LA IGLESIA CONCILIAR
PIDE DISCULPAS POR HECHOS INEXISTENTES
¿Y EL RESTO?
En
Europa, acaba en prisión todo aquel que toque el exterminio de los judíos.
David Irving, historiador inglés, ha sido detenido en Viena por haber intentado
demostrar que la cifra de seis millones de víctimas es insostenible. La primera
víctima de la historia impuesta con tribunales y jueces, es la Verdad. El precio
de la hipocresía del siglo.
En cuanto a la culpabilidad histórica de otros que no sean nazis, es sabido que
sólo los católicos conciliares piden disculpas, hasta cuando no tienen por qué.
Si nos fijamos en los otros cristianos, los ortodoxos griegos o los protestantes
de cualquier confesión señalan con un dedo acusador a los católicos, pero
nunca lo dirigen hacia ellos mismos.
En realidad, hay algunas excepciones. Hace diez años, en «Reforma», el
semanal de las iglesias valdenses-metodistas*, publicó algo interesante y bien
hecho; pero si un periódico católico utilizase unos argumentos sobre los
protestantes como los que aparecen en esa revista contra los «papistas», todos
gritarían indignados por la traición al ecumenismo. Recientemente pusieron el
grito en el cielo porque alguien recordó que la Inquisición creada en la
Ginebra calvinista cometió más atrocidades que las que se le atribuyen a la
romana.
Hambre y rencor. Y sin embargo, al menos por una vez -¡hace diez
años!-, he aquí una sorprendente autocrítica y una petición de excusas,
aunque a nivel individual. El hecho es raro y vale la pena darle espacio a través
de las propias palabras de la periodista, que en realidad es una historiadora
inglesa de confesión anglicana, Christine Calvert. Dice textualmente en dicho
artículo (escribe sobre la tragedia irlandesa): «En 1845,
la cosecha de la patata, de la que dependía la población irlandesa para no
morir de hambre, se perdió por completo a causa de una enfermedad llamada
“rust”, óxido. Este desastre desembocó en una tragedia de terribles
proporciones que en pocos años redujo la población de la isla a la mitad. Se
calcula que un millón y medio de personas murieron de hambre o de enfermedades
ligadas a la hambruna. Para los más afortunados comenzó el gran éxodo más
allá del océano, pero hubo también un éxodo interno de los campesinos hacia
las ciudades. Con los conocimientos de entonces el mal de la patata no podía
ser afrontado, pero tampoco las desastrosas consecuencias sociales que se
vivieron al acrecentarse el rencor de los católicos contra los protestantes, y
de los irlandeses contra los ingleses».
Represión anglicana. Prosigue la historiadora anglicana: «Y aquí
es donde nosotros, los protestantes, debemos inclinar la cabeza con vergüenza.
La Iglesia reformista de Irlanda era entonces una fuerza de represión y de
increíble explotación. Los parroquianos católicos tenían que pagar el diezmo
a una comunidad de la que no formaban parte, y a un clero protestante a menudo
ausente. Muchos de los pastores y obispos se hicieron riquísimos, viviendo con
un lujo desenfrenado. Los católicos, castigados por el hambre, imploraban en
vano un gesto de caridad. La ayuda estaba disponible, pero a un precio que
aquellos miserables no estaban en condiciones de pagar: se daba alguna ayuda a
quien abjuraba del “papismo” y abrazaba la fe de los protestantes, entre los
cuales sólo los cuáqueros ofrecían algún apoyo».
Prosigue la última parte: «Los grandes terratenientes anglicanos se
aprovecharon de la caída de los precios de las tierras para crear o aumentar
sus granjas, y echaron de sus tugurios a quien no podía pagar su miserable
alquiler.
Condenados a morir. Uno de los señoritos declaró que no dejaría un solo católico
entre Knockabola Bridge y el río de Newport. Así, condenaron a hombres,
mujeres y niños a morir a lo largo de los caminos, con la boca verde por haber
intentado quitarse el hambre con hierbas y ortigas. A menudo faltaron las
fuerzas y el dinero para enterrar a los muertos de hambre en terreno sagrado y
se les enterraba bajo una pequeña capa de tierra en los campos».
Y concluye la estudiosa: «Ésta es una historia que hemos querido olvidar. Y
sin embargo, todos los cristianos, no sólo los católicos, deberían tomarse más
en serio el dicho de Jesús de ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en
el propio».
|