TORMENTA VERDE

 

 

El viernes las plantas lo invadieron, sus dientes quedaron verdes y la boca sin aliento. No encontraba los pies, envueltos en ramas de madreselva ni podía tocarse la espalda, también enverdecida por la selva.

La tormenta verde se desató cuando Adrián intentó podar la parra, y las demás plantas se solidarizaron con ella, enardecidas, lo fueron envolviendo sin que él logre comprender porqué.

Intentó llegar hasta el teléfono, pedir ayuda… el crotón que escoltaba la puerta de la cocina se lo impidió, enroscándose en ocho entre sus tobillos. Debió quedarse en el patio.

Las horas pasaron, llegó la noche con su manto de estrellas. No se escuchaba a ningún vecino desde las casas aledañas y el frío se hacía duro de soportar.

Sintió ganas de llorar. No tenía acceso al teléfono, estaba muy lejos de la puerta de calle y vivía solo en esa casa desconocida…un panorama desolador.

Tenía ganas de orinar, pero cuando intentó tocar el cierre del pantalón la madreselva alargó sus ramas para taparle toda la cintura hasta las rodillas…

Se sentó en el pasto ya húmedo por el rocío… Las dos, las tres de la mañana. Ni un ruido, ni un perro que ladre. Nada.

Su desesperación se acrecentaba, ya no era dueño ni de sus manos. Cuando vio clarear el Este pensó en llamar a don Felipe, el vecino que silbaba todos los amaneceres mientras alimentaba a sus canarios. Esta vez, ni un paso, ni un sonido.

Se echó a llorar como un niño, al mismo tiempo que se mojaba los pantalones sin notarlo.

-          ¿Qué hacés, Adrián, estás loco?- Lo despertó su mujer.

Le costó reconocerla, no respondió.

- ¿Qué te pasa que a esta altura mojás el colchón? Des-per-ta-te, que tenés que ir a trabajar.


Adrián estuvo tentado de preguntarle si no había una forma de salir de la casa sin pasar por el jardín.      Pero se contuvo y sonrió solo bajo la ducha, recordando las vicisitudes de su pesadilla verde.