DÍA 33

SOBRE LA TERCERA INSIGNIA
DEL SAGRADO CORAZÓN
LA HERIDA
DE LA LANZA

I

   Abierto se nos presenta el Corazón sacratísimo y no de cualquier manera, sino a feroz punta de hierro y derramando por esa abertura las últimas gotas de su sangre y agua preciosísima. Con ellas parece habernos querido simbolizar el divino Jesús, lo total, lo absoluto de su entrega y de su abnegación y desprendimiento por nosotros. Es el verdadero carácter del amor, y no podía ser que fuese a objetos tan viles y miserables como nosotros. Padecer por nosotros, como expresa la primera insignia; ser hasta lo sumo despreciado por nosotros, como lo indica la segunda; entregarse totalmente y sin restricción a nosotros, eso quiere decir la tercera. No bastó haber muerto, y muerto en Cruz; cadáver ya el cuerpo y a punto de ser sepultado, recuerda su alma que todavía quedan allá por derramarse unas gotas de sangre y ni eso quiere regatear a la obra de nuestra Redención. Instrumento de odio la lanza de Longinos, es sin quererlo él, pero por inefable designio de Dios, la llave de oro de ese Sagrario, que se nos abre para que se nos den y nos aprovechen las últimas muestras de su infinita caridad hacia el mundo pecador. ¡Ya más no pudo dar quien todo dio! Pero ¡cuánto no puede exigir quien tanto ha dado! ¡Y cómo no será feísima ingratitud la de quien no se dé por entero a quien tanto se ha prodigado y con tanto exceso y con tan desinteresado desprendimiento! 

   Medítese unos minutos.

II

   Así debería ser todo fiel cristiano, así de un modo particular el fino devoto del Corazón de Jesús. "Una fibra sola de mi corazón que por Dios no fuese (decía San Francisco de Sales), la arrancaría de él". Abramos nuestro corazón, y abrámoslo a nuestro buen Jesús a impulsos del agradecimiento, y no consintamos haya en él cosa alguna, afición, inclinación, deseo, u otro sentimiento, que no sea hacia El, o por El inspirado. Herida nos abren a cada momento terrenas pasiones a las que no sabemos o queremos resistir, vanidades que nos halagan, codicias que nos seducen. ¡Qué, día no habrá en nuestro corazón más que una herida, una sola, la que en él haya abierto el dardo del divino amor, para que tenga en nosotros entera y única posesión nuestro adorado dueño Jesús! ¡Quién, como aquella tan enamorada Teresa de Jesús, pudiese sentir rasgado el suyo por ardiente serafín, que, a todo otro amor se lo matase, y sólo para el de Dios lo dejase vivir y arder y consumirse en encendida llama! 

   ¡Abrid, Señor, el mío y cerradlo a terrenos, afectos y a humanas sensualidades, indignas de ocupar un sitio que sólo Vos merecéis y podéis honrar! Por él disteis sangre y alma, par él padecisteis congojas de muerte, por él os entregasteis sin reserva alguna a este pobre pecador. Derecho tenéis a que también con entero desprendimiento se os haga del mismo perfecta donación. Ayudadme Vos con vuestra gracia y haced por ella que sea yo todo vuestro, como Vos sois todo mío ahora y por toda la eternidad. Amén.

   Medítese, y pídase la gracia particular.

ORACIONES FINALES