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MENSAJE DE BENEDICTO XVI A LOS
JUDÍOS EN LA FIESTA DE
PESAH
Queridos
amigos:
Dirijo un especial saludo de paz a la comunidad judía de los Estados Unidos y de
todo el mundo, en los momentos en que ustedes se están preparando para celebrar
la festividad anual de la
Pesah.
Mi visita a este país coincide con esta fiesta, y me permite encontrarme personalmente con
ustedes y asegurarles mi plegaria, mientras recuerdan los signos y prodigios que
Dios realizó para liberar a su pueblo elegido. Impulsado por nuestra común
herencia espiritual, me complace confiarles este mensaje como signo de nuestra
esperanza, fundada en el Todopoderoso y en su misericordia.
A la comunidad judía en la fiesta de la
Pesah
Mi visita a los Estados Unidos me ofrece la ocasión de hacer llegar un cordial y caluroso
saludo a mis hermanos y hermanas judíos que están en este País y en el mundo
entero. Un saludo repleto de la más intensa espiritualidad porque se acerca la
gran fiesta de la .
«Éste será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor
del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre»
(Éxodo
12,14). Aunque la celebración cristiana de la Pascua difiere en muchos sentidos
de vuestra celebración de la la consideramos como una experiencia en continuidad con la narración bíblica de
las grandezas que el Señor ha hecho por su pueblo.
En este
momento de vuestra celebración más solemne, me siento particularmente cercano,
precisamente porque Nostra Aetate hace una
llamada a los cristianos para que recuerden siempre que la Iglesia «ha recibido
la revelación del Antiguo Testamento por medio del pueblo con el que Dios, por
su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza, y no puede
olvidar que se nutre de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las
ramas del olivo silvestre que son los gentiles» (N. 4). Al dirigirme a ustedes,
deseo también yo reafirmar la enseñanza del Concilio Vaticano II sobre las
relaciones Católico-Judías y reiterar el compromiso de la Iglesia por el
diálogo, que en los últimos cuarenta años ha cambiado y mejorado
fundamentalmente nuestras relaciones.
Debido a ese
aumento de confianza y amistad, cristianos y judíos pueden alegrarse juntos en
la profunda espiritualidad de la Pascua, un memorial (zikkarôn)
de libertad y redención. Cada año, cuando nosotros escuchamos la historia de la
Pascua, volvemos a esa bendita noche de liberación. Este tiempo santo del año
debe ser una llamada a nuestras respectivas comunidades a buscar la justicia, la
misericordia, la solidaridad con el extranjero en el territorio, con la viuda y
el huérfano, como ordenó Moisés: «Recuerda que fuiste esclavo en el país de
Egipto y que Yahveh tu Dios te rescató de allí. Por eso te mando hacer esto» (Deuteronomio
24,18).
En la Pascua Sèder ustedes
evocan los santos patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y las santas mujeres de
Israel, Sara, Rebeca, Raquel y Lía, inicio del largo linaje de hijos e hijas de
la Alianza. Con el paso del tiempo, la Alianza asume un valor cada vez más
universal, como se expresa en la promesa hecha a Abraham: «Te bendeciré, haré
famoso tu nombre y será una bendición... Con tu nombre se bendecirán todas las
familias del mundo» (Génesis
12,2-3). En efecto, según el profeta Isaías la esperanza de la redención se
extiende a toda de humanidad: «y acudirán pueblos numerosos. Dirán: “Venid,
subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe
sus caminos y nosotros sigamos sus senderos» (Isaías 2,3). Dentro de este horizonte escatológico se ofrece una perspectiva real de
hermandad universal por las sendas de la justicia y la paz, que prepara el
camino del Señor (cf. Isaías 62,10).
Cristianos y judíos comparten esta esperanza; somos efectivamente, como dicen los profetas,
«cautivos» de esperanza (Zacarías 9,12). Esta vinculación nos permite a los
Cristianos celebrar junto a ustedes, aunque según nuestro modo propio, la Pascua
de la muerte y resurrección de Cristo, que consideramos inseparable de lo que es
propio de ustedes, pues Jesús mismo dijo: «La salvación viene de los judíos» (Juan
4,22). Nuestra Pascua y su ,
aunque distintas y diferentes, nos une en nuestra esperanza común centrada en
Dios y su misericordia. Ellas nos instan a cooperar unos con otros, y con todos
los hombres y mujeres de buena voluntad, para hacer de este mundo un mundo mejor
para todos, mientras esperamos el cumplimiento de las promesas de Dios.
Por
consiguiente, ruego con respeto y amistad a la comunidad judía que acepte mi
saludo de Pesah,
en un espíritu de apertura a las posibilidades reales de cooperación que vemos
ante nosotros al contemplar las necesidades urgentes de nuestro mundo, y al
percibir con compasión los sufrimientos por doquier de millones de nuestros
hermanos y hermanas. Naturalmente, nuestra esperanza compartida de paz en el
mundo comprende el Medio Oriente y la Tierra Santa en particular. Que la
conmemoración de los dones de Dios, que judíos y cristianos celebran en este
tiempo festivo, inspire a todos los responsables del futuro de esa región –donde
han tenido lugar los acontecimientos que rodean la revelación de Dios– renovados
esfuerzos y, sobre todo, nuevas actitudes y una nueva purificación de los
corazones.
En mi
corazón, repito con ustedes el salmo del Hallel
pascual (Salmo 118,1-4), invocando abundantes bendiciones divinas sobre ustedes:
«Dad gracias
al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Diga la casa
de Israel: eterna es su misericordia....
Digan los
fieles del Señor: eterna es su misericordia».
Vaticano, 14 de abril de 2008
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