La Misa cara a Dios
por
JEAN FOURNÉE
CAPÍTULO 1 EL SIMBOLISMO DE LA ORIENTACIÓN En una abra enciclopédica reciente, de la pluma de un conocido liturgista puede leerse esta sorprendente afirmación: "La Iglesia romana no aceptó mucho y ni siquiera comprendió la orientación". Y daba como prueba cierto sermón del Papa San León. Tal afirmación, muy evidentemente, quiere justificar la pasión actual por la misa cara al pueblo. Lamentablemente, lo que se afirma es contrario a la verdad histórica. Tan bien "aceptó y comprendió la orientación" la Iglesia romana que hizo de ella rápidamente una regla general. En cuanto a San León, no sólo no la condenó, sino que es de aquellos que la purificaron de todo equívoco pagano. En este estudio quisiéramos hacer presente a quienes la hayan olvidado o la desconozcan esta hermosa tradición de la Iglesia universal: la oración versus ad Orientem. Quisiéramos recordar sus consecuencias sobre los ritos del altar, los gestos de la asamblea, la elección de los textos sagrados, finalmente, sobre el arreglo y la decoración de los lugares de culto. Desconcertados por la tendencia moderna a poner en duda sus pruebas, sin embargo incuestionables, o por lo menos a considerarla perimida, quisiéramos mostrar cómo entró esta tradición y se mantuvo en el cristianismo más ortodoxo. Finalmente, a aquellos para quienes el encuentro del hombre con Dios es asunto de pura interioridad y debe prescindir de toda referencia exterior, les quisiéramos decir que la Escritura y la enseñanza de los Padres, los textos y los ritos litúrgicos están llenas de alusiones cósmicas. Tratando de desacralizar al universo, el humanismo moderno desconoce el alma humana, pues la priva del recurso a los símbolos, es decir de un paso esencial en su búsqueda de lo divino y para su acceso a él. Comencemos por algunas consideraciones históricas y litúrgicas. SOL INVICTOS¿Hubo al comienzo contaminación por el culto solar? ¿Se apolonizó el Dios de los cristianos? La cuestión merece ser planteada, a causa de la importancia considerable de ese culto en el imperio romano y de su revitalización bajo la forma del Mitracismo importado de Oriente en el memento del nacimiento de Cristo. Es sabido que persistió paralelamente al Cristianismo; que Constantino mismo, muy adicto a sus "ascendencias" de Apolo, se había hecho representar como dios sol sobre el foro de Constantinopla; y que Juliano el Apóstata puso de nuevo en vigor a Mitra a mediadas del siglo IV. Esto quizás explica, en el siglo siguiente, las reticencias de San LEÓN MAGNO, inquieto al ver que algunos cristianos rendían homenaje al sol naciente (converso corpore ad nascentem salem se reflectant et, curvatis cervicibus, in honorem splendidi orbis,se inclinant). Temía que semejante actitud fuese de índole capaz de sembrar el desconcierto entre los nuevos convertidos, que veían que ciertos cristianos se entregaban a una práctica cara al paganismo. San LEÓN tiene a bien admitir que, si el gesto es el mismo, su espíritu es diferente, y que tal homenaje no se dirige a la luz, sino al Creador de la luz. ¡Qué importa! Hay equívoco. Es menester saberlo (Sermo XXVII, In Nativ. Domini, P.L. 54, col. 218 ). Para comprender esta advertencia, hay que recordar que un gran número de basílicas romanas, especialmente San Pedro (como el edificio actual), estaban orientadas al revés. Tenían su ábside al oeste, y su fachada y entrada al este. Los fieles, al mirar el altar, daban la espalda al astro naciente, lo que compensaban, antes de ocupar su lugar en la nave, con un saludo ad nascentem solem al subir las gradas incluso del atrio (superatis gradibus quibus ad suggestum areae superioris ascenditur). Esta costumbre se mantuvo durante varios siglos. En suma, la monición de San León prueba que existía entre los cristianos de su tiempo una tradición muy antigua, la que por otra parte durante ese mismo siglo iba a imponer a Occidente lo que ya desde mucho tiempo se hacía en Oriente: la orientación verdadera de las iglesias con ábside al este. Pero el texto que acabamos de citar permite también pensar que su autor tenía sus razones para insertarlo en un sermón de Navidad. Esas razones se encuentran expuestas en otro sermón de Navidad (Sereno XXII, P.L. 54, 198), en el cual San León pone en guardia a los fieles contra la tentación de escuchar a quienes quisieran hacerles creer que esta fiesta de Navidad no es tanto la de la Natividad de Cristo como la del nacimiento del nuevo sol. Insensibles a la verdadera Luz, aquellos son lo suficientemente obtusos como para rodear de honores divinos a un simple "pabilo" puesto por Dios al servicio de los hombres. Así pues, el jefe de la Iglesia se alza contra el culto solar, lo que prueba que, a pesar de la sustitución, entonces bastante reciente, de la fiesta pagana del Natalis solis invicti por la fiesta cristiana de la Navidad, estaba siempre presente el peligro de un retorno del pueblo a los ritos paganos que señalaban el solsticio de invierno. Sin embargo, esta sustitución, esta cristianización de la fiesta pagana, debían hacer particularmente sensible a los fieles el homenaje que la Iglesia rinde a Aquél en quien ve el verdadero Sol invictus. De hecho, la liturgia de Navidad se halla impregnada de esta mística de la luz. La alegría humana de la renovación, del retroceso de la noche y del retorno victorioso del astro del día, cuyo comienzo indica el solsticio, esta alegría humana la Iglesia la canaliza hacia el misterio de Cristo. El acontecimiento cósmico se torna para ella en una figura, un signo. Esta luz "que las tinieblas no han podido apagar", ¿cómo no reconocer en ella a la única "luz verdadera", la que "ilumina a todo hombre"? Liturgia de triunfo, liturgia de esplendor y de iluminación, tal es el oficio de Navidad en todos los retos cristianos. Los Padres no son menos entusiastas en sus comentarios y en el homenaje vibrante, que rinden al único Sol invicto "descendido de las sublimes alturas de le claridades eternas". Entre los diferentes comentarios sobre la Adoración de los Magos, hoy uno que merece ser recordado aquí. Es sabido que los Magos han sido considerados como sacerdotes de Mitra, esa personificación del Sol invictus. En los documentos iconográficos más antiguos, llevan su vestimenta y tocado. Viniendo del Oriente, esos sacerdotes del Sol parecían delegados por el astro que adoraban para restituir al Creador el homenaje rendido abusivamente a su creatura. La idea viene de SAN EFRÉN. Se halla expresada en la himnología siria. |