LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro
Señor Jesucristo
JAMES STUART RUSSELL
(1816-1895)
Tomado de The
Preterist Archive
APÉNDICE A LA PARTE II
NOTA B
Acerca de la "Babilonia" de 1
Pedro 5:13
"La iglesia que está en Babilonia, elegida juntamente
con vosotros, y Marcos mi hijo, os saludan".
No es fácil transmitir en otras tantas palabras
en español la fuerza precisa del original. Su extrema brevedad causa
oscuridad. Literalmente dice así: "Ella en Babilonia, co-elegida,
os saluda; y Marcos mi hijo".
La interpretación común del pronombre ella
lo refiere a "la iglesia que está en Babilonia"; aunque muchos eminentes
comentaristas - Bengel, Mill, Wahl, Alford, y otros - entienden que se
refiere a una persona, presumiblemente la esposa del apóstol.
"Apenas es probable", observa Alford, "que ocurriesen juntos en el mismo
mensaje de salutación una abstracción, de la cual
se habla enigmáticamente, y un hombre (Marcos, mi hijo),
por nombre". El peso de la autoridad se inclina del lado de la iglesia;
el peso de la gramática, del lado de la esposa.
Pero la cuestión más importante se relaciona
con la identidad del lugar que aquí se denomina Babilonia. A primera
vista, es natural llegar a la conclusión de que no puede ser otra
que la bien conocida y antigua metrópolis de Caldea, o lo que quedaba
de ella y que existía en los días del apóstol. Estamos
listos a considerar como muy probable que Pedro, en sus viajes apostólicos,
rivalizaba con el apóstol a los gentiles, e iba por todas partes
predicando el evangelio a los judíos, como Pablo lo hacía
a los gentiles.
Sin embargo, parece haber formidables objeciones a este
punto de vista, por natural y sencillo que parezca. Sin mencionar la improbabilidad
de que Pedro, en su ancianidad, y acompañado por su esposa (si aceptamos
la opinión de que es a ella a quien se refiere la salutación),
se encontrase en una región tan remota de Judea, hay la importante
consideración de que Babilonia no era en aquella época la
morada de una población judía. Josefo afirma que ya mucho
antes, durante el reinado de Calígula (37-41 d. C.), los judíos
habían sido expulsados de Babilonia, y que había tenido lugar
una gran matanza, que casi les había exterminado. Es verdad que
esta afirmación de Josefo se refiere a la región entera llamada
Babilonia, más bien que a la ciudad de Babilonia, y esto por la
suficiente razón de que, en tiempos de Josefo, Babilonia era un
lugar tan deshabitado como lo es ahora. En su Geografía Bíblica,
Rosenmüller afirma que, en tiempos de Estrabón (esto es, durante
el reinado de Augusto), Babilonia estaba tan desierta que él le
aplica a esa ciudad lo que un antiguo poeta había dicho de Megalópolis
en Arcadia, es decir, que era "un gran desierto". También
Basnage, en su Historia de los Judíos, dice: "Babilonia declinaba
en los días de Estrabón, y Plinio la representa en el reinado
de Vespasiano como una grande e ininterrumpida soledad".
Se han sugerido otras ciudades como la Babilonia a la
que se refiere la epístola: un fuerte de ese nombre en Egipto, mencionado
por Estrabón; Tesifón, sobre el Tigris; Seleucia, la nueva
ciudad que vació de sus habitantes a la antigua Babilonia. Pero
estas son meras conjeturas, a las que no sostiene ni una partícula
de evidencia.
La improbabilidad de que la antigua capital de Caldea
fuese el lugar de referencia puede explicar en gran medida el consentimiento
general que desde los tiempos más antiguos ha asignado una interpretación
simbólica o espiritual al nombre de Babilonia. Si la cuestión
fuera a ser decidida por la autoridad de grandes nombres, Roma sería
declarada sin duda la mística Babilonia designada así por
el apóstol. Pero esto envuelve la molesta pregunta de si Pedro visitó
jamás Roma, una discusión en la cual no podemos entrar aquí.
La historia del evangelio guarda completo silencio sobre el tema, y la
tradición, incuestionablemente muy antigua, del episcopado de Pedro
allí, y de su martirio bajo el reinado de Nerón, está
recargado con tanto que es ciertamente fabuloso, que nos sentimos justificados
al hacer todo ello a un lado como leyenda o como mito. Hay un argumento
a priori contra la probabilidad de la visita de Pedro a Roma, el cual sostenemos
como insalvable, en ausencia de cualquier argumento en contrario. Pedro
era el apóstol de la circuncisión; su misión
era a los judíos, su propia nación; no podemos concebir la
posibilidad de que él abandonara su esfera señalada de trabajo
y "entrara en los asuntos de otro hombre", y "edificara sobre fundamento
ajeno". Pablo estaba en Roma en los días de Nerón, y nada
puede ser más improbable que Pedro, el apóstol de la circuncisión,
y "sabiendo que dentro de poco debía abandonar su tabernáculo
terrenal", emprendiese viaje a Roma en su extrema vejez, sin ningún
llamado especial, y sin dejar rastro, en la historia de los Hechos de los
Apóstoles, de un suceso tan notable.
Pero, si Roma no es la Babilonia simbólica de la
referencia, y si la Babilonia literal es inadmisible, ¿cuál
otro lugar puede sugerirse con alguna probabilidad? ¿No hay ninguna
otra ciudad, aparte de Roma, que pudiera llamarse con la misma propiedad
la Babilonia mística? ¿Ninguna otra que no tenga aparejados
nombres simbólicos, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo?
Parece inexplicable que la misma ciudad con la cual la vida y los hechos
de Pedro están más asociados que con ninguna otra haya sido
completamente ignorada en esta discusión. ¿Por qué
no podría la ciudad llamada Sodoma y Gomorra ser llamada,
con la misma razón, Babilonia? Ahora bien, Jerusalén tiene
estos nombres místicos asociados con ella en las Escrituras, y ninguna
ciudad tenía más derecho a reclamar el carácter que
ellos implican. Sin duda, Jerusalén parece también haber
sido la residencia fija del apóstol; Jerusalén, pues, es
el lugar desde el cual podríamos esperar encontrarle escribiendo
y fechando sus epístolas dirigidas a las iglesias.
Cualquiera que sea la ciudad que el apóstol llama
Babilonia, debe haber sido la morada permanente de la persona o
la iglesia asociada con él mismo y con Marcos en la salutación.
Esto queda comprobado por la forma de las expresiones h en babulwni, lo
cual, como demuestra Steiger, significa "una morada fija por la
cual uno puede ser designado". Si decidimos que la referencia es a una
persona, se seguirá que Babilonia era el lugar del domicilio de
la persona, su morada fija, y esto, en el caso de la esposa de Pedro, sólo
podía ser Jerusalén. Hasta donde se puede deducir de la evidencia
documental del Nuevo Testamento, la historia apostólica muestra
claramente que Pedro residía habitualmente en Jerusalén.
No es nada menos que una falacia popular suponer que todos los apóstoles
eran evangelistas como Pablo, y que viajaban por países extranjeros
predicando el evangelio a todas las naciones. El profesor Burton ha mostrado
que "no fue sino catorce años después de la ascensión
de nuestro Señor que Pablo viajó por primera vez, y predicó
el evangelio a los gentiles. Ni hay evidencia alguna de que, durante este
período, los apóstoles traspasaron los confines de Judea".
Pero, lo que argumentamos es que la residencia habitual o permanente de
Pedro era Jerusalén. Esto se desprende de varias pruebas circunstanciales:
1. Cuando la iglesia de Jerusalén
se dispersó hacia el extranjero después de la persecución
que se desató en el tiempo del martirio de Esteban, Pedro y el resto de los apóstoles
permanecieron en Jerusalén. (Hechos 8:1).
2. Pedro estaba en Jerusalén cuando
Herodes Agripa I le aprehendió y le encarceló.
(Hechos 12:3).
3. Cuando Pablo, tres años después
de su conversión, sube a Jerusalén, su misión es
"ver
a Pedro"; y añade: "Permanecí con él quince días"
(Gál. 1:18). Esto implica que
la residencia habitual de Pedro era Jerusalén.
4. Catorce años después de
esta visita a Jerusalén, Pablo visita nuevamente aquella ciudad en
compañía de Bernabé y Tito; y en esta ocasión,
también encontramos a Pedro
allí. (Gál. 2:1-9). (50 d. C. - Conybeare y Howson).
5. Vale la pena notar que fue la presencia
en Antioquia de ciertas personas que vinieron de Jerusalén
lo que intimidó tanto a Pedro que le llevó a asumir una línea equivocada
de conducta y a incurrir en la censura de Pablo. (Gál. 2:11). ¿Por qué
debería intimidar a Pedro la presencia de judíos de Jerusalén? Presumiblemente
porque, a su regreso a Jerusalén, ellos le pedirían cuenta: dando a entender
que Jerusalén era su residencia habitual.
6. Si suponemos, lo que es más
probable, que Marcos, mencionado en esta salutación,
es Juan Marcos, hijo de la hermana de Bernabé, sabemos que él también
vivía en Jerusalén (Hechos 12:12).
7. A Silvano, o Silas, el escritor
o portador de esta epístola, lo conocemos como miembro prominente
de la iglesia de Jerusalén: "varón principal entre
los hermanos"
(Hechos 15:22-32).
Encontramos así que todas las personas nombradas
en la porción final de la epístola son residentes habituales
de Jerusalén.
Por último, inferimos, de una expresión
incidental en Hech. 4:17, que Pedro estaba en Jerusalén cuando escribió
esta epístola. Dice que es tiempo de que el juicio comience por
la "casa de Dios"; esto es, como hemos visto, el santuario, el templo;
y añade: "Si primero comienza por nosotros", etc. Ahora bien,
¿se habría expresado así si en el momento en que escribió
hubiese estado en Roma, o en Babilonia sobre el Éufrates, o en cualquier
otra ciudad que no fuese Jerusalén? Ciertamente parece de lo más
natural suponer que, si el juicio comienza por el santuario, y también
por nosotros, tanto el lugar como las personas deben estar juntos.
La visión de Ezequiel, que da el prototipo de la escena de juicio,
fija la localidad donde ha de comenzar la matanza, y parece muy probable
que la suerte venidera de la ciudad y el templo, así como las aflicciones
que habrían de sobrevenirles a los discípulos de Cristo,
estuviesen en la mente del apóstol. Wiesinger observa: "Apenas es
posible que la destrucción de Jerusalén hubiese pasado
cuando se escribieron estas palabras; de haber sido así, difícilmente
se habría dicho, o kairoz tou arxasqai". No; no era pasado, sino
que el principio del fin ya era presente; el juicio parece haber comenzado,
como el Señor dijo que ocurriría, con los discípulos;
y éste era el seguro preludio de la ira que venía sobre los
impíos "hasta lo máximo".
Pero puede objetarse: Si Pedro quiso decir Jerusalén,
¿por qué no lo dijo sin ambigüedades? Puede haber habido,
y sin duda había, razones prudenciales para esta reserva en el momento
en que Pedro produjo su escrito, como las había cuando Pablo escribió
a los tesalonicenses. Pero, probablemente, no había tal ambigüedad
para sus lectores, como las hay para nosotros. ¿Y si Jerusalén
ya era conocida y reconocida entre los creyentes cristianos como la Babilonia
mística? Suponiendo, como tenemos derecho a asumir, que Apocalipsis
ya le era familiar a las iglesias apostólicas, consideramos sumamente
probable que identificaran a la "gran ciudad", cuya caída se describe
en ese libro, "Babilonia la grande", como la misma cuya caída se
menciona en la profecía de nuestro Señor en el Monte de los
Olivos.
Esto, sin embargo, pertenece a otro tema, cuya discusión
tendrá lugar en el momento adecuado - la identidad de la Babilonia
del Apocalipsis. Baste por el momento haber presentado argumentos para
una causa probable, sobre bases completamente independientes, en favor
de que la Babilonia de la primera epístola de Pedro no es otra que
Jerusalén.
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