SEÑOR
HIEDE...
Por Antonio
Caponnetto* "Se pretende hacer girar la cuestión no en la
ofensa mortal infligida
al Altísimo, no en la infracción al Decálogo ni en la ainfidelidad
a Jesucristo y al Magisterio de la Iglesia, sino en el espionaje
político y en el avasallamiento de la privacidad"
Cuando el dolor lacera y sacude al alma, es difícil andar enhebrando discursos, mas
también es difícil permanecer callado. Obren como quieran aquellos
obsecuentes que se saben conminados a salir en defensa de la Jerarquía Eclesiástica, aún en las ocasiones en que ella se muestra contraria a su misión
doctrinal. Obren también como quieran, quienes prefieran enmudecer o fingir. Lo
cierto es que cuántas veces nos toca hablar de la infidelidad de los Obispos,
lo hacemos con una pesadumbre que sólo Dios conoce y pesa. Dígase entonces con
aflicción, pero dígaselo de una vez, lo que hay que afirmar sobre el inaudito
caso del pastor sodomita.
1-Maccarone pecó en primer lugar contra Dios. Pecó con vicio nefando, faltó
contra natura, depravó su cuerpo y su mente, ensució el Orden Sagrado, llevó
una vida sacrílega a fuer de doble, siendo una de ellas la de Ministro de la Eucaristía
, y la otra la de un relapso en materia de perversión sexual.
Pecó contra la castidad y dio escándalo grave a sus súbditos.
Sacrilegio, sodomía, escándalo: así enunciemos sus culpas. Nada
de esto ha sido dicho, faltándose entonces a esa primera caridad que es la
verdad, según recta enseñanza agustiniana. Y por tamaña falta de omisión,
quebrantóse la justicia, pues la omisión de lo necesario es tan injusta como
la afirmación del error. Y aquí lo necesario era llamar a las cosas por su
nombre, desagraviando a Dios primero, el gran traicionado.
2 -Maccarone no es sólo ni principalmente un desventurado invertido, sino uno de los tantos
clérigos descarriados por la herejía progresista, uno de los tantos activistas de
la Iglesia Clandestina al servicio de la Revolución Marxista.
Pruébase lo dicho de modo terminante por quienes le dieron su grotesco y
ostensible apoyo una vez apartado de su cargo. Desde el lipoma Bonafini hasta el
extorsionista Castell, pasando por toda la gama de los izquierdistas mass
media y de las agrupaciones ideológicas afines. Pruébase por la cuidadosa
elección de su amparo eclesial buscada por la impía y montoneril dupla del
matrimonio Kirchner. Pero pruébase por sus frutos y por sus enseñanzas, cuyo
tributo al heresiarca Karl Ranhner, verbigratia, salió a relucir precisamente
en carta de lectores de una de sus discípulas y defensoras (cfr. La Nación, 25-8-05, p. 16).
Nada de esto fue dicho, callándose nuevamente la existencia de ese mal enorme, que autodemuele a
la Iglesia. Un mal cuya acción real no se entiende separada del Maligno,
enseñoreado
hoy a sus anchas en el mismo lugar sacro. Heresiarca y manfloro: tales pues los
adjetivos que retratan al prelado depuesto.
3 -La reacción del Episcopado Argentino ha sido tan errada cuanto impropia, tan
exasperante como pusilánime, resultando en la práctica una triste complicidad
con el pastor felón. Elipsis y subterfugios múltiples reemplazaron el
perentorio lenguaje viril que la ocasión reclamaba. Minimizaciones eufemísticas
del horrendo pecado, ocuparon el lugar de las indispensables reprobaciones
morales. Elogios, ponderaciones y unánimes encomios a la labor del descarriado,
sustituyeron la legítima reprensión y la exigencia de la reparación del escándalo
ocasionado, para que cese la contumacia. Perdones, disculpas y humanitarias
comprensiones ante la náusea, desplazaron toda palabra de amonestación, todo
llamado a la enmienda, toda urgente e impostergable imprecación del reo.
Lisonjas y majaderías impropias de
varones, hallaron cabida para “acompañar con afecto” al contumaz, pero no
hubo lugar para el celo de suplicar clemencia a los pies del Señor. Con
una prontitud y un consenso que no se tuvo en anteriores y necesarios casos, se
le agradeció formalmente a Maccarone el servicio prestado “a quienes tienen
la fe amenazada”; como si la principal amenaza a La Fe del rebaño no fuera ver la conversión de sus
mayorales en mercenarios y en lobos. Y en el colmo del dislate -que sería
jocundo si no rozara la blasfemia- se pretende hacer girar la cuestión no en la
ofensa mortal infligida al Altísimo, no en la infracción al Decálogo ni en la
infidelidad a Jesucristo y al Magisterio de la Iglesia, sino en el espionaje político y en el avasallamiento
de la privacidad. De resultas, lo pecaminoso ya no sería el amacebamiento contra natura sino su
indiscreta filmación con fines extorsivos. ¿Por quiénes nos toman realmente
los Obispos? ¿Por quiénes se toman, una vez abajados de su rango de maestros de la Verdad? ¿En tan poca monta
se tienen y nos tienen, para ofender la inteligencia con
estas baratijas argumentativas? ¿Es tan fuerte el pacto de la colegialidad,
acalla el forzado mayoritarismo hasta la fuerza natural de las hormonas,
para que ni uno solo de los Obispos haya quebrado el complaciente discurso unánime
diciendo que el príncipe estaba desnudo, ¡ay!, literalmente, y en camastro
villano? La filosa y justiciera metáfora de la rueda de molino, tan aplicable
otrora como ahora, no tuvo esta vez una boca pastoril que la recordara.
4–La supuesta disculpa de Maccarone, que tomó estado público a partir del 26
de agosto, leída sobrenaturalmente asusta por el torpor que delata, estado
propio de un espíritu acédico. Pero leída naturalmente es una prueba más, de
que tanto él como sus pares, son incapaces de superar la perspectiva
horizontalista, inmanentista y sociológica. El amadamado prete refiere “un
proyecto de extorsión”, un “acontecimiento preparado por intereses y
tecnología” que “se aprovechó” de “su buena voluntad”, hiriendo
“la calidad moral de su persona”. En todo lo cual ve “el costo” pagado
por una “actitud” de lucha “contra la prepotencia y la injusticia” de
los poderosos políticos santiagueños. Ausente el perdón a Dios por las
ofensas múltiples y gravísimas. Ausente el decoro y el pudor para llamarse a
silencio sempiterno. Ausente el puño que se golpea con furia el pecho, clamando
cien veces mea culpa. Ausente el sentido común para evitar expresiones como buena
voluntad o calidad moral. Ausente la conciencia del pecado, el propósito de enmienda, la disposición
penitencial, el inacabable pedido de misericordia al Señor, para con sus
verraquerías primero, y para con la grey que sus escándalos azotó.
5–En el vigente Código de Derecho Canónico, un canon, el 1387, tiene previsto
hasta “la expulsión del estado clerical” para el religioso que “con ocasión
o pretexto de la confesión”, “solicita al penitente a un pecado contra el
sexto mandamiento”. Dictamen que no literalmente pero sí a
fortiori se le aplica a Maccarone. Y en el antiguo Pontifical
Romano –como lo ha recordado en una homilía luminosa el Padre Gustavo
Podestá- se detallaban los momentos solemnes, reparadores y justicieros, de la
ceremonia de degradación a la que podía someterse a un pastor corrupto y
ladino. Uno a uno, en restauradora pedagogía litúrgica, se le despojaban al
traidor los atributos sacros que se le habían conferido al ordenársele. Para
que nadie pudiera decir que la lenidad se había impuesto. Para que el maldito
agravio al Redentor no quedara impune ni triunfante la apostasía. Para que sus
manos ensuciadas por el dolo no se atrevieran jamás a tomar la Sagrada Forma.
Nada de eso sucederá en este caso, como nada de eso sucedió en situaciones
análogas o más graves. Porque salvo honrosísimas excepciones, estos pastores, que
por dolorosa permisión de Dios, ejecutan, encubren y toleran hoy la consumación
de tantos atropellos doctrinales y morales, no son en rigor
la Verdadera Iglesia. Son la Iglesia Clandestina, cuya protesta le costó la vida a Carlos
Alberto Sacheri. La que pide canonizar a los palotinos, a Angelelli, a Pironio o a cuanto aprendiz de Judas
cambió al Señor por denarios. La que dice optar por los pobres, como escaramuza para servir a la Revolución. La
que dice enfrentarse con los poderosos pero complace a los tiranos. La que dice
oponerse a los poderes políticos, pero se prosterna ante la democracia y
sacraliza al Régimen. La que por
boca del Cardenal Primado ha dicho el pasado 10 de agosto –sin que uno sólo
de sus pares o subalternos saliera a enmendarlo o siquiera a suplicarle
enmiendas- que católicos, judíos y musulmanes “adoramos al mismo Dios”. Iglesia de la Publicidad
, la llamaba el Padre Julio Meinvielle; de la que el intemperado
Maccarone quedará como un emblema sombrío y vil, en el que se amalgaman el
progresismo y la contranatura, La inverecundia y la herética pravedad.
6-No prevalecerán en la Barca
sus polizontes cuatreros. Hay legiones de curas acorazados en la Fe Verdadera, blandiendo la Cruz
como se empuña el mandoble en la batalla, ornamentados para el sacrificio,
dispuestos con bizarra hombría a servir a los menesterosos, a tutelar a los débiles,
a enfrentarse con los mercaderes, a despreciar a los partidócratas, a conservar
la pureza, y sobre todo a rezarle a Dios en cada Pésame,
“antes querría haber muerto que haberos ofendido”. Conocemos bien a esos
curas gauchos e hidalgos, esparcidos sobre el paisaje patrio, anónimos en
su apostolado y eficientes en su diaria oblación. A ellos, no les parece,
como al Vocero del Episcopado, que "la primera y mayor preocupación es la
credibilidad pastoral de la Iglesia", cual si se tratara de una empresa
pronta a recuperar sus clientes perdidos. A ellos les importa
amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo por amor a Dios.
Y si la Barcahiede por sus presencias indignas, como el sepulcro de Lázaro, según nos
cuenta el Evangelio, el Rey Invicto puede restituirle el aliento y el paso
firme, la resurrección entera para que camine y avance, ya sin mortaja ni rémoras
ni obstáculos. No
prevalecerán en la Barca los sembradores de cizaña ni
los hijos de las tinieblas, ni los eclécticos
componedores de diálogos irenistas y sincretistas, ni los
pederastas ni los heresiarcas. Porque la Barca la conduce
Pedro, que –pescador veterano y reciamente masculino- se
guía por la voz tronitonante de su Caudillo, Jesucristo,
quien le ordena irrevocablemente: ¡Duc in altum!
Conduce hacia lo Alto. Navega hacia Alta Mar.
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