EN
LA IGLESIA DEL SANTÍSIMO
SACRAMENTO,
CONCIERTO DE DIDGERIDOO
Baranda-España, 21/12/2005 - El grupo barcelonés Shirai,
dio un concierto en la parroquia
de la Santísima Trinidad, inusual y modélico espacio de encuentro de
movimientos sociales e iniciativas culturales. El grupo anunciaba su concierto
de cuencos y
didgeridoos de cristal de cuarzo, voz, violín y
percusión, como de "Música vibracional para el
cuerpo y el alma". "Los instrumentos de cristal de cuarzo actúan a nivel inconsciente
relajando y armonizando a la persona. Son una fuente de inspiración en estos días
tan agitados que todos vivimos". El didgeridoo es un largo tubo que se hace
sonar haciendo vibrar los labios en uno de sus extremos, un instrumento no melódico
que emite una vibración grave que, al ser amplificada por las paredes del tubo,
genera su particular sonido, un contínuum profundo que un hábil intérprete
puede modular y dotar de ritmo moviendo los labios y la lengua o incorporando
sonido de su garganta.
Una de las características del didgeridoo
es que se puede tocar durante un tiempo ilimitado mediante una técnica
denominada respiración circular, que consiste en mantener continuamente una
cierta presión de aire en la boca, inhalando por las fosas nasales. Su sonido
produce, efectivamente, una sensación de gran reflexión y envolvimiento, una
suerte de expansión espiritual que podría prolongarse ad eternum.
Aunque Shirai ha cambiado la madera original del didgeridoo
por el cristal de
cuarzo, que produce tonos y armónicos de gran pureza, el instrumento tiene su
origen en las tribus aborígenes australianas y fue creado, dicen que hace
40.000 años, por las termitas que ahuecan troncos de eucalipto. Los nativos
australianos han considerado a lo largo de los siglos que su música conecta con
la Madre Tierra. Y, realmente, el didgeridoo
suena a tierra, a esencial profundidad. Unido al sonido de los cuencos de cristal de cuarzo, basados en el
uso de cuencos de metal en el Tíbet, la India, China y Japón para la meditación,
el concierto del otro día proporcionó, como prometía, una saludable
experiencia para el cuerpo y el alma. Los aborígenes australianos, de la mano, quizá, de su diosa
Yurlungur, que es puente entre la tierra y el cielo, enlace entre lo espiritual
y lo terrenal, convocaron a la iglesia del Santísimo Sacramento, en la calle
del Alcalde Sáinz de Baranda, donde se celebró el concierto. Se diría que los
aborígenes consiguieron lo que no consiguen aquí los responsables eclesiásticos.
Yurlungur se encarnó, de conducir hasta allí a un importante núcleo de gente,
entre otros a Aguirre,
filósofo, escritor y experto en psicoespiritualidad, quien después explicó a
algunos con brillante rigor ,el contexto del cristianismo donde se inscribe un
concierto en el que los músicos, acaso no cristianos, inducían desde el altar
mayor a una experiencia interna no ajena, sin embargo, a la antigua mística
cristiana. Dentro de la cultura católica, ese acercamiento a otras formas de
espiritualidad se inscribe, a su vez, en corrientes herederas del Concilio
Vaticano II, con sus tres pilares de apertura social, moral y espiritual, no
necesariamente ceñidos al contexto religioso. El Concilio Vaticano II animó a abrirse a la sabiduría de otras religiones, místicas o prácticas
espirituales, y bajo su protección crecieron gentes influidas por el
orientalismo o la filosofía zen:
Raymond Pánikkar, el
padre Arrupe, el jesuita
Hugo Makibi Ennoniya Lasalle, que intentó reactivar la mística cristiana (mixtificada) empapándose
de budismo y llegó a ser maestro Zen, así como también el benedictino Willigis Jäeger.
|