Las primeras fotografías del país * por Miguel Angel Cuarterolo * Este texto fue publicado en el libro Los años del daguerrotipo. Primeras fotografías argentinas 1843-1870, Buenos Aires, Fundación Antorchas, 1995
La historia del invento que inició la era de la fotografía, una de las grandes innovaciones del siglo diecinueve, comenzó con los ensayos realizados en 1826 por Niepce, quien, tras exponer al sol durante ocho horas una placa cubierta con una emulsión del asfalto llamado betún de Judea, logró captar, desde la ventana de su casa en Chalon-sur-Saone, la primera imagen fotográfica del mundo, a la que llamó heliografía. Seis años más tarde, Niepce se asoció con Daguerre para perfeccionar su invento; tras la muerte del primero, en 1833, el segundo siguió con las investigaciones y logró imágenes de mejor calidad que las obtenidas por su socio, gracias al descubrimiento casual del revelado de la placa por medio de vapores de mercurio. Así quedó establecido el primer proceso práctico de fijar imágenes fotográficas, bautizado con el nombre de Daguerre. La difusión del daguerrotipo, comentada copiosamente por la prensa, produjo un enorme entusiasmo en las principales ciudades del mundo. El corresponsal en París del New York Star señaló, luego de observar los ensayos: Nunca vi nada tan perfecto al ojo; cada objeto aparece finamente grabado, pero con una lupa se podía notar la diferencia de grano de cada piedra de la acera; incluso se podía haber conocido la materia, la índole de cada objeto.1 Entre 1839 y 1841 se publicaron treinta y ocho ediciones, en ocho idiomas, de la Historia y descripción de los procedimientos del daguerrotipo y diorama, que Daguerre escribió para divulgar los aspectos técnicos y operativos del proceso. El invento ya había sido comprado por el gobierno francés, que lo hizo de dominio público a cambio de sendas pensiones vitalicias, de seis mil francos para Daguerre y cuatro mil para el hijo de Niepce. Simultáneamente con Daguerre, Henry Fox Talbot inventó un proceso fotográfico, que patentó en Inglaterra en 1840, al que llamó calotipo, el primero por el que podían obtenerse imágenes positivas múltiples a partir de un negativo de papel. Los calotipos no eran visualmente tan perfectos como los daguerrotipos: se caracterizaban por sus claroscuros y porque la textura del papel confería a la imagen un efecto pictórico que contrastaba con la nitidez de aquellos. Además, por estar patentados, no se podían difundir libremente. A pesar de que el procedimiento constituye el punto de partida de la fotografía multiplicable, no logró imponerse fuera de las fronteras británicas; no obstante, Fox Talbot es considerado, junto con Niepce y Daguerre, uno de los inventores de la fotografía. En 1851, Frederick Scott Archer creó las placas húmedas al colodión, que permitieron acortar los tiempos de exposición y tuvieron innumerables aplicaciones. Entre ellas se contaban el ferrotipo y el ambrotipo, también imágenes únicas, como el daguerrotipo, pero mucho más baratas. El primero fue patentado en los Estados Unidos, en 1856, por Hamilton Smith, y se hizo muy popular por su bajo costo; fue utilizado hasta principios del siglo veinte por los fotógrafos ambulantes. Los ambrotipos se solían presentar en estuches similares a los de los daguerrotipos, con los cuales a veces se confunden. En la Argentina no fueron muy populares, porque llegaron prácticamente al mismo tiempo que la fotografía sobre papel albuminado, a principios de la década de los sesenta, un procedimiento aún más económico que, además, ofrecía la posibilidad de obtener numerosas copias, inventado en 1850 por Louis Blanquart-Evrard. Con el papel
albuminado se abrió el ansiado camino hacia la
fotografía reproducible, y con las cartes de visite impresas
de a millones en todo el mundo sobre tal papel,
inventadas y patentadas en 1854 por el fotógrafo
Alphonse Disdéri, en París, llegó la masificación de
la fotografía y se inauguró una era excepcional para la
industria y el comercio fotográficos, que se extiende
hasta hoy. Las tarjetas de visita, en cambio, fueron
reemplazadas, hacia 1880, por otros formatos.
Resulta difícil imaginar hoy el impacto que tuvo el daguerrotipo sobre la sociedad del siglo diecinueve. La fidelidad de la imagen fotográfica no resistía comparación con las semblanzas, a menudo mediocres, que realizaban los pintores miniaturistas, a quienes el invento prácticamente eliminó del mercado, al punto de que más de uno se hizo daguerrotipista. Aunque la clientela burguesa no confiriera al retrato daguerreano valor artístico, lo reconoció muy pronto como un medio fidedigno para reproducir la figura humana. Como en todo proceso fotográfico, el manejo de la luz era un factor decisivo para obtener un buen daguerrotipo. Los fotógrafos itinerantes, que instalaban galerías provisorias en locales inadecuados o en habitaciones alquiladas en las casas de familia, solían emplear como principal fuente de iluminación una ventana orientada al sur, y trabajar entre las diez de la mañana y las dos de la tarde, para aprovechar plenamente la luz diurna. El estudio de Thomas Helsby, el mejor de Buenos Aires en 1851, tenía una galería de toma con techo de vidrio, por el que se filtraba la luz, que se controlaba mediante cortinas. El fotógrafo podía girar con su cámara alrededor del sujeto para buscar las mejores condiciones de iluminación. Los retratistas recomendaban a sus clientes cómo vestirse para posar ante la cámara. Los hombres con trajes oscuros,2 dice un aviso de Juan Portal, publicado en 1853. A las mujeres se les sugería evitar los colores claros, especialmente el blanco. Según algunos fotógrafos, las mantillas de seda y los guantes aumentaban la belleza del retrato. Para los niños se aconsejaban ropas a cuadros o estampadas. Los daguerrotipos coloreados a mano eran una especialidad cara pero apreciada por la clientela. Las mejillas de las señoras y las niñas se pintaban con un rojo carmesí suave, apenas transparente; los vestidos, con azul oscuro o verde; las joyas, los botones, las condecoraciones militares y las empuñaduras de los bastones se cubrían con aceite dorado, que los realzaba y les daba brillo. Durante la época de Rosas, los hombres cuidaban de hacerse colorear la divisa punzó que se llevaba obligatoriamente en la solapa de las levitas. Los colores se aplicaban sobre la superficie resbaladiza de la placa con delgados pinceles de pelo de marta o con una pluma de paloma y se los cubría con una capa fina de goma arábiga en polvo, que se humedecía con el aliento para que los pigmentos se adhirieran a la imagen. Los daguerrotipos se entregaban en estuches o enmarcados, pero también se los encuentra en relicarios, medallones, anillos, pulseras y relojes. Hasta mediados de la década de los cincuenta, se usaron los mismos estuches que para las pinturas en miniatura, unas pequeñas cajas de madera forradas exteriormente en tafilete e interiormente con seda o terciopelo. Pero luego de la gran popularización del daguerrotipo en los Estados Unidos, se comenzaron a fabricarle estuches especiales, de un material termoplástico constituido por una mezcla de aserrín y goma laca, moldeado sobre matrices de cuidado diseño. Mientras los daguerrotipistas norteamericanos que actuaron en Buenos Aires entregaban habitualmente los retratos en estuches, los europeos preferían presentarlos en marcos de madera o papier maché, de diseño victoriano. No se conocen los autores de la mayoría de los daguerrotipos y solo relativamente pocos están firmados. Siguiendo la tradición de la litografía, en algunas placas la firma aparece grabada a punzón en un borde, como sucede con las obras de Amadeo Gras, Saturnino Masoni, Juan Portal y Anselmo Fleurquin. Los daguerrotipistas también firmaban, a veces, con tinta negra, sobre un papel que se aplicaba al dorso de la imagen y que contenía, además, el nombre del retratado, su edad y la fecha de la toma, tras lo cual se especificaba: retrato al daguerrotipo. Los retratistas norteamericanos solían mandar grabar su nombre sobre un passe-partout dorado, al que denominaban mat, costumbre que tenían, en nuestro medio, Charles DeForest Fredricks y William Weston. Los europeos, en cambio, habitualmente preferían aplicar en los estuches o los marcos etiquetas litografiadas o sellos húmedos con su nombre y dirección. El trabajo más frecuente de los daguerrotipistas y su principal fuente de ingresos era el retrato individual o de grupo. Creaban imágenes sencillas, de medio cuerpo, en las que la gente aparece tensa, porque debía permanecer inmóvil durante los largos segundos que duraba la toma. Para que el cliente no cediera a la tentación de moverse, usaban sillas especiales y sujetadores de cabeza, similares a los utilizados por los dentistas. Pero hacia 1850, el perfeccionamiento de las lentes y la mayor sensibilidad de las placas permitieron acortar los tiempos de exposición, lo que produjo un cambio del retrato daguerreano. El daguerrotipo se cultivó en la Argentina entre 1843 y 1860, pero su alto costo impidió que tuviera un gran mercado y resultó un inconveniente insuperable para su popularización. En 1848 había en Buenos Aires diez daguerrotipistas, todos extranjeros itinerantes, que cobraban entre cien y doscientos pesos por un retrato: entonces, un dependiente de tienda ganaba veinte pesos mensuales. En Nueva York estaban establecidos, por la misma época, setenta y siete estudios daguerreanos, y un retrato, que en 1843 costaba quince dólares, diez años más tarde, por el efecto de la competencia, podía comprarse por apenas un dólar. En 1849 se hicieron cien mil daguerrotipos en París y, para 1853, se habían producido más de tres millones en los Estados Unidos; por esos años, Thomas Helsby se jactaba de haber tomado seiscientos en Buenos Aires, en pocos años. Estas cifras ponen en perspectiva la producción de daguerrotipos del país. Entre 1865 y 1870, durante la guerra del Paraguay, si se juzga por los anuncios en la prensa, las cartes de visite fueron el único proceso fotográfico utilizado en Buenos Aires. Había una vigorosa competencia para fotografiar a los soldados que marchaban al frente, los cuales, por mucho menos que el precio de un daguerrotipo o un ambrotipo, podían comprar hasta una docena de cartes de visite para repartir entre familiares y amigos. De alguna forma, esta circunstancia marcó la difusión social del retrato fotográfico. Comienzos del daguerrotipo en el Plata Los primeros daguerrotipos tomados en el Río de la Plata fueron vistas de Montevideo obtenidas en febrero de 1840 por el sacerdote francés Louis Compte, capellán del buque escuela LOrientale, que, al mando del capitán Augustin Lucas, había zarpado del puerto de Nantes en diciembre de 1839 para dar la vuelta al mundo. Una carta de uno de los pasajeros de LOrientale revela que había a bordo un daguerrotipo para sacar, con la exactitud que las caracteriza, las vistas más notables de las ciudades y lugares que se deben visitar.3 Era una de las primeras cámaras salidas del taller del francés Alphonse Giroux; costaba unos cuatrocientos francos y tenía como sello de autenticidad, en uno de sus lados, una plaqueta con la firma de Daguerre. El padre Compte decía haber recibido instrucciones del propio Daguerre en el uso de dicha cámara. El 17 de enero de 1840 hizo, en Río de Janeiro, los primeros daguerrotipos del Brasil, hecho que fue registrado por el Jornal de Comércio con las siguientes palabras: Tuvo lugar en la fonda de Pharoux un ensayo fotográfico [...] El abate Compte fue quien hizo la experiencia. Es uno de los viajeros que se encuentra a bordo de la corbeta Orientale, que ha traído consigo el ingenioso instrumento de Daguerre.4 Un mes más tarde LOrientale amarró en Montevideo y el 29 de febrero de 1840 se efectuó, en la legislatura, la primera de una serie de demostraciones del daguerrotipo. El argentino Tomás de Iriarte, testigo de aquel acontecimiento, escribió en sus memorias: La plancha preparada y colocada en la cámara oscura recibió por refracción el objeto que se pretendía diseñar y quedó estampado, con una exactitud y precisión admirables, el frente de la iglesia matriz de Montevideo, [...] el piso de la plaza, las pequeñas huellas que dejan los carruajes y la fragata de guerra francesa a dos leguas de distancia.5 Ese mismo día, por la tarde, Compte plantó la cámara en la casa del ministro de Relaciones Exteriores, Santiago Vázquez, y desde allí tomó una excelente vista del cabildo, que obsequió al médico uruguayo Teodoro Vilardebó. Las crónicas publicadas por el periodista argentino Florencio Varela y por el citado Vilardebó son excelentes relatos de los ensayos realzados en Montevideo en el verano de 1840. El 4 de marzo, Varela escribió en el Comercio del Plata: Las imágenes de nuestra elegante Catedral, de nuestra humilde casa de Representantes, de nuestra hermosa bahía con su bosque de mástiles, sus fábricas litorales, de donde lleva el extranjero los productos de nuestra rica ganadería, con su cerro, proyectado en el fondo del paisaje enseñoreando modestamente las fábricas y los mástiles han sido reproducidas a nuestra vista, sobre el bruñido metal, preparado por el genio de Daguerre, con una verdad y un primor que desafían al pincel más delicado, al más pulido buril... Señala también en su crónica que el aparato que hemos visto salió de Francia en septiembre del año anterior, un mes después de la publicación del descubrimiento. De entonces acá ha recibido mejoras considerables que solo conocemos por informes...6 El 6 de marzo, Vilardebó lamenta en un artículo que no se pudieran tomar retratos por medio del daguerrotipo: Es sensible que el daguerrotipo no se puede aplicar a sacar retratos que, de ser posible, serían sumamente parecidos; pero a ello se opone la dificultad casi insuperable de la completa inmovilidad del rostro y principalmente de los ojos, estando aquellos expuestos a los rayos del sol; pero Daguerre ha observado que puede preservarse la vista interponiendo entre ella y el sol un vidrio azul que en nada perjudica a la acción de la luz sobre la lámina...7 Dos días después,
en una carta a Juan Thompson, hijo de Mariquita Sánchez,
la esposa del cónsul francés en Montevideo, Varela toma
algunos de los conceptos expresados por Daguerre en su
célebre manual y define al daguerrotipo como un medio
capaz de capturar la naturaleza: Pasé el día
examinando el daguerrotipo, asombrosa invención de M.
Daguerre destinada a fijar las imágenes de la cámara
oscura y que copia la naturaleza con una
perfección inconcebible sin más agente que la luz.8
La primera noticia periodística sobre el daguerrotipo se publicó en Buenos Aires el 11 de marzo de 1840, en la Gaceta mercantil; se limitaba a reproducir una crónica de un diario francés, sobre la presentación del daguerrotipo en París siete meses antes, pero omitía toda referencia a los exitosos ensayos que acababan de hacerse en Montevideo. Solo tres años más tarde se produciría la llegada efectiva del daguerrotipo a Buenos Aires, con un retraso sin duda ocasionado por el bloqueo impuesto por fuerzas francesas a su puerto. En junio de 1843, comenzaron a aparecer en la Gaceta mercantil, el British Packet y el Diario de la tarde avisos colocados por el norteamericano John Elliot, quien anunciaba la apertura de una galería de retratos en el número 56 de la recova nueva. Simultáneamente, la Litografía Argentina, de la calle Potosí 28, propiedad del español Gregorio Ibarra, comunicaba que había recibido de París dos cámaras con todos sus accesorios, para tomar retratos, vistas y planos. Parece claro que tanto Elliot como Ibarra tuvieron dificultades para iniciar sus actividades como daguerrotipistas porque, un mes después, el norteamericano hacía saber que habiendo vencido los obstáculos que al principio le estorbaban, se halla ya listo a sacar retratos, ya sea de una sola persona o de varias en grupo, del modo más perfecto y según las últimas mejoras hechas en dicho arte. Se hallará en su casa todos los días, desde las 10 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Las personas que gusten hacerse retratar pueden estar seguras de lograr una semejanza perfecta y que será más duradera que ninguna pintura.9 Ibarra, por su parte, anunció el 30 de julio que se disponía a rifar una de las flamantes cámaras, lo que hace suponer que no logró dominar su operación y desistió del propósito de incorporar el daguerrotipo a su taller litográfico. De cualquier manera, el daguerrotipo no despertó en Buenos Aires, todavía una gran aldea, que conservaba intactas muchas de sus costumbres coloniales, una reacción similar a la que produjo en París o Nueva York. En 1844, Elliot era el único daguerrotipista con negocio establecido, aunque para entonces se había trasladado a otro local, en la calle Victoria 106. Un aviso publicado el 11 de mayo decía: El tiempo para obtener un retrato varía de 20 segundos a un minuto y medio. Atiende desde las diez de la mañana hasta las tres de la tarde, con tiempo bueno o nublado. El precio de sus retratos con su estuche es de 100 pesos.10 En agosto de 1844, a cerca de un año de los primeros avisos de Elliot, estos dejan de aparecer, por lo que suponemos que el negocio no había prosperado y el fotógrafo abandonó el país. En 1845, otro norteamericano, John Amstrong Bennet, abrió la segunda galería de daguerrotipos de Buenos Aires, en calle Piedad 121. Provenía de Mobile, en Alabama, y había sido daguerrotipista en Montevideo entre 1842 y 1843; a fines de 1845 dejó Buenos Aires para establecerse en Bogotá, donde combinó su actividad de retratista con la de agente del gobierno norteamericano. En 1846, Thomas Columbus Helsby, que dirigía con su hermano William la galería Montevideana, en la capital uruguaya, realizaba frecuentes viajes a Buenos Aires y ejercía el oficio de retratista itinerante en Cangallo 52. Con el tiempo, ocupó el estudio de Bennet en Piedad 121 y, hacia 1850, abrió el mejor estudio de Buenos Aires, en los altos de la calle Victoria 37, con dos habitaciones, una para galería de toma y otra para sala de espera. En 1853, junto con su hermano, se estableció en Chile, donde tuvieron galerías de prestigio, tanto en Santiago como en Valparaíso. Charles DeForest Fredricks, el fotógrafo más importante de cuantos actuaron en la Argentina a mediados del siglo diecinueve, llegó al Río de la Plata luego de haber sido, durante nueve años, daguerrotipista itinerante en Venezuela, el Brasil y el Uruguay. El 26 de octubre de 1852, instalado en la calle Piedad 98 como Carlos D. Fredricks & Cía., publicó un aviso en el Nacional con el título de Vistas de la ciudad de Buenos Aires al electrotipo, que decía: Los profesores Carlos D. Fredricks & Cía. acaban de sacar en láminas grandes [16cm x 21cm] una colección de vistas de la capital tomadas desde los puntos más favorables y las únicas que hasta ahora se han sacado por este sistema. Convidan al público para que vengan a juzgar de ellos y advierten que a los precios moderados pueden disponer de algunas. Los que se interesen por ellas harán bien de aprovechar de esta ocasión cuanto antes...11 Con los gobiernos que sucedieron a Rosas, comenzaron a difundirse las imágenes oficiales, para lo que se combinó la fidelidad del daguerrotipo con la capacidad de la litografía como medio de reproducción masiva. En 1853, Urquiza encargó al francés Amadeo Gras los retratos de los convencionales constituyentes reunidos en Santa Fe. Tiempo después, esos daguerrotipos fueron reproducidos en una serie de láminas litográficas publicadas por los editores Labergue, de París. Gras jamás recibió el pago de su trabajo, y después de su muerte su hijo reclamó en vano ante el Congreso nacional. Si bien los primeros daguerrotipistas itinerantes trabajaron en Buenos Aires, ya en 1846 el italiano Aristide Stephani abrió la primera galería en una provincia, en la ciudad de Corrientes, donde actuaron también Anselmo Fleurquin y Joaquín Olarán. En 1855, el alemán Adolfo Alexander cruzó los Andes desde Chile para hacer daguerrotipos en San Juan y Mendoza y, un año después, Amadeo Jacques, más tarde rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, se ganaba la vida como daguerrotipista en Santa Fe y Tucumán. El sanjuanino Desiderio Aguiar, el inglés Fergusson y el norteamericano Walter Bradley prosperaban fotografiando a las principales familias de ganaderos de Dolores, Chascomús, Campana, Baradero, Salto y Colón. La costumbre de retratar a los enfermos y muertos, que se refleja en los daguerrotipos europeos y norteamericanos de la época, tuvo su correlato en estas latitudes. En 1848, Helsby ofrecía a su clientela una imagen exacta de la persona querida, que después se puede copiar a la conveniencia en pincel, guardando así perfectamente las facciones y dándole el aspecto de la vida.12 La imagen coloreada del coronel Ramón Lista, tomada tras su muerte, que pertenece a la colección del museo de Luján, es un excelente ejemplo de este género. Durante el período de apogeo del daguerrotipo, entre aproximadamente 1855 y 1858, los nombres de Federico Artigue, Antonio Aldanondo, Bartolomé Bossi, Walter Bradley, Pedro Gartland, Emilio Labore, Francis Meeks, Arthur Terry y Antonio Pozzo se sumaron a los de otros que ejercieron el nuevo oficio. La única mujer que fue retratista al daguerrotipo de la que tenemos noticias, es Antonia Annat de Brunet, pintora establecida en 1854 en Cuyo 126. En 1852, Juan Camaña trajo a Buenos Aires la novedad de los daguerrotipos estereoscópicos, un par de imágenes aparentemente idénticas que, miradas por un visor incluido en el estuche, producían un efecto de relieve. Los fotógrafos parisinos los emplearon masivamente para hacer desnudos femeninos y, en 1851, habían deslumbrado a la reina Victoria en la exposición universal de Londres. Tuvieron escasa difusión por su alto costo. En la colección del museo Histórico Nacional se conserva uno, un retrato masculino coloreado, tomado en París por el conocido daguerrotipista e inventor norteamericano Warren Thompson. En agosto de 1944,
la galería Witcomb realizó una exposición de
seiscientos daguerrotipos, pertenecientes a colecciones
públicas y privadas. Fue la exposición más importante
efectuada en el país y, hasta hoy, su catálogo, editado
por el Instituto Bonaerense de Numismática y
Antigüedades, es el inventario más riguroso de las
colecciones de daguerrotipos en la Argentina. A cincuenta
años de aquella publicación, este libro, de hecho un
catálogo razonado de las dos mayores colecciones
públicas argentinas, reproduce los 242 daguerrotipos y
ambrotipos que guardan el museo Histórico Nacional y el
museo de Luján. Son dos colecciones de alto valor
histórico y documental, que incluyen el único retrato
fotográfico que se conoce del general San Martín, así
como nueve vistas de la ciudad de Buenos Aires
registradas en placa completa (16cm x 21cm), verdaderos
incunables de la iconografía sudamericana.
Notas 1 New York Star, 14 de octubre de 1839. Marie-Loup Saugez, Historia de la fotografía, Cátedra, Madrid, 1981, p.61. 2 Julio Riobó, La daguerrotipia y los daguerrotipos en Buenos Aires, edición del autor, Buenos Aires, 1950, p.38. 3 Riobó, op.cit., p.19. Nótese que la palabra daguerrotipo está empleada, como era a veces habitual, para designar la cámara. Era también corriente llamar vistas a las tomas de exteriores. 4 Jornal de Comércio, 17 de enero de 1840, citado en Boris Kossoy, Origem e expansão da fotografia no Brasil, Funarte, Río de Janeiro, 1980, p.17. 5 Tomás de Iriarte, La tiranía de Rosas y el bloqueo francés, Memorias, t.6, Ediciones Argentinas SIA, Buenos Aires, 1948, p.184. 6 Comercio del Plata, Montevideo, 4 de marzo de 1840. 7 El Nacional, Montevideo, 6 de marzo de 1840. 8 Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, Catálogo de la exposición de daguerrotipos y fotografías en vidrio, Witcomb, Buenos Aires, 1944, p.59. 9 Diario de la tarde, 24 de agosto de 1843. Esta fecha marca, según los historiadores, el nacimiento de la fotografía argentina. 10 Gaceta mercantil, 11 de mayo de 1844. 11 Cuarterolo, Miguel Angel y Casaballe, Amado B., Imágenes del Río de la Plata, Ediciones del fotógrafo, 2ª ed., Buenos Aires, 1985, p.30. 12 Riobó.
op.cit., p.36. |
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