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11/02/2008, Buenos Aires, Argentina


UN RABINO SALE EN DEFENSA DE LA CATEDRAL

MIENTRAS LOS JERARCAS CONCILIARES CALLAN

 

 

   Lo paradójico es el silencio masivo frente a este hecho que, público y notorio, fue rápidamente disimulado y silenciado. Si se hubiera realizado la misma acción de presión ingresando en una sinagoga o en una mezquita o algún otro templo de cualquier confesión, sé que la reacción hubiera sido inmediata, masiva y de repudio.

 

   ¿Tendremos que enviarle a los "obispos", en especial al "Cardenal" Bergoglio, una pluma blanca, como hizo la hija de un asesinado por la subversión con los Comandantes en Jefe de la Armada y del Ejército [1]?

 

   El martes 29 de enero, la líder de las madres de Plaza de Mayo, junto con una media docena de sus congéneres, realizaron una protesta en la Catedral Metropolitana de la ciudad de Buenos Aires [2], y con la excusa de que "les habían cerrado los baños", instalaron baños químicos detrás del altar, según ellas, ante el altar mayor, según otros. De cualquier forma, una profanación.

 

   Imaginamos que los fieles conciliares estarán esperando ansiosos una declaración del vocero del primado, o, ante la falta de la misma, de algún otro "obispo", indignado por el sacrilegio. Hasta ahora, nada de esto ha ocurrido. Bien dice el rabino en el artículo que ponemos más abajo, este atropello también fue perpetrado por "la omisión, el silencio cómodo y cómplice de quienes, viendo todo, no hacen nada".

 

   Nos preguntamos: ¿Dónde están los jerarcas conciliares? Ante el atropello, ¿Llamaron a la policía, a la gendarmería? O, por lo menos, convocaron a los católicos para que defendieran su templo? ¿Van a hacer algún desagravio?

 

   Dice Santo Tomás en la Suma Teológica (2" 2ae., q. 136, a. 4, ad 3):

  

   Si va contra la naturaleza de la paciencia atacar, cuando es necesario, a quien obra el mal; porque, como dice San Juan Crisóstomo (Hom. Op. imperf.) aquello de la Escritura —"Vete, Satanás" (Mat. 4, 10)— sufrir con paciencia las injurias que nos hacen, es digno de alabanza; pero es exceso de impiedad tolerar pacientemente las injurias hechas contra Dios. Y San Agustín agrega, en una epístola contra Marcelino (138, c. 2) que los preceptos de la paciencia no contrarían al bien público, para cuya conservación luchan contra los enemigos.

 

   Es evidente que los pastores conciliares no imitan a San Antonio María Claret , que decía:

  

   «¿Cómo tendré caridad si —sabiendo que en un camino hay ladrones y asesinos que roban y matan a cuantos pasan— no se lo advierto a los que se dirigen a él? ¿Cómo tendré caridad si —sabiendo que los carnívoros lobos están matando las ovejas de mi Señor— callo? ¿Cómo tendré caridad si enmudezco al ver cómo roban las alhajas de la Casa de mi Padre, tan preciosas que le cuestan la sangre y la vida a Dios, y al ver que han pegado fuego a la Casa y Heredad de mi amadísimo Padre?».

 

   «¡Ahí No es posible callar, Madre mía. No callaré aunque supiese que de mi han de hacer pedazos; no quiero callar; llamaré, gritaré, daré voces al cielo y a la tierra, a fin de que se remedie tan gran mal No callaré... Y si de tanto gritar se vuelven roncas o mudas mis fauces levantaré las manos al cielo, se espeluznarán mis cabellos, y los golpes que con los pies daré en el suelo, suplirán la falta de mi lengua Tal vez me diréis que ellos, como enfermos frenéticos, no querrán escuchar al que les quiere curar; antes bien me despreciarán y perseguirán de muerte. ¡No importa!...»

 

   Pensamos, que una vez más, se hacen merecedores de una pluma blanca.

 

   A continuación reproducimos parte del artículo del rabino.

 

La Catedral y los cómplices

                                                                                                                                 Por Sergio Bergman
                                                                                                                                  Para LA NACION

   La profanación de la Catedral Metropolitana no fue sólo perpetrada por quienes la tomaron, sino, sobre todo, por aquellos que sabemos y no nos sinceramos. Es la acción de algunos pocos pero, tanto o más, la omisión, el silencio cómodo y cómplice de quienes, viendo todo, no hacemos nada.

   Como la Catedral, la República está siendo profanada. Quienes abandonamos lo público en el refugio seguro de lo privado, lamentaremos, cuando ya sea tarde, no habernos consagrado a la ley como el límite que sostiene no sólo el orden constitucional, sino también las garantías cívicas, que son la expresión jurídica de la dignidad que resguarda los derechos humanos.

   Consagrar es una acción terrenal, social, cultural y colectiva que no sólo es patrimonio de la experiencia religiosa. La religión, en cuanto institución, designa tiempos, espacios, símbolos y rituales para hacer sagrado con otros, es decir, con-sagrar en lo terrenal su vínculo con lo celestial. Los creyentes, en nombre de lo divino, revelamos lo humano. Aquello que la religión instituye en la libertad de conciencia, en nuestra sociedad lo establece la Constitución de la Nación. Consagrar los límites es una experiencia propia del Estado de Derecho, que da garantías a la libertad de todos y no para ejercerla según la visión de algunos, que profanan los límites para imponerse en la pre-potencia de lo concedido y no en la potencia del contenido de lo que se reclama.

   Podríamos decir que este principio nada tiene de extraordinario en una sociedad democrática y con un sistema vigente, donde la ley es el límite. No es nuestro caso en la Argentina de la sociedad anónima, que no es sólo una figura apta para los negocios que se van haciendo con lo de todos para pocos, sino un abismo en el que se quiebra la empresa de ser el país que nos debemos.

   Cuando en forma reiterada y cotidiana se violenta la ley, se profana el límite, vaciándolo de su valor sagrado. Hace unos días, la Catedral Metropolitana fue profanada. Siempre imaginé, como rabino, que debía estar atento a reclamar por la profanación de nuestras sinagogas o cementerios.
Nunca que deberíamos hacerlo por la del templo emblemático de la Iglesia Católica argentina. El cardenal Bergoglio siempre resalta que, en el frontispicio de la Catedral, está la imagen de José y sus hermanos en la reconciliación y el encuentro. Deberíamos insistir en esta narrativa bíblica, para reencontrarnos los argentinos en un abrazo fraterno.   .............

    Nada puede justificar la desproporción de ingresar en la Catedral para tomarla como rehén de un mecanismo de extorsión, a cuenta de la profanación de aquello que, sabiendo de la sensibilidad de su proyección, pretende sólo dañar.

  
Lo paradójico es el silencio masivo frente a este hecho que, público y notorio, fue rápidamente disimulado y silenciado. Si se hubiera realizado la misma acción de presión ingresando en una sinagoga o en una mezquita o algún otro templo de cualquier confesión, sé que la reacción hubiera sido inmediata, masiva y de repudio. ...... .........................................................................................

El autor es rabino de la Asociación Israelita de la República Argentina.

      Link http://buscador.lanacion.com.ar/Nota.asp?nota_id=986254&high

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