Joseph, periódico de los
Oblatos de San José, 8 de setiembre de 2002; el habitual Don Silvano Sirboni,
revestido de “liturgista”, escribe que la «participación popular [al
culto] disminuyó entre el siglo VIIº y el VIIIº al tiempo que la lengua y
la clericalización [¡sic!] del culto alejaban a la asamblea de la
liturgia».
Puesto que hasta que se pruebe
lo contrario, quien ha “clericalizado” el culto es Nuestro Señor Jesucristo
mismo, confiandolo al Clero y no al pueblo, y quien lo ha “democratizado” es
Lutero, que ha hecho “sacerdotes” a todos,
queda claro hacia dónde va... con pasos de cangrejo la “nueva
liturgia”: hacia la protestantización del culto y la abolición de hecho y de
derecho del sacerdocio ministerial.
Por lo tanto, Don Sirboni haría
bien en releer las condenas de Clemente XI (Constitución Unigenitus) y
de Pío VI (Auctorem Fidei) contra las análogas afirmaciones de los
jansenistas, criptoprotestantes también ellos, como los neomodernistas (Denzinger
H. §§ 2486-2666). En cuanto a la lengua, hay que decir que treinta años
de liturgia en lengua vulgar han bastado para despoblar nuestras parroquias pero
no para disuadir a los neomodernistas de reproponer sus falsas y pretenciosas
razones en contra de la lengua latina.
Écho, 4 de julio
de 2002: en el editorial Une initiative malheureuse (“Una infeliz
iniciativa), el cotidiano suizo comenta el episodio de cuatro mujeres «católicas
romanas comprometidas, entre ellas una religiosa» que se han hecho «ordenar
curas» por un ex sacerdote católico actualmente “obispo” de una secta
carismática. “Ordenaciones”, entonces, inválidas por derecho divino, sea
por el ministro (simple sacerdote) sea por los sujetos (sexo femenino). Pero a
la editorial esto parece no interesarle. Interesa, en cambio, hacer propaganda
al episodio pronosticando, más bien amenazadoramente, que «rdenaciones semejantes
podrían tener lugar próximamente en la Suiza germana» y esto porque el
decreto de Juan Pablo II (1994) que prohíbe la discusión sobre la posibilidad
de ordenar mujeres «sume en la amargura a numerosos católicos, mujeres y
hombres [?], que no se sienten ni escuchados ni respetados».
El Domingo 11 de agosto del
2002, la editorial Periodici San Paolo nos muestra en una foto al
Sacerdote celebrante en el momento de la “epiclesis” y la leyenda explica: «El
Sacerdote dice la oración con la cual la comunidad celebrante [sic] pregunta
al Padre que envíe al Espíritu Santo sobre el pan y sobre el vino para que se
conviertan en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo».
Es, descaradamente, la herejía
luterana del “sacerdocio común”, cuya infiltración en el “movimiento litúrgico”
fue localizada y tempestivamente condenada por Pío XII: «hay […] en
nuestros días algunos que, acercándose a errores ya condenados, enseñan que
en el Nuevo Testamento se habla solamente de un Sacerdocio que compete a todos
los bautizados […]. Sostienen que solamente el pueblo goza de una
verdadera potestad sacerdotal mientras que el sacerdote actúa únicamente por
oficio, el cual le es confiado por la comunidad», cuando es «de fe
cierta» que el Sacerdote, en cuanto representa a la persona de Nuestro Señor
Jesucristo, «va al altar como ministro de Cristo (y no de la
“comunidad celebrante”), a El inferior, pero superior al pueblo (cfr.
Bellarmino, De Missa II, cap. 4). El pueblo, en cambio, no representando, por
ningún motivo, la persona del Divino Redentor, ni siendo mediador entre él y
Dios, no puede de ningún modo, gozar de los poderes sacerdotales» (Mediator
Dei).
Está claro que los folletos que
hoy se distribuyen en la iglesia los domingos, no explican a los fieles la
verdad católica, sino más bien las herejías del modernismo, “hermano”
solamente aparentemente “separado” del luteranismo.
Il Mattino, 22 de
octubre de 2002, crónica de Nápoles: Milagro-merengue: se vuelve a la
iglesia.
«No sucede todos los días -leemos-
que un párroco logre que los jóvenes redescubran el Evangelio,
especialmente si se trata de chicos de los Barrios Españoles, poco
acostumbrados a frecuentar la iglesia. Y tampoco sucede todos los días que en
una iglesia se baile al estilo latinoamericano. Sin embargo, en San Carlo
alle Mortelle ha sucedido: los miércoles por la tarde, para consuelo de Don
Mimmo Toscano […] la parroquia (es decir, la iglesia) se llenará de jóvenes
de entre 13 y 25 años que, en ropa deportiva, bailarán al ritmo de la salsa y
del merengue redescubriendo el Evangelio [sic]… Los bailarines se
ocuparán personalmente de mantener limpia la iglesia».
Toca a Don Mimmo Toscano (y al
articulista de Il Mattino) demostrar
que danzar en una iglesia al ritmo de la salsa y del merengue equivale a
“redescubir el Evangelio” y que profanar una iglesia, sacrilegio local,
equivale a “volver a la iglesia”. Ciertamente, si Don Mimmo permite aún
cosas peores en la casa del Señor a quien vive habitualmente lejos de la religión,
multiplicará sus “milagros” y verá aún más llena la iglesia que le ha
sido confiada. Faltaría que, mientras Nuestro Señor Jesucristo echó a los
mercaderes del atrio del templo, Don Mimmo, para hacer número, los haga entrar
en el sancta sanctorum.
MILÁN: en el
Auditorium del Centro Cultural S. Fedele (de los padres jesuitas, si no
nos equivocamos), las “iglesias cristianas” (léase: la Iglesia Católica y
las sectas heréticas o cismáticas) tienen programadas para el 5 de octubre del
2002 una «mesa redonda» y una «fiesta de lo creado» para meditar
sobre el don y sobre el problema del... ¡agua! Y todo ello en aplicación de
las directrices del protestante Consejo Ecuménico de las Iglesias de Ginebra,
que pedía se consagrara «el periodo que corre desde primeros de septiembre
a mediados de octubre a reflexiones, liturgias [sic] y manifestaciones
sobre la salvaguarda de lo creado».
Así se explican la «búsqueda del tesoro del tesoro del agua en los
lugares ecuménicos del centro de la ciudad» y la «clausura con
plegaria ecuménica».
Ecumenismo de base -dice a las claras el folleto- para «cultivar una
mentalidad ecuménica entre las iglesias», es decir, para acelerar la
perversión ecuménica de los pobres católicos, los cuales fuerza es que
infieran de tales iniciativas:
-
1) que cada uno es libre de seguir con plena tranquilidad de conciencia
las opiniones de la propia “confesión religiosa” (en lo cual consiste la
esencia de aquella “peste del indiferentismo religioso” condenado sin
cesar por los Romanos Pontífices hasta el Vaticano II);
-
2) que los católicos están ya a
la par de los herejes y cismáticos, bajo la guía suprema de ese organismo
protestante que es el Consejo Ecuménico de las Iglesias;
-
3) que nunca existió una iglesia única fundada por Nuestro Señor
Jesucristo, o que ya no existe al menos, sino una multiplicidad de “iglesias
cristianas”, que deben esforzarse por realizar o reconstruir, pero con el
mayor “respeto” para los contrastes doctrinales, aquella iglesia única que
Nuestro Señor, a despecho del Evangelio, no fundó jamás, o que, a pesar de
sus divinas promesas, no fue capaz de salvar de los cismas (de las herejías no
hablamos, dado que el ecumenismo ha descubierto que son meras
“diversidades”, capaces hasta de enriquecer a los católicos).
«El agua es un don de Dios -empieza diciendo el folleto-, por lo que constituye un bien
fundamental para la humanidad, la fauna y la flora». ¿Ésa es la fe
verdadera? El don más grande de Dios y el bien fundamental de la humanidad (al
cual no pueden equipararse la fauna o la flora) es la fe verdadera: además,
Nuestro Señor enseñó lo siguiente: «Buscad el reino de Dios y su
justicia, y todo lo demás [el agua inclusive] se os dará por añadidura».
El ecumenismo, en cambio, se preocupa del agua y considera que el problema de la
fe verdadera no debe ni siquiera plantearse, lo que significa que busca “todo
lo demás” y que se mofa abiertamente del reino de Dios y de su justicia.
Amico del Popolo, 23
de junio del 2002: Un aplauso sincero a los amigos de la R.T.S.P., que hace
algunas tardes transmitió la celebración de una misa ortodoxa. Para quien
no lo sepa, R.T.S.P. significa Radiotelevisión San Pedro, que
emite desde la parroquia de San Pedro en Vasto (Chieti).
Pero el periódico “católico” abruzo se da cuenta de que es
demasiado, caso de que queramos expresarnos “con sinceridad”, eso de que «una
televisión católica emita una función de otra confesión cristiana» [o
sea, dicho menos ecuménicamente, pero con mayor lealtad: de una secta cismática];
por lo que añade que «se trata de algo que exige un tratamiento aparte»
(aparte de la lógica más elemental y de la verdad, claro).
El Amico [¿] del Popolo escribe, por
ejemplo: «Para detestarse es menester primero desconocerse».
La verdad está en los antípodas: nadie detesta a quien no conoce, y si detesta
a alguien, es que antes lo conoció. Además, ¿acaso basta conocerse para
amarse? El estribillo ecuménico del “conocerse para amarse” sabe muchísimo,
entre otras cosas, a aquella vieja herejía (negación del pecado original)
según la cual el hombre es bueno por naturaleza y, por ende, digno de ser amado
por sí mismo.
Peor todavía: el Amico del Popolo no se limita a querer que
amemos a los adeptos de otras religiones (lo cual, si se entiende a derechas, no
deja de ser católico), sino que pretende que “respetemos” también las
religiones falsas que profesan. En efecto, después de recordar un proverbio
ruso que dice, en sustancia, que “quien ama a su patria respeta la de los demás”,
prosigue: «Creo que lo mismo vale también para las religiones: quien ama su
fe respeta la fe de los demás». Mas hacemos observar que amar la propia
patria es un deber para todos, mientras que para nadie
constituye un deber amar la religión falsa que profesa; antes al contrario: en
cuanto tenga el más mínimo barrunto de su falsedad, le corre el gravísimo
deber, para con Dios y consigo mismo, de buscar la religión verdadera, porque
se juega la salvación eterna. De ahí que el paso de la patria a la religión
en el razonamiento sea absolutamente ilícito y gratuito, porque es normal que
haya varias patrias, pero no lo es que haya varias «religiones pues uno solo es
Dios y una sola la religión revelada por Él, en la cual quiere que lo honren
todos los hombres y se salven. Por eso, aunque quien ama a su patria tiene el
deber de respetar la patria de los demás, porque todos tienen
el deber de amar su patria y, sobre todo, porque la salvación eterna de un alma
no se liga a esta o
aquella patria particular, no es así para las
“religiones”: quien tiene la suerte de profesar la fe verdadera no puede
respetar las creencias religiosas falsas de los demás, como tampoco las respeta
Dios, precisamente porque ama a Dios y al prójimo: «Dios quiere que todos
los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad» (San Pablo);
de ahí que, lejos de adormecer a las almas en su error religioso haga todo lo
que esté en su mano para atraerlas a la verdad, cuyo custodio es la Iglesia única.
«¿Cómo se puede amar
de veras al prójimo de uno –escribía
Manzoni a su cuñado calvinista- si no
se le desea lo que se quiere, lo que se estima bueno para sí propio?».
Pero así es: el ecumenismo tiene un corazón de hielo, pero de hielo
infernal.
Más aún: el Amico del Popolo escribe
que «el laicismo enriquece a todos porque estriba en cotejar
fés diversas», y que cuando
una televisión católica transmite una función ortodoxa practica
«un laicismo concreto». ¿Ignora dicho periódico “católico” la
larga e ininterrumpida cadena de documentos pontificios que condenan el
laicismo? Baste aquí la Quas primas de Pío XI: «Calificamos como
peste de nuestra época el llamado laicismo [...]. Porque se comenzó negando
el imperio de Cristo sobre todos los pueblos; se negó a la Iglesia el derecho
que ésta tiene, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género
humano, de promulgar leyes y de regir a los pueblos para conducirlos a la
felicidad eterna. Después, poco a poco, la religión cristiana quedó equiparada con las religiones falsas e
indignamente rebajada a su mismo nivel; a continuación, la religión se vio entregada a la autoridad política
y a la arbitraria voluntad de los reyes y de los gobernantes. No se detuvo aquí
este proceso: ha habido hombres que han afirmado como necesaria la sustitución
de la religión cristiana por cierta religión natural y ciertos sentimientos
naturales puramente humanos. Y no han faltado Estados que han juzgado posible
prescindir de Dios, y han identificado su religión con la impiedad y el desprecio
de Aquél». No sabemos cuál
de estas formas de “laicismo” constituye exactamente el ideal último
del Amico del Popolo. Como quiera que sea, excúsenos éste si, en
desacuerdo con su “magisterio” y en obediencia al magisterio pontificio
constante, continuamos pensando que el laicismo es una “peste” y nos
guardamos de creer que rebosaremos todos de salud cuando seamos unos apestados.