DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de Freebooks
Parte Cuatro
14
EL REY SOBRE EL MONTE DE SIÓN
Juan acaba de revelarnos la malvada tríada de enemigos
que enfrentan a la Iglesia primitiva: el dragón, la bestia que sube
del mar, y la bestia que sube de la tierra. Juan ha dado a entender claramente
que estos enemigos son implacables, que el conflicto con ellos requerirá
fidelidad hasta la muerte. Naturalmente, surge de nuevo la pregunta: ¿Sobrevivirá
la Iglesia a un ataque tan encarnizado? En esta sección final de
la cuarta división principal de su profecía, por lo tanto,
Juan nuevamente discute estos temores de su auditorio. La acción
del libro se detiene mientras el apóstol consuela y da razones para
tener confianza en la victoria venidera de la Iglesia sobre todos sus oponentes.
"La revelación de los tres grandes enemigos, el dragón, la
bestia que sube del mar, y la bestia que sube de la tierra, es seguida
inmediatamente por una séptuple revelación de victoria y
juicio en los cielos. El propósito de estas visiones y voces desde
el cielo es obviamente para mostrar que los poderes de los cielos son más
poderosos que los de la serpiente infernal y sus asociados. La trinidad
de fuerzas hostiles, armadas con muchas maravillas engañosas, parecería
invencible desde un punto de vista humano. Pero Juan, como el joven siervo
de Eliseo cuando fue confrontado con los caballos y los carruajes y la
inmensa hueste del rey de Siria, es amonestado aquí en el sentido
de que los que están con la Iglesia perseguida son más numerosos
y más poderosos que los que hacen guerra contra ella (comp. 2 Reyes
6:15-17)". 1
El cordero con su hermoso ejército
(14:1-5)
1 Después miré, y he aquí
el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sión, y con él
ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él
y el de su Padre escrito en la frente.
2 Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas
aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como
de arpistas que tocaban sus arpas.
3 Y cantaban un cántico nuevo delante del trono,
y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía
aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que
fueron redimidos de entre los de la tierra.
4 Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues
son vírgenes. Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera
que va. Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para
Dios y para el Cordero;
5 y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin
mancha delante del trono de Dios.
1 Estamos de vuelta nuevamente en el Salmo 2: Juan nos ha
mostrado a los paganos furiosos contra el Señor y contra su Cristo,
rebelándose contra la autoridad de la Deidad; y ahora el Señor
dice: "Pero en lo que a mí concierne, yo he instalado mi reino sobre
el monte de Sión, mi santo monte", garantizando que las naciones
se someterán a su abarcante gobierno. En oposición a las
bestias que suben del mar y de la tierra, el Cordero está de pie
(comp. 5:6) sobre el monte de Sión, ya entronado como Rey de reyes,
el gobernador de todas las naciones. La imagen de una montaña en
la Biblia es claramente una referencia al Santo Monte original, la ubicación
del Jardín de Edén (Eze. 28:13-14). Las promesas proféticas
de la restauración del monte a la tierra (Isa. 2:2-4; Dan. 2:32-35,
44-45; Miq. 4:1-4), así como las numerosas actividades redentoras
en las montañas (Gén. 22:2; Éx. 19:16-19; 2 Crón.
3:1; Mat. 28:16-20), significaron el cumplimiento y la consumación
del paraíso por medio de la expiación del Mesías,
cuando el reino de Dios llenaría la tierra (Isa. 11:9). 2
El Cordero de pie sobre el monte es un símbolo de la victoria de
Cristo sobre todos sus enemigos, con su pueblo restaurado al Edén
y a la comunidad con Dios. El hecho de que el monte es Sión (mencionado
siete veces en el Nuevo Testamento: Mat. 21:5; Juan 12:15; Rom. 9:33; 11:26;
Heb. 12:22; 1 Ped. 2:6) sirve para resaltar esta victoria, porque Sión
es el especial "santo monte" de Jerusalén, el símbolo de
la presencia de Dios con su pueblo y su reinado victorioso sobre la tierra,
cuando todos los reinos sean reunidos para servirle a Él en el Nuevo
Pacto (comp. Sal. 9:1-20; 14:7; 20:1-2; 48:1-14; 69:35; 87:1-3; 99:1-9;
102:13-22; Isa. 24:21-23; 51-52; 59:16-20; Jer. 31:10-37; Zac. 9:9-17).
3
2-3 Con sus ojos sobre el Cordero y su ejército,
Juan oye una voz desde el cielo, el conocido recordatorio de la presencia
de Dios en la Nube de Gloria: como el sonido de muchas aguas y como el
sonido del trueno, y ... como el sonido de arpistas que tocan sus arpas,
la orquesta celestial que toca en acompañamiento al cántico
de victoria del ejército de los santos, que cantan un nuevo cántico
delante del trono y delante de los cuatro seres vivientes y de los ancianos.
Como hemos visto en 5:9, el cántico nuevo es la nueva liturgia requerida
e introducida por la nueva era en la historia de la redención. Y
esta liturgia, la jubilosa respuesta de los redimidos, pertenece a la Iglesia
solamente (comp. 2:17): Ninguno podría aprender el cántico,
excepto los ciento cuarenta y cuatro mil que han sido redimidos de la tierra,
redimidos como esclavos de la tiranía de la bestia que sube de la
tierra.
4-5 Juan da descripciones adicionales de los redimidos:
Éstos son los que no se han contaminado con mujeres, pues son vírgenes.
En esta afirmación hay envueltas varias hebras de imágenes
bíblicas. Debemos descartar la idea de que Juan está hablando
de celibato literal porque les llama "vírgenes", como señaló
Barrington: "'Vírgenes' es aquí obviamente un símbolo
violento de pureza, de la misma manera que 'eunucos' en Mateo [19:12] es
un símbolo violento de celibato; ninguno de los dos debe ser tomado
literalmente. No son hombres que no han tenido relaciones sexuales con
mujeres, sino hombres que no se han contaminado con mujeres, que
es una idea bien diferente, y ciertamente no tiene el propósito
de describir el matrimonio". 4
La palabra virgen se usa frecuentemente en el Antiguo Testamento
para referirse a Sión, el pueblo de Dios (2 Reyes 19:21; Isa. 23:12;
37:22; Jer. 14:17; 18:13; 31:4, 21; Lam. 1:15; 2:13). Más particularmente,
la castidad aquí es una referencia simbólica al requisito
de abstinencia sexual de los sacerdotes-soldados durante la guerra santa
(comp. Éx. 19:15; Lev. 1:16; Deut. 20:7; 23:10-11; 1 Sam. 21:4-5;
2 Sam. 11:8-11). Además, el contexto condena la "fornicación"
cometida por las naciones, en relación con la adoración a
la bestia (v. 8-10). A través de la Biblia, la fornicación
y la prostitución son poderosas metáforas para representar
la apostasía y la idolatría (comp. Isa. 1:21; Jer. 2:20-3:11;
Eze. 16:15-43; Apoc. 2:14, 20-22), mientras que la fidelidad religiosa
es llamada castidad (2 Cor. 11:2). El ejército del Cordero, reunido
alrededor de Él sobre el monte Sión, es casto, fiel a Él,
y resueltamente consagrado a la Guerra Santa.
Juan nos dice, además, que estos soldados son los
que siguen al Cordero dondequiera que va, siendo el término seguir
una metáfora típica de la obediencia de un discípulo
(Mat. 9:9; 10:38; 16:24; Mar. 9:38; 10:21, 28; Luc. 9:23; Juan 8:12; 10:4-5,
27; 21:22). Sin embargo, una afirmación precisa sobre los que comprenden
este grupo se da en la siguiente frase: Éstos han sido redimidos
de entre los hombres como las primicias para Dios y el Cordero. La expresión
primicias se refiere esencialmente a un sacrificio, la ofrenda de la primera
cosecha de la tierra para el Señor, reclamada por Él como
su exclusiva propiedad (Éx. 22:29; 23:16, 19; Lev. 23:9-21; Deut.
18:4-5; Neh. 10:35-37; Prov. 3:9-10); estos cristianos se han ofrecido
a sí mismos para el servicio de Dios por amor a Cristo. Más
que esto, sin embargo, el Nuevo Testamento usa la expresión primicias
para describir la Iglesia de los últimos días, la Iglesia
de la "primera generación" (Rom. 16:5; 1 Cor. 16:15), especialmente
el remanente fiel de las doce tribus de Israel (Sant. 1:1, 18): "Los confesores
y los mártires de la Iglesia apostólica, que vencieron por
razón de su testimonio y la sangre del Cordero, son pues declarados
como las primicias, una selección escogida de la innumerable
compañía de los santos. El propósito de este Apocalipsis
era animar especialmente a estos espíritus vírgenes". 5
Las características de este grupo son marcadamente
similares a las de Israel cuando por primera vez se convirtió en
la esposa de Dios.
Me he acordado de tí, de la fidelidad
de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí
en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová,
primicias
de sus nuevos frutos... (Jer. 2:2-3; comp. v. 32).
Finalmente, dice Juan, ninguna mentira fue hallada en sus
bocas, porque son sin mancha. Es el dragón el que es el engañador,
el calumniador, el padre de la mentira (Juan 8:44; Apoc. 12:9); el pueblo
de Dios se caracteriza por hablar verdad (Efe. 4:24-27). Como declaró
Pablo en relación con los paganos, la mentira básica es la
iolatría: "Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron
la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible,
de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.... Cambiaron la verdad de
Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al
Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén" (Rom. 1:22-25).
Básicamente, la mentira es profecía falsa (comp. Jer. 23),
rendirle honor y gloria a la criatura en lugar de al Creador. Hemos visto
que el conflicto entre la profecía verdadera y la falsa, entre los
profetas-siervos que testifican y el falso profeta, es central al tema
del Libro de Apocalipsis. En oposición a sus enemigos, la Iglesia
lleva y proclama la verdad. Como habían predicho los profetas, Dios
levantó a un fiel remanente durante el tiempo de ira y tribulación
en Jerusalén:
Y dejaré en medio de tí un pueblo
humilde y pobre, el cual confiará en el nombre de Jehová.
El remanente de Israel no hará injusticia ni dirá mentira,
ni en boca de ellos se hallará lengua engañosa... (Sof. 3:12-13).
A menudo, los comentaristas se han sentido molestos por la
cuestión de si esta descripción representa la Iglesia como
se ve en la tierra, o la Iglesia como se ve reposando en el cielo. Debería
ser obvio que ambos aspectos de la Iglesia son visibles aquí - especialmente
puesto que, como hemos visto, la Iglesia en la tierra está
"en el cielo" (12:12; 13:6). La famosa afirmación de Hebreos 12:22-23
proporciona evidencia obligatoria: "Os habéis acercado
al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la
celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles,
a la congregación de los primogénitos que están inscritos
en los cielos..." Milton Terry observa correctamente: "El cielo de nuestro
apocalipsista es la esfera visional de la gloria y el triunfo de la Iglesia,
y no se reconoce ninguna distinción marcada entre los santos que
están en la tierra y los que están en el cielo. Se les concibe
como una gran compañía, y la muerte no representa nada para
ellos... Por esto, el pasaje entero sirve para ilustrar cómo los
santos 'que moran en lugares celestiales en Cristo Jesús' son todos
uno en espíritu y triunfo, sin importar qué localidad física
ocupen". 6 Para Juan,
Sión "no está ni en Jerusalén ni encima de las nubes;
es la asamblea entera de los santos, vivos y muertos". 7
A decir verdad, Stuart Russell sostenía que Hebreos
12:22-23 estaba basado en este pasaje de Apocalipsis: "Los puntos de similitud
son tan marcados y tan numerosos que no es posible que sean accidentales.
El escenario es el mismo - el monte Sión; los personajes dramáticos
son los mismos - 'la asamblea general y la iglesia de los primogénitos,
que están escritos en los cielos', corresponden a los ciento cuarenta
y cuatro mil que tienen el sello de Dios. En la epístola son llamados
'la iglesia de los primogénitos'; la visión explica
el título - son 'las primicias para Dios y el Cordero';
los primeros conversos a la fe de Cristo en la tierra de Judea. En la epístola
son designados como 'los espíritus de los justos hechos perfectos';
en la visión son 'vírgenes no contaminadas, en cuyas bocas
no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios'.
Tanto en la visión como en la epístola, encontramos la 'innumerable
compañía de ángeles' y 'el Cordero' por medio del
cual se efectuó la redención. Resumiendo, está más
allá de toda duda razonable que, puesto que no puede suponerse que
el autor del Apocalipsis haya sacado su descripción de la epístola,
el escritor de la epístola debe haber derivado sus ideas e imágenes
del Apocalipsis". 8
Así, mientras la aplicación específica
de los 144.000 es para la iglesia de la primera generación, en principio
son vistos como la Iglesia en su totalidad (lo cual, en el tiempo en que
Juan escribía, era precisamente). Esto queda confirmado por una
comparación de los paralelos entre este pasaje y la descripción
de los redimidos en 5:6-11:
14:1-5
|
5:6-11
|
1 Después miré, y he aquí el Cordero estaba de
pie.... |
6 Y vi... que estaba en pie... un Cordero... |
3 ... delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y
de los ancianos. |
6 en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos. |
2 la voz... era como de arpistas que tocaban sus arpas. |
8 los veinticuatro ancianos... todos tenían arpas. |
3 Y cantaban un cántico nuevo... |
9 Y cantaban un nuevo cántico. |
4 Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios
y para el Cordero. |
9 [El Cordero] nos ha redimido para Dios, de todo linaje y lengua y
pueblo y nación. |
El evangelio y las copas envenenadas
(14:6-13)
6 Vi volar por en medio
del cielo a otro ángel, que tenía el evangelio eterno para
predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua,
y pueblo,
7 diciendo a gran voz: Temed a
Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad
a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas.
8 Otro ángel le siguió
diciendo: Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque
ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación.
9 Y el tercer ángel los
siguió diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen,
y recibe la marca en su frente o en su mano,
10 él también beberá
dle vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz
de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los
santos ángeles y del Cordero;
11 y el humo de su tormento sube
por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo ni de día ni de
noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la
marca de su nombre.
12 Aquí está la paciencia
de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
13 Oí una voz que desde
el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante
los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu,
descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen.
6-7 El resto de este capítulo
está dividido en siete secciones - una visión del Cristo
glorificado, flanqueado a cada lado por tres ángeles. Juan está
a punto de hacer la transición entre las trompetas-visiones (proclamaciones
de juicio) y los cálices-visiones (aplicaciones de juicio). Prediciendo
este cambio, los primeros tres ángeles hacen proclamaciones
especiales en relación con la victoria del Cordero, y los últimos
tres ángeles llevan a cabo acciones para ayudarle a implementar
su conquista. Como podríamos esperar, estas proclamaciones y acciones
angélicas son paralelas a los deberes de la Iglesia, particularmente
de sus dirigentes y gobernadores.
Primero, Juan ve otro ángel volar por en medio
del cielo, la esfera en la cual el ángel exclama sus ayes sobre
la tierra (8:13). Pero este ángel predica paz: El juicio venidero
no es un fin en sí mismo, sino parte de la proclamación del
evangelio eterno. Contrario a las especulaciones de varios expositores,
no hay razón para suponer que esto es algo diferente del evangelio
del cual el Nuevo Testamento habla constantemente. Es el mensaje de la
venida del reino, como lo habían anunciado Juan y Jesús desde
el principio: "En aquellos días vino Juan el Bautista predicando
en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino
de los cielos se ha acercado" (Mat. 3:1-2); "Después de que Juan
fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del
reino de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios
se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio" (Mar. 1:14-15).
Y este es el evangelio predicado por el ángel, siendo cada uno de
los elementos en él un aspecto del mensaje del Nuevo Testamento:
Temed a Dios (Lucas 1:50; 12:5; Hechos 10:35), y dadle gloria (Mat. 5:16;
9:8; 15:31), porque la hora de su juicio es venida (Juan 12:23, 31-32;
16:8-11); y adorad a aquél que hizo el cielo y la tierra y el mar
(el mundo, Gén. 1) y las fuentes de las aguas (el paraíso,
Gén. 2). Todo esto es marcadamente similar a lo que está
registrado del evangelio apostólico (comp. Hechos 14:15; 17:24-31).
El ángel predica este evangelio a los que se sientan
en la tierra. La expresión usual para los apóstatas israelitas
es los que moran en la tierra (3:10; 13:8, 12, 14; 17:2, 8). Esta
vez, la atención se enfoca en el mensaje a las autoridades de Israel,
las que están sentadas o entronizadas en la tierra (el verbo es
el mismo que se usó en el v. 14, del Hijo del Hombre entronizado
en la Nube). El mensaje del evangelio ordenaba a los gobernantes de Palestina
someterse al señorío de Cristo, para honrarle, más
bien que a César, como Dios. Pero los gobernantes y las autoridades
le rechazaron, diciendo: "No queremos que éste reine sobre nosotros"
(Lucas 19:14).
El Señor mismo proclamó la gloria y el juicio
de Dios a las autoridades de Israel (Mat. 26:64), y adivirtió a
sus discípulos que ellos predicarían un evangelio que resultaría
impopular a los dirigentes: "Guardaos de los hombres, porque os entregarán
a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores
y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio
a ellos y a los gentiles" (Mat. 10:17-18). Además, "será
predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a
todas las naciones; y entonces vendrá el fin" (Mat. 24:14). Y este
era el orden del evangelio - primero a los judíos, y luego a los
gentiles (Hechos 3:26; 11:18; 13:46-48; 28:23-29; Rom. 1:16; 2:9): El ángel
predica a los dirigentes de Palestina, y luego a toda nación y tribu
y lengua y pueblo. Antes de que viniera el fin en el año 70 d. C.,
nos dice Pablo, el evangelio fue realmente predicado a todo el mundo (Rom.
1:8; 10:18; Col. 1:5-6; 23). A pesar de los intentos del dragón
y sus dos bestias por estorbar el progreso del evangelio, la misión
de los apóstoles, los evangelistas, los mártires, y los confesores
de la iglesia primitiva tuvo éxito. El mundo fue evangelizado. 9
8 Otro ángel, el segundo, sigue, presentando otro
aspecto de la proclamación de la iglesia primitiva: ¡Ha caído,
ha caído Babilonia la grande! Esta es la primera vez que se menciona
a "Babilonia" en Apocalipsis, una referencia proléptica anticipando
la exposición plena que habría de venir en capítulos
posteriores (similar a la primera referencia a la bestia en 11:7). Sin
embargo, es ciertamente posible que los lectores de Juan entendieran en
seguida lo que él quería decir. En su primera epístola,
que se supone fue escrita antes del Apocalipsis, Pedro describió
a la iglesia local de la cual escribía como "la que está
en Babilonia" (1 Ped. 5:13). Muchos han supuesto que esta es Roma, donde
Pedro fue martirizado más tarde (según la tradición);
pero es mucho más probable que el apóstol estuviera en Jerusalén
cuando escribió estas palabras. Basándonos en informaciones
del mismo Nuevo Testamento, nuestra natural suposición sería
que "Babilonia" era Jerusalén, puesto que fue allí donde
el apóstol vivió y ejerció su ministerio (Hechos 8:1;
12:3; Gál. 1:18; 2:1-9; comp. 1 Ped. 4:17). Además, la primera
epístola de Pedro también envía saludos de Marcos
y Silas [Silvano] (1 Ped. 5:12-13), los cuales vivían en Jerusalén
(Hechos 12:12; 15:22-40). 10
En todo caso, el primer énfasis de la profecía
ha sido dirigido contra Jerusalén; ha tratado con Roma sólo
hasta donde Roma se relacionaba con Israel. Juan no nos da ninguna indicación
de que el tema ha sido cambiado. Como veremos en los capítulos 17
y 18, la evidencia de que la Babilonia profética era Jerusalén
es nada menos que abrumadora. El término denomina a la ciudad apóstata,
del mismo modo que "Sodoma" y "Egipto" se usaron en 11:8 para describir
a "la gran ciudad...donde el Señor fue crucificado" (nótese
también que la misma expresión la gran ciudad se usa
en 16:19 para describir a "Babilonia"). La razón de que Juan aplique
la palabra a Jerusalén es que Jerusalén se ha convertido
en Babilonia, una copia de la orgullosa, idólatra, y perseguidora
opresora del pueblo de Dios. Terry observa correctamente que "así
como Jesús dijo en Mateo 24:14 que el fin de esta ciudad y la era
pre-mesiánica seguiría a la predicación del evangelio
entre las naciones, así también en este Apocalipsis la proclamación
de la caída de Babilonia la grande sigue inmediatamente después
de la proclamación del evangelio eterno". 11
Esta gran ciudad-ramera (17:1) ha hecho beber a todas
las naciones del vino del calor de su fornicación (un irónico
contraste con el legítimo y bendito "vino del amor" celebrado por
Salomón, Cant. 1:2-4; 4:10; 5:1; 7:2, 9). La palabra generalmente
traducida como ira básicamente significa calor. En
el versísulo 10, la idea es definidamente de ira, pero aquí
Juan está simplemente usando al familiar cuadro bíblico del
Israel apóstata como ramera, que inflama las pasiones de los hombres
con el calor de la lascivia. Israel ha abusado de su privilegiada posición
como la divinamente ordenada "guía de ciegos" y "luz a los que están
en tinieblas" (Rom. 2:19). Las naciones esperaban recibir de ella enseñanza,
pero terminaron blasfemando el nombre de Dios a causa de su impiedad (Rom.
2:24). Dios quería que ella fuera la señora Sabiduría,
y que llamara a todos los hombres a que comieran de su alimento, bebieran
de su vino, y vivieran en el camino de la inteligencia (Prov. 9:1-6). En
vez de eso, se había convertido en la señora Desatino, que
usaba mercadería robada para tentar a los hombres a caer en las
profundidades del infierno (Prov. 9:13-18). Como la bestia que subía
de la tierra (el falso profeta que habla como dragón), la principal
ocupación de Babilonia es seducir a otros para que caigan en fornicación,
la adoración de dioses falsos.
9-11 Y otro ángel, el tercero, les siguió,
con un mensaje apropiado de muerte para cualquiera que adore a la bestia
y a su imagen, o recibe una marca en su frente o en su mano (véase
más arriba, sobre 13:15-18). La gran ofensa de la bestia que sube
de la tierra - la dirigencia religiosa del Israel apóstata - fue
fomentar y hacer cumplir la adoración de la bestia (13:11-17). Así,
Juan nos está dando un indicio de la identidad de la gran ciudad
repitiendo sus palabras sobre la bestia que subía de la tierra inmediatamente
después de su primera afirmación sobre "Babilonia". También
recuerda a los cristianos, especialmente a los "ángeles", los dirigentes
de la Iglesia, de su deber de proclamar el consejo entero de Dios. Debían
predicar el inflexible mensaje del exclusivo y abarcante señorío
de Jesucristo contra todos los pretendientes al trono. Debían hablar
proféticamente a su generación, condenando severamente la
adoración de la bestia, advirtiéndoles que los que bebieran
de la herética copa del culto al estado de Babilonia también
beberían del vino de la ira de Dios, que está vaciado puro
- literalmente, sin mezcla alguna (o como llo traduce deliciosamente un
comentarista, bien mezclado 12)
- en el cáliz de su ira. La amonestaación es clara: No se
puede beber de una copa sin beber de la otra.
Moses Stuart explica las imágenes: "A menudo se
dice que Dios da la copa de inflamación o indignación a las
naciones a las cuales está a punto de destruir (por ej., Isa. 51:17;
Lam. 4:21; Jer. 25:15-16; 49:12; 51:7; Eze. 23:31-34; Job 21:20; Sal. 75:8).
Las personas intoxicadas no pueden destruir, ni siquiera resistir, a los
que los atacan; así que representarlos como intoxicados a manera
de castigo es representarlos como dedicados a una destrucción irremediable.
O podemos presentar la cuestión en una luz diferente. A menudo,
a los criminales a punto de sufrir se les ofrecía, por compasión
de los verdugos o de los espectadores, una poción estupefaciente
que disminuía la sensibilidad al dolor, pero que por supuesto era
el índice o el precursor de una muerte cierta. Por eso, en Marcos
15:23 se registra que Jesús rehusó beber 'vino mezclado con
mirra', que se le ofreció cuando estaba a punto de ser clavado a
la cruz. El santo Salvador no quiso disminuir ninguna porción de
su agonía tomando una bebida intoxicante. Pero de cualquiera de
las dos maneras en que se tome la expresión de nuestro texto, el
significado permanece sustancialmente el mismo - porque el beber tal copa
intoxicante es el preludio de una muerte cierta". 13
Como vimos en el versículo 8, la palabra traducida
como ira es realmente calor; los que desean la copa del "calor" de Babilonia
recibirán una bebida más caliente que la que esperaban, la
copa de la ira no diluída de Dios. Los que fornican con la bestia
serán atormentados con fuego y azufre en presencia de los santos
ángeles y en la presencia del Cordero. Y el humo de su tormento
sube por los siglos de los siglos. La imagen de su condenación permanente
está tomada de la completa destrucción de Sodoma y Gomorra
por medio del fuego y el azufre, cuando "el humo de la tierra subía
como el humo de un horno" (Gén. 19:28; comp. su uso simbólico
en Isa. 34:9-10, que describe la caída de Edom). Increíblemente,
la Srta. Ford asegura que "la alusión al Cordero es embarazosa para
el cristiano". 14
¡No tan embarazosa como las necias observaciones de ciertos comentaristas!
La verdadera razón del embarazo que algunos eruditos sienten por
encontrar a estos adoradores de la bestia destruidos por medio de fuego
y azufre en presencia del Cordero es su moderna forma de marcionismo, una
dicotomía herética entre el Cristo "bondadoso y amante" del
Nuevo Testamento y la "airada" Deidad del Antiguo Testamento. Tal distinción
es completamente extraña a la Biblia. Juan, con más sentido
(y sin ningún aparente embarazo), simplemente ha sido fiel a su
fuente del Antiguo Testamento, refundiéndola en términos
del Nuevo Testamento: "Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma
y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos;
y destruyó las ciudades, y toda aquella llanura, con todos los moradores
de aquellas ciudades, y el fruto de la tierra" (Gén. 19:24-25).
Ciertamente, el texto mismo subraya que el tormento de los sodomitas tuvo
lugar en presencia del Señor (así como el altar está
delante del trono en el tabernáculo). Y Juan es plenamente consciente,
aunque sus comentaristas no lo son, de que el Cordero es el Señor.
Hay aquí un lúgubre contraste: Los adoradores
de la bestia, y los que reciben su marca, no tienen descanso de sus tormentos
ni de día ni de noche. Las palabras se repiten de la descripción
de los querubines en 4:8, que no tienen reposo ni de día ni de noche,
eternamente ocupados en un sacrificio de alabanza.
12-13 Aquí está la paciencia de los santos.
La paciente confianza, esperanza, expectación, y fe del pueblo de
Dios está en la justicia de su continuo gobierno sobre la tierra
y la certeza de su juicio venidero (comp. 13:10). Los santos no deben preocuparse
a causa de los malos, porque se marchitarán como la hierba; hemos
de confiar en el Señor y hacer el bien, reposar en el Señor
y esperarle pacientemente, y eventualmente heredaremos la tierra (Sal.
37). Los malvados perseguidores serán destruídos, les dice
Juan a sus lectores, y en breve; con Santiago, podemos decir:
Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la
venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso
fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia
temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y
afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.
Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para queno seáis
condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta (Santiago
5:7-9).
La perseverancia de los santos va necesariamente unida al
hecho de que ellos guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús.
En oposición a todas las formas de adoración a la criatura,
los cristianos guardan los mandamientos; guardan la fe. El Nuevo Testamento
no conoce nada de un cristianismo sin ley, ni de una devoción que
niegue el contenido objetivo de la "fe que una vez fue entregada a los
santos" (Judas 3). El cristianismo exige perseverancia obediente y fiel
en presencia de la oposición. Naturalmente, esto tiene consecuencias,
no todas ellas agradables. Los lectores de Juan sabían que guardar
la fe podría muy bien significarles la muerte. Por ellos, Juan registra
las siguientes palabras de la voz que se oye desde el cielo: Escribe: Bienaventurados
los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor.
Por medio de la obra de Cristo, el cielo se ha abierto para el pueblo de
Dios. El limbus patrum, la morada en el más allá de
los fieles del Antiguo Testamento (el "seno de Abraham" de Lucas 16:22),
ha sida abierto, y sus habitantes liberados (comp. 1 Ped. 3:19; 4:6). La
muerte es ahora la entrada a la comunión en gloria con Cristo y
los santos que han partido. Jesucristo nos ha librado del temor último
a la muerte; podemos decir, con los famosos versos de John Donne "Muerte,
No Te Enorgullezcas":
Un corto sueño que pasa, para despertar
eternamente,
Y la muerte no será más; muerte, morirás.
Los cristianos primitivos entendían que la muerte
había sido conquistada por la resurrección de Cristo; este
tema ocurre repetidamente en sus escritos. Una y otra vez, a uno le llama
la atención la nota de victoria en la actitud de los mártires
al enfrentarse a la muerte. Atanasio escribió sobre este hecho en
su famosa defensa de la fe cristiana: "Todos los discípulos de Cristo
desprecian la muerte; toman la ofensiva contra ella y, en vez de temerle,
por la señal de la cruz y por fe en Cristo caminan sobre ella como
sobre algo muerto. Antes de la divina venida del Salvador, hasta los hombres
más santos temían a la muerte, y lloraban a los muertos como
si hubiesen perecido. Pero ahora que el Salvador ha resucitado su cuerpo,
la muerte ya no es terrible, sino que todos los que creen en Cristo la
pisotean como si no fuera nada, y prefieren morir antes que negar su fe
en Cristo, sabiendo muy bien que cuando mueran no perecerán, sino
que en realidad vivirán, y se volverán incorruptibles por
medio de la resurrección. Pero aquel demonio que desde tiempos antiguos
se regocijaba por la muerte, ahora que los dolores de la muerte han sido
soltados, sólo él permenece verdaderamente muerto. Hay prueba
de esto, también; porque los hombres que, antes de creer en Cristo,
piensan que la muerte es horrible y tienen temor de ella, una vez que se
han convertido la desprecian tan completamente que salen ansiosos a encontrarla,
y se convierten ellos mismos en testigos de la resurrección del
Salvador. Hasta los niños se apresuran a morir, y no sólo
los hombres, sino que hasta las mujeres se adiestran para encontrarse con
ella mediante la disciplina corporal. Tan débil se ha vuelto la
muerte que hasta las mujeres, que acostumbraban ser tomadas por ella, ahora
se burlan como de una cosa muerta que ha perdido todo su poder. La muerte
se ha vuelto como un tirano que ha sido completamente conquistado por el
monarca legítimo; atado de pies y manos como ahora está,
los transeúntes se burlan de él, pegándole y abusando
de él, ya sin temor de su crueldad y de su ira, a causa del rey
que le ha conquistado. Así, la muerte ha sido conquistada y marcada
por lo que es por el Salvador en la cruz. Está atada de pies y manos,
todos los que están en Cristo la pisotean al pasar, y como testigos
la desprecian, burlándose y diciendo: ¿Dónde está,
oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?"
15
El obispo Eusebio, el gran historiador de la Iglesia,
fue testigo de muchos martirios, y registró lo que a menudo tenía
lugar cuando los cristianos eran sometidos a juicio: "Fuimos testigos del
más admirable celo mental, y de la verdaderamente divina energía
y fortaleza de los que creían en el Cristo de Dios. Pues, tan pronto
se pronunciaba la sentencia contra el primero, otros se lanzaban hacia
adelante desde otras partes del tribunal y se ponían delante del
juez, confesando que eran cristianos, la mayoría de ellos indiferentes
a las terribles y multiformes torturas que les aguardaban, pero declarándose,
plenamente y de la manera más intrépida, partidarios de la
religión que reconoce sólo a un Dios supremo. La verdad es
que recibían la sentencia final de muerte con alegría y regocijo,
llegando hasta cantar y entonar himnos de alabanza y acción de gracias,
hasta que exhalaban el último aliento". 16
La misma esperanza gozosa es evidente en Ignacio, obispo
de Antioquia, el mártir que fue despedazado por las bestias salvajes
en Roma (alrededor del año 107 d. C.). En una de sus famosas cartas,
rogaba a sus hermanos cristianos en Roma que no trataran de liberarlo,
sino que le permitieran "hacer una libación para Dios, mientras
todavía hay un altar preparado": "Escribo a todas las iglesias,
e invito a todos los hombres a saber, que por mi propia y libre voluntad
muero por Dios, a menos que vosotros me lo impidáis. Os exhorto,
no seáis inoportunamente bondadosos para conmigo. Permítanme
ser echado a las bestias salvajes, pues por medio de ellas puedo reunirme
con Dios. Yo soy el trigo de Dios, y soy molido por los dientes de las
bestias salvajes para que pueda ser encontrado como pan puro de Cristo.
Más bien, provocad a las bestias salvajes, para que ellas puedan
ser mi sepulcro y no puedan dejar tras sí ninguna parte de mi cuerpo,
y para que yo no pueda ser, cuando haya dormido, carga para nadie. Entonces
seré verdaderamente discípulo de Jesucristo, cuando el mundo
ya no vea mi cuerpo. Suplicad al Señor por mí, para que por
medio de estos instrumentos yo pueda encontrar un sacrificio para Dios.
No os lo ordeno, como lo habrían hecho Pedro y Pablo. Ellos eran
apóstoles, yo convicto; ellos eran libres, pero yo soy esclavo de
esta misma hora. Y sin embargo, si sufro, entonces soy libre en Cristo
Jesús, y resucitaré libre en Él. Ahora estoy aprendiendo
a abandonar todo deseo.
"Desde Siria y hasta Roma, combato con bestias salvajes,
por tierra y por mar, dc noche y de día, siendo atado en medio de
diez leopardos, y hasta una compañía de soldados, que sólo
empeoran cuando son tratados con amabilidad. Sin embargo, por medio de
sus maldades, me vuelvo más y más un discípulo; y
sin embargo, no soy por eso justificado. Tenga yo gozo de las bestias que
han sido preparadas para mí; y ruego que las encuentre prontas;
no, las provocaré para que me devoren prontamente, no como les han
hecho a algunos, que rehusaron tocarlos por temor. Sí, aunque de
suyo no estén dispuestas cuando yo lo esté, yo mismo las
obligaré. Ténganme paciencia. Sé lo que es expedito
para mí. Ahora estoy comenzando a ser discípulo. Que no me
envidien ninguna de las cosas visibles e invisibles; para que yo pueda
reunirme con Cristo Jesús. Vengan el fuego y la cruz y el luchar
con bestias salvajes, los cortes y las mutilaciones, el descoyuntamiento
de huesos, el desmembramiento, el aplastamiento de mi cuerpo entero, vengan
las crueles torturas del diablo para que me ataquen. Sólo permítaseme
reunirme con Cristo.
"Los más lejanos confines del universo no me servirán
de nada, ni los reinos de este mundo. Es mejor que yo muera por Cristo
Jesús antes que reinar sobre los más lejanos confines de
la tierra. A Él le busco, el que murió por nosotros; a Él
le deseo, el que resucitó por amor a nosotros. Los dolores de un
nuevo nacimiento están sobre mí. Ténganme paciencia,
hermanos. No me estorben el vivir; no deseen mi muerte. No pongáis
en el mundo a alguien que desea ser de Dios, ni le atraigáis con
cosas materiales. Dejadme recibir la luz pura. Cuando se aleje, seré
hombre. Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios. Si cualquier
hombre le tiene dentro de sí mismo, entienda lo que yo deseo, y
que tenga sentimientos de compañerismo para conmigo, porque él
sabe las cosas que me estorban". 17
Sin embargo, Alexander Schmemann nos recuerda que "el
cristianismo no es reconciliación con la muerte. Es la revelación
de la muerte, y la revela porque es la revelación de la Vida. Cristo
es esta Vida. Y sólo si Cristo es vida es la muerte lo que el cristianismo
proclama ser, a saber, el enemigo que ha de ser destruido, y no un 'misterio'
que debe ser explicado". 18
Sí, dice el Espíritu, para que descansen
de sus trabajos y que sus obras les sigan. Nuevamente, aquí hay
un contraste con la suerte de los adoradores de la bestia, que no tendrán
reposo de sus tormentos ni de día ni de noche. Los santos
perseverantes son alentados a continuar en fidelidad, pues su reposo eterno
viene en camino y sus obras serán recompensadas. La perseverancia
bíblica se determina por la recompensa de la eternidad, no por las
tribulaciones del momento. La esperanza bíblica trasciende la batalla.
Esto no significa que la Biblia ordena un descuido fuera de este mundo
de la vida presente; pero tampoco apoya una perspectiva que es solamente,
o principalmente, de este mundo. Nuestra tendencia pecaminosa es ir en
una dirección, más bien que en la otra, pero Dios nos llama
a ser tanto de este mundo como del otro. La fe bíblica nos llama
a trabajar en este mundo en favor del dominio con todo nuestro poder (Gén.
1:28; Ecle. 9:10), y al mismo tiempo nos recuerda constantemente nuestra
esperanza final, nuestro reposo último.
El Hijo del Hombre, la mies,
y la vendimia (14:14-20)
14 Miré, y he aquí una nube blanca;
y sobre la nube uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía
en la cabeza una corona de oro, y en la mano una hoz aguda.
15 Y del templo salió otro ángel, clamando
a gran voz al que estaba sentado sobre la nube: Mete tu hoz, y siega; porque
la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura.
16 Y el que estaba sentado sobre la nube metió
su hoz en la tierra, y la tierra fue segada.
17 Salió otro ángel del templo que está
en el cielo, teniendo también una hoz aguda.
18 Y salió del altar otro ángel, que tenía
poder sobre el fuego, y llamó a gran voz al que tenía la
hoz aguda, diciendo: Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra,
porque sus uvas están maduras.
19 Y el ángel arrojó su hoz en la tierra,
y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en
el gran lagar de la ira de Dios.
20 Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar
salió sangre hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos
estadios.
14-16 Estos versículos forman el centro de mesa de
la sección entera, versículos 6-20. Hemos visto tres ángeles
que hacen proclamaciones a la tierra de Israel (v. 6-13); tres más
aparecerán, para llevar a cabo acciones simbólicas sobre
la tierra (v. 15, 17-20); y en el centro está una nube blanca, y
sentado en la nube uno como Hijo del Hombre, teniendo una corona de oro
sobre su cabeza. Esta es la conocida Nube de Gloria, con la cual Cristo
estaba vestido en 10:1; ahora es blanca, y no oscura como en Sinaí
(Éx. 19:16-18; comp. Sof. 1:14-15). La razón de que Juan
se refiera a la Nube en este contexto puede discernirse observando la manera
en que Juan la conecta con el Hijo del Hombre. La referencia es a la profecía
de Daniel tocante a la venida del Mesías a su entronización
como Rey universal - una visión que sigue a su profecía de
las bestias de siete cabezas y diez cuernos:
Miraba yo en la visión de la noche, y
he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de
hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse
delante de él. Y le fue dado dominio, gloria, y reino, para que
todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio
eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.
(Dan. 7:13-14)
El argumento de Juan es claro: Que las bestias hagan lo peor
que puedan - el Hijo del Hombre ha ascendido en las nubes y recibido el
dominio eterno sobre todos los pueblos y naciones. Su reino jamás
será destruido; Él nunca tendrá sucesor. Es claro
también que ésta es una visión, no de alguna futura
venida a la tierra, sino del resultado de la ascensión original
de Cristo en las nubes al Padre - la Parusía definitiva.
19
El Hijo del Hombre reina ahora como el segundo Adán, el Rey de reyes.
Juan no muestra a Cristo viniendo en la nube, sino de hecho
ya sentado en la nube, instalado en su trono celestial. Anteriormente
(v. 6), nos mostró a los oficiales israelitas sentados
sobre la tierra; en frente de ellos se sienta el Señor Cristo, entronizado
en la Nube de Gloria (comp. Sal. 2-2-6).
El Rey no sólo tiene una corona sobre la cabeza,
sino también una hoz aguda en la mano. Y salió otro
ángel del templo, clamando a gran voz al que estaba sentado en la
nube: Mete tu hoz y siega, porque la hora de segar ha llegado, pues la
mies de la tierra está madura. El primer ángel de esta tríada
repite lo que ha dicho el primer ángel de la otra tríada
(v. 7): ¡La hora ha llegado! Sin embargo, esta vez el énfasis
cae, no sobre juicio sino sobre bendición, la reunión de
los elegidos. Esto también está conectado con la obra del
Hijo del Hombre en su Parusía, cuando envía a sus "ángeles",
sus mensajeros apostólicos, para reunir a los elegidos (Mat. 24:30-31).
La palabra para reunir es, literalmente, "sinagogar";
su significado es que Israel, que rehusó ser sinagoga bajo Cristo
(Mat. 23:37-38), será reemplazado por la Iglesia como la nueva sinagoga.
Las primeras iglesias eran simplemente "sinagogas" cristianas (Santiago
2:2), y esperaban el día, que se acercaba rápidamente, en
que el Israel apóstata sería completamente desheredado, y
la Iglesia revelada como la verdadera sinagoga, "reunida" en la forma final
del nuevo pacto (2 Tesa. 2:1). Jesús describió el reino de
Dios como una gran cosecha (Mar. 4:26-29), y les dijo a sus discípulos:
"He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque
ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y
recoge fruto [comp. Apoc. 14:13], y recoge fruto [comp. Apoc. 14:4] para
vida eterna; para que el que siembra goce juntamente con el que siega"
(Juan 4:35-36).
En consecuencia, el primer ángel (que representa
a sus contrapartes terrenales) llama al Hijo del Hombre para que meta su
hoz (mencionada siete veces en este pasaje) y siegue, orando en obediencia
al mandamiento de Cristo: "La mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad,
pues, al señor de la mies, que envíe obreros a su mies" (Mat.
9:37-38). Desde este trono-nube, el rey contesta la oración de la
Iglesia: Metiendo su hoz en la tierra, Él envía obreros;
la tierra es segada, y el fruto es traído a su reino. En la Escritura,
la imagen de la hoz está conectada con el pentecostés, celebrado
después de que el grano había sido cosechado (Deut. 16:9),
cuando el Espíritu es derramado en salvación y bendición
(Hechos 2).
17-18 Juan regresa al tema del juicio, porque el
concomitante de la reunión de la Iglesia es la excomunión
de Israel. Génesis 21 registra cómo el reconocimiento de
Isaac y el hijo de la promesa requirió la expulsión de Agar
y de su hijo, Ismael; y Pablo vio en esta historia una alegoría
del rechazo del antiguo Israel y el reconocimiento de la Iglesia como el
"heredero de la promesa". Pablo se los explicó a las iglesias de
Galacia, que habían sido infiltradas por las enseñanzas del
judaísmo: "Está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de
la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según
la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría,
pues estas mujeres son los dos pactos; el uno proviene del monte Sinaí,
el cual da hijos para esclavitud; éste es Agar. Porque Agar es el
monte Sinaí en Arabia, y corresponde a la Jerusalén actual,
pues ésta, junto con sus hijos, está en esclavitud. Mas la
Jerusalén de arriba, la cual es madre de todos nosotros, es libre.
... Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa.
Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía
al que había nacido según el Espíritu, así
también ahora. Mas, ¿qué dice la Escritura? Echa fuera
a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava
con el hijo de la libre. De manera, hermanos, que no somos hijos de la
esclava, sino de la libre" (Gál. 4:22-31). La antigua Jerusalén,
la ciudad capital del judaísmo apóstata y perseguidor, fue
echada fuera, excomulgada del Pacto, al mismo tiempo que la Iglesia estaba
siendo reconocida como la legítima heredera de la promesa. Los cristianos,
nacidos del Espíritu, son los verdaderos hijos de la Jerusalén
celestial.
Por lo tanto, un segundo ángel sale del templo
que está en el cielo para ayudar en la mies con su hoz aguda. Al
principio, esto parece simplemente una continuación de la primera
cosecha, pero Juan hace un doble cambio, retrocediendo todo el camino hasta
el comienzo de esta sección de Apocalipsis para extraer material
de sus imágenes de ira. Cristo enseñó a orar a sus
discípulos, no sólo por la conversión de Israel, sino
también por su destrucción; es por eso que en 6:9-11 vimos
a los santos reunidos alrededor del altar de oro de incienso, ofreciendo
sus oraciones imprecatorias pidiendo venganza. Poco después de esa
escena, al comienzo de las visiones de las trompetas, un ángel tomó
el incensario con las oraciones de los santos, lleno con fuego del altar,
y lo lanzó a la tierra; "y hubo truenos, y voces, y relámpagos,
y un terremoto" (8:3-5). Ahora, al término de la sección
de las trompetas, Juan ve al mismo ángel, el que tiene poder, no
sólo "sobre fuego", como dice la mayoría de las traducciones,
sino sobre el fuego, el fuego que arde en el altar; y este
ángel viene específicamente del altar de las oraciones de
los santos para hacer juicio, para producir la respuesta histórica
al culto y a las oraciones de la Iglesia. Él también ora
por la vendimia - pero esta vez será la vendimia de los impíos,
las "uvas de la ira" (Joel 3:13 combina de modo similar las imágenes
de la mies y la vendimia). Así, este tercer ángel llama al
segundo ángel, el que tiene la hoz, y le dice: Mete tu hoz aguda,
y reúne los racimos de la viña de la tierra, porque sus uvas
están maduras. La viña de Dios, Israel, está madura
para el juicio.
Tenía mi amado una viña en una
ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado
de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre,
y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio
uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de
Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué
más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho
en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas
silvestres? Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi
viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré
su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será
podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las
nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella. Ciertamente la
viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel,
y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y
he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor. (Isa. 5:1-7)
19-20 La viña es juzgada: El ángel echa su
hoz a la tierra, y recoge la viña de la tierra, y la echa al gran
lagar de la ira de Dios para producir la substancia que será vertida
de las copas en el capítulo 16. Las repetidas referencias a la tierra
(seis veces en los versículos 15-19), combinadas con las imágenes
de la viña de la tierra, enfatizan que éste es un juicio
de la tierra de Israel. Examinando los extensos antecedentes bíblicos
de la idea de la viña, Barrington concluye: "No parece posible suponer
que Juan se propusiera aplicar estas palabras a ningún otro país
distinto de Israel, ni a ninguna otra ciudad que no fuera Jerusalén.
Estas palabras son el eco de las de Juan el Bautista, con las cuales comenzó
todo el movimiento profético cristiano. Aun en este momento el
hacha está puesta a la raíz del árbol. Lo que
es contingente en el Bautista es absoluto en Apocalipsis. Israel ha sido
rechazado". 20
Las imágenes de este pasaje están basadas
en la profecía de Isaías sobre la destrucción de Edom,
donde Dios es descrito como un hombre que exprime las uvas en un lagar.
Él explica por qué su túnica está manchada
con "jugo":
He pisado yo solo el lagar, y de los pueblos
nadie había conmigo; los pisé con mi ira, y los hollé
con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché
todas mis ropas. Porque el día de la venganza está en mi
corazón, y el año de mis redimidos ha llegado. Miré,
y no había quién ayudara, y me maravillé que no hubiera
quien sustentase; y me salvó mi brazo, y me sostuvo mi ira. Y con
mi ira hollé los pueblos, y los embriagué en mi furor, y
derramé en tierra su sangre. (Isa. 63:3-6).
Y fue pisado el lagar fuera de la ciudad, y del lagar salió
sangre, hasta los frenos de los caballos, por mil seiscientos estadios.
Es desafortunado que traducciones como la New American Stantard Version
[en inglés], debido a presuposiciones literalistas, presentan esta
medida como una medida norteamericana moderna: doscientas millas.
Aunque esa traducción sí proporciona una buena idea de la
magnitud del derramamiento de sangre, pasa por alto completamente la importante
figura simbólica de mil seiscientos, un número que nuevamente
subraya la tierra: cuatro al cuadrado (la tierra), multiplicado
por diez al cuadrado (dimensiones). Mil seiscientos estadios es
ligeramente mayor que la longitud de Palestina: La tierra entera de Israel
está así representada como desbordante de sangre en el venidero
juicio nacional: Los ríos de sangre que fluyen se convierten en
un gran Mar Rojo, llegando hasta los frenos de los caballos en una recapitulación
del derribamiento de los caballos y los carruajes de Faraón (Éx.
14:23, 28; 15:19; comp. el extenso uso de imágenes del Éxodo
en el siguiente capítulo). Zacarías había predicho
un día en que todas las cosas por toda la tierra serían santas,
cuando la tierra sería llena de adoradores puros, cuando SANTO A
JEHOVÁ estaría inscrito hasta en "las campanillas de los
caballos" de Israel (Zac. 14:20-21). Pero Dios había levantado en
el monte de Sión un Israel nuevo y puro, en el cual se cumplirían
las promesas. El antiguo Israel se había convertido en apóstata
e inmundo, nadando en sangre sus caballos.
El derramamiento de sangre cubre la tierra, pero está
fuera de la ciudad. El cumplimiento histórico de esto fue, desde
un punto de vista, cuando "Galilea rebosaba de fuego y sangre", cuando
las tropas de Vespasiano y de Tito invadieron el país. La tierra
entera, excepto Jerusalén, fue cubierta de muerte y devastación.
21
Sin embargo, teológicamente, el cumplimiento de este texto hay que
relacionarlo también con el sacrificio de Cristo, porque ese fue
el definitivo derramamiento de sangre "fuera de la ciudad". En el sistema
sacrificial del Antiguo Testamento, "los cuerpos de los animales cuya sangre
era traída al Lugar Santo por el sumo sacerdote como ofrenda por
el pecado, eran quemados fuera del campamento. Por lo tanto, Jesús
también, para que pudiera santificar al pueblo por medio de su propia
sangre, sufrió fuera de la puerta. De aquí que vayamos a
Él fuera del campamento, llevando su reproche. Porque aquí
no tenemos una ciudad duradera, sino que buscamos la ciudad que ha de venir"
(Heb. 13:11-14). Por lo tanto, fuera de la ciudad era el lugar de juicio,
donde se disponía de los cuerpos de los animales sacrificados; y
era el lugar de juicio, donde la sangre de Cristo fue derramada por el
Israel rebelde. En estas imágenes por capas, entonces, la sangre
que fluye fuera de la ciudad pertenece a Cristo, sacrificado fuera del
campamento; y ha de ser la sangre del Israel apóstata también,
echado fuera y excomulgado de "la Jerusalén de arriba" y desheredado
por el Padre. He aquí la doctrina de la expiación limitada,
y con creces: ¡Fluirá la sangre - si la sangre no es la de
Cristo, derramada en nuestro nombre, será la nuestra! "En el año
70 d. C., la viña de Israel fue cortada y pisoteada en el lagar;
pero esta destrucción es la culminación de un proceso que
había durado más de cuarenta años; comenzó
fuera de la ciudad, cuando Uno al cual despreciaron y rechazaron pisó
el lagar solo, y del pueblo no hubo nadie con Él. Fue en ese momento
cuando Jerusalén cayó". 22
Notas:
1. Milton Terry, Biblical Apocalyptic: A Study of the Most Notable
Revelations of God and of Christ in the Canonical Scriptures (New York:
Eaton and Mains, 1898), p. 402.
2. Véase de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical Theology
of Dominion (Ft. Worth, TX: Dominion Press, 1985), pp. 29-32).
3. Una vez que entendemos que el jardín de Edén estaba
sobre una montaña, podemos entender más fácilmente
el fundamento de la asombrosa concordancia entre las mitologías
de las diferentes culturas. Todas las culturas se originaron en la dispersión
en el Monte Ararat, y más tarde en Babel; y llevaron con ellas los
recuerdos del paraíso original. Por eso, en toda cultura antigua,
hay mitos de la morada de Dios sobre la Montaña Cósmica (por
ej., el Monte Olimpo), y la expulsión del hombre del paraíso,
y sus intentos por regresar (por ej., la casi universal preocupación
por la construcción de torres-jardines, y montículos;
comp. los "bosquecillos" y los "lugares altos" del Israel apóstata).
Véase de R. J. Rushdoony, The One and the Many: Studies in the
Philosophy of Order and Ultimacy (Tyler: TX: Thoburn Press, [1971]
1978), pp. 36-53; comp. Mircea Eliade, The Myth of the Eternal Return:
or, Cosmos and History (Princeton: Princeton University Press, 1954,
1971), pp. 12-17.
4. Philip Barrington, The Meaning of the Revelation (London:
SPCK, 1931), p. 237.
5. Terry, p. 404.
6. Terry, p. 404.
7. Barrington, p. 236.
8. J. Stuart Russell, The Parousia: A Critical Inquiry into the New
Testament Doctrine of Our Lord´s Second Coming (Grand Rapids:
Baker Book House, [1887] 1983), pp. 469s. Puede admitirse que Russell no
ha probado su argumento "más allá de cualquier duda razonable".
Pero ha establecido claramente por lo menos una relación conceptual
(si no dependiente) entre Hebreos 12 y Apocalipsis 14.
9. Véase de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical Theology
of Dominion (Ft. Worth. TX: Dominion Press, 1985), pp. 90s.
10. Para material adicional sobre el significado de la referencia de
Pedro a "Babilonia", véase de J. Stuart Russell, The Parousia,
pp. 346ss.
11. Terry, p. 407.
12. Barrington, pp. 248s. Con el sentido británico de lo apropiado,
Barrington admite un cierto grado de inquietud en esta traducción.
13. Moses Stuart, A Commentary on the Apocalypse (Andover: Allen,
Merrill and Wardwell, 1845), pp. 297s.
14. J. Massyngberde, Revelation: Introduction, Translation, and Commentary
(Garden City: Doubleday and Co., 1975), p. 237.
15. Atanasio, On the Incarnation, traducido y editado por la
Hermana Penélope Lawson, C. S. M. V. (New York: Macmillan Publishing
Co., 1946, 1981), pp. 42s.
16. Eusebio, Ecclesiastical History, viii.ix.5, trad. Christian
Frederick Cruse (Grand Rapids: Baker Book House, [n.d.] 1955), p. 328.
17. Ignacio, Epistle to the Remans, iv-vi, ed. y trad. J. B.
Lightfoot, The Apostolic Fathers (Grand Rapids: Baker Book House,
[1891] 1956), pp. 76s. Sobre la actitud de los cristianos primitivos hacia
el martirio, véase de Louis Bouyer, The Spirituality of the New
Testament and the Fathers (Minneapolis: The Seabury Press, 1963), pp.
190-210.
18. Alexander Scmemann, For the Life of the World: Sacraments and
Orthodoxy (Crestwood, NY: St. Vladimir´s Seminary Press, 1973),
pp. 99s.
19. Véase de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical
Theology of Dominion (Ft. Worth, TX: Dominion Press, 1985), pp. 68ss.,
102s.
20. Barrington, p. 256. Sobre el uso que Cristo hacía de la imagen
de la viña en sus parábolas, véase de Chilton, Paradise
Restored, pp. 76-82.
21. Véase de Josefo, The Jewish War, Book iii.
22. Barrington, p. 261.