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LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo

JAMES STUART RUSSELL
(1816-1895)

Tomado de The Preterist Archive


APÉNDICE A LA PARTE II

NOTA C

Acerca del simbolismo de la profecía, con especial referencia
a las predicciones de la parusía



La más somera atención al lenguaje profético del Antiguo Testamento debe convencer a cualquier persona de mente sobria que no debe entenderlo al pie de la letra. Primero, los pronunciamientos de los profetas son poesía; segundo, son poesía oriental. Pueden llamarse grabados jeroglíficos que representan sucesos históricos por medio de imágenes altamente metafóricas. Es inevitable, pues, que la hipérbole, o lo que a nosotros nos parece hipérbole, entre mayormente en las descripciones de los profetas. Para la imaginación fría y prosaica de Occidente, el estilo encendido y vívido de los profetas de Oriente puede parecer ampuloso y extravagante; pero hay siempre un substrato de realidad que subyace a las figuras y a los símbolos, los cuales, mientras más se estudian, más se recomiendan al juicio del lector. Revoluciones sociales y políticas, cambios morales y espirituales, son prefigurados por convulsiones y catástrofes físicas; y si estos fenómenos naturales afectan la imaginación todavía más poderosamente, no son figuras inapropiadas cuando se capta la verdadera importancia de los acontecimientos que representan. La tierra convulsionada por terremotos, montañas ardiendo que son lanzadas al mar, estrellas que caen como hojas, los cielos incendiados, el sol cubierto de cilicio, la luna convertida en sangre, son imágenes de espantosa grandeza, pero no son necesariamente representaciones impropias de grandes conmociones civiles - el derrumbe de tronos y dinastías, las desolaciones de la guerra, la abolición de antiguos sistemas, y grandes revoluciones morales y espirituales. En profecía, como en poesía, lo material es considerado tipo de lo espiritual, y las pasiones y emociones de la humanidad encuentran expresión en señales y síntomas correspondientes en la creación inanimada. ¿Trae el profeta buenas nuevas? Llama a las montañas y a los collados a prorrumpir en canción, y a los árboles del bosque a batir palmas. ¿Es su mensaje de lamentación y de ay? Los cielos están de luto, y el sol se oscurece cuando se pone. Por muy ansioso que esté de apegarse a la sola letra de la palabra, nadie pensaría en insistir que tales metáforas deben interpretarse literalmente, ni que deben cumplirse literalmente. Lo más que tenemos derecho a pedir es que haya sucesos históricos que correspondan y estén a la altura de tales fenómenos; grandes movimientos morales y sociales capaces de producir emociones tales como parecen implicar estos fenómenos físicos.

Puede ser útil elegir algunos de los más notables de estos símbolos proféticos que se encuentran en el Antiguo Testamento, para que podamos observar las ocasiones en que se emplearon, y descubrir el sentido en el cual deben ser entendidos.

En Isaías 13, tenemos una predicción muy notable de la destrucción de la antigua Babilonia. Está concebida en el más alto estilo poético. Jehová de los ejércitos pasa revista a las tropas para la batalla; se oye estruendo de ruido de reinos, de naciones reunidas; se proclama que el día de Jehová está cerca; las estrellas de los cielos y sus luceros no darán su luz; el sol se oscurecerá al nacer, la luna no dará su resplandor; los cielos se estremecerán, y la tierra se moverá de su lugar. Se observará que todas estas imágenes, cuyo cumplimiento literal involucraría la destrucción de toda la creación material, se emplean para describir la destrucción de Babilonia por los medos.

Nuevamente, en Isaías 24, tenemos una predicción de juicios a punto de caer sobre la tierra de Israel; y entre otras representaciones de los ayes inminentes, encontramos las siguientes: "Las ventanas de los cielos están abiertas; se estremecen los fundamentos de la tierra; la tierra será enteramente vaciada, y completamente saqueada; la tierra se destruyó, cayó; la tierra se tambaleará como borracho, y será removida como choza de labrador; caerá y no se levantará más," etc. Todo esto simboliza la convulsión civil y social que estaba a punto de ocurrir en la tierra de Israel.

En Isaías 34, el profeta anuncia juicios contra los enemigos de Israel, en particular Edom, o Idumea. La imágenes que emplea son de la descripción más sublime y terrible: "Los montes se disolverán por la sangre de los cadáveres. Todo el ejército de los cielos se enrollará como un libro, y caerá todo su ejército, como se cae la hoja de la parra, y como se cae la de la higuera". "Sus arroyos se convertirán en brea, y su polvo en azufre, y su tierra en brea ardiente. No se apagará de noche ni de día, perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca jamás pasará nadie por ella".

No es necesario preguntar: ¿Se han cumplido estas predicciones? Sabemos que sí; y su cumplimiento permanece en la historia como un monumento perpetuo a la verdad de Apocalipsis. A Babilonia, Edom, Tiro, los opresores o enemigos del pueblo de Dios, se les ha hecho beber de la copa de la indignación de Dios. El Señor no ha dejado caer a tierra ninguna de las palabras de sus siervos los profetas. Pero nadie pretenderá decir que los símbolos y figuras que describían estos derrumbes se verificaron literalmente. Estos emblemas son el ropaje de la descripción, y se usan simplemente para aumentar el efecto y para dar vividez y grandeza a la escena.

De manera semejante, el profeta Ezequiel usa imágenes de un tipo muy similar al predecir las calamidades que vendrían sobre Egipto: "Y cuando te haya extinguido, cubriré los cielos, y haré entenebrecer sus estrellas; el sol cubriré con nublado, y la luna no hará resplandecer su luz. Haré entenebrecer todos los astros brillantes del cielo por tí, dice Jehová el Señor" (Eze. 32:7,8).

De forma parecida, los profetas Miqueas, Nahum, Joel, y Habacuc describen la presencia y la intervención del Altísimo en los asuntos de las naciones, presencia e intervención que están acompañadas por estupendos fenómenos naturales: "Porque he aquí, Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra. Y se derretirán los montes debajo de él, y los valles se hendirán como la cera delante del fuego, como las aguas que corren por un precipicio" (Miqueas 1:3,4).

"Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies. Él amenaza al mar, y lo hace secar, y agosta todos los ríos. Los montes tiemblan delante de él, y los collados se derriten; la tierra se conmueve a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. Su ira se derrama como fuego, y por él se hienden las peñas" (Nahum 1:3-6).

Estos ejemplos pueden bastar para mostrar lo que en realidad es evidente, que en lenguaje profético se emplean los más sublimes y terribles fénomenos naturales para representar convulsiones y revoluciones nacionales y sociales. Las imágenes, que si se cumplieran darían como resultado la total disolución de la estructura del globo terráqueo y la destrucción del universo material, en realidad no pueden significar otra cosa que la caída de una dinastía, la toma de una ciudad, o el colapso de una nación.

El siguiente es el punto de vista de Sir Isaac Newton sobre este tema, posición que es substancialmente justa, aunque quizás llevada un poco demasiado lejos al suponer que hay, de hecho, un equivalente para cada figura empleada en la profecía:

"El lenguaje figurado de los profetas está tomado de la analogía entre el mundo natural y un imperio considerado como potencia mundial. En consecuencia, el mundo natural, que consiste del cielo y la tierra, significa todo el mundo político, que consiste de tronos y pueblos, o tanto de él como se considere en la profecía; y las cosas en ese mundo significan cosas análogas en éste. Porque los cielos y las cosas que en ellos hay significa tronos y dignatarios, y los que disfrutan de ellos; y la tierra, con las cosas que en ella hay, el pueblo inferior; y las partes más bajas de la tierra, llamadas Hades o infierno, la parte más baja y miserable de ellas. Grandes terremotos, y el temblor del cielo y la tierra, representan el templor de reinos, para confundirlos y derribarlos; la creación de un cielo nuevo y una nueva tierra, la desaparición de los antiguos; el comienzo y el fin del mundo significan el surgimiento y la ruina del cuerpo político de que se trate. El sol significa toda la especie y la raza de hombres en los reinos del mundo político; la luna significa el cuerpo de la gente común, considerada como la esposa del rey; las estrellas, los príncipes y grandes hombres subordinados; o los obispos y gobernantes del pueblo de Dios, cuando el sol es Cristo. La puesta del sol, la luna, y las estrellas; el oscurecimiento del sol, la luna convirtiéndose en sangre, y la caída de las estrellas, el cese de un reino".

Como adición, sólo citaremos las excelentes observaciones de un sabio expositor, el Dr. John Brown, de Edinburgo:

"Entendido literalmente, 'pasarán el cielo y la tierra' es la disolución del actual sistema del universo; y el período en que esto debe tener lugar es llamado 'el fin del mundo'. Pero una persona bien familiarizada con la fraseología de las Escrituras del Antiguo Testamento sabe que la disolución de la economía mosaica y el establecimiento de la cristiana se describen a menudo como la desaparición de la antigua tierra y los antiguos cielos, y la creación de una nueva tierra y un nuevo cielo. 'Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento'. 'Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre' (Isa. 65:17; 66:22)'. Del período de la terminación de una dispensación y el comienzo de la otra se dice que son 'los últimos días', y 'el fin del mundo', y se describen como un temblor tal de los cielos y la tierra que conduciría a la eliminación de las cosas que habían temblado (Hag. 2:6; Heb. 14:26,27)".
Parece, pues, que si la Escritura es la mejor intérprete de la Escritura, tenemos en el Antiguo Testamento una clave para la interpretación de las profecías en el Nuevo. El mismo simbolismo se encuentra en ambos, y las imágenes de Isaías, Ezequiel, y los otros profetas nos ayudan a entender las imágenes de Mateo, Pedro, y Juan. Así como la disolución del mundo material no es necesaria para el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, tampoco es necesaria para el cumplimiento de las predicciones del Nuevo Testamento. Pero, aunque los símbolos son expresiones metafóricas, no carecen de significado. No es necesario alegorizarlos y encontrar un equivalente correspondiente en cada tropo; es suficiente considerar las imágenes como recursos empleados para aumentar lo sublime de la predicción y para hacerla impresionante y grandiosa. Al mismo tiempo, hay una propiedad verdadera y una realidad subyacente en los símbolos de la profecía. Los hechos morales y espirituales que representan, los cambios sociales y ecuménicos que tipifican, no podían ser presentados adecuadamente por medio de un lenguaje menos majestuoso y menos sublime. Hay razón para creer que una inadecuada comprensión  de la verdadera grandeza e importancia de sucesos tales como la destrucción de Jerusalén y la abrogación de la economía judía es la base del sistema de interpretación que sostiene que nada que responda a los símbolos del Nuevo Testamento ha tenido lugar jamás. De aquí las invenciones, no críticas y no bíblicas, de los dobles significados, y los cumplimientos dobles, triples, y múltiples de la profecía. No estamos preparados para negar que conmociones físicas de la naturaleza y extraordinarios fenómenos en los cielos y la tierra pueden haber acompañado los estertores finales de la dispensación judía. Nos parece muy probable que tales cosas sucedieron. Pero el cumplimiento literal de los símbolos no es esencial para la verificación de la profecía, la cual los hechos registrados de la historia han demostrado en abundancia que es verdadera.

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