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¿PRÍNCIPE DE QUÉ
IGLESIA?
Todas estas cosas son abiertamente contrarias a la Revelación
divina que prescribe la "separación" y rechaza la unión "entre
la luz y las tinieblas, entre el fiel y el infiel, entre el templo
de Dios y el de las sectas"
(II Corint.
6, 14-18).
"El Cuerpo místico de Cristo, es decir la Iglesia, es única,
homogénea y perfectamente articulada, al igual que un cuerpo
físico; es por lo tanto ilógico y ridículo pretender que el Cuerpo
místico pueda estar formado por miembros separados, aislados los
unos de los otros; por consiguiente, quienquiera no esté unido a
él, no puede ser uno de sus miembros, ni estar unido a su cabeza,
que es Cristo".
(Pío XI: “Mortalium
animos”, 6 de
enero 1928).
ENTREVISTA AL
CARDENAL KASPER
TRES AÑOS DESPUÉS
DE LA MUERTE
DEL HERMANO ROGER
[*]
EL CARDENAL KASPER SALUDA AL HERMANO
ROGER
Hace tres años, el 16 de agosto de 2005,
durante la oración del atardecer, el hermano Roger, fundador y prior de la
comunidad de Taizé, fue asesinado por una mujer desequilibrada. Acababa de
cumplir noventa años. El presidente del Consejo Pontificio para la Promoción
de la Unidad de los Cristianos, recuerda esta figura en una entrevista con
el “Osservatore Romano” del 15 de agosto de 2008.
El monje símbolo del ecumenismo espiritual
Han pasado
tres años desde el fallecimiento trágico del hermano Roger, el fundador de
Taizé. Usted mismo fue a presidir sus exequias. ¿Quién era para usted?
Su muerte me conmocionó
mucho. Estaba en Colonia por la Jornada Mundial de de Juventud cuando nos
enteramos del fallecimiento del hermano Roger, víctima de un acto
violento. Su muerte me recordaba las palabras del profeta Isaías sobre el
Servidor del Señor: «Maltratado, se humilla, no abre la boca, como un
cordero llevado al matadero, como una oveja ante los que la esquilan» (Is.
53,7). Durante toda su vida, el hermano Roger siguió el camino del
Cordero: por su dulzura y su humildad, por su rechazo a todo acto de
grandeza, por su decisión de no hablar mal de nadie, por su deseo de
llevar en su propio corazón el dolor y las esperanzas de la humanidad.
Pocas personas de nuestra generación han encarnado con tanta transparencia
el rostro humilde de Jesucristo. En una época turbulenta para la Iglesia y
para la fe cristiana, el hermano Roger era una fuente de esperanza
reconocida por muchos, incluido yo mismo. Como profesor de teología y
después como Obispo de Rottenburg-Stuttgart, siempre animé a los jóvenes a
pasar unos días en Taizé durante el verano. Veía cómo esa estancia cerca
del hermano Roger y de la Comunidad les ayudaba a conocer mejor y a vivir
la Palabra de Dios, con alegría y simplicidad. Todo esto lo sentí más
cuando presidí la liturgia de su funeral en la gran iglesia de la
Reconciliación en Taizé.
¿Cuál es, bajo su punto
de vista, la contribución propia del hermano Roger y de la Comunidad de
Taizé al ecumenismo?
La unidad de los cristianos
era verdaderamente uno de los deseos más profundos del prior de Taizé,
igual que la división de los cristianos fue para él una auténtica fuente
de dolor y de tristeza. El hermano Roger era un hombre de comunión, que no
llevaba bien ninguna forma de antagonismo o de rivalidad entre personas o
comunidades. Cuando hablaba de la unidad de los cristianos y de sus
encuentros con representantes de diferentes tradiciones cristianas, su
mirada y su voz mostraban con qué intensidad de caridad y de esperanza
deseaba que “todos sean uno”. La búsqueda de la unidad era para él como un
hilo conductor hasta las decisiones más concretas de cada día: acoger con
alegría toda acción que pueda acercar a los cristianos de tradiciones
distintas, evitar toda palabra o gesto que pudiera retrasar su
reconciliación. Practicaba este discernimiento con una atención que rozaba
la meticulosidad. En esta búsqueda de la unidad, sin embargo, el hermano
Roger no tenía prisa ni estaba nervioso. Conocía la paciencia de Dios en
la historia de la salvación y la historia de la Iglesia. Nunca hubiera
realizado actos inaceptables para las Iglesias, nunca hubiera invitado a
los jóvenes a separarse de sus pastores. Más que el desarrollo rápido del
movimiento ecuménico, buscaba su profundidad. Estaba convencido que sólo
un ecumenismo alimentado por la palabra de Dios, la celebración de la
Eucaristía, la oración y la contemplación sería capaz de reunir a los
cristianos en la unidad deseada por Jesús. En este ámbito del ecumenismo
espiritual es donde me gustaría colocar la importante contribución del
hermano Roger y de la Comunidad de Taizé.
El hermano Roger
describió a menudo su evolución ecuménica como una « reconciliación
interior de la fe de sus orígenes con el misterio de la fe católica, sin
ruptura de comunión con nadie » Ese recorrido no se enmarca en las
categorías habituales. Tras su muerte, la comunidad de Taizé ha desmentido
los rumores de una conversión secreta al catolicismo. Esos rumores
nacieron, entre otras cosas, porque se le vio comulgar a manos del
Cardenal Ratzinger durante las exequias del Papa Juan Pablo II. ¿Qué le
parece la afirmación según la cual el hermano Roger se habría vuelto
“formalmente” católico?
Viniendo de una familia
protestante, el hermano Roger había realizado estudios de teología y se
había ordenado pastor en esta misma tradición protestante. Cuando hablaba
de la «fe de sus orígenes» se refería a ese bello conjunto de catequesis,
devoción, formación teológica y testimonio cristiano recibidos en la
tradición protestante. Compartía ese patrimonio con todos sus hermanos y
hermanas de adhesión protestante, con los que siempre se ha sentido
profundamente unido. Desde sus primeros años de pastor, sin embargo, el
hermano Roger buscó igualmente alimentar su fe y su vida espiritual con
las fuentes de otras tradiciones cristianas, cruzando así ciertos límites
confesionales. Decía ya mucho de esta búsqueda su deseo de seguir una
vocación monástica y fundar, con esta intención, una nueva comunidad
monástica con Cristianos de la Reforma.
A lo largo de los años, la
fe del prior de Taizé se fue enriqueciendo progresivamente del patrimonio
de fe de la Iglesia Católica. Según su propio testimonio, entendía algunos
aspectos de la fe mediante el misterio de la fe católica, como el papel de
la Virgen María en la historia de la salvación, la presencia real de
Cristo en los dones eucarísticos y el ministerio apostólico en la Iglesia,
incluido el ministerio de unidad ejercido por el Obispo de Roma. Como
respuesta, la Iglesia Católica había aceptado que comulgara en la
eucaristía, como hacía cada mañana en la gran iglesia de Taizé.
Igualmente, el hermano Roger recibió la comunión en múltiples ocasiones de
manos del Papa Juan Pablo II, al que le unía una amistad desde los tiempos
del Concilio Vaticano II, y que conocía bien su evolución en la fe
católica. En este sentido no había nada secreto o escondido en la actitud
de la Iglesia Católica, ni en Taizé ni en Roma. En el momento de los
funerales del Papa Juan Pablo II, el Cardenal Ratzinger no hizo más que
repetir lo que ya se hacía antes en la Basílica de San Pedro en la época
del difunto Papa. No había nada nuevo o premeditado en el gesto del
Cardenal.
En una alocución al Papa
Juan Pablo II, en la Basílica de San Pedro, durante el Encuentro Europeo
de Jóvenes en Roma de 1980, el prior de Taizé describió su propia
evolución y su identidad de cristiano con estas palabras: «Encontré mi
propia identidad cristiana reconciliando en mi mismo la fe de mis orígenes
con el misterio de la fe católica, sin ruptura de comunión con nadie». En
efecto, el hermano Roger nunca había querido romper con «nadie», por
razones que estaban esencialmente ligadas a su propio deseo de unión y a
la vocación ecuménica de la Comunidad de Taizé. Por esta razón, prefería
no utilizar ciertos términos como «conversión» o adhesión «formal» para
calificar su comunión con la Iglesia Católica. En su conciencia, había
entrado en el misterio de la fe católica como alguien que crece, sin deber
«abandonar» o «romper» con lo que había recibido o vivido antes. Se podría
hablar mucho del sentido de ciertos términos teológicos o canónicos. Sin
embargo, por respeto a la evolución en la fe del hermano Roger, sería
preferible no aplicar a su persona categorías que él mismo juzgaba
inapropiadas para su experiencia y que además la Iglesia Católica no ha
querido nunca imponerle. Incluso en esto, las palabras del propio hermano
Roger deberían bastarnos.
¿Ve usted vínculos entre
la vocación ecuménica de Taizé y el peregrinaje de decenas de miles de
jóvenes a ese pequeño pueblo de Borgoña? En su opinión, ¿son los jóvenes
sensibles a la unidad visible de los cristianos?
En mi opinión, el hecho de
que cada año miles de jóvenes encuentren todavía el camino a la pequeña
colina de Taizé es verdaderamente un don del Espíritu Santo a la Iglesia
de hoy. Para muchos de ellos, Taizé representa el primer y principal lugar
donde pueden encontrar jóvenes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales.
Me siento feliz de ver que los jóvenes que llenan cada verano las tiendas
y las carpas de Taizé vienen de distintos países de Europa occidental y
oriental, algunos de otros continentes, que pertenecen a diferentes
comunidades de tradición protestante, católica u ortodoxa y que vienen a
menudo acompañados por sus propios sacerdotes o pastores. Muchos de los
jóvenes que llegan a Taizé vienen de países que han conocido la guerra
civil o violentos conflictos internos, con frecuencia en un pasado todavía
reciente. Otros vienen de regiones que han sufrido durante varias décadas
el yugo de una ideología materialista. Además hay otros, quizá la mayoría,
que viven en sociedades profundamente marcadas por la secularización y la
indiferencia religiosa. En Taizé, durante los momentos de oración y de
reflexión bíblica, redescubren el don de comunión y de amistad que
solamente el Evangelio de Jesucristo puede ofrecer. Escuchando la Palabra
de Dios, descubren también la riqueza única que les fue dada por el
sacramento del bautismo. Sí, creo que muchos jóvenes se dan cuenta del
verdadero desafío de la unidad de los cristianos. Saben cuánto puede pesar
todavía la carga de las divisiones sobre el testimonio de los cristianos y
sobre la construcción de una nueva sociedad. En Taizé encuentran una
«parábola de comunidad» que ayuda a superar las fracturas del pasado y a
mirar un futuro de comunión y de amistad. De vuelta a casa, esta
experiencia les ayuda a crear grupos de oración y de encuentro en su
propio contexto de vida, para alimentar ese deseo de unidad.
Antes de presidir el
Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, ha
sido Obispo de Rottenburg-Stuttgart y, como tal, acogió en 1996 un
Encuentro Europeo de Jóvenes organizado por la Comunidad de Taizé. ¿Qué
aportan estos encuentros de jóvenes a la vida de las Iglesias?
Ese encuentro fue,
efectivamente, un momento de gran alegría y profundidad espiritual para la
Diócesis y sobre todo para las parroquias que acogieron a los jóvenes
provenientes de diferentes países. Estos encuentros me parecen
tremendamente importantes para la vida de la Iglesia. Muchos jóvenes, como
le decía, viven en sociedades secularizadas. Les resulta difícil encontrar
compañeros de camino en la fe y la vida cristiana. Son pocos los espacios
para profundizar y celebrar la fe, con alegría y serenidad. Las Iglesias
locales tienen a veces dificultades para acompañarles adecuadamente en su
crecimiento espiritual. Por ello, los grandes encuentros como los
organizados por la Comunidad de Taizé responden a una verdadera necesidad
pastoral. Es cierto que la vida cristiana tiene necesidad de silencio y de
soledad, como decía Jesús «Cierra la puerta y dirige la oración a tu
Padre, que habita en lo secreto» (Mt 6,6). Pero también tiene necesidad de
compartir, de encuentro, de intercambio. La vida cristiana no se vive en
aislamiento, al contrario. A través del bautismo, pertenecemos al mismo y
único cuerpo de Cristo resucitado. El Espíritu es el alma y el aliento que
anima ese cuerpo, que le hace crecer en santidad. Por otra parte, los
Evangelios hablan con frecuencia de una gran multitud que venía, a menudo,
desde muy lejos para ver y escuchar a Jesús y para ser curados por él. Hoy
los grandes encuentros se inscriben en esta misma dinámica. Permiten a los
jóvenes comprender mejor el misterio de la Iglesia como comunión, escuchar
juntos la palabra de Jesús y confiar en él.
El Papa Juan XXIII
denominó a Taizé como una «pequeña primavera». Por su parte, el hermano
Roger decía que el Papa Juan XXIII era el hombre que más le había marcado.
En su opinión, ¿por qué el Papa que tuvo la intuición del Concilio
Vaticano II y el fundador de Taizé se apreciaban tanto?
Cada vez que me encontraba
con el hermano Roger, me hablaba mucho de su amistad con el Papa Juan
XXIII primero, y después con el Papa Pablo VI y el Papa Juan Pablo II. Me
contaba, siempre con gratitud y con una gran alegría, los numerosos
encuentros y conversaciones que había tenido con ellos a lo largo de los
años. Por un lado, el prior de Taizé se sentía muy cercano de los Obispos
de Roma en su preocupación por conducir la Iglesia de Cristo por las vías
de la renovación espiritual, de la unidad de los cristianos, del servicio
a los pobres, del testimonio del Evangelio. Por el otro, se sentía
profundamente comprendido y apoyado por ellos en su propio desarrollo
espiritual y en la orientación que tomaba la joven Comunidad de Taizé. La
conciencia de actuar en armonía con el pensamiento del Obispo de Roma era
para él como una brújula en todas sus acciones. Nunca hubiera tomado una
iniciativa que supiera que sería contraria al criterio o a la voluntad del
Obispo de Roma. Además, la misma relación de confianza continúa hoy con el
Papa Benedicto XVI que pronunció palabras muy emotivas por la muerte del
fundador de Taizé, y que recibe cada año al hermano Alois en audiencia
privada. ¿De donde venía esa estima recíproca entre el hermano Roger y los
Obispos sucesivos de Roma? Sin duda, tiene su raíz en lo humano, en las
ricas personalidades de estos hombres. En definitiva, diría que viene del
Espíritu Santo que es coherente en lo que inspira en el mismo momento a
diferentes personas, por el bien de la Iglesia única de Cristo. Cuando
habla el Espíritu Santo, todos comprenden el mismo mensaje, cada uno en su
propia lengua. El verdadero artesano de la comprensión y de la fraternidad
entre discípulos de Cristo es él, el Espíritu de comunión.
Usted conoce bien al
hermano Alois, el sucesor del hermano Roger. ¿Cómo ve el futuro de la
comunidad de Taizé?
Aunque nos habíamos
encontrado anteriormente, fue sobre todo después de la muerte del hermano
Roger que he aprendido a conocer mejor al hermano Alois. Unos años antes,
el hermano Roger me había confiado que todo estaba previsto para su
sucesión el día que fuera necesario. Él estaba feliz con la perspectiva de
que el hermano Alois tomara el relevo. ¿Quién habría podido imaginar que
esta sucesión iba a tener que hacerse en una sola noche, tras un
inconcebible acto de violencia? Lo que me sorprende desde entonces es la
absoluta continuidad en la vida de la Comunidad de Taizé y en la acogida a
los jóvenes. La liturgia, la oración y la hospitalidad continúan con el
mismo espíritu, como un canto que nunca se ha interrumpido. Lo que dice
mucho, no solamente de la persona del nuevo prior sino también, y sobre
todo, de la madurez humana y espiritual de toda la Comunidad de Taizé. La
que ha heredado el carisma del hermano Roger es la Comunidad en su
conjunto, que sigue viviéndolo e irradiándolo. Conociendo a las personas,
tengo plena confianza en el futuro de la Comunidad de Taizé y en su
compromiso con la unidad de los cristianos. Esta confianza me viene
igualmente del Espíritu Santo, que no suscita carismas para abandonarlos a
la primera ocasión. El Espíritu de Dios, que es siempre nuevo, trabaja en
la continuidad de una vocación y de una misión. Él es el que va a ayudar a
la Comunidad a desarrollar su vocación, en fidelidad al ejemplo que el
hermano Roger le dejó. Las generaciones pasan, el carisma permanece,
porque es don y obra del Espíritu. Me gustaría terminar repitiendo al
hermano Alois y a toda la Comunidad de Taizé mi gran estima por su
amistad, su vida de oración y su deseo de unidad. Gracias a ellos, el
dulce rostro del hermano Roger nos sigue siendo familiar.
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