La
iglesia conciliar orquesta el “recuerdo del
martirologio” del “profeta”. Hay muchos que
no saben quien fue Monseñor Oscar Arnaulfo Romero
y Galdámez.
Este
obispo salvadoreño, se caracterizó por abanderar
la Teología de la liberación, y la
iglesia preferencial por los pobres, en total
contradicción con el principio de universalidad
de la Iglesia Católica tradicional, que es para todos.
En cada aniversario de su muerte se renuevan los
homenajes a hacia su persona, ahora insentivados
con la introducción de la causa para su
beatificación.
¿Monseñor
Romero santo? Fue asesinado mientras celebraba la
misa nueva. ¿Logró salvarse? No lo sabemos. No
juzgamos su interioridad, pero su postura fue
equivocada, y precisamente se lo quiere canonizar
por ella.
Los
incontables santos de la Iglesia, no lo son por
sus equivocaciones, sino por su arrepentimiento
por éstas, sus virtudes heroicas y sus buenas
obras. No se logran por manifestaciones
populistas.
San
Pedro y San Pablo no son santos por los errores
que cometieron. San Pedro, al negar a Cristo no
pudo ser más desdichado. Lo grande en él fue
que, arrepentido, lloró su falta el resto de su
vida. Pablo de Tarso, descollaba entre los romanos
por la forma feroz en que perseguía Cristianos.
La santidad no le viene de eso, sino de la
predicación desde su conversión. El rey David
procreó al sabio Salomón en adulterio, con el
agravante de ordenar el asesinato del esposo
burlado para ocultar su falta. No es grande por
eso, sino por las muchas obras que a su pueblo
trajo y por su arrepentimiento ante Dios.
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