EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

CAPÍTULO 18

EL VATICANO Y LOS ESTADOS UNIDOS

El sacerdote Charles Coughlin

La Iglesia Católica está profundamente afectada por los eventos apocalípticos que han sacudido Europa desde la apertura del siglo veinte y por la perspectiva de un futuro aun más convulsionado que el pasado. Las pérdidas enormes en su membresía y la creciente fuerza y osadía de sus mortales enemigos le han forzado a mirar hacia el oeste. Aquí el Catolicismo busca nuevos campos en los los cuales consolidarse y extenderse como compensación por su debilitada posición en una Europa arruinada.

Este proceso, que ya había empezado en los años iniciales del presente siglo, se aceleró grandemente durante y después de la Primera Guerra Mundial, y recibió un tremendo ímpetu particularmente durante la Segunda Guerra Mundial.

El Vaticano ha prestado cada vez más atención a la joven y floreciente Iglesia en las Américas desde las cuales ya se había beneficiado grandemente. Sus ganancias no son sólo locales, ni exclusivamente en el campo religioso. Ellas se extienden más allá de América y a esferas con las que a primera vista la Iglesia Católica parece tener poca o ninguna incumbencia.

El Vaticano, de hecho, está ansioso de transformar las Américas en un sólido Continente católico, para contrapesar el ya medio perdido Continente Europeo. Si esta afirmación suena exagerada debe recordarse que estamos tratando con una institución acostumbrada a llevar a cabo sus planes, no en términos de países y años o hasta generaciones aislados, sino en términos de continentes y siglos.

Las políticas de largo alcance normalmente escapan de la consideración de aquellos que están preocupados con asuntos más inmediatos, pero es posible observar los planes del Vaticano en el hemisferio Occidental desarrollándose ante nuestros propios ojos. El aumentado ritmo de las actividades de la Iglesia Católica en las Américas y el éxito que ya ha logrado en ese continente son más que notables. Este éxito, sin embargo, es debido, no sólo a la energía con que la Iglesia Católica ha emprendido su tarea, sino también, en una muy importante medida, al hecho de que las condiciones económicas, sociales, y culturales generales son infinitamente más estables que en Europa. Esto favorece los planes de la Iglesia que ha empezado a ser considerada por muchos como un factor estabilizante y una barrera contra el espíritu revolucionario de la época.

Tal afinidad de perspectiva e intereses no sólo será encontrada en aquellas partes del Continente en que la Iglesia Católica ha gobernado espiritualmente durante siglos -tal como América Central y América del Sur- sino que ha empezado a penetrar y a influir también en la actitud de la protestante América del Norte. Porque es allí donde la Iglesia Católica ha dirigido sus principales actividades para conquistar una generación y todavía se está esforzando para hacerlo. Los Estados Unidos de América se han vuelto la clave para la política del Vaticano, no sólo con respecto al Continente americano, sino también en relación al mundo entero.

La política del Vaticano que durante siglos estuvo basada en alianzas con países católicos en Europa, ahora se ha desplazado al Oeste. El Vaticano, previendo el inminente desastre en Europa, ha estado preparándose para la creación de un nuevo mundo católico en las Américas en las cuales podrá contar con el apoyo secular que necesita.

Para que tal política tenga éxito es necesario para el Vaticano, no sólo ejercer el dominio espiritual sobre Sud y Centroamérica, sino también capturar tan completamente como sea posible la fuente del dinamismo americano -a saber, los Estados Unidos de América. Estados Unidos de América es el país más poderoso, rico, y activo en el hemisferio Occidental y se ha vuelto rápidamente el líder indiscutible de los países americanos; y aun antes de la Segunda Guerra Mundial evidentemente estaba destinado a ser uno de los países más poderosos, si no el país más poderoso, en el mundo. En vista de esto el Vaticano, durante la última generación, ha concentrado sus principales esfuerzos en hacer progresos en los Estados Unidos de América. Haciendo así ha seguido la regla que ha guiado su política a lo largo de los siglos -a saber, aliarse con naciones seculares poderosas.

La actividad del Vaticano respecto a los Estados Unidos de América se vuelve aun más interesante cuando uno considera que Norteamérica es un país protestante. Los católicos han formado sólo una muy pequeña minoría, y poderosas fuerzas de un carácter religioso se alinean contra la incursión del Catolicismo en ese país.

¿Cuál era la posición de la Iglesia Católica antes de que esta nueva política Vaticana se pusiera en acción -y cuál es ahora? ¿Cómo piensa la Iglesia Católica afianzar su aferramiento a un gran país protestante? Y, sobre todo, ¿cuál es la injerencia de la Iglesia Católica en cuestiones sociales y políticas y hasta dónde ha afectado su influencia el curso de la política exterior de los Estados Unidos de América antes y durante la Segunda Guerra Mundial?

Cuando Washington tomó el mando del Ejército Continental, el Catolicismo tenía sólo una Iglesia (en Filadelfia); mientras la Norteamérica protestante tenía una celebración anual en "el Día del Papa" (el 5 de noviembre) durante la cual la imagen del Papa se quemaba ceremonialmente en la hoguera (1775).

A la entrada de los Estados Unidos de América en la Segunda Guerra Mundial (1941) la Iglesia Católica poseía o controlaba una red de iglesias, escuelas, hospitales, y periódicos que se extendía desde el Atlántico hasta la costa del Pacífico. Ella se había vuelto la denominación religiosa más grande, más compacta y poderosa en los Estados Unidos. El Presidente norteamericano estimó necesario mantener un enviado "oficial personal" en el Vaticano, además de tener veintenas de enviados privados yendo y viniendo entre Washington y Roma según requiriera la situación. Todo esto sucedió en el período de sólo un poco más de un siglo y medio. El hecho como tal es notable, e incluso lo es más cuando uno considera la influencia que la Iglesia Católica ha empezado a ejercer sobre la vida de la nación en su conjunto.

Lo que más contribuyó al aumento numérico del Catolicismo fue la emigración masiva desde Europa que ocurrió a fines del último siglo y a principios del siglo veinte. Fue en ese período que la Iglesia Católica ganó más en fuerza y se extendió por los Estados. Las siguientes cifras dan una idea de los enormes aumentos numéricos hechos por el Catolicismo sólo a través de la inmigración: Entre 1881 y 1890 la Iglesia Católica norteamericana obtuvo más de 1,250,000 nuevos miembros; desde 1891 al fin del siglo otros 1,225,000; y entre 1901 y 1910 la cifra superó los 2,316,000. En el breve espacio de tres décadas el Catolicismo se había fortalecido por casi 5,000,000 de nuevos miembros exclusivamente por medio de la inmigración.

Paralelamente con este aumento numérico el establecimiento de iglesias y de todas las otras ramas religiosas, sociales, y culturales fueron paso a paso con las demandas de las nuevas poblaciones católicas. Su eficaz supervisión requirió una expansión proporcional de la maquinaria jerárquica.

El Vaticano ya vigilando el progreso de la Iglesia norteamericana, no fue lento en crear los cuerpos gobernantes necesarios, representados por las arquidiócesis que en 1911 se elevaban a 16, mientras que se llegó a 40 obispados. Instituciones religiosas, semireligiosas, y laicas crecieron por todas partes con la misma rapidez. En treinta años, por ejemplo, las Órdenes para mujeres, consistentes principalmente de pequeñas organizaciones diocesanas, alcanzaron la cifra de 250. Las actividades de algunas eran de alcance nacional, como la orden de las Ursulinas cuyas integrantes estaban involucradas principalmente con el trabajo educativo, las Hermanas de la Caridad, etcétera. Órdenes similares para hombres crecieron por todo el país, aunque ellas no eran tan numerosas o variadas; la principal y más activa de todas ellas fue la de los Jesuitas.

Todos estos factores contribuyeron a un constante aumento de la población católica en los Estados Unidos durante este período y en las décadas siguientes creció en proporción. Para 1921 la Iglesia Católica ya estaba dirigiendo 24 colleges estándares para mujeres y 43 para hombres, 309 escuelas de entrenamiento normales, 6,550 escuelas elementales, y 1,552 escuelas secundarias; la asistencia total a estos establecimientos superaba los 2,000,000.

Este aumento en la fuerza numérica de los católicos norteamericanos y de su maquinaria jerárquica no se detuvo allí, sino que continuó elevándose, ganando gran ímpetu con la entrada de los Estados Unidos de América en la Segunda Guerra Mundial. Hacia el fin de las hostilidades (1945) la Jerarquía norteamericana estaba constituida por: 1 cardenal, 22 arzobispos, 136 obispos, y aproximadamente 39,000 sacerdotes; mientras que la Iglesia Católica controlaba más de 14,500 parroquias y numerosos seminarios, donde más de 21,600 estudiantes estaban preparándose para el sacerdocio. El número de monjes era 6,700, y el de monjas 38,000, mientras que las Órdenes Religiosas incluían a 6,721 Hermanos y 139,218 Hermanas, de las cuales 61,916 monjas estaban ocupadas en otras obras distintas a la de enseñanza. (En 1946 el Papa Pío XII creó cuatro cardenales norteamericanos adicionales.)

En el campo de la educación general la Iglesia Católica ha hecho progresos aun mayores. En los años inmediatamente siguientes a la Primera Guerra Mundial no había suficientes escuelas secundarias en los Estados Unidos de América para merecer un informe separado o un directorio oficial, pero para 1934 habían 966 escuelas católicas, con 158,352 alumnos; para 1943 1,522 escuelas, con 472,474 alumnos; y para 1944 las escuelas parroquiales católicas contaban con 2,048,723 alumnos. En 1945 la Iglesia Católica poseía, controlaba, y supervisaba un gran total de 11,075 establecimientos educativos, dando instrucción católica a 3,205,804 jovenes (un aumento de 167,948 alumnos sobre el año precedente).

Ninguna rama de la educación escapa la atención del Catolicismo. Éste satisface las necesidades de los más jóvenes alumnos primarios, los alumnos en las escuelas parroquiales y secundarias, y los estudiantes en colleges y universidades católicos (769, además de los 193 seminarios).

La juventud norteamericana es cuidada por la Iglesia Católica no sólo dentro de las escuelas, sino también fuera de ellas. Para ese propósito han sido establecidas sociedades y organizaciones de todo tipo. Los Obispos y otros relacionados con tales actividades cuentan con un Consejo Católico Nacional de la Juventud que se compone por los líderes de los consejos diocesanos de juventud. Otros cuerpos importantes son las dos instituciones estudiantiles católicas, la Federación de Clubes Newman y la Federación Nacional de Estudiantes de Colleges Católicos, con más de 600 clubes. Los Boy Scouts son supervisados por un comité especial de obispos.

Una vez que los jóvenes han alcanzado la madurez, la Iglesia Católica provee para sus necesidades a través del Consejo Nacional de Hombres católicos y el Consejo Nacional de Mujeres católicas. Estos Consejos han establecido miles de grupos parroquiales, cada uno responsable ante su respectivo obispo, a quien ellos están listos para ayudar en sus diversas tareas religiosas y no religiosas. La edificación de escuelas secundarias, el fortalecimiento de la Legión para la Decencia, el sostenimiento de la "Hora católica" y programas similares en cadenas de radio nacionales, etc., constituyen los deberes de los Consejos.

La Iglesia Católica, que también se ha dedicado a controlar el campo de las instituciones benéficas, ha hecho similares espectaculares progresos en esta dirección y en el mismo período estableció 726 hospitales.

Durante la Segunda Guerra Mundial la Iglesia Católica no abandonó su trabajo entre las tropas, sino que construyó un ejército católico de capellanes, que, desde unos escasos 60 antes de Pearl Harbor, subió a 4,300 para 1945, Monseñor Spellman fue designado "Vicario Militar del Ejército y Capellanes de la Armada" ya en 1940.

El número promedio de norteamericanos recibidos anualmente en el redil de la Iglesia Católica es de aproximadamente 85,000. En un solo año, 1944, 90,822 ciudadanos norteamericanos se hicieron católicos, y durante los años de la Segunda Guerra Mundial la Iglesia ganó un total de 543,970 conversos.

Con cifras como éstas no es sorprendente que la Iglesia Católica, en el breve período de 150 años (1790 a 1945), haya aumentado el número de sus miembros norteamericanos desde 30,000 a más de 24,000,000 (incluyendo Alaska y las Islas de Hawai -ver Catholic Directory, 1945).

La eficacia y éxito de todas estas múltiples actividades a escala nacional de la Iglesia Católica es debido en parte al celo con el que los católicos trabajan para el mantenimiento y la extensión de la Fe. No menos importantes son los factores de un carácter puramente espiritual y administrativo. Los más notables de éstos son sin duda la unicidad de propósito, la unidad, y disciplina de los católicos y por último, pero no menos importante, la poderosa organización a escala nacional que dirige las innumerables actividades de la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América -a saber, la Conferencia Nacional Católica de Bienestar. Esta organización se creó durante la Primera Guerra Mundial para tratar con los problemas que afectaban los intereses de la Iglesia en los Estados Unidos de América, y apareció bajo el nombre de Consejo Nacional Católico de Guerra. Fue posteriormente conocida como el Consejo Nacional Católico de Bienestar, y finalmente como la Conferencia Nacional Católica de Bienestar. En ésta la Jerarquía norteamericana tiene un dominio casi incuestionable, aunque teóricamente su poder es de naturaleza completamente consultiva.

La C.N.C.B. ha sido el factótum de la Iglesia Católica y de su fuerza impulsora depende la expansión del Catolicismo.

Además de las diversas actividades de un carácter caritativo, cultural, y educativo a las que recién hemos dado un vistazo, la C.N.C.B. es responsable por la eficacia de otro instrumento para el adelanto del Catolicismo norteamericano -a saber, la Prensa católica.

En 1942 la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América tenía 332 publicaciones eclesiásticas, con una circulación total de 8,925,665. Estos periódicos abarcaban todas las descripciones, incluyendo 125 semanarios, 127 revistas mensuales, y 7 periódicos diarios. En el breve período de diez años, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, la circulación de periódicos católicos aumentó en más de 2,500,000 -o casi el 35 por ciento.

Todos estos periódicos estaban en estrecho contacto con el Departamento de Prensa de la C.N.C.B. Este Departamento se describe a sí mismo como la "agencia internacional católica de recolección y distribución de noticias fundada y controlada por los arzobispos y obispos católicos de los Estados Unidos de América." Es gobernado por periodistas expertos en su profesión, y mantiene corresponsales en todas las ciudades más importantes de los Estados Unidos de América y el resto del mundo, recopilando artículos desde los cinco continentes que son luego distribuídos por todo el país y tratados desde el ángulo que mejor se ajusta a los intereses del Catolicismo. El Departamento de Prensa de la C.N.C.B. durante la Segunda Guerra Mundial envió entre 60,000 y 70,000 palabras por semana a aproximadamente 190 editores; y en 1942 afirmó estar prestando sus servicios a 437 publicaciones católicas en los Estados Unidos de América y otros países.

Muchos de estos periódicos católicos tenían una buena circulación, al final de la Segunda Guerra Mundial. Para citar sólo algunos:

Catholic Missions, 530,000.
The Messenger of the Sacred Heart, 260,000.
The Young Catholic Messenger, 420,000.
Our Sunday Visitor, 480,000.

La venta de panfletos católicos en los Estados Unidos de América para 1946 se aproximaba a los 25,000,000 por año. A pesar de las condiciones de guerra, se publicaron 650 nuevos títulos entre 1942 y 1946, muchos alcanzaron el estatus de "best sellers" con una venta de 100,000 copias cada uno. La Editora Paulista lidera, sus ventas ascienden a 5,967,782. Más de 10,500,000 personas en 1946 compraron las 367 publicaciones de la Prensa católica norteamericana. En los tres años precedentes se lanzaron treinta y cinco publicaciones y se ganaron 1,500,000 subscriptores. Había cuatro diarios católicos en idiomas extranjeros.

Además de prestar sus servicios a periódicos en los Estados Unidos de América, la C.N.C.B. también sirve a periódicos católicos en el extranjero, sobre todo en Centroaméríca y Sudamérica. Sus Noticias Catolicas, por ejemplo, van a los cuatro periódicos de la Ciudad de México.

Además de la C.N.C.B., la Iglesia controla la Prensa a través de la Asociación de Prensa Católica que es una Conferencia que reúne a cientos de editoriales y editores, organizados para publicitar la Prensa católica, reduciendo costos, alentando la perspectiva católica y a los periodistas católicos, etcétera.

La Prensa católica, cuya mayor circulación es la de los periódicos parroquiales, alcanza a todos los estratos culturales y políticos. Los principales entre esos periódicos son los semanarios Jesuitas América, The Commonwealth, el Catholic World (publicado por los Paulistas), y la Inter-racial Review, que se considera la más influyente con respecto a los problemas raciales.

El último periódico mencionado intentaba ocuparse de la cuestión de los Negros, quienes al final de la Segunda Guerra Mundial constituían un décimo de la población norteamericana (13,000,000). Durante la década precedente a Pearl Harbor la Iglesia Católica había empezado un impulso para la conversión de esta minoría, y, aunque no hizo ningún progreso notable (300,000 en 1945, comparados con las 5,600,000 reconociendo ser de denominaciones protestantes), el esfuerzo es digno de ser percibido.

En el pasado había existido hostilidad entre los Negros y las minorías católicas consistentes principalmente de inmigrantes que competían con la mano de obra barata de los Negros. Esto empezó a desaparecer con la estabilización de la vida económica del país y con la rebelión de los Negros contra la discriminación de la sociedad protestante y de las Iglesias protestantes.

Con el paso de los años el Negro ha intentado con éxito creciente contraatacar a todas esas fuerzas que se esfuerzan por mantenerlo como un ciudadano de segunda clase. La Iglesia Católica, predicando la igualdad racial y el derecho del Negro a estar en igualdad con los hombres de otras razas, un día podrá inclinar de su lado a esa minoría -con las repercusiones raciales, sociales, económicas, y políticas que automáticamente seguirían.

El instrumento principal de la Iglesia Católica para la conversión de los Negros es el acostumbrado -a saber, la educación. Miles de monjas están ocupadas exclusivamente en la instrucción de los niños negros.

Casi un décimo de los 85,000 ciudadanos norteamericanos que se convierten anualmente al Catolicismo son Negros. En el período entre 1928 y 1940 el promedio por año era de aproximadamente 5,000, pero durante la guerra la cifra creció grandemente, estando los mayores aumentos en los centros urbanos.

Durante la Segunda Guerra Mundial la Iglesia Católica avanzó a pasos agigantados en su acción misionera, y el número de sacerdotes que consagraron todo su tiempo a la conversión del Negro fue 150 veces mayor que lo que era quince años antes de Pearl Harbor. Las Órdenes religiosas para mujeres asignadas al trabajo entre Negros eran 72, con casi 2,000 monjas, mientras que las Órdenes religiosas para hombres durante el mismo período aumentaron de 9 a 22. Las más prominentes de estas Órdenes eran la de los Padres Josefitas, fundada en 1871, la Sociedad del Espíritu Santo, de la Palabra Divina, los Redentoristas, los Jesuitas, los Benedictinos; y para las mujeres las Oblatas de María Inmaculada, una Orden para mujeres Negras, y las Hermanas del Santísimo Sacramento.

La Iglesia Católica dirige una universidad para Negros, la Universidad de San Javier; y mientras en 1941 sólo diez instituciones católicas de más altos estudios admitían Negros, en 1945 más de cien habían abierto sus puertas a ellos, así como en una gran escala abrieron el sacerdocio y alentaron a ingresar a él a las juventudes Negras.

A fines de la Segunda Guerra Mundial la Iglesia Católica en Norteamérica, aunque había preparado la maquinaria para la conversión de los Negros, de ningún modo se había embarcado seriamente en el trabajo, sintiendo que esto era prematuro. Pero el día que lo estime oportuno empezará una arremetida plena en el campo racial y sin duda hará grandes incursiones. Esto particularmente en vista del hecho que aproximadamente 8,000,000 de Negros afirman no pertenecer a ninguna denominación religiosa.

Debemos recordar que la Iglesia Católica piensa en términos de siglos, y que, teniendo una política de largo alcance, prepara su maquinaria mucho antes del tiempo en el que se propone usarla. Una de las grandes maniobras de la Iglesia Católica para convertir Norteamérica al Catolicismo serán sus esfuerzos para ganar al Negro norteamericano para la Iglesia Católica. Significativas actividades en este campo ya estaban teniendo lugar antes y durante la Segunda Guerra Mundial, y aumentaron con el fin de las hostilidades. Para citar sólo dos: el trabajo de la Inter-racial Review, como ya se mencionó, en la esfera de la propaganda, y las actividades del Consejo Inter-racial Católico en el campo de los esfuerzos prácticos.

Además de todas estas actividades, la Iglesia Católica, de nuevo por medio de la formidable organización de la C.N.C.B., se interesa en cuestiones sociales y el problema laboral.

La tarea de la C.N.C.B. es grabar en la población católica y no católica las enseñanzas sociales de la Iglesia en la polémica esfera económico-social, respaldando todo lo que los diversos Papas han dicho sobre el asunto, basados en las proclamaciones del Papa León XIII. Así las cuestiones referentes a la familia, salarios justos, la propiedad privada, el seguro social, las organizaciones obreras, etcétera, son propagadas según las ve y enseña la Iglesia Católica. Esta enseñanza en el duro campo de la política práctica concluye en la defensa del Estado Corporativo, como fue ensayado por el Fascismo europeo, y en la hostilidad al Socialismo y, sobre todo, al Comunismo.

La C.N.C.B. se especializa en esta importante acción a través de una "Conferencia Católica sobre Problemas Industriales", que organiza discusiones sobre problemas sociales actuales -estas conferencias se han descrito correctamente como "universidades ambulantes" . Desde 1922 hasta 1945 se llevaron a cabo más de cien de estas conferencias en las principales ciudades industriales, apoyadas por iglesias, líderes obreros, profesores de economía, etcétera.

La Iglesia Católica también inició una campaña para entrenar a su Jerarquía en los problemas sociales. Con este fin la Jerarquía norteamericana organizó "las Escuelas de Verano de Acción Social Sacerdotales" y Congresos como el Congreso católico Nacional sobre Acción Social, sostenido en Milwaukee en 1938 y en Cleveland el año siguiente, asistiendo al primero 35 obispos, 750 sacerdotes, y miles de laicos.

Tal actividad apunta a dos grandes metas; la penetración por los católicos del campo económico-social de Norteamérica, y el aumento de influencia entre obreros y capitalistas por igual a fin de combatir la amenaza del Socialismo y el Comunismo.

Para lograr ambos objetivos la Jerarquía católica de nuevo emplea a la C.N.C.B., cuyo primer gran ataque organizado y abierto contra el Comunismo se lanzó en 1937, cuando su Departamento Social hizo un detallado estudio del Comunismo en los Estados Unidos de América. Esto fue seguido por la creación en cada diócesis de un comité de sacerdotes para seguir el progreso del Comunismo y para informar sus hallazgos a la C.N.C.B. Las escuelas católicas, los obreros católicos, profesores, etc., tenían la tarea de reportar sobre cualquier noticia de actividades comunistas y se les mantenía abastecidos con panfletos anti-rojos, libros, y películas, mientras los sacerdotes más brillantes eran enviados a la Universidad Católica de Washington para volverse expertos en ciencias sociales. La Prensa católica fue inundada con propagandas y artículos anticomunistas, mientras se alertaba continuamente a los obreros y a los estudiantes católicos que no cooperaran con los Rojos.

Esta campaña no era sólo teórica, sino que entró en la esfera Obrera en sí; y también, en 1937, se creó una organización especial para combatir el Comunismo con la bendición del Cardenal Hayes de Nueva York, y fue establecida la Asociación de Sindicalistas Católicos para llevar la guerra del Catolicismo a los mismos sindicatos. Además de esta Asociación habían muchos otros empecinados en la misma tarea, como la Alianza Católica Conservadora del Trabajo y el Grupo de Trabajadores Pacifistas Católicos.

Otro campo en el cual la Iglesia Católica ejerce una desproporcionada influencia es el del cine. [Nota de tr.: a continuación el autor describirá el poder del catolicismo con respecto al cine en Estados Unidos. El autor manifiesta un punto de vista liberal en cuanto a su apreciación por ciertas películas; nosotros aclaramos que no promovemos el cine ni la televisión (mucho menos en nuestro tiempo), por considerarlos en su mayor parte una fuente real de degradación moral para la gente. Roma criticó algunas películas por su mala influencia sobre la moral, (lo cual no sería incorrecto para los verdaderos cristianos que sí pueden hacerlo sinceramente); pero Roma también buscó desacreditar a películas que no le eran favorables en aspectos dogmáticos o políticos y todo esto de una manera inigualablemente organizada y eficaz y de forma autoritaria, puesto que debía obedecerse ciegamente a las autoridades eclesiásticas que seleccionaban lo que le católico debía o no ver.]

En vista de la inmensa importancia que el cine se ha asegurado en la sociedad moderna, ha sido una de las metas primordales de la Iglesia Católica, particularmente de la Iglesia Católica norteamericana, controlar, directa o indirectamente, una industria cuyo poder para influir en las masas generalmente se está de acuerdo en que es inigualable.

Aunque en sus comienzos la Iglesia no prestó mucha atención a esta nueva industria, con el paso del tiempo se interesó cada vez más, un interés que finalmente culminó en que el mismo Papa dio el inaudito paso de escribir una Encíclica sobre el asunto (Vigilante Cura, publicada el 2 de julio de 1936, por el Papa Pío XI). La Iglesia, habiendo comprendido el poder de las películas para influir en los millones para bien o para mal había decidido intervenir, porque como expresó Pío XI, "la cinematografía con su propaganda directa asume una posición de influencia imponente." El Papa aconsejaba en su carta a los católicos que vieran que el cine fuera inspirado por principios Cristianos, que vigilaran lo que era visto por el público, declarando que era su deber tener una opinión en la producción de semejante nuevo medio y cuando fuera posible boicotear las películas, los individuos y las organizaciones que no se ajustaran a los principios de la Iglesia. De hecho, Pío XI fue aun más allá, declarando que sería una cosa buena si toda la industria cinematográfica fuese inspirada (léase controlada) por la Iglesia Católica. "El problema de la producción de películas morales se resolvería radicalmente si fuese posible para nosotros tener la producción totalmente inspirada por los principios de moralidad cristiana (léase católica)", afirmó Pío XI.

Tales directivas vinieron del Vaticano en un período cuando en los Estados Unidos las organizaciones católicas ya estaban colgando como invisibles espadas de Damocles sobre cada estudio hollywoodense, y la más importante de las cuales, la Legión para la Decencia, fue calurosamente alabada por el mismo Papa: "Debido a su vigilancia y debido a la presión que se ha efectuado sobre la opinión pública, la cinematografía ha mostrado mejoras." (Vigilante Cura.)

Aunque antes de la publicación de esta Encíclica la presión católica sobre la industria fílmica era considerable, después de la orden del Papa se volvió aun más fuerte, hasta hoy en día difícilmente haya un individuo en todo el mundo de la cinematografía que antes de planear una nueva producción no cuente primero con la aprobación o la desaprobación católica.

¿Cómo puede un cuerpo religioso como la Iglesia Católica ejercer tal poder sobre una industria que a primera vista no tiene la más leve afinidad con la religión?

De la misma manera como lo hace en el caso de la Prensa o de otros similares medios públicos de información o entretenimiento que tratan directamente con las masas; principalmente por medio de la presión pública.

Ya en 1927 tal presión se había vuelto tan considerable que ciertos productores se aseguraban de someter los guiones a la Conferencia Nacional Católica de Bienestar para la aprobación de ideas y escenas.

Esta costumbre, aunque impopular, se extendió con el crecimiento de la principal organización católica que más que cualquier otra había empezado a censurar la industria cinematográfica de costa a costa, a saber la Legión para la Decencia, que asumió ese nombre en 1930. En ese mismo año fue escrito el Código de Producción y se presentó a la Asociación de Productores de Películas por el Rev. Daniel A. Lord, S.J. y Martin Quigley. El Código estaba destinado a aconsejar a los productores qué filmar y qué no filmar, a advertir lo que se aprobaría por la Iglesia Católica y lo que la Iglesia Católica boicotearía.

Esta incursión católica en la industria cinematográfica recibió impulso adicional cuando tres años después el representante Papal convocó a los católicos norteamericanos "a una campaña unida y vigorosa para la purificación del cine que se ha vuelto una amenaza mortal a la moral." (Reverendísimo G. Cicognani, en su carácter de representante del Papa, 1 de octubre de 1933.)

La pesada maquinaria de boicots y amenazas se puso en acción con más vigor que antes. Millones en todos los Estados firmaron la promesa de la Legión para la Decencia: "En el nombre del Padre, y el Hijo, y el Espíritu Santo ... como un miembro de la Legión para la Decencia yo me comprometo a permanecer lejos de ellas (las películas desaprobadas por la Iglesia). Como una cuestión de principios prometo apartarme completamente de los lugares de entretenimiento que las muestran."

Cuando, además de la bastante severa censura a la que cada película norteamericana tenía que ser sometida por la Legión, los Obispos católicos siguieron las instrucciones del Papa al efecto de que además de la censura de la Legión para la Decencia ellos debían establecer juntas especiales de revisión en sus propias diócesis para que "ellos puedan censurar incluso películas que se admiten en la lista general (o la lista aprobada por la Legión para la Decencia)", Hollywood se asustó.

Will Hays anunció que el Código de Producción (que hasta entonces no había sido tomado muy en serio por los estudios) se volvería una guía moral, y, después, tomó el paso sin precedentes de informar al Papa que él, Hays, pensaba como lo hacía Pío XI; verdaderamente que "él se encontraba de acuerdo con los puntos de vista del Papa sobre la moral de las películas modernas."

Desde la Segunda Guerra Mundial, la presión católica ha aumentado grandemente. Los productores cinematográficos que no tienen cuidado pueden meterse en problemas por ignorar ciertas enseñanzas morales de la Iglesia Católica; las tocantes al matrimonio, por ejemplo, lo que causó que el Monseñor McClafferty, Secretario Ejecutivo de la Legión para la Decencia, declarara: "la luz de la pantalla como un mortal rayo de desintegración ... está atacando a la familia ... por medio de imágenes que tratan ligeramente al matrimonio, que resuelven problemas matrimoniales a través del divorcio." (Detroit, Septiembre de 1946.)

En la conferencia en la cual él dijo esto, asistieron 700 mujeres representantes de más de 500 escuelas secundarias católicas, colleges y universidades en 30 estados, y se comprometieron a combatir las películas que no se ajustaran a las enseñanzas católicas.

Hay ocasiones cuando la Legión para la Decencia condena abiertamente ciertas películas antes o durante la producción, así enredando a la compañía cinematográfica y a los actores en serias pérdidas financieras. Esto ocurrió cuando la Iglesia Católica a través de la Legión Norteamericana para la Decencia, "condenó" la película de $4,000,000 "Forever Amber".

Siguiendo a esta evaluación de "condenada" de la Legión, numerosos Obispos en todos los Estados denunciaron la película. Como resultado, "algunos que reservaron la película ya se informa que solicitaron ser exhimidos de sus contratos", como informó Variety (diciembre de 1947). Después de ganar más de $200,000 en la primera quincena de exhibición, "los ingresos por la película han caído considerablemente, debido a la prohibición de la Iglesia."

La 20th Century Fox Company tuvo que hacer una apelación a la Jerarquía de los Estados Unidos de América, la cual insistió sobre ciertas condiciones específicas con las que podría ser respetada la moral católica. La Compañía tuvo que someterse a los cambios determinados por la Legión para la Decencia a fin de quitar a la película de la lista de "condenadas". La compañía cinematográfica no sólo tuvo que apelar al Tribunal católico para que revisara la película según las resoluciones católicas, sino que el Presidente de la Corporación, Mr. Spyros Skoura, tuvo que pedir disculpas por las primeras declaraciones de ejecutivos de Fox criticando a la Legión por condenar el film.

Así una gran Corporación Cinematográfica tuvo que someterse ante un tribunal establecido por la Iglesia Católica, situándose por sobre las Cortes de los Estados Unidos de América, juzgando, condenando y estipulando, no según las leyes del país, sino según los principios de una Iglesia que, gracias al poder de sus organizaciones, puede imponer sus estándares, y por consiguiente indirectamente influenciar a la población no católica del país.

El caso de la Fox no fue el único. Éste fue precedido y seguido por varios otros no menos notables. Para citar un caso similar: durante este mismo período la Compañía Loew reiteró el despojo Hollywoodense de los diez escritores, directores y productores supuestamente comunistas prohibiendo la película más brillante de Chaplin, "Monsieur Verdoux", en sus 225 cines en los Estados Unidos después de una protesta de los Veteranos de Guerra católicos porque "el trasfondo de Chaplin es antinorteamericano" y porque "él no ama a los Estados Unidos de América." Poco antes de esto, la Legión Católica para la Decencia forzó la suspensión temporaria de "The Black Narcissus", una película británica, sobre la base de que era una reflexión sobre las monjas católicas.

La Iglesia Católica, sin embargo, no limita sus actividades a condenar la industria del cine. Ella ha podido ahondar su influencia en Hollywood y en otras partes a tal grado que en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial, el protestante Estados Unidos de América vio aparecer en sus pantallas, no sin perplejidad, una película católica tras otra en rápida sucesión.

En 1946 se hicieron planes en Hollywood para la producción de 52 películas católicas educativas en un año para escuelas y salones parroquiales, bajo la dirección del sacerdote Louis Gales. Desde entonces varios proyectos han tomado forma en Hollywood y en influyentes círculos financieros norteamericanos.

La Iglesia Católica salió a capturar las pantallas del globo. Por ello los tremendos esfuerzos de la Jerarquía norteamericana para ejercer una presión cada vez mayor en las películas de Norteamérica; la industria cinematográfica norteamericana es el principal proveedor de películas para los 90,000 cines del Mundo (1949).

Y cuando se recuerda que grandes organizaciones como los Caballeros de Colón con sus 650,000 miembros, los Veteranos de Guerra Católicos que en 1946 iniciaron una campaña a escala nacional para aumentar su número de miembros a 4,000,000, el Consejo Nacional de Hombres Católicos, los sindicatos católicos, el Consejo Nacional de Mujeres Católicas con más de 5,000,000 de miembros, las Hijas Católicas de Norteamérica Seniors, los estudiantes católicos, etcétera, están todos trabajando al unísono a las órdenes de la Jerarquía norteamericana, no es difícil suponer cómo un cuerpo religioso como la Iglesia Católica, aunque todavía una minoría, ya puede ejercer una influencia desproporcionada en el cine, una de las más grandes industrias de la Norteamérica protestante.

Además de la industria del cine, la Iglesia Católica también ha dado grandes pasos influenciando directa e indirectamente sobre otros instrumentos de entretenimiento, educación e información, como el teatro, el negocio de la publicidad, etc.

El poder creciente de la Iglesia Católica en prácticamente cada sector de la vida ha hecho que sea una tarea muy audaz para cualquiera descuidar la discreción o la prudencia en el mundo editorial. Uno podría citar innumerables casos en los que los periódicos nacionales han tenido que atenuar y muy a menudo omitir totalmente algunos artículos simplemente para evitar despertar la ira de la Jerarquía católica.

La presión sobre la prensa se ejerce más frecuentemente de lo que se cree a través del boicot de publicidades, como en el bien conocido caso de David Smart cuando "la Jerarquía católica le intimidó con dejarle sin nada por medio de un boicot de sus anunciantes de whisky en Ken and Esquire" antes de la Segunda Guerra Mundial. (George Seldes, The Catholic Crisis.) Con el paso de los años, tales casos han ocurrido con frecuencia alarmante.

Los mismos métodos son empleado con los editores de libros, la mayoría de los cuales, antes de siquiera considerar un manuscrito, intentan adivinar bajo que perspectiva se lo juzgará por la Iglesia Católica, que además de "paralizar" y matar un libro, indirectamente puede devolver el golpe a los editores; retirando anuncios o negándose a aceptar hacer publicidad; condenando públicamente ciertos tipos de literatura; promoviendo guerras a "los malos libros", como la que se inició en 1942 con la publicación de una conferencia radial dada por el Cardenal Spellman, y después conducida por el Journal American de Nueva York y apoyada por los líderes y sociedades de todas las fes; y por cientos de procedimientos tan diversos que frecuentemente envuelven a cualquiera que es así boicoteado en serias pérdidas financieras.

Estas actividades, aunque quizás no tan espectaculares como aquellas relacionadas con el cine, no obstante están destinadas a tener profundas repercusiones sobre la vida del ciudadano común de los Estados Unidos de América, particularmente cuando además de tan negativa presión católica uno recuerda las ramificaciones de la Prensa católica, o de la Prensa simpatizante del Catolicismo y la inmensa maquinaria de la C.N.C.B.

El Catolicismo en los Estados Unidos de América también debe su progreso a otro factor, que, aunque no tan bien conocido, es grandemente responsable de la influencia católica -a saber, el hecho de que la mayoría de la población católica vive en centros urbanos. Debe recordarse que es principalmente por medio de la población urbana que se efectúan los cambios religiosos, culturales, sociales, y políticos, y que son las masas urbanas las que ejercen influencia decisiva sobre las cuestiones de importancia nacional.

La fuerza numérica de los católicos y el hecho de que al vivir principalmente en centros urbanos les han hecho una fuerza de considerable importancia, con la que debe contar todo político, desde el fiscal del pueblo al Candidato Presidencial.

La gran fuerza del Catolicismo en los Estados Unidos de América y el progreso que ha hecho allí en el siglo veinte, cuando se compara con las otras 256 denominaciones religiosas reconocidas que han intentado convertir Norteamérica, está asociado a que constituye un sólido bloque, y que todas sus fuerzas se dirigen al único objetivo -a saber, hacer a Norteamérica un país católico.

Esta unidad y definido propósito han, primeramente, hecho a la Iglesia Católica el más grande de todos los grupos religiosos en Norteamérica; en 1945 el Catolicismo se erigió como el primero en el número de sus miembros en treinta y ocho de las cincuenta ciudades norteamericanas más grandes. En segundo lugar, esta unidad ha dado a luz una manera peculiar de Catolicismo conocida como "Catolicismo norteamericano", que primero fue desairado por el Vaticano luego tolerado, y finalmente alentado en la forma en la que se levanta hoy.

El hombre que dio impulso organizado a la unificación de los católicos norteamericanos fue el sacerdote Hecker, quien en el último siglo sostuvo que a fin de progresar en los Estados Unidos de América, la Iglesia Católica debía hacerse norteamericana. El sacerdote Hecker luchó contra la tendencia de ese período entre los inmigrantes católicos de crear sus propias iglesias con sus propios obispos nacionales que hablaban sus propios idiomas, formando así innumerables cuerpos católicos dentro de la Iglesia Católica de Norteamérica.

Como una ilustración de lo que eso significaba, tan recientemente como en 1929, sólo en la Ciudad de Chicago, existían 124 iglesias católicas inglesas, 38 polacas, 35 alemanas, 12 italianas, 10 eslovacas, 8 bohemias, 9 lituanas, 5 francesas, 4 croatas, y 8 de otras nacionalidades, haciendo un total de 253.

Si esta tendencia se hubiese dejado crecer, el Catolicismo, a pesar de su unidad religiosa, habría dividido sus esfuerzos, y por consiguiente, como las denominaciones protestantes, habría permanecido como un grupo relativamente oscuro en los Estados Unidos de América. Pero la unificación espiritual y administrativa del Catolicismo y el esfuerzo de hacer la Iglesia Católica "norteamericana" produjo otro factor de gran importancia: dio a luz una nueva forma de Catolicismo peculiar a los Estados Unidos de América. Esto fue advertido ya en 1870, cuando los europeos empezaron a decir que "el Catolicismo en los Estados Unidos tiene alrededor suyo un aire norteamericano" (M. Houtin).

Al principio del siglo veinte ya se marcaron bien las características del Catolicismo norteamericano. Las más importantes de éstas fueron la tendencia norteamericana a dar "predominio a las virtudes activas en la Cristiandad por encima de las pasivas"; y segundo, la tendencia a mostrar una preferencia por "la inspiración individual por sobre el magisterium eterno de la Iglesia para conceder todo a los no católicos, mientras pasando por alto ciertas verdades en silencio si fuese necesario como una medida de prudencia" (Premoli, 1889). Esta tendencia fue muy importante, porque influyó grandemente en la actitud de los católicos norteamericanos hacia las enseñanzas de la Iglesia Católica acerca de los problemas sociales y sobre todo, los políticos.

Éstos, de hecho, en lugar de ser los persistentes e insolubles problemas que eran en Europa, fueron tratados con una liberalidad y amplitud de mente que ningún católico se habría atrevido a soñar en Europa. Esto permitió a los católicos norteamericanos cooperar con los protestantes y vivir sin invocar, en los campos religiosos, sociales, y políticos, aquel extremismo que fue en otras partes la fuente de mucho rencor.

El Catolicismo norteamericano se puso en el primer plano de la vida política del país en una gran medida durante la elección para la Presidencia en 1928, cuando el Gobernador Smith, el candidato católico, publicó su "credo", que se volvió aproximadamente el del 95 por ciento de los católicos norteamericanos. En respuesta a facciones cuyos eslóganes eran, "no queremos al Papa en la Casa Blanca", y sobre todo en respuesta a aquellos norteamericanos sinceros que empezaban a preguntarse si, después de todo, alguien podría ser al mismo tiempo un norteamericano leal y un católico devoto, Alfred E. Smith, después de haber declarado que los católicos norteamericanos, por quienes él hablaba en ese momento, aceptaban la separación de la Iglesia y el Estado, hizo este pronunciamiento:

"Resumo mi credo como un norteamericano católico. Creo en la adoración a Dios según la fe y prácticas de la Iglesia Católica Romana. No reconozco poder en las instituciones de mi Iglesia para interferir con el funcionamiento de la Constitución de los Estados Unidos o con la aplicación de la Ley terrenal. Creo en la absoluta libertad de conciencia para todos los hombres y en la igualdad de todas las Iglesias ... en la absoluta separación de Iglesia y Estado..."

Fue algo nuevo en la historia del Catolicismo que la gran masa de católicos norteamericanos, como ya se indicó, así como una buena porción de la Jerarquía, apoyara abiertamente a Smith. Sin embargo su Iglesia enseña claramente que "el Estado no ha de estar separado de la Iglesia", y que ningún católico realmente puede creer en la igualdad de las religiones por la simple razón de que el Catolicismo es la única religión verdadera. Todas las otras, se afirma, son falsas y por consiguiente no han de ser tratadas en igualdad con la Iglesia Católica, y todos los católicos deben seguir las enseñanzas del Papa. Esto significa que ellos no pueden apoyar la verdadera democracia, la completa libertad de Prensa, y doctrinas similares.

Esta actitud norteamericana ha estremecido al Vaticano durante varias décadas. Cuando finalmente esto fue enunciado, y, lo que es más, apoyado por la Iglesia norteamericana, el conservador Vaticano, aunque sacudido, no obstante estimó una política sabia no reprimir este nuevo Catolicismo demasiado abiertamente. Fue permitido algún grado de reconocimiento a esta desoída libertad, a esta independencia de pensamiento. Pero que el Catolicismo norteamericano indicara lo que la Iglesia ha de enseñar en lugar de aceptar lo que la Iglesia enseña actualmente fue considerado una tendencia muy peligrosa.

¿Qué hizo que el Vaticano moderara su rigidez doctrinal como nunca soñaría con hacer en cualquier nación europea? Su plan de hacer a los Estados Unidos de América un instrumento directo e indirecto a ser empleado para favorecer al Catolicismo dentro y fuera de ese país. El Vaticano se dio cuenta de que imponer sus rígidos principios demasiado dogmáticamente sobre la Iglesia norteamericana contrastaría demasiado con el Liberalismo, la independencia, y el concepto general de la vida en Norteamérica. Hacer así no sólo malquistaría a los no católicos, sino también a muchos católicos norteamericanos. Por lo tanto se decidió permitir que la autoridad y las doctrinas de la Iglesia Católica fuesen sometidas a un proceso de transformación que modificaría el conservador Catolicismo europeo en un Liberal y progresista Catolicismo norteamericano.

Al autorizar a la Jerarquía norteamericana a organizarse y ser en gran medida independiente de Roma en cuestiones de administración y propagación del Catolicismo, y al permitir a los católicos tratar a sus oponentes con esa libertad que es la base del estilo de vida norteamericano, el Vaticano pensó correctamente que facilitaría al creyente norteamericano para llevar a cabo su tarea de fomentar los principios, la ética, y la influencia católicos.

Hasta ahora el Vaticano se ha demostrado acertado y ha tenido éxito en sus primeros pasos importantes. Cuán lejos se les permitirá a los católicos norteamericanos alienarse del Catolicismo tradicional de Europa es difícil decir. Mucho dependerá del progreso hecho en los Estados Unidos de América, de la tendencia social y política del mundo, y, sobre todo, de la gravedad de los terremotos que continuarán convulsionando a Europa más que a los otros países en los años por venir.

Capítulo 18 continuado....

 

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