Conocí al cardenal Joseph Ratzinger en 1996, en
el Congreso Interreligioso que organizó el
gobierno de Israel en Jerusalén. Fue
coordinado por el rabino David Rosen y
participaron 500 obispos cristianos, de distintas
confesiones y países, y 50 rabinos de diferentes
orientaciones y nacionalidades.
Las máximas personalidades que
lo inauguraron fueron el Gran Rabino René Sirat,
de Francia, y el cardenal
Joseph Ratzinger.
Me impactó muchísimo el mensaje de Ratzinger,
porque siendo alemán condenó lo que él llamó
"la locura de mi pueblo". Fue muy fuerte
en rechazar el nazismo y todo tipo de exterminio y
fue muy sensible con la shoah, que -dijo- no debería
llamarse "holocausto del pueblo judío,
porque los holocaustos son sacrificios en gratitud
y esto fue una hecatombe producida por un loco y
sus seguidores".
Desde el punto de vista del diálogo
judeo-católico me atrevo a pronosticar un muy
buen acercamiento del papa Benedicto XVI con el
pueblo judío. Y desde las reservas morales
encuentro que es una garantía de estabilidad y de
freno para el relativismo que nos consume.
No podía resultar muy fácil
sustituir a Juan Pablo II, el grande. El hecho de
que haya sido elegido su cerebro ya es una garantía
de estabilidad y continuidad. Y que haya sido
elegido rápidamente muestra unidad en el Colegio
Cardenalicio. Es importante en todas las
religiones mantener la tradición y ser coherente
con los valores y principios.
Admiro el espíritu claro que tiene
el papa Benedicto XVI respecto de no transigir con
el relativismo ético, lo más grave hoy en la
historia contemporánea. Mucha gente se asusta
frente a las ortodoxias. Pero en la medida en que
sin perder su lealtad al mensaje original son
capaces de ser sensibles a la realidad garantizan
la estabilidad.