Estos encuentros constituyen un implícito acto de claudicación de
la fe católica, ya que se la pone en nivel de igualdad con todas
las religiones heréticas
19 de Abril - NUEVA
YORK. Este viernes a las 18:00 horas, Benedicto XVI participó en
un encuentro ecuménico en la Iglesia de San José, en Nueva York.
Asistieron al acto 250 representantes de 10 confesiones
cristianas.
Al
comienzo de su discurso, Ratzinger manifestó su aprecio por
“la obra inestimable de todos los que están comprometidos en el
ecumenismo” en Estados Unidos: el National Council of Churches,
el Christian Churches Together, el Catholic Bishops’s Secretariat
for Ecumenical and Interreligious Affairs, y otros muchos. “La
aportación ofrecida al movimiento ecuménico por los cristianos de
los Estados Unidos -dijo- es notoria en todo el mundo”.
Como consecuencia de la globalización, existe “un sentido
creciente de interrelación e interdependencia entre los pueblos,
incluso cuando, hablando en términos geográficos y culturales,
están distantes unos de otros. (...) Por otra parte, no se puede
negar que los rápidos cambios que suceden en el mundo presentan
también algunos signos desagradables de fragmentación y de
repliegue en el individualismo”.
Manifestó su preocupación por “la difusión de la ideología
secularista, que socava e incluso rechaza la verdad trascendente.
La misma posibilidad de una revelación divina, y por tanto de la
fe cristiana, se ha puesto a menudo en discusión por tendencias de
pensamiento muy difundidas en los ambientes universitarios, en los
medios de comunicación y en la opinión pública. Por estas razones,
es más necesario que nunca un testimonio fiel del Evangelio. Se
pide a los cristianos que den razón de su esperanza con claridad”.
“Con mucha frecuencia los no cristianos, al ver la fragmentación de
las comunidades cristianas, se quedan, con razón, confundidos
sobre el mensaje mismo del Evangelio. A veces las creencias y
comportamientos cristianos fundamentales son modificados dentro de
las comunidades por las llamadas “acciones proféticas”, basadas en
una hermenéutica no siempre en consonancia con la Escritura y la
Tradición. Como consecuencia, las comunidades renuncian a actuar
como un cuerpo unido, y prefieren en cambio actuar según el
principio de “las opciones locales”.
Señaló que “frente a estas dificultades, en primer lugar, debemos
recordar que la unidad de la Iglesia deriva de la perfecta unidad
de la Trinidad”. Refiriéndose a los apóstoles, recordó que
“la eficacia última de su predicación (...) dependía de la acción
del Espíritu, que confirmaba su testimonio autorizado”.
“La fuerza del kerigma -continuó- no ha perdido nada de su
dinamismo interior. Sin embargo, debemos preguntarnos si no se ha
atenuado toda su fuerza por un enfoque relativista de la doctrina
cristiana similar al que encontramos en las ideologías
secularizadas, que, al sostener que solamente la ciencia es
“objetiva”, relegan completamente la religión a la esfera
subjetiva del sentimiento del individuo”.
Afirmó que aunque “los descubrimientos científicos y sus
realizaciones a través del ingenio humano ofrecen a la humanidad
sin duda nuevas posibilidades de mejora, esto no significa, sin
embargo, que lo que “puede ser conocido” ha de limitarse a lo que
es verificable empíricamente, ni que la religión esté confinada al
reino cambiante de la “experiencia personal”.
“La aceptación de esta línea errónea de pensamiento llevaría a los
cristianos a la conclusión de que en la exposición de la fe
cristiana no es necesario subrayar la verdad objetiva, porque no
hay más que seguir la propia conciencia y escoger la comunidad que
mejor concuerde con los propios gustos personales. El resultado de
esto se puede observar en la continua proliferación de
comunidades, que con frecuencia evitan estructuras institucionales
y minimizan la importancia del contenido doctrinal para la vida
cristiana”.
Aseguró a los representantes de las distintas confesiones
cristianas que “solamente “manteniéndose firmes” en la
enseñanza segura lograremos responder a los retos que nos asaltan
en un mundo que cambia. Sólo así daremos un testimonio firme de la
verdad del Evangelio y de su enseñanza moral. Éste es el mensaje
que el mundo espera oír de nosotros”.
“Igual que los primeros cristianos, tenemos la responsabilidad de
dar un testimonio transparente de las “razones de nuestra
esperanza”, de manera que los ojos de todos los hombres de buena
voluntad se abran para ver que Dios ha manifestado su rostro y nos
ha permitido acceder a su vida divina a través de Jesucristo.
¡Sólo Él es nuestra esperanza!”.
Al final pidió que este encuentro “sea un ejemplo de la
importancia de la oración en el movimiento ecuménico; pues, sin
oración, las estructuras, las instituciones y los programas
ecuménicos quedarían despojados de su corazón y de su alma”.