Al amado
hermano Bartolomé I, patriarca de Constantinopla:
1. Se mantiene viva en mi corazón la alegría
de nuestro encuentro en el atrio de esta Basílica Vaticana,
el 29 de junio de este año, con motivo de la fiesta de los
santos apóstoles Pedro y Pablo. Y ahora el Señor, en su
benevolencia, nos vuelve a dar la posibilidad de vivir aquí,
ante la tumba del apóstol Pedro, otro encuentro fraterno en
el amor, en la oración y en la voluntad de caminar juntos
hacia esa unidad plena y visible que Cristo quiere para sus
discípulos.
Nos ofrece esta oportunidad la común veneración
por las reliquias de los santos Gregorio el Teólogo y Juan
Crisóstomo, dos padres de la Iglesia de Oriente, dos santos
patriarcas de Constantinopla, dos doctores de la Iglesia
que, junto a san Basilio el Grande, siempre han sido
honrados con una fiesta en la Iglesia católica. Y nosotros,
cada vez que «nos encontramos con estos padres nuestros,
somos confirmados en la fe y alentados en la esperanza»
(carta apostólica «Patres Ecclesiae 1»).
2. Ahora algunas de sus reliquias --restos de
aquellos cuerpos que vivieron el seguimiento de Cristo,
sufrieron la persecución por su Nombre y fueron templo del
Espíritu Santo-- regresan a Constantinopla.
En el traslado de estas reliquias tan santas
percibimos una oportunidad bendita para purificar nuestras
memorias heridas, para reforzar nuestro camino de
reconciliación, para confirmar que la fe de estos santos
doctores nuestros es la fe de las Iglesias de Oriente y de
Occidente. Vemos, al mismo tiempo, la hora propicia para «
mostrar con palabras y gestos de hoy las inmensas riquezas
que nuestras Iglesias conservan en los cofres de sus
tradiciones» («Orientale lumen», 4).
Este es el «momento propicio» para unir a su
intercesión nuestra oración para que el Señor apresure la
hora en la que podamos vivir juntos, en la celebración de
la santa Eucaristía, la comunión plena, y contribuir así
de manera más eficaz a hacer que el mundo crea que
Jesucristo es el Señor.
3. Amado hermano, no me cansaré nunca de
buscar firme y decididamente esta comunión entre los discípulos
de Cristo, pues mi deseo, en respuesta a la voluntad del Señor,
consiste en ser siervo de la comunión «en la verdad y en
el amor para que la barca --hermoso símbolo que el Consejo
Ecuménico de las Iglesias eligió como emblema-- no sea
sacudida por las tempestades y pueda llegar un día a puerto»
(«Ut unum sint», 97).
El Señor, que viene entre sus santos (Cf.
Zacarías 14, 5), confirme nuestros propósitos y nos
preserve en el compromiso del cumplimiento cotidiano del
mandamiento nuevo. En la paciencia de Cristo y en la caridad
de Dios, con afecto fraterno.
Desde el Vaticano, 27 de noviembre de 2004
IOANNES PAULUS II
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