Dr
Antonio Caponnetto, acotaciones rápidas al artículo del P. Félix A. Pastor
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1) En
no menos de dos ocasiones Pastor califica de “difícil” el empeño crítico del P.
Bojorge. No alude con el término a la dificultad que puede sinonimizarse con
abstrusidad, sino a la que podría considerarse un labor improbus. Lo paradójico es que en vez de valerse de tal
consideración –como cuadraría- con sentido ponderativo, se vale de ella con
afán preventivo. “¡Cuidado que el Padre Bojorge se ha lanzado a un difícil y
arriesgado empeño!”, parece decirnos. Cuando lo que debería suceder es que nos
instara a felicitarlo por ello. Cuestión de mera perspectiva, me dirán algunos.
Conozco el truco de los vituperios elípticos y prefiero desenmascararlo a
tiempo.
2) El
P. Bojorge no comete el yerro de “deducir que [Segundo] negase la vida eterna”,
como le adjudica Pastor (p.547). El P. Bojorge acomete el acierto de señalar
que Segundo desontologiza la vida eterna, por vía de la inmanentización y
secularización de la misma.
3) No
es ni puede ser “plausible la proximidad de Segundo […] a la utilización de un
paradigma de yuxtaposición entre pensamiento moderno y doctrina católica”
(p.548). No al menos, y bajo ningún punto de vista, mientras no se declare
periclitado el Syllabus que expresamente
condena tal amalgama. Y el susodicho Syllabus
no solo no ha sido declarado letra
muerta sino que su autor ha sido beatificado por el actual Pontífice, y
profusamente citado por el Catecismo de
la Iglesia Católica.
4) Dice
Pastor: ”No parece fácil poder
calificar a Segundo de modernista simpliciter,
si bien su obra puede adquirir un tono dialogal, al cultivar una ‘Dogmática
Fundamental’, más al estilo de una Filosofía de la Revelación” (p.548)
No
parece fácil, pero ya se sabe que El P. Bojorge elige el camino difícil.
Entonces, no cabe objeción alguna. Tampoco es cierto que la calificación de
modernista que atribuye Bojorge a Segundo sea simpliciter, sino más bien plane,
como lo prueban las 380 abigarradísimas páginas de “Teologías deicidas”. Al
fin, que el modernismo es el conglomerado de todas las herejías, según
definición imprescriptible de la Pascendi,y
el conglomerado no deja afuera a la parte, sea en este caso el cultivo de una
dogmática devenida en filosofía.
5) Si
“la actitud reticente de Segundo ante el Episcopado latinoamericano, no parece
referirse a problemas doctrinales sino pastorales” (p.549), el cargo, lejos de
atemperar la culpa –como sugiere Pastor- la agrava. Pues equivale a decir que,
a pesar de coincidir en la condena doctrinal a la lucha de clases, se ha valido
de ella para el pastoreo de las almas que le fueron confiadas. Parece prudente
en consecuencia, aplicarle a tamaño procedimiento la clásica condena de Ovidio:”video meliora proboque, deteriora sequor”.
Agrava
asimismo una actitud de suyo ya comprometida, el que se quiera disculpar a
Segundo, admitiendo que su uso del concepto lucha de clases era el propio de
“la literatura de guerra”(p.549). Esa guerra costó 100 millones de víctimas
inocentes al mundo cristiano, muchos de los cuales corresponden a América. Mas
hubiera convenido que su extravío no pasara del ámbito doctrinal. Pero ahora –y
según nos lo hace notar Pastor- nos damos cuenta de que fue la suya una
heteropraxis pastoral de criminales consecuencias. Si Segundo “intentó
yuxtaponer vulgata sociológica marxista y fe cristiana”, convencido como estaba
–y como lo está Pastor- de que “el problema no era teológico sino sociológico”
(p,549), la suya tipifica la grave heterodoxia enérgicamente reprobada por
Paulo VI al hablar del “vaciamiento de las Sagradas Escrituras” y por Juan
Pablo II en su Discurso Inaugural antes de la Conferencia de Puebla.
6) Es
cierto que “el conflicto social agudo no lo ha inventado la teología, sino que
está presente en la realidad social de América Latina” ( p.550). Pero si para
Segundo, según Pastor, el tal conflicto social agudo es el otro nombre de la
lucha de clases, y en vez de combatirlo con el Magisterio de la Iglesia, lo
asumió desde el marxismo por resultarle “una inteligencia” del asunto “menos
ingenua que la opuesta” (p.550), pues entonces está claro que Segundo opta por
la inteligencia marxista de la
realidad y no por la solución católica.
Como en el punto anteriormente citado, vuelve a agravar la culpa, el hecho de
que Segundo optara por esa “inteligencia” o lectura marxista de los hechos, por
resultarle “menos ingenua”. Menos ingenua quiere decir con menor inocencia, con
menor buena fe, con menor pureza, con mayor culpabilidad.
Es
cierto lo que dice Pastor de que “la izquierda católica estaba obsesionada por
las dimensiones de la miseria social, no por el problema del naturalismo
teológico” (p.550). Es decir que estaba obsesionada por la añadidura; que su
visión fue siempre incurablemente horizontalista; que era para ellos más grave
y más urgente resolver las reales o presuntas ofensas a la dignidad humana que
los atropellos a la Majestad de Dios. Como si se pudiera resolver lo primero
sin la preeminencia de lo segundo. Es que para la izquierda católica, en el
mejor de los casos y si cabe la contradictio
in terminis, la “mejor parte”, no fue nunca la señalada por Jesucristo.
7) Es
posible, como dice Pastor, que el hecho de que Segundo “pueda inscribirse en
una teología de la inmanencia, al dialogar con la cultura secular”, “no
autoriza un teorema para encuadrarlo dentro de un racionalismo neo gnóstico, a
base de indicios susceptibles de diversa interpretación” (p.551)
Es
posible. Por eso, el P. Bojorge no ha construido un teorema sino un pormenorizado silogismo.
Entre otras cosas, porque un teorema no se construye, como bien reconoce
Pastor, sobre la base de “indicios susceptibles de diversa interpretación”.
Pero es curiosa la guerra semántica en la que cae Pastor, tan propenso a
disculpar las literaturas de guerra. Llama así a Rahner –defendiéndolo
solidariamente junto a Segundo- el hombre que “constata toda la filosofía moderna e intentó elaborar
el dato teológicamente” (p.551). Con análoga lógica, bien podría ser llamado el
Anticristo aquel que constata la fatal apostasía y la iniquidad extrema, y
elabora el dato teológicamente. Constata y elabora: he aquí los dos nuevos
verbos de esta guerra semántica, siempre pronta para justificar o atemperar el extravío.
8) ”Superar la frontera medieval
entre filosofía y teología”, dice Pastor, “no tiene nada de escandaloso”. “No
podemos caer en una simple filosofía del auditus
fidei” (p.552). Lástima grande para él que la superación de esa frontera no
haya sido recomendada por Juan Pablo II en la Fides et Ratio, no precisamente por escandalosa sino por riesgosa.
Lástima incluso que, en aquella encíclica, junto con el filosofar
en María, haya sido precisamente el auditus
fidei los dos remedios propuestos
por el Santo Padre para no cruzar indebidamente la concordia entre la fe y la
razón que tanto cultivaron los medievales. Lo que quiere decirnos el
Magisterio, en suma, es que será esa atención prestada a lo sobrenatural, esa
acogida a lo trascendente que podamos cultivar en nuestra interioridad, lo que
nos dará la medida de nuestra auténtica estatura racional. Pocos lo han dicho mejor que San
Buenaventura, en su Itinerarium mentis in
Deus (Prologus, 4): “No es suficiente la lectura sin el arrepentimiento, el
conocimiento sin la devoción, la búsqueda sin el impulso de la sorpresa, la
prudencia sin la capacidad de abandonarse a la alegría, la actividad disociada
de la religiosidad, el saber separado de la caridad, la inteligencia sin la
humildad, el estudio no sostenido por la divina gracia, la reflexión sin la
sabiduría inspirada por Dios”.
9) Pastor lo corrige porque, según
él, en “la antipatía de Segundo ante la fe del creyente ingenuo”, no debe verse
“una heterodoxia en sentido formal, sino un pecado “contra la verdad y la caridad”,
fruto de “la mentalidad iluminista (p.553). Si esto fuera así, la aclaración de
Pastor es, por un lado más grave, y por otro más inconsistente. Más grave
porque estaríamos frente a alguien que ha rozado el pecado que no se perdona; y
más inconsistente porque la mentalidad iluminista no puede sino ser calificada
de heterodoxa.
Pero el término heterodoxia
parece ser otro de los conceptos que entran en colisión en la guerra semántica
de Pastor; pues según él, el P. Bojorge “estigmatiza la apologética” de
Segundo, no por ser heterodoxa, sino por no ser teología; y se cometería una
fea falta al “negarse el carácter de teología a la apologética”. Falta al
parecer inexistente cuando se le niega a la teología su rango y se la sustituye
por la sociología.
10) Finalmente, Segundo no
sería marxista, según Pastor, porque su posición al respecto “parece ir en la
línea de la sociología del conflicto social agudo y no en la del marxismo
oficial o incluso en la de los neomarxismos occidentales” (p.556). Ignora que
esa “línea” –y él mismo lo ha dicho renglones antes- fue la que adoptó el
marxismo revolucionario en América Latina, y el discurso explícito de cuanta
agrupación marxistoide floreciera a la sazón. Ignora que para ser marxista no
se necesita tener el carnet de afiliación al “marxismo oficial”, y que existe
incluso, como decía Sciacca, un marximo como “forma mentis”, mucho más
peligroso e insidioso que cualquier adscripción estructural o partidaria al
mismo.
Y dejo aquí, una respuesta
más orgánica excede a mi tiempo.
ANTONIO CAPONNETTO
Algunos datos sobre Antonio Caponnetto
Nacido en Buenos Aires en 1951. Profesor de Historia, Doctor en
Filosofía. Investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas). Estudioso de la historiografía argentina en el Instituto
Bibliográfico “Antonio Zinny”. Docente en todos los niveles de la enseñanza,
ocupó cargos directivos en la enseñanza media y asesorías pedagógicas en los
niveles primario y universitario. Dirigió las revistas Memoria y Cabildo que
fueron expresión del nacionalismo católico argentino. Miembro fundador de la
Corporación de Científicos Católicos y del Consejo Consultivo de la
Fundación Gladius. Integra el consejo de redacción de la revista Maritornes. Ha publicado más de una
docena de libros y opúsculos. Es una de las plumas más distinguidas y cultas
del catolicismo argentino, uniendo a su erudición filosófica e histórica un
dominio admirable de la lengua castellana en prosa y poesía.
Algunas
de sus Obras:
Los
Arquetipos y la Historia, Ed. Scholastica, Buenos Aires, 1991
El
Deber cristiano de la Lucha, Ed. Scholastica, Buenos Aires, 1992
Del
Proceso a De la Rúa, Una mirada nacionalista sobre 25 años de política
argentina
Ed.
Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2001
Poesía
e Historia. Una significativa relación. Ed. Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2002
Hispanidad
y Leyendas Negras. La Teología de la Liberación y la Historia de América
2ª Ed.
corregida, Ed. Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2002