DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de Freebooks
Parte Cinco
21
LA NUEVA JERUSALÉN
La Biblia es un libro de historias, con una sola historia
para contar. Esa historia, la de Jesucristo y la salvación del mundo,
es presentada una y otra vez en la Biblia, con innumerables variantes sobre
el mismo tema básico. Un aspecto importante de esa historia es el
de Dios como Rey-Guerrero, que resucita a su pueblo de la muerte, derrota
a sus enemigos, toma para sí los depojos de la guerra, y construye
su casa. Por ejemplo, hay una historia en Éxodo: "Y dijo Moisés
al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que
Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy
habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová
peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos" (Éx.
14:13-14). En consecuencia, después del cruce victorioso del Mar
Rojo (la resurrección bautismal de Israel y la destrucción
bautismal de Egipto), Moisés se regocija: "Jehová es varón
de guerra" (Éx. 15:3). Egipto y toda su riqueza y toda su gloria
fueron completamente borrados de la faz de la tierra; todo lo que quedó
fue lo que los israelitas habían "despojado" de plata y oro, y artículos
de vestir (Éx. 3:21-22; 11:1-2; 12:35-36). Gran parte de esto fue
entregado al Señor más tarde para la construcción
del Tabernáculo, la casa de Dios (Éx. 35:21-29; 36:3-8),
a la cual entró Él en gloria abrasadora (Éx. 40:3-4).
Este patrón se repite muchas veces, siendo otro
ejemplo bien conocido la historia de David y Salomón: David actúa
como el guerrero de Dios, librando las batallas del Señor con Él
(comp. 2 Sam. 5:22-25), y su hijo Salomón construye la casa de Jehová
(2 Sam. 7:12-13); y nuevamente la señal de que Dios ha entrado en
la casa es que desciende fuego (2 Crón. 7:1-3). Todas éstas
eran victorias y construcciones de casas provisionales, anticipaciones
de la victoria definitiva en la obra de Cristo Jesús.
Uno de los más notables anuncios del venidero Rey-Guerrero
ocurre en la profecía de Ezequiel. Como hemos visto, el libro de
Apocalipsis está tímidamente ligada con Ezequiel en muchos
puntos; y los últimos doce capítulos de Ezequiel están
especialmente en al trasfondo de los capítulos finales de Juan.
En
Ezequiel 37, el profeta tiene una visión de Israel en el exilio,
representada como un valle lleno de huesos secos; humanamente hablando,
toda esperanza ha desaparecido. Pero, al predicarles Ezequiel a los huesos
e interceder por el pueblo con el espíritu de Dios, el Señor
hace el milagro de la re-creación, resucitando a Israel a la vida,
sacándoles de sus tumbas, y convirtiéndoles en "un ejército
sobremanera grande". Un Israel unido es restaurado a su reino, con David
gobernando nuevamente como rey, para siempre.
Después de su resurrección, sin embargo,
hay guerra: "Gog de la tierra de Magog" viene con los ejércitos
de las naciones paganas a hacer guerra contra el Israel restaurado (Eze.
38). El enemigo es destruído con fuego y azufre que descienden del
cielo, sus despojos son tomados por los victoriosos israelitas, y sus ejércitos
son devorados por las aves del cielo y las bestias del campo (Eze. 39).
Después de esta escena, Ezequiel escribe algunos de los capítulos
más prolijamente detallados de la Biblia (Eze. 40-48), en los cuales
describe una ciudad-templo ideal, una nueva Jerusalén en la cual
Dios mismo habita entre su pueblo y envía bendiciones desde su trono
hasta los confines de la tierra.
Ya Juan ha usado el tema de resurrección-batalla-templo
varias veces en Apocalipsis (una de las excepciones más notables
es el Capítulo 11, en el cual dos testigos son resucitados, llega
el Reino, la ira de Dios cae sobre las naciones, los destructores son destruídos,
y el templo es abierto). Pero el bosquejo específico de Ezequiel
está claramente presente en Apocalipsis 20: Los santos participan
de la primera resurrección y reinan en el reino con "David" el mayor;
luego son atacados por Gog y Magog. El enemigo es destruído con
fuego del cielo - la señal de que Dios está entrando en su
santo templo. Todo esto nos trae a los capítulos 21-22, la visión
de Juan del templo final, el paraíso consumado que se ha convertido
en la ciudad de Dios, donde mora Dios con su pueblo en perfecta comunión.
La tarea original de Dios ha sido ejecutada, y sus implicaciones culturales
son plenamente realizadas al traer las naciones voluntariamente sus tesoros
a la casa de Dios y fluir el río de vida para la sanidad de las
naciones.
Todas las cosas nuevas (21:1-8)
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque
el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía
más.
2 Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén,
descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su
marido.
3 Y oí una gran voz del cielo que decía:
He aquí el tabernáculo de Dios conn los hombres, y él
morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará
con ellos como su Dios.
4 Enjugará Dios toda lágrima de los ojos
de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto,
ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
5 Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí,
yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras
son fieles y verdaderas.
6 Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega,
el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente
de la fuente del agua de la vida.
7 El que venciere heredará todas las cosas, y
yo seré su Dios, y él será mi hijo.
8 Pero los cobardes e incrédulos, los abominables
y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos
los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y
azufre, que es la muerte segunda.
1 Juan inicia ésta, la última y la más
larga en la serie final de visiones, con las palabras Y vi. Aunque esta
es la séptima visión de la serie, es la octava ocurrencia
de la frase kai eidon - siendo asociado el número 8, como
ya hemos notado, con la resurrección y la regeneración (por
ej., los varones hebreos eran circuncidados al octavo día; Jesús
[888] fue resucitado al octavo día, etc.) Juan lo usa aquí
para subrayar el cuadro de la resurrección y la regeneración
cósmicas: Él ve un nuevo cielo y una nueva tierra,
porque
el primer cielo y la primera tierra pasaron, habiendo huído
de delante del Juez (20:11). El mundo antiguo es completamente reemplazado
por el nuevo; la palabra usada no es neos (novedad cronológica),
sino kainos (novedad de clase, calidad superior). La tarea de Adán
de hacer de la tierra un cielo ha sido terminada, establecida sobre una
base enteramente nueva, la obra de Cristo. La original condición
inhabitable de la tierra, de abismo y oscuridad, ha sido completamente
eliminada: Ya no hay mar ni abismo. Hay cielo y tierra, pero no "por debajo
de la tierra", la morada de Leviatán. Lo que Juan nos revela es
el resultado escatológico de la reconciliación abarcante
y cósmica celebrada por Pablo: "Por cuanto agradó al Padre
que en él habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar
consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como
las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre
de su cruz" (Col. 1:19-20) 1
Pero esta visión del cielo nuevo y la tierra nueva
no debe ser interpretada como completamente futura. Como veremos repetidamente
durante el estudio de este capítulo, lo que ha de ser absoluta y
completamente verdadero en la eternidad es definitiva y progresivamente
verdadero ahora. Nuestro disfrute de la herencia eterna será la
continuación y el perfeccionamiento de lo que es verdadero sobre
la Iglesia en esta vida. No debemos simplemente esperar las bendiciones
de Apocalipsis 21 en una eternidad venidera, sino disfrutar de ellas y
regocijarnos en ellas y extenderlas aquí y ahora. Juan le estaba
hablando a la Iglesia primitiva de las realidades presentes, de las bendiciones
que ya existían y que aumentarían a medida que el evangelio
saliera y renovara la tierra.
La salvación se presenta consistentemente en la
Biblia como una re-creación. 2
Es por esto por lo que en la Escritura se usan el lenguaje y el simbolismo
creacionista cada vez que Dios habla de salvar a su pueblo. Hemos visto
cómo la liberación del pueblo de Dios durante el diluvio
y el Éxodo por parte de Dios son considerados por los escritores
bíblicos como nuevas creaciones provisionales, que apuntan a la
nueva creación definitiva en el primer advenimiento de Cristo. Por
eso, Dios habló por medio de Isaías de las bendiciones del
venidero reino de Cristo:
Porque he aquí que yo crearé nuevos
cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni
más vendrá al pensamiento. Mas os gozaréis y os alegraréis
para siempre en las cosas que yo he creado; porque he aquí que yo
traigo a Jerusalén alegría, y a su pueblo gozo. Y me alegraré
con Jerusalén, y me gozaré con mi pueblo; y nunca más
se oirán en ella voz de lloro, ni voz de clamor. No habrá
más allí niño que muera de pocos días, ni viejo
que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien
años, y el pecador de cien años será maldito.
Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas,
y comerán del fruto de ellas. No edificarán para que otro
habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los
días de los árboles serán los días de mi pueblo,
y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos. No trabajarán
en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje
de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos. Y antes
que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré
oído. El lobo y el cordero serán apacentados juntos, y el
león comerá paja como el buey; y el polvo será el
alimento de la serpiente. No afligirán , ni harán mal en
todo mi santo monte, dijo Jehová (Isa. 65:17-25).
Este pasaje no puede estar hablando del cielo, o de
un tiempo después del fin del mundo; porque en este "nuevo cielo"
y esta "nueva tierra" hay muerte todavía (aunque a una edad muy
avanzada - "los días de los árboles"); la gente está
construyendo, plantando, trabajando, y teniendo hijos. Isaías está
claramente haciendo una afirmación sobre esta era, antes
del fin del mundo, mostrando lo que las futuras generaciones pueden esperar
al penetrar el evangelio el mundo, restaurar la tierra a la condición
de paraíso, y realizar los objetivos del reino. Isaías está
describiendo las bendiciones de Deuteronomio 28 en su más grande
cumplimiento terrenal Por eso, cuando Juan nos dice que él vio "un
cielo nuevo y una tierra nueva", debemos reconocer que el principal
significado de esa frase es simbólico, y tiene que ver con las bendiciones
de la salvación.
Quizás el texto definitivo en el Nuevo Testamento
sobre "el nuevo cielo y la nueva tierra" sea 2 Pedro 3:1-14. Allí,
Pedro les recuerda a sus lectores que Cristo y todos los apóstoles
habían advertido sobre una acelerada apostasía hacia los
"últimos días" (2 Ped. 3:2-4); comp. Judas 17-19) - que,
como hemos visto, era el período transicional de cuarenta años
(comp. Heb. 8:13) entre la ascensión de Cristo y la destrucción
del templo del antiguo pacto, cuando las naciones estaban comenzando a
fluir hacia el monte de Dios (Isa. 2:2-4; Hechos 2:16-17; Heb. 1:2; Santiago
5:3; 1 Ped. 1:20; 1 Juan 2:18). Como explicó Pedro con claridad,
estos "burladores" de los últimos días serían apóstatas
del pacto: Judíos familiarizados con la historia y las profecías
del Antiguo Testamento, pero que habían abandonado el pacto al rechazar
a Cristo. Sobre esta malvada e impía generación vendría
el gran "Día del Juicio" predicho por los profetas, una "perdición
de los hombres impíos" como la que sufrieron los impíos de
los días de Noé (2 Ped. 3:5-7; comp. la misma analogía
trazada en Mat. 24:37-39; Luc. 17:26-27). Tal como Dios había destruído
el "mundo" de esos días por medio del diluvio, así destruiría
el "mundo" del Israel del siglo primero por medio del fuego en la caída
de Jerusalén.
Pedro describe esto como la destrucción de "los
cielos y la tierra que existen ahora" (2 Ped. 3:7), preparando el camino
para los "nuevos cielos y la nueva tierra" (v. 13). A causa de la terminología
de "universo colapsante" usada en este pasaje, muchos han supuesto erróneamente
que Pedro está hablando del fin del cielo físico y de la
tierra física, más bien que de la disolución del orden
mundial del antiguo pacto. John Owen, el gran teólogo puritano del
siglo diecisiete, respondió a este punto de vista refiriéndose
al uso metafórico de cielos y tierra, como en la descripción
de Isaías del pacto mosaico:
Porque yo Jehová, que agito el mar y hago
rugir sus ondas, soy tu Dios, cuyo nombre es Jehová de los ejércitos.
Y en tu boca he puesto mis palabras, y con la sombra de mi mano te cubrí,
extendiendo los cielos y echando los cimientos de la tierra, y diciendo
a Sion: Pueblo mío eres tú. (Isa. 5:15-16).
Owen escribe: "El tiempo en que la obra que se menciona aquí,
de extender los cielos y echar los cimientos de la tierra, fue ejecutada
por Dios, fue cuando él 'agitó el mar' (v. 15), y dio la
ley (v. 16), y dijo a Sion: 'Pueblo mío eres tú' - esto es,
cuando sacó a los hijos de Israel de Egipto, en el desierto les
formó en una iglesia y un estado. Luego extendió los cielos,
y echó los cimientos de la tierra - hizo el nuevo mundo; esto es,
sacó orden, y gobierno, y belleza, de la confusión en que
antes estaba. Esto es extender los cielos, y echar los cimientos de la
tierra en el mundo". 3
Otro texto similar, entre muchos que podrían mencionarse,
es el de Jeremías 4:23-31, que habla de la inminente caída
de Jerusalén (587 a. C.) en lenguaje similar de re-creación:
"Miré a la tierra, y he aquí que estaba asolada y
vacía; y a los cielos, y no había en ellos luz ...
Porque así dijo Jehová: Toda la tierra será asolada
[comp. Mat. 24:15], pero no la destruiré del todo. Por esto se enlutará
la tierra, y los cielos arriba se oscurecerán ...".
El pacto de Dios con Israel había sido expresado, desde el mismo
comienzo, en términos de una nueva creación; por eso,
el orden del Antiguo Pacto, en el cual el mundo entero estaba organizado
alrededor del santuario central del templo en Jerusalén, podría
describirse con bastante propiedad, antes de su disolución final,
como "los cielos y la tierra que existen ahora".
Owen continúa: "De quí que, cuando se menciona
la destrucción de un estado y gobierno, se hace en un lenguaje que
parece establecer el fin del mundo. Así lo hace Isaías 34:4,
que no describe sino la destrucción del estado de Edom. Algo semejante
se afirma también del imperio romano, Apocalipsis 6:14, que los
judíos afiman constantemente que se refiere a Edom en los profetas.
Y en la predicción de nuestro Salvador Jesucristo de la destrucción
de Jerusalén, Mateo 24, él la establece por medio de expresiones
de la misma importancia. Es evidente, entonces, que en el estilo y manera
de hablar proféticos, con los 'cielos' y la 'tierra' se quiere significar
el estado civil y religioso y la combinación de hombres en el mundo,
y los hombres de ellos. Así eran los cielos y la tierra en ese mundo
que fue entonces destruido por el diluvio.
"Sobre esta base, yo afirmo que los cielos y la tierra
a los que se alude en esta profecía de Pedro, la venida del Señor,
el día del juicio y la perdición de los hombres impíos,
que se mencionan en la destrucción de los cielos y la tierra, todos
ellos se relacionan, no con el juicio último y final del mundo,
sino con la completa desolación y destrucción de la iglesia
y el estado judaicos que habría de tener lugar". 4
Esta interpretación queda confirmada por la información
adicional de Pedro: En este inminente "Día del Señor", que
está a punto de venir sobre el mundo del siglo primero "como ladrón"
(comp. Mat. 24:42-43; 1 Tes. 5:2; Apoc. 3:3), "los elementos ardiendo serán
desechos" (v. 10; comp. v. 12). ¿Qué son estos elementos?
Los así llamados "literalistas" dirán que el apóstol
está hablando de física, y que el término se refiere
a los átomos (o quizás a partículas subatómicas),
los componentes físicos reales del universo. ¡De lo que estos
"literalistas" no se dan cuenta es de que, aunque la palabra elementos
se usa varias veces en el Nuevo Testamento, nunca se usa en relación
con el universo físico! El término se usa siempre en relación
con el orden del Antiguo Pacto (véase Gál. 4:3, 9; Col. 2:8,
20). El escritor a los Hebreos los reprende: "Porque debiendo ser ya maestros,
después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva
a enseñar cuáles son los rudimentos de las palabras
de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad
de leche, y no de alimento sólido" (Heb. 5:12). En contexto, el
escritor está hablando claramente de verdades del Antiguo Pacto
- particularmente puesto que conecta el Anttiguo Pacto con el término
palabras
de Dios, una expresión generalmente usada para referirse a la
revelación provisional del Antiguo Pacto (véase Hech. 7:38;
Rom. 3:2). Owen arguye que el mensaje de Pedro es que "los cielos y la
tierra que Dios mismo ha creado - el sol, la luna, y las estrellas del
gobierno y la iglesia judaicos - todo el antiguo mundo de adoración
y adoradores que se levantan en obstinación contra el Señor
Jesucristo - serán sensiblemente disueltos y destruídos'".
Así "serán quemadas la tierra y las obras que en ella hay"
(v. 10).
Owen ofrece dos razones adicionales ("de muchas sobre
las cuales podría insistirse a partir del texto") para adoptar la
interpretación del año 70 d. C. de 2 Pedro 3. Primero, observa,
"lo que sea que se mencione aquí habría de tener particular
influencia sobre los hombres de aquella generación". A Pedro le
preocupa especialmente que los creyentes del siglo primero recuerden las
amonestaciones apostólicas sobre "los últimos días"
(v. 2-3); los burladores judíos, claramente familiarizados con las
profecías bíblicas de juicio, rehusan escuchar las amonestaciones
(v. 3-5); a los lectores de Pedro se les exhorta a vivir vidas santas a
la luz de este juicio inminente (v. 11, 14); y son éstos
cristianos primitivos los que se mencionan repetidamente como "esperando
y apresurándoos" para el juicio (v. 12, 13, 14). Es precisamente
la cercanía de la conflagración que se aproximaba lo que
Pedro cita como motivo para la diligencia en vivir piadosamente.
Segundo, Owen cita 2 Pedro 3:13: "Pero nosotros esperamos,
según
sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la jsuticia".
Owen pregunta: "¿Cuál es esa promesa? ¿Dónde
podemos encontrarla? Pues bien, la tenemos en las palabras mismas y en
la carta, en Isaías 65:17. Ahora, ¿cuándo creará
Dios estos 'nuevos cielos y esta nueva tierra, en los cuales mora la justicia'?
Dice Pedro: 'Será después de la venida del Señor,
después de aquel juicio y aquella destrucción de los hombres
impíos, que no obedecen al evangelio que yo predico'. Pero ahora
es evidente, desde este lugar en Isaías 66:21-22, que esta es una
profecía de los tiempos del evangelio solamente; y que la creación
de estos cielos nuevos no es sino la creación de las ordenanzas
del evangelio, para que duren para siempre. Lo mismo se expresa en Hebreos
12:26-28". 6
Owen está cien por ciento acertado, pues hace la
pregunta que tantos expositores han dejado de hacer: ¿Dónde
había prometido Dios traer "nuevos cielos y nueva tierra"? La respuesta,
como Owen afirma correctamente, está en Isaías 65 y 66 -
pasajes que claramente profetizan la era del evangelio, inaugurada por
la obra de Cristo. Según Isaías, esta nueva creación
no puede ser el estado eterno, puesto que contiene nacimiento y muerte,
construcción, y plantación (65:20-23). Los "nuevos cielos
y la nueva tierra" prometidos a la Iglesia comprenden la era del triunfo
del evangelio, cuando toda la humanidad vendrá a postrarse delante
del Señor (66:22-23). El estímulo de Pedro a la Iglesia de
su tiempo era el de ser paciente, y esperar que el juicio de Dios destruyera
a los que persiguen la fe e impiden su progreso. Una vez que el Señor
viniera a destruir el andamiaje de la estructura del Antiguo Pacto, el
templo del Nuevo Pacto quedaría en su lugar, y la victoriosa marcha
de la Iglesia sería indetenible. El mundo se convertirá;
los tesoros de la tierra serán llevados a la Ciudad de Dios, al
quedar consumado (Apoc. 21:24-27) el mandato del Paraíso (Gén.
1:27-28; Mat. 28:18-20).
Por eso los apóstoles afirmaban constantemente
que la era de la consumación ya había sido implementada por
la resurrección y la ascensión de Cristo, que había
derramado el Espíritu Santo. Una vez que el antiguo orden hubiese
sido borrado, declara Pedro, la era de Cristo sería plenamente establecida,
una era "en la cual mora la justicia" (2 Ped. 3:13). La característica
distintiva de la nueva era, en agudo contraste con la que la precedía,
sería la justicia - creciente justicia, al actuar el evangelio
libremente en su misión a las naciones. Norman Shepherd muestra
cómo esto se predice en la nueva creación provisional después
del diluvio: "Del mismo modo que Noé puso pie con su familia después
del primer bautismo de los de su casa (1 Ped. 3:20s.) sobre una nueva tierra
en la cual nuevamente mora la justicia, de modo que Cristo, por medio de
su bautismo, su muerte, y su resurrección, introduce a sus hijos
a él, por medio del bautismo de ellos, a una nueva existencia en
la cual pueden comenzar a ver y a participar en una nueva tierra caracterizada
por la justicia y la santidad. En el poder del Espíritu, cultivan
la tierra para gloria de Dios". 7
Ciertamente es verdad que la justicia no mora en la tierra
en un sentido absoluto; ni será jamás este mundo absolutamente
justo, hasta que el enemigo final sea derrotado a la Segunda Venida de
Cristo. La guerra entre Cristo y Satanás por el dominio sobre la
tierra todavía no ha terminado. Ha habido muchas batallas durante
la historia de la Iglesia, y faltan muchas todavía. Pero ellas no
deben volvernos ciegos al progreso muy real que el evangelio ha hecho y
continúa haciendo en el mundo. La guerra ha sido ganada definitivamente;
el nuevo orden mundial del Señor Jesucristo ha llegado; y, según
la promesa de Dios, el conocimiento salvador de Él llenará
la tierra, como las aguas cubren el mar.
Además, en estos contextos, como señaló
Owen, la frase el cielo y la tierra no se refiere al cielo físico
y al mundo físico, sino al orden mundial, la organización
religiosa del mundo, la "casa" o templo que Dios construye y en la cual
Él es adorado. El mensaje consistente del Nuevo Testamento es que
la casa del nuevo pacto, sobre la cual Jesús preside como apóstol
y Sumo Sacerdote, es infinitamente superior a la casa del antiguo pacto,
sobre la cual presidía Moisés (comp. 1 Cor. 3:16; Efe. 2:11-22;
1 Tim. 3:15; Heb. 3:1-6). En realidad, como insiste el escritor de Hebreos,
"el mundo venidero" ha venido; es la salvación presente,
traída por el Hijo de Dios en los últimos días (Heb.
1:1-2:5). En este sentido específico, la justicia no mora en "los
cielos y la tierra".
2 Después, Juan ve la ciudad santa, la nueva Jerusalén,
como el aspecto central de esta nueva creación. Nuevamente, debemos
recordar que Jesucristo ha llevado a cabo una salvación, una nueva
creación, cn aspectos definitivos, progresivos, y consumativos.
La realidad final de la nueva creación escatológica es también
la realidad presente de la nueva creación defnitiva-progresiva.
Ningún aspecto de esta salvación debería subrayarse
excluyendo o disminuyendo indebidamente los otros. El Nuevo Testamento
enseña que, con la antigua Jerusalén a punto de ser excomulgada
y ejecutada por haber violado el pacto, los cristianos han venido a ser
ciudadanos y herederos de la nueva Jerusalén, la ciudad cuyo origen
está en el cielo, y que baja del cielo, de Dios (3:12; comp. Gál.
4:22-31; Efe. 2:19; Fil. 3:20; Heb. 11:10, 16; 12:22-23). Luego, El Nuevo
Testamento continúa diciendo: Todo esto, ¡y el cielo también!
(comp. Fil. 3:21); la nueva creación es, no sólo un estado
establecido definitivamente por Cristo, y progresivamente desplegado ahora;
¡algún día será establecido finalmente, en perfección
consumada y absoluta! 8
La ciudad es preparada como una Esposa adornada para su
Esposo. La Esposa no sólo está en la ciudad; la Esposa
es la ciudad (comp. v. 9-10). La identificación clara que Juan hace
de la ciudad como la Esposa de Cristo sirve como otra demostración
de que la Ciudad de Dios es una realidad tanto presente como futura. La
"Esposa" de la fiesta de bodas eucarística semanal (19:7-9) es la
"ciudad amada" del reino de Cristo (comp. 20:9). Estamos en la nueva Jerusalén
ahora,
como nos dice la Biblia categóricamente: "Os habéis acercado
al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial,
a la compañía de muchos millares de ángeles, a la
congregación de los primogénitos que están inscritos
en los cielos ... " (Heb. 12:22-23).
3 Si somos ciudadanos del cielo, como Pablo declaró
(Efe. 2:19), es también cierto que el cielo mora en nosotros (Efe.
2:20-22). En realidad, el Verbo mismo ha habitado entre nosotros (Juan
1:14); Él y su Padre han hecho su morada con nosotros (Juan 14:23);
y por eso nosotros somos el templo del Dios viviente (2 Cor. 6:16). En
consecuencia, la visión de Juan de la Santa Ciudad es seguida por
una
gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo
de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán
su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Nuevamente,
esta es una repetición de lo que ya hemos aprendido en esta profecía
(3:12; 7:15-17). En la Iglesia del Nuevo Testamento se realiza la promesa
de la Ley y los profetas: "Y pondré mi morada en medio de vosotros,
y mi alma no os abominará; y andaré entre vosotros, y yo
seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo" (Lev. 26:11-12);
"Y haré con ellos pacto de paz, pacto perpetuo será con ellos;
y los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi
santuario entre ellos para siempre. Estará en medio de ellos mi
tabernáculo, y seré a ellos por Dios, y ellos me serán
por pueblo. Y sabrán las naciones que yo Jehová santifico
a Israel, estando mi santuario en medio de ellos para siempre" (Eze. 37:26-28).
Como dice claramente el versículo 9, este pasaje
es la conclusión de la sección de las copas de la profecía.
Al principio, Juan vio el santuario del tabernáculo lleno de humo,
de modo que nadie podía entrar en él (15:5-8), y luego oyó
"una gran voz" del santuario ordenando que los siete ángeles derramaran
las siete copas de ira sobre la tierra (16:1). Al derramamiento de la séptima
copa, sale nuevamente "una gran voz" del Santuario diciendo: Hecho está
- causando un gran terremoto, a consecuenciia del cual caen las ciudades
y todo monte y toda isla "huye" al volverse la visión para enfocar
la destrucción de Babilonia, la falsa esposa (16:17-21). Ahora,
hacia la conclusión de la sección de las copas, la tierra
y el cielo han "huido" (20:11; 21:1), y nuevamente Juan oye una gran voz
del cielo, anunciando que el acceso al Santuario ha sido provisto hasta
el máximo grado posible, porque el tabernáculo de Dios está
entre los hombres. Pronto, esa misma voz anunciará nuevamente: "Hecho
está" (v. 6), al volver la visión su atención al establecimiento
de la verdadera Esposa, la Nueva Jerusalén.
4-5 La voz que Juan oye continúa: Enjugará
Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte,
ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor. Podemos esperar
el cumplimiento perfecto y absoluto de esta promesa en el día final,
cuando el último enemigo sea destruído. Pero, en principio,
ya es cierto. Jesús dijo: "Yo soy la resurrección y la vida;
el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá. Y todo aquel
que vive y cree en mí, no morirá eternamente". (Juan 11:15-26).
Dios ha enjugado nuestras lágrimas, porque somos partícipes
de su primera resurrección. Una marcada evidencia de esto es la
obvia diferencia entre los funerales cristianos y los funerales paganos:
Nos lamentamos, pero no como los que no tienen esperanza (1 Tes. 4:13).
Dios ha quitado el aguijón de la muerte (1 Cor. 15:55-58).
Todas estas bendiciones han venido porque las primeras
cosas han pasado. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí,
yo hago nuevas todas las cosas. Aquí hay otro enlace con la enseñanza
de Pablo: De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura
es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas
(2 Cor. 5:17). Por supuesto, nuevamente somos confrontados con el hecho
de que esto es verdadero ahora, como lo será en el día final.
La única diferencia esencial entre los temas de 2 Corintios 5 y
Apocalipsis 21 es que Pablo está hablando del individuo redimido,
mientras que Juan está hablando de la comunidad redimida.
Tanto el individuo como la comunidad son re-creados, renovados, y restaurados
al paraíso en la salvación, y esta restauración cósmica
ya ha comenzado. Juan ve que lo que ha comenzado aparentemente en casos
aislados (a los ojos del siglo primero) es realmente una oleada del futuro.
La nueva creación llenará la tierra; la creación entera
será renovada. Esto es cierto definitivamente, será absolutamente
cierto escatológicamente - y nos proporciona el modelo para nuestra
obra en el ínterim, porque también ha de ser trabajado progresivamente.
La nueva creación debe ser desplegada, cada una de sus implicaciones
entendida y aplicada por el real sacerdocio de esta era.
El gran historiador de la Iglesia, Philip Schaff entendió
esto: "Al Señor y a su reino pertenece el mundo entero, con todo
lo que vive y se mueve en él. Todo es suyo, dice el apóstol
[1 Cor. 3:11]. La religión no es una sola y separada esfera de la
vida humana, sino el principio divino por medio del cual el hombre entero
ha de ser saturado, refinado, y hecho completo. Se apodera de él
en su totalidad indivisa, en el centro de su ser personal; para llevar
luz a su corazón; y para derramar la sagrada consagración
del nuevo nacimiento, y la gloriosa libertad de los hijos de Dios, sobre
la totalidad de su vida interna y externa. Ninguna forma de existencia
puede soportar al poder renovador del Espíritu de Dios. No hay ningún
elemento racional que no pueda ser santificado; ninguna esfera de la vida
natural que no pueda ser glorificada. La criatura, en la más amplia
extensión de la palabra, está esperando ardientemente la
manifestación de los hijos de Dios, y suspirando por la misma y
gloriosa liberación. La creación entera apunta a la redención;
y Cristo es el segundo Adán, el nuevo hombre universal, no simplemente
en un sentido religioso, sino también en un sentido absoluto. El
punto de vista sostenido por el monasticismo romano y el pietismo protestante,
que hace consistir al cristianismo de una oposición abstracta a
la vida natural, o a la huida del trabajo, es bien contrario al espíritu
y el poder del evangelio, así como falso a su propósito.
El cristianismo es la redención y la renovación del mundo.
Debe hacer nuevas todas las cosas". 9
6 Y me dijo: Hecho está. Este es el otro lado de
la declaración de la destrucción de Babilonia (16:17), sirviendo
ambos textos de ecos de la exclamación de Jesús en la cruz:
"Consumado es" (Juan 19:30). Por su redención, Cristo ha obtenido
la derrota eterna de sus enemigos y la bendición eterna de su pueblo.
El que está sentado en el trono se llama a sí
mismo (como en 1:8) el Alfa y la Omega (en inglés "la A y la Z"),
queriendo decir el Principio y el Fin, la Fuente, la Meta, y el Significado
de todas las cosas, el que garantiza que las promesas se cumplirán.
Esto se dice aquí para confirmar lo que ha de seguir, en la promesa
de Cristo tocante a la eucaristía.
Más arriba hemos observado que el anuncio final
de Nuestro Señor desde la cruz en el evangelio de Juan ("Consumado
es") encuentra eco aquí; pero hay más. Porque, después
de que Jesús hizo esa proclamación, entregó el espíritu;
y cuando los soldados romanos vinieron y vieron que había muerto,
"uno de ellos le abrió el costado con una lanza, y al instante salió
sangre y agua" (Juan 19:34). Juan Crisóstomo ha comentado: "Estas
fuentes brotaron no sin un propósito, o por casualidad, sino porque
la Iglesia estaba formada de ambos elementos: Los iniciados son renacidos
del agua, y alimentados por la sangre y la carne. Aquí está
el origen de los sacramentos; para que, cuando uno se acerque a esa terrible
copa, pueda hacerlo como si bebiera de aquel mismo costado". 10
Por esta razón, dice el Señor: Yo la daré sin costo
al que tenga sed de la fuente de agua de vida. Esto es, "sin costo" para
nosotros, porque la fuente de la vida salta de su propia carne. Nuestra
redención fue comprada "no con cosas corruptibles, como oro o plata;
sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y
sin contaminación" (1 Ped. 1:18-19). El agua nos alimenta
gratuitamente, saltando dentro de nosotros y luego fluyendo de nosotros
para dar vida al mundo entero (Juan 4:14; 7:37-39).
7 El tema de las siete cartas se repite en la promesa
al vencedor, el victorioso conquistador cristiano: El que venciere heredará
estas cosas. Nunca se ha perdido el carácter de esta profecía
como mensaje práctico, ético, para las iglesias (más
bien que una mera "predicción" de acontecimientos venideros). Debemos
notar también que la herencia de todas estas bendiciones es derecho
exclusivo del vencedor. Como ya hemos visto, Juan no da lugar para la existencia
de un cristianismo derrotista. Hay una sola clase de cristianos: los vencedores.
El hijo de Dios se caracteriza por su victoria contra toda oposición,
contra el mundo mismo (1 Juan 5:4).
Además, Dios asegura al vencedor de su fidelidad
a su promesa de salvación por medio de un pacto: Yo seré
su Dios y él será mi hijo (comp. Gén. 17:7-8; 2 Cor.
6:16-18). El mayor y más pleno disfrute de la comunión con
Dios tendrá lugar en el cielo por la eternidad. Pero, definitiva
y progresivamente, es cierta ahora. Ya estamos viviendo en el nuevo cielo
y en la nueva tierra; somo ciudadanos de la Nueva Jerusalén. Las
cosas viejas pasaron, y todas han sido hechas nuevas.
8 Cualquier posibilidad de una interpretación universalística
queda negada por este versículo inexorable. Dios mismo da nueve
11
descripciones de los finalmente impenitentes e irredentos - un recuento
sumario de sus enemigos, los seguidores del dragón - que "no heredarán
el reino de Dios" (1 Cor. 6:9; comp. Gál. 5:21), pero cuya parte
será en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.Los
condenados a la perdición eterna son los cobardes, en contraste
con los piadosos conquistadores; los incrédulos, en contraste con
los queno han negado la fe (comp. 2:13, 19; 13:10; 14:12); los pecadores,
en contraste con los santos (comp. 5:8; 8:3-4; 11:18; 13:7, 10; 14:12;
18:20; 19:8); los abominables (comp. 17:4-5; 21:27; Mat. 24:15); los homicidas
(comp. 13:15; 16:6; 17:6; 18:24); los fornicarios (comp. 2:14, 20-22; 9:21;
14:8; 17:2, 4-5; 18:3; 19:2); los hechiceros (pharmakoi), una palabra
que significa "magos envenenadores o abortistas" (comp. 9:21; 18:23; 22:15);
12
los idólatras (comp. 2:14, 20; 9:20; 13:4, 12-15); y todos los mentirosos
(comp. 2:2; 3:9; 16:13; 19:20; 20:10; 21:27; 22:15). Como señala
Sweet, "como las listas similares en las epístolas, la lista pertenece
al contexto del bautismo, el deshacerse del 'viejo hombre' y vestirse del
nuevo" (comp. Gál. 5:19-26; Efe. 4:17-5:7; Col. 3:5-10; Tito 3:3-8).
13
La nueva Jerusalén (21:9-27)
9 Vino entonces a mí uno de los siete
ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas
postreras, y habló conmigo, diciendo: Ven acá, yo te mostraré
la desposada, la esposa del Cordero.
10 Y me llevó en el Espíritu a un monte
grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén,
que descendía del cielo, de Dios,
11 teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era semejante
a una piedra precisísima, como piedra de jaspe, diáfana como
el cristal.
12 Tenía un muro grande y alto con doce puertas;
y en las puertas, doce ángeles, y nombres inscritos, que son los
de las doce tribus de los hijos de Israel;
13 al oriente tres puertas; al norte tres puertas; al
sur tres puertas; al occidente tres puertas.
14 Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos,
y sobre ellos los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
15 El que hablaba conmigo tenía una caña
de medir, de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro.
16 La ciudad se halla establecida en cuadro, y su longitud
es igual a su anchura; y él midió la ciudad con la caña,
doce mil estadios; la longitud, la altura y la anchura de ella son iguales.
17 Y midió su muro, ciento cuarenta y cuatro codos,
de medida de hombre, la cual es de ángel.
18 El material de su muro era de jaspe; pero la
ciudad era de oro puro, semejante al vidrio limpio;
19 y los cimientos del muro de la ciudad estaban adornados
con toda piedra preciosa. El primer cimiento era jaspe; el segundo, zafiro;
el tercero, ágata; el cuarto, esmeralda;
20 el quinto, ónice; el sexto, cornalina; el séptimo,
crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo,
crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista.
21 Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las
puertas era una perla. Y la calle de la ciudad era de oro puro, transparente
como vidrio.
22 Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios
Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero.
23 La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que
brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera.
24 Y las naciones que hubieren sido salvas andarán
a la luz de ella; y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor
a ella.
25 Sus puertas nunca serán cerradas de día,
pues allí no habrá noche.
26 Y llevarán la gloria y la honra de las naciones
a ella.
27 No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o
que hace abominación y mentira, sino solamente los que están
inscritos en el libro de la vida del Cordero.
9 Este versículo amarra la sección final de
Apocalipsis, estableciendo la relación literaria de los capítulos
15-22. Es uno de los siete ángeles que tenían las siete copas
quien revela a Juan la Nueva Jerusalén, del mismo modo que uno de
los mismos siete ángeles le había mostrado la visión
de Babilonia (17:1); y aquí la Novia, la Esposa del Cordero, es
contrastada con la ramera, la esposa infiel.
10-11 Juan es llevado en el Espíritu (comp. 1:10;
4:2; 17:3) a un monte grande y alto, un deliberado contraste con el desierto
donde vio a la ramera (17:3). Hemos visto (sobre 14:1) que la imagen del
monte habla del Paraíso, que estaba situado sobre una alta meseta
desde donde fluía el agua de vida para el mundo entero (comp. 22:1-2).
El apóstol ve la ciudad santa de Jerusalén, que descendía
del cielo, de Dios. Por supuesto, la descripción no tiene el
propósito de evocar imágenes de estaciones espaciales, o
de ciudades literalmente flotando en el aire; más bien, indica el
origen divino de "la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto
y constructor es Dios" (Heb. 11:10).
Durante la apostasía de Judá, el profeta
Ezequiel vio la Nube de Gloria apartarse del templo y dirigirse al oriente,
al Monte de los Olivos (Eze. 10:18-19; 11:22-23); más tarde, en
su visión de la Nueva Jerusalén, ve la Nube de Gloria retornando
a morar en el nuevo templo, la Iglesia (Eze. 43:1-5). Esto se cumplió
cuando Cristo, la gloria de Dios encarnada, ascendió a su Padre
en la nube desde el Monte de los Olivos (Lucas 24:50-51), enviando inmediatamente
su Espíritu para llenar la Iglesia durante Pentecostés. Probablemente
hubo una imagen posterior de esta transferencia de la gloria de Dios a
la Iglesia cuando, en el día de Pentecostés del año
66 d. C., mientras los sacerdotes estaban ocupados en sus deberes habituales
en el templo, se oyó "una violenta conmoción y un estruendo",
seguidos por "una voz como de una hueste que exclamaba: "¡Nos vamos
de aquí!" 14
Ernest Martin comenta: "Esta partida de la Deidad del templo en el Pentecostés
del año 66 d. C. ocurrió 36 años, exactos al mismo
día, después de que el Espíritu Santo les fue concedido
en poder a los apóstoles y a los otros en el primer Pentecostés
cristiano registrado en Hechos 2. Y ahora, en el mismo día de Pentecostés,
era dado testimonio de que Dios mismo estaba abandonando el templo en Jerusalén.
Esto significaba que el templo ya no era un santuario santo y que el edificio
ya no era más sagrado que cualquier otro edificio secular. Es notable
que hasta los mismos archivos judíos muestran que los judíos
habían llegado a reconocer que la gloria de la Shekinah de Dios
abandonó el templo para este tiempo y permaneció sobre el
monte de los Olivos por 3 años y medio. Durante este período,
se oía una voz que venía de la región del monte de
los Olivos pidiéndoles a los judíos que se arrepintieran
de sus obras (Midrash Lam.2:11). Esto tiene una interesante relación
con la historia del cristianismo porque ahora sabemos que Jesucristo fue
crucificado y resucitó de los muertos en el monte de los Olivos
15
- la región exacta en que los archivvos judíos dicen que la
gloria de la Shekinah de Dios permaneció por 3 años y medio
después de su partida del templo en Pentecostés del año
66 d. C. ... La referencia judía afirma que los judíos no
acataron esta amonestación de la gloria de la Shekinah (que ellos
llamaban Bet Kol - la voz de Dios), y que ésta abandonó
la tierra y se retiró al cielo justo antes del sitio final de Jerusalén
por los romanos en el año 70 d. C.
"... Desde el Pentecostés del año 66 d.
C., ninguna persona pensante entre los cristianos, que respetara estas
obvias señales milagrosas asociadas con el templo, podría
creer que la estructura fuese todavía un santuario sagrado de Dios.
Josefo mismo resume la convicción de mucha gente, que llegó
a creer que Dios 'se había alejado hasta de su santuario' (War,
11.539), que el templo 'ya no era la morada de Dios' (War, V.19),
porque 'la Deidad había huído de los lugares sagrados' (War,
v.412)". 16
Escribiendo mientras estos acontecimientos eran todavía
predominantes en las mentes de los judíos, Juan declara que la Shekinah,
la
Gloria de Dios, ahora reposa sobre el verdadero Santo Templo/Ciudad,
el Paraíso consumado - la Esposa de Cristo.
La Nueva Jerusalén es descrita además como
poseyendo una luminaria (phoster) - literalmente, una estrella
o portadora de luz (comp. Gén. 1:14, 16 [LXX], donde se usa con
referencia al sol, a la luna, y a las estrellas); Pablo usa el mismo término
cuando dice que los cristianos "brillan como luminarias en el mundo"
(Fil. 2:15; comp. Dan. 12:3). Esto corre paralelamente con el sol con el
cual está vestida la mujer en 12:1 - excepto que ahora la luminaria
de la Esposa, más brillante que hasta el mismo sol, brilla con la
gloria de Dios mismo: como una piedra muy costosa, como piedra de jaspe,
transparente como el cristal, a imagen de Aquél que era "semejante
a piedra de jaspe y de cornalina" (4:2-3). C. S. Lewis escribió:
"Es cosa seria vivir en una sociedad de dioses y diosas posibles, recordar
que la persona más insulsa y menos interesante a la que se puede
hablar puede un día ser una criatura que, si usted la viera ahora,
sentiría una fuerte tentación de adorar, o de lo contrario
sería un horror y una corrupción como aquélla con
la que uno se encuentra ahora, si es que la encuentra, sólo en una
pesadilla. Todo el día estamos, hasta cierto punto, ayudándonos
los unos a los otros a llegar a estos destinos. Es a la luz de estas abrumadoras
posibilidades, es con el asombro y la circunspección propia de ellos,
que deberíamos conducir todas nuestras relaciones los unos con los
otros, todas las amistades, los amores, los juegos, toda la política.
No hay gente ordinaria. Usted nunca ha hablado con un mero mortal
... Después del Bendito Sacramento mismo, su prójimo es el
objeto más sagrado presentado a sus sentidos. Si él es su
vecino cristiano, él es santo casi de la misma manera, porque en
él Cristo también vere latitat - el glorificador y
el glorificado, la Gloria misma, está verdaderamente escondido".
17
12-14 La mujer de 12:1, además de gloriosa vestimenta,
llevaba una corona de doce estrellas; ahora ésta ha de ser reemplazada
por otra corona de doce estrellas - esta vez una "corona" de muros enjoyados.
Pero, por cuanto la vestimenta de la Esposa también corresponde
a la de la Gloria entronada de 4:3, Juan tiene cuidado de hacer que la
"corona" de ella corresponda al círculo de doce en ese pasaje también.
Allí, el trono estaba circundado por dos series de doce, los
veinticuatro ancianos entronados. Así también aquí,
la Ciudad-Esposa está coronada con un doce doble: los patriarcas
y los apóstoles. "La transición de una corona sobre las sienes
de la dama a un anillo de muros de ciudad era mera rutina para los contemporáneos
de Juan; el emblema permanente de una ciudad era la figura de una dama
con una corona almenada". 18
La visión de Ezequiel implica que la Ciudad tiene
un
muro grande y alto, porque "las puertas de las cuales habla el profeta
[Eze. 48:31-34] son las casamatas, los pórticos, o las torres que
constituyen el muro de una ciudad"; 19
esto lo hace explícito el relato de Juan. Las doce puertas de la
ciudad están guardadas por doce ángeles (comp. los querubines
que guardaban la puerta de Edén en Gén. 3:24), y están
inscritas con los nombres ... de las doce tribus de los hijos de Israel,
otra característica en común con la visión de Ezequiel
(Eze. 48:31-34). Sweet comenta: "Los doce portales del Zodíaco en
la ciudad de los cielos son puestos bajo el control de la Biblia: Israel
es el núcleo de la divina sociedad". 20
La ciudad tiene tres puertas al oriente, tres al norte,
tres al sur, y tres al occidente. Vimos en la discusión de 7:5-8
que las doce tribus de Israel son mencionadas por Juan (y antes de él,
por Ezequiel) de modo de "balancear" los hijos de Lea con los de Raquel.
El orden en que se mencionan las puertas (oriente, norte, sur, y occidente)
corresponde a esta lista tribal - que nosotros naturalmente esperaríamos,
puesto que Juan menciona las puertas, en su extraño orden, mencionando
las doce tribus inmediatamente después. En otras palabras, Juan
quiere que nosotros usemos la información en este versículo
para retroceder y resolver el acertijo de 7:5-8 (véanse los diagramas
en las páginas 210-211).
Hay otro punto intrigante sobre este versículo:
Juan nos dice que las puertas están, literalmente, al oriente, al
norte, al sur, y al occidente - dando, como sugiere Sweet, "la impresión
de muchos que vienen de los cuatro puntos cardinales" (Isa. 49:12; Lucas
13:29). 21 Como muestra
Juan más tarde, las naciones andarán a la luz de la ciudad,
los reyes de la tierra traerán sus riquezas a ella, y sus puertas
estarán siempre abiertas para ellos (v. 24-26).
Juan extiende sus imágenes: El muro de la ciudad
tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce nombres de los doce
apóstoles del Cordero. Por supuesto, ésta es teología
tomada directamente de Pablo: "Así que ya no sois extranjeros ni
advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia
de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas,
siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien
todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo
en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados
para morada de Dios en el Espíritu" (Efe. 2:19-22). No debería
ser necesario decir también que el concepto de Pablo de la Ciudad
de Dios, la Iglesia, es que comprende a los creyentes tanto del Antiguo
como del Nuevo Pacto dentro de sus muros. Como ha reconocido siempre la
Iglesia histórica, hay sólo un modo de salvarse, un pacto
de gracia; el hecho de que ha funcionado bajo varias administraciones no
afecta la unidad esencial dle único pueblo de Dios a través
de las edades.
15-17 Y el que hablaba conmigo - uno de los siete ángeles
de las copas (v. 9) - tenía una caña de medir, de oro, para
medir la ciudad, sus puertas y su muro. El santuario había sido
medido anteriormente, como una indicación de su santidad y su protección
(11:1-2); ahora la ciudad misma debe ser medida, pues la ciudad entera
es el templo. Para demostrar esto, Juan nos dice que la ciudad está
trazada como un cuadrado, y que su longitud es igual a su anchura: Es un
cuadrado perfecto. Y midió la ciudad con la caña ...; su
longitud es igual a su anchura y a su altura. Como el Lugar Santísimo
- el modelo divino para todas las culturas - la ciudad es un cubo perfecto
(comp. 1 Reyes 6:20): La Nueva Jerusalén misma es un Lugar Santísimo
cósmico. Sin embargo, al mismo tiempo debemos notar otra dimensión
de estas imágenes. La combinación de un cuadrado con
una montaña (v. 10) indica la idea de una pirámide,
la "montaña cósmica" que aparece en culturas antiguas a través
del mundo. El Paraíso original fue la primera "pirámide",
un Jardín-Templo-Ciudad en la cima de una montaña; y cuando
los profetas hablan de la salvación y la renovación de la
tierra es casi siempre en términos de estas imágenes Isa.
2:2-4; 25:6-9; 51:3; Eze. 36:33-36; Dan. 2:34-35, 44-45: Miq. 4:1-4).
Cada lado de la ciudad - la longitud, la anchura, y la
altura - mide doce mil estadios; el muro de la ciudad mide ciento
cuarenta y cuatro codos. Lo absurdo del "literalismo" es embarazosamente
evidente cuando intenta manejar estas medidas. Los números son obviamente
simbólicos, siendo los múltiplos de doce una referencia a
la majestad, la vastedad, y la perfección de la Iglesia. Pero el
"literalista" se siente compelido a traducir esos números
a medidas modernas, resultando en un muro de 1.500 millas de largo y 216
pies (o 72 yardas) de altura. 22
Los claros símbolos de Juan se borran, y al desafortunado lector
bíblico no le queda sino sólo una mescolanza de números
que no significan nada (¿qué significan 216 pies?) ¡Irónicamente,
el "literalista" se encuentra en la ridícula situación de
tener que borrar los números literales de la Palabra de Dios
y reemplazarlos con símbolos que no significan nada!
Juan hace la observación aparentemente casual,
improvisada, e intrigante de que estas medidas humanas (estadios y codos)
son también medidas angélicas. Pero esto no es tan misterioso
como parece al principio. Juan está simplemente haciendo explícito
lo que se ha supuesto a través de su profecía: que hay correspondencias
divinamente ordenadas entre los ángeles y los hombres. La actividad
angélica que se ve en Apocalipsis es un modelo para nuestra propia
actividad; al ver la voluntad de Dios cumpliéndose en el cielo,
hemos de reflejar esa actividad en la tierra. El cielo es el modelo para
la tierra, el templo es el modelo para la ciudad, el ángel es el
modelo para el hombre. Del mismo modo que el Espíritu se movía
sobre la creación original, formándola a imagen de los cielos,
así también es nuestra tarea "encielizar" el mundo, llevando
el bosquejo de Dios a su más completa realización.
18-21 La ciudad se describe ahora en términos de
joyería, como la perfecta consumación del modelo edénico
original (comp. Gén. 2:10-12; Eze. 28:13) 23
El material del muro era jaspe, una imagen de Dios mismo (4:3; 21:11);
y la ciudad era de oro puro, como vidrio transparente (el oro es una imagen
de la gloria de Dios, y por lo tanto se usó en el tabernáculo
y en el templo y sobre las vestiduras de los sacerdotes; y del oro asociado
con el Paraíso se dice que era "bueno", es decir, puro, sin mezcla:
Gén. 2:12). Los doce cimientos de la ciudad estaban adornados con
toda clase de piedras preciosas, como el pectoral del Sumo Sacerdote, que
tiene cuatro hileras de tres gemas cada una, representando las doce tribus
de Israel (Éx. 28:15-21): La Esposa ha sido adornada para su Esposo
(v.2). La expresión piedras preciosas (o costosas) se usa en 1 Reyes
5:17 para las piedras del cimiento del templo de Salomón; ahora,
en la Ciudad-Templo escatológica, éstas son realmente "piedras
preciosas", en todos los sentidos.
El primer cimiento era jaspe; el segunda, zafiro; el
tercero, ágata; el cuarto, esmeralda; el quinto, ónice; el
sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo;
el noveno, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto;
el duodécimo, amatista. Ha habido varios intentos de descubrir
en qué se basa Juan para enumerar las piedras en este orden, siendo
el más conocido la sugerencia de R. H. Charles de que las piedras
están conectadas con los signos del Zodíaco, y que "los
signos y constelaciones se dan en cierto orden, y que éste es exactamente
el orden inverso del recorrido real del sol a través de los signos".
Esto demuestra, dice él, que Juan "considera que la Santa Ciudad
que describe no tiene nada que ver con las especulaciones étnicas
de su propia época ni las pasadas en relación con la ciudad
de los dioses". 24
Sobre este punto, Charles ha sido seguido por varios comentaristas, 25
pero las investigaciones posteriores han refutado esta teoría. 26
Sweet señala que "Filón (Special Laws 1.87) y Josefo
(Ant.
111.186) conectan las piedras con el Zodíaco, pero sólo
como parte del simbolismo cósmico que ellos afirman de las vestimentas
del sumo sacerdote; comp. Sab. 18:24. La meta de Juan es similar. Cualquier
referencia astrológica similar queda destruída por el hecho
de que él las conecta, no con las doce puertas de la ciudad
celestial, sino con los cimientos". 27
Como podríamos esperar, la explicación más
razonable del orden de las piedras procede de Austin Farrer, que muestra
que las piedras estaban dispuestas en cuatro hileras de tres gemas cada
una, como estaban las del pectoral del sumo sacerdote: "Juan no se adhiere
ni al orden ni a los nombres de las gemas en la Septuaginta griega de Éxodo,
y cualquier pregunta que hagamos acerca de las traducciones de los nombres
en hebreo que él podría haber preferido a los ofrecidos por
la Septuaginta sólo puede llevarnos a un abismo de incertidumbre.
Es razonable suponer que él no se molestó en hacer nada más
que dar una lista eufónica en alguna correspondencia general con
el catálogo de Éxodo. Dispuso los nombres griegos de manera
de enfatizar la división en grupos de tres. Todos, menos tres de
ellos, terminan en sonidos de s, y las tres excepciones terminan
en sonidos de n. Puso las terminaciones en n
en los puntos de división, así:
Jaspe, zafiro, ágata;
esmeralda, ónice, cornalina;
crisólito, berilo, topacio;
crisopraso, jacinto, amatista.
¿Por qué se molestaría en hacer más?
Si hubiese hecho una lista perfectamente confeccionada, ¿qué
podría haber hecho sino responder exactamente a la lista de las
tribus que ya ha dispuesto para nosotros en [el capítulo] 7? ¿Y
cómo aumentaría nuestra sabiduría con eso? Juan desea
dar cuerpo a su visión enumerando las tribus; pero ya ha enumerado
las tribus. Así que enumera las piedras que (como sabemos por el
libro de Éxodo) han de ser consideradas como equivalentes a las
tribus. Presenta dos argumentos: primero, que los nombres de los apóstoles
pueden ser reemplazados con los de las tribus - y que, después de
todo, el Israel nuevo, místico, múltiplo de doce, debe ser
descrito más correctamente como compañías reunidas
alrededor de los apóstoles que como los verdaderos descendientes
de Rubén, Simeón, Leví, y los demás. Segundo,
pone el jaspe a la cabeza de la lista para así, sin duda, representar
a Judá y su apóstol (comp. 7:5). Y el jaspe es tanto el material
general de los muros arriba, como el color de la gloria divina. El significado
de la alegoría es claro. El Mesías es la principal piedra
angular; es por estar cimentada en él por lo que la ciudad entera,
o Iglesia, adquiere la sustancia y el color de la gloria divina". 28
En vez de estar alineadas con los signos del Zodíaco
y sus doce portales, las doce puertas eran doce perlas; cada una de las
puertas era una perla. Obviamente, estas puertas son decorativas y ornamentales
solamente, no diseñadas para soportar un ataque; pero, como la ciudad
ha de abarcar al mundo entero, de todos modos no hay peligro de ataque.
Subrayando la tremenda riqueza y la tremenda gloria de la Nueva Jerusalén,
Juan nos dice que la calle de la ciudad era de oro puro, como vidrio transparente.
Podemos observar aquí que el valor que los hombres siempre le han
asignado al oro y a las piedras preciosas se deriva del valor anterior
que Dios les ha atribuído. Dios ha creado en nosotros un deseo de
tener joyas, pero su Palabra dice claramente que la riqueza ha de ser obtenida
como un sub-producto del reino de Dios y su justicia (Mat. 6:33). La ramera
estaba adornada de joyas, y pereció con ellas; la Esposa está
adornada de joyas a causa de su unión con el Esposo. Es Dios quien
da el poder para obtener riquezas, para su gloria (Deut. 8:18); cuando
convertimos en un ídolo la riqueza que Dios nos ha dado, él
nos la quita y la guarda para los justos, que la usan para el reino de
Dios y son generosos con los pobres (Job 27: 16-17; Prov. 13:22; 28:8;
Ecle. 2:26).
Ocho siglos antes de que Juan escribiera, el profeta Isaías
describió la salvación venidera en términos de una
ciudad adornada con joyas:
Pobrecita, fatigada con tempestad, sin consuelo;
he aquí que yo cimentaré tus piedras sobre carbunclo, y sobre
zafiros te fundaré. Tus ventanas pondré de piedras preciosas,
tus puertas de piedras de carbunclo, y toda tu muralla de piedras preciosas.
(Isa. 54:11-12)
Es interesante que la palabra traducida como carbunclo
es, en hebreo, sombra de ojos (comp. 2 Reyes 9:30; Jer. 4:30); nuevamente,
el muro de la ciudad es meramente decorativo: construído con joyas,
con cosméticos por "mortero". El punto es que el Constructor es
fabulosamente rico, y supremamente confiado en que no será atacado.
Este, dice Isaías, es el futuro de la iglesia, la Ciudad de Dios.
Ella será rica y protegida contra sus enemigos, como lo explica
el resto del pasaje:
Y todos tus hijos serán enseñados
por Jehová; y se multiplicará la paz de tus hijos. Con justicia
serás adornada; estarás lejos de opresión, porque
no temerás, y de temor, porque no se acercará a tí.
Si alguno conspirare contra tí, lo hará sin mí; el
que contra tí conspirare, delante de tí caerá. He
aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y
que saca la herramienta para su obra; y yo he creado al destruidor para
destruir. Ninguna arma forjada contra tí prosperará, y condenarás
toda lengua que se levante contra tí en juicio. Esta es la herencia
de los siervos de Jehová, y de su salvación de mí
vendrá, dijo Jehová. (Isa. 54:13-17).
22-23 La ciudad entera es el templo, como hemos visto - pero
no hay santuario en ella, porque el Señor Dios Todopoderoso es
el templo de ella, y el Cordero. Esta es realmente otra manera de expresar
las bendiciones descritas anteriormente: "Al que venciere, yo le haré
columna en el santuario de mi Dios, y nunca más saldrá de
allí" (3:12). "Por esto están delante del trono de Dios,
y le sirven día y noche en su templo; y el que está sentado
sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos" (7:15).
"Su ciudad de residencia es su templo; dentro de ella no hay templo alguno
cuyos muros o cuyas puertas se interpongan entre ellos y el Dios que adoran.
Dios es templo para la ciudad, y la ciudad es templo para Dios". 29
Habitado por Dios en la Nube de Gloria, la ciudad brilla
con la original y pura Luz del Espíritu. Por eso la ciudad no tiene
necesidad
de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina,
y el Cordero es su lumbrera, como Isaías había predicho:
Levántate, resplandece; porque ha venido
tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre tí. Porque
he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las
naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre tí
será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y
los reyes al resplandor de tu nacimiento... El sol nunca más te
servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te
alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua,
y el Dios tuyo por tu gloria. No se pondrá jamás tu sol,
ni menguará tu luna; porque Jehová te será por luz
perpetua, y los días de tu luto serán acabados. Y tu pueblo,
todos ellos serán justos, para siempre heredarán la tierra;
renuevos de mi plantío, obra de mis manos, para glorificarme. (Isa.
60:1-3, 19-21).
24-27 En el mismo pasaje, Isaías profetiza que las
naciones de la tierra vendrán a la ciudad de Dios, trayendo toda
la riqueza de sus culturas:
Entonces verás y resplandecerás;
se maravillará y ensanchará tu corazón, porque se
haya vuelto a ti la multitud del mar, y las riquezas de las naciones hayan
venido a tí. Multitud de camellos te cubrirá; dromedarios
de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá; traerán
oro e incienso, y publicarán alabanzas de Jehová... Ciertamente
a mí esperarán los de la costa, y las naves de Tarsis desde
el principio, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos,
al nombre de Jehová tu Dios, y al Santo de Israel, que te ha glorificado...
Tus puertas estarán de continuo abiertas; no se cerrarán
ni de día ni de noche, para que a tí sean traídas
las riquezas de las naciones, y conducidos a tí sus reyes. (Isa.
60:5-6, 9, 11).
Juan aplica esta profecía a la Nueva Jerusalén:
Y las naciones que hubieren sido salvas andarán a la luz de ella;
y los reyes de la tierra traerán su gloria y honor a ella. Sus
puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no
habrá noche. Y llevarán la gloria y la honra de las naciones
a ella. No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación
y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de
la vida del Cordero. Esto es lo que Jesús ordenó que
fuera su Iglesia: Una ciudad sobre un monte (Mat. 5:14-16), la luz del
mundo, que brilla delante de los hombres para que glorifiquen a Dios el
Padre. Obviamente, la Nueva Jerusalén no puede ser vista simplemente
en términos del futuro eterno, después del juicio final.
En la visión de Juan, las naciones todavía existen como tales;
pero todas las naciones son convertidas, viniendo a la ciudad y trayendo
sus tesoros a ella. Por supuesto, "el otro lado del hecho de que los gentiles
traen su honor y gloria, es que no traen sus abominaciones... El
acceso de los gentiles aquí contrasta fuertemente con su acceso
en 11:2. La mera presencia de paganos irregenerados en el atrio exterior
significó la ruina de la antigua Jerusalén; la Nueva los
admite santificados, a su recinto indiviso". 30
En otra notable profecía del efecto del evangelio
sobre el mundo, Isaías escribió:
Así dijo Jehová el Señor:
He aquí, yo tenderé mi mano a las naciones, y a los pueblos
levantaré mi bandera; y traerán en brazos a tus hijos, y
tus hijas serán traídas en hombros. Reyes serán tus
ayos, y sus reinas tus nodrizas; con el rostro inclinado a tierra te adorarán,
y te lamerán el polvo de tus pies; y conocerás que yo soy
Jehová, que no se avergonzarán los que esperan en mí.
(Isa. 49:22-23).
William Symington comenta: "La profecía se refiere
a los tiempos del Nuevo Testamento, cuando los gentiles han de ser reunidos
con el Redentor. Una característica prominente de estos tiempos
será la subordinación de los gobernantes civiles a la Iglesia,
lo que seguramente supone su sujeción a Cristo, su cabeza. Reyes
serán tus ayos es una similitud que importa el más
tierno cuidado, la más duradera solicitud; no mera protección,
sino nutrición activa e incansable. Si, según la opinión
de algunos, lo mejor que el estado puede hacer por la Iglesia es dejarla
en paz, desentenderse de ella, no interesarse en las cosas que a ella le
interesan, es difícil ver cómo este punto de vista puede
ser reconciliado con la figura de un ayo, los deberes de cuya posición
ciertamente serían mal servidos por medio de un tratamiento semejante
de su débil responsabilidad". 31
Al brillar la luz del evangelio en el mundo por medio
de la Iglesia, el mundo se convierte, las naciones son disciplinadas, y
la riqueza de los pecadores es heredada por los justos. Esta es una promesa
básica de la Escritura de principio a fin; es el modelo de la historia,
la dirección en la cual se mueve el mundo. Este es nuestro futuro,
la herencia de las generaciones venideras. El don de su Santo Espíritu
garantiza el cumplimiento de su promesa: no que hará cosas nuevas,
sino que hará nuevas todas las cosas. 32
Notas:
1. Véase de John Murray, "The Reconciliation", The Westminster
Theological Journal, XXIX (1966) 1, pp. 1-23; Collected Writings,
4 vols. (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1976-1982), Vol. 4, pp.
92-112.
2. Véase de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical Theology
of Dominion (Ft. Worth, TX: Dominion Press, 1985), pp. 23-26.
3. John Owen, Works, 16 vols. (London: The Banner of Truth Trust,
1965-68), Vol. 9, p. 134.
4. Ibid.
5. Ibid., p. 135.
6. Ibd., pp. 134s.
7. Norman Shepherd, "The Resurrection of Revelation 20", The Westminster
Theological Journal, XXXVII (Fall) 1974) 1, p. 40.
8. Desafortunadamente, la interpretación casi exclusivamente
futurista de estos pasajes en el pasado reciente - y la perspectiva neoplatónica
que la acompaña, como diciendo que es inútil y hasta pecaminoso
trabajar por la "encielización" de este mundo - ha significado que
un énfasis correcto sobre la realidad presente del reino parezca
invertir el movimiento del Nuevo Testamento. Donde la Biblia dice: "No
en esta era solamente, sino también en la por venir", nuestro celo
por recobrar la perspectiva bíblica algunas veces nos lleva a decir:
"No en la era por venir solamente, sino también en esta era". El
peligro de esto, obviamente, es que puede resultar en un desprecio por
una escatología verdaderamente bíblica.
9. Philip Schaff, The Principle of Protestantism, trad. John
Nevin (Philadelphia: United Church Press, [1845] 1964), p. 173.
10. St. John Chrysostom, Homilies on St. John, lxxxv.
11. Nueve, esto es, si se acepta la lectura de y pecadores
en el "Texto Mayoritario"; tanto el Textus Receptus como el así
llamado
"texto crítico" (Nestle, etc.) omiten estas palabras, dejando ocho
descripciones. Según algunos estudiantes de simbolismo, en la Biblia
el número 9 se asocia con juicio, pero la evidencia para esto parece
escasa y arbitraria; véase de E. W. Bullinger, Number in Scripture
(Grand Rapids: Kregel Publications, [1894] 1967, pp. 235-42.
12. J. Massyngberde Ford, Revelation: Introduction, Translation,
and Commentary (Garden City, NY: Doubleday and Co., 1975), p. 345.
Sobre el uso de pharmakeia y sus cognados con referencia
al aborto en escritos tanto paganos como cristianos, véase de Michael
J. German, Abortion and the Early Church: Christian, Jewish, and Pagan
Attitudes in the Greco-Roman World (Downers Grove, IL: InterVarsity
Press, 1982), p. 48.
13. J. P. M. Sweet, Revelation (Philadelphia: The Westminster
Press, 1979), p. 300.
14. Josephus, The Jewish War, vi.v.3. Sobre este y otros acontecimientos
del año 66 d. C., véase más arriba, pp. 252-55.
15. Véase de Ernest L. Martin, The Place of Christ´s
Crucifixion: Its Discovery and Significance (Pasadena, CA: Foundation
for Biblical Research, 1984).
16. Ernest L. Martin, The Original Bible Restored (Pasadena,
CA: Foundation for Biblical Research, 1984), pp. 157s.
17. C. S. Lewis, The Weight of Glory: And Other Addresses (New
York: Macmillan Publishing Co., 1949; revised cd., 1980), pp. 18s.
18. Austin Farrer, The Revelation of St. John the Divine (Oxford:
At the Clarendon Press, 1964), p. 215.
19. Ford, p. 341.
20. Sweet, . 304.
21. Ibid.
22. Véase, por ejemplo, The New American Standard Bible.
23. Véase de Chilton, Paradise Restored, pp. 32-36.
24. R. H. Charles, A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation
of St. John, 2 vols. (Edinburgh: T & T. Clark, 1920), pp. 167s.
Cursivas suyas.
25. Véase, por ej., G. B. Caird, The Revelation of St. John
the Divine (New York: Harper and Row, 1966), pp. 274-78; Rousas John
Rushdoony, Thy Kingdom Come: Studies in Daniel and Revelation (Tyler,
TX: Thoburn Press, [1970] 1978), pp. 221s.
26. Véase de T. F. Gleason, "The Order of Jewels in Rev. xxi.
19-20: A Theory Eliminated", Journal of Theological Studies 26
(1975), pp. 95-100.
27. Sweet, p. 306.
28. Farrer, The Revelation of St. John the Divine, p. 219. Quince
años antes, los puntos de vista sobre el tema eran mucho más
prolijos, como queda evidenciado por este capítulo sobre el orden
de las piedras en A Rebirth of Images: The Making of St. John´s
Apocalypse (London: Dacre Press, 1949), pp. 216-44.
29. Farrer, The Revelation of St. John the Divine, p. 221.
30. Ibid.
31. William Symington, Messiah the Prince: or, the Mediatorial Dominion
of Jesus Christ (Philadelphia: The Christian Statesman Publishing Co.,
[1839] (1884), pp. 199s.
32. Véase de Alexander Schmemann, For the Life of the World:
Sacraments and Orthodoxy (Crestwood, NY: St. Vladimir´s Seminary
Press, p. 123.