LA TORMENTA DE GINA

 

 

 

   Esta tarde en la cocina de mi madre me enteré de algo que me estremeció: Gina, su amiga de toda la vida, estaba tan mal que amenazó con no volver a levantarse de la cama hasta morir.

  Sus ojos moros habían derrochado lágrimas frente al café humeante cuando se lo contó a mi mamá en un bar.

   Aseguraba que ya no tiene motivos para vivir, que no supera los fallecimientos de su madre y su esposo y que Emilia, la única hermana, ya ni siquiera le hablaba por teléfono.

Un panorama desolador.

  Después de despedirse de ella, mi madre llamó a Alicia. ¿Por qué Alicia? Simple: es una personita tan melancólica que dedicó buena parte de su vida a recorrer divanes y conoce a la mayoría de los psicólogos de la ciudad.

 

-Tiene una depresión importante –adelantó Alicia- pero es mejor que lo diga un profesional.  Voy a hablar con mi psicólogo.

 

 Ayer a la mañana Alicia tenía cita con el licenciado Arregui y él le dijo que llevase a Gina  cuanto antes, amén de concertar un turno con el médico psiquiatra de la misma clínica  para prescribirle antidepresivos o lo que fuera preciso en un caso así.

 

   Todo fue en un santiamén: Alicia desembarcó en la casa de Gina desde un taxi, nadie contestó sus tres timbrazos pero el perro emitía un aullido desolador. Alicia esperó en la acera, sin saber qué hacer.

 

Se acercó un vecino:

-         Es raro que Pipo esté adentro de la casa.- Cuando la señora sale lo deja en el patio. 

 

Alicia volvió a la carga con el timbre, dos o tres veces.

 

-         Si quiere, puedo saltar el tapial de mi patio al de ella. –Se ofreció el hombre que parecía tan interesado en descubrir el misterio como la amiga de Gina.

 

Alicia no recuerda cuando ni como le dijo que sí: el hombre pasó al patio de Gina y desde adentro abrió la puerta trasera para que ella entrara.

 

Todas las luces estaban apagadas, las ventanas cerradas y el perro seguía con sus aullidos en el comedor. Había ropa arrojada al azar en el sofá, alfombra, sillas y una caja de medicamentos en el centro de la mesa.

 

De pronto, sintió un gemido desde el corredor y los goznes de la puerta del baño rechinaron.

 

Alicia se estremeció. El vecino de Gina se había quedado en el patio, asustado, y ella sola debió acercarse. Los ruidos se acrecentaban.

 

 

Abrió la puerta del dormitorio con decisión: Gina estaba completamente desnuda junto a un hombre de su edad, canoso y de ojos claros, quien miró a la atónita Alicia con vergüenza mientras se cubría con una manta.

 

Gina, impávida, salió al corredor.

 

-         ¡Hola Alicia! Qué raro viniste de mañana. Quedate en la cocina que tomamos unos mates… ¿Vos sabés? Ayer cuando estuve con Ana María tenía un bajón… Pero después subí al ómnibus y lo conocí a Juan…- Sus ojos giraron hacia la cama con picardía-  ¡Je!  Después te lo presento…

-         Pero Gina, yo…

-         ¡No te hagas problemas! Esperame en la cocina, no molesta tu llegada. –Gina hablaba a borbotones- ¿Cómo entraste?... ¡Ah! ¡Mira esa caja marrón! Eran los remedios de mamá… ¿Los tiro o se los doy a alguien? No sé qué hacer, bueno, dejame un ratito más con Juan que después charlamos… ¿si?

-         ¡Ay, Gilda!

-         Pero Ali, ¡Vos siempre haciendo una tormenta en un vaso de agua!…