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LA PARUSÍA
o
La Segunda Venida de Nuestro Señor

James Stuart Russell
(1816-1895)

Tomado de The Berean Bible Church



EXAMEN DE LA PROFECÍA DEL

MONTE DE LOS OLIVOS

II. Respuesta de Nuestro Señor a los discípulos (continuación):

     (i) La parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos como para los
         enemigos de Cristo (Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes
         insensatas)
    (k) La parusía, un tiempo de juicio (Parábola de los talentos)
    (l)  La parusía, un tiempo de juicio (Parábola de las ovejas y los cabritos)


(i) La parusía, un tiempo de juicio tanto para los amigos
como para los enemigos de Cristo

Parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes insensatas

 
 

Mateo 25:1-13. "Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte también a nosotros y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Más él, respondiendo, dijo: De cierto os digo que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir".

Casi todos los expositores suponen que ahora Jerusalén e Israel desaparecen enteramente de la escena, y que nuestro Señor se refiere exclusivamente a la consumación final de todas las cosas y al juicio de la raza humana. Esta supuesta transición se le facilita al lector de habla inglesa por medio de un nuevo capítulo que comienza en este punto.

Pero, ¿ha abandonado realmente nuestro Señor el tema con el cual Él y sus discípulos han estado ocupados hasta ahora? ¿Ha pasado del tiempo cercano e inminente a una lejana y distante, separada de su propio tiempo por cientos y miles de años? Si fuese así, seguramente podríamos esperar alguna indicación muy clara del cambio de tema. Pero no hay absolutamente ninguna. Por el contrario, la suposición de que un nuevo tema es introducido por esta parábola queda completamente impedida por los términos expresos con los cuales la parábola comienza y termina. Comienza con una nota de tiempo muy explícita: "Tote", entonces, en aquel tiempo. No hay absolutamente ningún hiato entre el final del capítulo 24 y el comienzo del capítulo 25. El eslabón "entonces" lleva adelante el discurso, y entreteje en él una estrecha conexión con relación al tema, el tiempo, y las personas a las cuales se dirigió. Esto queda confirmado, además, por el hecho de que la moraleja de la parábola de las diez vírgenes es precisamente la misma que la del señor de la casa en el capítulo anterior, es decir, la necesidad de vigilar. Las palabras finales: "Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora", tan evidentemente dirigidas a los discípulos, son las mismas que nuestro Señor ya ha pronunciado en el capítulo 24:42; de modo que en ambos pasajes debe ser al mismo suceso.

No entra en nuestros propósitos hacer una exposición detallada de esta parábola. Hay teólogos que encuentran un misterio en cada palabra; en el número diez, en la virginidad, en las lámparas, en el aceite, etc. (Véase Lange in loc.) Como observa Calvino sarcásticamente: "Multum se torquent quidam, in lucernis, in vasis, in oleo". Baste notar aquí la gran lección de la parábola. Es la necesidad de estar preparados constantemente y estar vigilantes, esperando el súbito y pronto regreso del Hijo del hombre. El no estar vigilantes y no estar preparados conllevaría al castigo que recayó sobre las vírgenes insensatas, es decir, la exclusión de la cena de bodas del Cordero.

Encontramos, pues, en esta parábola una conexión orgánica con todo el discurso anterior de nuestro Señor. Todavía es el gran tema del cual está hablando - la consumación que habría de tener lugar dentro de los límites de la generación que existía - y en relación con la cual los discípulos expresaban una ansiedad tan natural.

(k) La parusía, un tiempo de juicio

Parábola de los talentos


Mateo 25:14-30: "Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus sievos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel; sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré,  y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes".

En esta parábola encontramos una evidente continuación del mismo tema, aunque presentado en un aspecto algo diferente. La moraleja de la parábola precedente era vigilancia; la de la ésta es diligencia. Difícilmente puede decirse que en esta parábola se ha introducido  un nuevo elemento, porque la representación de la venida de Cristo como un tiempo de juicio corre a través de todo el discurso profético de nuestro Señor. Es este hecho lo que da propósito y urgencia al llamado, a menudo reiterado, a ser vigilantes. No sólo habría de ser un tiempo de juicio para Jerusalén e Israel, sino hasta para los discípulos mismos de Cristo. También ellos tenían que "estar de pie delante del Hijo del hombre". Había peligro de que "aquel día" viniera sobre ellos sin que estuvieran preparados y estando descuidados. Esta asociación de juicio con la parusía aparece en la parábola del señor de la casa, y todavía más en la de los siervos buenos y malos. Queda expresada aún más vívidamente en la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes insensatas, y tiene todavía mayor prominencia en la parábola de los talentos; pero alcanza el clímax en la parábola final, si puede decirse, de las ovejas y los carneros.

No es necesario entrar en los detalles de la parábola de los talentos. Sus principales características son sencillas y obvias. Contiene una solemne amonestación para que los siervos de Cristo sean fieles y diligentes en ausencia de su Señor. La parábola apunta a un día en que Él regresaría y haría cuentas con ellos. Establece la abundante recompensa de los buenos y los fieles, y el castigo del siervo infiel.

Sin embargo, el punto que nos concierne principalmente en esta investigación es la relación de esta parábola con el discurso precedente. ¿Qué puede ser más claro que la íntima conexión entre la una y la otra? La partícula conectiva "porque" en el versículo 14 marca claramente la continuación del discurso. El tema es el mismo, el tiempo es el mismo, la catástrofe es la misma. Hasta este punto, pues, no encontramos ninguna interrupción, ningún cambio, ninguna introducción a un tema diferente; todo es continuo, homogéneo, uno. Ni por un momento se ha desviado el discurso del gran tema que todo lo absorbe, la cercana condenación de la ciudad culpable, con los solemnes acontecimientos que la acompañan, todo lo cual debe tener lugar dentro del período de aquella generación, y todo lo cual presenciarían los discípulos, o algunos de ellos.

(l) La parusía, un tiempo de juicio

Parábola de las ovejas y los cabritos


Mateo 25:31-46 - "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.

"Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.

"Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos má pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna".

Hasta este punto, hemos encontrado que el discurso de Jesús sobre el Monte de los Olivos es una profecía conectada y continua, que se refiere únicamente a la gran catástrofe que se cernía sobre la nación judía, y que habría de tener lugar, según la predicción de nuestro Señor, antes de que pasara la generación que existía. Ahora, sin embargo, encontramos un pasaje que, en opinión de casi todos los comentaristas, no puede entenderse como que se refiere a Jerusalén o Israel, sino a toda la raza humana y a la consumación de todas las cosas. Si el consenso de los expositores puede establecer una interpretación, sin duda este pasaje debe ser considerado como que se aparta por completo del tema de las preguntas de los discípulos, y describe la última escena de todas en la historia del mundo.

Puede admitirse libremente que esta parábola, o descripción parabólica, tiene muchos puntos de diferencia con la porción precedente del discurso de nuestro Señor. Parece estar separada y ser distinta del resto, sin los enlaces que hemos encontrado en otras secciones. Aún más, parece tener un alcance mayor que Jerusalén e Israel; parece el juicio, no de una nación, sino de todas las naciones; no de una ciudad o un país, sino del mundo; no una crisis pasajera, sino la consumación final.

Es, pues, con un profundo sentido de la dificultad de la tarea que nos atrevemos a impugnar la interpretación de tantos hombres sabios y buenos, y argumentar que el pasaje, no sólo es parte integral de la profecía, sino que pertenece por entero al tema del discurso de nuestro Señor, el juicio de Israel y el fin de la era [judía].

1. Esta parábola, aunque en nuestra versión inglesa está separada y desconectada del contexto, está en realidad conectada con ,i un enlace muy suficiente con lo que aparece antes. Este es un vocablo padre en griego, donde encontramos la partícula (griego), cuya fuerza reside en indicar transición y conexión -- transición hacia una nueva ilustración, y conexión con el contexto anterior. Alford, en su Nuevo Testamento revisado, conserva la partícula de continuidad: "Pero el Hijo del hombre habrá venido en su gloria", etc. Con igual propiedad, podría haber sido traducida -- "Y cuando", etc.

2. Esta "venida del Hijo del hombre" ya ha sido predicha por nuestro Señor (Mat. 24:30 y pasajes paralelos), y el tiempo expresamente definido, siendo incluido en la abarcante declaración: "De cierto os digo: No pasará esta generación, sin que todo esto acontezca" (Mat. 24:34).

3. Merece observarse en particular que la descripción de la venida del Hijo del hombre en su gloria, que se hace en esta parábola, se ajusta en todos los puntos a la de Mat. 16:27,28, de la cual se afirma expresamente que sería presenciada por algunos que estaban presentes en el momento en que la predicción se hizo.

Puede ser bueno comparar las dos descripciones.
 
   

Mat.16:27,28

"Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según sus obras.

"De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino".

Mat. 25:31-33

"Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones", etc. 

Aquí el lector notará que:

a) En ambos pasajes, el tema al que se refieren es el mismo, es decir, la venida del Hijo del hombre - la parusía.

b) En ambos pasajes, Él es descrito como viniendo en gloria.

c) En ambos, es acompañado por los santos ángeles.

d) En ambos, viene como Rey. "Viniendo en su reino". "Se sentará en su trono. Entonces el Rey", etc.

e) En ambos, viene para juicio.

f) En ambos, el juicio es representado como universal en cierto sentido. "Dará a cada uno" "Delante serán reunidas todas las naciones".

g) En Mateo 16:28, se afirma expresamente que esta venida en gloria, etc., habría de tener lugar durante la vida de algunos de los que estaban allí presentes. Esto fija la ocurrencia de la parusía dentro de los límites de una vida humana, estando así en perfecto acuerdo con el período definido por nuestro Señor en su discurso profético. "No pasará esta generación", etc.

Nos sentimos plenamente autorizados, pues, para considerar la venida del Hijo del hombre de Mat. 25 como idéntica a aquella a la que se hace referencia en Mat. 16, que algunos discípulos habrían de vivir para presenciar.

Así, pues, a pesar de las palabras "todas las naciones" de Mat. 25:32,  llegamos a la conclusión de que de lo que se habla aquí no es "la consumación final de todas las cosas", sino del juicio de Israel al final de la era judía, o del eón judío.

4. Pero todavía se objetará que queda una formidable dificultad en la expresión "todas las naciones". Sin embargo, la dificultad es más aparente que real; porque

1) No es nada raro encontrar en las Escrituras proposiciones universales que deben entenderse en un sentido limitado o restringido.

Hay un ejemplo de esto en este mismo discurso de nuestro Señor. En Mat. 24:22, hablando de la "gran tribulación", Él dice: "Y si aquellos días no fuesen acortados, nadie sería salvo". Ahora, es evidente que esta "gran tribulación" estaba limitada a Jerusalén, o, en todo caso, a Judea, y sin embargo, tenemos una expresión usada en relación con los habitantes de una ciudad o país, que es lo bastante amplia para incluir a la raza humana entera, en el sentido en que Lange y Alford en realidad la entienden.

2) Hay gran probabilidad en la opinión de que la frase "todas las naciones" equivale a "todas las tribus de la tierra" (Mat. 24:30). No hay ninguna impropiedad en designar a las tribus como naciones. La promesa de Dios a Abraham era que sería padre de muchas naciones (Gén. 17:5; Rom. 4:17, 18).

En el tiempo de nuestro Señor, era usual hablar de los habitantes de Palestina como que comprendían varias naciones. Josefo habla de "la nación de los samaritanos", "la nación de los bataneos", "la nación de los galileos" - usando la misma palabra (e;tnoj) que encontramos en el pasaje que estamos considerando. Judea era una nación distinta, a menudo con su propio rey; lo mismo ocurría con Samaria, Idumea, Galilea, Perea, Batanea, Traconitis, Iturea, Abilene -- todas las cuales, en diferentes épocas, tuvieron príncipes con el título de Etnarca, un nombre que significa gobernante de una nación. No es, pues, violentar el lenguaje entender (pa,nta ta.e;nh) en el sentido de que se refiere a "todas las naciones" de Palestina, o "todas las tribus de la tierra".

Esta posición recibe fuerte confirmación del hecho de que la misma frase en la comisión apostólica (Mat. 28:19): "Id y haced discípulos a todas las naciones" no parece haber sido entendida por los discípulos en el sentido de que se refería a la población entera del globo, o a alguna nación más allá de Palestina. Se supone comúnmente que los apóstoles sabían que habían recibido la tarea de evangelizar al mundo. Si efectivamente lo sabían, eran culpables de haber descuidado el ocuparse de ello. Pero puede suponerse que las palabras de nuestro Señor no transmitieron ninguna idea como ésta a sus mentes. El erudito profesor Burton observa: "No fue sino hasta 14 años después de la ascensión de nuestro Señor cuando Pablo viajó por primera vez, y predicó el evangelio a los gentiles. Y no hay ninguna evidencia de que, durante ese período, los otros apóstoles traspasaron los límites de Judea". (1)

El hecho parece ser que el lenguaje de la comisión apostólica no llevó a las mentes de los apóstoles ninguna idea ecuménica de esta clase. Nada les dejó más atónitos que el descubrimiento de que "también a los gentiles había dado Dios arrepentimiento para vida" (Hechos 11:18). Cuando Pedro fue acusado de "reunirse con incircuncisos y comer con ellos", no parece que él defendiese su conducta apelando a los términos de la comisión apostólica. Si la frase "todas las naciones" hubiese sido entendida por los discípulos en su sentido literal y más abarcante, es difícil imaginar cómo habrían dejado de reconocer una vez el carácter universal del evangelio y su comisión de predicarlo a judíos y gentiles por igual. Se necesitó una clara revelación del cielo para vencer los prejuicios judíos de los apóstoles, y darles a conocer el misterio de "que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio" (Efesios 3:6).

En vista de estas consideraciones, tenemos por razonable y justificable dar a la frase "todas las naciones" un significado restringido, y limitarla a las naciones de Palestina. En este sentido, la frase armoniza bien con las palabras de nuestro Señor: "No acabaréis de recorrer todas las ciudades de Israel, antes de que venga el Hijo del Hombre" (Mat. 10:23).

5. Una vez más, a la peculiar prueba de carácter aplicada por el juez en esta descripción parabólica se opone fuertemente la idea de que esta escena representa el juicio final de la raza humana entera. Se observará que el destino de los justos y los impíos se hace girar alrededor del tratamiento que respectivamente ofrecieron a los sufrientes discípulos de Cristo. Todas las cualidades morales, toda conducta virtuosa, toda fe verdadera, quedan aparentemente fuera de las cuentas, y sólo se toman en cuenta los actos de caridad y beneficencia hacia los angustiados discípulos. No es de sorprenderse que esta circunstancia haya causado gran perplejidad tanto a teólogos como a lectores en general. ¿Es ésta la doctrina de Pablo? ¿Es ésta la base para la justificación delante de Dios que se establece en el Nuevo Testamento? ¿Debemos llegar a la conclusión de que el destino eterno de la raza humana, desde Adán hasta el último hombre, dependerá finalmente de su caridad y su simpatía hacia los perseguidos y sufrientes discípulos de Cristo?

La dificultad es seria, en la suposición de aquí tenemos una descripción del "juicio general en el día final", y no debería ser pasada por alto, como comúnmente lo es. ¿Cómo podrían las naciones que existieron antes del tiempo de Cristo ser enjuiciadas por este modelo? ¿Cómo podrían las naciones que nunca oyeron hablar de Cristo, o las que florecieron en las épocas en que el cristianismo era próspero y poderoso, ser enjuiciadas por este modelo? Es manifiestamente inapropiado e inaplicable. Pero la dificultad se resuelve fácil y completamente si consideramos esta transacción judicial como el juicio de Israel al final de la era judía. Es el rechazado Rey de Israel el que es el juez: es la generación hostil e incrédula, la última y la peor de la nación, a la que se hace comparecer ante Su tribunal. El tratamiento que le dieron a los discípulos, especialmente a los apóstoles, podría, apropiada y justamente, ser el criterio de carácter para "discernir entre los justos y los impíos". Una prueba como ésta sería muy apropiada en una época en que el cristianismo fue una fe perseguida, y es evidente que esto se supone por los términos mismos de las palabras del Rey: "Tuve hambre y sed, fui extranjero, estuve desnudo, enfermo, y en prisión". Las personas designadas como "estos mis hermanos", y que son tomados como representantes de Cristo mismo, son evidentemente los apóstoles de nuestro Señor, en los cuales tuvo hambre y sed, estuvo desnudo, enfermo y en prisión. Todo esto está en perfecta armonía con las palabras de Cristo a sus discípulos, cuando les envió a predicar: "El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa" (Mat. 10:40-42).

Llegamos, pues, a la conclusión, la única que en todos los respectos se ajusta al tenor del discurso entero, de que aquí tenemos, no el juicio final de la raza humana entera, sino el de la nación culpable o las naciones culpables de Palestina, que rechazaron a su Rey y menospreciaron y mataron a sus mensajeros (Mat. 22:1-14), y cuyo día de condena estaba ahora a las puertas.

Siendo esto así, se ve que la profecía entera del Monte de los Olivos es un todo homogéneo y conectado: "simplex duntaxat et unum". Ya no es una mezcla confusa e ininteligible, que frustra toda interpretación, que parece hablar con dos voces, y que señala en diferentes direcciones al mismo tiempo. Es una representación clara, consecutiva, e históricamente correcta del juicio de la nación teocrática al final de la era judía o del período judío. La teoría de interpretación que considera este discurso como típico del juicio final de la raza humana, y de una catástrofe mundial que acompaña este suceso, en realidad no encuentra ningún apoyo en la predicción misma, al tiempo que conlleva inextricable perplejidad y confusión. Si, por una parte, pudiera demostrarse que la profecía, como un todo, es aplicable igualmente en cada una de sus partes a dos acontecimientos diferentes y ampliamente separados; o, por la otra, que en cierto punto se separa de un tema, y trata del otro, entonces el doble sentido, o la referencia doble, se sostendría sobre alguna base inteligible. Pero no encontramos ninguna línea divisoria en la profecía entre lo cercano y lo remoto, y todos los intentos de trazar dicha línea son insatisfactorios y arbitrarios hasta el extremo. Aún más insostenible es la hipótesis de un doble significado que corre a través del todo; una hipótesis que supone una "facultad verificadora" en el expositor o en el lector, y da  un poder de discreción tan grande al crítico ingenioso que parece completamente incompatible con la reverencia debida a la Palabra de Dios.

La perplejidad que la teoría del doble sentido involucra es puesta bajo una fuerte luz por la confesión de Dean Alford, quien, al final de sus comentarios sobre esta profecía, expresa honestamente su insatisfacción con los puntos de vista que había propuesto. "Creo que es correcto", dice, "expresar en esta tercera edición que, habiendo entrado en un estudio más profundo de las porciones proféticas del Nuevo Testamento, no siento en modo alguno la plena confianza que una vez tuve en la exégesis, quoad interpretación profética, que aquí se da de las tres porciones de este capítulo 25. Pero no tengo ningún otro sistema con el cual reemplazarla, y algunos de los puntos tratados aquí me parecen tan de peso como siempre. Me pregunto mucho si el estudio exhaustivo de la profecía de la Escritura me volverá más y más desconfiado de toda sistematización humana, y menos dispuesto a correr el riesgo de hacer un fuerte aserto sobre cualquier porción del tema". (Julio de 1855). En la cuarta edición, Alford añade: "Aprobado, Octubre de 1858)". Esta es una sinceridad altamente honorable para el crítico, pero sugiere esta reflexión: Si, con toda la luz y la experiencia de dieciocho siglos, la profecía del Monte de los Olivos todavía continúa siendo un enigma sin resolver, ¿cómo podría haber sido inteligible para los discípulos, que la escucharon ansiosamente de los labios del Maestro? ¿Podemos suponer que, en ese momento, él les hablaría en acertijos ininteligibles? ¿Que cuando le pidieran pan les daría una piedra? Imposible. No hay razón para creer que los discípulos eran incapaces de comprender las palabras de Jesús, y, si estas palabras han sido malinterpretadas en tiempos posteriores, es porque un método de interpretación falso y antinatural ha oscurecido y desfigurado lo que en sí mismo es bastante luminoso y simple. Es cosa de sorprenderse que los expositores hayan demostrado tal indiferencia hacia las expresas limitaciones de tiempo establecidas por nuestro Señor; que se les haya dado significados forzados y antinaturales a palabras como ai,w n genea.ente,j, etc.; que se hayan trazado líneas divisorias en el discurso donde no existe ninguna - y en general, que se haya sometido a la profecía a un tratamiento que no sería tolerado en la crítica de ningún clásico griego o latino. Permítase solamente que el lenguaje de la Escritura sea tratado con justicia común, e interpretado por los principios de la gramática y el sentido común, y quedará eliminada gran parte de la oscuridad y de los malentendidos, y saldrá a la luz la forma y la substancia mismas de la verdad. (2).

Antes de pasar adelante de esta profecía profundamente interesante, puede ser apropiado referirnos al cumplimiento maravillosamente minucioso que recibió, según un testigo irreprochable, el historiador judío Josefo. Es un hecho de singular interés e importancia que se conservara para la posteridad un registro completo y auténtico de los tiempos y las transacciones a las que se hace referencia en la profecía de nuestro Señor; y que este registro fuera de la pluma de un estadista, soldado, sacerdote, y hombre de letras judío, que no sólo tiene acceso a las mejores fuentes de información, sino que él mismo es testigo presencial de muchos de los acontecimientos que relata. Da peso adicional a este testimonio el hecho de que no procede de un cristiano, que podría haber sido sospechoso de partidismo, sino de un judío, que era indiferente, si no hostil, a la causa de Jesús.

Tan llamativa es la coincidencia entre la profecía y la historia, que la antigua objeción de Porfirio contra el libro de Daniel, de que debe haber sido escrito después del acontecimiento, podría refutarse plausiblemente, si hubiese el más ligero pretexto para tal insinuación.

Aunque el pueblo judío siempre se sintió intranquilo y molesto bajo el yugo de Roma, no había síntomas urgentes de desafecto en el tiempo en que nuestro Señor hizo esta profecía de la cercana destrucción del templo, la ciudad, y la nación. Las clases más altas abundaban en manifestaciones de lealtad al gobierno imperial. "¡No tenemos más rey que César!", exclamaron. Era política de Roma conceder a las provincias subyugadas el libre ejercicio de su propia religión. No había, pues, ninguna razón aparente para que el nuevo y espléndido templo de Jerusalén no permaneciera en pie por siglos, y para que Judea no disfrutara de mayor tranquilidad y prosperidad bajo la égida de César que la que había conocido bajo los príncipes nativos. Pero, antes de que hubiese pasado por completo la generación que rechazó y crucificó al Hijo de David, la nacionalidad judía fue extinguida: Jerusalén se convirtió en desolación; "la casa santa y hermosa"sobre el monte de Sión fue arrasada hasta el suelo; y el pueblo infeliz, que no conoció el tiempo de su visitación, fue abrumado por calamidades sin paralelo en los anales del mundo.

Todo esto es innegable; pero sería demasiado esperar que esto fuese considerado como cumplimiento adecuado de las palabras de nuestro Salvador por muchos a los cuales el prejuicio o las interpretaciones tradicionales les han enseñado a ver más en la profecía de lo que jamás incluyó la inspiración. El lenguaje, se dice, es demasiado magnífico, las transacciones demasiado estupendas para ser satisfechas por un suceso tan inadecuado como el juicio de Israel y la destrucción de Jerusalén. Ya hemos tratado se señalar el verdadero significado y la verdadera grandeza de ese acontecimiento. Pero la única respuesta suficiente a todas esas objeciones es la expresa declaración de nuestro Señor, que cubre el ámbito entero de este discurso profético. "De cierto os digo, que no pasará esta generación sin que todo esto acontezca". Sin duda, hay algunas porciones de esta predicción que pueden ser verificadas por el testimonio humano. ¿Espera alguien que Tácito, Suetonio, o Josefo, o cualquier otro historiador, relate que "el Hijo del hombre fue visto viniendo en las nubes del cielo con poder y gran gloria; que Él convocó a las naciones a este tribunal, y recompensó a cada uno según sus obras"? Hay una región en la cual no pueden entrar los testigos y los reporteros; carne y sangre no pueden contemplar los misterios de lo espiritual o lo inmaterial. Pero hay también una gran porción de la profecía que puede ser verificada, y que puede ser ampliamente verificada. Hasta un atacante del cristianismo, que impugna el conocimiento sobrenatural de Cristo, se ve obligado a admitir que "la porción relativa a la destrucción de la ciudad es singularmente definida, y corresponde muy de cerca al acontecimiento verdadero". (4) El puntual cumplimiento de la parte de la profecía que entra en el campo de la observación humana garantiza la verdad del resto, que no cae dentro de esa esfera. En la secuela de esta discusión, descubriremos que los sucesos que ahora parecen increíbles a muchos eran la  confiada expectación y la esperanza de la era apostólica, y que los primeros cristianos estaban plenamente persuadidos de su realidad y su cercanía. Quedamos, pues, en este dilema: O las palabras de Jesús han fallado, y las esperanzas de sus discípulos han sido falsificadas, o de lo contrario esas palabras y esas esperanzas se han cumplido, y la profecía se ha cumplido plenamente en todas sus partes. Una cosa es cierta. La veracidad de nuestro Señor queda comprometida con la afirmación de que la totalidad y cada una de las partes de los acontecimientos contenidos en esta profecía habrían de tener lugar antes del fin de la generación existente. Si algún lenguaje puede reclamar para sí el ser preciso y definido, es el que nuestro Señor emplea para marcar los límites del tiempo dentro del cual se cumplirían sus palabras. Nuestro Señor guarda silencio sobre cualesquiera otras catástrofes, de otras naciones, en otras épocas, que puedan haber en el futuro. Él habla de su propia nación culpable, y de su venida judicial al final de la era, como habían predicho a menudo y claramente Malaquías, Juan el Bautista, y Jesús mismo. (5) De esto sus palabras han de ser tenidas por responsables; más allá de esto es mera especulación humana, las hipótesis de los teólogos, sin ninguna base segura en la Escritura.

Hemos, pues, tratado de rescatar esta gran profecía del método impreciso y nada crítico de interpretación por medio del cual ha sido tan oscurecida y embrollada; así que dejemos que nos transmita a nosotros el mismo significado distinto y claro que transmitió a los discípulos. Reverencia hacia la Palabra de Dios, y la debida consideración por los principios de interpretación, nos prohiben imponer construcciones no naturales y dobles sentidos, que en efecto "añadirían a las palabras de esta profecía". No nos atrevemos a jugar irresponsablemente con las expresas y precisas afirmaciones de Cristo. No encontramos sino una parusía; un fin de la era; una catástrofe inminente; un terminus ad quem - "esta generación". Proteestamos contra la exégesis que manipula la Palabra de Dios tan libremente que se recomienda a sí misma a los ojos de muchos. "El Señor", se dice, "siempre está viniendo a los que esperan su aparición. Vemos su venida a gran escala en cada crisis de la gran historia humana. En revoluciones, en reformas, y en las crisis de nuestra historia individual. Para cada uno de nosotros, hay un advenimiento del Señor, tan a menudo como se nos presentan nuevos y mayores aspectos de la verdad, o somos llamados a entrar en deberes nuevos y quizás más laboriosos y emocionantes". (6) De esta manera, podría ser más difícil decir lo que no es una "venida del Señor". Pero, al convertirla en cualquier cosa y en todas las cosas, la convertimos en nada. Está vacía de toda precisión y realidad. No hay razón para que la encarnación, la crucifixión, y la resurrección no puedan, de manera similar, llegar a ser transacciones comunes y diarias, así como la parusía. Una cosa es decir que los principios del gobierno divino son eternos e inmutables, y que, por lo tanto, lo que Dios hace a un pueblo, o a una época, hará en circunstancias similares a otras naciones y a otras épocas; otra cosa es decir que esta profecía tiene dos significados: uno para Jerusalén e Israel, y otro para el mundo y la consumación final de todas las cosas. Sostenemos, con Neander, que "las palabras de Cristo, como sus obras, contienen en sí mismas el germen de un desarrollo infinito, reservado para que lo revelen las edades futuras". (7) Pero esto no implica que la profecía es cualquier cosa que pueda concebir una fantasía ingeniosa, o que tenga sentidos ocultos o ulteriores que subyacen el significado aparente y natural del lenguaje. El deber del intérprete y estudiante de la Escritura es, no intentar lo que la Escritura pueda hacérsele decir, sino someter su comprensión de "los verdaderos dichos de Dios", que son por lo general tan sencillos como profundos. (8)


Notas:

1. Bampton Lecture, del Profesor Burton, p. 20.

2. El siguiente extracto ha sido tomado de un excelente artículo en el primer tomo de la Biblioteca Sacra (1843), por el Dr. E. Robinson, titulado "La Venida de Cristo". Hasta el ver. 42 del cap. 24 de Mateo, el Dr. Robinson sostiene la exclusiva referencia de la predicción a Jerusalén, y por esta razón menciona las interpretaciones que se refieren a ella como el "fin del mundo:"

"Ahora surge la pregunta de si, bajo estas limitaciones de tiempo, es posible una referencia del lenguaje de nuestro Señor al día del juicio y al fin del mundo en nuestro sentido de estos términos. Los que sostienen este punto de vista intentan de varias maneras deshacerse de las dificultades que surgen de estas limitaciones. Algunos asignan a (e.nqe,nj) el significado de súbitamente, como lo emplea la Sepuaginta en Job ver. 3 para el hebreo. Pero, aún en este pasaje, el propósito del escritor es simplemente marcar una secuencia inmediata - indicar que otro suceso más consecuente ocurre en seguida. Ni se ganaría nada aunque se pudiera disponer de la palabra (nqe,wj), con tal de que permaneciera la subsiguiente limitación a "esta generación". Y en esto también otros han tratado de referir genea a la raza de los judíos, o a los discípulos de Cristo, no sólo sin el más ligero fundamento, sino contrariamente a todo uso y a toda analogía. Todos estos intentos de aplicar la fuerza al significado del lenguaje son en vano, y ahora han sido abandonados por la mayoría de los comentaristas de nota".

Después de una exposición tan luminosa, es decepcionante descubrir que el Dr. Robinson deja de llevar consistentemente hasta el fin los principios con los cuales comenzó. Desconcertado por la conclusión anticipada de que "el juicio final" y "el fin del mundo" se encuentran en alguna parte de la profecía, e incapaz de ver dónde termina el tema de Jerusalén y dónde comienza el otro y mayor tema de la catástrofe mundial, adopta el siguiente método. Comenzando con la suposición de que la parábola de las ovejas y los cabritos tiene que describir el último evento, tantea su camino hacia atrás hasta la parábola anterior, la de los talentos, en la cual encuentra el mismo tema, la doctrina de la retribución final. Yendo aún más atrás, a la parábola de las diez vírgenes, descubre que el objeto de esa parábola es inculcar la misma verdad importante. Llega a la conclusión de que el capítulo veinticinco de Mateo debe, por lo tanto, referirse por entero a las transacciones del último gran día.

"Pero", continúa, "la última parte del cap. 24, es decir, desde el ver. 43 hasta el 51, está íntimamente conectada con la parábola inicial del ca. 25", que parece proporcionar suficiente base para considerar que este pasaje también se refiere al juicio futuro. En el ver. 43 de Mat. 24, por lo tanto, el Dr. Robinson cree que nuestro Señor abandona por completo el tema de Jerusalén y entra en un tema nuevo, el juicio del mundo.

En seguida es evidente que la totalidad de su razonamiento queda viciado por la falsa premisa con la cual comienza, o sea, la suposición de que la parábola de las ovejas y los cabritos se refiere al juicio de la raza humana. Ya hemos demostrado que no hay ningún nuevo comienzo en Mat. 24:48.

4. Contemporary Review, Nov. 1876. Véase la Nota B, Parte I.

5. Refiriéndose a la destrucción de Jerusalén, dice Jonathan Edwards: "Así, pues, hubo un final definitivo del mundo del Antiguo Testamento: Todo quedó concluído con una especie de día del juicio, en el cual el pueblo de Dios fue salvo, y sus enemigos destruidos de manera terrible". Historia de la Redención, vol. i, p. 445.

6. Evang. Meg. Feb. 1877, p. 69.

7. Life of Christ, 165.

8. Véase Nota A, Parte I.

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