José «Quito» Mariani se ordenó sacerdote en 1951 luego de hacer el
seminario en Córdoba, y estudió psicología y sociología en la UNC.
Actualmente está a cargo de la parroquia Nuestra Señora del Valle, en Villa
Belgrano. Luego de más de cincuenta años como cura, Mariani publicó el
libro «Sin Tapujos», donde cuestiona el celibato, lo cual le valió una
sanción del arzobispo Carlos Ñáñez, quien le ordenó no hablar con la
prensa.
Mariani, que continúa ejerciendo el sacerdocio, apeló la sanción al máximo
tribunal del Vaticano. En este diálogo con Veintitrés, sin temor a
nuevas sanciones, rompe con su obligatorio silencio.
—¿Qué opina usted, como cura de la Iglesia Católica, acerca del
matrimonio homosexual?
—Pienso que el debate debe abrirse hacia las soluciones que se están
sugiriendo, para que aparezcan todos los elementos a tener en cuenta en una
legislación sobre estos temas. Me duele pensar que la Iglesia hará
nuevamente tanteos sobre su poder y convocatoria, como sucedió en España.
Creo que en las autoridades responsables del bien común tienen que trabajar
por hacer triunfar estas luchas en contra de la discriminación. La OMS declaró
hace ya varios años que la homosexualidad es una tendencia minoritaria pero
natural. No puede considerársela una enfermedad, como lo hace el Catecismo
Católico, ni una desviación o “inversión”, ni mucho menos una
prostitución como aparece en el modo vulgar de llamar a los varones
homosexuales, ni una perversión.
—¿Considera que las parejas homosexuales deben tener los mismos
derechos civiles que las parejas heterosexuales, incluyendo el matrimonio?
—Sí absolutamente. Si no se trata de algo antinatural, no hay argumentos válidos
para negarles este derecho a la comunicación íntima que es necesaria a todo
ser humano.
—¿Está de acuerdo conque se legalice la adopción de niños por
parte de parejas del mismo sexo?
—Sería una valiente determinación, no puede retardarse. Todas las
objeciones de ausencia de figura materna, de mal ejemplo, no resisten los
argumentos psicológicos ni de la experiencia expresada por las estadísticas…
ni el abandono de tantos niños.
—¿Cuál debe ser el rol de la Iglesia en el debate social sobre
estos temas?
—Aún en el caso de que nunca se llegara dentro de la Iglesia a admitir las
conclusiones de la ciencia y de la experiencia, creo que no hay derecho a usar
el prestigio religioso y social para oponerse a leyes que establezcan pautas
para todos los que no son católicos sumisos sin criterios propios
suficientes, o no piensan observar las restricciones que hacia adentro de la
Iglesia se quieran imponer.
—¿Hay sacerdotes y obispos con opiniones contrarias a las del papa
Benedicto XVI que callan por miedo a ser sancionados?
—Lo conozco positivamente. El miedo, de modo particular en los más jóvenes,
a las sanciones eclesiásticas descalificantes y excluyentes, cierra muchas
bocas y muchos pensamientos. El pretexto es que no hay que exponerse públicamente
a los manejos de la prensa y por eso hay que permanecer callados.
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