Dos piadosos varones bajan de la
cruz el cadáver de Cristo, y después de haberlo tenido en sus brazos la
desconsolada Señora, danle honrosa sepultura y cierran luego la boca de ella
con una piedra. María se ve privada hasta de ese último consuelo sensible, y
sumida en la más dolorosa soledad.
La sufre también alguna vez el alma cristiana, cuando place al Señor
probar tu fidelidad en el divino servicio por medio de las tristezas del
desamparo. Las consolaciones sensibles suele prodigarlas el Divino Esposo a las
almas primerizas en la virtud, que necesitan la leche de tales dulzuras para que
les sea más fácil el desapego de las mundanas satisfacciones, a que tal vez
vinieron entregadas. Mas pasada ésta como espiritual infancia, no es ya la
leche de los consuelos el manjar de las almas adultas; es muchas veces el pan
duro de la interior tribulación. Escóndese aparentemente el Señor a las
miradas del alma su enamorada, deja de hacérsele oír su voz en el corazón;
rodéala por todas partes noche tenebrosa; créese la infeliz realmente
abandonada de su Dios y Señor. Los más grandes Santos han pasado por la
dolorosísima prueba de la interior desolación. Dios, bondadoso con ella, aun
en medio de su aparente desvío, no permite sucumba a la duda y a la desesperación,
pero se vale de esta espada para acabar de cercenar del corazón que quiere para
sí todo resto de humano afecto,
para asegurarle en la humildad y baja estima de sí propio. Como se afina el oro
en el crisol y como se aquilata en el yunque el diamante, así las almas fieles
bajo la amargura del interior desconsuelo.
¡Alma mía! No desmayes aunque
negras sombras de desolación te roben al parecer la presencia sensible de tu Señor.
Separación verdadera de Dios sólo se hace por el pecado mortal, que es lo único
que debes verdaderamente temer.
Oraciones
finales
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