DÍAS DE RETRIBUCIÓN
Una exposición del libro
de Apocalipsis
Título de la obra en inglés:
Days of Vengeance
Por David Chilton
Tomado de Freebooks
Parte Cuatro
9
SE DESATA EL INFIERNO
La quinta trompeta (9:1-12)
1 El quinto ángel tocó la trompeta,
y vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la
llave del pozo del abismo.
2 Y abrió el pozo del abismo, y subió humo
del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el
aire por el humo del pozo.
3 Y del humo salieron langostas sobre la tierra; y se
les dio poder, como tienen poder los escorpiones de la tierra.
4 Y se les mandó que no dañasen a la hierba
de la tierra, ni a cosa verde alguna. ni a ningún árbol,
sino solamente a los hombres que no tuviesen el sello de Dios en sus frentes.
5 Y les fue dado, no que los matasen, sino que los atormentasen
cinco meses; y su tormento era como tormento de escorpión cuando
hiere al hombre.
6 Y en aquellos días los hombres buscarán
la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la
muerte huirá de ellos.
7 El aspecto de las langostas era semejante a caballos
preparados para la guerra; en las cabezas tenían como coronas de
oro; sus caras eran como caras humanas;
8 tenían cabello como cabello de mujer; sus dientes
eran como de leones;
9 tenían corazas como corazas de hierro; el ruido
de sus alas era como el estruendo de muchos carros de caballos corriendo
a la batalla;
10 tenían colas como de escorpiones, y también
aguijones; y en sus colas tenían poder para dañar a los hombres
durante cinco meses.
11 Y tienen por rey sobre ellos al ángel del abismo,
cuyo nombre en hebreo es Abadón, y en griego Apolión.
12 El primer ay pasó; he aquí vienen aún
dos ayes después de esto.
1-6 Con el primer ay, las plagas se vuelven más intensas.
Aunque esta maldición es similar a los grandes enjambres de langostas
que vinieron sobre Egipto en la octava plaga (Éx. 10:12-15), estas
"langostas" son diferentes: son demonios del abismo, del pozo del
abismo, del cual se habla siete veces en Apocalipsis (9:1, 2, 11; 11:7;
17:8; 20;1, 3). La Septuaginta usa el término por primera vez en
Génesis 1:2, hablando de la original faz del abismo sobre el cual
se movía el Espíritu creativamente (y "derrotó" metafóricamente);
comp. Juan 1:5). El abismo es el extremo más alejado del cielo (Gén.
49:25; Deut. 33:13) y de las altas montañas (Sal. 36:6). Se usa
en las Escrituras como referencia a las partes más profundas del
mar (Job. 28:14; 38:16; Sal. 33:7) y a los ríos subterráneos
y fuentes de aguas (Deut. 8:7; Job. 38:16) de donde vinieron las aguas
del diluvio (Gén. 7:11; 8:2; Prov. 3:20; 8:24), y que regaban el
reino de Asiria (Eze. 31:4, 15). El cruce del Mar Rojo por el pueblo del
pacto se asemeja repetidamente a cruzar el abismo (Sal. 77:16; 106:9; Isa.
44:27; 51:10; 63:13). El profeta Ezequiel amenazó a Tiro con una
gran desolación de la tierra, en la cual Dios haría subir
el abismo para que cubriera la ciudad con un nuevo diluvio, haciendo bajar
a su pueblo al abismo en las partes más bajas de la tierra (Eze.
26:19-21), y Jonás habló del abismo en términos de
la excomunión de la presencia de Dios, un destierro del templo (Jonás
2:2-6). El dominio del dragón (Job 41:31; Sal. 148:7; Apoc. 11:7;
17:8), la prisión de los demonios (Luc. 8:31; Apoc. 20:1-3; comp.
2 Ped. 2:4; Judas 6), y el reino de los muertos (Rom. 10:7) son todos llamados
por el nombre de abismo. Juan advierte a sus lectores que el infierno está
a punto de desatarse sobre la tierra de Israel; como con la antigua Tiro,
el abismo está siendo traído a la superficie como con una
draga para que cubra la tierra con sus espíritus inmundos. El Israel
apóstata será lanzado fuera de la presencia de Dios, excomulgado
del templo, y lleno de demonios. Uno de los mensajes centrales de Apocalipsis
es el de que los tabernáculos de la Iglesia están en el cielo;
el corolario de esto es que los tabernáculos de la falsa iglesia
están en el infierno.
¿Por qué dura la plaga de langostas cinco
meses? Esta figura es, primero que todo, una referencia al período
de cinco meses, desde mayo hasta septiembre, cuando las langostas aparecen
normalmente. (La característica desusada es que estas langostas
permanecen
durante todo el período, atormentando constantemente a la población).
Segundo, esto puede referirse en parte a las acciones de Gesio Floro, el
procurador de Judea, quien, durante cinco meses (comenzando en mayo del
año 66 con la matanza de 3.600 pacíficos ciudadanos) aterrorizó
a los judíos, tratando deliberadamente de incitarlos a que se rebelaran.
Tuvo éxito: Josefo fecha el comienzo de la Guerra de los Judíos
a partir de esta ocasión. 1Tercero,
el uso del término cinco está asociado en las Escrituras
con poder, y específicamente con organización militar - la
disposición de los milicianos israelitas en una brigada de cinco
pelotones (Éx. 13:18; Núm. 32:17; Josué 1:14; 4:12,
Judas 7:11; comp. 2 Reyes 1:9ss.) 2
Por instrucciones de Dios, Israel habría de ser atacado por un ejército
demoníaco que vendría desde el abismo.
Durante el ministerio de Cristo, Satanás había
caído a la tierra desde el cielo como una estrella (comp. 12:4,
9, 12); y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió
el pozo del abismo. Lo que todo esto significa es exactamente lo que Jesús
profetizó durante su ministerio terrenal: la tierra que había
recibido los beneficios de su obra y luego le había rechazado, sería
invadida por demonios del abismo. Debemos notar aquí que la llave
se
le da a Satanás, porque es Dios quien envía los demonios
como azote sobre su pueblo rebelde.
Los hombres de Nínive se levantarán
en el juicio contra esta generación, y la condenarán; porque
ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí
más que Jonás en este lugar. La reina del sur se levantará
en el juicio contra esta generación, y la condenará; porque
ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría
de Salomón, y he aquí más que Salomón en este
lugar.
Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda
por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré
a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida
y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores
que él, y entrados, moran allí; y el postrer estado de aquel
hombre viene a ser peor que el primero. Así también acontecerá
a esta generación. (Mat. 12:41-45).
Puesto que Israel había rechazado al Rey de reyes,
las bendiciones que había recibido se convertirían en maldiciones.
Jerusalén había sido "barrida" por el ministerio de Cristo;
ahora se convertiría en "habitación de demonios y guarida
de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible"
(18:2). La generación entera fue poseída más y más
por demonios; su progresiva locura nacional es evidente al leer uno el
Nuevo Testamento, y sus horripilantes etapas finales están descritas
en las páginas de la obra de Josefo Las Guerras Judías:
la pérdida de toda capacidad de razonar, las turbas frenéticas
que se atacaban entre sí, las engañadas multitudes que seguían
a los profetas más transparentemente falsos, la enloquecida y desesperada
búsqueda de alimento, los asesinatos en masa, las ejecuciones, los
suicidios, los padres que asesinaban a sus propias familias y las madres
que devoraban a sus propios hijos. Satanás y las huestes infernales
simplemente pululaban por la tierra de Israel y consumían a los
apóstatas.
La vegetación de la tierra está específicamente
exenta de la destrucción causada por las "langostas". Esta es una
maldición contra hombres desobedientes. Sólo los cristianos
son inmunes a los aguijones como de escorpión de los demonios (comp.
Mar. 6:7; Luc. 10:17-19; Hech. 26:18); los israelitas no bautizados, que
no tienen el sello de Dios en sus frentes (véase sobre 7:3-8), son
atacados y atormentados por los poderes demoníacos. Y el propósito
inmediato que Dios tiene al desatar esta maldición no es la muerte,
sino sólo el tormento, la desgracia, y el sufrimiento, al pasar
la nación de Israel por una serie de convulsiones demoníacas.
Juan repite lo que nos ha dicho en 6:16, que en aquellos días los
hombres buscarían la muerte y no la hallarían; y desearían
morir y la muerte huiría de ellos. Jesús había profetizado
específicamente este anhelo de muerte entre los miembros de la generación
final, la generación de judíos que le crucificarían
(Luc. 23:27-30). Como la sabiduría de Dios había dicho hacía
tiempo: "El que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que
me aborrecen aman la muerte" (Prov. 8:36).
7-12 La descripción de los demonios-langostas es
muy similar a la de los ejércitos paganos invasores mencionados
en los profetas (Jer. 51:27; Joel 1:6; 2:4-10; comp. Lev. 17:7 y 2 Crón.
11:15, donde la palabra hebrea para demonio es peludo). Este
pasaje posiblemente se refiere también, en parte, a las bandas satánicas
de fanáticos asesinos que hacían presa en los ciudadanos
de Jerusalén. Como nos dice Josefo, la gente tenía más
que temer de los fanáticos que de los romanos: "Con su insaciable
hambre de botín, saqueaban las casas de los ricos, asesinaban a
los hombres y violaban a las mujeres por diversión; bebían
sus despojos con sangre, y de puro saciados se entregaban sin vergüenza
a prácticas afeminadas, haciendo trenzas con su cabello y vistiendo
ropas de mujer, empapándose de perfume y pintándose los párpados
para hacerse más atractivos. Copiaban, no sólo los vestidos,
sino también las pasiones de las mujeres, inventando, en su exceso
de libertinaje, placeres ilegítimos en los cuales se revolcaban,
como si estuviesen en un burdel. Así, contaminaron por entero la
ciudad con sus asquerosas prácticas. Y, sin embargo, aunque llevaban
rostros de mujeres, sus manos eran asesinas. Se acercaban con pasos remilgados,
y luego, de repente, se convertían en combatientes y, desenvainando
las espadas de debajo de sus teñidas capas, atravesaban con ellas
a todos los transeúntes". 3
Un punto particularmente interesante sobre la descripción
del ejército de demonios es la declaración de Juan de que
el sonido de sus alas era como el de carruajes, de muchos caballos que
se apresuran a la batalla. Ese es el mismo sonido que hacen las alas de
los ángeles en la Nube de Gloria (Eze. 1:24; 3:13; 2 Reyes 7:5-7);
la diferencia aquí es que el ruido aquí lo hacen ángeles
caídos.
Juan continúa, y ahora identifica al rey de los
demonios, el ángel del abismo, y da su nombre tanto en hebreo (Abadón)
como en griego (Apolión) - una de muchas indicaciones del carácter
esencialmente hebraico del Apocalipsis. 4
Las palabras significan destrucción y destructor;
Abadón se usa en el Antiguo Testamento para describir el reino de
los muertos, "el lugar de destrucción" (Job 26:6; 28:22; 31:12;
Sal. 88:11; Prov. 15:11; 27:20). Juan, pues, presenta a Satanás
como la mera personificación de la misma muerte (comp. 1 Cor. 10:10;
Heb. 2:14). Claramente, el hecho de que la hueste entera de los destructores
de Satanás fuera desatada sobre la nación judía significaba
realmente el infierno en la tierra. Y, sin embargo, Juan nos dice que esta
epidemia de demonios en la tierra es sólo el primer ay. Ni siquiera
es el peor, porque dos ayes (es decir, la sexta y la séptima trompetas)
todavía faltan por venir después de estas cosas.
La sexta trompeta (9:13-21)
13 El sexto ángel
tocó la trompeta, y oí una voz de entre los cuatro cuernos
del altar de oro que estaba delante de Dios,
14 diciendo al sexto ángel
que tenía la trompeta: Desata a los cuatro ángeles que están
atados junto al gran río Eufrates.
15 Y fueron desatados los cuatro
ángeles que estaban preparados para la hora, día, mes, y
año, a fin de matar a la tercera parte de los hombres.
16 Y el número de los ejércitos
de los jinetes era doscientos millones. Yo oí su número.
17 Así vi en visión
los caballos y a sus jinetes, los cuales tenían corazas de fuego,
de zafiro y de azufre. Y las cabezas de los caballos eran como cabezas
de leones; y de su boca salían fuego, humo y azufre.
18 Por estas tres plagas fue muerta
la tercera parte de los hombres; por el fuego, el humo y el azufre que
salían de su boca.
19 Pues el poder de los caballos
estaba en su boca y en sus colas; porque sus colas, semejantes a serpientes,
tenían cabezas, y con ellas dañaban.
20 Y los otros hombres que no fueron
muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras
de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes
de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden
ver, ni oír, ni andar;
21 y no se arrepintieron de sus
homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación,
ni de sus hurtos.
13 Nuevamente se nos recuerda que las
desolaciones ejecutadas por Dios en la tierra son en nombre de su pueblo
(Sal. 46), en respuesta a su culto oficial, del pacto: la orden al tercer
ángel la emite una voz desde los cuatro cuernos del altar de oro
(es decir, el altar del incienso) que está delante de Dios. Obviamente,
este punto se menciona con el propósito de estimular al pueblo de
Dios en adoración y en oración, asegurándoles que
las acciones de Dios en la historia proceden de su altar, donde Él
ha recibido las oraciones de ellos. Juan dice que la voz vino de los cuatro
cuernos (protuberancias semejantes a cuernos en cada una de las esquinas
del altar), refiriéndose a un aspecto importante de la liturgia
del Antiguo Testamento: la ofrenda de purificación. Esta ofrenda
se refería a la contaminación y la profanación de
un
lugar por medio del pecado. Si el lugar profanado por el pecado no
es purificado, traerá como resultado la muerte. En su excelente
estudio del sistema levítico, Gordon Wenham nos dice que "la ofrenda
de purificación tenía que ver con la contaminación
causada por el pecado. Si el pecado contaminaba la tierra, profanaba en
particular la casa donde moraba Dios. La gravedad de la contaminación
dependía de la gravedad del pecado, que a su vez estaba relacionada
con la situación del pecador. Si un ciudadano privado pecaba, su
acción contaminaba el santuario sólo hasta cierto punto limitado.
Por lo tanto, la sangre de la ofrenda de purificación se rociaba
sólo sobre los cuernos del altar del holocausto. Sin embargo, si
la nación entera pecaba, o si el miembro más santo de la
nación, el sumo sacerdote, pecaba, esto era más grave. La
sangre tenía que ser llevada dentro del tabernáculo y rociada
sobre el velo y el altar de incienso". 5
Los pecados de la nación
eran expiados ofreciendo un sacrificio sobre el altar del holocausto, y
llevando luego la sangre y rociándola sobre los cuernos del altar
de oro del incienso (Lev. 4:13-21). De este modo se purificaba el altar,
de manera que el incienso pudiera ser ofrecido con la certeza de que Dios
escucharía sus oraciones. Los lectores de Apocalipsis del siglo
primero habrían reconocido la importancia de esto: la orden de Dios
a sus ángeles, en respuesta a las oraciones de su pueblo, era pronunciada
desde los cuernos del altar de oro. Los pecados de ellos han sido cubiertos,
y no impiden el libre acceso a Dios.
Hay un punto adicional que debemos
observar. Las oraciones de la Iglesia en el altar del incienso son oraciones
imprecatorias contra la nación de Israel. El "Israel" que ha rechazado
a Cristo está contaminado y profanado (comp. Lev. 18:24-30), y sus
oraciones no serán oídas por Dios, pues ha rechazado la única
expiación por el pecado. Por lo tanto, la inmunda tierra de Israel
será juzgada en términos de las maldiciones de Levítico
26, un capítulo que repetidamente amenaza a la nación con
un juicio séptuple si se contamina con el pecado (Lev. 26:18, 21,
24, 28; hemos visto que éste es el origen de los repetidos juicios
séptuples en el libro de Apocalipsis). Pero la Iglesia de Jesucristo
es el nuevo Israel, la nación santa, el verdadero pueblo de Dios,
que posee "libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre
de Jesucristo" (Heb. 10:19). Nuevamente, Juan le asegura a la Iglesia del
siglo primero que sus oraciones serán oídas y contestadas
por Dios. Él se vengará de sus perseguidores, porque la tierra
es bendecida y juzgada por las acciones litúrgicas y los decretos
judiciales de la Iglesia.
La buena disposición de Dios
para oír y contestar afirmativamente las oraciones de su pueblo
se proclama continuamente a través de las Escrituras (Sal. 9:10;
10:17-18; 18:3; 34:15-17; 37:4-5; 50:14-15; 145:18-19). Dios nos ha dado
numerosos ejemplos de oraciones imprecatorias, mostrándonos repetidamente
que un aspecto de la actitud de un hombre piadoso es odio por los enemigos
de Dios y la oración ferviente por su caída y su destrucción
(Sal. 5:10; 10:15; 35:1-8, 22-26; 59:12-13; 68:1-4; 69:22-28; 83, 94; 109;
137:8-9; 139:19-24; 140:6-11). ¿Por qué, entonces, no vemos
la derrota de los impíos en nuestra propia época? Una parte
importante de la respuesta es la ninguna disposición de la Iglesia
moderna a orar bíblicamente; y Dios nos ha asegurado: No tenéis
lo que deseáis, porque no pedís (Santiago 4:2). Pero
la Iglesia del siglo primero, orando fiel y fervientemente por la destrucción
del Israel apóstata, había sido escuchada en el altar celestial
de Dios. Sus ángeles fueron comisionados para que atacaran.
14-16 El sexto ángel está
encargado de soltar los cuatro ángeles que habían sido atados
en el gran río Eufrates; entonces traen a Israel un ejército
que consiste de doscientos millones. El río Eufrates formaba la
frontera entre Israel y las temibles fuerzas paganas que Dios usaba como
azote contra su pueblo rebelde. "Era la frontera norte de Palestina [comp.
Gén. 15:18; Deut. 11:24; Josué 1:4], a través de la
cual los invasores asirios, babilonios, y persas habían venido a
imponer su soberanía pagana sobre el pueblo de Dios. Por lo tanto,
todas las advertencias bíblicas acerca de un enemigo del norte encuentran
eco en la espeluznante visión de Juan" (comp. Jer. 6:1, 22; 10:22;
13:20; 25:9, 26; 46:20, 24; 47:2; Eze. 26:7; 38:6, 15; 39:2). 6
Hay que recordar también que el norte (la ubicación
original del Edén) era el área del trono de Dios (Isa. 14:13);
y tanto la Nube de Gloria como los agentes de la venganza de Dios se ven
viniendo del norte, es decir, desde el Eufrates (comp. Eze. 1:4; Isa. 14:31;
Jer. 1:14-15). Así, este gran ejército del norte es el ejército
de Dios, y está bajo su control y dirección, aunque es claramente
demoníaco y pagano en su carácter (sobre las ataduras de
los ángeles caídos, comp. 2 Ped. 2:4; Jud. 6). Dios es completamente
soberano, y usa tanto los demonios como los paganos para llevar a cabo
sus santos propósitos ( 1 Reyes 22:20-22; Job 1:12-21; por supuesto,
él luego castiga a los paganos por los impíos motivos y metas
que les llevaron a cumplir el decreto de Él: comp. Isa. 10:5-14).
Los ángeles atados en el Eufrates habían sido preparados
para la hora y el día y el mes y el año, siendo su papel
en la historia completamente predestinado y seguro.
Juan oye el número de los
jinetes: doscientos millones. Notamos en la Introducción a este
volumen algunas de las más fantásticas interpretaciones de
esta expresión (véase pp. 11-13). Sin embargo, si mantenemos
nuestra imaginación uncida a la Escritura, observaremos que está
tomada de Sal. 68:17, que dice: "Los carruajes de Dios son veintenas
de millares de millares".
Mounce observa correctamente que "los intentos
de reducir esta expresión a cifras aritméticas precisas
no acierta en el punto. Estas veintenas de millares de millares es un
número
de gran inmensidad. 8
El término significa simplemente muchos miles, e indica una vasta
hueste que debe ser considerada en conexión con el ejército
angélico del Señor de miles y miles de carruajes.
17-19 Evitando las deslumbrantes
especulaciones tecnológicas adelantadas por algunos comentaristas,
diremos simplemente que, aunque el número del ejército
tiene el propósito de recordarnos al ejército de Dios, las
características
de los caballos - el fuego y el humo y el azufre que salen de sus bocas
- nos recuerdan al dragón, al leviiatán que escupe fuego (Job
41:18-21). "El propósito es que el cuadro sea inconcebible, horripilante,
y hasta repugnante. Porque estas criaturas no son de la tierra. El fuego
y el azufre pertenecen al infierno (19:20; 21:8), de la misma manera que
el humo es característico del abismo (9:2). Sólo los monstruos
de abajo arrojan tales cosas". 9
Así, para resumir la idea: Un innumerable ejército avanza
sobre Jerusalén desde el Eufrates, el origen de los tradicionales
enemigos de Israel; es una fuerza feroz, hostil, demoníaca, enviada
por Dios en respuesta a las oraciones de su pueblo pidiendo venganza. Resumiendo,
este ejército es el cumplimiento de todas las amonestaciones de
la ley y los profetas de que una horda vengadora sería enviada para
castigar a los quebrantadores del pacto. Los horrores descritos en Deuteronomio
28 habrían de ser visitados sobre esta generación perversa
(véanse especialmente los versículos 49-68). Moisés
había declarado: Enloquecerás a causa de lo que verás
con tus ojos (Deut. 28:34).
Como en realidad sucedió
en la historia, la rebelión judía en reacción a la
"plaga de langostas" de Gesio Floro durante el verano del año 66
provocó la invasión de Palestina por Cestio en el otoño,
con gran número de tropas a caballo procedentes de las regiones
cercanas al Eufrates 10
(aunque el punto principal de la referencia de Juan es el significado simbólico
del río en la hisrtoria y la profecía bíblicas). Después
de devastar el país, sus fuerzas llegaron a las puertas de Jerusalén
en el mes de Tisri - el mes que comienza con el Día de las Trompetas.
El ejército rodeó la ciudad: "Por cinco días, los
romanos hostigaron a los judíos con sus ataques por todos lados,
pero no lograron ningún progreso; en el sexto día, Cestio
dirigió una gran fuerza de hombres escogidos, junto con los arqueros,
para asaltar el lado norte del templo. Desde el techo del pórtico,
los judíos resistieron el ataque, y repetidamente repelieron a los
que habían alcanzado el muro, pero, finalmente, abrumados por una
lluvia de flechas, los defensores cedieron. Los romanos de la primera fila
afirmaron sus escudos contra el muro, y sobre ellos apoyaron los suyos
los de la segunda fila, y así sucesivamente, hasta que formaron
una cubierta protectora conocida como 'la tortuga', contra la cual los
proyectiles se estrellaban y eran desviados sin hacer daño, mientras
los los soldados socavaban el muro y se preparaban para poner fuego a la
puerta de monte del templo".
"Un pánico total se apoderó
de los insurgentes, y ahora muchos comenzaron a huir de la ciudad, creyendo
que ésta caería en cualquier momento. El pueblo en seguida
cobró ánimo nuevamente, y mientras más cedían
los fanáticos 11,
más cerca avanzaban los primeros para abrir las puertas y recibir
a Cestio como benefactor". 12
Entonces, en el mismo momento en que la victoria completa estaba a su alcance,
Cestio, de pronto e inexplicablemente, retiró sus fuerzas. Animados,
los judíos persiguieron a los soldados en retirada y los atacaron,
infligiéndoles fuertes bajas. Gaalya Cornfeld comenta que "el fracaso
de Cestio transformó la revuelta contra Roma en una verdadera guerra.
Naturalmente, un éxito tan inesperado y sensacional había
fortalecido las manos del partido de la guerra. La mayoría de los
oponentes a la revuelta se encontraron en minoría y se inclinaron
a aliarse con los fanáticos ganadores, aunque no creían que
la victoria fuese posible. Sin embargo, aunque no lo proclamaron abiertamente,
creyeron más aconsejable dar la impresión de aprobación
por temor a perder el control sobre el pueblo en general. Así, los
círculos de los sumos sacerdotes y los moderados, aunque aparentaban
ser leales al lado de la paz, decidieron asumir la dirección de
la guerra que ahora se consideraba inevitable... El respiro conseguido
por los judíos después de la retirada de Cestio de Siria
fue aprovechada para organizar una fuerza de defensa nacional". 13
20-21 Y, sin embargo, el resto de
los hombres, que no fueron muertos por estas plagas, no se arrepintieron...
ni dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos. Tan completamente
se habían entregado los judíos a la apostasía que
ni la bondad ni la ira de Dios pudo volverlos de su error. En lugar de
eso, como informa Josefo, hasta el mismo fin - después de la hambruna,
los asesinatos en masa, el canibalismo, la crucifixión de sus coterráneos
a razón de 500 por día - los judíos continuaron acatando
las insensatas divagaciones de los falsos profetas que les aseguraban la
liberación y la victoria: "Así fue el pueblo miserable seducido
por estos charlatanes y falsos mensajeros de Dios, mientras hacían
caso omiso y no creían a los inconfundibles presagios que prefiguraban
la venidera desolación; pero, aunque estaban atónitos, ciegos,
e insensatos, no acataron las claras amonestaciones de Dios". 14
¿Qué "claras amonestaciones"
les había dado Dios? Aparte de la predicación apostólica,
que era todo lo que realmente necesitaban (comp. Luc. 16:27-31), Dios había
enviado señales y maravillas milagrosas para testificar del juicio
venidero; Jesús había advertido que, antes de la caída
de Jerusalén, "habrá terror y grandes señales desde
el cielo" (Luc. 21:11). Esto fue especialmente cierto durante la temprada
de festivales del año 66, como informa Josefo: "Mientras el pueblo
se reunía para la fiesta de los panes sin levadura, en el octavo
día del mes Xántico [Nisan], a la hora nona de la noche [3:00
A. M.] apareció una luz tan brillante alrededor del altar
y el templo que parecía pleno día; y esto duró media
hora. Los inexpertos la consideraron como buen augurio, pero fue inmediatamente
interpretada por los escribas de la ley de conformidad con los sucesos
subsiguientes". 15
Durante la misma fiesta, otro suceso
espantoso tuvo lugar: "La puerta oriental del santuario interior era maciza,
de bronce, y tan pesada que apenas podía ser movida cada noche por
veinte hombres; estaba sujeta por barras de hierro y asegurada con pernos
hundidos muy profundamente en un umbral fabricado de un solo bloque de
piedra; y sin embargo, se vio que esta puerta se abrió por sí
sola a la hora sexta de la noche [medianoche]. Los guardas del templo corrieron
e informaron de la nueva al capitán. Éste llegó, y
entre todos, con gran esfuerzo, lograron cerrarla. 16
Para los no iniciados, esto parecía ser el mejor de los augurios,
pue supusieron que Dios les había abierto la puerta de la felicidad.
Pero la gente más sabia se dio cuenta de que la seguridad del templo
se estaba derrumbando de por sí, y que la apertura de las puertas
era un regalo para el enemigo; en sus propias mentes, interpretaron esto
como presagio de la venidera desolación". 17
(Dicho sea de paso, un incidente similar ocurrió en el año
30 d. C., cuando Cristo fue crucificado y el velo exterior del templo -
¡de 24 pies de ancho y de más de 80 pies de alto! - se rasgó
de arriba abajo [Mat. 27:50-54; Mar. 15:37-39; Luc. 23:44-47]: El Talmud
registra que en el año 30 d. C. las puertas del templo se abrieron
solas, aparentemente porque el dintel, una piedra que pesaba como 30 toneladas,
se partió). 18
A los que no podían asistir
a la fiesta de Pascua regular se les requería celebrarla un mes
más tarde (Núm. 9:9-13). Josefo informa de una tercera y
gran maravilla que ocurrió al final de esta segunda pascua en el
año 66: "Se vio una aparición sobrenatural, demasiado asombrosa
para ser creída. Imagino que lo que ahora voy a relatar será
desestimado como imaginario, si no hubiese sido confirmado por testigos,
y luego seguido por subsiguientes desastres que merecían así
ser señalizados. Pues antes de la puesta de sol, se vieron carruajes
en el aire por todo el país, así como batallones armados
moviéndose velozmente a través de las nubes y rodeando las
ciudades". 19
Una cuarta señal ocurrió
dentro del templo el siguiente gran día de la fiesta, y de ella
fueron testigos los veinticuatro sacerdotes que estaban de guardia: "En
una fiesta llamada Pentecostés, cuando los sacerdotes habían
entrado en los atrios interiores del templo de noche para llevar a cabo
los deberes de su ministerio como de costumbre, declararon que habían
oído, primero, una violenta conmoción y un estruendo, luego
una voz como la de una multitud, que exclamaba: '¡Nos vamos de aquí!'"
20
Hubo una quinta señal en
los cielos ese año: "Una estrella que parecía una espada
se paró sobre la ciudad, así como un cometa que permaneció
un año entero". 21
Era obvio, como dice Josefo, que Jerusalén "ya no era la morada
de Dios". 22 Apelando,
cuatro años más tarde, a los judíos revolucionarios
para que se rindieran, declaró: "Creo que la Deidad ha huído
de los santos lugares, y ahora se ha puesto del lado de aquéllos
con los cuales vosotros estáis en guerra. ¿Por qué,
cuando un hombre honorable huye de un hogar libertino, y aborrece a sus
habitantes, creéis vosotros que Dios todavía permanece con
esa casa en su iniquidad - Dios, que ve toda cosa oculta y oye lo que está
envuelto en el silencio?" 23
Y, sin embargo, Israel no se arrepintió de su iniquidad. Ciego
a sus propios males y a los crecientes juicios que venían sobre
él, Israel permaneció firme en su apostasía, y continuó
rechazando al Señor y en su lugar adhiriéndose a sus falsos
dioses.
¿Adoraban realmente los judíos
a demonios y a ídolos? Ya hemos notado (véase sobre 2:9 y
3:9) el carácter satánico del judaísmo, que no es
la religión del Antiguo Testamento, sino más bien un falso
culto, que asegura poseer autorización bíblica (de la misma
manera que el mormonismo, la Iglesia de la Unificación, y otras
sectas afirman que son bíblicas). Como señala Herbert Schlossberg:
"En su significado más amplio, la idolatría se entiende correctamente
como cualquier sustitución de lo que es creado por el creador".
24
Al rechazar a Jesucristo, los judíos se habían involucrado
ineludiblemente en la idolatría; se habían apartado de la
fe de Abraham y servían a dioses de su propia hechura. Además,
como veremos, la idolatría judía no era ningún "teísmo"
vago, indefinible, apóstata. Al abandonar a Cristo, los judíos,
en realidad, se convirtieron en adoradores de César.
Josefo da elocuente testimonio de
esto, escribiendo repetidamente acerca de la ira de Dios contra la apostasía
de la nación judía como la causa de sus infortunios: "Por
lo tanto, estos hombres pisoteaban todas las leyes de los hombres y se
reían de las leyes de Dios; y en cuanto a los oráculos de
los profetas, los ridiculizaban diciendo que eran trucos de juglares; y,
sin embargo, estos profetas predecían muchas cosas concernientes
a las recompensas de la virtud y los castigos del vicio, las cuales, cuando
estos fanáticos las violaban, ocasionaban el cumplimiento de las
mismas profecías que pertenecían a su propio país".
25
"Ni sufrió jamás ciudad
alguna tales miserias, ni engendró jamás edad alguna una
generación más fructífera en maldad que ésta,
desde el principio del mundo". 26
"Yo supongo que, si los romanos
hubiesen tardado más en caer sobre estos villanos, la ciudad habría
sido tragada por la tierra que se abría ante ellos, o inundada por
agua, o destruída por una tempestad como aquélla por la cual
pereció Sodoma, porque la ciudad había producido una generación
de hombres mucho más ateos que los que sufrieron tales castigos;
pues fue por su locura que todo el pueblo vino a ser destruído".
27
"Cuando la ciudad fue rodeada y
ya no pudieron recoger plantas, algunos fueron llevados a una aflicción
tan terrible que buscaban en las cloacas comunes y antiguos montones de
estiércol de ganado, y comían el estiércol que encontraban
allí; y lo que antes ni siquiera miraban, ahora lo usaban como alimento.
Apenas los romanos oyeron esto, se despertó su compasión;
pero los rebeldes, que también lo vieron, no se arrepintieron, sino
que permitieron que la misma aflicción viniera sobre ellos mismos,
pues se volvieron ciegos a la suerte que ya estaba cayendo sobre la ciudad,
y sobre ellos mismos también". 28
Se dice que los ídolos de
Israel son de oro, de plata, de bronce, de piedra, y de madera, una descripción
modelo de los materiales usados en la construcción de falsos dioses
(comp. Sal. 115:4; 135:15; Isa. 37:19). La Biblia consistentemente ridiculiza
los ídolos de los hombres describiéndolos como la obra de
sus manos, meros troncos y piedras que ni ven ni oyen ni caminan. Esto
es un eco de cómo el salmista se burla de los ídolos de los
paganos:
Tienen boca, mas no hablan;
tienen ojos, mas no ven;
orejas tienen, mas no oyen;
tienen narices, mas no huelen;
manos tienen, mas no palpan;
tienen pies, mas no andan;
no hablan con su garganta.
Luego viene el golpe de gracia:
Semejantes a ellos son
los que los hacen;
y cualquiera que confía
en ellos. (Sal. 115:5-8; comp. 135:16-18).
Schlossberg comenta: "Cuando una civilización
se torna idólatra, su pueblo es cambiado profundamente por esa experiencia.
En una especie de santificación a la inversa, el idólatra
es transformado a la semejanza del objeto de su adoración. Israel
'fue tras la vanidad, y se hizo vano' (Jer. 2:5)". 29
Como tronaba el profeta Oseas, los idólatras de Israel "se volvieron
tan detestables como aquéllo que amaban" (Oseas 9:10).
La descripción de la idolatría
de Israel que hace Juan concuerda con la posición profética
usual; pero su acusación es una referencia aún más
directa a la condena de Babilonia que hace Daniel, especialmente
en relación con su culto a dioses falsos usando los utensilios sagrados
del Templo. Daniel le dijo al rey Belsasar: "Contra el Señor del
cielo te has ensoberbecido, e hiciste traer delante de tí los vasos
de su casa, y tú y tus grandes, tus mujeres y tus concubinas, bebiste
vino en ellos; además de esto, diste alabanza a dioses de plata
y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen,
ni saben; y al Dios en cuya mano está tu vida, y cuyos son todos
tus caminos, nunca honraste" (Dan. 5:23).
La implicación de Juan es
clara: Israel se ha convertido en una Babilonia, cometiendo el sacrilegio
de adorar dioses falsos con los tesoros del templo; como Babilonia, ha
sido "pesada en balanza, y hallada falta"; como Babilonia, será
conquistada y su reino será poseído por los paganos (comp.
Dan. 5:25-31).
Finalmente, Juan resume los crímenes
de Israel, todos derivados de su idolatría (comp. Rom. 1:18-32):
Esto condujo a los asesinatos de Cristo y de los santos (Hech. 2:23, 36;
3:14-15; 4:26; 7:51-52, 58-60); sus hechicerías (Hech. 8:9, 11;
13:6-11; 19:13-15; comp. Apoc. 18:23; 21:8; 22:15); su fornicación,
una palabra que Juan usa doce veces con referencia a la apostasía
de Israel (2:14; 2:20; 2:21; 9:21; 14:8; 17:2 [dos veces]; 18:9; 19:2);
y sus robos, un crimen a menudo asociado en la Biblia con la apostasía
y la resultante opresión y persecución de los justos (comp.
Isa. 61:8; Jer. 7:9-10; Eze. 22:29; Oseas 4:12; Mar. 11:17; Rom. 2:21;
Sant. 5:1-6).
Durante los últimos días,
hasta la llegada de los romanos, las trompetas habían sonado, advirtiendo
a Israel que debía arrepentirse. Pero la alarma no fue acatada,
y los judíos se endurecieron en su impenitencia. La retirada de
Cestio se interpretó como que las profecías de Jesús
sobre la destrucción de Jerusalén eran falsas: Los ejércitos
del Eufrates habían venido y rodeado a Jerusalén (comp. Luc.
21:20), pero la amenazadora "desolación" no había ocurrido.
En vez de eso, los romanos habían huído, arrastrando la cola
entre las piernas. Más y más confiados en la bendición
divina, los judíos se sumergieron temerariamente en mayores actos
de rebelión, sin darse cuenta de que fuerzas aún mayores,
desde el otro lado del Eufrates, estaban siendo aprestadas para la batalla.
Esta vez no habría retirada. Judea se convertiría en desierto,
los israelitas serían masacrados y esclavizados, y el templo sería
arrasado hasta el suelo, sin que quedara piedra sobre piedra.
Notas:
1. Flavius Josephus, The Jewish War, ii.xiv.9-xix.9
2. La palabra hebrea en estos textos se traduce generalmente como enjaezado,
armado, o en arreos marciales, pero la traducción literal
es simplemente cinco de un rango (esto es, cinco pelotones de diez
hombres en cada pelotón). Véase, de James B. Jordan, The
Law of the Covenant: An Exposition of Exodus 21-23 (Tyler, TX: Institute
for Christian Economics, 1984), pp. 264s.; idem, Judges: God´s
War Against Humanism (Tyler, TX: Geneva Ministries, 1985), p. 17.
3. Flavius Josephus, The Jewish War, iv.ix,10.
4. Para una discusión extensa de la gramática de Juan,
con atención particular al estilo hebreo, véase, de R. H.
Charles, A Crítical and Exegetical Commentary on the Revelation
of St. John, 2 vols. (Edinburgh: T. & T. Clark, 1920), Vol. 1,
pp. cxvii-clix. El resumen de Charles en cuanto a la razón del estilo
único de Juan es que "aunque escribe en griego, piensa en hebreo"
(p. cxliii).
5. Gordon J. Wenham, The Book of Leviticus (Grand Rapids: William
B. Eerdman´s Publishing Co., 1979), p. 96.
6. G. B. Caird, p. 122.
7. Véase, de David Chilton, Paradise Restored: A Biblical
Theology of Dominion (Ft. Worth, TX: Dominion Press, 1985), pp. 29s.
8. Robert H. Mounce, The Book of Revelation (Grand Rapids: William
B. Eerdmans Publishing Co., 1977), p. 201.
9. G. R. Beasley-Murray, The Book of Revelation (Grand Rapids:
William B. Eerdman´s Publishing Co., [1974] 1981), pp. 165s.
10. Véase de Josephus, The Jewish War, ii.xviii.9-xix.7;
comp. Massyngberde Ford, Revelation: Introduction, Translation, Commentary
(Garden City, NY: Doubleday and Co., 1975), p. 154.
11. Los zelotes, que retenían el control de la ciudad desafiando
a Roma y contra los deseos de los más prósperos y pacifistas
de entre los judíos.
12. Josephus, The Jewish War, ii.xix.5-6.
13. Gaalya Cornfeld, cd., Josphus, The Jewish War (Grand Rapids:
Zondervan Publishing House, 1982), p. 201.
14. Josephus, The Jewish War, vi.v.3.
15. Ibid.
16. Presumiblemente con la ayuda de los doscientos guardas de las puertas,
que estaban de guardia en ese momento.
17. Josephus, vi.v.3.
18. Yoma 39b; comp Alfred Edersheim, The Life and Times of
Jesus the Messiah, 2 vols. (McLean, VA: MacDonald Publishing Co., n.d.),
Vol. 2, pp. 610s; Ernest L. Martin, The Place of Christ´s
Crucifixion (Pasadena: Foundation for Biblical Research, 1984, pp.
9-14.
19. Josephus, The Jewish War, vi.v.3.
20. Ibid.; comp. el resumen de estos eventos por el historiador romano
Tácito: "Apareció en el cielo una visión de ejércitos
en conflicto, con relucientes armaduras. Un súbito relámpago
desde las nubes iluminó el templo. Las puertas del lugar santo se
abrieron de repente, se oyó una voz sobrehumana declarar que los
dioses lo estaban abandonando, y en el mismo instante sobrevino el precipitado
tumulto de su partida" (Histories, v. 13).
21. Ibid.
22. Ibid., v.i.3.
23. Ibid., v.ix.4; comp. la discusión de estos y otros sucesos
relacionados con los Últimos Días en la obra de Ernest L.
Martin, The Original Bible Restored (Pasadena: Fountain for Biblical
Research, 1984), pp. 154-160.
24. Herbert Schlossberg, Idols for Destruction: Christian Faith and
Its Confrontation with American Society (Nashville: Thomas Nelson Publishers,
1983), p. 6.
25. Josephus, The Jewish War, iv.vi.3.
26. Ibid., v.x.5.
27. Ibid., v.xiii.6.
28. Ibid., v.xiii.7
29. Schlossberg, p. 295.