DÍAS DE
RETRIBUCIÓN
Una exposición del
libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de Freebooks
Parte Cuatro
11
EL FIN DEL PRINCIPIO
Los dos testigos contra
Jerusalén
(11:1-14)
1 Entonces me fue dada una caña
semejante
a una vara de medir, y se me dijo: Levántate, y mide el templo
de
Dios, y el altar, y a los que adoran en él.
2 Pero el patio que está fuera del templo
déjalo
aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos
hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses.
3 Y daré a mis dos testigos que profeticen por
mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio.
4 Estos dos testigos son los dos olivos, y los dos
candeleros
que están en pie delante del Dios de la tierra.
5 Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la
boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles
daño,
debe morir él de la misma manera.
6 Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de
que
no llueva en los días de su profecía; y tienen poder
sobre
las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda
plaga, cuantas veces quieran.
7 Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que
sube
del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los
matará.
8 Y sus cadáveres estarán en la plaza
de
la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto,
donde
también nuestro Señor fue crucificado.
9 Y los de los pueblos, tribus, lenguas y naciones
verán
sus cadáveres por tres días y medio, y no
permitirán
que sean sepultados.
10 Y los moradores de la tierra se regocijarán
sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a
otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los
moradores
de la tierra.
11 Pero después de tres días y medio
entró
en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron
sobre
sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron.
12 Y oyeron una gran voz del cielo, que les
decía:
Subid acá. Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los
vieron.
13 En aquella hora hubo un gran terremoto, y la
décima
parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en
número
de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron
gloria
al Dios del cielo.
14 El segundo ay pasó; he aquí, el
tercer
ay viene pronto.
1-2 A Juan se le ordena medir el templo de Dios
(literalmente,
el santuario interior del templo, el lugar santo), y el altar, y los
que
adoran en él. Las imágenes están tomadas de
Ezequiel
40-43, donde el angélico sacerdote mide el templo ideal, el
pueblo
de Dios del Nuevo Pacto, la Iglesia (comp. Mar. 14:58; Juan 2:19; 1
Cor.
3:16; Efe. 2:19-22; 1 Tim. 3:15; Heb. 3:6; 1 Ped. 2:5; Apoc. 3:12). R.
J. McKelvey explica cómo la idea del templo es interpretada en
la
Carta a los Hebreos: "Según el escritor de Hebreos, el santuario
en el cielo es el modelo (tipo), es decir, el original (comp.
Éx.
25:8s.), y el de la tierra, usado por los judíos, es 'figura y
sombra'
(Heb. 8:5). Por lo tanto, el santuario celestial es el verdadero
santuario
(Heb. 9:24). Pertenece al pueblo del nuevo pacto (Heb. 6:19-20).
Además,
el hecho de que Cristo nuestro Sumo Sacerdote esté en este
santuario
significa que nosotros, aunque todavía estamos en la tierra, ya
participamos de su culto (10:19ss., 12:22ss.). ¿Qué es
este
templo? El escritor nos da una pista cuando dice que el santuario
celestial
fue purificado (9:23), es decir, preparado para ser usado (comp.
Núm.
7:1). La asamblea de los primogénitos (Heb. 12:23), es decir, la
iglesia triunfante, es el templo celestial". 1
Que esto es lo que Juan quiere decir también
debería
estar claro por lo que ya hemos visto, pues mucha de la acción
de
este libro ha tenido lugar o se ha originado en el santuario interior.
Además, los que adoran en el altar del incienso en el Lugar
Santo
son sacerdotes (Éx. 28:43; 29:44): Juan nos ha dicho que
somos un reino de sacerdotes (1:6; 5:10; comp. Mat. 27:51; Heb.
10:19-20),
y nos ha mostrado al pueblo de Dios ofreciendo sus oraciones en el
altar
del incienso (5:8; 6:9-10; 8:3-4).
Juan tiene que medir el atrio interior, la Iglesia,
pero
debe dejar fuera el patio que está fuera del templo, y se le
ordena
específicamente: No lo midas. El medir es una acción
simbólica
que se usa en la Escritura para "separar lo santo de lo profano" e
indicar
así la protección divina contra la destrucción
(véase
Eze. 22:26; 40-43; Zac. 2:1-5; comp. Jer. 10:16; 51:19; Apoc.
21:15-16).
"A través de las Escrituras, los sacerdotes son los que miden
las
dimensiones del templo de Dios, no siendo el hombre con la vara de
medir
de Ezequiel 40ss. sino el ejemplo más prominente. Tal
medición,
como el testificar, involucra ver, y es la pre-condición para juzgar,
como lo hemos visto en las acciones de Dios en relación con el
pacto
en Génesis 1. El aspecto sacerdotal de medir y testificar puede
verse en que se correlaciona con guardar, pues crea y establece
límites,
y da testimonio de si esos límites han sido observados o no.
Podríamos
decir que la función real tiene que ver con llenar, y la
sacerdotal
con separar, la primera con la cultura, y la última con los
celos,
la propiedad, y la protección". 2
Entre el sexto y el séptimo sellos, los
144.000
santos del verdadero Israel fueron protegidos del juicio venidero
(7:1-8).
Esa acción encuentra paralelo aquí en la medición
que Juan lleva a cabo del atrio interior entre la sexta y la
séptima
trompetas, que ahora protegen al templo verdadero del derramamiento de
la ira de Dios. En consecuencia, el patio exterior (el "atrio de los
gentiles")
representa al Israel apóstata (comp. Isa. 1:12), que debe ser
cortado
del número del fiel pueblo del pacto, la morada de Dios. A Juan,
como sacerdote autorizado del Nuevo Pacto, se le ordena echar fuera
(excomulgar)
a los incrédulos. Este verbo (ekballo) se usa
generalmente
en los Evangelios con el significado de echar fuera los
espíritus
malos (comp. Mar. 1:34, 39; 3:15; 6:13); también se usa en
relación
con la acción de Jesús de expulsar a los cambistas del
templo
(Mat. 21:12; Mar. 11:15; Juan 2:15). Jesús advirtió que
el
Israel incrédulo en general sería expulsado de la
Iglesia,
mientras los gentiles incrédulos entrarían en tropel en
el
reino y recibirían las bendiciones prometidas a la Simiente de
Abraham:
Esforzaos a entrar por la puerta angosta;
porque
os digo que muchos procurarán a entrar, y no podrán.
Después
que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y
estando
fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor,
Señor,
ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de
dónde sois. Entonces comenzaréis a decir: Delante de
tí
hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os
dirá:
Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí
todos
vosotros, hacedores de maldad. Allí será el lloro y el
crujir
de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob, y a todos
los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos.
Porque
vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se
sentarán
a la mesa del reino de Dios. (Lucas 13:24-29; comp. Mat. 8:11-12).
El Israel incrédulo ha sido excluido de la
medición
de protección, pues ésta le ha sido dada a las naciones;
y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses
(véase
Luc. 21:24). Dios garantiza su protección para la Iglesia, pero
Jerusalén ha sido entregada a la destrucción. La
expresión
cuarenta y dos meses (que equivalen a 1.260 días y tres
años y medio) ha sido tomada de Daniel 7:25, donde simboliza
un período limitado durante el cual triunfan los impíos;
también habla de un período de ira y de juicio debido a
la
apostasía, un recordatorio de los tres años y medio de
sequía
entre la primera aparición de Elías y la derrota ded Baal
en el monte Carmelo (1 Reyes 17-18; comp. Sant. 5:17). Mientras el
número
siete
se usa para representar totalidad y sentido de lo completo, la
expresión
tres
y medio parece ser un siete roto: tristeza, muerte, y
destrucción
(comp. Dan. 9:24; 12:7; Apoc. 12:6, 14; 13:5). Los períodos de
tiempo
mencionados en la sección de las trompetas están
dispuestos
quiásmicamente, otra indicación de su naturaleza
simbólica:
A. 11:2 - cuarenta y dos meses
B. 11:3 - mil doscientos sesenta
días
C. 11:9 -
tres días y medio
C. 11:11 -
tres días y medio
B. 12:6 - mil doscientos sesenta
días
A. 13:5 - cuarenta y dos meses
Esta clase de imágenes se usa a través de
la
Biblia. 3 En
su evangelio,
Mateo deliberadamente hace todo lo posible por llamar nuestra
atención
al número cuarenta y dos, disponiendo su lista de los
antepasados
de Jesús para que sumen este número: "De manera que todas
las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David
hasta
la deportación a Babilonia, catorce; y desde la
deportación
a Babilonia hasta Cristo, catorce" (Mat. 1:17) 4
dando la suma cuarenta y dos, el número de la espera entre la
promesa
y el cumplimiento, desde la esclavitud hasta la redención. Pero
ahora, en Apocalipsis, el tiempo se ha acortado: La Iglesia ya no
necesita
esperar cuarenta y dos generaciones, sino sólo cuarenta y dos
meses.
Por lo tanto, el mensaje de estos versículos es que la Iglesia
será
salva a través de la venidera tribulación, durante la
cual
Jerusalén ha de ser destruida por una invasión de
gentiles.
El fin de este período significará el pleno
establecimiento
del reino. Así, el pasaje es paralelo con el Sermón del
Monte
(Mat. 24, Mar. 13, Lucas 21), en el cual Jesús profetiza la
destrucción
de Jerusalén, que culmina con la invasión por Roma en el
año 70 d. C. 5
3-4 Pero antes de que Jerusalén sea
destruida,
Juan oye un testimonio adicional de su culpa, un resumen de la historia
de las apostasías de la ciudad, enfocando su atención
sobre
su perenne persecución de los profetas. Dios le dice a Juan que
Él ha ordenado que dos testigos profeticen por mil doscientos
sesenta
días, el número de días que hay en cuarenta y dos
meses idealizados (de treinta días cada uno). Este
número,
por lo tanto, está relacionado con, pero no es idéntico
a,
los cuarenta y dos meses, y continúa expresando la esencial
cualidad
de cuarenta y dos del período que precede al pleno
establecimiento
del reino. 6
Los testigos
están vestidos de cilicio, el vestido tradicional de los
profetas
desde Elías hasta Juan el Bautista, y que simboliza su lamento
por
la apostasía nacional (2 Reyes 1:8; Isa. 20:2; Jonás 3:6;
Zac. 13:4; Mat. 3:4; Mar. 1:6). La ley bíblica requería
dos
testigos (Núm. 35:30; Deut. 17:6; 19:15; Mat. 18:16; comp.
Éx.
7:15-25; 8-11; Luc. 10:1); la idea es un tema penetrante a
través
de la profecía y el simbolismo bíblicos. Por lo tanto,
una
conclusión preliminar acerca de los dos testigos es que ellos
representan
la línea de los profetas, que culminó con Juan el
Bautista,
que testificó contra Jerusalén durante la historia de
Israel.
Los dos testigos son identificados como los dos
olivos
y los dos candeleros que están delante del Señor de la
tierra.
En este punto, las imágenes se vuelven mucho más
complejas.
Juan regresa nuevamente a la profecía de Zacarías acerca
del candelero (Zac. 4:1-5; comp. Apoc. 1:4, 13, 20; 4:5). Las siete
lámparas
del candelabro están conectadas con los dos olivos (comp. Sal.
52:8;
Jer. 11:16), de los cuales fluye una incesante corriente de aceite, que
simboliza la obra por medio de la cual el Espíritu Santo llena y
da poder a los dirigentes de su pueblo del pacto. El significado del
símbolo
se resume en Zacarías 4:6: "No con ejército, ni con
fuerza,
sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los
ejércitos".
El mismo pasaje en Zacarías también habla de dos
testigos,
dos hijos de aceite ("los dos ungidos"), que guían al
pueblo
de Dios: Josué el sacerdote y Zorobabel el rey
(Zac.
3-4; comp. Esdras 3, 5-6; Hag. 1-2). Resumiendo, pues, Zacarías
nos habla de un complejo árbol/candelero que representa a los
oficiales
del pacto: dos figuras-testigos que pertenecen a la casa y al
sacerdocio
reales. El libro de Apocalipsis conecta a todos ellos libremente,
hablando
de dos brillantes candeleros que son dos olivos llenos de aceite, que
son
también dos testigos, un rey y un sacerdote - todos
representando
el testimonio profético, inspirado por el Espíritu, del
reino
de sacerdotes (Éx. 19:6). (Como hemos visto, un aspecto
principal
del mensaje de Juan es que la Iglesia del Nuevo Pacto hereda plenamente
las promesas como el verdadero reino de sacerdotes, el real sacerdocio
en el cual "todos los miembros del pueblo de Dios son profetas"). Que
estos
testigos son miembros del Antiguo Pacto, más bien que del Nuevo,
queda demostrado, entre otras indicaciones, por el hecho de que llevan
puesta ropa de silicio - característica de las privaciones del
Antiguo
Pacto, más bien que de la plenitud del Nuevo.
5-6 Juan habla ahora de los dos testigos en
términos
de los dos grandes testigos del Antiguo Testamento, Moisés y
Elías
- la Ley y los Profetas. Si alguno quieree dañarlos, sale fuego
de
la boca de ellos, y devora a sus enemigos. En Números 16:35,
salió
fuego del cielo a la palabra de Moisés y consumió a los
falsos
adoradores que se habían rebelado contra él; y de manera
similar, salió fuego del cielo y consumió a los enemigos
de Elías cuando él pronunció la palabra (2 Reyes
:9-12).
Esto se convierte en un símbolo modelo para el poder de la
palabra
profética, como si en realidad saliera fuego de las bocas de los
testigos de Dios. Como dijo Dios a Jeremías, "He aquí yo
pongo mis palabras en tu boca por fuego, y a este pueblo por
leña,
y los consumirá" (Jer. 5:14).
Extendiendo las imágenes, Juan dice que los
testigos
tienen poder para cerrar el cielo, para que no llueva en los
días
de su profecía, es decir, durante los mil doscientos sesenta
días
(tres años y medio) - la misma duración de la
sequía
causada por Elías en 1 Reyes 17 (véase Lucas 4:25; Sant.
5:17). Como Moisés (Éx. 7-13), los testigos tiene poder
sobre
las aguas, para convertirlas en sangre, y para golpear la tierra con
toda
suerte de plagas, a menudo según su deseo.
Ambas figuras proféticas apuntaban más
allá
de sí mismas, hacia el Profeta Mayor, Cristo Jesús. El
mismo
último mensaje del Antiguo Testamento los menciona juntos en una
profecía del advenimiento de Cristo: "Acordaos de la ley de
Moisés
mi siervo... He aquí, yo os envío el profeta
Elías..."
(Mal. 4:4-5). Malaquías continúa declarando que el
ministerio
de Elías sería recapitulado en la vida de Juan el
Bautista
(Mal. 4:5-6; comp. Mat. 11:14; 17:10-13; Luc. 1:15-17). Pero Juan, como
Elías, era sólo un precursor, preparando el camino para
el
que vendría después de él, el Primogénito,
que tendría una doble - mejor dicho, inmensurable -
porción
del Espíritu (comp. Deut. 21:17; 2 Reyes 2:9; Juan 3:27-34). Y,
como Moisés, Juan Bautista sería sucedido por Joshua,
Jesús
el Conquistador, que pondría al pueblo del pacto en
posesión
de su prometida herencia. Por lo tanto, los dos testigos resumen a
todos
los testigos del Antiguo Pacto, culminando en el testimonio de Juan.
7 Ahora la escena cambia: Según todas las
apariencias,
los testigos son derrotados y destruidos. Cuando hayan acabado su
testimonio,
la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los
vencerá
y los matará. Esta es la primera mención de la bestia en
este libro, pero Juan ciertamente parece esperar que sus lectores
entiendan
su referencia. En realidad, el tema de la bestia es familiar en la
historia
bíblica. Al principio se nos dice cómo Adán y Eva
rehusaron convertirse en "dioses" a través del sometimiento a
Dios,
y en vez de eso buscaron la divinidad autónoma y final.
Sometiéndose
a una bestia (la serpiente), se convirtieron ellos mismos en "bestias"
en lugar de dioses, con la marca de rebelión de la bestia
estampada
en sus frentes (Gén. 3:19); aún en la redención,
permanecieron
vestidos con pieles de bestias (Gén. 3:21). 8
Un cuadro posterior de la caída se muestra en la caída de
Nabucodonosor, que era, como Adán, "rey de reyes, a quien el
Dios
del cielo ha dado el reino, el poder, la fortaleza, y la gloria" (Dan.
2:37). Y sin embargo, a causa del orgullo, y por haber buscado la
divinidad
autónoma, fue juzgado: "Y fue echado de entre los hombres, y
comía
hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rocío del
cielo,
hasta que su pelo creció como plumas de águila, y sus
uñas
como las de las aves" (Dan. 4:33). La rebelión del hombre contra
Dios se refleja también en la rebelión de las bestias
contra
el hombre; así, los impíos perseguidores de Cristo en la
crucifixión son llamados "perros" y "toros de Basán", y
se
les compara con "un león rapaz y rugiente" (Sal. 22:12-13, 16).
Otra imagen de la "bestialidad" de la
rebelión
estaba contenida en los requisitos sacrificiales/dietéticos del
Antiguo Pacto contra los animales "inmundos", como observa James
Jordan:
"Todos los animales inmundos se parecen a la serpiente de tres
maneras.
Comen 'polvo' (carne muerta, carroña, estiércol, y
basura).
Se mueven en contacto con 'el polvo' (se arrastran sobre sus vientres,
con los carnosos cojines de sus patas en contacto con el suelo, sin
escamas
para evitar que su piel entre en contacto con su líquido
elemento).
Se rebelan contra el dominio humano, matando a hombres o a otras
bestias.
Bajo el simbolismo del Antiguo Pacto, tales bestias satánicas
representan
a las naciones satánicas (Lev. 20:22-26), porque los animales
son
'imágenes' de los hombres. 9
Comer animales satánicos, bajo el Antiguo Pacto, era 'comer' el
estilo de vida satánico, 'comer' la muerte y la
rebelión".
10
El enemigo de Dios y de la Iglesia es pues la
bestia,
en sus varias manifestaciones históricas. Los profetas a menudo
hablaban de estados paganos como bestias terribles que hacían
guerra
contra el pueblo del Pacto (Sal. 87:4; 89:10; Isa. 51:9; Dan. 7:3-8,
16-25).
11
Todo esto quedará reunido en la descripción que hace Juan
de Roma y el Israel apóstata en Apocalipsis 13. Sin embargo,
debemos
recordar que estos poderes perseguidores no eran sino las
manifestaciones
inmediatas del antiguo enemigo de la Iglesia - el dragón, que es
presentado formalmente en 12:3,11, pero que era bien conocido para
cualquier
persona versada en la Biblia en el auditorio de Juan. Ya los cristianos
conocían la identidad final de la Bestia que sube del abismo. Es
el leviatán, la serpiente antigua, que sale de su prisión
en el mar una y otra vez para atormentar al pueblo de Dios. El abismo,
las profundidades oscuras y furiosas, es donde Satanás y sus
espíritus
malos están aprisionados, excepto por algunos períodos en
que son soltados para que atormenten a los hombres cuando cometen
apostasía.
12
(Nótese que la legión de espíritus malos, en el
incidente
del endemoniado gadareno, rogó que no se le mandase al abismo;
con
divino engaño, Jesús les envió a un hato de
cerdos,
y éstos se precipitaron al mar: Luc. 8:31-33). La
persecución
del pueblo del pacto nunca es meramente un concurso "político",
sin importar cómo los estados perversos intenten colorear sus
impías
acciones. Siempre se origina en las profundidades del infierno.
A través de la historia de la
redención,
la Bestia ha hecho guerra contra la Iglesia, particularmente contra sus
testigos proféticos. El ejemplo final de esto en el
período
del Antiguo Testamento es la guerra de Herodes contra Juan el
Precursor,
a quien venció y mató (Mar. 6:14-29); y la
culminación
de esta guerra contra los profetas fue el asesinato de Cristo, el
Profeta
final, del cual eran imagen todos los otros profetas, y cuyo testimonio
dieron. Cristo fue crucificado por la colaboración de las
autoridades
romanas y judías, y esta sociedad en la persecución
continuó
a través de la historia de la iglesia primitiva (véase
Hechos
17:5-8; 1 Tesal. 2:14-17). 13
8-10 Los cadáveres de los testigos del
Antiguo
Testamento, "desde el justo Abel hasta Zacarías" (Mat. 23:35)
yacen
metafóricamente en la calle de la Gran Ciudad que
espiritualmente
(es decir, por revelación del Espíritu Santo) se
llama
Sodoma y Egipto. Esta ciudad es, por supuesto, Jerusalén; Juan
explica
que es allí donde también el Señor de ellos fue
crucificado
(acerca de Israel identificado como Sodoma, véase Deut.
29:22-28;
32:32; Isa. 1:10, 21; 3:9; Jer. 23:14; Eze. 16:46). Generalmente, los
comentaristas
no logran encontrar referencias bíblicas que comparen a Israel
(o
a Jerusalén) con Egipto, pero este es el antiguo problema de no
poder ver el bosque a causa de los árboles. Porque la prueba
está
contenida en el mensaje entero del Nuevo Testamento. Constantemente,
Jesús
es considerado como el nuevo Moisés (Hechos 3:20-23; Heb. 3-4),
el nuevo Israel (Mat. 2:15), el nuevo templo (Juan 1:14; 2:19-21), y,
de
hecho, una recapitulación/trascendencia viviente de la historia
entera del Éxodo (comp. 1 Cor. 10:1-4. 14
En el monte de la transfiguración (Luc. 9:31), Él
habló
con Moisés y Elías (otro enlace con este pasaje),
llamando "éxodo" (la palabra griega es exodon) a su
muerte
y resurrección venideras en Jerusalén. Siguiendo los
pasos
a todo esto está el lenguaje mismo del Apocalipsis, que habla de
las plagas de Egipto derramadas sobre Israel (8:6-12; 16:2-12). La
guerra
de los testigos con el Israel apóstata y los estados paganos se
describe en los mismos términos que el Éxodo original de
Egipto (comp. también la nube y la columna de fuego en 10:1).
Jerusalén,
la una vez santa y ahora apóstata ciudad, se ha convertido en
pagana
y perversa, la opresora del verdadero pueblo del pacto,
uniéndose
a la bestia al atacarlos y matarlos. Es Jerusalén la que es
culpable
de la sangre de los testigos del Antiguo Pacto; ella es, por
excelencia,
la asesina de los profetas (Mat. 21:33-43; 23:34-38). De hecho, dijo
Jesús,
"no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén" (Luc.
13:33).
Con la muerte de los testigos, su voz de condena
está
silenciada; y ahora los pueblos y tribus y lenguas y naciones
consideran
a la Iglesia misma como muerta, mostrando abiertamente su desprecio por
el pueblo de Dios, cuyos cadáveres yacen insepultos en la calle,
bajo una aparente maldición, pues no se permite que sus
cadáveres
sean puestos en una tumba (comp. 1 Reyes 13:20-22; Jer. 8:1-2; 14:16;
16:3-4).
El deseo de ser injertados en la Tierra Prometida a la muerte era una
preocupación
principal de los fieles testigos del Antiguo Pacto, como
garantía
de su futura resurrección (Gén. 23; 47:29-31; 49:28-33;
50;1-14,
24-26; Éx. 13:19; Josué 24:32; 1 Sam. 31:7-13; Hechos
7:15-16;
Heb. 11:22). La opresión del reino de sacerdotes por los paganos
a menudo se expresaba en estos términos:
Oh Dios, vinieron las naciones a tu
heredad;
han profanado tu santo templo; redujeron a Jerusalén a
escombros.
Dieron los cuerpos de tus siervos por comida a las aves de los cielos,
la carne de tus santos a las bestias de la tierra. Derramaron su sangre
como agua en los alrededores de Jerusalén, y no hubo quien los
enterrase.
(Sal. 79:1-3).
Sin embargo, la ironía es que ahora son los que
moran
en la tierra - los judíos mismos (comp. 3:10) - los que se unen
a las naciones paganas para oprimir a los justos. Los apóstatas
de Israel se regocijan y se divierten, y se envían regalos los
unos
a los otros, porque estos dos profetas atormentaban a los que moran en
la tierra (comp. la fiesta de Herodes, durante la cual Juan fue
encarcelado
y después decapitado: Mat. 14:3-12). El precio de la paz del
mundo
era la aniquilación de los testigos proféticos; Israel y
el mundo pagano se unieron en su perverso regocijo por la
destrucción
de los profetas, cuyo fiel doble testimonio había atormentado a
los desobedientes con la convicción de pecado,
llevándoles
a suicidarse (comp. Gén. 4:3-8; 1 Juan 3:11-12; Hechos 7:54-60).
Los enemigos naturales se reconciliaron los unos con los otros a
través
de su participación conjunta en el asesinato de los profetas.
Esto
fue especialmente cierto en relación con el asesinato de Cristo:
"Y se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día; porque antes
estaban
enemistados entre sí" (Luc. 23:12). A la muerte de Cristo, toda
clase de personas se regocijaron y se burlaron: los dirigentes, los
sacerdotes,
las facciones religiosas que competían entre sí, los
soldados
romanos, los siervos, los criminales; todos se unieron en la
celebración
de su muerte (comp. Mat. 27:27-31; 39-44; Mar. 15:29-32; Luc. 22:63-65;
23:8-12, 35-39); todos se pusieron del lado de la bestia contra el
Cordero
(Juan 19:15).
11-12 Después de tres días y medio,
los
testigos son resucitados: El aliento de vida de Dios entró en
ellos
en la Nueva Creación (comp. Gén. 2:7; Eze. 37:1-14; Juan
20:22) y se levantaron sobre sus pies (comp. Hechos 7:55), infundiendo
terror y consternación a sus enemigos. Gran temor sobrevino a
los
que les contemplaban (comp. Hechos 2:43; 5:5; 19:17; contrástese
con Juan 7:13; 12:42; 19:38; 20:19), y con buena razón: Por
medio
de la resurrección de Cristo, la Iglesia y su testimonio se
convirtieron
en indetenibles. En unión con Cristo en su ascensión a la
gloria (Efe. 2:6), subieron al cielo en la Nube, y sus enemigos les
contemplaron.
15
Los testigos no sobrevivieron a las persecuciones; murieron. Pero, en
la
resurrección de Cristo, se levantaron en poder y en dominio que
existía, no con ejército, ni con fuerza, sino por medio
del
Espíritu de Dios, el aliento mismo de vida de Dios. "No somos
los
señores de la historia y no controlamos sus consecuencias, pero
tenemos la certeza de que hay un señor de la historia y de que
él
controla sus resultados. Necesitamos una interpretación
teológica
del desastre, una interpretación que reconozca que Dios
actúa
en sucesos como cautiverios, derrotas, y crucifixiones. La Biblia puede
ser interpretada como una serie de triunfos de Dios disfrazados como
desastres".
16
Juan traza aquí un importante paralelo
que
no debería ser pasado por alto, pues está cerca del
corazón
del significado del pasaje. La ascensión de los testigos se
describe
en el mismo lenguaje que el de la ascensión del mismo Juan:
4:1 Después de esto miré, y
he
aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que
oí,
como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá...
11:11-12 Después de tres días y
medio ...
oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid
acá....
La historia de los dos testigos es, por lo tanto, la
historia
de la Iglesia que testifica, que ha recibido la orden divina de "subir
acá" y ha ascendido con Cristo a la Nube en el cielo, al trono
(Efe.
1:20-22; 2:6; Heb. 12:22-24): Ella ahora posee una autorización
imperial para ejercer control sobre los confines de la tierra,
disciplinar
a las naciones a la obediencia de fe (Mat. 28:18-20; Rom. 1:5).
13-14 Uno de los resultados de la ascensión
de
Cristo, como Él lo predijo, sería el restallido de la
condena
a muerte para el Israel apóstata, el estremecimiento del cielo y
de la tierra. La Escritura conecta como un solo suceso teológico
- el advenimiento - el nacimiento, la vidda, la muerte, la
resurrección,
y la ascensión de Jesús, el derramamiento de su
Espíritu
sobre la Iglesia en el año 30 d. C., y el derramamiento de su
ira
sobre Israel en el holocausto de los años 66-70 d. C.:
Así,
en ese día habrá un gran terremoto (comp. Apoc. 6:12;
Eze.
38:19-20; Hag. 2:6-7; Zac. 14:5; Mat. 27:51-53; Heb. 12:26-28). Porque
el triunfo de Cristo significaba la derrota de sus enemigos,
cayó
la décima parte de la ciudad. En realidad, la ciudad entera de
Jerusalén
cayó en el año 70 d. C.; pero, como hemos visto, las
trompetas-juicios
todavía no alcanzaban el final definitivo de Jerusalén,
sino
que (aparentemente) sólo llegaban al primer sitio de
Jerusalén,
bajo Cestio. De conformidad con la naturaleza de la trompeta como
alarma,
el hecho de que Dios tomase un "diezmo" de Jerusalén durante el
primer sitio era una advertencia para la ciudad.
Por razones claramente simbólicas,
bíblicas,
y teológicas, Juan nos dice que siete mil personas fueron
muertas
durante el terremoto. En definitiva, el terremoto en la tierra y en el
cielo causado por el Nuevo Pacto mató a muchas más
personas
que siete mil. Pero el número representa la situación
exactamente
opuesta a la de los días de Elías. En 1 Reyes 19:18; Dios
le dijo a Elías que en Israel quedarían 7.000 fieles al
pacto.
Aun entonces, era más probablemente un número
simbólico,
que indicaba plenitud (siete) multiplicado por muchos (mil). En
otras palabras, Elías no debía desanimarse, porque no
estaba
solo. Los justos elegidos de Dios eran numerosos, y todos ellos estaban
presentes y contabilizados. Sin embargo, por otro lado, estaban en
minoría.
Pero ahora, en el Nuevo Pacto, la situación se invierte. Los
Elías
de los últimos días, los fieles testigos de la Iglesia,
no
deben desanimarse cuando parezca que Dios está destruyendo a la
totalidad de Israel, y que los fieles son pocos en número.
Porque
esta vez son los apóstatas, los adoradores de Baal, los que son
"los siete mil en Israel". Las tornas se han vuelto. En el Antiguo
Testamento,
sólo "7000" son impíos. Son destruidos, y el resto - la
gran
mayoría - se convierten y se salvan: El resto se aterrorizaron y
dieron gloria al Dios del cielo - lenguaje bíblico para indicar
la conversión y la fe (comp. Josué 7:19; Isa. 26:9;
42:12;
jer. 13:16; Mat. 5:16; Luc. 17:15-19; 18:43; 1 Ped. 2:12; Apoc. 14:7;
15:4;
16:9; 19:7; 21:24). La tendencia en la era del Nuevo Pacto es juicio
para salvación.
Juan cierra la sección de la sexta trompeta
con
estas palabras: El segundo ay pasó; he aquí el tercer ay
viene pronto. Juan no nos dice explícitamente cuándo
llega
el tercer ay. Puesto que el primero y el segundo se refieren a las
advertencias
que Israel ha recibido en el ataque demoníaco a gran escala
sobre
la tierra (9:1-12) y en la primera invasión de los romanos a las
órdenes de Cestio (9:13-21), es posible considerar el tercer ay
como la caída de Jerusalén misma; seis ayes (en tres
pares)
se enumeran en rápida sucesión en 18:10, 16, 19. Sin
embargo,
está más de acuerdo con la estructura literaria de Juan
ver
al tercer ay como una consecuencia de la séptima trompeta (de la
misma manera en que el primer y segundo ayes corresponden a la quinta y
sexta trompetas: comp. 8:13; 9:12); el ay es declarado en 12:12,
después
de que Miguel derrota al dragón, y continúa hasta el fin
del capítulo 14, mostrando la "gran ira" del dragón
durante
su dominio por "breve tiempo".
La séptima trompeta
(11:15-19)
15 El séptimo ángel
tocó
la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los
reinos
del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y
él
reinará por los siglos de los siglos.
16 Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados
delante
de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a
Dios,
17 diciendo: Te damos gracias, Señor Dios
Todopoderoso,
el que eres y aue eras y que has de venir, porque has tomado tu gran
poder,
y has reinado.
18 Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y
el
tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus
siervos
los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los
pequeños
y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra.
19 Y el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el
arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos,
voces, truenos, un terremoto y grande granizo.
15 De confomidad con el modelo bíblico que une
las
ideas del sábado y la consumación, la trompeta del
séptimo
ángel anuncia que "el misterio de Dios" se ha cumplido y ha sido
llevado a cabo (comp. 10:6-7). En este punto de la historia, el plan de
Dios se hace evidente: Ha colocado a judíos y a gentiles en pie
de igualdad en el Pacto. La destrucción del Israel
apóstata
y del templo reveló que Dios ha creado una nueva nación,
un nuevo templo, como Jesús había profetizado a los
dirigentes
judíos: "Por tanto os digo que el reino de Dios os será
quitado
de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de
él"
(Mat. 21:43). Más tarde, Jesús les dijo a sus
discípulos
cuál sería el efecto de la destrucción de
Jerusalén:
"Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el
cielo"
(Mat. 24:30). Marcellus Kik explica: "El juicio sobre Jerusalén
era la señal del hecho de que el Hijo del Hombre estaba reinando
en el cielo. Este versículo se ha entendido mal, pues algunos
han
pensado que quiere decir 'una señal en el cielo'. Pero esto no
es
lo que dice el versículo: dice la señal del Hijo del
Hombre
en el cielo. La frase 'en el cielo' define la ubicación del
Hijo del Hombre y no la de la señal. No aparecería una
señal
en los cielos, sino que la destrucción de Jerusalén
habría
de indicar el gobierno del Hijo del Hombre en el cielo". 17
Kik continúa: "El apóstol Pablo dice
en
el capítulo once de Romanos que la caída de los
judíos
fue una bendición para el resto del mundo. La catástrofe
de Jerusalén realmente señaló el principio de un
nuevo
reino mundial, que marcaba la completa separación entre la
Iglesia
Cristiana y el judaísmo legalista. El sistema entero de
adoración,
tan estrechamente asociado con Jerusalén y con el templo,
recibió,
por decirlo así, un golpe de muerte de parte de Dios mismo.
Ahora
Dios había terminado con el Antiguo Pacto hecho en Sinaí:
en pleno dominio estaba la señal del Nuevo Pacto". 18
Así, el Reino de Dios, el "Quinto Reino",
profetizado
en Daniel 2, se universaliza, como canta el coro celestial: Los reinos
del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y
él
reinará por los siglos de los siglos. La disociación
final
entre el cristianismo y el judaísmo significa que el primero es
ahora una religión mundial. Ahora el reino de Cristo inicia el
proceso
de abarcar y envolver a todos los reinos del mundo. La tierra
será
regenerada. Esto se hizo claro con la caída de Jerusalén,
la señal de que Cristo había realmente ascendido a su
trono
celestial y gobernaba las naciones, derramando ira y tribulación
sobre sus enemigos a solicitud de su Iglesia orante. Los
ejércitos
romanos que aniquilaron a Jerusalén, masacrando y esclavizando a
sus habitantes, eran los ejércitos de Cristo (Dan. 9:26), que
cumplían
su palabra (Deut. 28:49-68).
En términos del calendario bíblico, la
"séptima
trompeta" era tocada el primero de Tishri, el día primero del
mes
séptimo en el año litúrgico, y el mes primero del
año civil: Rosh Hashanah, el Día de las Trompetas. Ernest
L. Martin ha señalado varios aspectos interesantes del
Día
de las Trompetas, que guardan relación directa con el
significado
de la séptima trompeta en Apocalipsis: "Antes del período
del Éxodo en tiempos de Moisés, éste era el
día
en que aparentemente se iniciaba el año bíblico. Parece
también
que éste era el día en que a mucha gente se le avanzaba
un
año de su vida - sin importar en qué mes de cuál
año
habían nacido realmente. Nótese que el patriarca
Noé
cumplió 601 años 'en el mes primero [Tishri], el
día
primero del mes [que más tarde se llamó el Día de
las Trompetas'] (Gén. 8:13). Ese era el mero día en que
'Noé
quitó la cubierta del arca, y miró, y he aquí que
la faz de la tierra estaba seca' (vers. 13). Este no era solamente el
cumpleaños
oficial de Noé, sino que se convirtió en un nuevo
nacimiento
de la tierra también... Hasta el primer día de la
creación
mencionado en Génesis 1:1-5 podría calcularse a este
mismo
día... Puesto que el otoño aparentemente iniciaba todos
los
años bíblicos antes del Éxodo, y puesto que todas
las frutas estaban en los árboles, listas para que las comieran
Adán y Eva (Gén. 1:29; 2:9, 16-17), esto sugiere que...
el
primer día de la creación mencionado en Génesis
fue
también el primero de Tishri (por lo menos Moisés sin
duda
tenía el propósito de dar esta impresión). Esto
significa
que no sólo el cumpleaños de la nueva tierra en tiempos
de
Noé fue lo que más tarde se convirtió en el
Día
de las Trompetas, sino que también fue el día que
introdujo
la creación original de la tierra..."
"... La opinión de la mayoría de los
ancianos
judíos (que todavía domina los servicios de las
sinagogas)
era que el Día de las Trompetas era el día de
recordación
que conmemoraba el principio del mundo. Prevalecía la
opinión
autorizada de que el primero de Tishri era el primer día de
Génesis
1:1-5. Vino a ser considerado el nacimiento del mundo (McClintock &
Strong, Cyclopaedia, vol. X, p. 568). Era más que un
aniversario
de la creación física. 'El judaísmo considera el
día
de Año Nuevo, no sólo como el aniversario de la
creación,
sino - y de lo más importante - una renovación de ella.
Es
cuando el mundo renace' (Theodor H. Gaster, Festivals of the Jewish
Year, p. 109)..."
"Cada uno de los meses judíos era introducido
oficialmente
mediante el sonido de trompetas (Núm. 10:10). Puesto que el
año
de los festivales (en el que ocurrían todos los festivales)
duraba
siete meses, el último mes (Tishri) era el último mes en
ser introducido por medio de trompetas. Ésta es una de las
razones
de que el día se llamase 'día de las trompetas'. La
'última
trompeta' en la serie se tocaba siempre en este día -
así
que era el día de la trompeta final (Lev. 23:24; Núm.
29:1)".
"Éste era el día exacto que muchos de
los
antiguos reyes y gobernantes de Judá contaban como el primero de
su reinado... en realidad, era costumbre que la ceremonia final de la
coronación
de reyes fuera hacer sonar trompetas. Para Salomón: 'Y
tocaréis
trompeta, diciendo: ¡Viva el rey Salomón! (1 Reyes 1:34).
Para Jehú: 'Tocaron corneta, y dijeron: Jehú es rey' (2
Reyes
9:13). En la entronización de Joás: 'Todo el pueblo del
país
se regocijaba, y tocaban las trompetas' (2 Reyes 11:14)". 19
M. D. Goulder resume el significado de Rosh Hashana:
"El
Año Nuevo es el equivalente judío del Adviento cristiano:
combina el gozo por el pensamiento de la venida final del reino de
Dios,
con la penitencia por el pensamiento del juicio que ese reino
traerá.
Está marcado por el sonido del Shofar (Lev. 23:24), para
proclamar
el día (keryxaie, Joel 2:15); y por tres bendiciones
especiales,
el Malkuyot, el Zikronot, y el Shofarot. Cada una de ellas comprende
diez
versículos de la Escritura: el primero sobre el reino de Dios,
esperando
su reino final (por ejemplo, Zac. 14:9); el segundo sobre el hecho de
que
Dios recuerde las obras de los hombres para juicio o recompensa, y el
hecho
de que Él recuerde su pacto; el tercero sobre el hacer sonar el
Shofar, desde Sinaí hasta la última trompeta que
reunirá
la dispersión en Jerusalén". 20
Todo esto estaría naturalmente en las mentes
de
Juan y de su auditorio del siglo primero a la mención de la gran
séptima trompeta. Ahora, él añade una nueva
dimensión
de simbolismo, mostrando el significado cristiano de Rosh Hashanah, al
cual siempre había apuntado: El día de las trompetas es
el
comienzo del nuevo mundo, la nueva creación, el día de
coronación
del Rey de Reyes, cuando sea entronizado como Juez supremo sobre todo
el
mundo. De hecho, como veremos en el capítulo 12, el significado
de Tishri 1 es considerado por Juan - teológicamente, si no
"realmente"
- como el cumpleaños de Cristo Jessús. Pues ahora, sin
embargo,
él lo presenta como el cumpleaños de la nueva
creación,
el fruto de la resurrección y la ascensión de Cristo y
sus
santos.
16-18 A la declaración coral del
señorío
universal de Cristo y el triunfo mundial de su reino se unen los
veinticuatro
ancianos, que se sientan en sus tronos delante de Dios. (Nótese
la referencia arquitectónica: La postura característica
del
gobernante/maestro en el Nuevo Testamento es la entronización;
Jesús
se puso de pie para leer las Escrituras, y se sentó para
enseñar,
Lucas 4:16, 20). Estos ancianos se postraron sobre sus rostros y
adoraron
a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso. El
verbo equivalente a dar gracias es eucharisteo, usado a
través
de la historia cristiana para la comunión del cuerpo y la sangre
del Señor: la Eucaristía. Este término adquiere su
significado técnico muy temprano (comp. Didache 9-10), basado en
su uso en los relatos de la cena del Señor en el Nuevo
Testamento
(Mat. 26:26-27; Mar. 14:22-23; Luc. 22:17, 19; 1 Cor. 11:24).
Tendríamos
que ser verdaderamente ciegos para no ver esto aquí. Porque Juan
nos ha mostrado que el modelo para la acción redentora de Dios
en
la historia es el mismo que se representa cada día del
Señor:
La Iglesia, habiendo muerto y resucitado en Cristo (v. 7-11), asciende
al cielo en medio de juicios cósmicos a la orden divina (v.
12-14).
Rodeados por la hueste celestial que canta alabanzas (v. 15), los
ancianos
se postran delante de la majestad de Dios, proclamando: ¡Eucharistoumen!
¡Te damos gracias! (v. 16-17).
Los ancianos continúan el servicio con una
confesión
de fe, alabando al Señor por la inauguración de su reino:
Has tomado tu gran poder, y has reinado. Era Cristo en Señor el
que estaba agitando las naciones del Imperio Romano para combatir
contra
Israel, porque Israel había perseguido y masacrado a sus santos.
Así, se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y la
Jerusalén
apóstata y perseguidora sufre lo más recio de ambos; y el
tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus
siervos
los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los
pequeños
y a los grandes. Esto sólo expresa con otras palabras la
afirmación
de Jesús a Jerusalén en su último discurso
público:
"Para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado
sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de
Zacarías,
hijo de Berequías, a quien matásteis entre el templo y el
altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta
generación".
(Mat. 23:35-36). Los siervos de Dios, los profetas (términos
equivalentes
en Apocalipsis: véase 1:1; 10:7; 16:6; 18:24; 19:2, 10; comp.
Dan.
9:6, 10; Amós 3:7; Zac. 1:6) serían vindicados y
recompensados
en el juicio venidero - no el juicio final en el Día Postrero,
sino
más bien la vindicación y la venganza histórica de
los santos martirizados, aquellos que habían sufrido a manos del
impío Israel, como Jesús había predicho. 21
Justo antes de la caída de Israel, el apóstol Pablo
había
escrito de los judíos, que constantemente perseguían a
los
cristianos, que "vino sobre ellos la ira hasta el extremo" (1 Tes.
2:16).
Ahora, el vistazo que Juan echa al futuro cercano muestra que, al caer
la ira reprimida de Dios con todo su furor, la Iglesia se
regocijó.
Haciéndose eco del tema familiar de la expulsión de
Edén,
el cántico se cierra con la observación de que la
destrucción
de Israel sirvió para destruir a los que destruyen la tierra
(comp.
Lev. 18:24-30).
19 Aquí aparece resumido el significado
teológico
de la caída de Israel: Significaba que el templo de Dios en el
cielo
estaba abierto (Mat. 27:51; Efe. 2:19-22; Heb. 8:1-6; 9:8). El templo
terrenal
ha desaparecido, y ahora sólo queda el templo verdadero. El
templo
de Dios se revela en la iglesia; y ahora el arca de su pacto aparece en
su templo, pues la presencia interior de Dios se manifiesta allí
(Efe. 2:22). Técnicamente, un "santo" es alguien que tiene acceso
al santuario, alguien con privilegios de santuario. En el Nuevo
Pacto,
todos somos santos; todos tenemos acceso al trono (Heb. 4:16;
10:19-25),
habiendo ascendido en Cristo (definitivamente en su ascensión,
progresivamente
cada día del Señor en adoración). En el Antiguo
Pacto,
los Diez Mandamientos estaban "ocultos" en el santuario, y a nadie se
le
permitía entrar (aunque la revelación de Dios fue
publicada
provisionalmente por Moisés). Pero ahora, en el Nuevo Pacto, el
misterio se ha publicado abiertamente, y el hombre tiene acceso en
Cristo.
Con el sonido de la séptima trompeta, la revelación es
completa
y definitiva; el misterio ya no es misterioso. Pablo encomendaba los
santos
de Roma "al que puede confirmaros según mi evangelio y la
predicación
de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha
mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado
ahora,
y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento
del
Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan
a la fe" (Rom. 16:25-26).
Por esta razón, Juan se refiere a todos los
fenómenos
meteorológicos que habían estado asociados con la Nube de
la revelación del Antiguo Pacto (comp. Sal. 18) en
relación
con la Iglesia: Hubo relámpagos y voces y truenos, un terremoto
y una gran tormenta de granizo. En la Iglesia de Jesucristo, la puerta
del cielo se ha abierto para nosotros. Nuestra santificación es
por medio de la iglesia, a través de su ministerio y sus
sacramentos,
como escribió San Ireneo: "Recibimos nuestra fe de la iglesia y
la conservamos a salvo; y es, por decirlo así, un precioso
depósito
guardado en un fino recipiente, por siempre renovando su vitalidad por
medio del Espíritu de Dios, y haciendo que se renueve el
recipiente
en el que está guardado. Porque este don de Dios ha sido
confiado
a la Iglesia, como el aliento de vida al hombre creado, con el fin de
que
todos los miembros, recibiéndolo, vivan. Y en este punto se nos
ha concedido nuestro medio de comunicación con Cristo, a saber,
el Espíritu Santo, prenda de in,ortalidad, la fortaleza de
nuestra
fe, la escalera por la cual ascendemos a Dios. Porque el apóstol
dice: 'A unos puso Dios en la Iglesia apóstoles, profetas,
maestros'
[1 Cor. 12:28] y todos los otros medios por los cuales obra el
Espíritu,
Pero no tienen parte en este Espíritu los que no participan de
la
actividad de la Iglesia... Porque donde está la Iglesia,
allí
está el Espíritu de Dios; y donde está el
Espíritu
de Dios, allí está la Iglesia y toda clase de gracia. El
Espíritu es verdad. Por lo tanto, los que no tienen parte en el
Espíritu no son alimentados y no reciben vida del seno de su
madre;
ni disfrutan de la fuente chispeante que emana del cuerpo de Cristo". 22
Los primeros cristianos que primero leyeron el libro
de
Apocalipsis, especialmente los de antecedentes judíos,
tenían
que entender que la destrucción de Jerusalén no
significaría
el fin del pacto o del reino. La caída del antiguo Israel no era
"el principio del fin". En vez de eso, era la señal de que el
reino
mundial de Cristo había comenzado realmente, de que su
Señor
gobernaba las naciones desde su trono celestial, y de que la conquista
eventual de todas las naciones por los ejércitos de Cristo
quedaba
asegurada. Para estos creyentes humildes y sufrientes, la prometida era
del gobierno del Mesías había llegado. Y lo que ellos
estaban
a punto de observar como testigos en la caída de Israel era el
fin
del principio.
Notas:
1. R. J. McKelvey, "Temple", en J. D. Douglas, ed., The
New
Bible Dictionary (William B. Eerdmans Publishing Co., [1962] 1965,
p. 1249.
2. James B. Jordan, "Rebellion, Tyranny, and Dominion in the Book of
Genesis", in Gary North. ed., Tactics of Christian Resistance,
Christianity
and Civilization No. 3 (Tyler, TX: Geneva Ministries, 1983), p. 42.
3. Por ejemplo, a Daniel se le dijo: "Desde el tiempo en que sea
quitado
el continuo sacrificio hasta la abominación desoladora,
habrá
mil doscientos noventa días. Bienaventurado el que espere, y
llegue
a mil trescientos treinta y cinco días" (Dan. 12:11-12).
Estos
números están basados en el período de 430
años
de opresión en Egipto (Éx. 12:40) y los 45 años
desde
la esclavitud hasta la conquista de la tierra (Josué 14:6-10);
los
símbolos indican que el próximo período de
opresión,
en comparación con el de Egipto, será breve (días
en comparación con años), pero tres veces
más
intenso (3 x 430= 1.290=. Los que perseveren en fe, sin embargo,
alcanzarán
el día número 1.335 de victoria y dominio.
4. Mateo probablemente decidió dividir la genealogía
en
tres grupos de catorce para resaltar el nombre de David, que tiene un
valor
numérico de 14 en hebreo. David es la figura central en la
genealogía
de Cristo, y Cristo es presentado a través de las Escrituras
como
el David mayor (comp. Hechos 2:25-36). Para llegar a este arreglo
simétrico,
sin embargo, Mateo deja fuera tres generaciones entre Joram y
Uzías
en el v. 8 (Ocozías, Joás, y Amasías; comp. 2
Reyes
8:25; 11:21; 14:1), y cuenta a Jeconías dos veces en los vers.
11-12.
Ahora, Mateo no era estúpido: Sabía sumar correctamente
(¡había
sido colector de impuestos!); además, sabía que las
genealogías
verdaderas estaban a disposición de sus lectores. Pero
escribió
su evangelio para proporcionar una cristología, no una
cronología.
Su lista está escrita para exponer la "cualidad de
catorce"
de Cristo mismo, revelando al Salvador como "el hijo de David, el hijo
de Abraham" (1:1).
5. Es interesante notar que el sitio de Jerusalén por parte
de
los generales romanos Vespasiano y Tito en realidad duró tres
años
y medio literales, desde el año 67 al año 70. Pero el
punto
principal del término es su significado simbólico, que
está
basado en su uso por los profetas. Como en muchos otros casos, Dios
obviamente
causó los sucesos históricos de un modo que armoniza con
el simbolismo bíblico del cual Él es el autor.
6. Para algunos aspectos interesantes del número 1.260 y su
relación
con el número de la Bestia (666), véase los comentarios
sobre
13:18.
7. La doctrina cristiana de la deificación
(comp.
Sal. 82:6; Juan 10:34-36; Rom. 8:29-30; Efe. 4:13, 24; Heb. 2:10-13;
12:9-10;
2 Ped. 1:4; 1 Juan 3:2) se conoce generalmente en las iglesias
occidentales
por los términos santificación y glorificación,
que se refieren a la manera plena en que el hombre ha heredado la
imagen
de Dios. Esta doctrina (que no tiene absolutamente nada en común
con las teorías realistas paganas de la continuidad del ser, las
ideas humanistas sobre la "chispa de la divinidad", ni las
fábulas
politeístas de los mormones en relación con la
evolución
humana hacia la deidad) es universal a través de los escritos de
los Padres de la Iglesia; véase, por ejemplo, de Georgios I.
Mantzaridis,
The
Deification of Man: St. Gregory Palamas and the Orthodox
Tradition,
Liadain Sehrrard, trad. (Crestwood, NY: St. Vladimir´s Seminary
Press,
1984). San Atanasio escribió: "El Verbo no es de cosas creadas,
sino más bien es Él mismo el creador. Así pues,
por
lo tanto, Él tomó la forma de un cuerpo humano creado
para
que, habiéndolo renovado como su Creador, pudiera deificarlo en
Sí mismo, y así traernos a todos al reino de los cielos
por
medio de nuestra semejanza con Él. Porque el hombre no
habría
sido deificado si hubiese estado unido a una criatura, o a menos que el
Hijo fuese Dios mismo; ni habría sido traído el hombre a
la presencia del Padre, a menos que Él hubiese sido su natural y
verdadero Verbo que se había vestido de un cuerpo. Y como
nosotros no habríamos sido librados del pecado y de la
maldición
si la carne cuya forma tomó el Verbo hubiese sido humana por
naturaleza
(porque no habríamos tenido nada en común con lo que es
extraño
a nosotros); así también la humanidad no habría
sido
deificada si el Verbo que se hizo carne no se hubiese por naturaleza
derivado
del Padre y esto no hubiese sido correcto y verdadero en cuanto a
Él.
Porque, por lo tanto, la unión era de esta clase, para que
Él
pudiese unir, lo que es hombre por naturaleza, con Él, que por
naturaleza
pertenecía a la Deidad, para que su salvación y
deificación
pudieran ser seguras" (Orations Against Arianism, ii.70).
Él
lo puso más suscintamente en una famosa declaración de su
obra clásica On the Incarnation of the Word of God (54):
"El Verbo fue hecho carne para que nosotros pudiésemos ser
dioses".
8. Representando la imagen restaurada de Dios, los sacerdotes se
vestían
de vegetales (lino) más bien que de animales (lana); se les
prohibía
usar pieles de bestias, porque producían sudor (Eze.
44:17-18;
comp. Gén. 3:19). Sobre "divinidad judicial" y la vestimenta de
pieles de Adán y Eva, véase, de James B. Jordan,
"Rebellion,
Tyranny, and Dominion in the Book of Genesis", en el cd. de Gary North,
Christianity
and Civilization 3 (1983): Tactics of Christian Resistance, pp.
43-47.
9. Comp. Prov. 6:6; 26:11; 30:15, 19, 24-31; Dan. 5:21; Éx.
13:2,
13.
10. James B. Jordan, The Law of the Covenant: An Exposition of
Exodus
21-23 (Tyler, TX: Institute for Christian Economics, 1984), p. 122.
11. Estrechamente relacionada con la doctrina bíblica de la
Bestia
está la "teología de los dinosaurios" de la Biblia; para
ésta, véanse mis comentarios sobre 12:3.
12. Véase más arriba sobre 9:1-6.
13. El intento de la Bestia de borrar el testimonio de los testigos
de Dios eventualmente condujo a su ataque contra la tierra de Israel,
la
patria de la Iglesia; Tito supuso que podía destruir al
cristianismo
destruyendo el templo en el año 70 d. C. (véase sobre
17:14).
El motivo religioso central tras la guerra de Roma contra los
judíos
era su odio, profundamente arraigado, contra la Iglesia Cristiana.
14. La evidencia es demasiado extensa para repetirla aquí,
pero
véase, de Meredith G. Kline, The Structure of Biblical
Authority
(Eerdmans, 2do. cd., 1975), pp. 183-95; véase también, de
Robert D. Brinsmead, The Pattern of Redemptive History
(Fallbrook,
CA: Verdict Publications, 1979), pp. 23-33.
15. Esto guarda cierta similitud con la experiencia de Elías,
siendo la mayor diferencia que fue su amigo - no sus enemigos -
el que vio su ascensión (2 Reyes 2:9-14).
16. Herbert Schlossberg, Idols for Destruction: Christian Faith
and
Its Confrontation With American Society (Nashville: Thomas Nelson
Publishers,
1983), p. 304.
17. Marcellus Kik, An Eschatology of Victory (Nutley, NJ:
The
Presbyterian and Reformed Publishing Co., 1971), p. 137. La
traducción
común en las versiones modernas de la Biblia ("entonces
aparecerá
en el cielo la señal del Hijo del Hombre") refleja simplemente
los
prejuicios no bíblicos de unos pocos traductores y editores. La
traducción más literal en la King James Version es la que
el texto griego dice. Comp. la discusión en Paradise
Restored:
A Biblical Theology of Dominion (Ft. Worth, TX: Dominion Press,
1985),
pp. 97-105.
18. Ibid., p. 138.
19. Ernest L. Martin, The Birth of Christ Recalculated
(Pasadena:
Foundation for Biblical Research, segundo cd., 1980), pp. 155ss.
20. M. D. Goulder, The Evangelists' Calendar: A Lectionary
Explanation
of the Development of Scripture (London: SPCK, 1978), pp. 245s.
21. Cuando se usa en relación con el pueblo de Dios, la
palabra
juicio significa por lo general reivindicación y venganza en
nombre de él (véase 1 Sam. 24:15; 2 Sam. 18:19, 31;
Sal.
10:18; 26:1; 43:1; Isa. 1:17; Heb. 10:30-39).
22. St. Irenaeus, Against Heresies, iii.xxiv.1; traducido
por
Henry Bettenson, ed., The Early Christian Fathers (Oxford:
Oxford
University Press, 1956, 1969), p. 83.