¡VUELTOS HACIA EL
SEÑOR!
MONSEÑOR KLAUS GAMBER
EL ALTAR Y EL SANTUARIO AYER Y HOY "¡Cómo te contemplaba en tu santuario viendo tu
fuerza y tu gloria!"
"Desde que me despierto, sólo tu mirada me llena de
alegría"
Estas palabras del salmista dicen bien lo que era la participación interior de los fieles del Antiguo Testamento entrando en el Templo de Jerusalén; en definitiva no son otra cosa que la oración de Moisés pidiendo a Dios poder contemplar su faz (cf. Ex. 33,11-23). Pero, así como Moisés sólo vio a Yahweh por detrás; igualmente el israelita creyente no veía más que el santuario de Dios; y si no pertenecía a la casta sacerdotal, sólo su exterior. El visitante de la casa de Dios (Domus Dei) cristiana, debía expresar el mismo deseo que el salmista, el de ver "la gloria" de Dios y sentir su "poder", tal como aparece en el curso de la misa, a través de los ritos y las representaciones. Contemplamos al Señor oculto bajo las especies eucarísticas, pues en esta tierra no nos está permitido admirar la faz de Dios sin morir (cf. Ex. 33,20). Orígenes nos recuerda que: "Es seguro que los poderes angélicos toman parte en la asamblea de los fieles, y que la virtud de nuestro Señor y Salvador está allí presente, así como los espíritus de los santos" [2]. Y el poeta sirio Balay declara: "A fin de que sobre la tierra se pueda encontrar (al Señor), Él se ha construido una casa entre los mortales y ha edificado altares... para que la Iglesia obtenga la vida. Que nadie se equivoque: ¡es el Rey quien habita aquí!, acerquémonos al Templo a contemplarlo! [3]. A fin de ver un poco el "poder y la gloria" de Dios y para vivirla en la liturgia, los hombres en el transcurso de los pasados siglos, han edificado iglesias y catedrales y las han dotado lo mejor que podían. Han aceptado que sus templos, en cuanto morada de Dios, sean suntuosos, aunque ellos mismos viviesen a menudo en la mayor miseria. ¿Acaso no era su santuario? Por ello era su bien común. Jamás se habían construido tantas iglesias nuevas como los años que siguieron a la segunda guerra mundial. La mayoría de ellas son construcciones puramente utilitarias, en las que se ha renunciado voluntariamente a hacer obra de arte; aunque frecuentemente hayan costado millones. Desde el punto de vista técnico, no les falta de nada: se benefician de una excelente acústica y de perfecta ventilación; bien iluminadas y fácilmente calentables. Se puede ver el altar desde todos los lados. Sin embargo, esas Iglesias no son casas de Dios en sentido propio, no son un espacio sagrado, un templo del Señor donde se guste ir para adorar a Dios y expresarle nuestras necesidades. Son salas de reunión a donde no se va fuera de los momentos dedicados a los oficios. Como hacen juego con los "silos de habitaciones" o los "almacenes para humanos", cuales son los edificios de los barrios periféricos; a estas iglesias, en el lenguaje popular, a veces, se les llama "silos de almas" o "almacenes del pater noster". Otras iglesias han sido expresamente concebidas como obras de arte; su modelo es la capilla de peregrinos de Ronchamp. El célebre arquitecto Le Corbusier, que era agnóstico, consiguió una obra maestra de la arquitectura. Pero no una Iglesia. Puede que sea un lugar de oración que predisponga a la meditación, pero no más. Desde entonces, el modelo de la capilla de Ronchamp fue imitado y la construcción de Iglesias se convirtió en un terreno de experimentación, donde se desfogaba el subjetivismo de los arquitectos. Esto se volvió cada vez más fácil cuando se impuso el principio según el cual ya no existiría un "espacio sagrado" en oposición al "mundo profano". Los nuevos edificios se convirtieron así en símbolos de nuestros tiempos, e igualmente en el signo de la descomposición de las normas existentes y en la imagen de todo lo que es caótico en el universo contemporáneo. Ahora bien, un lugar dedicado al culto tiene sus propias leyes, que no se someten ni a la moda ni a los cambios de los tiempos. Como en el Templo de Jerusalén, Dios habita en él de forma particular. Y aquí es donde se rinde culto a Dios. A esto hay que añadir igualmente lo siguiente: hoy, las bases espirituales y teológicas fallan. La vida pública, en su mayor parte, se ha secularizado. Las Iglesias cristianas no constituyen ya, desgraciadamente, la fuerza principal de la sociedad occidental. Sin embargo, los arquitectos construyen hoy como si nada hubiese cambiado, mientras no falte el dinero. Los gigantescos centros parroquiales que se edifican en los barrios periféricos darán la impresión que la iglesia continua siendo el gran imán que atrae a los hombres. En el futuro esto llevará a la construcción de edificios simples, relativamente limitados, que si no se distinguen en nada por su aspecto exterior, presentarán en su interior un acondicionamiento de buena calidad, enteramente orientados hacia su fin cultural. De manera análoga, la basílica de la Iglesia primitiva apenas se distinguía, en cuanto a construcción, del resto de los edificios de la calle; sin embargo, por la suntuosidad de sus cortinas y lámparas, y sobre todo por la rica ornamentación del altar y del santuario, el interior constituía un marco digno del misterio que en ella tenía lugar. En las nuevas iglesias, la disposición del santuario ha sido objeto de diferentes soluciones. Mientras que en las Iglesias construidas entre las dos guerras, existían varios escalones para subir al altar, que aparecía en una plataforma más elevada; hoy se le coloca sobre un podium aislado (en alemán, "Altarinsel" o islote del altar) dispuesto lo más cercano posible a los fieles. El centro de este
podium está constituido por una mesa de altar (mensa), generalmente de grandes
dimensiones y desprovista de toda ornamentación. Al lado se encuentra un
ambón, de piedra como el altar, y detrás tres sillas o más (acolchadas) para
el celebrante y sus asistentes. Por último, solo, en alguna parte del muro
desnudo del ábside, el sagrario. El crucifijo, hacia el cual se dirigían hasta
ahora las miradas de los que rezaban, falta casi siempre, o bien se encuentra de
tamaño pequeño, encima del altar. Este último lleva, al lado del inevitable
ramo de flores, algunos candeleros reunidos en manojo, o bien si se trata de los
de gran tamaño, se les coloca directamente en el suelo alrededor del altar. Por el contrario las iglesias ortodoxas de Oriente se construyen hoy de la misma manera que se hacía hace más de mil años, y se las adorna con pinturas e iconos. Se trata aquí de un arte típico, al que tanto el arquitecto, como el artista están ligados al "typos" o modelo tradicional, sin que esto sea siempre uniforme. En Occidente también, según la tradición en común con Oriente, era esencial que el santuario estuviera separado del espacio reservado a los fieles, como antaño en Jerusalén el santuario del resto de los edificios del Templo. El tan traído principio de nuestros días, según el cual "el altar debe ser el centro ", es falso en lo referente a su localización. El altar es el centro de la acción sagrada: sobre él, en el curso de la celebración de la misa, reposa "el cordero sacrificado " del Apocalpsis (5,6). Por eso Santa Hildebranda de Bingen llama al altar "la mesa dispensadora de vida" y añade: "Cuando el sacerdote ... se acerca al altar para celebrar los santos misterios, un destello de luz aparece de pronto en el cielo. Los ángeles descienden, la luz rodea el altar ... y los espíritus celestes se inclinan a la vista del servicio divino" [4]. La separación estricta entre el santuario y la nave apareció en la época en la que las muchedumbres empezaron a adherirse en masa a la Iglesia; por consiguiente lo más tarde alrededor del año 300. Entonces se edificaron barreras alrededor del coro y se colocaron cortinas, una rodeando el baldaquino del altar, otra en la pérgola de las barandillas del coro, pérgola que en las iglesias pequeñas, se reducía a un simple travesaño de madera (cf. fig. 1). Todo esto porque se pensaba que el misterio celebrado en el altar, debía ser preservado, no exponiéndolo directamente a las miradas de los hombres. El iconostasio bizantino no es otra cosa que una extensión de esta barreras del coro (cancelli) de la Iglesia primitiva. El iconostasio tiene habitualmente tres puertas, como las cancelas construidas en tiempos del emperador Justiniano (]'565) en la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla, dotada ya, como en general en los siglos siguientes, de representaciones de Cristo o de María, ángeles, profetas y apóstoles. El célebre icono de Cristo, en el monasterio del monte Sinaí, data de la misma época; debe provenir, teniendo en cuenta sus dimensiones -84 centímetros de alto-, de uno de estos antiguos iconostasios. Los iconos se colocaban, y se colocan todavía, parte entre las columnas de la pérgola y parte encima de éstas como en el caso de la "deisis" (Cristo entre María y Juan Bautista). |