Es inquietante
esta manía de la Iglesia Conciliar de hacer templos circulares.
Puede pensarse en estadios, teatros, en
cualquier cosa menos en una iglesia.
El templo debe
ser el centro de nuestra vida
espiritual. En él se realiza nuestro nacimiento espiritual al
recibir el Bautismo, allí nos alimentamos con la
Eucaristía, recibimos la bendición para la vida familiar
en el Sacramento del
matrimonio, y también aquí nos acompañan al camino de la vida
eterna, en el entierro. Después de rezar en el templo salimos
purificados, consolados y fortalecidos espiritualmente.
Las nuevas
iglesias no son casas de Dios en sentido propio, no son un
espacio sagrado, un templo del Señor donde se guste ir para
adorar a Dios y expresarle nuestras necesidades. Son salas de
reunión
Esos edificios
son los símbolos de nuestros tiempos, el signo de la
descomposición de las normas existentes la imagen de todo lo
que es caótico en el universo contemporáneo. Un lugar dedicado
al culto tiene sus propias leyes, que no deben someterse ni a la
moda ni a los cambios de los tiempos. Como en el Templo de
Jerusalén, Dios habita en él de forma particular. Y aquí es
donde se rinde culto a Dios.
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