras,
que sólo esperaban una oportunidad para denunciar a los cristianos
como hombres desafectos y sediciosos, secretos maquinadores contra la autoridad
de César. Escribir abiertamente sobre estos temas sería indiscreto
y peligroso en el más alto grado. Ni era necesario, porque ellos
habían discutido estos asuntos antes en más de una conversación
en privado. "¿No os acordáis", pregunta, "que cuando yo estaba
todavía con vosotros, os decía esto?". Más
que atisbos eran innecesarios para los tesalonicenses, porque ellos tenían
una clave de lo que él quería decir, una clave que los lectores
subsiguientes no tenían. Ni hay que asombrarse mucho si la oscuridad
ha rodeado la enseñanza del apóstol sobre este tema. Sucesos
que para los contemporáneos están llenos de intenso interés,
a menudo no sólo carecen de interés sino que se vuelven ininteligibles
para la posteridad. Y sin embargo, es un poco extraño que la muy
obvia referencia a la historia contemporánea, y a Nerón,
haya sido pasada por alto de modo tan general. Esta es la más antigua
interpretación del pasaje en relación con el hombre de pecado.
Crisóstomo, comentando el misterio de inquidad, dice: "Él
(Pablo) habla aquí de Nerón como tipo del anticristo;
porque él también deseaba ser considerado dios". A esta opinión
se refieren también Agustín, Teodoreto, y otros. Bengel,
refiriéndose al obstáculo contra la manifestación
del hombre de pecado, dice: "Los antiguos creían que Claudio era
este obstáculo: de aquí que parezca que ellos consideraban
a Nerón, el sucesor de Claudio, el hombre de pecado. Moses Stuart
ha reunido a gran número de autoridades para identificar a Nerón
como el hombre de pecado. Stuart observa: "La idea de que Nerón
era el hombre de pecado mencionado por Pablo, y el anticristo mencionado
tan a menudo en las epístolas de Juan, prevaleció extensamente
y por mucho tiempo en la iglesia primitiva". Y nuevamente: "Agustín
dice: '¿Qué significa la declaración de que el misterio
de iniquidad ya está en operación? ... Algunos suponen que
esto se refiere al emperador romano, y que, por lo tanto, Pablo no hablaba
en palabras sencillas porque no deseaba incurrir en la acusación
de calumnia por haber hablado mal del emperador romano: aunque siempre
esperaba que lo que había dicho se entendiera como que se aplicaba
a Nerón".
Consideramos como un hecho de peculiar importancia el
que se haya descubierto que una conclusión a la que se ha llegado
con un fundamento bastante independiente tiene la aprobación de
algunos de los más importantes nombres ded la antigüedad. Sin
embargo, no estamos dispuestos en absoluto a hacer descansar esta interpretación
en autoridades externas; nos sentimos inclinados a creer que la evidencia
interna a favor de la identificación de Nerón como el hombre
de pecado casi equivale, si no equivale completamente, a una demostración.
Pero, todavía tenemos que ocuparnos de la confirmación de
este hecho, proporcionada por el Apocalipsis, que creemos convencerá
a cada mente sincera.
Sería incorrecto pasar adelante de la consideración
de este pasaje profundamente interesante sin hacer algunas observaciones
sobre lo que puede llamarse la interpretación protestante popular,
que encuentra aquí el surgimiento y el desarrollo del papado e identifica
al Papa como el hombre de pecado. En muchos respectos, esta interpretación
es tan plausible, y los puntos de correspondencia son tan numerosos, que
no es sorprendente que haya encontrado favor quizás con la mayoría
de los comentaristas. Hay cierta semejanza familiar entre todos los sistemas
de superstición y tiranía, que hace probable que algunas
de las características que distinguen a uno pueden ser encontrados
en todos. Pero pocos expositores de algún peso argumentan actualmente
que todas las notas descriptivas del hombre de pecado se han de encontrar
en el Papa. Dean Alford observa con razón:
"En la característica del ver. 4, el Papa
no cumple la profecía, y nunca la cumplió. Haciendo lugar
para todas las notables coincidencias con la última parte del versículo
que se han aducido tan abundantemente, no se puede jamás demostrar
que él cumple la primera parte; tan lejos está él
de ello, que la adoración abyecta y la sumisión a él
nunca han sido una de sus más notables peculiaridades. La segunda
objeción, de carácter externo e histórico, es aún
más decisiva. Si el papado es el anticristo, entonces la manifestación
ha ocurrido y ha durado casi mil quinientos años; y sin embargo,
no ha llegado todavía el día del Señor que, en términos
de nuestra profecía, debe ser precedido inmediatamente por tales
manifestaciones".
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