TAIZÉ, martes, 23 agosto 2005 (ZENIT.org).-
En una Iglesia de la Reconciliación llena de jóvenes y con la participación
de representantes de las diferentes Iglesias y comunidades cristianas, se
celebraron este martes las exequias del hermano Roger Schutz, fundador de la
Comunidad de Taizé.
Unas doce mil personas de los cinco continentes han venido a la pequeña
localidad de Borgoña para orar por el religioso que fue asesinado a los noventa
años de edad, el 16 de agosto pasado, por una mujer rumana, de 36 años,
aparentemente desequilibrada.
Las exequias fueron presididas por el cardenal Walter Kasper, presidente del
Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, quien
celebró la eucaristía junto a cuatro sacerdotes que pertenecen a esta
comunidad ecuménica, y leyó un mensaje de Benedicto XVI.
En el texto, transmitido por el cardenal Angelo Sodano, el pontífice constata
que en Taizé numerosas generaciones de cristianos, respetando sus propias
confesiones, han realizado «una auténtica experiencia de fe, en el encuentro
con Cristo, gracias a la oración y al amor fraterno».
Al inicio de la celebración, el hermano Alois, su sucesor como prior de la
comunidad, confío al perdón de Dios a Luminita Solcan, quien «con un acto
enfermizo puso fin a la vida de nuestro hermano Roger».
Y como Cristo en la cruz, el monje se dirigió a Dios para implorar: «Perdónala,
porque no sabe lo que ha hecho».
El hermano Alois, católico alemán, recordó que el hermano Roger repetía con
frecuencia estas palabras: «Dios está unido a cada ser humano, sin excepción».
«Esta confianza guiaba y guiará la vocación ecuménica de nuestra pequeña
comunidad. Con toda la Iglesia, queremos creer en esta realidad y hacer todo lo
posible para expresarla con nuestra vida», afirmó.
Por su parte, el cardenal Kasper constató en el mensaje de saludo que dirigió
al inicio que «más que un guía o un maestro espiritual, el hermano Roger ha
sido para muchos como un padre, como un reflejo del Padre eterno y de la
universalidad de su amor».
Recordando el sufrimiento experimentado por el hermano Roger a causa de la
división entre los cristianos, explicó que «quería vivir la fe de la Iglesia
sin división, sin romper con nade, en una gran fraternidad».
«Ante todo, creía en el ecumenismo de la santidad, esa santidad que cambia el
fondo del alma y que es la única que lleva hacia la comunión plena», aclaró.
En la celebración estuvieron presentes el arzobispo Fortunato Baldelli, nuncio
apostólico en Francia, el pastor Arnold de Clermont, presidente de la Federación
Protestante de Francia y presidente de la Conferencia de las Iglesias Europeas,
así como Geneviève Jacques, secretaria general ad interim del Consejo Mundial
de las Iglesias.
Estuvo también presente el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyón; el
arzobispo Jean-Pierre Ricard, presidente de la Conferencia Episcopal de Francia;
y obispos católicos de numerosos países.
El arcipreste Mijail Gundiaev representó al patriarcado ortodoxo de Moscú,
mientras que el doctor Nigel McCulloch, representó al arzobispo de Canterbury,
primado de la Iglesia anglicana.
Había también representantes del patriarcado ortodoxo de Rumanía, de la
iglesia episcopaliana de los Estados Unidos, de la Iglesia evangélica reformada
de Suiza y Alemania y de otras confesiones cristianas.
Entre los representantes políticos, se encontraba Horst Köhler, presidente de
la República Federal Alemana; el ministro del Interior francés, Nicolas
Sarkozy; y Adrian Lameni, secretario de Estado para los Cultos de Rumania, quien
trajo un mensaje de su primer ministro.
Los cantos meditativos típicos de la Comunidad de Taizé crearon el ambiente de
recogimiento que dominó el encuentro.
Los restos mortales del hermano Roger fueron inhumados, tras la celebración, en
presencia únicamente de los hermanos de la comunidad, en el pequeño cementerio
que rodea la iglesia románica del pueblo de Taizé, en donde descansan su madre
y varios hermanos.
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